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𝟔 ━ Magia para Principiantes.

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𝐌𝐀𝐆𝐈𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐏𝐑𝐈𝐍𝐂𝐈𝐏𝐈𝐀𝐍𝐓𝐄𝐒

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A la mañana siguiente, antes de siquiera ser las ocho, Agatha ya estaba vestida.

Subió a cubierta y encontró a varios de sus compañeros apreciando el amanecer que se alzaba lentamente en el horizonte. El sol no había salido aún, pero se filtraban pequeños rayos de luz de entre las nubes lo que le daba un perfecto matiz de color al cielo. Caminó hasta sentarse en la barandilla del barco y contempló el amanecer.

Escocia era muy bonita, le gustaba la tranquilidad que se sentía.

Pero la tranquilidad no duró mucho, siendo perturbada por alguien empujándola un poco para que perdiera el equilibrio. La chica se tambaleó y se agarró del hombro del rubio para evitar caerse al lago. Aleksandr soltó una risa mientras la ayudaba a recobrar el equilibrio.

—Detente, Sasha —Agatha estaba ligeramente molesta, pero también se rió dándole un golpe sin mucha fuerza en el brazo.

—Lo siento, vi la oportunidad y la tomé —Alek se recostó en la barandilla junto a la chica—. ¿Por qué estás despierta?

— ¿No puedo ver el amanecer? —Agatha le dedicó una mirada inocente.

Agatha supo que su mentira no convenció a Aleksandr. Aleksandr Sokolov la conocía desde que tenía siete años.

Su madre, Ekaterina Sokolova, era una dedicada activista de los derechos de los magos nacidos de nemagicheski, que era la palabra que se utilizaba en los idiomas eslavos para designar a las personas sin magia, y en sus años estudiando en la escuela rusa de magia y hechicería, Koldovstoretz, conoció a Natalya Krum a quien también le interesaban el activismo.

De hecho, ambas madres no se mostraron del todo convencidas en que sus hijos asistieran a Durmstrang, un instituto en donde a los que ellas defendían no eran aceptados, pero encontraron el punto de inflexión cuando pensaron en que sus hijos podrían mover la marea y cambiar el pensamiento de muchos, compartiendo sus ideales.

La amistad de sus madres fue básicamente heredada a ellos. Aleksandr conocía a Agatha demasiado bien, como si fuera su hermana, y sabía perfectamente que algo la estaba molestando en el fondo de su mente. Decidió no decir nada y se quedó junto a ella hasta que el nuevo día llegó confiado en que se lo diría cuando ella se sintiera segura.

Pasaron algunas horas hasta que los estudiantes de Durmstrang decidieron ir al vestíbulo de Hogwarts. Un poco más de la mitad ya había metido su nombre en el cáliz la noche anterior, incluyendo a Aleksandr.

Agatha, Viktor y unos cuantos más no lo habían hecho aún. La chica llegó al atrio junto a su hermano. Había más personas de las que se esperaría un sábado en la mañana de Halloween. Aglomerados en la sala, se encontraba una multitud vitoreando y riendo de algo que Agatha no podía ver.

La presencia de los búlgaros forzó al alumnado a abrir paso y se callaron. Ella entró inexpresiva, sin temor a nada y repartiendo ojeadas de apatía. Cuando la multitud se dividió, pudo divisar qué era lo estaban mirando.

En el suelo, revolcándose, peleando y gritándose el uno al otro, había dos ancianos de barbas blancas. No lo entendió, creyó que se trataban de dos profesores del colegio arreglando un altercado. Los ancianos no se detuvieron ni percibieron a los Krum ingresar en la sala.

Se sacó del bolsillo del pantalón el pedazo de pergamino. Escrito en búlgaro, se leía con su caligrafía estilizada «Агата Крум. Дурмстранг» «Agatha Krum, Durmstrang». Jugueteando con el pergamino en sus manos y llenándolo de suerte, esperando ser elegida por el hechizado cáliz, Agatha observó cómo su hermano se le adelantaba. Con su mirada acostumbrada, amenazante, atravesó el anillo dorado que rodeaba al Cáliz de Fuego y arrojó con firmeza el papel con su nombre.

