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𝟒𝟖 ━ Ella.

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ELLA

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Contemplando su existencia, Fred se quedó mirando el techo de su habitación después de que Agatha se marchara, preguntándose por qué todo se sentía tan ajeno. Era como si ese dormitorio y las pocas pertenencias que dejó atrás luego de mudarse le pertenecieran a otra persona. Ruinas de alguna vida pasada que casi no podía reconocer como suya.

Su vida cambió muy rápido y, si tenía que decirlo, sentía que había mejorado. Alejarse de la presión de vivir bajo la sombra de Bill, Charlie y, sobre todo, Percy le dio la libertad de intentar alcanzar el cielo sin preocuparse de ser criticado por caer y volverlo a intentar. Dándole la valentía de explorar qué era lo que realmente quería ser. Una de las mejores decisiones que había tomado había sido alejarse de los comentarios sarcásticos sobre cómo si él y George fueran un poco más como Percy lograrían mucho más. Aunque no podía decir que su infancia y su vida en La Madriguera hubieran sido malas, le gustaba volver solo de visita.

Lo que no comprendía todavía era por qué el esfuerzo de su madre por la perfección y su idea de lo que era bueno y aceptable no se alineaba con lo que era Agatha. Aun con todas las cosas que hacían a Agatha abismalmente diferente a su madre, cualquier madre estaría encantada de que su hijo trajera a casa a alguien como ella. ¿Quién no aprobaría a una flamante y hermosa atleta multipremiada como nuera? ¿No es ese tipo de prestigio el que aspiraba Molly para sus hijos?

Si no, ¿entonces qué deseaba para Fred? Si separabas a Ag de sus logros, junto a sus muchas virtudes había algo que tenía un gran valor también. Estaba enamorada de él y lo aceptaba tal y como era. Algo que algunas personas pasaban la vida entera buscando. ¿No era suficiente? ¿No estaba feliz de que él haya sido lo suficientemente afortunado de haberlo conseguido?

Estiró su brazo al lado de la cama en la que hace minutos se acostó Agatha. Inhaló profundo, deseando encontrar una estela de su esencia avainillada, pero el olor de cosas guardadas y el de la lluvia sobre la tierra del jardín era demasiado robusto para atravesarlo.

Su boca se arqueó con una sonrisa blanda, definitivamente de la que George se burlaría si lo viera. Nunca se había puesto a cavilar, pero, mucho antes de conocerla, ahí mismo en ese cuarto lleno de cosas polvorientas, había soñado con alguien como Agatha.

Decidió dejar de dar vueltas en la cama y les dio un final momentáneo a sus reflexiones. Se levantó, se estiró y cuando abrió la puerta para salir, Agatha pasó enfrente de él como un meteorito. Muy rápido, humeante. Y no precisamente en el sentido atractivo, sino en el sentido que le resultaba espeluznante: furiosa. Unos segundos más atrás, en un engorroso intento de alcanzarla, Ginny y Hermione, quejándose y llamando su nombre.

—Gin, ¿qué pasó? —el gemelo bloqueó el paso en el estrecho pasillo con su cuerpo, evitando que Ginny y Hermione continuaran su galopada. Alargó el brazo, apoyándolo en la pared y recargó su peso en ella.

Ginny hizo una mueca que había visto muchas veces, de rabieta.

—Tu novia —escupió Ginny en tono acusatorio— nos escuchó hablar sobre la Torre Eiffel. ¿Te habías enterado de que ahora son amigas? No lo podemos permitir, Ag es mejor que eso. Tú estás de acuerdo conmigo, ¿verdad?

—¿La Torre Ei...? ¿Hablas de Fleur? —preguntó Fred, siendo la primera vez que escuchaba ese sobrenombre.

—Merlín, qué lento te estás volviendo —gruñó la pelirroja y lo empujó para quitarlo sin lograr mucho—. Agatha me entiende, estoy segura de que una vez que me escuche sabrá que tengo razón.

No dejó que su hermano preguntara nada más, esquivó el cuerpo de Fred y bajó con una avergonzada Hermione detrás de ella. Fred resopló y miró a su alrededor frunciendo el ceño. Su decisión de seguirlas para descubrir el desenlace de ese lío se frustró con la llegada de un sonido de pisadas ascendiendo los peldaños.

Molly Weasley subió hasta el descansillo previo del inicio del piso donde estaba Fred y cuando lo vio con rostro confundido, sonrió abiertamente.

—¡Ahí estás! —dijo, alegre y señalando con el dedo. No a manera de regaño, como estaba habituado Fred a verla, sino de manera afectuosa. No sabía si podía llegar a acostumbrarse a esa faceta de su madre hacia él, no la había experimentado desde que era muy pequeño—. ¿Estás escondiéndote de alguien?

El gemelo negó una vez con la cabeza y la manera en la que devolvió la sonrisa se sintió automatizada.

—No. Estaba en mi habitación.

Llegó hasta ella con pasos largos y se situó a su lado. Últimamente sentía extraño estar a solas con su madre.

Molly se aseguró de escudriñarlo de pies a cabeza, fijándose en los zapatos abrillantados y el cabello cobrizo puntiagudo y ligeramente desgreñado. Con gestos delicados, pero firmes, encaminó sus manos hasta el cuello de su camisa para enmendar lo que estaba fuera de lugar, el desorden que no tenía idea que había sido obra de Agatha.

