𝟓 ━ Cáliz en llamas.
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CÁLIZ EN LLAMAS
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Al otro lado del salón, la mente de Fred Weasley maquinaba intentando encontrar una manera de enviarle un mensaje a Agatha Krum. Tenía intenciones de acercarse a ella antes que nadie. No podía dejar pasar la oportunidad de amigar con la cazadora favorita de Bulgaria. Quería hablarle, porque tener a Agatha Krum tan cerca de él era como ver a una estrella fugaz.
Nada en el mundo podía hacer que Fred prestara atención, ni siquiera las personas a su alrededor que le hablaban. Ella estaba ahí, en Hogwarts. No se imaginó que volvería a verla, mucho menos en el colegio, pero estaba emocionada de hacerlo.
Por no mencionar que la encontraba mil veces más bella cada vez que sus ojos se posaban en ella, estaba muy emocionada por el torneo y se dio cuenta de que no era una chica que se intimidara fácilmente.
A George le llamó la atención la mirada perdida de su hermano que no miraba a las chicas de Beauxbatons si no a un lado completamente diferente. Agatha resaltaba entre sus compañeros, brillando y hablando en un idioma extranjero y entendió el interés de su hermano, quien sabía que difícilmente quedaba embobado por una chica, pero claro, Agatha no era cualquier chica.
Físicamente no creía ser capaz de dejar de mirar a Agatha. Era irreal, intentaba concentrarse en las palabras que pronunciaba Dumbledore y sin notarlo se encontraba mirándola de nuevo.
La visión de Agatha entre todos los otros alumnos de Durmstrang era graciosa. Comparada con los demás Agatha se veía al menos tres años más joven, aunque tenía la misma o un año menos que los demás.
Se rebuscó rápidamente en los bolsillos hasta dar con un pedazo rasgado de pergamino y una pequeña pluma. El pelirrojo era de ese tipo de personas que hablaba demasiado y se le hizo difícil resumir en un pequeño pergamino todo lo que quería decirle a Krum. Garabateó rápidamente y se lo guardó.
La vida es aburrida si no se toman grandes riesgos, ¿no?
Lo peor que podía pasar era que dijera que no. No, lo peor que podía pasar era dejar pasar la oportunidad.
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Dumbledore se dedicó a explicar exhaustivamente las pautas del Torneo, incluyendo el jugoso premio de mil galeones
Tal y como cuando Viktor le habló por primera vez del Torneo, los mil galeones no sonaban tan tentadores como la promesa de la gloria eterna. El Cáliz de Fuego era el juez, el que determinaría, luego de que pusieran un pergamino con su nombre y el de su colegio dentro de él, quiénes serían los tres magos en jugar.
Cuando el director de Hogwarts, lo sacó de su estuche, Agatha se imaginó por primera vez escupiendo el pergamino con su nombre, cómo la campeona de Durmstrang.
Era de un tono de madera sucio, pero escupía llamas de color azul. Después de dejar claro que ningún estudiante por debajo de la edad permitida podía entrar en la competencia, se dedicó a recalcar el gran compromiso que significaba lanzar ese pedazo de pergamino al Cáliz de Fuego, aclarando que no había marcha atrás.
Y luego cómo si todo ese discurso luctuoso no había pasado, les dio las buenas noches y se despidió.
— ¡Vaya! —Agatha tuvo que tomar una bocanada de aire—. Ya quiero meter mi nombre.
Apenas le dio oportunidad de tomar su abrigo, cuando el profesor Karkarov le ordenó a sus alumnos que se levantaran.
—Al barco, vamos —les urgió—. ¿Cómo te encuentras, Viktor? ¿Has comido bastante? ¿Quieres que te pida que te preparen un ponche en las cocinas?
Viktor lo rechazó poniéndose su capa. Krum miró a Agatha preguntando si ella quería, y ella también negó la cabeza mientras se sacaba el cabello del abrigo.
—Profesor, a mí sí me gustaría tomar un ponche —dijo Poliakov.