Ella lo imitó, sintiendo los ojos que se le clavaban desde todas las direcciones, como dagas, marchó rompiendo la línea de edad. Tomó un gran respiro y cerrando los ojos, dejó caer el pergamino dentro de las llamas danzantes de la copa.

Después de eso, se introdujeron en el gran comedor, sentándose en el mismo lugar, para desayunar. Por instinto, sus ojos azules viajaron a la mesa en el otro lado de la sala esperando encontrar a Weasley, pero solo se toparon con gente que no conocía y con el ostentoso, pero fácil de pasar desapercibido, Harry Potter.

Sus hermanos de instituto comían desordenadamente, llenándose el plato y hablando con la boca llena. Ella ya estaba acostumbrada, pero los varones se ganaban algunos murmullos reprobatorios de parte de los demás. Poliakov se ensució la ropa, de nuevo.

Al momento que terminaron de desayunar ya se habían hecho un poco más de las diez y media, le informó a Viktor que iría a explorar un poco y se levantó de la mesa, saliendo a caminar por la salida principal. Observaba la indecisión de algunos jóvenes en acercarse y ofrecerle su compañía, ninguno había sido tan valiente como Weasley. Salió al exterior antes de que alguien se decidiera.

La nota que le había entregado el pelirrojo era bastante ambigua. No especificaba en qué parte se suponía que estaría esperando (si es que la esperaba). Cuando llegó a un lugar en donde estaba segura de que la vería, se dio cuenta que por la línea de la costa no había nadie, pero aún era temprano.

Exploró la costa por algunos metros hasta decidir sentarse en unos troncos caídos en el suelo cerca del espeso bosque. El cielo estaba nublado y hacía frío. Aunque a ella no le molestaba, en realidad, estaba acostumbradas a temperaturas mucho peores. Se quedó mirando el cielo un rato. Pensó bien en lo que le diría cuando lo viera y pensó mucho más en las posibles intenciones de él. ¿Qué esperaba de ella en esa primera interacción?

Se hicieron las once. Once y cinco. Once y quince.

Once y veinte. Once y treinta. Once y cuarenta y cinco.

Estaba siendo paciente, mucho más paciente de lo normal.

Se levantó a caminar en círculos y a estirar las piernas. Empezaba a aburrirse de esperar. Ensayó sus primeras palabras hacia Fred. Se sentó de nuevo. Tarareó las tres estrofas de una canción. Practicó magia sin varita (no salía bien).

Cuando se hicieron las doce, Agatha comprendió la realidad. Él no vendría y ella estaba haciendo el ridículo y perdiendo el tiempo. Suspiró, irritada, sin entender por qué él se había tomado la molestia de convocarla ahí para plantarla. Eso era nuevo para ella y se ofendió profundamente. No importaba si sonaba arrogante, Agatha estaba acostumbrada a que la gente la siguiera, que siempre la esperara, y una que otra vez, ser ella quien dejara plantada a las personas.

«Es el Karma» ―pensó burlándose de sí misma—. «Tarde o temprano iba a suceder»

Poniéndose de pie, se enredó la bufanda en el cuello y con la cara levantada –dispuesta a no contarle ese acontecimiento embarazoso a nadie nunca– se marchó delineando la costa hacia el castillo.

Y entonces alguien empezó a gritar a sus espaldas. Gritaban su nombre tan fuerte que ella creyó que el suelo se zarandeaba bajo sus pies y que la superficie del agua oscilaba, pero por mucho que gritara, Agatha no se volteó. Si alguien quería llamar su atención, gritar como un desquiciado no iba a lograrlo. Como ella no se volteaba, escuchó como empezaron a correr más para alcanzarla. Agatha se detuvo abruptamente cuando un par de brazos la jalaron hacia atrás, y antes de que la chica pudiese distinguir a su vociferador personal, lo golpeó en la cara con fuerza.

― ¿Pero, qué...? ―Fred Weasley se agarró el rostro casi instantáneamente del golpe de la búlgara. Agatha abrió la boca y la cubrió con la mano, dándose cuenta de que no había medido su fuerza.