—He tratado de mantenerla como la dejaron. Harry durmió ahí, pero le dije que tuviera cuidado con la pólvora—dijo Molly, mirándolo a los ojos con una mirada atenuada—. He de admitir que la casa se vuelve demasiado silenciosa al no escuchar una explosión de vez en cuando.

Fred ahogó una risa en su garganta. Sabía perfectamente la reacción que detonaría en su madre el sonido de algún experimento. Esa reacción tenía un puesto fijo en la lista de cosas que no extrañaba de vivir en La Madriguera.

—Haré tiempo para venir a buscar las cosas que quedaron, es basura en su mayoría —dijo Fred, reprendiéndose en silencio por no haberlo hecho todavía.

—Basura o no, lo dejé donde estaba.

Su madre volvió a esbozar una sonrisa mientras arreglaba el cuello de la camisa y Fred se preguntó por qué no podía ser así todo el tiempo. Sincera y amable, especialmente con Agatha. La misma Molly que era con Harry, por ejemplo. Sonrisas verdaderas, no esa mierda condescendiente que pretendía disimular desaprobación. Le gustaba pensar que sólo era cuestión de que su madre se acostumbrara a Agatha y con ese pensamiento esperanzador le preguntó:

—¿Lo pasaste bien con Agatha hoy? Estaba ansiosa por venir de visita.

—¿De verdad? No lo pareció, se portó muy a gusto.

—Sí, me insistió en que quería venir —expresó el gemelo con franqueza—. Le hace bien venir, creo. Su familia está lejos y con todas las malas noticias últimamente, sé que necesita sentirse bienvenida. No tengo duda que no has hecho menos que eso.

Honestamente, Fred pretendía crear algo de remordimiento en la conciencia de su madre por haber hecho la visita de Agatha más difícil de lo que debió haber sido. No estaba seguro de que estuviera logrando su cometido. La evasiva en la mirada de su madre no le demostró más que el deseo de que dejara a Agatha fuera de la conversación. Como si eso pudiera cambiar el hecho de que estaban bajo ese mismo techo.

—Por supuesto, querido, lo que te haga feliz. 

Hubo una pausa en la que Fred casi dice «Me haría feliz que lo intentaras un poco más», pero entonces la mujer dijo:

—No te había visto esta camisa. ¿Es nueva? —preguntó en un intento de llevar charla casual, sintiendo el material entre sus dedos. La tela fina y los cortes elegantes insinuaban el precio.

—Sí —respondió Fred, incomodándose de pronto.

Molly Weasley iba a comentarle lo bien que se veía y lo feliz que estaba de que les estuviera yendo tan bien cuando recordó la actitud pretenciosa que demostró Agatha al llegar a la casa. Presumiendo que su túnica tenía firma de una diseñadora de Alta Costura que nunca había escuchado en su vida. Entonces la camisa nueva le molestó.

Ya no podía ver el logro de su hijo de poder adquirir cosas mejores con orgullo sino con celos y resentimiento.

—Es costosa. ¿La elegiste tú o ella la escogió por ti?

Ella. Había elegido esa palabra a propósito. Dejando entrever en esas dos sílabas lo que verdaderamente sentía respecto a Agatha. E-lla. Había algo en el tono y en el sentimiento de disgusto que lo acompañaba que Fred deseó estar imaginando, pero que resultaba tan evidente que lo hacía difícil —sino, imposible— de pasar por alto. Se quitó las manos de su madre de encima y enderezó la prenda de un tirón.

Agatha —aclaró el pelirrojo, pronunciando el nombre de su novia para que no se perdiera en esa bruma— no la escogió, la elegí yo. ¿Por qué? ¿Me va mal?

—No, por supuesto que no. Te va de maravilla.

—¿Por qué piensas que Agatha la eligió?

—Es solo que, durante su visita, he notado algo en Agatha que...

Fred se preparó para el impacto, parándose firme y respirando profundamente. Estaba listo para escucharlo de su madre y confirmar lo que había dicho su novia. Una palabra más iba a lograr que perdiera el apetito. No pensó que la voz quejumbrosa de Ron desde el piso inferior que impidió que continuara lo llenara de alivio de poder aplazar lo que creía inaplazable.

—Mamá, la cena se va a enfriaaaaar.... —dijo Ron desde algún lugar de la cocina.

Molly decidió callar y sonreír. Si quería demostrarle a su hijo que Agatha no era la indicada para él, no podía hacerlo enojar antes de presentarle su argumento.

—Tendremos tiempo de hablar después, vamos a comer —le dijo a su hijo—. Agatha y Fleur se esmeraron. Veremos si les salió tan bien como dicen.

Bajaron juntos las escaleras y se formó una conversación unilateral, donde Molly hablaba de cosas rutinarias, como la maleza que crecía descontrolada en el patio, sin obtener más que respuestas monosílabas de Fred o leves sonidos de afirmación o negación. La embarazosa charla se extinguió cuando llegaron al piso inferior y Fred distinguió la figura de Agatha en la cocina hablando subrepticiamente con Fleur mientras sostenía una jarra de vino dulce cerca de su cuerpo.

