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━ chapter five: pain


༻ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐈𝐍𝐂𝐎 ༺
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' DOLOR '
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EL DOLOR ES COMO una sanguijuela.

Se incrusta en tu piel, en la primera entraña que puede encontrar. Y se estanca allí, encajando los dientes en la carne y causando una presión que, cuando te haces una herida, crece descomunalmente hasta formar una gran esfera de ese sufrimientos, que va arrasando con todo a su paso.

Un trozo de algodón remojado en alcohol deslizándose por mis heridas me hizo pensar en que esa sanguijuela no solo se resguardaba en el cuerpo humano. Sentía, con el labio inferior atrapado entre los dientes para ahogar un quejido de dolor, que yo tenía la mala suerte de compartirme con dos sanguijuelas: una que me arañaba la piel desde afuera y otra que, en cambio, rasguñaba mi alma hasta hacerla trizas.

El baño del pequeño departamento de May y Peter Parker era el único espectador de todo mi dolor. Mientras Peter intentaba curar mis heridas con movimientos inexpertos pero delicados, yo le encajaba las uñas a la mesada del lavabo en la cual me encontraba sentada.

El contacto del alcohol contra los rasguños en mi piel y la bolsa de hielo que sostenía contra mi pómulo impulsaba a la maldita sanguijuela a colarse entre mis venas para incrementar el dolor. Sin embargo, aunque mis intentos por esconder lo que realmente sentía eran vanos, Peter —a quien veía frustrarse cada vez más cuando la mano le temblaba al pasar el algodón por las heridas— solo apreciaba a la primera sanguijuela; la otra, agazapada en mi corazón, causaba más dolor que la del exterior y me obligaba a cerrar los ojos para contener las lágrimas.

—Lo siento —murmuró Peter al escucharme sisear entre dientes, cuando el alcohol rozó un raspón en mi frente.

Peter y yo éramos tan parecidos que nos hallábamos en una misma y silenciosa sintonía: ambos buscábamos distraer a nuestras mentes. No tocamos el tema de Elissa; tampoco compartimos demasiadas palabras durante el trayecto hacia su vecindario.

Me atrevería a decir, incluso, que ni siquiera nos habíamos dirigido la mirada.

Peter Parker estaba al tanto de lo sensible que me encontraba en aquellos momentos. Aún así, aunque no quiso perturbar mis pensamientos, no abandonó mi lado ni por un momento.

—No puedo hacer esto, perdón —masculló cuando solté otro quejido.

—No importa. —Intenté dibujar una sonrisa que resultó como una mueca—. Te dije que podía hacerlo yo.

—Y yo dije que te ayudaría, ¿no? —Puse los ojos en blanco. Esta vez, sí esbocé una pequeña y sincera sonrisa—. Es lo menos que puedo hacer después de no haber estado contigo cuando–

Está bien, Peter —lo interrumpí. Tomé su muñeca y alejé su mano de mi rostro para llamar su atención, expandiendo mi sonrisa—. Hablaba en serio cuando te dije que no fue tu culpa. Ya veremos qué hacer.

Se veía tierno con la frente levemente perlada de sudor, debido al esfuerzo que le estaba poniendo a curar mis heridas. Intentaba ocultar su torpeza tras aquella terquedad; aunque le había repetido varias veces que yo misma podía limpiar mi rostro, Peter había insistido en hacerlo por sí mismo.

Era divertido verlo así de concentrado, con los ojos entrecerrados cada vez que debía acercarse a mi rostro para ver mejor.

Peter soltó una risilla nerviosa: —¿Cómo puedes estar más calmada que yo después de lo que pasó?

—¿Qué puedo decirte? Es un don.

En algún momento, la mano de Peter que sostenía el algodón buscó apoyo en la mesada, a unos cuantos centímetros de mi cuerpo. Compartimos algunas carcajadas, bajas y risueñas, junto a una mirada cómplice que aceleró el ritmo de mis pulsaciones.

Las risas de Peter habían sido las primeras en detenerse. Sin embargo, aún a sabiendas de que reíamos por algo estúpido, no podía evitar que la alegría me embargara de pies a cabeza.