El chico estaba acalorado por la carrera, parecía que había corrido varios kilómetros. El rostro femenino de la chica adoptó un rubor rojo como el de una cereza, sintiéndose apenada y al mismo tiempo encrespada.

― Es la segunda vez que nos vemos y es la segunda vez que me golpeas ―Fred se estaba riendo fuerte. Agatha ladeó la cabeza confundida y pensó que era un extraño mecanismo contra el dolor.

Analizando al pelirrojo se dio cuenta que tenía las puntas del cabello blanco y pequeñas vendas en su cara. Fred se quitó las manos de la cara y movió la mandíbula poniéndola en su lugar, miró a la ojiazul con una sonrisa que ella juró que estaba diseñada para derretir. Por un momento se olvidó de que la había dejado plantada y a ella también se le salieron un par de carcajadas.

― ¿Te hice daño? —preguntó.

―Me dolió un poco, pero te felicito por tu gancho. Muy certero. No eres la primera con la que me he peleado hoy.

Entonces Agatha recordó que estaba molesta y que la había dejado esperando más de una hora. Su postura se volvió defensiva.

―Me alegro no haberte hecho daño ―dijo, suprimiendo la sonrisa que había dejado atrás la risa. Se cruzó de brazos y su rostro forzó un entrecejo fruncido—, ahora no me siento mal al decirte que tu invitación expiró.

— ¿Qué?

—Tu invitación —repitió ella—, era para las once. Son las doce y siete, ya expiró. Supongo que me querías dejar plantada y te arrepentiste a última hora. Bueno, ahora tengo cosas qué hacer y...

― ¡Espera, no! —se apresuró a decir el pelirrojo—. No, no. Te juro que tengo una explicación. ¿Cómo te iba a dejar plantada? En realidad, pensé que no aparecerías. Es una locura que estés aquí. Mi tardanza se debe a una historia graciosa. Déjame contártela. Te prometo que te vas a reír.

Fred juntó las manos en una súplica, sonrió de nuevo y la dejó indefensa.

—Espero morirme de la risa —dijo Agatha aceptando y poniendo una expresión accesible en el rostro.

Estaba un poco avergonzada de la situación para ser honestos. La idea de arrojarse a las turbias aguas del lago para ahorrarse la vergüenza y la incomodidad le pasó varias veces por la cabeza.

Sus delicados dedos bailaban en un compás intranquilo en su regazo. Conforme la temperatura bajaba, la gentil brisa de otoño ganaba intensidad y soltaba pequeñas hebras de cabello oscuro de su peinado semirecogido, pegándoselas a la cara.

Los adolescentes estaban sentados en los troncos roídos a la orilla del lago. Fred no podía mirar a Agatha, y las palabras de disculpa por el golpe que ella quería proferir se le pegaban a la lengua y se rehusaban a dejar sus labios. No sabía por dónde empezar. El silencio entre los dos era ridículo porque en sus mentes ambos habían imaginado escenarios y respuestas a lo que pasaría. Por supuesto, nada los podía haber preparado para esa serie de eventos. Lo que salió de la boca del pelirrojo fue simple.

—Lamento haberte hecho esperar.

Él también estaba avergonzado. Había planeado con pulcro detalle qué era lo que iba a hacer cuando la viera. Estaría ahí temprano antes que ella, la impresionaría contándole que había burlado el elaborado hechizo de edad creado por Dumbledore, y desde ahí podría seguir para ganarse su confianza. Tendría las palabras perfectas listas para cautivarla, cómo siempre. Sin embargo, ahí estaba. Sin palabras. Por primera vez, todo le había salido mal. En pergamino el plan se veía a prueba de tontos.

—Lamento haberte golpeado en la cara — Agatha arrastró las palabras con voz melodiosa.

—Me lo merecía.

—No te lo merecías, digo, sí te lo merecías un poco, pero no tanto. No debí haber hecho eso. Intento no ser tan agresiva —la chica soltó una risa angustiada, mezclando sin darse cuenta las lenguas—. Lo lamento.

—No tienes que disculparte. En serio, mírame, estoy bien.