—¿Por qué no te adelantas a sentarte? Iré en un momento —comunicó a su madre por pura cortesía y porque no deseaba continuar con ese nudo en el estómago que le insistía que en cualquier momento iba a decir algo malo.

La mujer echó un vistazo a las dos jóvenes brujas.

—Son muy parecidas —apuntó, parsimoniosa—, no hay duda de que se hayan llevado bien tan rápido.

Fred no permitió que su madre dijera algo más cuando había empezado a caminar hacia la cocina con zancadas estables. Desde el comedor se podía divisar la cocina así que no estaría completamente protegido de ese constante sentimiento de estar siendo vigilado, pero estar junto a Agatha aliviaría la sensación de inquietud. Siempre lo hacía. 

Agathe, te prometo que no me impogta —la gala susurró, su voz transmitía solo tranquilidad, mientras que Agatha se mostraba tormentosa.

—A mí me importa. Deja que me importe a mí por ti —pidió Agatha, refunfuñando—. Está actuando como una niña malcriada.

Fleur rió con dulzura. 

Tagde o temprano madurará —dijo Delacour, sin darle importancia. Dirigió su mirada a la puerta y encontró a su cuñado con las manos en los bolsillos y los hombros tensos—. Concéntrate en lo que importa de vegdad, tu novio.

Agatha giró sobre sus talones y la expresión agridulce en el rostro de Fred le intrigó.

Fged, ¿me puedes ayudar a llevag esto, s'il vous plait? —Los labios pintados de un rosa suave sonrieron para Fred y Fleur señaló al último plato de vegetales que faltaba llevar a la mesa con un movimiento de cabeza. El cobrizo asintió con obediencia—. No se tagden

Y, oscilando su cabellera platinada, los abandonó en la cocina. Mirándolo fijamente, Agatha observó a Fred recoger el bol de vegetales del mesón.

—¿Qué te traes entre manos? —quiso saber él, sin molestarle la mirada escrutadora.

—¿Por qué crees que me traigo algo entre manos? —respondió ella lanzando otra pregunta, dejando la jarra de vino que sostenía en el mesón.

—No puedo fingir no haber visto a Ginny y Hermione clamar tu misericordia mientras te perseguían pasillo abajo.

Agatha protestó debajo del aliento algo en su primer idioma. Volviéndose a molestar por lo que fuera que se había reñido con Ginny. Fred se quedó esperando la respuesta y a Agatha no le quedó más remedio que confesar entre palabras farfulladas.

—Tu hermana está siendo irracional, se comporta de una manera ruin con Fleur. Puede ser que me haya involucrado demasiado y no me interese cualquiera que sea su explicación infantil —resumió, tomó una gran bocanada de aire y se contuvo de volver a caer en los detalles que le fastidiaban.

—Bueno, ya van dos, ahora sólo te faltan otros seis y ya habrás tenido desacuerdos con toda mi familia —bromeó Fred. La cara de Agatha hizo una mueca para indicar que no le causaba gracia.

—¿Y tú por qué tienes esa cara?

—¿A qué te refieres? ¿A esta cara increíblemente guapa? —dijo el pelirrojo, exhibiendo una sonrisa fanfarrona—. No sé, amor, así nací.

Ella no se permitió sonreír.

—Me estoy debatiendo si debería comer lo que has preparado —volvió a bromear él y le dio una mirada de sospecha a los vegetales en su mano.

Esta vez sí logró hacerla sonreír, sonrisa que ella rápidamente apagó y volvió a transformar en una expresión ilegible para no inflar el ego del inglés. Pero esa sonrisa de un milisegundo lo había complacido igual.

—¿Todo bien con tu mamá? —los dientes de Agatha empezaron a mordisquear el interior de su mejilla.

—No ha explotado en mal habladurías sobre ti...

—Todavía —dijeron al mismo tiempo y esa complicidad los hizo compartir una fugaz risa.

—No debe estar muy lejos de hacerlo —comentó Ag, dándose la vuelta para recoger la jarra del mesón, dándole la espalda a Fred para no ver su cara cuando preguntara: —. ¿Crees que, si yo no fuera una jugadora de quidditch y eso, Ginny no me soportaría?

—¿A qué viene eso?

—Las cosas que decía sobre Fleur y los sobrenombres aborrecibles que le puso me hizo preguntarme si hubiese sucedido igual conmigo de ser las cosas diferentes, sobre todo sabiendo lo protectora y cercana que es de ti —dijo Agatha, más como si estuviera pensando en voz alta que hablando con Fred.

Y de alguna manera lo estaba, porque su mirada quedó absorta un momento, suspendida en el vacío y paralizada por su propia mente.

Habían empezado a hablar muy suave desde que se marchó Fleur para olvidarse de quienes esperaban por ellos y les lanzaban miradas desde el comedor, pero todo eso lo estaba diciendo incluso más suave, solo para Fred. Casi queriendo no escucharse a sí misma ni a sus pensamientos tontos.

—Casi puedo imaginar su voz mientras habla de mí con Hermione: «¿Has leído lo que ha dicho en el periódico? ¡Es tan falsa y vanidosa! No entiendo como Fred pudo haber visto algo decente en ella. «¡Tienes que escucharla jactarse de Durrmstrrang!» —Agatha exageró su acento para hacerlo parecer antinatural, como se escucharía de la boca de Ginny. Con sorna y desprecio—. Se burlaría así de mi acento. De todas maneras, no podría importarme menos que lo hiciera, pero...

