➽᙭ᐯII
❝sɪ ʟᴇ ᴘᴀsᴀ ᴀʟɢᴏ ʏᴏ... sɪ ᴇʟ ᴍᴜᴇʀᴇ, ʏᴏ ᴍᴏʀɪʀɪᴇ ᴄᴏɴ ᴇʟ❞
En la mañana Ryusei y Chifuyu salieron para dar un recorrido por el territorio más cercano, Sanzu fue en la mañana para ver si estaba todo bien con ellos, y aprovechó para decirles la ubicación de varios lugares a los que visitar. Estuvieron en varios parques, cafeterías, incluso visitaron el acuario. El lugar que llamó más la atención de Chifuyu fue uno de los miradores del edificio de Gobierno Metropolitano de Tokyo, en Shinjuku. Una vista realmente impresionante para alguien como él, cada cinco segundos señalaba un lugar distinto con emoción, y Ryusei debía mirarlos todos, o recibiría un golpe de su parte.
Lo sabe por experiencia de cuando llegaron.
El último lugar que visitaron fue el parque Ueno, había muchos cerezos en los senderos que conectaban los distintos santuarios y puestos de comida, por lo que la tierra estaba repleta de flores rosadas, y a pesar de la gran cantidad de personas, no había demasiado ruido, y el clima frío combinado con esto dejaba un ambiente realmente agradable.
El menor se sentó en una de las bancas de madera roja que había bajo otro de esos lindos árboles, Ryusei le miró cuando llegó junto con él, podía ver sus mejillas rojas y sus manos temblaban levemente, no estaba acostumbrado a estar en un lugar abierto con tanto frío, pero el peliblanco se encargó de comprar dos bufandas con el dinero que Sanzu les había dejado, que en un inicio no aceptaron, pero el pelirosa dijo que si volvía a Mikey con ese dinero le cortaría la cabeza, entonces tuvieron que tomarlo.
El de ojos oscuros se acercó al menor y envolvió con delicadeza la bufanda roja en su cuello, siendo tan suave que el menor no dudó en encoger su cabeza hasta que la tela tapó levemente su boca. Ambos se miraron en silencio unos instantes, Chifuyu parecía un muñequito verdaderamente bonito de esa forma, sus mejillas sonrojadas y la mueca que casi era un puchero hacían que se viese demasiado adorable. Ryusei no pudo aguantarse más y terminó rozando sus labios suavemente, Chifuyu le siguió, los dos suspirando allí tan cerca del otro, el vaho saliendo de entre sus labios y esfumándose en el aire.
El rubio recostó su cabeza en el hombro de Ryusei cuando terminó de sentarse, ambos abrazados en silencio, no necesitando palabras para decir lo bien que se sentía ese momento juntos, que no duró mucho cuando vieron aquella chica caminar hacia ellos.
—Esto es estúpido, ¡¿cómo se te ocurre, Sato?! —llegó frente a ellos con el ceño fruncido, ambos se separaron para mirarle sorprendidos, Isabela parecía bastante enojada, y sus ojos solo se dirigían al de mirada oscura.
—¿Qué haces aquí? —el semblante de Ryusei cambió por completo, sus minutos de paz se habían esfumado.
—Advertirte de la mierda que has provocado. ¿Acaso se te olvida que estás vivo bajo la condición de vivir en el convento?, ¡te van a matar, idiota! —sentenció, dando un paso al frente, pero luego retrocediendo cuando Ryusei se levantó, sonriendo burlonamente hacia ella.
—Oh. ¿Pero y ese vocabulario?. No creo que a tu padre le guste que la boquita de una de sus princesitas esté tan sucia, ¿debería encargarme de eso? —se acercó peligrosamente a su rostro, Chifuyu se tensó en su lugar, y la verdad no sabía cuál era esa sensación que tuvo cuando el más alto acarició los labios de la pelirroja con uno de sus dedos, solo sabía que no quería que hiciera eso, le ponía ansioso.
—Quítame tus manos de encima —le dió un fuerte manotazo para apartarse, Ryusei sacudió su mano aún sonriendo.
—Auch. Cómo sea, sé lo que hago, ahora vuelve por dónde mismo viniste.
—¿En serio vas a seguir con esto? —preguntó incrédula, luego miró con enojo a Chifuyu, este tragó duro bajo sus ojos del mismo color que los suyos, pero a diferencia del rubio, los ojos de Isabela transmitían algo más intenso que paz y dulzura como los orbes del menor—. ¿Todo por este inútil?