Incluso cuando el rostro de Peter adquirió una expresión serena y sus ojos brillaron con cierto matiz embriagante que no supe reconocer, una tonta sonrisa seguía atascada en mis labios. Un gesto nostálgico se apoderó de sus facciones y, con su respiración amenazando con encontrarse a la mía, recuperé algo de seriedad.

—¿En qué piensas? —susurré con curiosidad, estudiando su rostro con detenida atención.

—En que sería mejor si pudiéramos reírnos así, con las mismas ganas, pero sin tener que verte a la cara con todas esas heridas... —Suspiró y negó con la cabeza, como si no quisiese pensar en ello. Encontró mi mirada y dibujó el atisbo de una sonrisa —. No me hagas caso. Es solo que es... estúpido. —Rió sin gracia, apartando el rostro para que no viese sus mejillas sonrojadas.

—¿Estás preocupado por mí, Parker?

—Supongo que no puedo negártelo.

Casi por reflejo, sentí a mis propias mejillas tintándose de un color rojo brillante.

Contuve la respiración. Mis oídos solo captaban el ritmo de mi corazón arremetiendo contra mis costillas.

Un golpeteo contra la puerta del baño nos hizo separarnos de un solo golpe. Peter se alejó de mí con rapidez y yo di un pequeño salto sobre la mesada.

Apreté los labios con nerviosismo cuando mis ojos, tan exaltados como los de un ciervo al borde de ser cazado, se encontraron con May Parker apoyada contra la puerta, mirándonos con las cejas enarcadas. Después de tanto tiempo conociéndola, sabía que la expresión que llevaba en el rostro delataba que fue espectadora del empalagoso ambiente que se había instalado entre su sobrino y yo.

Aunque su sonrisa pícara no duró demasiado —pues, en cuanto vio mi rostro demacrado, la preocupación tiñó sus facciones—, yo no podía borrarla de mi mente.

—¡Dios, Rae! ¿Qué te ha sucedido? —May empujó a Peter aún más lejos de mí para poder acceder a mi rostro. Tras sus gafas, inspeccionó cada una de mis heridas y cubrió su boca con sus manos—. ¿Cómo pasó esto?

Yo...

Ella se–

—¿Saben qué? No quiero escucharlo ahora. Voy a ayudarte primero, cielo —interrumpió. Sacó un par de cosas del kit de primeros auxilios que reposaba sobre el inodoro. No tardó en pasar un trozo de algodón con antiséptico por la quemadura en mi mejilla—. Pero después de que arregle esto, ustedes dos me van a explicar qué demonios ocurrió. Y Peter, ve a la cocina y calienta el estofado que hice ayer; Rae se queda a cenar esta noche.

—May, ¿cuándo llegaste del... —Peter bufó cuando May le dedicó una mirada que decía que no quería interrupciones—. De acuerdo. Solo... ten cuidado con Rae.

May detuvo sus movimientos, rápidos y expertos, sobre mi rostro. Giró con lentitud para ver a su sobrino, junto a un gesto que se me hacía demasiado raro y una gran sonrisa maternal, de esas que solo entienden los adultos.

—Lo tendré, Peter. Tranquilo. Ahora déjame trabajar con esto.

Peter rascó su nuca después de dedicarme una última mirada. Cuando arribó al umbral de la puerta, se dio la vuelta para asentir con una sonrisa incómoda en el rostro. Salió entonces del baño y nos dejó a May y a mí en un silencio sepulcral.

«¿Qué había sido aquella... magia, que se instaló entre Peter y yo?», no pude evitar pensar mientras May pasaba el algodón por las heridas que aún no estaban limpias con mucha más seguridad que Peter.

—Está loco por ti.

No me di cuenta de que me había perdido en el mar de pensamientos que atacaban a mi mente hasta que May decidió hablar. Mi cabeza daba miles de vueltas, como un huracán descontrolado.

May, al parecer, con aquel brillo divertido en sus ojos, lo había notado.

—¿Qué?

—Que Peter está loco por ti —repitió—. Quizás aún no lo sabe, pero conozco a mi sobrino, linda. Te mira con los mismos ojos con los que Ben me veía a mí antes de que me pidiera ser su novia.

Tragué saliva y mordí mi labio inferior para ocultar una sonrisa. Mis manos se encontraron sobre mi regazo y mis dedos juguetearon con nerviosismo.

