🌹𝑽𝒆𝒏𝒅𝒊𝒅𝒐 𝒂 𝒖𝒏 𝒇𝒂𝒏𝒕𝒂𝒔𝒎𝒂🌹
—¿Quién es a esta hora? —preguntó molesto el rey.
El caballero reverenció la figura que venía bajando las escaleras, mientras que el misterioso encapuchado se quedó de pie sin decir nada.
—Señor, lamento mucho interrumpir su descanso. Pero este plebeyo urgía hablar con usted.
—¿Plebeyo? —preguntó ofendido el hombre desconocido—. Cuida tus palabras, caballero. Rey, me presento ante usted con una oferta que no podrá rechazar.
El rey escéptico levantó su ceja.
—¿Qué clase de oferta me ofrecería alguien como tú?
—Su hijo, deseo comprarlo. —el rey rio con fuerza.
—¿Comprar a mi hijo? ¿Qué clase de broma es esta?, mi hijo no está en venta, él se casará en pocas horas.
—Lo sé, es por eso que he venido a ofrecerle mucha más riqueza que el matrimonio con el príncipe del norte pueda darle.
El rey ahora lo observó con seriedad, el hombre misterioso tenía información en su poder. Él sabía que era un convenio y eso de por sí, ya los perjudicaba al hacer creer al pueblo que ambos novios eran el uno para el otro. Sin embargo, lo más interesante fue escuchar de una propuesta de más riquezas.
—¿Y eso cuánto vendría siendo, desconocido?
—Sígame, rey. —el monarca siguió al hombre que sólo dejaba ver sus manos pálidas saliendo de las mangas de su capa. Llegaron a una carroza hecha como de diamante, el cual al abrir, cientos de lingotes de oro abarrotaban su interior-. Todo esto puede ser suyo si me llevo a su hijo hoy mismo.
—¿Cómo estoy tan seguro que no lo quieres para algo malo? —preguntó tentado, y a la vez desconfiado.
—Mi amigo jamás sería capaz de lastimarte.
—¿Amigo? Así que no eres tú quien lo quiere.
—No. Créame, él vivirá mucho mejor de lo que ya está acostumbrado.
—¿Y cuál sería su residencia?
—Entre menos sepa, mejor.
El color del rostro del rey se volvió pálido, mucho en comparación con su piel bronceada.
—Pero... ¿Qué hay de visitarlo?
—Tómelo de la siguiente manera, ambos sabemos que un matrimonio arreglado es lo mismo que venderlo, esto no es muy diferente a lo que iba a hacerlo hacer. Solo tiene que aceptar, rey. Y todo esto será suyo. Saldría de la pobreza, al igual que su pueblo.
Al rey no le importó ponerse a analizar las palabras del hombre. No cuando el brillo de aquél material iluminaba sus ojos, no cuando en ellos se reflejaba su persona y el futuro próspero de su pueblo. Así que sin pensarlo dos veces pronunció un "acepto".
El hombre entró al castillo sin permiso alguno, y como si ya conociera el castillo a la perfección caminó hasta la habitación del príncipe, y con ayuda de un somnífero, cargó su cuerpo entre sus brazos para volver a la entrada del castillo.
—Un gusto haber hecho un trato con usted, rey.
Inmediatamente dijo aquello, otra carroza apareció y el hombre con su hijo entró en ella, perdiéndose apenas salió del portón. Esa sería la última vez que vería a su único hijo, al hijo que acababa de vender y no estaba muy seguro de a quién. Pero así era la realeza, el amor no contaba y lo único que hacía crecer un pueblo era el oro sin importar a qué costo.
Sus ojos se abrieron con pesadez, el mareo azotó su cuerpo cuando intentó levantarse y sus débiles brazos no soportaron su peso, haciéndolo caer de nuevo a las suaves sábanas. Al observar hacia el techo, se percató de que no lo recibía la vista de las telas extendidas sobre su cama, no lo recibía sus cobertores color azul marino de telas suaves, no lo recibía el espacio de su habitación; en cambio, una alcoba mucho más espaciosa, sábanas cosidas como con hilos de oro al igual que adornos del mismo material o color. Todo era finísimo, y jadeaba al profundizar aún más en la vista a su alrededor.
