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I

Cuando ella nació
el mundo se estremeció.

No fue una chispa, fueron rayos.
Eso significaba que la hija de Zeus
había renacido después de siglos.

Entonces, la madre de la primavera,
se presentó a reclamar su cuidado.

CAPÍTULO UNO
Tormenta.

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Cerca de los límites del templo Dyurno, se encontraba el hermoso santuario de la tierra, Arcadia. Allí era el lugar donde las hijas de la mujer disfrutaban, vivían y gozaban. Deméter siempre era la mujer encargada de velar por las tres jóvenes que parecían estar completamente en sintonías tan diferentes, pero fáciles de sobrellevar, a pesar de todo, la mujer se mantenía estoica cuando los enfrentamientos entre las mismas se daban sin anticipación. No podía controlar el poder de las tres al mismo tiempo, sin contar que Twyla era la primera en iniciar un pleito. 

Entre las tareas más atareadas que tenía la diosa de la agricultura, era cuidar del poderoso rayo de luz que menaba su presencia, provocando que el clima se alterara seguido de atraer la presencia de Poseidón a su hogar quien reclamaba ver a su sobrina con mucha impaciencia. Y si bien no tenía una forma aún, el agua siempre provocaba la curiosidad en la joven rubia que amaba detenerse allí conversando con la nada, pero Deméter se oponía a tal contacto, provocando la ira de la hija de Zeus. 

Cuenta una leyenda humana, que al llegar una tormenta, si el cielo se volvía gris, era un indicador de que su poder se manifestaría como una mera advertencia de las realidades que podrían acontecer en el miso momento. Sin embargo, si esta decidía volverse de una tonalidad azulada fuere, entonces eso significa que la tormenta comenzaría más pronto que la luz radiante que emitía como reflejo de si misma. ¿Era cierto? Posiblemente, nadie nunca confirmó que las leyendas eran fragmentos de vidas pasadas donde el destino parece llevarse el odio de todos, o donde la luz, en realidad, adora reclamarse como rey de quien sabe que reino.

Aquel día, Deméter había discutido a muerte con la cosecha, en persona, dejando que la ira la consumiera hasta el punto de que el odio respondió por ella las respuestas que tanto detestaba aceptar, y en una huida relativamente rápida, esa pequeña tormenta había terminado por desaparecer de su condominio. La diosa se sentó en aquel trono cubierto por enredaderas donde crecían las flores favoritas de la menor, suspiró. «Passiflora», la flor más extraña era llevada como símbolo de corona por parte de una rubia que amaba dejarles regalos pequeños a los arboles que se movían al notarla. «Zeus», y así como lo mencionó, toda planta viviente se había convertido en ceniza. 

Lo odiaba por haber traído a su pequeña luz de vuelta a la vida, pero no era ella. Iresa acataba a sus palabras, amaba cuidar de ella, pero todo había quedado bajo el suelo cuando ella se enamoró de un soldado del propio Hades, llevándosela con el a los Elíseos, donde nadie le aseguró cuantas veces ella contó las estrellas si sus pensamientos estaban en paz, o si alguna vez vez, tan solo una milésima parte de ella estaría luchando entre la vida y la muerte. Deméter lloró, pero el poderoso estruendo de una tormenta creciente trajo consigo un caos interno que provoco su llanto, y con ello el insólito recuerdo de que alguien seguía fuera. 

«La pequeña», recordó rápidamente. 

── ¡Twyla! ──gritó provocando que las plantas la buscaran inmediatamente por toda Arcadia.

