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❏ | 𝐃𝐈𝐒𝐀𝐏𝐏𝐎𝐈𝐍𝐓𝐌𝐄𝐍𝐓

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𝐃𝐈𝐒𝐀𝐏𝐏𝐎𝐈𝐍𝐓𝐌𝐄𝐍𝐓

❝Touya, otra vez. ¿¡Qué demonios estás haciendo!? ¿No puedes ni siquiera seguirle el ritmo a una niña?❞

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2008, Musutafu.

Muchas veces, creyó que los héroes son personas maravillosas que dan su vida por salvar a otras de forma desinteresada, en su mente infantil, alguien que era capaz de hacer eso, debía ser en efecto, una buena persona. Aunque a sus ojos, Enji dista mucho de la imagen idealizada que creó de él hace ya un año.

Cuando cumplió los cinco años, comenzó a entrenar con Touya, y al inicio fue un martirio — no es que ahora fuera diferente —, pero al menos, ha aprendido que debe atacar si no quiere que el Todoroki pague las consecuencias. Endeavor puso todo el peso de sus avances en él, como si el varón fuera responsable de ella, algo que siempre la puso sumamente ansiosa; porque lo que menos quería era hacerle daño, pero con el tiempo, supo que debía hacerlo, porque sino lo hacía, el patriarca desataría su furia sobre su hijo.

Y Elaine no podía permitir que le hicieran daño a Touya.

Su primer entrenamiento juntos fue… horrible. Es un recuerdo que conserva muy bien, uno bastante vivido.

Recuerda que el patio estaba bañado por la luz de la mañana, y Enji los observaba desde la distancia, con los brazos cruzados y la mirada dura; los examinaba a ambos como si fueran peones. Touya se había colocado frente a ella, en posición de combate, serio, concentrado. Ella estaba tan inmóvil y rígida como una estatua, con la postura cerrada y los ojos bajos.

Estaba temblando de pies a cabeza.

—¿Estás lista o no? — preguntó el pelirrojo sin rodeos, con su tono seco, neutral.

— No quiero hacerte daño… — balbuceó, jugando con sus dedos.

Touya frunció el ceño.

— Entonces ya perdiste.

Se lanzó hacia ella sin previo aviso, el fuego emanó de su zurda, directo hacia ella. Elaine gritó, no de terror, sino por instinto, y logró esquivarlo por poco. Su cuerpo se había movido con una velocidad sorprendente, casi antinatural para alguien de su edad. Se deslizó por el suelo, girando de forma torpe pero efectiva para alejarse de él.

Él parpadeó, sorprendido.

«¿Cómo se movió así? No tiene técnica, pero... fue rápido. Demasiado rápido.» se dijo a sí mismo, entrecerrando los ojos al ver la figura temblorosa de la menor a unos metros de él. «¿Fue suerte?» se preguntó, analizando la postura de la niña, todo en ella se veía torpe. Su postura es abierta y tiene los pies mal posicionados, dejando expuestos puntos débiles que si logra golpear la enviarán directamente al piso. La respuesta es obvia, fue pura suerte. Aún así, hay algo dentro suyo que le grita que no confíe, que es más peligrosa de lo que se ve a simple vista; porque si fuera tan inútil como se ve, su padre jamás hubiera puesto sus ojos en ella.

Volvió a atacar, pero de nuevo la fémina lo esquivó. Chasqueó la lengua con molestia, su intención no es herirla, solo quiere medir su don, su potencial. Lo quiera o no, siente curiosidad por esa niña que tiembla como conejito, porque sabe, que es muy, muy fuerte. Y él necesita medir cuán fuerte es, para poder adaptarse a ella y darle pelea, tal como su padre le enseñó a analizar a su oponente.

Una llamarada le rozó el cuello, y allí lo sintió; un jodido calor infernal que no había sentido nunca, ni siquiera con el don de su padre. Abrió los ojos de golpe, esquivando por los pelos el torpe — pero — contundente ataque de la pelirroja. La empujó por inercia al tenerla peligrosamente cerca, haciendo que ella pierda el equilibrio y caiga de rodillas.

