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❏ | 𝐓𝐇𝐄 𝐓𝐎𝐃𝐎𝐑𝐎𝐊𝐈 𝐅𝐀𝐌𝐈𝐋𝐘

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𝐓𝐇𝐄 𝐓𝐎𝐃𝐎𝐑𝐎𝐊𝐈 𝐅𝐀𝐌𝐈𝐋𝐘

❝Elaine tiene el don ideal, Touya la sangre correcta. ❞
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2007, Musutafu.

La casa Todoroki está patas arriba.

No literalmente, los pisos brillan, las ventanas están recién lavadas y no hay una mota de polvo en ninguna superficie, pero el ambiente… es extraño. Rei — la matriarca — lleva desde temprano corriendo de un extremo a otro de la casa, asegurándose de que cada cojín estuviera esponjado a la perfección, de que el té estuviera preparado al punto justo de dulzura y que las toallas del baño de visitas fuesen nuevas.

Incluso cambió las flores del recibidor tres veces, ansiosa.

El reloj marca las tres de la tarde, su esposo llegaría en menos de una hora; le había dicho un par de días atrás, que traería con él un “invitado importante”. No dio más detalles, sólo remarcó que todo debía estar en su sitio. Y para ella, — que lo conocía mejor que nadie — sabía que eso significaba perfecto. La ansiedad se la está comiendo viva, repasando mentalmente cada rincón, cada gesto que deben cuidar sus hijos, cada silencio y el respeto que debe mantenerse cuando él llegase. Su esposo siempre se caracterizó por ser un hombre dominante y orgulloso, le gusta tener el control, sabe que no debe desobedecer o podría sufrir las consecuencias de su enfado.

Shoto está tomando una siesta en su habitación, mientras que Natsuo y Fuyumi están viendo la televisión. Ambos visten ropa formal, el único que se niega a cooperar es su primogénito: Touya. Él está sentado en el tatami del salón, con la espalda recta y mala cara; tiene los ojos en el suelo con los dedos crispados sobre las rodillas. Se niega a vestirse de forma tan ridícula sólo por el invitado de su padre. Sabe lo que viene, porque conoce el significado de “importante” para Endeavor. El niño sigue enfadado con él, porque lo ha dejado de lado después de descubrir que no es capaz de seguirle el ritmo en los entrenamientos. Así que cualquier cosa que tenga que ver con él o su estúpido invitado, no le interesa, no quiere saber de él.

— Por favor, Touya. — insistió, alisando su vestido color índigo, parada frente suyo. — Debe ser alguien importante si lo trae a casa. — suplicó, poniéndose de cuclillas, intentando abotonar su camisa. — Ayuda a mamá, ¿sí? —

El menor la miró fijamente unos segundos, para después rodar los ojos y aceptar a regañadientes. No quería que su madre sufriera la ira de Enji por su culpa, pero su orgullo infantil tampoco quiere dar el brazo a torcer, y menos por su padre.

— Vale. ­­— responde con un bufido.

— Gracias, cielo. — murmuró, acariciando su mejilla.

La matriarca terminó de abotonar su camisa, alisando la tela hasta que quedó perfecta. Le dio una mirada a su hijo, soltando un suspiro; continua muy ansiosa. Si bien su esposo siempre fue un hombre de pocas palabras — hasta indiferente —, el asunto del “invitado especial” la tiene con el estómago revuelto, no sabe por qué. Se dirige hasta el baño, donde salpica un poco de agua fría en su rostro, buscando relajarse. «Todo está en su lugar, todo es perfecto». Se repite varias veces, pero la ansiedad y el miedo no desaparece, incluso sus manos tiemblan; el terror que le tiene al héroe de fuego es indescriptible. «Estoy allí en cinco minutos». Leyó en la pantalla del móvil, y su cuerpo se tensó. Rápidamente regresó al salón, llevando a sus hijos hasta el vestíbulo, donde los ordenó de mayor a menor — a excepción de Shoto —, al cual cargó en brazos.

El sonido del auto y el saludo de las empleadas, hizo a todos ponerse rígidos, en especial a Rei. Las puertas corredizas se abrieron con un golpe seco, Enji entró primero — con su porte imponente y mirada severa — y entre sus piernas, escondida allí con timidez, se encuentra una niña pequeña. No es más alta que Natsuo, con grandes y brillantes orbes dorados, cabello corto color carmesí, muy similar al de su esposo.