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Clío observaba desde cierta distancia aquella figura diminuta caminar de aquí a allá, mientras en su mano se posaban miles de pergaminos que parecía cargar con gracia, se fue acercando hasta escuchar la verdadera rareza impuesta por la princesa de rayo, la cual había quedado revelada debido a su gran ira. Si Zeus estuviera allí mismo, seguramente estaría apoyándola para calmarse, o simplemente le enseñaría cosas de su pasado, porque reconociéndolo, podría ser un perfecto imbécil, pero tenía sus mejores cartas reservadas. Aunque algunas salieran relativamente mal. La pequeña rubia solo vestía ropajes masculinos, su entrenamiento era esencial aunque aún la diosa de la cosecha nunca le haya dicho que prefería verla vestir de rojo como si fuera una moda obligatoria. Algo que Twyla, detestaba. Su padre, seguramente hubiera dicho «oh tormenta, el blanco y el rojo son tu bandera de guerra», pero Deméter simplemente sonreía con tal de verla bailar entre las flores, echarse agua en el rostro mientras su sonrisa crecía. Pero todo eso comenzaba a cambiar, y las ninfas habían decidido criar a cada una de las niñas por separado. Echo cuidaría de Aisling, Aretusa de Nurgül, y Clío de Twyla.

Tal como lo habían hecho con Iresa, aunque con ella fue un caso totalmente diferente, porque vivir en la tierra, no era su tarea favorita. Pero las ninfas reconocían a la tormenta cuando la veían, y Twyla, estaba profundamente calmada, pero furiosa. Al menos ambas rubias compartían algo en común. Por otra parte, la pequeña rubia apretaba el verdoso césped con las manos, levantaba la tierra con fuerza provocado montículos relativamente grandes, mientras en su interior se desataba un odio que nadie podría frenar. «Lo había hecho, le había abandonado». Esa era la única historia que la niña podía repetir en su cabeza cada vez que alzaba sus puños y golpeaba con fuerza cada roca que observaba ─ni hablar de como la tierra se metía entre sus dedos─ ante su mirada invaluable, el silencio festejaba sin invitación en su reinado. ¿O quizá estaba loca?

La mujer se detuvo ante sus disputas internas, Clío alejó pensamientos radicales que seguramente la atormentarían más tarde. Twyla era una niña valiente, fuerte, pero llena de vida que sería capaz de causar un caos para probar su punto de vista sobre las cosas. Su antepasada era idéntica a ella, ¿por qué su recuerdo tenía que doler tanto? Tal comparación era llevada a cabo dentro de su mente que no pretendía llenarse la cabeza de cuentos pasados, porque cuanto más creía lo contrario, necesitaba simplemente pensar con claridad, atar cabos. ¿Qué era todo esto? Twyla, la tormenta. Nurgül, la belleza salvaje. Aisling, la cura de los dioses.

Sin embargo, esto se complicaba aún más, y era momento de llevarla a dónde verdaderamente podría estar cómoda. Avanzando con seguridad hacia la rubia, apoyó sus manos en sus hombros deteniéndola lentamente.

──Twyla ──le llamó.

── ¿Por qué me prohíbe ser como yo quiero? ¿Por qué debo hacer todo lo que ella me ordena?

──Deméter quiere cuidar de ti, tiene miedo que...

── ¡Yo no soy Perséfone! ──estableció mientras la tormenta se alzaba en un perfecto ojo azulado, donde los matices grises gobernaban a su alrededor. 

Clío asintió ante su respuesta, tomando sus manos dejó en ellas un preciado amuleto que brillaba con cada refusilo que mostraban los rayos, dejándole Twyla un hermoso brillo en sus ojos verdosos, los cuales solían desprender mucha más confianza que su padre. «Si esto fuera una pelea por el trono, sería una masacre con ella en los ejércitos», pensó rápidamente la musa encargada de cuidarla. Suspiró, ya era hora. 

──Es el momento, Twyla ──susurró dejando a la menor confundida, pero llevándola de la mano, dejó que la tormenta le mostrara desde el monte como en Grecia, el Santuario donde la reencarnación de Atenea, entrenaba un chico que parecía estar teniendo dificultades con algunos niños. 

── ¡Mira Clío! ──señaló con una sonrisa al verlo, acercándose más al borde ──. Él está...