— Apestas, no sabes pelear. — observó sin expresión. — Pero eres fuerte, más de lo que aparentas.

La menor no se movió, se miró las manos — raspadas por la caída —, y comenzó a temblar, a punto de llorar. No por miedo, no por el golpe, tampoco por las palabras del varón; sino porque — según ella — lo había quemado. El cuello de la camiseta del varón está ligeramente chamuscado, pero aparte de eso, Touya está en perfectas condiciones y sin un sólo rasguño.

— Te hice daño… — murmuró, haciendo que el varón fruciera el ceño.

— ¿Qué? ¿Estás llorando porque crees que me lastimaste? — preguntó incrédulo, alzando una ceja.

— ¡N-no estoy llorando! — chilló con los ojos vidriosos, levantando la mirada. — No quiero hacerle daño a nadie más… —

Lo único que el Todoroki vio en esos orbes dorados fue angustia, verdadera angustia. Ella realmente creía que lo había dañado, y su forma de reaccionar al problema es tan… Extraña para él. Touya jamás recibió esa clase de atenciones, si se lastimaba, su padre sólo le gritaba que deje de jugar, que se haga más fuerte. No recibió palabras de aliento, ni preocupaciones sinceras; nadie que vendara sus heridas o le preguntara si estaba bien, pero Elaine es tan… Diferente. Su presencia es irónicamente refrescante, y no sabe cómo reaccionar correctamente a sus muestras de emoción, no sabe qué decir o hacer.

Eso le frustra demasiado, porque nunca ha tratado con alguien como ella.

Emocional.

Expresiva.

Honesta.

Tan cálida.

—¡ELAINE! — exclamó Enji, molesto.

La pelirroja se estremeció, volteando con los ojos muy abiertos.

— ¡Levántate! — bramó. — ¡Deja de tener miedo! ¡Touya no es frágil! —

Su voz resonó como una bofetada, jadeó. Sus dedos se cerraron sobre la tierra, y comenzó a temblar de nuevo: A veces bastaba con el silencio para que todo regresara.

El grito de sus hermanos.

El olor a humo.

La mirada de su madre, no de enojo, sino de miedo. Aquella fue la primera vez que lo vio. El miedo verdadero en los ojos de alguien que amaba, pero esa no fue la noche en que algo se rompió en ella.

No, eso ocurrió después.

Fue cuando su madre la apartó con brusquedad, temblando. Fue cuando la abrazó sin tocarla realmente. Fue cuando sus labios dijeron su nombre, pero sus ojos ya no veían a su hija, sino a una amenaza. «Eres peligrosa, Elaine.» Fue lo último que escuchó antes de que todo cambiara. Había pasado más de un año desde el accidente, pero la frase le quedó tatuada en el alma como una maldición que no podía ser liberada, como si su madre se la hubiera escrito con fuego en el corazón. Elaine se odiaba por lo que había hecho, y se odiaba más por lo que podía volver a hacer. Cada vez que se sentía triste, o enfadada, o incluso feliz en exceso, tenía miedo. Porque no sabía cuándo el fuego podría volver a salirse de control. No sabía si la próxima vez alguien no correría con la misma suerte.

Por eso no se acercaba demasiado a los demás.

Por eso se aferraba tanto a las reglas.

Por eso dudaba tanto de sí misma.

Porque el día que creyó que podía amar, que podía sentirse segura con su familia, también fue el día en que se dio cuenta de que podía destruirlos. «No fue tu culpa». Le repetían sus abuelos, pero ella sabía la verdad. La vio en los ojos de su madre, en el temblor de su padre; los había escuchado ceder su custodia a otros. Sus propios padres habían tenido que alejarse de ella para poder dormir en paz.

¿Y cómo se supone que iba a confiar en sí misma si nadie más lo hacía?

Porque ella sabía la verdad.