Agatha, quien tenía la mano cubriéndose el rostro, empezó a abrir los dedos para que la visión de Fred se colara entre ellos. Fred le sonreía y mostraba su cara con orgullo aunque las vendas no ayudaran a que sus palabras tuvieran más veracidad. Él con delicadeza la mano de Agatha que cubría su rostro y la removió con cuidado.

Ella examinó con cautela la cara pecosa del muchacho buscando algún moretón en el lugar donde lo había golpeado, pero no había ninguna marca aparente. Todavía.

— ¿Qué te pasó en la cara de todas maneras? —Agatha le quitó la mano rápidamente como si la cara del chico la hubiese quemado.

— ¿Aparte de tu puñetazo? —la chica le dedicó una mirada ceñuda—. Estoy bromeando, estoy bromeando. ¡Ah! Te tengo una explicación muy lógica. Pues verás...

Fred Weasley contó la historia —unas treinta veces más exagerada— de cómo había sido su fallido intento de meter su nombre en el cáliz de fuego. Mientras hablaba, ella no despegó ni un segundo su mirada de él. Inspeccionó con detenimiento las facciones del muchacho guardando en su memoria cada rasgo para que no se perdiera en el abismo de su mente.

La cara de Fred Weasley tenía cierto encanto para Agatha, las pecas regadas en sus mejillas hacían verlo jovial, travieso. Tenía rasgos diferentes a todos los chicos que la chica había conocido antes. Obviamente, ella pensó que su plan de violar el anillo de edad no iba a servir, pero lo escuchó con atención. Fred movía las manos en el aire tratando de hacerla entender todo lo que había pasado, incluyendo su visita a la enfermería.

— ¿Qué te hizo pensar que podías quebrantar ese hechizo? —Agatha entrecerró los ojos con curiosidad.

—Si te soy honesto, a veces tomo malas decisiones. Tengo la mala costumbre de creer que no hay nada que no pueda hacer —la boca de Agatha dibujó una leve sonrisa—. De acuerdo, Agatha Krum, todavía es temprano. ¿Aún te gustaría un recorrido por Hogwarts? No creo poder mostrarte todo, pero te prometo que seré el mejor guía que puedas desear.

El cobrizo se levantó de un salto, se sacudió la ropa y le tendió la mano a la castaña. Ella vaciló. Su cabeza le recordó las alertas previas, alguna voz lejana le advertía que quizá estar allí era una mala idea. Miró la mano del muchacho, luego sus ojos avellanados que la miraban expectantes. Ya era demasiado tarde para retractarse. De hecho, no quería hacerlo.

Y, callando todas las voces en su cabeza, aceptó la mano que él ofrecía.

Hogwarts no se podía comparar con Durmstrang. Era tan grande, que ni aunque Agatha caminara días enteros sin descanso podría recorrerla completa. Las miradas de extrañeza los alumnos de Hogwarts no se resistían, especialmente dedicadas a Fred. Por qué la chica Krum había decidido pasar su tiempo con él era un misterio para ellos. Se preguntaban qué había hecho para lograrlo, pues para ellos, Agatha les resultaba inaccesible, inalcanzable. Como la luna en el cielo.

A lo que Agatha y Fred menos prestaban atención era a los vistazos entrometidos. Estaban perdidos en el otro. Él era un apasionado por Hogwarts, tenía una anécdota divertida para cualquier lugar por el que pasaban. Agatha se encontraba a sí misma riéndose con naturalidad. Fred nunca le diría que algunas cosas las había inventado solo para escucharla reír de nuevo.

Sin darse cuenta estaban caminando por los jardines junto al campo de Quidditch. Éste era gigantesco y Agatha estaba segura de que los partidos disputados ahí eran grandiosos. En Durmstrang solo se podía jugar en verano porque las tormentas de nieve frecuentes y escasa luz del día impedían jugar apropiadamente.

—Debo saldar mi deuda ―recordó súbitamente.

Después del accidente con la bludger, a Agatha se le hacía diez veces más difícil recordar las cosas. Se olvidaba de los nombres, caras, de cosas que había visto antes, incluso de cosas que estaba haciendo. A veces se encontraba en medio de una habitación sin saber que tenía que hacer. Cosa que le preocupaba porque su memoria contantemente le robaba recuerdos.