Parecía confundida, incluso asustada.

Apenas vio a la infante, la cabeza de Rei se llenó de pensamientos intrusivos; el color de cabello carmín, tan similar al de Enji, le revolvió el estómago. La forma en la que el infante se aferra a su pierna, ocultándose detrás de él… No puede no hacerse una idea equivocada con la escena que tiene frente a sus ojos. «¿Podría ser…?» Se preguntó mentalmente, llevándose el pulgar a la boca, mordiendo su uña. «¿Qué edad tiene? Se ve muy joven… ¿Quizá un año menor que Natsuo?». La bilis le subió por la garganta, y tuvo que reprimir las ganas de vomitar. «No, no puede ser. Él no tendría el descaro de presentar al fruto de su aventura, ¿verdad?». Se quiso convencer, pero todo es posible con él, porque a sus ojos, Enji Todoroki es un hombre sumamente cruel e insensible.

— Bienvenido. —  saludó de forma automática, sin despegar los ojos de la menor.

Un escalofrío le recorrió la espalda. 

No se atrevió a preguntar, no quiso hacerlo. ¿Y si esa niña era…? ¿Y si Elaine era una hija que Enji había tenido con otra mujer? El vestido amarillo, la presentación abrupta, la forma en que su esposo se refería a ella sin ningún detalle, como si esperara que simplemente todos la aceptaran sin hacer preguntas.

El mayor palmeó suavemente la espalda de Elaine, invitando a que se posara frente a él. Los niños se dieron una mirada entre ellos, preguntándose si alguno sabía qué es lo que sucedía, pero ninguno reconoce a la pequeña pelirroja que aprieta la mano de su padre.

— ­Ellos son mis hijos. — los presentó, señalando con la mano a los menores. —  Touya, Fuyumi, Natsuo y Shoto.

La niña no se movió, ni tampoco abrió la boca, sólo se aferró más a la mano del patriarca, ocultándose parcialmente tras su figura, como si ese cuerpo robusto fuera suficiente para protegerla de todas las miradas desconocidas que la examinan de pies a cabeza. Lo único visible de ella, son sus grandes ojos dorados, tan brillantes como el sol al atardecer; recorriendo la estancia con cautela.

Y entonces, lo vio.

A él.

Touya.

Un niño un poco mayor, de cabellera roja encendida como la suya, de un tono más apagado. Piel pálida, ojos serios y profundos del color turquesa más bonito que había visto en sus cortos años de vida. Su expresión es de aburrimiento total, como si fuese incapaz de tener pensamientos infantiles; no sonríe, no dice nada, pero su mirada está fija en ella.

Directa.

Intensa.

Se sintió atrapada, atraída a él de forma instantánea, como si algo dentro de ella respondiera a su presencia. No bajó la mirada, al contrario, correspondió de inmediato y sin poder evitarlo, una pequeña — casi imperceptible — sonrisa, se estiró en sus labios.

«Qué lindo». Pensó, sin saber bien por qué.

Touya frunció el ceño, ¿Esa era la invitada? ¿Esa mocosa qué apenas parecía parpadear? No entiende qué es lo que vio su padre en ella, no siente ninguna energía fuerte proveniente de su cuerpo, no parece entrenada, ni siquiera valiente; de hecho, es como ver a un conejo asustado. Y, sin embargo… Sus ojos. Nunca había visto unos iris como los suyos: dorados. Un color brillante, como el oro líquido, con un fulgor propio; como si el fuego ardiera en ellos. Se quedó quieto, sin darse cuenta de que la seguía mirando de forma tan intensa; es demasiado pequeño aún para ponerle palabras, pero él también sintió una especie de tirón en el pecho al verla.

Una sensación extraña, pero que se siente correcta.

Durante unos segundos, ambos niños simplemente se observaron, ignorando por completo al resto del mundo: los silencios, las tensiones, las preguntas. Sólo están ellos dos, midiéndose sin saberlo.

— Elaine. — dijo Enji, con voz severa. — Saluda.

Ella dudó.

Hasta que finalmente se inclinó con torpeza.