── ¡Twy-twy ten cuidado! ──advirtió demasiado tarde la joven Musa al ver como la figura de la rubia se deslizaba por el monte a una velocidad de lo más rápida. 

La pequeña rubia se deslizo por el acantilado hasta que sus gritos se oyeron llamando la atención del chico que al verla por encima de él, frunció el ceño ligeramente hasta ver que recibiría una caída fea si no hacía alfo, por lo que llevándose la peor parte del trabajo, la atrapó quedando sorprendido al ver que ella estaba concentrando su fuerza para no caer, mientras que ambos se encontraron en las miradas del otro, suspendidos por varios minutos en silencio, se separaron de golpe aún estando en shock. Clío, quien había bajado en su forma humana rumbo a ellos, mencionó su nombre en alto, pero el niño solo parecía estar en silencio. 

── ¡Lo siento mucho! ──se disculpó la rubia provocando un escalofrío en la Musa. 

¿Acaso el chisme que rondaba por los labios de Erató sería verdad? ¿Twyla se enamoraría de la furia en persona? Imposible, ¿ella tendría que enamorarse de...?

──Estas bien, es lo que importa ──él le sonrió.

La rubia sonrió, provocando que la gente a su alrededor los quedara mirando sin entender mucho, hasta que los susurros comenzaron a terminar con la presentación de ambos. El joven incómodo por aquella desdicha, cerró los ojos enfadado. Twyla, por su parte, calló a todas las bocas, aún sin conocer la identidad de los verdaderos desconocidos.

── ¡A callar! ──sentenció en una amenaza de lo más asegurada ──. Si todos queréis seguir vivos, mejor mantengan su boca cerrada.

──Twyla ── le volvió a llamar Clío, en reproche por sus habladurías. 

── ¡No, Clío! ──dijo enfadada ──. ¡Tu me lo enseñaste! Si las personas quieren respeto, debes exigirlo, ¿cómo es posible que seres como ustedes se quejen de alguien que no tiene la culpa de acciones de otros más grandes a él? ¿Acaso piensan que todos somos adivinos? Si él tuvo una razón para creer o no, perfecto. ¿Pero deben culparlo por las acciones ajenas? Dan vergüenza, ¿y a ustedes Atenea considera seres humanos?  ──determinó en susurros dejando a la vista un montón de malas caras, personas abucheándola──. Ahora, si vuelvo a ver alguna de sus ridículas caras moviendo los labios para mencionar la culpa a un individuo que lastimosamente no tuvo la suerte de todos, entonces haré que mis rayos se encarguen de uno por uno, y créanme, soy perfectamente capaz de alimentar a mi tormenta con sus almas. 

Un sepulcral silencio se formó allí, dejando que la Musa quedara boquiabierta. ¿No era la primer vez que venía al Santuario? ¿Será que Shion de Aries ya la conocía? Ella no estaba capacitada aún, ¿entonces por qué...?

──Ahora, ¡largo de aquí! ──los echó la rubia.

── ¿Por qué me defiendes? ──peguntó el castaño al verle sin entender.

──Porque se lo que se siente que te echen la culpa por algo que no hiciste.

Clío trago grueso, al parecer estaba en problemas.

── ¿Cómo te llamas? 

──Twyla ──sonrió la rubia mientras lo miraba directamente a los ojos ──. ¿Y tu eres? 

El niño tosiendo un poco, le dedico su mejor saludo acompañado de un jovial saludo.

──Aio... ──comenzó, pero se detuvo al instante ──. Soy Aioria, futuro caballero de Leo.

Entonces, fue la Musa que cayó al suelo intentando tragar aire con fuerza, acaparando la mirada de ambos menores que intentaban ayudarla, a consecuencias de esto, solo esperaba que la segunda profecía no fuer la que esperaba, porque sino, Aretusa sería la próxima a quedarse sin cabello. Ni hablar si Echo llegaba a enterarse de los poderes de Aisling.

Ahora, no solo la tormenta causaba estragos, sino su fatídico destino. 

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