002━━Salesman
La noche era fría, el viento hacía resonar las ventanas del apartamento mientras una brutal tormenta de nieve caía en las calles de Seúl. Encendí la estufa con calma y coloqué un poco de leche a calentar para preparar un chocolate caliente.
A pesar de lo que hacía, mi mente estaba ocupada en otra cosa: la tarjeta que había recibido hace unos días. No me había atrevido a llamar. Sentía que esa tarjeta contenía la respuesta a todas las preguntas que me había hecho durante los últimos siete años, y ahora, estando tan cerca de obtener alguna información, algo me detenía.
El sonido de la puerta me sacó de mis pensamientos, fruncí el ceño, sorprendida, ya que no esperaba visitas.
Me acerqué con cuidado a la puerta, con una mezcla de curiosidad y duda. Al abrirla, quedó confundida al ver al hombre que estaba del otro lado.
Era el hombre del metro.
-Buenas noches, señorita Parker -dijo con esa sonrisa suya, y no entendía cómo no temblaba, a pesar del frío que hacía afuera.
- ¿Cómo demonios sabes dónde vivo? -lo miré con desconfianza.
-Si me deja pasar, podría responder todas esas preguntas.
Sopesé la idea. Dejar entrar a un extraño a mi casa era una pésima idea, pero mi buen corazón no me permitía dejarlo allí en medio de la tormenta. Con un suspiro, me hice a un lado, dejándolo pasar, y cerré la puerta tras él.
-¿Te gustaría un poco de chocolate caliente? -le ofrecí con una suave sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.
El hombre me miró con una expresión que no supe descifrar del todo, pero había algo tierno en sus ojos.
-Si no es molestia -respondió.
Me moví por la cocina, tratando de no sentirme observada, aunque podía notar que sus ojos seguían cada uno de mis movimientos. Sentía su mirada en mis manos, en mi cabello recogido en una cola de caballo, y me pregunté por qué esa sensación de inquietud me recorría. Algo en su presencia me resultaba extraño, casi familiar, pero no lograba ubicarlo.
No sabía qué pasaba por su mente, pero había algo en la forma en que me miraba que me ponía nerviosa. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la pregunta que me rondaba: ¿por qué estaba aquí? ¿Y cómo había llegado a encontrarme?
-Me atrevería a preguntarle, señor, ¿cuál es exactamente su interés en mí? -dije, armándome de valor mientras le entregaba la taza de chocolate caliente.
-Muchas gracias, señorita Parker -respondió, tomando la taza entre sus manos. -Es muy sencillo: tengo cierto interés en verla participar en los juegos.
Solté un suspiro. Su respuesta era vaga, y no me ofrecía ninguna claridad. Sin embargo, decidí atreverme a preguntar lo que realmente me inquietaba.
-Mi prometido... hace siete años recibió esta misma tarjeta. La dejó en su mesita de noche, y luego desapareció esa misma noche.
Vi cómo su rostro se tensó al escuchar mi pregunta. Dio un sorbo a su taza antes de contestar.
-Esa es una información que no poseo, señorita. Lo siento.
Bajé la mirada y suspiré con resignación. Tal vez nunca tendría respuestas sobre el paradero de In-ho. Esa sensación de vacío volvía a apoderarse de mí.
Él me miró con cierta simpatía.
-Déjeme decirle, señorita Parker, usted es una mujer demasiado hermosa como para seguir pensando en fantasmas del pasado.
Estaba a punto de tomar un sorbo de mi chocolate, pero me detuve de golpe. Mis ojos se fijaron en él, analizándolo. Algo en la forma en que lo dijo me hizo pensar que sabía más de lo que estaba diciendo.
El silencio que siguió después de sus palabras parecía pesado. Sentía cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido. Aún con la taza de chocolate entre mis manos, lo observaba con más atención, tratando de descifrar qué era lo que realmente sabía. Pero sus ojos, aunque misteriosos, parecían invitarme a bajar la guardia.
-¿Fantasmas del pasado? -murmuré, más para mí que para él, mientras mi mente divagaba. Me sentía frustrada por su falta de respuestas, pero algo en su cercanía me inquietaba de una manera extraña, casi inexplicable.
Él dejó la taza sobre la mesa con un gesto tranquilo, como si todo estuviera bajo control. Se acercó un poco más, lo suficiente para que el espacio entre nosotros disminuyera. Pude sentir el calor que emanaba de su cuerpo, a pesar del frío que traía de la tormenta.
-A veces es mejor dejar el pasado atrás, Amelia -dijo en un tono suave, casi como si no fuera una advertencia, sino una sugerencia cargada de intimidad.
