Capítulo tres.
Your Love de The Outfiel era, en aquella época del año, la perfecta canción que Minho necesitaba escuchar para iniciar el día de la mejor manera.
Aquella canción animaba al omega cuando se despertaba, haciéndole cantar y mover su cuerpo mientras se preparaba para salir y encontrar a su próxima cita, es decir, algún alfa o beta que lo invitara a almorzar porque moría de hambre.
Pero ese no era el caso cuando tenía resaca. Mucho menos cuando, además de la resaca, estaba en su celo. Algo que jamás le había ocurrido antes; algo que se encontraba experimentado por primera vez. Resaca y celo juntos no era una buena combinación, en lo absoluto.
Y era la cosa más horrible que le podría haber ocurrido, o al menos eso creía Minho mientras se retorcía de dolor sobre aquella cama, gimiendo sin poder controlarse, con un insoportable taladro en su cabeza que lo estaba enloqueciendo de un modo enfermizo.
Ni siquiera su música se encontraba presente como para aligerar el ambiente. Lo único que se oía en la habitación eran sus gemidos y su adolorido lloriqueo por no tener la atención de un alfa en aquel preciso instante. ¿Dónde mierda estaban cuando se los necesitaba?
Cuando el omega se percató de que nadie iría a ayudarlo, se inclinó, en medio de su contracción, sobre la cama y sólo entonces su vista acuosa distinguió un consolador sobre la mesita de noche. Su salvación.
Colocó impaciente el dildo entre medio de dos esponjosas y níveas almohadas, acomodándose de rodillas entre las mismas y sin hacerse de rogar más dejó caer su trasero sobre el juguete sexual, de modo que éste ingresó en su exageradamente humedecida entrada.
Comenzó a moverse de forma continua sobre el dildo, dándose placer así mismo, permitiendo que todos aquellos gemidos de satisfacción huyeran de entre sus labios sin problema. Sus ojos se mantenían cerrados, imaginando toda una escena porno en su cabeza, mientras que sus dedos se aferraban a aquellas almohadas que eran cómplice de su masturbación.
Cuando acabó quedó desecho. Su cuerpo entero flaqueó y cayó desfallecido sobre las almohadas, con apenas fuerzas para respirar. Su cabeza no dejaba de doler. El martillazo no cesaba. Recién en aquel entonces reparó en que siempre estuvo desnudo. No era tonto. Sabía que se ubicaba en la habitación de algún alfa o beta, pero no entendía por qué éste, sea quién sea, no había ido a ayudarlo en persona, dejándole, en su ausencia, un dildo.
¿Qué clase de alfa que tenía un omega desnudo y en celo a su merced no era capaz de follarlo? Y Minho entonces pensó, ¿por qué un alfa tendría un dildo? ¡Oh, Dios! ¿Y si acaso estaba en la casa de otro omega? ¿Había estado con otro omega? Eso era imposible, pero, ¿por qué no recordaba nada de la noche anterior?
Pronto su cabeza, envuelta de interrogantes que ansiaban respuestas, comenzó a dolerle aún peor. Era como una bomba de tiempo, y sentía que en cualquier momento explotaría. Por lo que decidió no darle importancia al asunto y, abatido por el cansancio, se dejó caer en los brazos del sueño.
El omega se despertó por el débil murmullo de pasos rondando por la habitación. Pasos que pretendían hacer el menor ruido posible, pasos que pretendían pasar desapercibidos. Pero aún así, Minho los captó, llevándose la gran sorpresa de toparse con lo que parecía ser una sirvienta.
Él se sonrojó al advertir que aún continuaba desnudo, cubierto desprolijamente por aquellas sábanas que contenían restos de su pasada masturbación. Su celo aún seguía a flor de piel, lo podía sentir, pero ya no era tan agudo como hacía, tal vez, horas antes.
La beta lo descubrió despierto y, enseguida, dejó lo que sea que estaba haciendo para dirigirse hacia la cama. De una de las mesitas tomó uno de los tantos vasos de agua que había allí siendo acompañada de una pastilla, y se lo extendió con amabilidad a Minho, a quien le tomó tiempo reaccionar y entender que eso en realidad estaba ocurriendo.
Con dedos temblorosos aceptó el vaso y la pastilla.
—¿E-esto para q-qué e-es? —preguntó tartamudeando el omega, con voz rasposa y ronca, incorporándose un poco sobre la cama. La pregunta se refería a la píldora.