No era el don lo que era peligroso.

Era ella.

Y quizás, pensaba a veces, quizás... no merecía estar cerca de nadie.

— No me lastimaste. — Susurró el varón, viéndola desde arriba.

Elaine lo miró, como si no entendiera del todo sus palabras, como si su mente aún estuviera envuelta en el humo espeso de aquellos recuerdos que dolían respirar. Él no apartó la vista, con su expresión serena, segura, pero sus ojos brillaban con firmeza. No había en ellos ni una pizca de miedo.

— Pude haberte quemado… —

— Pero no lo hiciste. — insistió, rodando los ojos. — ¿No te lo dije? No tienes que tener miedo, no cuando estás conmigo.  — Él se sentó con las piernas cruzadas frente a ella, como si nada hubiera pasado. — Porque soy más fuerte que el viejo, y no podrás hacerme daño.

Y entonces, como si se le rompiera algo adentro, sintió cómo las lágrimas empezaban a agolparse en su garganta. No sabía qué era más impactante: que él creyera que podía resistir su poder… o que ella, por primera vez, quisiera creerlo también.

— Podemos intentarlo otra vez. — dijo. — Sin prisa.

Le tendió la mano, y Elaine la observó como si fuera lo más precioso del mundo. Mordió su labio inferior, tragándose los sollozos; Touya fue la primera persona que la miró sin miedo, que la defendió incluso cuando nadie lo hacía por él, que, a pesar de sus propias heridas, todavía tenía espacio para las de ella.  «Si me quedo cerca de ti… quizás algún día deje de tener miedo de mí misma» pensó.

Y aunque no lo dijo en voz alta, Touya pareció entenderlo.

Porque no la soltó.

Ni ese día.

Ni nunca.














































































El aire huele a ceniza.

El sol de la tarde cuela suaves rayos entre las nubes grises de invierno, tiñendo el patio de entrenamiento de un naranja sucio, mezclado con el humo del sudor y el fuego. Ya llevaban algún tiempo entrenando, todo bajo la atenta mirada de Enji, tal como la primera vez.

Cómo siempre.

Él está presente en cada entrenamiento, vigilando, analizando. Algunas veces interrumpe para corregir su postura, en otras, le enseña llaves para que las practique con su hijo; pero jamás la deja sola. Jadeó con los brazos en alto, temblorosos por el esfuerzo. Había esquivado, corrido, dando vueltas alrededor de Touya sin tocarlo. Aunque podría haberlo hecho, podía haber ganado otra vez, pero no podía, no cuando lo veía tan cansado.

Con el tiempo, aprendió que esquivar los ataques del varón, enfurecia a Enji, porque lo que él buscaba era que dejara de tenerle miedo a su don. Elaine tuvo que obligarse a atacar al Todoroki, todo para que su padre no se desquitara con él. A pesar de no verlo a diario, Sunshine sabe que Touya jamás deja de entrenar, por más agotado y lastimado que se encuentre. Los moretones y vendajes en su cuerpo son cada vez más evidentes, y cuando intenta cuestionar, él simplemente ignora la pregunta.

Él se esfuerza más que nadie para ser visto por Endeavor, pero parece que jamás es suficiente. Ahora mismo está arrodillado en el suelo, frente a Elaine. Su ropa está a medio quemar, respirando con dificultad, pero más herido por dentro que por fuera.

Y Enji, lo ve como si no valiera nada.

— ¡Deténganse! — rugió. Elaine se congela, asustada.  — Esto no tiene sentido —gruñe Enji, caminando hacia ellos como una sombra implacable.
— Touya, otra vez. ¿¡Qué demonios estás haciendo!? ¿No puedes ni siquiera seguirle el ritmo a una niña? —

La expresión del nombrado no cambió, pero sus ojos se encogieron, sintiéndose herido con cada palabra que salía de la boca de su padre.

No dijo nada.

No puede.

Porque cualquier cosa que diga solo haría más largo el castigo.