— Hola. — murmuró, con un extraño acento que nadie supo identificar.

El varón entrecerró los ojos, no sabe por qué, pero tiene el presentimiento de que ella no se iría, no de su vida. Y Touya, no supo si eso lo hacía sentir molesto o algo más, como curioso.

— ¿Quién es ella, papá? — preguntó.

— Elaine, es mi nueva discípula. — contesta brevemente. ­— Tiene una singularidad muy fuerte que no puede controlar. — comentó, dándole un apretón al hombro de la menor. — Touya, hace poco me pediste una oportunidad para demostrar que eras capaz. — él asintió, emocionado. — Entrenarás con ella.

Su sonrisa se borró de inmediato ante sus palabras, y vuelve a mirar a la pelirroja, esta vez, con fastidio. ¿Cómo podría tener de compañera a una debilucha como ella? No quiere lastimarla, se nota a simple vista que jamás ha sido entrenada antes, es demasiado evidente. ¿Por qué su padre insiste en ello? No le gusta, no le agrada; no quiere compartir su atención con ella.

— Pero, papá... — intentó replicar.

— Sin peros, no me decepciones. — respondió fríamente, zanjando el tema.

El menor asintió a regañadientes, bajando la mirada y apretando los puños hasta que dolió. Elaine se encogió en su sitio, volviendo a ocultarse detrás del patriarca al notar la reacción del varón; no es tonta, reconoce que quizá no es de su agrado y no lo culpa. No debe ser grato que una desconocida llegue a tu vida de la nada, ella lo sabe bien; aún se siente como una extranjera en un país al que parcialmente pertenece. Su japonés es bastante pobre, y su acento es muy evidente; físicamente no luce como ellos, posee rasgos más nórdicos que asiáticos, es como si realmente no perteneciera a ningún lugar.

— Cielo. — llamó Rei suavemente, tratando de ocultar el temblor en su voz. — ¿Por qué no la acompañas al salón? Pueden conocerse mejor, la ama de llaves hizo galletas.

Dudó.

Miró a su madre, luego a su padre — el cual no dice nada —, finalmente, regresó la mirada hasta la niña de ojos dorados, quien le evita, apretando ansiosamente el pantalón de Enji.

Asintió.

La pelirroja también dudó, imitando las acciones de Touya, buscando la aprobación del héroe. Él le dio un ligero apretón a su hombro, señalando con la mirada a su hijo. Elaine soltó su pantalón con lentitud, como si dejara atrás su único escudo, dando el primer paso hacia el niño.

Así comenzó todo.












































































































Cuando Enji cerró la puerta de la habitación que compartía con su esposa, un silencio profundo se instaló entre ambos. Rei se giró hacia su esposo con el ceño fruncido, los brazos cruzados y el rostro sereno, — aunque — sólo en apariencia. No sabe cómo iniciar la conversación, ni tampoco reconoce el humor del varón como para prevenir su reacción, pero no puede seguir así, con la incertidumbre comiendola viva. No puede quitarse de la cabeza que aquella niña es en realidad, fruto de la infidelidad de su esposo. Quizá físicamente no se parecen tanto, pero el color de cabello, la forma tan sospechosa en la que la presentó, incluso llamándola “invitada especial”, puede con ella.

— ¿Qué significa todo esto, Enji? —preguntó con la voz baja pero tensa. — ¿Quién es esa niña? —

Inhaló profundamente, rascando su nuca con un deje de incomodidad, algo inusual en él. No desea darle explicaciones a su esposa, pero reconoce que la situación en sí es muy extraña; y que de alguna forma, debe dar explicaciones o al menos, intentar tranquilizarla.

— Su nombre es Elaine Wiese. — contestó, cruzado de brazos. — Y a partir de hoy, será mi discípula.

Rei parpadeó, confundida.

— ¿Discípula? ¿Una niña tan pequeña? — insistió, sin poder creerle por completo.

La infante se ve demasiado joven como para siquiera comprender su propio don, ¿Y él quiere convertirla en su discípula? Ni siquiera tiene cinco años, ¿Cómo podría entrenar a una niña tan pequeña? No lo entiende, no puede siquiera imaginarse a esa fémina soportando las exigencias de su brutal marido, imposible.

