𝟒𝟔 ━ Extranjeros reclutados.
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EXTRANJEROS RECLUTADOS
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A veces necesitas una buena «cura de tiempo» para que las cosas frente a ti se vean más simples y para entender que la desaprobación de una sola persona no vale mucho, casi nada. Por fortuna, las curas de tiempo que ocupaba Agatha eran cortas y por ello la epifanía de lo insignificante que le resultaban los sentires de su suegra sobre ella llegó muy rápido.
No le tomó ni dos semanas darse cuenta de que la señora Weasley necesitaría un mejor arsenal que un par de comentarios fuera de lugar y una mirada desdeñosa para cohibir a alguien tan...ella, como lo era Agatha Krum.
Y que nada en el mundo, ni siquiera esa actitud condescendiente de Molly Weasley, podría hacer que renunciara a Fred Weasley.
Aunque Fred Weasley no pudiera verlo cómo ella lo hacía.
— ¿Por qué no esperamos a que yo pueda ir contigo? Podemos ir el sábado después de que cierre la tienda.
—Porque no quiero esperar y porque soy capaz de ir sola, lyubov. ¿No quieres que vaya? —preguntó Agatha.
—No es que no quiera, es que prefiero que vayas conmigo.
— ¿Es por lo que le dijiste sobre la oficina? Ya pasó más de una semana, ya lo habrá superado, ¿no crees? Aparte de que tú tenías la razón.
—No la conoces como yo. Sé que te dirá algo. Las madres nunca te dan la razón, no importa qué tan equivocadas estén.
Todavía faltaba un poco más de una hora para que Sortilegios Weasley tuviera las puertas abiertas para la clientela. No obstante, apenas el sol se asomaba por el firmamento, Fred y George empezaban a trabajar.
Esa mañana tenían una ayudante diferente a Verity. Agatha tarareaba un repertorio de canciones aleatorias, como una rocola rota, mientras se encargaba de tareas sencillas como abastecer estantes, etiquetar productos y quitarle la fina capa de polvo que las exhibiciones habían acumulado del día anterior.
No significaba ninguna molestia para ella hacerse cargo del trabajo de Verity, al contrario, le gustaba ser de utilidad y aprender tanto como pudiera del negocio y aprovechaba los días donde sus responsabilidades le permitían hacerlo. Después de que Fred le comentara la noche anterior que Verity estaba enferma, no esperó a que él le pidiera ayuda para aparecerse a las seis de la mañana en la puerta de entrada anaranjada de S.W con una bolsa llena de pasteles de desayuno para los gemelos y la mejor disposición.
Fred soltó con un estruendo la caja de cartón rebosante de chocolates rompe-dientes en el mostrador junto a ella. Deteniendo el oficio de pegar las etiquetas a un lote fresco de pastillas vomitivas, Agatha alzó la mirada hacia él. Weasley exteriorizaba algo de preocupación en su rostro pintado de pecas.
Agatha dejó los empaques sobre el mostrador para, con sutileza, poner su mano sobre la mano de él que se aferraba a la solapa de la caja.
—Estás pensándolo de más —le dijo Agatha—. Yo, para variar, decidí no pensar más en ello.
— ¿Ah, sí? ¿Tú? No te creo —repuso él, escéptico.
—Sí, yo —refunfuñó, fastidiada—. ¿Quieres saber por qué?
—No —respondió Fred, bromeando.
—Te lo diré de todas maneras: cualquier inseguridad que tuve por ella y por no gustarle se ha ido, está muerta y enterrada. Hoy se ve más claro que nunca, no le tengo que gustar a nadie más que a mí misma —manifestó la tenaz eslava con una mirada inspirada—. Así que tomé la irreversible decisión de ser lo más auténtica que puedo ser y no me va a importar las consecuencias que eso pueda tener sobre ella. No voy a seguir diluyéndome para gustar, nunca lo he hecho. No sé qué me poseyó para intentar hacerlo con tu mamá.