— ¡Es muy bueno en lo que hace! —exclama Sunshine, dando un paso adelante, incapaz de callar. —. Solo… solo está cansado. Entrenamos muchas horas. — insiste. — Touya no es lento, yo… —

— ¡Silencio! — grita Enji sin mirarla.
— No necesito que hables por él.

— Pero yo solo quería decir que… — balbucea con la voz quebrada.

— ¡He dicho que te calles! —

Aprieta los labios hasta formar una fina línea, mordiéndose la lengua para no volver a discutir. No está en su lugar, lo sabe, pero, ¿Cómo podría no defenderlo? ¿Cómo podría ignorar las palabras tan crueles que su propio padre le dirige? No puede simplemente quedarse callada y observar como lo destroza, porque él no ve todo el esfuerzo que Touya pone en cada cosa que hace, en lo mucho que entrena, en los sacrificios… Elaine quiere protegerlo de todos, incluyendo de su padre.

Enji se gira de nuevo hacia su hijo, sin molestarse en bajar la voz.

— Eres una vergüenza, Touya. — le reprende. — Humillante. Elaine llegó un año después y ya te superó, ¿Y tú? Estás estancado.

«Cada día más inútil. ¿Te parece justo para mí?» El menor baja la cabeza, como si la culpa pudiera enterrarse con la mirada, como si tragarse las lágrimas las hiciera menos reales. A la fémina le rompió el corazón, no por las palabras, sino por la forma en la que él se lo creía, en cómo no se defiende.

— ¡Enji-san! — alza la voz, apretando los puños. — Touya no es inútil, no es su culpa. — chilla, sintiendo sus ojos picar. — ¡Y-yo soy más fuerte! ¡M-mi don es más fuerte! —

— El sentimentalismo te está volviendo débil, Elaine. — dijo, con sus ojos tan fríos como el hielo. — Si te distraes por cosas como esta, acabarás como él.

Esa última palabra cayó como un martillo.

«Como él»

Se le encoge el pecho, mirando de reojo al pelirrojo, que sigue sin levantar la mirada, con los hombros encogidos. Siente que sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas, porque Touya sólo quería ser suficiente. Es un chico qué entrena hasta sangrar, hasta quemarse, sólo para que su padre le dé una mirada. Y luego está ella, siendo el reflejo de todo lo que Enji desea en su hijo. La niña perfecta, el legado que quiere dejar. La intrusa que, sin querer, le está robando el lugar al primogénito.

Quiso llorar, pero no lo hizo.

Porque Touya no lo hace.

Y si él aguanta, ella también.

Pero por dentro, el peso la aplasta.

El patriarca no despega la mirada de ambos, se está conteniendo sólo por la presencia de la menor. Porque cada vez que ve a Touya, ve el fracaso de un proyecto; y cuando mira a Elaine, se aferra a la ilusión de que su esfuerzo no es en vano, que alguien, al menos uno, lograría ser el símbolo de su legado.

Aunque tenga que romper a ambos para lograrlo.






























































































































































Se mira en el espejo, con el cabello húmedo cayéndole sobre la frente, goteando pequeñas gotas que se deslizan por su rostro sin expresión. Tiene los ojos enrojecidos, no por el agua caliente, sino por las palabras de su padre que aún resuenan en su mente, como un eco que no puede callar: “eres una vergüenza”  “Humillante”, “Estás estancado”. Tocó el video con la yema de los dedos, como si pudiera atravesarlo, como si al lado opuesto hubiera un Touya distinto;uno distinto, uno más fuerte.

Uno que sí fuera suficiente.

El vapor de la ducha aún empaña parte del espejo, ocultando su reflejo por momentos. Casi deseó qué se nublara por completo porque no quiere verse, no después de eso.

Suspira, saliendo del baño.