¿Estaba soñando? ¿Acaso eran productos de una fantasía?. No lo sabía, pero en tal caso se sentía abrumado aunque la vista fuera hermosa y la alcoba fuera de ensueño.
Se levantó con cuidado, al fijarse que se encontraba vestido con su traje de bodas. Oh, entonces se había casado y ahora no recordaba ¿Era eso?
Trataba de recordar algún detalle en lo más recóndito de su mente, pero nada más tenía vagando la conversación con su madre la noche anterior. Nada más eso y su deseo por que la boda se cancelara. Al abrir la puerta de aquella habitación cedió, salió de ella viendo a ambos lados, pero los pasillos llenos de estatuas y una bella alfombra color carmesí extendida a lo largo del pasillo daba aires a un castillo fantasma muy colorido, era lo único que podía ver. Observó a ambos lados, hacia su derecha había una luz al final del pasillo, y hacia su izquierda se consumía en una temible oscuridad.
Caminó en dirección al pasillo iluminado, viendo irónicamente la forma de un túnel y al final la luz, con una sonrisa sarcástica deseando que fuera su final. Pero un barandal de piedra blanca perfectamente tallado lo recibió para apoyarse y admirar al primer piso en donde tampoco había nada. Estaba solo y no conocía ese lugar. Bajó las escaleras con cuidado
Caminó por una de las escaleras y bajó al pequeño salón. Los telones era de telas finas, todo, absolutamente todo era muy costoso con sólo verlo, no comprendía que estaba sucediendo y por qué no había nadie por ninguna parte.
Entre medio de las escaleras dobles se ubicabw una puerta doble de madera, con curiosidad se acercó y con el pomo de la puerta en su mano la hizo girar hasta que esta se abrió, pero era bastante pesada. Escuchó un sonido dentro y se apresuró a empujarla con más fuerza hasta que estuvo dentro.
Era una biblioteca. Miles de estantes y en cada pared hasta tocar el techo habían libros, un segundo piso daba paso a más estantes y una puerta que estaba seguro que al cruzarla habían más libros, era preciosa. Observó todo con un brillo en sus ojos y una sonrisa posando su vista a un lugar en particular, en dónde se encontraba un sillón con una mesa enfrente. Lo curioso estaba en el libro abierto y la taza de porcelana con café humeante sobre esta. Alguien estaba dentro de ese lugar.
Observó a todas partes, pero no había rastro alguno de ninguna presencia más que la suya.
—¿Hola? ¡Por favor sal de donde estés, no sé dónde estoy! —alzó la voz para que la persona lo escuchara— ¡Por favor, necesito saber donde estoy! ¿Es el castillo de mi prometido?
Detrás de un estante con los nervios a flor de piel se encontraba esperando que saliera de la biblioteca, pero no pudo evitar sentir su pecho doler ante aquella última frase del príncipe Seokjin.
—¿De qué te sirve saber dónde estás?
Seokjin pegó un brinco ante aquella voz, volteó a su espaldas, hacia un lado y hacia otro tratando de localizar su origen, no podía.
—Es lo correcto, este no es mi hogar y me gustaría saber qué es este lugar.
—Lo es —la voz profunda y ronca de aquél hombre lo hizo estremecer—. Esta es tu casa a partir de hoy, y no saldrás a menos que yo algún día te dé permiso.
—¿Disculpa? —el miedo se había ido, ahora estaba molesto, él no era un niño para obedecer ordenes, mucho menos del que él pensaba que era Jeon Jungkook, su prometido—. Yo no soy un niño para seguir órdenes, príncipe Jeon. Si quiere que nos llevemos bien le advierto que...