—No te lo he ofrecido a ti, Poliakov —Karkarov respondió con brusquedad—. Ya veo que has vuelto a mancharte de comida la ropa, niño indeseable...
Karkarov se volteó y empezó a caminar hacia la puerta en frente de Agatha y el resto de los alumnos. Un muchacho de cabello negro les cedió el paso a ellos.
—Gracias —dijo Karkarov mirando sin cuidado.
De repente, Igor Karkarov se congeló. Agatha se preguntó qué había visto o si lo había atravesado un fantasma y ella fue demasiado lenta para notarlo. Los alumnos de Durmstrang también se detuvieron con rudeza. La búlgara se asomó con cuidado al lado de Karkarov para ver que tanto veía y también ella se heló. Pasmada, le metió un codazo a Aleksandr mientras Poliakov señalaba la frente del muchacho.
—Harry Potter —susurró Agatha.
En un segundo la mente de Agatha viajó años atrás. Estaba sentada en las últimas dos mesas en la clase de Encantamientos cuando un Aleksandr de doce años le susurraba una historia fantástica acerca de un bebé que había enfrentado a «El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado» y había ganado.
Ese niño, «El niño que vivió», estaba frente a ella. Sin disimular, se fijó incrédula en la cicatriz en forma de rayo en la frente del muchacho. No lucía como ella se lo había imaginado, no parecía haber derrotado al mago oscuro más poderoso. Lucía flaquito y pequeño con mucho cabello azabache.
El profesor Karkarov espabiló y se dio la vuelta para observar a un hombre desgarbado. Ojoloco Moody estaba ahí mirándolo, desafiante. Ella conocía a Ojoloco Moody, en realidad, sus pocas interacciones nunca habían sido agradables. Su ojo móvil siempre le daba escalofríos.
―Alumnos, nos retiramos ―dijo Karkarov con firmeza.
Agatha empezó a caminar detrás de sus compañeros para seguir la gran sombra del director. Todos estaban tan concentrados escuchando y viendo el intercambio entre Harry Potter, Ojoloco Moody y el profesor Karkarov que nadie se dio cuenta cuando ella se quedó atrás, dándole oportunidad al pelirrojo de escabullirse detrás de ella.
A algunos pasos y teniendo mucho cuidado, él metió un pedazo de papel en el bolsillo del abrigo de la muchacha. Agatha se dio cuenta de la extraña mano y la atajó con rudeza.
―Tranquila, es una nota ―le explicó él con una sonrisa. Agatha confirmó sus palabras, sintiendo el pedazo de pergamino arrugado.
Dejó ir su mano e iba a pronunciar palabra cuando el profesor Karkarov propició un gruñido como señal para que su alumnado incrementara el paso. La chica se encogió levemente de hombros y siguió el rastro de sus compañeros. Había entrado en un trance que no se dio cuenta en qué momento había abordado el tétrico barco.
―Alumnos, en dos horas los quiero ver todos en sus camas. Descansen, campeones ―manifestó Karkarov antes de desaparecer hacia su camarote.
La mayoría de los alumnos se reunieron en una sala común cerca de los dormitorios junto a una cálida chimenea que escupía llamas de todos los colores.
Todos tenían demasiado para comentar sobre Beauxbatons o de Hogwarts como para dormir. En un solo sillón estaban Isak, Agatha y Anton, mientras que los demás alumnos se regaban entre los demás sillones o el suelo.
― ¿Creen que el director de Hogwarts sea más viejo que Karkarov? ―preguntaban.
―Ha de tener como mil años. Sin exagerar ―se rió Agatha.
― ¿Y Madame Maxime? Dios mío, es gigantesca ― decía otro.
Así siguieron bromeando hasta que estaban tan cansados que ninguno podía reírse más. Entonces cada quien se dirigió a su habitación. Después de entrar por el umbral de la puerta de su dormitorio, el cansancio de Agatha se reemplazó un poco por curiosidad. Ella no había visto su camarote.