Fred la trajo de vuelta, para recordarle la buena razón que tenía para no quebrarse bajo la intimidación. Tomándola de la cintura le dio la vuelta y la empujó un poco para acercar su cuerpo a ella, logrando apoyarla contra el borde de los gabinetes de la cocina de manera muy delicada. Agatha no se había dado cuenta en qué momento Fred había vuelto a dejar el tazón de vegetales en la mesa, pero ahora tenía las manos libres para sacarla de sus pensamientos. Encaró sus ojos, mirándolo y fijándose en la mirada gentil y comprensiva que tenía.

—«Durrmstrang es durro, perro construye carrácter, ¡Es una mentirosa, adora ser la única chica allí!» —la imitación del acento eslavo en la voz de Fred tenía una perfecta proporción entre gracioso y atractivo.

—Sí, exactamente así —Agatha asintió con una sonrisa momentánea y evitó mirarlo de nuevo— Lo que hace mi trato diferente al de Fleur es que tengo una cualidad que Ginny considera «buena». Fleur es mejor persona que yo porque si yo supiera que alguien está remedando mi acento, lo mínimo que hubiera hecho habría sido quemar la casa.

Esta vez, fue ella la que hizo reír a Fred quien levantó el mentón de Agatha con los dedos índice y medio. Apretaba la mandíbula, sus ojos marinos se quemaban con frustración y vacilación, una cualidad que no se acostumbraba a ver reflejada en ellos.

—Sé lo que dirás, que estoy tomándomelo demasiado personal y que Ginny es una cría. Fleur dice que no tiene importancia.

Quizá Fleur tenía razón y no debería sostener ninguna lucha con Ginny. Quizá debía dejarlo así y confiar en que, con el tiempo, el cerebro de Ginny se desarrollaría por completo y pensaría más en lo que está diciendo. Estaba segura de que Fred iba a estar de acuerdo con Fleur porque al final del día, Ginny era su hermanita, pero Fred la sorprendió diciendo:

—Tienes razón. Necesita madurar. Especialmente ahora que Fleur se casará con Bill y formará parte de la familia oficialmente —anunció Fred, sobrio—. Déjamelo a mí, hablaré con Ginny.

—¿Lo harás? ¿Lo dices para complacerme o porque en verdad estás de acuerdo conmigo?

—¿Por qué haría algo para complacerte? ¿Quién crees que eres? —Fred enarcó una ceja de manera cómica, Agatha se contuvo de rodar los ojos. Se alejó de ella y en el borde de su boca dibujó la esquina de una sonrisa—. No creas que tienes tanto control sobre mí. No importa cuánto te quiero, todavía tengo criterio propio.

—Bien —dijo Agatha. Se volvió a dar la vuelta para recoger el vino y Fred la giró con sus manos firmes para que lo mirara de nuevo.

Acercándose a su rostro le dijo: —Todavía puedo saber cuándo las cosas no están bien. No importa lo cercano que soy con Ginny, si la cosas fueran diferentes, juro que no formaría una sola oración en tu contra sin yo oponerme. Entiendo por qué te importa tanto. No te preocupes, muñeca, ya sabes que te cubro la espalda.

El gemelo guiñó el ojo y cliqueó su boca para ir al compás en un gesto cursi. Agatha no intentó esconder ni apagar la sonrisa que tomó posesión de su rostro, lucía tan agradecida como incrédula.

Estaba empezando a preguntarse qué tipo de persona había sido en la vida anterior, la única respuesta que tenía sentido era que había sido una muy buena. Porque de no ser así no le hubiese dado a alguien tan valioso como Fred.

En el comedor, Molly tamborileaba sus dedos sobre la mesa, impaciente, preguntándose porque su hijo y ella tardaban tanto en unírseles. Lanzaba miradas disimuladas a cada rato hacia la única parte de la cocina que podía verse, logrando ver solo un fragmento de sus siluetas. Prontamente su interrogante fue respondida con el arribo de la pareja, discutiendo, pero, para su desgracia, solo juguetonamente.

—¡Vengan ya, son los únicos que faltan! —les dijo George cuando levantó la mirada y los observó entrar—. ¿Saben lo difícil que es lograr que Ron lo esperara para comer?

—Me estoy muriendo de hambre, si no se apresuran, para cuando se sienten, estaré en mi segundo plato —dijo Ron, pinchando la porción de un humeante Shepherd's Pie sobre su plato y conteniendo el chorro de baba que casi se deslizaba por la comisura de su boca.

—Ronald, sé civilizado —lo regañó Hermione con una mirada dura.

Agatha le echó un vistazo a la distribución de asientos. Los dos únicos asientos disponibles estaban alejados. Parecía a primera vista como si todo el mundo hubiese tomado un asiento al azar y simplemente habían pasado por alto que Fred y ella quisieran sentarse juntos, pero —quizás no tan curiosamente—, uno de ellos estaba estratégicamente posicionado al lado de la señora Weasley y el otro al final opuesto de la mesa. El asiento que supuso tomaría ella estaba perfectamente posicionado ni junto a Fred, ni junto a Harry. Separándola de las dos personas de las que ella creía que Molly quería mantener alejadas.