Curiosamente, a pesar de que se le escapó su nombre, el rostro de Fred estaba grabado en el desastre de su cerebro, incluso a pesar de todo lo sucedido el día que lo vio por primera vez. El recuerdo de Fred se rehusaba a caer en el olvido.

— ¿A qué te refieres?

—En los mundiales. Cuando apostamos, perdí. Supe que Bagman no ha pagado ninguna de sus apuestas. Creo que lo apropiado sería pagar mi deuda contigo y con tu hermano gemelo. Debo aceptar la derrota.

A Fred le resultaba difícil creer que Agatha Krum se recordara que lo había conocido. Tenía la firme creencia de que entre tanta gente que se cruzaba con Agatha él no tenía relevancia alguna. Hasta pensó que ella ignoraría su invitación, porque, después de todo, seguramente Agatha Krum tenía mejores cosas que hacer. Pero la suerte le sonrió ese día.

―Tienes razón, el desgraciado pagó con oro de duendes. Pero, no tienes que preocuparte, no importa ―dijo Fred con una sonrisa de lado.

—Para mí importa. Ese día, he de admitir, que me pasé de bocona. Me gustaría pagarte los cincuenta galeones.

—Técnicamente no perdiste, pero de cualquier manera, no recibiré ni un knut de ti.

—En ese caso, se los daré a tu hermano. Estoy segura de que lo aceptará con gusto. Viktor dice que siempre debemos aceptar la derrota —Agatha estaba decidida—. ¿Tú tienes más hermanos? ¿A parte de tu gemelo?

Fred soltó una risa sonora y asintió con la cabeza.

—Oh, sí, tengo otros cuatro hermanos y una hermana.

— ¡Ah! Suena como mucho trabajo. Yo no me imagino tener que convivir con más hermanos, me basta con Viktor.

—Viktor y Agatha Krum —Fred pronunció con un tono ostentoso como si estuviera nombrando una marca costosa de perfumes―. Discúlpame, todavía me cuesta creer que te conozco y que estamos caminando juntos en Hogwarts. Di por seguro de que no te volvería a ver más.

―Yo pensé que con todo lo que pasó ese día, no te acordarías de que me habías conocido.

― ¿Olvidarte de ti? ¡Jamás! Y eso es por dos razones. Uno: ¡Eres la cazadora más famosa del mundo! Y dos: Eres la chica más hermosa que haya visto en mi vida.

Ambas de esas declaraciones eran muy exageradas y a Agatha le tomó por sorpresa ese comentario. Abrió sus ojos azules con ligero desconcierto y logró emitir una risa aguda.

No era raro que hicieran énfasis en su apariencia. El halago de Fred no resultó fastidioso o falso, lo sintió diferente por una razón que no comprendió al instante. Lo aceptó en silencio, permitiendo que sus mejillas se tintaran de rosado y ardieran, haciéndola sentir infantil.

—Tú sabes, de una manera muy respetuosa —se corrigió Fred, al ver el semblante de la chica y dándose cuenta de que había dicho eso en voz alta—. Lo siento, no quise...sí me pareces hermosa, pero...

― ¿Juegas al quidditch? ―Agatha se las ingenió para que palabras cuerdas dejaran su boca y que él no siguiera intentando explicarse.

— ¡Quidditch! Sí, claro, no creo ser tan bueno como tú. George y yo somos golpeadores ―Agatha se esforzaba para recordar quién era George―. Jugamos para el equipo de nuestra casa. El año que viene esperamos ganar la copa de las casas.

Era físicamente imposible que Fred fuera capaz de enseñarle todo el castillo a Agatha en una tarde. Así que después de caminar con ella por un veinte por ciento del castillo, naturalmente terminaron en el patio del viaducto. Se sentaron en unos bancos de piedra.

―Bueno, me parece que ya te conté demasiado sobre mí, ahora dime algo sobre ti ―instó Fred, sonriente, estirando las piernas y no perdiendo a Agatha de vista.

― ¿Sobre mí? Bueno, nací en Nesebar, Bulga...