—Para aliviar el dolor —respondió la beta en un tono sereno—. Está allí desde muy temprano. Alguien debió de encargarse de que la tomaras, pero, al parecer, no fue así.
Sólo entonces bebió por completo el vaso de agua, ingiriendo en el acto la pastilla. No sabía cuan sediento se hallaba hasta el momento en el que la supuesta sirvienta le alcanzó otro vaso y él se lo bebió sin dejar gota alguna.
—¿Dónde estoy? —se animó a preguntar, puesto que ni un miserable recuerdo de la noche anterior quería aparecer en su memoria—. ¿Quién me trajo aquí?
La beta sonrió de lado.
—El joven Bang lo ha traído, está usted en su mansión.
Los ojos de Minho se abrieron en su totalidad, llenándose de asombro por las palabras recién dichas por aquella mujer. Su mirada recorrió la enorme y lujosa habitación, deteniéndose en un celestial ventanal por el que se filtraba la cálida luz del atardecer. Minho quedó desconcertadamente maravillado cuando advirtió que a través de aquel cristal se lograba contemplar, desde lo lejos, el mar.
En sus cortos dieciocho años de vida se había despertado en más de treinta habitaciones diferentes con hombres con los que se había enrollado, pero jamás, jamás, se había despertado en una tan espléndida y magnifica como aquella, siendo atendido como si fuese lo más cercano a un huésped de hotel.
—¿Quién es él? Es decir, no quiero sonar descortés, pero no recuerdo nada. No sé ni cómo es que estoy aquí —explicó Minho volviendo su mirada a la amable mujer.
—No se preocupe —sonrió con cordialidad—. En breve lo conocerá, pero primero debe usted ducharse, vestirse y alimentarse. Enseguida le traeré ropa. El cuarto de baño se encuentra por allí —señaló dicho sitio con su dedo índice, y sin más se alejó llevándose con ella los vasos vacíos y una pequeña canasta.
Minho quedó perplejo. Le costó mucho entender que aquello no era un sueño. Pero aún así no dudó en abandonar la perfecta y confortable cama para correr al baño. Un baño digno de una persona adinerada. Se sintió como todo un príncipe duchándose en un sitio tan sofisticado como ese.
Y mientras se esparcía delicadamente shampoo entre sus rizos, se dedicó a imaginarse cómo era en apariencia ese Bang. Le intrigaba demasiado saber cómo era él, casi tanto como averiguar cómo fue que terminó en sus manos. No entendía. De todos los alfas o betas que lo podrían haber reclamado esa noche, y más con su inesperado celo, jamás se habría esperado que sería uno de clase alta.
Y ahí había otra cosa que no entendía, ¿qué hacía alguien de clase alta en una pobretona fiesta de las afueras de Londres? Porque Minho si recordaba haber ido allí, pero luego del cuarto porro y la quinta cerveza ya no recordaba nada en lo absoluto.
Salió de la ducha, envolviéndose en una toalla, y caminó hacia la habitación. No tardó en descubrir que habían cambiado las sábanas y dejado bien doblado ciertas prendas de ropa que aseguraba eran para él.
Se vistió despacio, olisqueando el riquísimo aroma que poseían aquellas prendas que lucían nuevas y, al parecer, no tenían nada que ver con su ropa comprada a bajo precio. Hasta inclusive le dejaron un par de zapatillas que, oh dios, eran increíbles.
Pero, ¿y en dónde estaban sus rotosas, roñosas y viejas converse? Él amaba aquel par de zapatillas, y sin duda las quería de vuelta, al igual que el resto de su ropa y su bolsito. Oh, no ¡El bolsito! Allí tenía su celular, sus llaves, su identificación. Todo.
Con la preocupación atacándolo sin piedad buscó sus pertenencias por la habitación. Siempre solía encontrar su bolsito tirado junto a su ropa en algún lugar del suelo, pero en aquel pulcro y alfombrado piso no había nada.
—No poseo esa información, luego pregúntele al joven Bang, pero primero acompáñeme a la cocina que la comida le espera —le comunicó la sirvienta cuando el omega preguntó por sus cosas.
Minho la siguió sin dejar de mirar a su alrededor, admirando lo increíblemente hermoso que era aquel lugar. Pasaron por varias puertas, muchísimas a decir verdad, y él se preguntó en cuál debía estar el millonario tipo que no había sido capaz de ayudarlo con su celo, dejándole un jodido dildo.