No supo porqué, pero todo eso le dio muchas ganas de reírse, sentía la risa burbujear en el fondo de su estómago temiendo que se le escapara con una carcajada estruendosa. El cobrizo no lo entendió tan rápido.

— Ya sabes lo que dicen —le susurró Agatha—, «La distancia hace crecer el afecto», ¿no es ese un refrán en inglés?

—Moveré a George —decidió, fastidiado por el hecho de que tuvieran que sentarse separados.

—No, déjalo así, me causa gracia. Me entretiene. Decide mejor: ¿te sientas tú junto a Molly o lo hago yo? No creo que ninguna de las dos opciones sea placentera.

—No lo son.

—Elegiré por ti. Siéntate junto a tu madre. De todas maneras, la mesa no es tan grande.

Agatha dejó el vino en el centro de la mesa, instó a Fred a sentarse y se encaminó a su asiento sin ninguna queja.

—Agatha, ¿no deberías sentarte junto a Fred? ¡Eres su novia después de todo! —dijo el señor Weasley, observando a Agatha sentarse al otro lado de la mesa—. George, sé un caballero y cédele el asiento.

George hizo el ademán de levantarse, pero Agatha lo detuvo con la mirada.

—George, no te levantes. No hace falta, señor Weasley. Aquí estoy bien. Quiero conversar un poco con...—mientras se sentaba, observó a su vecino, Ron, que se moría por comer ya— Ron.

—Bueno, tú eres la invitada, tú eliges —sonrió el hombre y luego inició la cena dando unas breves palabras de bienvenida y de agradecimiento por la cena.

Y la cena comenzó sin importar que Fred no estuviera de acuerdo con lo alejada que estaba su novia. La búlgara se sirvió y luego de echar una cucharada de zanahorias glaseadas, estiró su brazo que sostenía el tazón que las contenía y le pidió a Bill que se las pasara a Fred. El cobrizo las recibió con vacilación y después miró a Agatha.

—Sé lo mucho que te gustan—articuló con los labios y eso lo hizo sonreír.

A pesar de todos los traspiés, la cena fue un éxito. Todo el mundo estaba impresionado con lo bien preparado del banquete y sobraron felicitaciones para las creadoras. No hubo escasez de temas interesantes ni risas y afortunadamente, Molly no resultó ser un obstáculo para la armonía familiar en la mesa. A pesar de la distancia, Fred se las arreglaba para hacer un escándalo cada vez que probaba un bocado, exagerando sus sonidos de deleite. Como siempre, hacía reír a todo el mundo. En eso era un experto.

—Hey, Harry —al estar a un par de asientos lejos de él, Agatha tuvo que alzar un poco la voz para llamar la atención de Potter—. Por fin descubrí el cruel destino que sufrió tu pastel.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Se perdió en la inmensidad del universo —le reveló Agatha manera casual entre sorbo de vino dulce cuando los platos de la comida fuerte se habían vaciado y recogido.

—¿Cómo dices? —le dijo Harry, con una mirada entretenida.

—Sí, cómo lo oíste. Perdido en el gran vacío del universo. Es una lástima, se arruinaron mis planes de envenenarte —bromeó la búlgara y Harry soltó una carcajada y los que la escucharon también— Todo estaba perfectamente diseñado, es un desperdicio.

La cara de la señora Weasley se convirtió en un poema precioso, una mezcla de espanto y nerviosismo.

— ¡No deberías jugar con cosas así! ¡Sabiendo el peligro que corre Harry en estos momentos! —la retó la mujer pelirroja, horrorizada y se ganó la atención de todos en la mesa.

—Es un chiste, señora Weasley, no se lo tome a mal —dijo Harry.

—Solo estoy bromeando. Ya veo de donde los gemelos sacaron su sentido del humor...del señor Weasley —dijo Agatha.

La broma hizo que todo el mundo explotara en risas y Fleur ahogó una carcajada dentro de su copa de cristal.

—Lo lamento —se disculpó la francesa, limpiándose con una servilleta de tela—.  No hay duda de la razón por la que le gustaste a Fged, eres muy graciosa.

—¡Y ni siquiera es uno de mis mejores atributos! —se rió la búlgara— Pero también he de admitir que aprendí al pasar tanto tiempo con Fred que el mundo ya es demasiado serio y tenso como para no poder aguantar una broma.

Fred se sintió halagado y le agradeció, sonriéndole desde su asiento. 

—A mamá nunca le han gustado los chistes —comentó Ginny, resoplando.

—Eso no es verdad, tengo buen sentido del humor —se defendió Molly.

—Y yo soy una bailarina irlandesa —bromeó Fred y todos volvieron a reírse.

—Frederick...—le advirtió Molly.

—Disculpa, pensé que estábamos jugando a decir cosas que no eran ciertas.

—Agatha tiene razón, toda esta situación del «El Elegido» ya es demasiado seria, yo creo que hacer bromas al respecto lo hace más llevadero —argumentó Harry junto a una risita que había dejado los chistes de Agatha y Fred.

Hubo un segundo silencioso en el que todo el mundo en unanimidad sintió un sentimiento lastimero hacia el azabache. Como era de esperarse, nadie dijo nada.