Fred la adoró en silencio, no había nada que le atrajera más que el temperamento de Agatha así como no había nada que detestara más que verla reprimirse.
Lo hacía sentir culpable saber que la razón de que Ag actuara de esa manera y de que mostrara esa pasividad que no le hacía bien era porque no quería ser un obstáculo en la relación intrafamiliar de los Weasley, no quería que su relación con ella significara marginarlo y hacía todo lo posible para que Fred no tuviera que elegir entre ella o su familia. Su intención siempre fue integrarse a los Weasley, no distanciarlos.
—La auténtica tú es la mejor. Nunca quise que creyeras necesario ser menos tú —se reprochó el pelirrojo—. Sabes que es sólo que no quiero que sea desagradable contigo y que yo no pueda estar ahí para defenderte.
Agatha levantó las comisuras de sus labios con una sonrisa. Ese sentido de protección que tenía Fred le encantaba porque no lo hacía porque no la creyera capaz de hacerlo por sí misma sino porque estaba integrado en su ser. Ser una figura protectora era parte de Fred.
—Yo también puedo ser desagradable, mucho más que ella —afirmó Agatha—. Puedo con ella. Mientras tú sigas mirándome como lo haces, sus opiniones sobre mí se vuelven irrelevantes. ¿Me seguirás queriendo aun si tu madre no llegara a tolerarme jamás?
—Haces preguntas tontas. Ya sabes la respuesta a eso —bufó Fred y, acompañado de una sonrisa sincera, le juró: —. Te seguiría queriendo aunque toda mi familia te odiara a muerte.
—Eso es todo lo que necesitaba saber —Agatha volvió a sonreír y continuó su labor, tomando otra cajita de pastillas vomitivas y una etiqueta colorida para adherir encima—. Yo te seguiría queriendo aunque tuvieras una daga contra mi garganta.
Lo pronunció con tal ligereza que resultó gracioso. Fred la miró con desconcierto.
—Nunca pondría un daga en tu garganta.
— ¿No? Deberías. Es sensual y construye confianza en las relaciones —manifestó Agatha como si fuera algo normal y aunque en parte era una broma, sí creía en lo que acababa de decir.
Del pecho del hombre brotaron carcajadas.
—Diciendo cosas raras como esa y poniendo las etiquetas al revés, te sigo queriendo —prometió Fred, soslayando una mirada de cariño. Agatha gruñó debajo del aliento y acomodó la etiqueta—. Está bien, puedes ir mañana a la Madriguera.
—Igual iba a ir aunque hubieses dicho que no.
La campanilla sobre la puerta de la tienda tintinó, interrumpiendo el inminente beso entre los dos. El gemelo mayor soltó un gruñido y dijo sin mirar:
—Estamos cerrados. Abrimos a las 10.
— ¿Para los amigos también?
La voz conocida hizo que Fred y Agatha viraran hacia la puerta, la imagen de los corpulentos hombres jóvenes, uno rubio y el otro castaño, los emocionó. Vistiendo una túnica de viaje de un gris oscuro, el rubio tenía el cabello acicalado con gel y peinado hacia atrás mientras que el castaño lucía un abrigo largo verde oscuro y su pelo oscuro crecido se alzaba puntiagudo.
La sorpresa en la joven bruja se tradujo en una mirada muy abierta. Fred soltó una risa de alegría, pero antes de tener oportunidad de recibir a Viktor y Aleksandr, Agatha recordó la realidad en la que vivían: lucían como Viktor y Alek, pero podrían no serlo.
Sostuvo a Fred de la mano para mantenerlo en su sitio y con la otra mano tomó su varita de la superficie del mostrador. Fred comprendió y empuñó su varita también. Krum apuntó a su hermano mayor y Weasley apuntó a Sokolov.
—Desconfiada como siempre. Así me gusta —la felicitó Alek y, junto a Viktor, se quedó parado a un par de pisadas de la puerta de entrada.
—Sasha, ¿qué fue lo que te dije cuando entraste por primera vez a mi habitación de hospital después del golpe? — preguntó Agatha en búlgaro esperando escuchar en la voz de Aleksandr la estela de su atenuado acento de Rila.