Él era un omega que detestaba masturbarse, puesto que él podía tener la atención de cualquier alfa que él desease cuando quisiese y más en sus celos. Y sólo por esa razón, ya lo odiaba y esperaba no volver a ver a quien quiera que fuese ese estúpido Bang.
Y habiendo pasado veinte minutos, no le importaba lo deliciosa que había estado la comida que había sido hecha por los dioses y que moría por decirle a la cocinera si podía llevarse las sobras para su casita porque de seguro no tendría nada que cenar, seguía odiando a ese Bang.
La misma sirvienta que había estado atendiéndolo todo este tiempo, lo acompañó hasta el despacho de a quién él odiaba sin siquiera conocer, y sólo entonces los nervios lo dominaron.
La mujer golpeó suavecito la tallada puerta de madera, abriéndola lo justo y necesario para asomar la cabeza y decir algo que Minho no pudo escuchar. A continuación, la misma se hizo a un lado, abriendo por completo la puerta, dejándole el pase libre al rizado, quien avanzó temeroso y con cuidado.
La puerta se cerró detrás de sí, y Minho no pudo sentirse más tímido y diminuto cuando al fin lo vio. Inesperadamente, su corazón se aceleró, volviéndose su pulso irregular. Su nerviosismo aumentó, y el hecho de que estuviera en celo no lo ayudó en absolutamente nada. Su dolor parecía querer volver, y su omega rogaba por tener el nudo de aquel alfa en su interior.
¿Iba a quedar como muy urgido si lo primero que Minho le decía era que quería que se lo follara en su escritorio ahora mismo? Probablemente sí, así que prefirió mantener la boca cerrada y bajar la mirada, sintiéndose apenado por sus atrevidos pensamientos.
Minho apenas elevó su vista con cierta ligereza cuando notó que el alfa se puso de pie, rodeó el escritorio con pasos lentos y se recargó sobre el mismo relajadamente. El omega ni siquiera se animaba a mirarlo a los ojos, se sentía demasiado intimidado y avergonzado bajo su presencia.
—¿Cuál es tu nombre? —cuestionó el alfa, y aunque su voz poseía cierta agudeza, su tono sonaba realmente autoritario. Era el tipo de tono demandante por el que uno haría de todo por complacer y evitarse problemas.
—Mi-Minho —respondió titubeante el omega, aún con la cabeza agacha—. Lee Minho.
—Bien, Minho, tengo que decirte que tú me debes mucho. Demasiado. Tu vida básicamente.
Sólo al escuchar aquello el rizado fue capaz de levantar la mirada, sorprendido, vislumbrando por primera vez el océano a través de los ojos de aquel hombre que tenía justo en frente.
—Y-yo... yo n-no sé q-qué... qué pasó.
—¿Quieres que te refresque la memoria? —preguntó Christopher enarcando una ceja. Recién en aquel instante Minho logró distinguir un cigarro encendido entre los dedos del alfa, este se lo llevó a los labios y le dio una calada—. Rescaté tu desvanecido cuerpo de un grupo de alfas que te habrían destrozado uno por uno. Es decir, un omega borracho, drogado y en celo, la perfecta carnada —explicó luego de expulsar el humo de su boca—. Y créeme, yo no soy del tipo de alfas que van por la vida salvando a omegas.
El chico de ojos verdes tragó en seco, encogiéndose sobre sí mismo mientras asimilaba las palabras de aquel castaño que emanaba un cautivador aroma que enloquecía a su omega.
Nunca le había ocurrido eso antes, entrar en celo en plena fiesta, y él jamás habría asistido de haber sabido que se le adelantaría de aquella forma.
—¿Por qué me has salvado entonces? —indagó el menor en un murmuro apenas audible, mordisqueándose el labio inferior con cierto nerviosismo.
—Por mi primo —el alfa le otorgó otra calada más al cigarrillo, expulsando el humo hacia un costado—. Tu amigo estaba herido, él necesitaba ir a un hospital, pero estaba desesperado por ti y no quería irse hasta que alguien te pusiera a salvo. Changbin recién se lo pudo llevar cuando me hizo prometerle que yo iría por ti...
—Espera, ¿qué dices? ¿Jisung está bien? ¿Qué le ocurrió? ¿En qué hospital está? Yo... y-yo n-necesito...