—Creo que estás equivocada, May.

—Llámame Tía May, ya hemos hablado de esto —corrigió con un guiño—. Además, ¡cuando tenía tu edad solía salir con chicos todo el tiempo, sé de lo que hablo! Conozco a mi sobrino, cielo, y esas miraditas no son precisamente amistosas. Sé de lo que hablo.

Sentí que un tren me arrollaba como a una muñeca de trapo. El vuelco que dio mi corazón, sumado con el color rosado en mis mejillas, no me era fácil de ignorar. Sin embargo, intenté controlar el remolino de emociones que experimentaba en aquellos momentos, repitiéndome que no debía hacerme ilusiones.

Ambas sanguijuelas, la de mi alma y la de mi cuerpo, se habían escondido bajo mis venas, arrancando sus dientes fuera de mi carne y dejando de succionar.

Así de fácil, el dolor que sentía fue reemplazado por una placentera paz que solo Peter Parker y la mención de su nombre podían generar en mí.

—Eres una chica preciosa, Rae. No te debería asombrar que muchos estén a tus pies.

Sonreí de la mejor manera que pude.

«No lo creo», pensé, pero aun así, incluso durante la cena que compartí junto a May y Peter, aquella felicidad no me abandonó ni por un solo segundo.

✧✧✧

Jonas Williams era un verdadero hombre. Un hombre con todo el honor y las cualidades que trae consigo la palabra. Incluso Riley, antes de llegar a la preadolescencia, solía decir que nuestro hermano era como aquellos príncipes que debutaban en sus cuentos de hadas favoritos.

Viéndolo ahí, sentado en el roído sofá de nuestra sala de estar, podía imaginar una capa decorándole la espalda.

Era un superhéroe, mi superhéroe. Cuando me reunía con Peter para luchar contra el crimen, cada vez que una esfera de fuego salía de mis manos hasta impactar contra algún maleante, solía pensar en él.

Jonas era mi ejemplo a seguir. El prototipo de cualquier hombre joven y exitoso, con una hermosa prometida a la cual cuidar y una bonita familia en proceso.

A simple vista, cualquiera creería que era plenamente feliz.

Sin embargo, conocía a mi hermano más que nadie. Sus ojos rojos, la sombra de barba desaliñada que adornaba su rostro y el cabello despeinado me revelaban que, en silencio, Jonas estaba llegando a su punto de quiebre. Su fachada no era más que eso: una  apariencia externa, que resultaba ser falsa.

Estaba tan cansado que ni siquiera había escuchado el crujido de la puerta cuando entré sigilosamente al departamento. Los ojos se le cerraban cada cierto tiempo y, cuando podía levantar los párpados por un rato, pegaba la vista en el anticuado reloj de muñeca que pertenecía a mi padre antes de que muriera.

Sentí un agrio sentimiento instalándose en la boca de mi estómago, decidiendo aprovechar su cansancio para colarme a mi habitación sin que me viese. Aun así, intentaba convencerme de que hacía lo correcto con la excusa de que le ocultaba mi penoso estado por su propio bien, que no quería preocuparlo y que, aunque era una nueva mentira que agregar a la lista que había construido en los últimos siete meses, solo quería protegerlo.

Cuando alcancé el pasillo que me dirigía hacia mi habitación, una baldosa rechinó bajo mi pie izquierdo.

Maldición —murmuré con los ojos cerrados, esperando con temor a que Jonas descubriera mi paradero.

Sin embargo, sucedió algo diferente.

Riley asomó su cabeza por la puerta de su habitación, con el cabello revuelto y una mirada hostil en el rostro.

—¿Por qué demonios llegaste tan tarde, Rae? Ya casi son las doce.

Suspiré para disimular una mueca.

Aún no me acostumbraba a sus comentarios tan secos, casi agresivos, pero desde que había cumplido los doce años se había vuelto una niña mucho más retraída, amargada e incluso insolente.

La misma Riley me había dicho una vez que debía acostumbrarme a su nueva personalidad, pero me estaba costando una barbaridad.

—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó nuevamente con un tono de voz más bajo. Salió de la habitación con la piel repentinamente más pálida y cerró la puerta tras de sí.