El silencio en su habitación es denso, todo está demasiado quieto, un silencio que podría romperse frágilmente. Se siente solo, pero no como cuando nadie está presente, sino como cuando uno se da cuenta de que, incluso estando rodeado, sigue siendo invisible. No importa lo que haga, nunca es nada suficiente para su padre. ¿Es tan difícil voltearlo a ver? ¿Es difícil siquiera darle unas palabras de aliento? Está acostumbrado a su rechazo, pero eso no hace que duela menos. Porque dentro suyo, sigue buscando, sigue anhelando su aprobación. Desearía una sonrisa, un “buen trabajo”. Algo, por más mínimo que sea, quiere que lo vea, que lo mire a los ojos y lo reconozca.

La puerta corrediza se abrió sin previo aviso.

No quiso girar, creyendo que tal vez se trataría de su madre, pero no. Sin decir ni una palabra, lo abrazó por la espalda; sus pequeños y delgados brazos se cerraron alrededor de él con una urgencia silenciosa. Touya se tensó sorprendido; la siente temblar, el como sus dedos se aferran a su camiseta, como si él fuera lo único que evita que se desmorone.

Elaine.

— Lo siento. — murmuró bajito. — No debí haber hablado. Solo… no pude quedarme callada, no cuando decía eso de ti.

Bajó la mirada, observando como la imagen en el espejo se distorsiona por una nueva: ambos juntos, abrazados, como dos figuras fugaces atrapadas en la neblina. Posó su mano sobre la de ella, dándole un ligero apretón.

— No importa. —respondió finalmente. — Estoy acostumbrado. — Elaine lo apretó más fuerte, con los labios temblando. Siente que si lo suelta, va a romperse, y ella no quiere verlo roto. — Gracias. —añadió él, casi en un susurro— Por intentarlo, pero no deberías estar aquí. Si nos descubren… — no terminó la frase.

No hacía falta.

Ambos sabían a quién culpará Enji.

— No me importa. — dijo con firmeza. — Quiero estar contigo. — insistió. — Somos amigos, ¿no? —

Él la observó, buscando sus iris ámbar. Es difícil decirle que no, en especial cuando su presencia es como un bálsamo silencioso en medio del caos en el que vive día a día. Ablandó la mirada al verla hacer un puchero, esa expresión infantil que tanto usa cuando quiere convencerlo de algo. Touya desvío la mirada, soltando un suspiro y finalmente asintió.

— Está bien, quédate.

Ambos se sentaron en el tatami con la espalda contra la pared, en silencio. El ambiente todavía está cargado de esa tensión suave que suele quedarse tras las tormentas, por lo que no hablaron en seguida. Sólo respiraron el mismo ahora, juntos, siendo suficiente para calmar el ardor de las heridas visibles. Eventualmente, iniciaron una conversación, una plática simple. De la cena, de como Fuyumi se la pasa regañando a Natsuo por lo desordenado que es, riéndose en el proceso. Poco a poco, las palabras aligeraron el ambiente, aunque en el fondo, ambos sabían dónde terminaría yendo la conversación.

— ¿Creés que el viejo tiene razón? — preguntó de repente, sin mirarla.

Elaine lo miró con el ceño fruncido, sorprendida.

— Claro que no, no seas bobo. — le regañó, viéndolo mal. — Eres fuerte, Touya. Sólo… es incapaz de verlo.

Él asintió lentamente.

— Tengo que entrenar mucho más para superarlo. — confesó, apretando los puños

La menor recostó la cabeza sobre su hombro, buscando su mano.

— Serás mejor que él, Touya. — dijo con suavidad, sonriendo. — Para mí, siempre serás el número uno.

Encontró su mano, suave, cálida. Él no se opuso, dándole un apretón. Desde la primera vez que habían mezclado sus singularidades, no dejaron de hacerlo; así que cuando Elaine encendió su zurda, Touya la siguió de inmediato. Su fuego, siempre controlado, brotó de su palma para mezclarse con el suyo, creando un hermoso color violeta vibrante, casi etéreo, que parecía vivir por sí mismo. Ninguno de los dos sabía la razón de aquel extraño color, pero lo tomaron como algo propio, algo único. Una marca personal que sólo les pertenece a ellos, una especie de vínculo; similar a una huella digital.