Aleksandr soltó un par de risas ásperas: —Me dijiste: «Te ves como la mierda, Sokolov. Dime que me veo mejor que tú». Hasta con la cabeza fracturada te las arreglaste para insultarme.
Una ola de alivio inundó a Agatha cuando la respuesta fue la que ella esperaba y asintió, satisfecha.
—Ahora yo. Aggie, ¿cuántas cartas tiene tu baraja y cuál es tu comodín favorito? —la pregunta de Viktor fue directa y era definitivamente algo que sólo sabrían él y su hermana.
—Originalmente 72 cartas, pero se me perdieron 7. Mi comodín favorito es el que me regalaste, la valquiria.
Al oír a su hermana, Viktor le guiñó el ojo, pero eso no clausuró el interrogatorio; desenfundó su instrumento de magia, dirigiéndolo al pelirrojo, acción que Aleksandr imitó inmediatamente. El segundo fue el que lanzó la pregunta de seguridad.
—Tú, pelirrojo número 1, ¿qué fue lo que me preguntaste sobre Agatha esa tarde en Hogwarts cuando estábamos jugando con la quaffle?
—Te pregunté si estabas enamorado de ella —respondió Fred, algo enrojecido al recordarlo.
Aleksandr hizo una mueca de asco como si pensar en estar enamorado de Agatha fuera algo repulsivo.
—Qué bueno, somos nosotros mismos —confirmó el mayor de los Krum sin sonreír pero luciendo una expresión alegre en el rostro.
Todo mundo guardó su varita y Fred y Agatha se apresuraron hasta ellos. Agatha se le abalanzó a Viktor en un abrazo apretado sin poder contener la alegría de verlo después de tanto tiempo. El mayor trastabilló, pero pudo levantarla sin mucho problema. A su lado, Fred le dio la bienvenida a Aleksandr con unas palmaditas y un medio abrazo.
— ¿Por qué no avisaron que vendrían? —les reclamó la menor y se aproximó hacia Aleksandr para abrazarlo también—. Creía que no los vería sino hasta navidad.
—Cambio de planes. Tenía que comprobar el éxito de la tienda por mí mismo, he escuchado solo maravillas —expresó Viktor—. Tengo que admitirlo, es impresionante.
— ¿Qué más se podría esperar de una mente maestra como la mía? —dijo Fred con presunción.
—Aunque el muñeco de fuera es un poco demasiado —se burló Aleksandr.
—Admite que lo amas —George descendió las escaleras de la segunda planta alegre y recibió a los búlgaros con saludos de puños—. Es lo más llamativo del Callejón Diagon.
—Supongo que tienes razón, llama mucho la atención. Lo puedes ver a treinta metros de altura —asintió Viktor, le echó un vistazo a la tienda y preguntó: —. ¿Cuál es el descuento para las estrellas de quidditch?
— ¡Ninguno! —respondieron Fred y George al unísono.
—Te pagan miles de galeones por respirar, amigo —dijo George.
—Puedes derrochar algunos aquí —completó Fred.
— ¡Jo-der! —miró a su hermana con una ceja enarcada—. ¿A ti te hacen pagar?
—Sí —respondió Ag con media sonrisa—. Pero tengo crédito abierto. Es una ventaja de salir con uno de los dueños.
—Bien, pues, no me interesa salir con ninguno de los dueños. Venga, muéstrenme lo mejor que venden y quizás considere gastarme algo de dinero —los alentó Viktor e inmediatamente Fred y George empezaron a mostrarle el establecimiento.
Agatha los seguía de cerca, suspicaz de todo. Observaba la reunión entrecerrando los ojos, y esperando encontrar el mínimo vestigio de que estaban allí por una razón negativa. Sin embargo, Viktor bromeaba con Fred y George como si nada y eso la hacía preguntarse si su preocupación estaba sólo en su cabeza.