— Tiene un don muy poderoso. — explicó seriamente, entrecerrando los ojos. — Inestable, peligroso… Es como una bomba de tiempo. — resopló. — Ya ha tenido accidentes… —

La palabra quedó colgando en el aire, como una campana de alarma que acababa de sonar.

— ¿Qué tipo de accidentes? —  se enderezó, alarmada. — ¿Enji? —

— Nadie murió, si es lo que te preocupa. — contestó, ligeramente molesto por la insistencia de su esposa. — Sus padres no pudieron manejarlo, así que le cedieron la custodia a los abuelos maternos. — la albina se tensó, apretando la tela de su vestido. — Y ahora está aquí, bajo mi tutela.

Los fríos ojos del héroe calaron en su mujer, dejándola petrificada. Es una advertencia, un aviso para que deje de entrometerse en sus asuntos. No le agrada que lo cuestionen, y aunque a su esposa no le guste, Elaine va a quedarse, durante mucho — mucho — tiempo; hasta que haga de ella un héroe perfecto, alguien que pueda superar a All Might.

Endeavor reconoce el potencial en aquella menuda y diminuta figura; el calor que desprende es impresionante, y el legado a sus espaldas, el clan Taiyō… No es algo que pueda ignorar, tiene que hacerse con Sunshine antes de que ellos puedan reclamarla. Ha encontrado un trozo de carbón, y con el calor y las temperaturas adecuadas, puede transformarla en un precioso diamante; una joya moldeada a su gusto; a su imagen y semejanza.

— ¿Y decidiste traerla a esta casa? ¿Con nuestros hijos? — alzó la voz, con los ojos vidriosos. — Si es peligrosa, no debería estar cerca de ellos.

Enji frunció el ceño, dando un paso hacia ella. La sujetó con firmeza por los hombros, no con violencia, pero sí con fuerza, imponiendo su voluntad sobre la suya.

— No, escúchame bien. — murmuró con voz ronca. — Elaine no es un peligro. Es una niña, una niña muy asustada.

— Una niña peligrosa. — volvió a insistir, a nada de romper a llorar.

— ¡Rei! — exclamó, apretando sus hombros. — Te guste o no, será mi discípula. — la soltó, dando un paso hacia atrás. — Acostúmbrate a ella, porque la vas a ver a menudo.

Rei tragó saliva, y por un momento, sus manos cayeron a los lados, temblorosas.

— ¿Y por qué con nosotros? ¿Por qué ahora? — se quebró, aplastando los labios.

El héroe la vio por encima del hombro antes de salir de la habitación, sin siquiera responder.

Elaine no era parte de su plan original, la encontró por accidente, como una chispa inesperada en mitad de una noche brumosa. Sólo bastó una mirada para saber que el fuego en los ojos de la niña era real, crudo, potente, perfectamente moldeable. No necesitó analizarla demasiado para saber que no era común: su Quirk es fuerte, su mente obediente y su origen no interfería con los hilos que él ya estaba tejiendo. Es una pieza excepcional, y Enji nunca desperdicia una pieza útil.

Touya, su primogénito. Su mayor decepción, no por falta de voluntad — porque la tenía, lo admitía — sino por su cuerpo, incapaz de resistir la magnitud de su poder. Lo había creado con un objetivo claro: superar a All might, para ser el recipiente perfecto de su legado, pero su hijo no es más que un recipiente defectuoso, uno que se agrieta con cada entrenamiento. Endeavor se resiste a rendirse, pero los resultados no mienten.

Entonces, Elaine se convirtió en una alternativa.

Una posibilidad.

Un reemplazo.

Incluso más que eso, comenzó a visualizar el escenario perfecto; si Elaine es tan prometedora sola, ¿qué pasaría si unía ese poder al linaje Todoroki?

Es lógico.

Estratégico.

Inevitable.

Así como escogió a su esposa por su don, sin considerar sus sentimientos, su historia o voluntad. Ahora tiene la oportunidad de replicar el proceso, una nueva generación, más refinada, más poderosa.

Elaine tiene el don ideal, Touya la sangre correcta.

Es simple genética.