—Bueno «Elegido», tengo una buena noticia para ti para variar —le dijo Agatha y sonrió ampliamente.

Arrastró su silla para levantarse y fue directamente hacia el compartimiento de la alacena de la cocina donde había dejado el pastel cuando se pusieron a cocinar. Deshizo con su varita el domo protector y lo sacó de la caja para llevárselo a Harry. La revelación trajo consigo un sonido de admiración y muchos sonidos ahogados de alegría.

—A pesar de que ya cumpliste años, no podía permitir que te quedaras sin pastel de chocolate. Además, para que veas que quiero envenenarte, lo probaré yo primero —le prometió Agatha.

Agatha lo dejó frente a Harry, le pasó un dedo a un lateral de la cubierta de chocolate y luego se lo llevó a la boca.

—¿Lo ves? Nada de veneno —sonrió Agatha y le regaló un beso breve al chico en la mejilla—. Feliz cumpleaños, Harry.

—Dios, no debiste haberte molestado.

—Ni lo menciones —silbó la castaña y se encogió de hombros—. Además, no me puedo llevar todo el crédito, Fred y George me ayudaron a elegirlo.

—¿Sabes que me gustaría también? Ya que me están regalando cosas: Entradas para ir a ver a tu debut con las Urracas. Es en un mes, ¿no?

—No lo menciones, me tiene tan inquieta que solo sueño con eso —confesó Krum, avergonzada y se dejó caer en su silla, recostándose en el respaldo—. Es mucha presión, imagina el peso que tiene que hayan puesto millones de galeones en mi nombre. ¿Tienes idea de cuántas personas exigirán mi cabeza si lo arruino?

—¡Estás de broma, Ag! —dijo Ron, alborotado por el comentario—. ¿Cómo puedes estar nerviosa si a los 15 jugaste tu primer juego nacional? No lo puedo entender.

Agatha sonrió. El hecho de que cada día Ron podía pronunciar oraciones completas sin que le temblara la voz, sentía que era un gran avance, demostraba que estaba madurando.

—Por desgracia ya no tengo quince años. En ese entonces todo lo que hacía era una hazaña, ahora se ha vuelto esperado. —Agatha se escondió detrás de un sorbo de su vaso, cuando lo apartó de ella, se aclaró la garganta y dijo—. Me temo que ustedes —refiriéndose a los estudiantes— ya estarán en Hogwarts para entonces, pero todos los demás están cordialmente invitados a averiguar si podré superarme a mí misma o moriré en el intento.

—Nunca imaginé que el quidditch fuera un deporte tan dgamático —se rió la francesa con tono suave—. Puedes contar conmigo.

—¿Sabes a quién le encantaría ir al juego de Agatha, Freddie? —dijo Molly revolviendo la atmósfera amistosa—. A Angelina. Recuerdo lo mucho que le gustaba el Quidditch y lo buena capitana que era.

Fred carraspeó y prácticamente todo el mundo se dio cuenta de las intenciones de Molly de traer a colación la existencia de Angelina. Fleur lo sabía más que nadie, porque, cuando apenas se estaban conociendo, Molly hablaba más de las ex de Bill que del propio Bill. La rubia iba a inmiscuirse cuando Agatha se le adelantó.

—Oh, no puede asistir —dijo Agatha haciendo una mueca con los labios de desilusión—. La invité la semana pasada cuando salimos a almorzar, pero está haciendo pasantías en una editorial deportiva y no puede acompañarme. Es una pena, yo también quería que asistiera.

—¿Angelina Johnson? ¿Sí sabes que salió un tiempo con mi Freddie? —preguntó Molly, desconcertada y rechinando los dientes.

—Sí, claro. Angie y yo somos muy amigas. Dijo que cualquiera que fuera el resultado, obligaría al editor principal a seleccionar solo artículos positivos sobre mí. Es la mejor.

Y entonces Molly se quedó sin nada que argumentar.

—Bueno, ¿por qué no cortamos el pastel que me trajiste? A lo mejor y te da suerte —sugirió Harry. Todos estuvieron de acuerdo—. Aunque dudo que la vayas a necesitar.

Con el tiempo, la reunión se movió a la sala de estar, a conversar sobre diferentes tópicos hasta que algunos tuvieran que volver a casa. Agatha incluida. Ginny había intentado abordarla varias veces, pero Agatha se la quitaba de encima diciendo que prefería que la velada terminara en buenos términos y que no quería volver a discutirlo. Entonces Ginny se iba al grupo de Harry, Ron y Hermione con los hombros caídos e insatisfecha, mirando con celos como el lazo entre Agatha y Fleur se fortalecía un poco más.

Por otro lado, Fred ayudaba preparar los hechizos que lavarían los trastes, recogía el montón de platos de la cena y los ponía con cuidado en el lavaplatos a petición de su madre, pues lo había obligado a quedarse mientras los demás se marchaban a la sala.

La notaba de un humor extraño, sabía que nada había cambiado con la cena. Todavía, a pesar de lo considerada que se había portado Agatha a que la separaran de Fred en la mesa y en lo detallista de pensar en Harry, esperaba la tormenta que sabía que llegaría cuando esa ineludible charla se diera. A lo mejor, si se escabullía con Agatha en ese momento no tendría que ser esa noche.