Mi respiración se entrecortó un poco al escucharlo pronunciar mi nombre de esa manera. No sabía si estaba intentando consolarme o si jugaba con mi mente. Quise dar un paso atrás, pero mis pies no respondían. Había algo en su presencia que me atraía y me repelía al mismo tiempo. Sentí que estaba entrando en un juego mucho más grande del que comprendía.
-¿Por qué siento que me estás ocultando algo? -pregunté en voz baja, mis ojos buscando los suyos, intentando penetrar su fachada.
Él sonrió ligeramente, esa sonrisa que parecía tener la capacidad de desarmar cualquier barrera que intentara levantar. Dio un paso más cerca, hasta quedar frente a mí, tan cerca que podía sentir su respiración rozando mi piel.
-No todo lo que ves es lo que parece -murmuró. Sus dedos rozaron mi mejilla de forma inesperada, haciendo que mi piel se erizara. No me moví, congelada en el momento.
Sus ojos seguían fijos en los míos, y el tiempo pareció detenerse. Mi corazón latía más rápido, pero no solo por la incertidumbre, sino por una conexión que no entendía del todo, pero que me atrapaba. Había una tensión innegable en el aire, algo que no esperaba sentir, y sin embargo, ahí estaba.
A pesar de mi desconfianza, me encontré inclinándome un poco hacia él, casi sin darme cuenta.
El silencio entre nosotros se alargaba, cargado de una tensión que se sentía casi palpable. Me costaba respirar de manera normal, y el calor que él irradiaba contrastaba con el frío exterior que apenas lograba filtrarse por las ventanas. Su proximidad no solo me inquietaba, sino que provocaba algo más profundo, algo que no quería admitir.
-¿Por qué haces esto? -susurré, mis palabras apenas un hilo de voz.
-Porque no puedo evitarlo -respondió, su voz baja, grave, como si la respuesta fuera tan inevitable como lo que estaba sucediendo entre nosotros.
Antes de que pudiera procesarlo, sus labios encontraron los míos en un gesto suave pero firme. El contacto fue eléctrico, como si todo a nuestro alrededor se difuminara, y lo único que existiera fuera ese momento. No había espacio para preguntas ni dudas. Sentí su mano deslizarse suavemente hasta la base de mi cuello, mientras su otro brazo me atraía un poco más hacia él.
Cerré los ojos, dejándome llevar por esa sensación inesperada, como si todo lo que había estado conteniéndose entre nosotros desde que abrió la puerta hubiera estallado de repente. El mundo fuera de esas cuatro paredes dejó de importar; en ese momento solo estábamos él y yo.
Pero, en algún rincón de mi mente, la realidad seguía acechando. Me obligué a separarme, con el corazón latiendo desbocado, y retrocedí un paso, aunque la distancia entre nosotros parecía insuficiente para calmar la vorágine que se había desatado.
-Esto... -comencé a decir, tratando de recuperar el aliento-, esto nunca debió pasar.
Él me miró, sus ojos aún llenos de esa intensidad que me hacía tambalear. Por un segundo, parecía que iba a protestar, pero luego simplemente asintió, como si entendiera que, a pesar de lo que acababa de suceder, había límites que no podían cruzarse tan fácilmente.
-Deberías quedarte... -dije con la voz un poco entrecortada-. No puedes salir con esta tormenta. Puedes quedarte en la habitación de huéspedes. Será lo mejor.
Sabía que lo correcto era poner distancia, aunque esa conexión que acabábamos de compartir fuera innegable. Mis palabras sonaban más firmes de lo que realmente me sentía, pero era lo que debía hacerse.
Él me miró durante unos segundos más, como si estuviera evaluando si insistir o no. Finalmente, rompió el silencio.
-De acuerdo. Gracias, Amelia.
El amanecer filtraba una luz gris a través de las cortinas, iluminando suavemente mi habitación. Abrí los ojos lentamente, sintiendo el vacío a mi alrededor. El silencio era abrumador, casi inquietante. Mi mente tardó un segundo en reaccionar, pero cuando lo hizo, supe que él ya no estaba.
Me senté en la cama, notando la calma que reinaba en el apartamento. Me levanté, caminando hacia la sala de estar, y fue ahí donde vi una pequeña nota sobre la mesa. Mi corazón dio un vuelco. Con una mezcla de nerviosismo y curiosidad, la tomé entre mis manos y la abrí.
"Amelia, fue un placer conocerte mejor. Espero verte pronto nuevamente. Cuídate. -G"
Sus palabras eran simples, pero el peso de lo que había ocurrido la noche anterior hacía que la nota se sintiera más intensa de lo que debía. Me quedé un momento mirando esas líneas, con pensamientos desordenados en mi mente. La sensación de su beso aún estaba presente, casi como una marca indeleble.