Si es capaz de entrenarlos juntos desde niños, si logra tejer entre ellos una relación cercana, una dependencia emocional, entonces sería aún más fácil asegurarse de que todo siguiera su curso, que se convirtieran no sólo en compañeros, sino en herramientas complementarias. Él reconoce que no es justo, pero las emociones son irrelevantes, lo único que importa es el resultado: la victoria. El símbolo que creará con sus propias manos, superar a All Might no es sólo su meta, es su obsesión. Su cruzada personal contra el fracaso, contra la debilidad que lo ha perseguido durante toda su vida, y no se detendría por nadie.

Ni siquiera por su propia sangre.

Touya lo desilusionó, pero si puede ser útil en otro rol… Si pudiera convertirse en el eslabón que uniera su Quirk con el de Elaine… entonces seguiría siendo una herramienta válida.

Una herramienta no necesita ser feliz.

Solo necesita obedecer.

Al mismo tiempo, la pelirroja permanece en silencio, con las manos sobre su regazo y los dedos entrelazados, rígida como una estatuilla. Evita mirar a nadie directamente, aunque de vez en cuando cruza miradas con Touya. Llevan así aproximadamente más de veinte minutos, en un silencio bastante incómodo, sólo roto por el crujir de las galletas siendo devoradas por Natsuo.

El aire en la habitación fluctúa debido al nerviosismo de la menor, pasando de estar cálido a hirviendo en cuestión de segundos; algo que le provoca malestar a los dos niños con dones de hielo, pero que intentan disimular para no incomodar más a la niña.

Finalmente, es el menor de los varones quién rompe el silencio.

— Hola, yo soy Natsuo. Ella es Fuyumi, y el amargado a tu izquierda es Touya. — exclamó alegre, metiéndose otra galleta a la boca. — ¿De dónde vienes? ¿Te vas a quedar mucho tiempo? —

— Natsuo…  — le regañó la mayor, pidiéndole que no la abrume.

— Lo siento, es que tengo muchas preguntas. — se disculpó con una risita, rascando su nuca. — ¡Es un gusto conocerte! — sonrió, extendiendo su mano para estrechar la suya.

La pelirroja retrocedió de inmediato con los hombros tensos, negando rápidamente con la cabeza.

— ­No te acerques mucho, no quiero dañarte. — murmuró alejándose del toque del albino, quien la miró extrañado.

— No seas tan imprudente, bobo. — Fuyumi fue más cuidadosa y simplemente hizo una reverencia dando la bienvenida.

En cambio, el mayor simplemente asintió en su dirección a modo de saludo, sin importarle demasiado las presentaciones. El viejo ya le había dicho que se verían muy a menudo, y tendrían tiempo para conocerse.

Aunque no quisiera.

La extrovertida personalidad de Natsuo, logró hacer sentir a Elaine cómoda en cuestión de minutos. El varón parlotea sin parar de cualquier cosa, provocando que la niña poco a poco se fuera calmando, hasta que esos cambios bruscos de temperatura finalmente se detuvieron.

El albino fue quien se encargó de prácticamente interrogar a la fémina, preguntando por su origen — debido a su acento tan peculiar —, descubriendo que es oriunda de Múnich y que se había mudado hace poco a tierras niponas. Fuyumi comentaba algo de vez en cuando, más interesada en preguntar sobre la vida en occidente, en sus costumbres y tradiciones. En cambio, el primogénito permaneció en silencio, simplemente escuchando las respuestas de la pelirroja; disfrutando del acento tan marcado e irónicamente gustoso a su oído.

La forma en la que pronunciaba ciertas palabras era muy encantadora.

— ¿Cuál es tu particularidad, Elaine? — pregunta Natsuo, recibiendo una mala mirada de su hermana mayor.

— No lo sé muy bien. — contesta, insegura de sus palabras. — Mis abuelos dicen que lo sabré cuando sea mayor, pero… Uh, puedo controlar el fuego.

—¿¡En serio!? ¡Eso es genial! Yo puedo hacer hielo. — dijo, creando una capa blanca sobre la mesa, delgada y brillante como escarcha. — Lo comparto con Fuyumi, ¿verdad? —

— Así es. — respondió con una pequeña sonrisa, aunque sus ojos no se apartaban de la expresión tensa de Elaine.

— ¿Cuál es el tuyo? — cuestionó Elaine, volteando para ver al mayor de manera tímida.