Pero el momento golpeó antes de que pudiera darse esa idea. Lo detonó un comentario tonto sobre su deseo de cambiarse de nuevo el cabello, entonces Molly dijo:

—Seguro que te lo ha comentado ella.

—¿Qué? —preguntó Fred, dejando el último plato de porcelana en el lavaplatos para que el cepillo que se movía por sí solo empezara a seguir el comando mágico.

—Seguramente fue sugerencia suya. El cabello, la camisa...ella debe estar intentando que ustedes dos combinen mejor, ¿eh?

Fred sintió como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el estómago. Arrebató todo el aire en sus pulmones. Aspiró profundo buscando coraje en su interior y respondió.

—Su nombre es Agatha, mamá —aclaró, con voz fuerte e increíblemente madura. ¡Ah! ¡Cómo le hubiera gustado que la faceta cariñosa de su madre hubiese durado un poco más! —. Y no, no es cosa de Agatha. Si me hubieras prestado atención, recordarías todo lo que me gusta. Sabrías que me gustaba también el pelo largo y que siempre he dicho que quería una camisa así, solo que antes no podía pagarla.

—Nunca mencionaste que te gustaban cosas así, Freddie, por Merlín —Molly dejó su varita junto al fregadero y se cruzó de brazos para mirarlo—. Disculpa si todos estos cambios abruptos en mis hijos me resultan abrumadores. Tanto que me está costando reconocerte. Temo que te conviertas en una persona obsesionada consigo misma, que se preocupa demasiado por la ropa y las cosas elegantes. Ese no eres tú.

—¿Así es como ves a Agatha?

—Eso no es lo que dije.

—¿Entonces qué es lo que dices? Últimamente solo estás insinuando cosas y no terminas de decir nada.

—Angelina me gustaba más —finalizó Molly.

Fred soltó una risa seca, sardónica. Atónito.

—¿Angelina? No hablaste con Angelina más de dos minutos cuando fuimos novios —argumentó Fred, perdiendo la paciencia—. Ni siquiera cuando éramos amigos hablaste de ella, mucho menos con ella.

—Angelina era más humilde y con los pies en la tierra. Ell...Agatha es todo lo contrario. Su cabeza está tanto en el cielo que se pierde en las estrellas, hasta creerse una de ellas. No digo que sea su culpa, supongo que al ser famosa la han acostumbrado a eso, quizás hayan alentado un poco su egolatría. No quiero que te veas absorbido en eso, cariño.

—Detente, mamá, no voy a dejar que sigas hablando así —Fred sabía que Agatha no exageraba al hablar de la conducta de su madre esa tarde, pero era incluso peor de lo que él esperaba. Tragó saliva, empezando a alterarse— ¿Siquiera intentaste conocerla hoy? Conocerla de verdad, no corroborar lo que crees saber de ella. ¿Trataste de hacerle alguna pregunta? ¿Preguntarle por su familia?

—¡Claro que sí! No es muy abordable que se diga. Es como intentar conversar con una concha de mar. Hermosa, claro, pero sellada.

—Mamá —dijo Fred, ahora visiblemente molesto pero inamovible en su posición—, por primera vez, escúchame. Quizá por ingenuo traté de hacerme creer que solo te faltaba conocerla, pero ahora lo veo con claridad. Solo hay dos maneras en la que esto puede ir. Uno: te acostumbras a la idea de que Ag y yo estamos juntos y vamos en serio, finalmente superas tu terquedad y reconoces que tu juicio está equivocado. O dos: sigues en esta obstinada lucha hasta por fin logres que me rinda y decida no venir más a casa. Cualquiera que sea la decisión que tomes, no termina conmigo dejando a Agatha porque tú no quieres ver más allá de ti misma. Y lo digo de la manera más respetuosa que puedo.

Molly casi se queda sin habla. Pero era imposible que lo hiciera por la necesidad de tener la última palabra.

—Esto es ridículo, no puedes estar hablando en serio. ¿Qué te está metiendo en la cabeza? La familia viene primero y si eso es lo que quiere, alejarte de tu familia...

—¡Agatha está intentando integrarse a la familia! ¿Por qué no lo quieres ver? Intenta unirse a nosotros a pesar de que lo único que hagas sea hacerle el trabajo más difícil. Hasta ahora lo ha hecho muy bien, con papá y Bill y los demás. La única que le está dando pelea eres tú.

—¡Eso no es verdad! Yo la he tratado muy bien, es ella la que no quiere dejarme entrar.

—¿En serio? ¿Qué le sucedió al pastel que compramos para Harry?

—¿Qué...? Qué le...—balbuceó Molly—. ¡Nada! ¿Qué te dijo que le sucedió?

—Agatha no mencionó nada, ¿por qué? ¿Debió haberme dicho algo?

—No le sucedió nada...pero lo que sí sucedió fue que le arrojó un cuchillo a Harry. ¿Te comentó eso? Supongo que no, porque en esta historia soy yo la villana —chilló Molly cruzándose de brazos y resoplando.