Observé sus ojos durante un par de segundos. Recordé a la niña que solía adherirse a mi pierna para abrazarme, decirme que me quería; esa pequeña que, en su momento, mostraba las emociones más puras que había conocido jamás.

Por un instante, pude ver a esa niña asomada detrás de la usualmente sombría mirada de Riley.

—No puedes decirle nada a Jonas. Sabes que estallará si me ve así —supliqué, agachándome un poco para que mi rostro estuviese a su nivel.

Cruzó los brazos sobre su pecho: —No podrás ocultarlo durante mucho tiempo.

—Lo sé —suspiré—. Solo necesito... pensar, para enfrentar todo esto.

Se quedó callada con el ceño fruncido, inspeccionándome con una expresión neutra.

—Buenas noches —murmuré cuando vi que, como de costumbre, no estaba dispuesta a continuar una conversación a solas conmigo—. Descansa.

—¿Rae? —El sonido de su voz me detuvo mientras caminaba hacia mi habitación— ¿Estás bien?

Reconocer preocupación en su voz se sintió como un gran balde de agua cayendo encima de mí.

Me alivió, me hizo sentir que mi hermana no estaba perdida, que aún quedaba un rastro de ella y que las dificultades que llenaban la vida de nuestra pequeña familia todavía no la habían destruido.

En los últimos meses, había comenzado a creer que la única persona que lograba encender una chispa en Riley era Peter Parker, cuando le sacaba carcajadas tan fuertes que me dejaban sorprendida. Hacía un año aproximadamente que Riley se había retraído en su propio mundo de quejas y molestia, y Peter era el único capaz de sacarla de su burbuja.

Me alegraba, pero me dolía que yo, su propia hermana, no pudiese hacerlo.

Por eso fue que cuando giré para encararla, sonreí sinceramente, sintiendo una gran calma calándose en mis huesos.

Estaré bien.

Sonrió casi imperceptiblemente. Se despidió con un ademán. Y luego regresó a su habitación, cerrándola con llave.

Así es como fui a parar a mi propia recámara. Tenía la ventana abierta y el rostro asomado a través de ella, jugueteando con una pequeña llama entre mis dedos. La sanguijuela externa aún se saciaba de mi dolor, pero la interna dormitaba en una siesta inducida por aquel atisbo de felicidad que sentía en el alma.

El calor del fuego que emanaba mi piel aún me sorprendía. Pasar la llama de una mano a la otra, iluminando la oscuridad del firmamento de madrugada, era un entretenido juego que mantenía a mis pulsaciones en un ritmo estable.

Una leve llovizna bañaba a los edificios de la ciudad, apagando a la llama que bailaba entre mis manos.

Caí en cuenta de que algo tan poderoso como aquel fuego también podía llegar a un fin. Que el agua, de alguna manera, siempre hallaría la forma de apagar las llamas.

Podría extinguirme como aquel fuego. Podría desaparecer fácilmente. Aunque tenía miedo, aunque sabía que mis habilidades no me servirían de mucho para defenderme de Elissa, intentaría protegerme —metafóricamente— del agua: de mi kryptonita, como la llamaban mis cómics de Superman.

Tan inmersa estaba en mis pensamientos que no me percaté de que, desde la soledad de las calles, una criatura completamente cubierta por fuego me escudriñaba con fiereza. Aunque sentí un extraño calor que jamás había experimentado apoderándose de todos mis sentidos, como si algo ajeno a mí estuviese conectado a mi ser, lo dejé pasar mientras me echaba en la cama.

Y me sentí arder en sueños. Porque, aunque mis llamas podían extinguirse, las de aquella extraña figura no se apagaron ni por el agua de la fuerte tormenta que invadió a Queens aquella noche.

Al parecer, no todo tenía un fin.

No todo tiene su propia kryptonita.

╾❦╼

¡Hola, mis bellos lectores! ¿Cómo se encuentran?

Espero que hayan disfrutado mucho de este capítulo. Si es así, voten, comenten y no duden en compartir < 3

¿Les gusta la portada? ¡A mí me encanta!

¿Qué piensan de este capítulo? ¿Qué es lo que les gusta más de Rae? Me gustaría que dejaran su respuesta en los comentarios.

¡Adiós! Nos vemos pronto en un nuevo capítulo. Disfruten de su día.

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