Se paseó por toda la habitación y la encontró gigantesca, pero no tanto como la de Durmstrang. La cama con dosel estaba arreglada con un juego de sábanas color vino, bordadas con hilos plateados.
Su baúl reposaba a los pies de ésta, pasó un dedo delicadamente por toda su superficie admirando sus rayones, grietas y sus piedras preciosas. La chimenea apagada tenía enfrente dos sillas marrones. Mientras se despojaba de su ropa, recordó de manera repentina la nota. Tomó un gran respiro y la desplegó.
«¡Hola! Bienvenida. No sé si te acuerdas de mí. Nos estrellamos en la final de quidditch. Lo siento, por cierto. ¿Te gustaría un tour por el colegio? Me gustaría enseñártelo ¿Mañana en el lago? Estaré ahí a las once de la mañana.
Fred Weasley»
Fred Weasley. Así se llamaba.
― Sigues siendo valiente, Frred. Seguro, ¿por qué no?
Una sonrisita tonta se escapó de sus labios.
Casi no pudo dormir aquella noche. Su cerebro intentó procesar todo lo que había pasado hasta el momento.
Las estrellas en el cielo falso del comedor de Hogwarts, el brillo azulado del cáliz de fuego, la cicatriz en la frente de Harry Potter, Moody siendo aterrador.
¿Y cómo podía dormir si a la mañana siguiente tenía que arrojar su nombre dentro del cáliz? Tantas cosas habían pasado en tan poco tiempo que se sintió como si se hubiese marchado de Durmstrang hacía mil años.
Sorpresivamente, también se encontró preocupándose por Fred Weasley. Lo recordó en la cena, sus ojos puestos en ella, su cabello largo colorado, su sonrisa deslumbrante y lo gracioso que se veía cantando ese horrible himno de Hogwarts.
Ella era ese tipo de personas que veía extraños pasar junto a ella y se flechaba por unas horas hasta olvidarse de ellos. Ese era su hábito, se preguntaba si lo mismo le sucedería con Fred Weasley.
Causaba un efecto algo diferente. La fotografía de su sonrisa tatuada en su mente la hizo ruborizarse en la oscuridad de su camarote cómo si él estuviera allí con ella. Estaba picando su interés, no iba a mentir. Impaciente por saber lo que pasaría al día siguiente en el lago, Agatha recordó al elefante en la habitación, que la juzgaba, y que le recordó a la morena de la final que lo besó, no sabía si seguían saliendo.
De todas maneras, Agatha no iba a ir al tour por el colegio con la intención de nada más que amistad. La unión entre los colegios mágicos, sí, eso era lo más importante.
No puedo evitar que una sensación de preocupación la invadiera. No sabía las intenciones de Fred. No sería una sorpresa que la quisiera usar por su reconocimiento, ya había sucedido con anterioridad, alguien por quien sentía curiosidad se le acercaba solo para aprovecharse de ella.
¿Qué hacía a ese muchacho diferente a los demás? ¿Qué le aseguraba que no iba a pasar lo mismo? Pues la respuesta era nada. No tenía seguridad, pero se prometió a intentar no desconfiar. Liberó un poco de su frustración con un grito ahogado por su almohada.
Ya sabía qué hacer, iba a hacerse amiga de ese muchacho e iba a permanecer recelosa, sólo por si acaso. Poco sabía que eso no iba a funcionar. Poco sabía que el destino tenía otros planes.
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― ¡Fred! ¿¡Fred?! ― Angelina Johnson estaba a un decibel de gritar para llamar la atención de su novio.
Lee Jordan le dio un fuerte codazo en las costillas para que reaccionara.
―Sí, te estaba escuchando ―mintió Fred, volviendo en sí.
―¿Sí? ¿Y qué dije? ―quiso saber Angelina, alzando una de sus cejas oscuras.
―¿Algo sobre...el torneo?
―¿Por qué eres así? ―se quejó Angelina, suspirando―. Te he estado hablando desde hace dos horas, ¿qué te sucede?
―Lo lamento, Angie. Me distraje, estaba pensando en otra cosa.