Oía los cumplidos de su hermano y de Aleksandr hacia George y Fred, felicitándolos por el negocio (del que dijo Viktor que el tío Andrey no dejaba de hablar) con alegría y concordando con ellos cuando les decían que había sido la decisión correcta haber abandonado Hogwarts
Las Fantasías Patentadas causaron sensación y mientras Aleksandr, Fred y George compartían chistes sucios, Viktor se excusó de la conversación aminorando el paso para andar junto a su hermana y tener una breve conversación privada.
Viktor la rodeó con uno de sus pesados brazos, estudiando sus facetas y comprobando que estuviera bien de salud y luciera igual que la última vez que se vieron.
— ¿Por qué me miras así? —preguntó Viktor refiriéndose a la mirada entrecerrada de suspicacia—. Sé que estás ansiosa por saber por qué estamos aquí.
— ¿Voy a tener que sacárselos a la fuerza? —preguntó Agatha.
—No hace falta, gnomo. Te lo diremos pronto, pero primero quiero saber cómo está todo. ¿Qué tal está tu club?
—Muy bien. Las Urracas me tratan bien, creo que no se han acostumbrado a compartir el cielo conmigo, pero lo harán pronto, lo sé. No puedo esperar a que empiece la pretemporada.
—Me alegra escucharlo, me he mantenido al tanto de los artículos en el periódico sobre ti. Todos esperan que devores a la competencia y dejes sólo sus huesos. Creo que por eso todavía no se han acostumbrado, no saben jugar tan bien —repuso Viktor con una sonrisa de orgullo casi imperceptible.
—Gracias por el cumplido. Ellos no están tan mal, disfruto jugar aquí, Vitya, es algo nuevo. Me gusta estar aquí —dijo Agatha, honesta.
—¿Es por el equipo o es por él? —preguntó Viktor dándole un vistazo a Fred—. ¿Cómo va eso? ¿Está a la altura de un novio oficial?
—Diría que es una buena proporción de ambas. Está muy a la altura, superando mis expectativas —aseguró la menor, conteniendo la sonrisa que haría que su hermano se burlara de ella—. Me presentó con sus padres.
Viktor soltó un sonido bajo de repulsión como broma: — ¿Ya? ¿Qué sigue? ¿Mudarse juntos? ¿Casarte con él?
—No lo creo —respondió Agatha, serena—. No creo que su maĭka nos daría su bendición para eso.
Eso extrañó a Viktor. Estaba habituado a que Agatha conquistara los corazones de todas las mujeres que su abuela Zhanna le presentaba en Rusia con la esperanza de que la vieran como un buen partido para sus ricos y distinguidos hijos rusos, y eso le hizo dar por hecho que Molly Weasley no sería la excepción. Presumió que sucumbiría fácilmente a los encantos de su hermana.
—Eso es nuevo. ¿Por qué?
—Tengo una reputación muy grande, soy una rompecorazones, una Durmstrang y tengo también a las malas lenguas de la prensa en mi historial...
—Yo tengo casi esa misma reputación.
—Sí, eso se dice de ti también y sin embargo a nadie le importa porque eres un hombre y en ti se ve «atractivo», pero en mí se convierte en un problema. Es como ha sido siempre.
—Lo que digo es que hay mejores razones por las que no le deberías caer bien. Eres un fastidio casi siempre, una niña mimada, le pides ropa prestada a tu hermano y no la devuelves, tienes una impresionante y alarmante colección de cuchillos... —enumeró Viktor con seriedad hasta que Agatha lo fulminó con la mirada y le sacó el dedo medio, lo que hizo que el hombre se riera por lo bajo—. ¿Ves? Eres muy maleducada.
—Gracias, Viktor, por apoyarme incondicionalmente —ironizó la castaña.
—Espero que su falta de aprobación no te esté quitando el sueño.
—Si hubieses preguntado eso hace unos días quizá mi respuesta habría sido diferente, pero no, no me está quitando el sueño —contestó la menor—. Hablando de eso... ¿Cómo están mamá y papá?