Natsuo miró a su hermano con una sonrisa traviesa.

— ¡Anda Touya, enséñale! — insistió, dando palmadas a la mesa. — Es genial, créeme. — le susurró a la pecosa.

—No quiero. — murmuró el aludido, sin siquiera levantar la cabeza.

Ella buscó su mirada, con un ligero puchero en los labios. Logró hacer que él le devolviera la mirada y se quedaron viendo durante unos segundos que parecieron años. Touya se ahogó en el dorado de su iris, tan luminosos como el sol; y Elaine se hundió en las profundidades turquesa de los ojos ajenos, bastos como un océano pero fríos — gélidos — como los de su padre, pero que a la vez — y curiosamente —, la veían a ella con un particular interés, un brillo único.

Sólo para ella.

Al final, cedió.

Sin decir ni una palabra, alzó la zurda, haciendo aparecer una llama azul intensa en su palma.

Los enormes ojos dorados de la infante se abrieron de golpe, sorprendida. Jamás había visto que el fuego tomara un color tan vibrante y hermoso como aquel que danzaba en la mano del varón, su corazón se agitó con fuerza y aquella simple emoción — la emoción desbordada —encendió su propio fuego sin querer. La temperatura en la habitación subió de golpe, y de su cabello brotaron cálidas brasas anaranjadas, más calientes que las del propio Endeavor. El brusco cambio, hizo que Natsuo — qué estaba más cerca — diera un salto hacia atrás, soltando un silbido.

— ¡Wow! — exclamó, mientras Fuyumi se levantaba, asustada.

Se alteró de inmediato, comenzando a temblar de pies a cabeza. Entró en pánico, lo había vuelto a hacer, casi lastima a alguien de nuevo. Sin poder evitarlo, las palabras de su madre la golpearon como cuchillas, y estuvo a punto de romper a llorar. «Tu singularidad es peligrosa. Tú eres peligrosa, Elaine. Si te acercas a los demás, les harás daño». No quería ser vista como un monstruo, no desea lastimar a nadie más, pero no puede controlar su don, y eso le frustra muchísimo. Quiere llorar con todas sus fuerzas, pero se descontrola fácilmente con las emociones fuertes, así que reprime ese pensamiento antes de que el caos pudiera apoderarse de ella. Y recordó los ejercicios de respiración que sus abuelos le habían enseñado. Cerró los ojos con fuerza, se sentó derecha y respiró.

Inhaló por la nariz, exhaló por la boca.

Una.

Dos.

Tres.

Cuatro veces.

Hasta que las llamas desaparecieron.

— Lo lamento, Natsuo. — dijo apenada.

— ¡No es nada! — le resta importancia, aún sonriendo. —Estás aquí para aprender a controlar tu particularidad, no te preocupes.

A pesar de las palabras del varón, no se tranquilizó, en lo absoluto. Se alejó un poco, arrastrándose por el tatami con los ojos vidriosos por las lágrimas contenidas, no dijo nada, y simplemente bajó la mirada, mordiendo su labio inferior.

Touya la vio de reojo, sintiendo malestar en el estómago. No supo por qué, quizá porque se identificó con ella, quizá por pena, no lo sabe.  Él tampoco es capaz de controlar su singularidad, porque su cuerpo no soporta la intensidad de su fuego. Él había heredado la contextura de su madre, lo que lo hacía perfecto para una don de hielo, pero que a la vez, lo hace incompatible con sus propias llamas, dañándose a sí mismo cada que se excedía con los entrenamientos.

Al verla nuevamente, reconoció el dolor en sus ojos dorados, la culpa, el miedo… Y no pudo simplemente ignorarlo. Fue como ver un espejo, dos caras de una misma moneda; apretó los labios, ¿cuántas veces no quiso ser consolado? Recibir un abrazo de su padre o siquiera una pizca de aliento.

Algo.

Se levantó sin decir una palabra, sentándose a su lado. Su acción sobresaltó a la menor al sentirlo tan cerca, pero él no se inmutó y encendió su mano izquierda de nuevo, enseñándosela.

— No tengas miedo conmigo. — pidió en voz baja.  — Nuestro quirk es parecido, no podrás lastimarme.