—Cierra la boca antes de que me encargue yo de cerrarla por ti —gruñó las palabras en su dirección, no permitiría que le hablase a Chifuyu así delante de él—. Por lo menos me ha demostrado ser mucho más valioso que tú, y no es un traidor, cabe decir —volvió a sonreír sacarronamente, Isabela frunció el ceño nuevamente.
Chifuyu solo les miraba en silencio, y no sabía de qué estaban hablando.
—Chifuyu no es lo que tú crees, ni él mismo lo sabe —pronunció en un murmuro, Ryusei estuvo a punto de preguntar, pero ella le interrumpió, acercándose al rubio unos pasos, este retrocedió en su asiento—. No peques, o vas a conocer en realidad lo que es querer morirse —pronunció, ellos le miraron en silencio, luego ella solo se dió la vuelta y comenzó a alejarse—. Ah, cierto —se detuvo, girándose unos instantes—. No diré dónde están, nadie lo sabe, incluso yo los encontré por suerte —se encogió de hombros—. Solo quiero que sepas algo, Chifuyu. Baji te está buscando, y si no lo hubiésemos detenido ayer, casi termina atacando a Wakasa cuando dijo que nos deshiciésemos de ustedes. ¿Ustedes eran buenos amigos o algo así? —le dijo, Ryusei y ella mirando al menor, este guardó silencio por un momento, luego bajó la mirada mientras negaba con la cabeza—. Ya veo. Bueno, adiós.
Y se fue. Chifuyu suspiró mientras se levantaba.
—¿Quién es ella?
—Isabela, la virtud de la caridad —le miró por un momento, viendo como el rubio parecía mucho más serio que antes.
—Ustedes parecen conocerse...
—De hecho sí nos conocemos, desde pequeños. Aunque no es un buen lugar para hablar de eso, tampoco me trae muy buenos recuerdos —se acercó un paso hacia él, no gustándole ver esa expresión decaída, entonces tomó su rostro entre sus manos—. ¿Pasa algo, amor?. No le hagas caso a las tonterías que dicen los ángeles, solo quieren manipularnos.
—¿Van a matarte? —dijo de pronto, sus ojos comenzando a verse brillosos, y Ryusei solo odió verle a punto de llorar.
—No han dado órdenes de eso por lo que veo, y en realidad no me importa. No conocen el tamaño de mi poder, no soy débil, menos cuando se trata de quien me importa —le sonrió suavemente, acariciando sus mejillas, solo queriendo calmarle, porque si el menor estaba mal entonces él también.
—No quiero que te maten —pronunció, su voz quebrándose al final de la última palabra, Ryusei suspiró frustrado, abrazándole contra su cuerpo.
—Está bien, no pasará nada —le dijo, sintiéndole aferrarse con fuerza a él—. En realidad creo que nos servirá de algo quedarnos con los pecados.
—¿De qué hablas? —murmuró con dificultad, Ryusei observó el cielo pensativo.
—Los pecados son poderosos, aunque en realidad no he escuchado mucho de ellos. Pero Manjiro quiere a Takemichi, y si tú sufres Takemichi también, por lo que Mikey no permitirá que me pase nada. Solo tenemos que saber cómo actuar.
—¿Vamos a manipular a Takemichi? —se separó de él, pequeñas lágrimas viéndose en el borde de sus ojos.
—Un poco sí —hizo una mueca mientras secaba los ojos del menor, y como él mismo decía, si pasaba algo no iba a dejar que a Takemichi le ocurriese algo, prácticamente Manjiro y él estaban en las mismas condiciones.
Chifuyu suspiró, era por un bien mayor, y no iba a mentir o algo así, solo jugaría con las palabras.
—Volvamos a casa —pronunció antes de acercarse y dejar un corto beso en los labios del mayor, este le sonrió asintiendo.
Cuando estuvieron de vuelta llamaron por el teléfono del apartamento al número que había dejado Sanzu por si los necesitaban. Pidieron que los viniesen a buscar pues Chifuyu quería pasar un rato con Takemichi.
—¿Cómo has estado? —le preguntó el de ojos verdes, Takemichi le sonrió suavemente, parecía cansado.
—Bien. He pasado el día con Rin, al parecer Mikey ha tenido que ir a algún lugar —se encogió de hombros mientras dejaba escapar un bostezo.
—Ya veo por qué te ves tan somnoliento —rió unos instantes junto con el contrario, luego suspirando mientras tomaba más seriedad—. Necesito hablarte de algo.
—Claro, ¿qué pasa?
—Es Ryusei. ¿Recuerdas todo lo que te contamos? —Takemichi asintió—. Pues ahora está en peligro por escapar del convento, estoy muy preocupado, incluso una de las virtudes vino y nos avisó —su expresión cambió a una llena de preocupación, su amigo le miró de igual forma, no le gustaba verle así.