De repente, el sonido de la puerta hizo eco en el silencio, sobresaltándome. Dejé la nota rápidamente sobre la mesa y me giré con el corazón acelerado, temiendo por un segundo que fuera él. Pero lo que vi al abrir la puerta me dejó paralizada.
-¿Jun-ho? -murmuré, sin poder creer lo que veían mis ojos. Se suponía que él debía estar en el hospital. Su visita era totalmente inesperada.
-Amelia... -dijo, con una expresión cansada pero aliviada, como si hubiera pasado por un infierno para llegar hasta aquí.
-¿Qué estás haciendo aquí? -pregunté, mi mente tratando de ponerse al día con la situación. Me acerqué a él rápidamente, asegurándome de que estaba bien.
-No podía quedarme más tiempo en el hospital, necesitaba verte -respondió, su voz baja pero decidida.
La confusión y el alivio se mezclaban dentro de mí. No tenía idea de cómo procesar lo que estaba ocurriendo. Lo miré, buscando respuestas en su rostro, pero también sentí el peso de la noche anterior, algo que él no sabía y que ahora estaba demasiado presente en mi mente.
Me quedé paralizada por unos segundos frente a la puerta, incapaz de procesar completamente lo que estaba ocurriendo. Jun-ho no debía estar aquí. Se suponía que estaba en el hospital, recuperándose, pero ahí estaba, frente a mí, con una expresión cargada de algo que no alcanzaba a descifrar del todo.
-Pasa -murmuré, haciéndome a un lado para dejarlo entrar.
Él entró lentamente, su mirada recorriendo la habitación, quizás buscando algún cambio, pero todo permanecía como siempre, excepto por la agitación interna que me envolvía.
El silencio se instaló de manera incómoda entre nosotros mientras cerraba la puerta. La tensión en el aire era casi palpable. Nos quedamos ahí, quietos, sin saber qué decir. A pesar de que no había pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos, se sentía como si algo inquebrantable nos separara ahora.
Jun-ho fue el primero en romper el silencio.
-Amelia... sé que te debo una explicación -dijo con la voz quebrada, mientras su mirada se mantenía fija en el suelo. -Por favor, discúlpame por no haberte contado la verdad desde el principio.
Lo miré, incapaz de decir nada. Algo dentro de mí se revolvía de manera incómoda, como si supiera que lo que iba a decir me cambiaría para siempre.
-Estuve investigando algo peligroso -continuó, su voz ganando firmeza-. Fui a una isla... donde se llevan a cabo unos juegos asesinos. Un lugar donde la gente se enfrenta en desafíos brutales por dinero, pero donde muy pocos salen con vida.
Me quedé inmóvil, sin saber cómo reaccionar a esa revelación. Todo aquello sonaba tan surrealista, como algo que solo podría pasar en las peores pesadillas.
-Durante la misión -prosiguió Jun-ho, y su voz bajó hasta un susurro lleno de dolor-, fui descubierto y... quien me disparó fue In-ho.
Al escuchar ese nombre, el aire pareció escapar de mis pulmones. Sentí como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Todo mi cuerpo se tensó y el dolor, que había aprendido a enterrar durante años, volvió a la superficie con una fuerza arrolladora. Me aferré al borde de la mesa para no caer.
-¿In-ho? -pregunté con la voz rota, como si decir su nombre hiciera real todo lo que había temido.
Jun-ho asintió, con los ojos llenos de pesar.
-Mi hermano... él es el líder, el hombre que controla los juegos. Amelia, no quería que lo descubrieras de esta manera, pero no podía seguir ocultándotelo.
Las palabras de Jun-ho resonaban en mi cabeza como golpes sordos. In-ho. El hombre al que había amado, con quien había planeado mi vida, estaba detrás de todo eso. De repente, todo parecía girar a mi alrededor. El peso de la verdad era demasiado grande, y sentí que no podía sostenerme.
Mis piernas se debilitaron y me tambaleé. Jun-ho, al darse cuenta, corrió hacia mí para sostenerme antes de que cayera al suelo.
-Amelia... -susurró, con una mezcla de preocupación y culpa en su voz. Pero yo apenas lo escuchaba. Mi mente estaba atrapada en un torbellino de imágenes y recuerdos, todos teñidos ahora por la oscuridad de la revelación.
In-ho le dejo una sola tarea a su reclutador, vigilar que a Amelia no le pasará nada.
Pero digamos que el hombre se obsesiono con la rubia.
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