No es destructivo.

No es peligroso.

Es puro.

Único.

Una danza de llamas moradas que solo existía cuando estaban juntos. El símbolo de lo que eran el uno para el otro: compañeros, confidentes, refugio.

Aquel color se ve reflejado en los iris turquesa del varón, quien observa sus manos entrelazadas en silencio. En aquellos momentos, olvida que es un fracaso, olvida a su padre, olvida que ha nacido para cumplir con expectativas ajenas, con sueños que no son suyos. Y Elaine lo mira a él como si fuera lo más importante, y mientras ese fuego viviera en sus manos, podría llegar a creerlo. Se quedan así por un largo tiempo, observando las llamas danzar por las corrientes de aire. No hay gritos, ni órdenes, sólo ellos y ese color imposible.

Y por primera vez en mucho tiempo, Touya no se sintió solo.

Ni invisible.

Ni menos.

Solo… vivo.

La paz se vio interrumpida por el sonido del Shoji abriéndose, El susto fue tanto, que Elaine pegó un gritó y cayó de espaldas hacia atrás. Por el portal apareció Natsuo, enseñando una gran sonrisa mientras agita una caja de cartas entre sus manos.

— ¡Juguemos UNO! — dijo alegremente antes de fijarse que la fémina se encontraba allí. — ¡Genial! ¡Rompiendo las reglas, así me gusta! — exclamó.

La pelirroja le sacó la lengua al albino, lanzándole una almohada que le dio en el rostro. Las risas no se hicieron esperar por parte del hermano menor, cerrando la puerta detrás de él y, yendo a sentarse junto a ellos.

— No debes entrar así, Natsuo. — gruñó el mayor. — El viejo no sabe que está aquí.

— Claro que no, no lo sabrá. — aseguró, repartiendo las cartas. — Ha salido, una emergencia o algo así. — le restó importancia, provocando que ambos se relajaran.

— En ese caso te patearé el trasero. — contesta la infante, recibiendo sus cartas con una expresión orgullosa.

— No sueñen, el rey del uno soy yo. — niega Touya, sonriendo.

La habitación se llenó de risas en poco tiempo, debido a las trampas que hace Natsuo para ganar, como esconder las cartas debajo de su camiseta. En más de una ocasión, Elaine y Touya se unieron para lanzarle +4 al varón, evitando que gane siquiera una partida. El menor de ellos se queja constantemente antes de echarse a reír nuevamente.

No es el único que ha notado que, desde la llegada de Elaine, la casa se siente más cálida. Cuando ella los visita, pueden jugar juegos de mesa o armar fuertes en el jardín, ¡incluso la introvertida de su hermana se para jugar monopoly! Aunque sea sólo para fungir como banco, eso no es lo que realmente importa, sino, que se siente más unido a Touya qué nunca desde que ella apareció en sus vidas. Y su hermano también se ve más feliz, eso le hace feliz también.

«Espero que estos momentos no se acaben nunca». Pensó, observando cómo se ríen, aliándose para tirarle bloqueos.















































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ᴄ ᴜ ʀ ɪ ᴏ s ɪ ᴅ ᴀ ᴅ ᴇ s

◎ Shoto es el protegido de Sunshine, lo considera su hermano menor y lo cuida más que nadie.

◎ A Fuyumi le aburría ser la única niña en casa, por lo que cuando llegó Elaine se alegró mucho de tener con quién compartir sus gustos.

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˙˚˓˒˙˛ʿʾ․·‧°⋆ও ──
¡ɴᴏ sᴇ ᴏʟᴠɪᴅᴇɴ ᴅᴇ ᴠᴏᴛᴀʀ ʏ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀ, ɴᴏs ᴠᴇᴍᴏs ᴇʟ ᴘʀóxɪᴍᴏ ᴠɪᴇʀɴᴇs!

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