—¿Es tan grave? —puso una mano en su hombro, Chifuyu asintió, y no estaba sobreactuando, en realidad le preocupaba.
—Si no fuese por mí tal vez él no estuviese en esta situación, si le pasa algo yo... si él muere, yo moriré con él.
—No es tu culpa —tomó su rostro entre sus manos, y le recordó a la delicadeza con la que Ryusei le tocaba—. Ryusei te ama, esto es su decisión, quería que estuvieses mejor, porque si tú lo estás él también —le sonrió suavemente, Chifuyu alzó la mirada en su dirección, tal vez tenía razón—. Hagamos algo, hablaré con Manjiro, tiene seis hermanos poderosos al igual que él, pueden protegerle en caso de que ocurra algo.
—¿Harías eso por mí? —pronunció, sus ojos recuperando esa pizca de luz que lo hacía él.
—Claro que sí, eres mi hermano, no permitiré que la razón de tu sonrisa muera —rió levemente, con sus dedos estirando las mejillas del otro, este riendo cuando lo hizo.
—Muchas gracias, Take.
—No es nada. ¿Te parece si vamos con los chicos?. Estoy esperando a que vuelva Mikey —se levantó junto a él, ambos comenzando a caminar fuera de la habitación.
—¿Y dónde está? —preguntó curiosamente, Takemichi se encogió de hombros sin saber.
—No tengo idea.
—Vaya vaya, pero miren quién está aquí —el de mechas rubias sonrió ampliamente cuando vió al de cabellos negros llegar al gran salón, este se le acercó con la mirada neutral, cualquiera diría que estaba enfadado.
—Supongo que ya lo sabes.
—¡Por supuesto!. ¿Cómo es que lograste que ellos viniesen contigo?. Me has dejado impresionado —se le acercó en pasos alegres, dejando en la mano del chico una copa de vino.
—No ha sido tan difícil —se encogió de hombros, observando el líquido rojo dentro de la copa de cristal.
—Me sorprende que hayas tomado la iniciativa, aunque he escuchado que hay alguien más. Rubito, bajito, bonito —le sonrió con picardía, Mikey frunció el ceño al escuchar el elogio.
—No te atrevas a ponerle una mano encima —le dijo, Kazutora alzó las manos en señal de paz.
—No te preocupes, solo tengo ojos para mi Chifuyu —rodó los ojos, con esa estúpida sonrisa en su rostro aún, ahora tomando lugar en uno de los grandes asientos a lo largo de la sala.
—Como sea, ¿ya podemos dejar esto?
—¿Mm?. ¿De qué hablas? —le indicó que se sentase, Mikey suspiró cuando lo hizo, luego le miró fríamente.
—Te trajimos a Ryusei, y a Chifuyu también, ¿qué más quieres?. Ya hemos hecho suficiente.
Kazutora guardó silencio unos instantes antes de beber un trago del líquido rojo y hablar otra vez.
—Será suficiente cuando yo lo decida —le dijo, seriamente, y Manjiro crujió los dientes en rabia.
—Soy el líder de los pecados, si yo digo que no, es que no. Ellos no van a servirte si yo no estoy de acuerdo. Y la Soberbia no le sirve a nadie por obligación. Te ayudé porque quise, porque ayudaste a mis hermanos cuando no teníamos a dónde ir, solo por ellos soy capaz de bajar la cabeza ante ti. Hasta aquí llega mi generosidad —sentenció, levantándose con molestia, haciendo sonar la copa de cristal al dejarla sobre una de las pequeñas mesitas de madera.
—¿Eres estúpido, verdad? —pronunció, Manjiro volteándose para verle con el ceño fruncido, claramente enfadado—. Puedo matar a Takemichi, a Kakucho, o cualquiera de ustedes que no me sirva. Van a seguir bajo mis órdenes quieras o no —pronunció con arrogancia, manteniendo el mentón en alto, y Mikey solo odió que le viese con superioridad.
La que tenía.
Y odió también que tuviese razón, porque no podría vivir sin Takemichi, y si le pasaba algo a Kakucho la furia de Izana sería incontrolable. El imbécil los estaba tomando como rehenes. No podía arriesgarse, Kazutora tenía el suficiente poder como para doblegarlos, no él en sí, pero sí sus demonios, sus armas oscuras, la energía maligna en su cuerpo. Era un manipulador y un mentiroso de primera. Un experto en el asesinato. No era bueno tenerlo como enemigo.
Entonces suspiró.
—Solo un poco más.
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