―Sí, ya sabemos, en una cosa muy linda y con acento extranjero ―le susurró George a Lee. El moreno se ahogó de risa.
― ¿Qué estás diciendo, George? ―preguntó Angelina entrecerrando los ojos.
―No, nada, no me prestes atención ―dijo George, advirtiendo la amenaza de su gemelo.
Angelina dejó salir un «Ugh» y se encogió de hombros, fastidiada, volviendo a la conversación con su novio.
―Lo que estaba intentando decirte era que mañana podríamos pasar el rato en el lago después de que me acompañes a echar mi nombre en el cáliz.
―Mañana no puedo ir al lago ―se apresuró a decir el gemelo mayor.
― ¿Por qué? ―se exasperó Angelina.
―Yo...tengo que...ir con George. ¿No es así, Georgie? ―Fred se tropezó en sus palabras y miró a George intentando conseguir que le siguiera la cuerda.
― ¿Ah? ―lo miró confundido―. ¡Ah, sí! La cosa. Que teníamos que ir a hacer, la cosa. Una cosa que teníamos que hacer.
―Está bien, si no me lo quieres decir, ¡no me importa! Eres imposible, Fred. Ven, Alicia, vámonos, no me voy a quedar aquí adivinando tus bromas ―Angelina se levantó del sillón junto a Fred molesta y arrastró a Alicia Spinnet con ella.
― ¡Angie, no te vayas! No es para tanto ―Fred intentó que volviera, pero era inútil.
―Vaya forma de arreglar discusiones de parejas ―se burló Ron, que se hallaba en otro sillón de la sala común.
―No puedes pelear con tu novia y estar pensando en Agatha ―le dijo George con una risa, leyéndole la mente a su hermano.
―No estaba pensando en Agatha ―aseguró Fred, negando con la cabeza.
―Sí, claro ―se burló Lee―. Yo no soy tan valiente, soñar con ella es demasiado. ¿Viste la cantidad de muchachos que se le acercaron solo hoy? Acercarse a ella, siquiera para ser amigos, va a ser imposible. No te pongas a pensar en estupideces.
― ¿Agatha, quién? ―Dean se sentó más cerca de los muchachos.
― ¡Agatha, tu madre, Dean! ―replicó George dando un leve golpe en la cabeza al muchacho―. Es algo más que obvio que Agatha Krum ¿No te parece?
― ¿Krum? ¡Pues ponte en la lista de espera, Fred! ―se rió de nuevo Dean.
―No estoy pensando en nada ―se defendió Fred―. Pero es que es imposible no mirarla, incluso mi propia novia dijo que es maravillosa.
―Si yo estuviera en tu posición, me daría un tiempo con Angelina y probaría mi suerte ―comentó George con tranquilidad.
― ¡Hazlo entonces! ―lo instó Fred con una risa burlona―. Tú no estás saliendo con nadie.
― ¡Hazlo tú! ¡Y que te rechace a ti! ―se rió George.
―No se hagan ilusiones ―habló Katie Bell, acercándose desde el otro lado de la habitación―. ¿Es que no escucharon? Está con Vasily Dimitrov, el capitán del equipo búlgaro, y él le propuso matrimonio. No está disponible.
―Y si lo estuviera ―se involucró Lee―, dudo mucho que vaya a salir con alguno de nosotros. Tendrás que conformarte con verla desde la distancia, como Ron.
Ron se quejó, indignado.
―Katie, Lee, por favor. No asusten a Freddie. Tiene intenciones de conquistar a Krum.
―Ya me voy a acostar, sigan diciendo estupideces ―Fred tomó sus cosas y se levantó.
―No te molestes, quizás la chica Krum te susurre cosas en el oído con su lindo acento. «Vamos, Frred, dime que tan herrmosa soy» —George se partía de la risa con Lee.
―Púdrete, George ―espetó Fred cuando ya iba por la mitad de las escaleras.
Aunque muy enterrado dentro de él, no le molestaba la idea que Agatha le susurrara cosas al oído.
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