Se detuvo al escuchar la risa ronca del hombre.
—No soy ese tal Jeon.
—¿A, no? ¿Entonces quién eres?
—Tu dueño —respondió aquella voz, colándose en lo más profundo de su ser.
—¡Yo no le pertenezco a nadie!
—Pues eres mío, y de aquí no saldrás nunca, Kim Seokjin.
—¿Y qué demonios piensa que haré? ¿Andar rondando por este lugar?
Estaba mal, estaba entablando una conversación con alguien desconocido, un hombre desquiciado que se creía su amo, debería salir corriendo, debería cortar con esa comunicación y salir de ahí.
—Exactamente, tienes permiso de caminar por cualquier parte, menos ir a la última habitación del pasillo en donde está tu alcoba.
—Esto tiene que ser una broma —murmuró, para después alzar de nuevo la voz—. No me quedaré aquí con un lunático.
Se volteó y salió de la biblioteca, justamente enfrente a varios metros estaba la puerta doble de gran tamaño que daba a la salida de ese lugar, tomó ambas manijas de hierro y jaló con fuerza de estas sin éxito al abrirla, empujó y zarandeó la puerta completamente desesperado y asustado. No habría por más que empezó a patear y manchar la madera de ésta con sus zapatos para poder salir. Rendido posó su cabeza en la superficie, hiperventilando por el cansancio.
—Te dije que eras mío —jadeó sorprendido ante la voz que rebotó en su nuca, estaba paralizado, siquiera podía voltear para encarar a ese hombre—. Ve acostumbrándote y haciéndote a la idea, Seokjin. De aquí no saldrás.
Se estremeció ante eso último, el frío de la lejania de aquella persona muy cerca del suyo apareció de repente, y si no había escuchado el sonido de sus pasos anteriormente por aferrarse a salir, ahora cada uno de ellos resonaban en cada rincón de su mente conforme se perdía el sonido. Aún temeroso, se volteó hacia atrás antes de que las puertas de la biblioteca se cerrara estruendosamente.
La imagen fue sorprendente, una capa corta cubría los hombros y una estilo capucha en la cabeza del desconocido le impedía verlo, la tela llegaba hasta la mitad de su espalda, y aún así pudo notar el traje negro con detalles dorados que llevaba puesto y las zapatillas de igual color. Lo que más le dejó embobado era la altura de aquél hombre, era bastante alto y robusto, con piernas gruesas y hombros anchos. Tenía miedo, mucho miedo.
El resto del día la pasó vagando por el castillo, los telones pesados cerrando las ventanas no le dejaban ver hacia el exterior, es como si estuvieran ancladas y aferradas a tapar cualquier rendija a propósito. Dentro de aquél encierro, se iluminaba gracias a los candelabros y antorchas con agarraderos dorados en las paredes.
Por la noche su puerta fué tocada con insistencia, se quedó congelado en su cama esperando un segundo llamado, pero este nunca llegó, se dirigió hacia la puerta con sus piernas temblando y abrió la puerta sin pensar tanto. Sin embargo, frente a él no había nadie, sólo la iluminación del pasillo alumbraba, quiso dar un paso hacia adelante, pero la punta de su pie descalzo choco contra algo. Al bajar la vista se encontró con una amplia bandeja repleta de platos con comida, en total cuatro diferentes platillos, tres bebidas y postres dulces.
Y... una hermosa rosa roja adornando en un vaso de cristal del tamaño de su tallo.
Levantó aquella pesada cena, al tenerla cerca de su pecho, el vapor de la comida recién hecha le pegó en la cara abriéndole el apetito al instante. Estaba tan inmerso en su temor y preocupación, que cosa tan básica como su alimentación pasó a segundo plano.
Aquella cena había sido deliciosa, mejor que a como cocinaban en su hogar. Y era de admirar que pudiera alguien sobrepasar eso. Aún así no se podía permitir acostumbrarse a nada de eso. Estaba en un lugar desconocido del que tenía que salir.
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