20
Ella era tan pequeña. Tan frágil como una mariposa.
Su cuerpo se sacudía con la violencia propia de una convulsión. El impacto del auto fue demasiado para que su cuerpo pudiera soportarlo. Había llegado con hemorragia interna hace un par de horas atrás, y el médico que estaba de turno antes de Yoongi logró estabilizarla lo suficiente para que su padre pudiera verla, pero ahora se volvió a descompensar.
—Necesito una máscara de oxígeno, vía intravenosa, y una sonda con láser para sellar la rotura de la vena en el estómago —Yoongi terminó de colocarse los guantes de latex y recibió la sonda que le entregaba la enfermera Junghee, casi siempre solía hacer sus turnos con ella.
En una de las pantallas de un monitor podía observar los signos vitales de aquella niña ir descendiendo cada vez más deprisa, una peligrosa montaña rusa. En la otra, tenía la imagen nítida de la hemorragia interna. Introdujo la sonda cuando las convulsiones se detuvieron y llegó hasta la vena, aplicó el láser una y otra vez, pero siempre había un nuevo foco de sangrado—. Va a necesitar transfusión sanguínea, vayan a buscar una bolsa, tipo o positivo —dijo a cualquiera que lo escuchara, el enfermero Kangseok salió corriendo por la puerta.
Miró la pantalla nuevamente, los primeros dos focos de sangrado estaban sellados, pero aún faltaban otros, Yoongi no entendía como es que se habían vuelto a abrir si se supone que habían logrado estabilizarla.
—Presión en 40/80 —anunció la enfermera Junghee. Yoongi apretó los dientes mientras sentía como el sudor descendía por su frente, la presión era demasiado baja—. 30/60.
—Entrará en paro cardiorespiratorio —anunció manteniendo la calma mientras continuaba buscando los focos de sangrado, es como si tuviera una llave abierta en su interior que se rehusaba a ser cerrada—. Preparen la primera descarga y administren una inyección de epinefrina ¡ahora!
Aquello aumentaría la presión sanguínea de la niña, lo que sería contraproducente si tenía un sangrado activo en alguna larte del cuerpo, pero no podía arriesgarse a que su corazón se detuviera justo ahora, no cuando aún no lograba sellar por completo las venas rotas.
Por la puerta ingresó el enfermero con la bolsa de sangre que había encargado, la colgaron junto al suero y se la conectaron al cuerpo mediante una vía intravenosa directa al cuello. La niña no tenía más de 10 años de edad, era de piel canela y cabello de un hermoso castaño. Yoongi fijó su vista en la pantalla, necesitaba detener el flujo insesante de sangre, necesitaba cerrar todas las venas y que ese padre al que sacaron arrastrando de la habitación pudiera ver a su hija crecer, terminar el colegio y graduarse como toda una profesional.
Pero el pitido estridente que se dejó oír en el cuarto lo desconcertó un segundo. Miró el monitor, no habían signos vitales, el corazón de aquella niña se había detenido. No alcanzó a dar la orden y la enfermera Junghee ya le estaba entregando las palas del desfibrilador—. Inyecten una segunda dosis de epinefrina, medio minuto después la tercera —colocó las palas sobre el pecho descubierto de la niña—. ¡Descarga!
El cuerpo se sacudó al recibir el impacto. Yoongi observó el monitor con la remota esperanza de ver algo, pero no había nada.
—Junghee, 30 compresiones, técnico Kim, aumente la descarga —mientras Junghee hacia las compresiones, Yoongi le colocaba gel a las palas. Eran cuatro personas ahí dentro, dos enfermeros, un técnico y él. La vida de esa pequeña dependía de ellos y de las desiciones que tomaran.
El monitor continuaba sin signos vitales, y el sangrado aún era profuso en su estómago. Daba la impresión de que Yoongi no hubiese aplicado ningún láser en las venas, porque a pesar de que las sellaba una y otra vez, volvían a sangrar. Ya había inyectado cuagulantes, y nada parecía funcionar.