—Alertas —dijo Viktor con simpleza—. Afianzando vínculos y reforzando lealtades. Algunos de sus conocidos se esfumaron de la faz de la tierra y no saben si es porque se escondieron o...
—O porque los han hecho desaparecer —Agatha completó el hilo de pensamiento con voz monótona.
—No es como si no lo hubiésemos visto venir —dijo Viktor y se encogió de hombros—. Sus prioridades están un poco jodidas porque, incluso con eso, todavía tienen cabeza para pedirme que te pregunte cuándo irás a casa y si llevarás a Fred contigo. Mama se muere por volver a ver a tu «chico estrella».
Ese comentario hizo que Agatha olvidara momentáneamente a los conocidos posiblemente desaparecidos y se riera.
— ¿Has visto estas cosas absurdamente adorables? —dijo Alek, impresionadísimo por los Puffskeins en miniatura—. ¿Puedes ponerme uno en tu cuenta, mi amor? A Danielle le van a encantar.
Cuando Agatha y Viktor se unieron al grupo, Aleksandr recapituló lo que había dicho y se corrigió:
—Ah...ya no te puedo decir «mi amor», ¿verdad? Ahora que estás saliendo con el dueño y eso —se quejó el rubio, señalando con el dedo a Agatha y Fred respectivamente, preguntó: — ¿Esto va para rato?
El inglés alzó una ceja instando a que Ag respondiera.
—Sí. No voy a dejar a Fred, no por lo pronto al menos —dijo Agatha recibiendo una mirada odiosa de parte de su novio por su contestación—. A menos que vuelvas a mirarme así, en ese caso, te botaré hoy mismo.
El aludido amenazó a Agatha con una mirada que la desafiaba a que terminara con él de verdad, cosa que sabía que no haría. Agatha articuló un «Estoy bromeando, a no ser...», sonriéndole con picardía. Fred ahogó una risa en su garganta.
—Son adorables, quiero vomitarme encima —se maravilló Aleksandr observando la pelea y reconciliación que se llevó a cabo solo con miradas y gestos comprendidos—. Confío en que se están cuidando, ¿no?
— ¿De los mortífagos? —preguntó Fred—. Claro, la tienda está protegida y el departamento de Ag también. Estamos más atentos que nunca.
—Sí, bueno, los mortífagos dan miedo, pero hay algo que es peor: las fuerzas oscuras de tener un bebé —explicó Aleksandr, sonriendo—. Escuchen, los amo, pero ser tío está en el fondo de mi lista de deseos. No sé cargar un bebé ni cambiar pañales y me enteré hace poco que vomitan mucho y no estoy mentalmente listo para eso.
—No tengo idea de lo que dices —dijo Agatha en broma mirando de reojo a Viktor incómodo por la mera idea.
—Si vamos a hacernos los tontos, yo también soy debutante —se burló Aleksandr, sin dejar de sonreír—. Nadie en esta habitación se la puede dar de casto y eso está bien porque algún día seremos viejos y asquerosos y no tendremos el cuerpo ni la energía que tenemos ahora. Pueden hacer lo que les dé la gana, mientras no traigan mocosos al mundo.
—Sabias palabras, señor —asintió George, moviendo la cabeza y alzando la mano como si Aleksandr hubiese dado un buen sermón religioso.
—Lindo discurso pero es ilógico que creas que vamos a ser tan descuidados como para tener un bebé. ¿Cómo voy a embarazarme si aprendí del mejor evasor del embarazo? ¡Tú! —dijo Agatha.
—Espero que hayas tomado nota. Aunque tú eres una maestra en preparar pociones anticonceptivas —recordó el rubio, pensando en todas las veces que Agatha lo había salvado de convertirse en padre demasiado pronto.
Sokolov se tomó un par de segundos para fijarse en la pareja frente a él, reparando especialmente en la felicidad que iluminaba las facetas de Agatha y la hacía irradiar, eso le produjo una calidez agradable en el estómago.