«O eso quiero creer».

Elaine negó, viéndolo muy apenada. No puede creerle, no cuando todos se ven afectados por su particularidad al estar cerca de ella, subiendo y bajando la temperatura, estallando cristales y rompiendo objetos como si fueran plastilina. Lo último que desea es hacerle daño al hijo de su maestro, porque no quiere seguir viviendo aislada, como si fuera un virus contagioso al que nadie debe acercarse.

Ante su negativa, el pelirrojo chasqueó la lengua, tomando la mano de la niña con firmeza. Entrelazó sus dedos, y encendió sus extremidades unidas; el vibrante color iluminó la estancia, siendo reflejado en los ojos dorados de la pelirroja, quien se quedó observando las brasas danzar entre sus dedos, muda.

No arde.

No duele.

—¿Ves? — dijo Touya con una media sonrisa orgullosa. — No pasa nada.

Sus orbes se encontraron, y en la mirada de Sunshine sólo hay asombro. Curvó sus dedos, imitando el gesto del varón y dándole un apretón a sus manos unidas. Se sintió diferente, por primera vez en meses, fue capaz de sentir que estaba a salvo, que no tenía nada de qué temer. Fue como beber agua fría después de una larga carrera, como respirar después de estar bajo el agua mucho tiempo, como encontrar algo que llevabas buscando por años, lo supo.

Algo cambió.

Quizá fue instinto o fueron sus propias emociones tomando el control, provocando que ella también encendiera su mano. En el instante en que sus singularidades se tocaron, el violeta apareció en un parpadeo; es un color electrizante, vibrante y lleno de vida. Uno que dejó sorprendidos a ambos niños, los cuales se miraron a los ojos, como si buscarán respuestas en los iris del otro.

Es cálido.

Incluso mágico.

La llama se desvaneció cuando ella retiró su mano, asustada. Ambos miraron sus palmas, buscando quemaduras o heridas, pero no había nada.

— ¡Eso fue increíble! — exclamó Natsuo, dando un saltito. — ¡Tienen que hacerlo otra vez! —

—¡Touya! ¡Eso fue muy peligroso! — reclamó Fuyumi, angustiada.

El nombrado rodó los ojos con fastidio y ni siquiera le respondió a su hermana, sólo volvió a fijarse en la menor, quien lo miraba en silencio. Él le dio un pequeño apretón, suave, apenas perceptible; un tipo de consuelo.

— Está bien, no te preocupes. No escuches a Fuyumi, ella siempre exagera. — murmuró bajito, buscando calmarla.

— Gracias.

Elaine volvió a conectar sus ojos con los suyos, hasta que una tímida pero brillante sonrisa se extendió por sus labios. Ese gesto provocó que al varón se le cortara la respiración, acelerando su corazón como nunca antes.

Pasó saliva.

Jamás había considerado a las niñas como algo “lindo”, pero la sonrisa de Sunshine no podía ser descrita con una definición tan vaga. No era linda, era mucho más que eso, era preciosa, hermosa; y se asustó de aquel pensamiento, porque nunca se había sentido así antes. Tiene cosquillas en sus dedos, ansiando acomodar aquel mechón rebelde que cae por su mejilla, y decirle que no tiene que temer, no junto a él. Es como si algo se hubiera activado dentro suyo, no identifica qué fue, pero lo que sí sabe es que quiere verla sonreír así de nuevo.

Y muchas veces más.
























































































































































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ᴄ ᴜ ʀ ɪ ᴏ s ɪ ᴅ ᴀ ᴅ ᴇ s

◎ El punto más débil del día para Elaine es la medianoche, en donde sino guarda reservas cae como peso muerto en cualquier sitio.

◎ Legalmente los Wiese tienen la custodia de su nieta.

                 ᚐᚑᚑ⬪ᚑᚑᚐ                 



















































































˙˚˓˒˙˛ʿʾ․·‧°⋆ও ──

¡ɴᴏ sᴇ ᴏʟᴠɪᴅᴇɴ ᴅᴇ ᴠᴏᴛᴀʀ ʏ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀ, ɴᴏs ᴠᴇᴍᴏs ᴇʟ ᴘʀóxɪᴍᴏ ᴠɪᴇʀɴᴇs!

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