—Sí, Harry me lo dijo. Y en sus palabras exactas «es una de las cosas más asombrosas que ha visto en su vida y cree que mi novia está buenísima». Así que creo que no le molestó mucho. Quizás sus métodos te parezcan escandalosos, pero el fin es el mismo que todos queremos: que Harry esté a salvo bajo cualquier circunstancia. ¿Qué contraargumento tienes para eso?

¿Qué hace una madre cuando se siente acorralada en la situación que ella misma creó? Fácil, lo que han hecho todas las madres desde tiempos inmemorables: victimizarse y convertir el amor por sus hijos en un arma. Cristalizó sus ojos y sorbió por las narices como si estuviera a punto de llorar para ganar compasión en su hijo que se rehusaba a ver su, equivocado y exagerado, lado de la historia. Cubrió su rostro con una de sus manos con dramatismo y con la otra arrugó un lado del delantal en el puño en gesto sufrido.

Fred suspiró, detestaba ser puesto en esa situación. Nunca creyó que habría tanto conflicto sobre una novia. Mucho menos pensó que a su madre le importara tanto. Ella no se había molestado en preguntar o preocuparse por el centenar de chicas que Fred había besado antes.

—Todo lo que intento hacer, es que la veas como yo la veo —se explicó Fred, vacilando sus movimientos entre rodear a su madre con un brazo o tomarla de mano, finalmente decidiendo por la segunda opción—. Sabes que lo menos que quiero es que te alteres y agregar otra preocupación que ambos sabemos que no necesitas.

Fred apretó más la mano de su madre, tratando que la oración ganara más veracidad a los ojos de Molly Weasley.

—La quiero, mamá —manifestó el cobrizo.

Molly Weasley casi se muere. La última vez que uno de sus hijos le dijo que quería a alguien, había expresado su deseo de desposarla en menos de un año y ahora estaba estancada con Fleur Delacour como nuera.

Y si la quería...

Y si la quería entonces el encaprichamiento de su hijo por la búlgara era peor de lo que pensaba y era razón de preocupación.

Sin embargo, la expresión en el rostro de su hijo cuando ella se removió la mano del rostro para mirarlo suavizó el pánico de pensar en tener a Agatha como nuera para siempre. No recordaba haber visto esa expresión en el rostro de Fred jamás. La seriedad que manejaba la hizo retroceder. Se soltó con dulzura de la mano de su hijo y recobró el aliento con torpeza.

—Es demasiado pronto para decir eso.

—Para mí no —dijo Fred.

—No es para tomárselo a la ligera.

—Créeme, lo sé.

Intercambiaron una mirada. Molly temía por Fred y que su corazón estuviera una posición tan desprotegida.

—El amor no es una vía unilateral. No basta que la quieras, se necesita que ella también lo haga. Más de lo que se quiere a sí misma —Y Molly veía eso demasiado difícil de suceder.

Fred se relamió los labios.

—Tarde o temprano hará algo que te herirá. Yo no tendré ninguna parte en ello, así es como es Agatha. Y cuando lo haga habrás deseado escucharme.

—Si eso es lo que crees, entonces ya no tenemos nada que discutir.

Habían vuelto a casa. Era entrada la noche y la tormenta veraniega había retornado con intensidad, golpeando los ventanales de la habitación de Agatha con fuerza. Fred estaba sentado en el lado que había conquistado como suyo en la cama de su novia. El tocadiscos cerca del balcón era iluminado más por los relámpagos que por las luces a medio morir, como sucedía con toda la habitación.

Pero podía ver a Agatha con claridad. Sentada frente a él sobre la alfombra de piel con las piernas cruzadas.
En su regazo se arrimaba el perro protector y ella lo peinaba con los dedos y entonaba estrofas imprecisas de la canción del tocadiscos, una balada en búlgaro de un grupo de magos underground que nunca salió de Bulgaria. Junto a ella la escoba y la cera con la que había estado puliéndola y que había dejado a un lado para dedicarse a leer cartas de sus primos y compartir con optimismo las mejores noticias en ellas.

Ya Agatha había dejado detrás de ella los inconvenientes durante la visita. Había tomado lo positivo, como haber podido iniciar una relación con Fleur, y convertido en nimiedad lo negativo. De hecho, cuando llegaron al departamento, ella ya estaba planeando su próxima visita.

Fred no podía decirle lo que discutió con su madre. No podía porque sabía que la heriría, a pesar de que se burlaría de ello y le dijera que no tenía importancia. Sabía que ella pensaría en eso hasta quedarse dormida.

Lyubov! ¡Escucha! Esta es la mejor parte le avisó a Fred, chasqueando los dedos para llamar su atención sin saber que ya la tenía hace rato.

Agatha cantó junto a la vocalista en la nota equivocada y luego intentó imitar con su voz el riff de guitarra para luego asentir como si hubiese sonado igual a la canción. Fred sonrió.

—Es la mejor banda que existe, te lo digo. Es una lástima que solo sacaran un álbum —dijo la búlgara—. ¡Ven, Ruslan, esta es tu parte favorita!

El can saltó del regazo de Agatha cuando sonó la primera parte del puente y empezó a gritar y a aullar distintivamente como un husky. Y Agatha y Fred carcajearon juntos.

Y observando la mirada tierna de Agatha, Fred no podía encontrar nada de lo malo que hablaba su madre. No podía creerse que el amor de su vida podría herirlo jamás.

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