—Tranquilo, él está bien —lo cortó de repente—. De hecho, esta aquí, en su habitación, descansando.
—Oh, gracias al cielo —expresó el omega aliviado, sintiendo como su cuerpo entero se relajaba ante eso—. Yo t-tengo que ir a v-verlo.
—Sí, pero, te recuerdo que tienes una deuda que pagarme —comentó Christopher con seriedad apagando el cigarrillo en un cenicero—. Bueno, en realidad, una parte se lo debes a tu amigo, pero otra muy grande a mí porque yo simplemente podría haberme marchado, sin la estúpida necesidad de haber desperdiciado balas por ti.
Y de pronto, el temor se adueño de cada rincón del interior del omega, inundándolo de un inevitable desconcierto. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, luego de que el pensamiento de que podría estar frente a un asesino pasara por su mente.
Christopher pudo olfatear el miedo que Minho había comenzado a tenerle a gran escala.
—No he asesinado a nadie si eso es lo que te preguntas —al menos no esa noche, habría querido agregar, pero su intención no era que le tuviera miedo. Al menos no ese tipo de miedo—. Solo he disparado para espantarlos.
Minho asintió despacio, bajando la mirada con el temor atenuado.
—Y-yo... no sé c-cómo pagarle —comenzó a decir el omega en un tono de voz bajito—, no t-tengo dinero.
El alfa rió con gracia, cruzando sus brazos sobre su pecho, aun manteniendo su cadera recargada sobre el escritorio.
—¿Acaso crees que necesito más dinero? —la pregunta retórica hizo dar cuenta de lo estúpida que había sido la respuesta de Minho, quien solo se dio una cachetada mentalmente.
—Entonces... ¿cómo se lo puedo pagar?
—Siendo mi sumiso sugar baby.
La enorme sorpresa que recibió el omega se reflejó con mucha facilidad en sus ojos que casi pretendían salirse de sus órbitas. Luego de eso, soltó una risa llena de diversión.
—No hablas en serio —estableció Minho ansiando que aquello solo fuese una broma.
—Sí, hablo muy en serio —concluyó el alfa de ojos azules manteniendo una expresión solemne, haciendo que todo rastro de diversión abandonara el rostro del omega.
—No, yo no soy sumiso. Jamás lo seré —aseguró este disgustado, cruzándose de brazos, recargando todo su peso sobre una pierna.
Por primera vez en el día, hablaba sin el miedo atascado en borde de su garganta, sin ningún tipo de arrepentimiento, ni mucho menos intimidación. Por primera vez, desde que había entrado en aquel despampanante despacho, se atrevió a mirarlo con una expresión desafiante, enviando toda aquella timidez a un segundo plano.
—¿No? —quiso corroborar Christopher su respuesta, examinándolo con una ceja enarcada y la mandíbula tensa.
—No.
—Entonces, quítate la ropa que no te pertenece y lárgate de mi propiedad de inmediato —espetó de repente, frunciendo el ceño, mirándolo con verdadero enojo.
—Pero... ¿y mi ropa? ¿Mis cosas? —preguntó Minho con un hilo de voz, sin evitar volver a sentirse intimidado por el mayor.
—Tu ropa estaba totalmente destrozada y contigo no cargabas ninguna pertenencia —contestó bruscamente, sin un atisbo de amabilidad, y a continuación regresó a su asiento frente al escritorio—. Quítate todo y vete. Ya. Tienes tres segundos para desaparecer de mi vista. Uno...
—¿C-cómo que n-no...? Pero, mi celular... mis cosas —su voz se quebró de repente y su mirada se cristalizó. No, no, no, no. No podía ser posible. En su bolsito estaba su vida entera.
—Dos...
—Ni siquiera sé dónde estoy... y no sé cómo regresar... y Jisung... —las lágrimas ya habían comenzado a brotar de sus ojos, siendo una clara muestra de todo aquel dolor que le estaba produciendo la horrible situación.
—No es mi problema —expresó el alfa con seques, sin siquiera tener un mínimo rastro de compasión—. Pero, en cambio, si aceptaras ser mío, sí sería mi problema. Uno que resolvería muy fácilmente obsequiándote la ropa, dejando que te quedases y veas a tu amigo, comprándote un celular nuevo y dándote todo aquello que más desees. Queda en tus manos.
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