―Sí, eso no va a servir ―el pelirrojo la interrumpió―. Esto no es una entrevista para Corazón de Bruja, eso lo podría conseguir en la revista de mi hermana. Me gustaría saber...uhm... ¡Quiero saber qué te gusta! ¿Qué comes? ¿Cuál es el sentimiento en tu estómago cuando ves fuegos artificiales?

Ella no podía ubicar la última vez que le preguntaron algo así. Fred tenía razón, la joven tenía respuestas genéricas de entrevista cuando preguntaban sobre ella. No era que no quisiera compartir sino que era reservada por comodidad. Además eran pocos los que mostraban genuino interés por saber más de ella de lo que era conocido.

Deliberó unos segundos antes de responder, y llegó a la conclusión de que le gustaría hablar sobre sí misma con una soltura que no era muy común.

―Me gusta dormir de más. Duermo tanto que, a veces, puedes creer que me morí, pero no. Excepto cuando tengo que entrenar, sólo entonces me gusta madrugar. Mi comida favorita es la banitsa ―en la cara del pelirrojo se dibujó una mueca de confusión, así que la chica trató de explicar―. Es algo así como un bollo con... kak kazvate¹? ―Agatha intentaba conseguir la palabra equivalente en el inglés― Sirene²...sirene es un tipo de... ¡queso! Es un plato muy popular en Bulgaria y mi madre no es la mejor cocinera, pero prepara el mejor banitsa que he comido en mi vida.

Fred Weasley estaba fascinado, a pesar del esfuerzo que requería entender a la castaña, deseaba escucharla hablar por horas. Su acento búlgaro y el esmero que hacía para traducir le resultaron adorables. Casi se sentía flechado.

―En cuanto a los fuegos artificiales, me encantan ―aseguró ella―. Me hacen sentir que las estrellas caen del cielo para brillar solo para mí.

―No entendí mucho, pero lo que seas que digas, estoy de acuerdo.

Agatha rió, asintió, ella sabía lo desastroso que era su acento y lo dificultoso que resultaba entenderla a veces. Esperaba que ese curso en Hogwarts la ayudara a mejorar eso.

―Dime algo sobre ti, es justo que lo hagas ―pidió Agatha.

―Bueno, pues mi vida no es tan interesante como la de una cazadora de talla mundial, pero tengo mi propia fama aquí en Hogwarts. Mi gemelo y yo hacemos bromas, esa es nuestra marca personal, créeme que tengo una reputación que me precede. Es justo decir que somos el dolor de cabeza de los profesores. Ahora mismo estoy tratando de descubrir una manera de crear una laguna portátil. Me gusta eso de experimentar con la magia e inventar cosas para hacer feliz a la gente, para que puedan hacer reír a la gente que les agrada y se puedan vengar de la gente que no es muy amable. Quiero abrir una tienda que se trate de eso, ¿sabes? Que venda artículos de bromas.

― ¿Para qué quieres crear una laguna portátil?

― ¿Por qué no lo querría? ¡Es una idea fenomenal! Sería un buen truco a tener debajo de la manga ―se emocionó Fred ―. ¿Te gustan los trucos?

Agatha asintió. Fred buscó en los bolsillos hasta encontrar un knut y se lo mostró a Agatha.

―Un knut común y corriente. Ahora, mira bien.

Fred empezó a realizar el truco muggle más antiguo de la historia. Hacer desaparecer la moneda y hacer creer a Agatha que la sacaba de su oreja. No había nada de magia en ese truco solo agilidad de manos.

Harry le había regalado un libro lleno de estos trucos titulado «Magia para Principiantes». Cuando el truco terminó y «sacó» la moneda de detrás de la oreja de chica, Agatha abrió la boca con asombro pensando que lo que estaba viendo era una avanzada magia sin varita, un truco muy complicado. Dejó salir la risa más encantadora que Fred había escuchado en su vida.

― ¿Cómo...?

―Un mago nunca revela sus secretos.


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1. Как казвате (Kak kazvate): «¿Cómo se dice...?», en búlgaro.

2. Sirene: Queso búlgaro similar al feta.

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