Vio como goteaba la sangre y el suero con electrolitos desde sus respectivas bolsas, observó como inyectaban epinefrina una y otra vez bajo su orden. Vivió en carne propia las compresiones y las descargas cada vez más altas, pero nada de lo que hiciera lograba colocar tan solo un signo vital en el monitor.
Perdió la cuenta de cuánto tiempo estuvo ahí encerrado intentando detener el sangrado y haciendo todo lo que estaba a su alcance humano para sacarla del paro cardiorespiratorio. Le había roto las costillas de tantas compresiones, pero si lograba que su corazón volviera a latir, aquello sería un daño menor que con el tiempo podría repararse.
Sus compañeros estaban agotados, había superado la dosis permitida de epinefrina hace como cinco minutos atrás, y ambas bolsas ya habían drenado su contenido casi por completo. El sangrado en el interior de su cuerpo se había detenido, pero ella continuaba sin reaccionar.
—Otra vez —colocó las palas frente a la enfermera Junghee para que le colocara gel y luego las acercó al cuerpo de la niña—. Sube la descarga.
—Ya está en la más alta, doctor Min —le respondió en voz baja, les daba miedo contradecir en algo a ese médico tan arisco.
Yoongi apretó los dientes y apoyó las palas en el cuerpo de la infante. Se sacudió, pero su corazón no respondió.
—Una vez más.
La enfermera le tocó el brazo con cautela, se estaba arriesgando demasiado. Kangseok y el técnico Kim solo observaban—. Llevamos veinte minutos intentando reanimarla, doctor.
Yoongi la observó, no quería detenerse, se aferraba a que lo legal era media hora, pero debido al sangrado interno y la edad de la niña, estaba más que claro que ni aunque lo intentasen una hora completa lograrían algo—. Una vez más —repitió. Ella tan solo agachó la mirada y presionó el botón de descarga. El cuerpo de la niña se sacudió otra vez.
Yoongi observó el monitor con la mandíbula tensa, solo había una línea recta sin vida. La muerte estaba caminando entre ellos, silenciosa como una sombra, lo miraba a los ojos tan negros como los suyos, lo desafiaba a que siguiera intentándolo. Pero Yoongi dejó las palas a un lado, cedió ante ella una vez más y dejó que se la llevara.
Algún día me arrancarás el corazón, y cuando lo hagas, me vengaré por todas las vidas que me quitaste de las manos.
Observó el cuerpo de la niña y le pidió perdón en silencio. Sus ojos, que seguramente eran castaños como su cabello, estaban cerrados.
—¿Hora de muerte? —preguntó sin atreverse a mirar a sus compañeros.
—10:20 am, doctor Min —le respondió Junghee.
En ese momento, Seokjin abrió la puerta del cuarto, tenía una mirada furiosa plasmada en el rostro, pero al ver como cubrían el cuerpo de la niña con una sábana blanca, relajó su expresión. Se acercó a Yoongi y le colocó la mano en el hombro—. Hablaré con el padre.
—No, hyung. Lo haré yo —suspiró—. Solo...necesito un segundo.
Seokjin no dijo nada, tan solo hizo un leve movimiento de manos con el cual ordenó que todos salieran. Yoongi se quedó solo con sus pensamientos. Se sentó, y ocultó su rostro entre sus manos, estaba cansado, y sentía culpa.
¿En qué había fallado? ¿Cómo una vida tan joven e inocente se le había ido de esa forma de las manos? Era pequeña, frágil y hermosa. Y ya no iba a existir nunca más. Tenía que hablar con el padre, debía decirle que su hija había muerto. Sabía que quizás nunca más lo volvería a mirar a los ojos, pero estaba seguro que su expresión de dolor jamás se le iría de la mente.
Tendría que aprender a vivir con ella, de la misma forma en que aprende a vivir con cada uno de sus fantasmas una y otra vez. Dicen que con los años los médicos se vuelven insensibles al dolor ajeno, Yoongi se preguntaba cuando llegaría ese día, porque él seguía sintiendo el mismo dolor y la misma angustia que la primera vez que un paciente se murió bajo su guardia.
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