—Sorpresivamente, no odio esta relación —admitió—. Hasta puedo decir que me gusta cómo se ven juntos. Son muy pocos los que ocuparon un lugar tan privilegiado como el tuyo, ninguno me caía tan bien. Debo trabajar en obviar lo que más me molesta de ti: que eres inglés, pero creo que puedo con eso...
—Gracias, amigo, no sé qué hubiese hecho si no recibía tu aceptación —se burló el pelirrojo.
—Claro que no te puedes poner muy cómodo, muchas personas matarían por estar en tu lugar, te lo puedo asegurar. Tendrás que esforzarte o terminarás en el mausoleo de las decepciones amorosas donde nadie quiere estar —dijo Aleksandr fingiendo una mirada de duelo por la larga lista de corazones rotos a los pies de su amiga—. Espero que esté llenando bien...el puesto.
— ¿Por qué no cierras la boca, Aleksandr? —protestó la castaña.
—No está del todo equivocado, sí es un trabajo de alto mantenimiento estar contigo. Veamos, espero que haya hecho algo especial por tu cumpleaños. ¿Lo hiciste, Veasley? —inquirió el mayor de los hermanos Krum, seriamente.
—Para estar solteros, les encanta opinar sobre lo que no les concierne —les dijo Agatha, frunciendo el ceño—. No tengo que decirles nada, pero sí, hizo algo especial para mi cumpleaños, me llevó a un concierto y cocinó musaka para mí. Se darán una idea de que es más atento de lo que ha sido cualquier otro.
Agatha miró a Fred y se acercó a él con pasos firmes y los brazos cruzados. Él la recibió pasándole un brazo alrededor de los hombros, conteniendo las ganas de besarla para no darles de qué hablar a los búlgaros.
— ¿Cocinó para ti? —repitió Aleksandr intercambiando un vistazo con Viktor y aguantándose una risa—. ¡Eso es muy dulce!
— ¡Tan dulce! Es peor de lo que pensé, mi hermana te tiene sometido —se burló Viktor, replicando el sonido y movimiento de un azote de látigo invisible—. ¿También le puliste la escoba y le limpiaste el departamento?
—No, esperen escuchar sobre...—empezó George.
Fred tensó la mandíbula bajo la mirada de su novia, sabía perfectamente cómo responder a aquello. Mientras George, Aleksandr y Viktor se burlaban de lo que hacía Fred por Agatha, Fred se aclaró la garganta.
—Yo no me burlaría tanto si fuera tú, Viktor, tú sabes, porque estoy follando con tu hermana —aclaró Fred sonriendo triunfante.
Aleksandr y George no pudieron mantenerse callados al escucharlo, soltando chillidos de estupefacción y un largo «Ohhhh». Incluso Agatha abrió la boca con sorpresa. Aleksandr llegó hasta el punto de tirarse al suelo, totalmente aniquilado por la réplica.
La sonrisa previa que existió en el rostro de Viktor Krum al mofarse de su cuñado se extinguió siendo reemplazada por la expresión más cruel y asesina del universo.
—Mierda, hasta a mí me dolió —dijo Aleksandr desde el suelo, sin poder recomponerse.
—Te voy a matar —juró Viktor y la única razón de que no lo hiciera de inmediato era que su hermana se interponía.
A un Viktor borracho le hubiese dado mucha risa, pero Viktor estaba tan sobrio como era posible. El sentido de humor de los gemelos era afilado y aunque casi siempre parecía gustarle, a ningún hermano le gusta ser recordado de eso.
— ¡Dilo otra vez! Vamos, dilo otra vez —lo retó Viktor, rechinando los dientes—. Quítale las manos de encima.
— ¿Quieres que lo diga de nuevo? ¡Lo voy a decir! —expresó Fred, burlón. Para enaltecer el enfado del búlgaro, Fred deslizó su mano desde el hombro de la bruja hasta terminar en un agarre sólido en su cadera—. Y la única que puede pedirme que le quite las manos de encima es Agatha y nunca lo hace...
Viktor se lanzó hacia adelante y persiguió a Fred por la tienda, mientras gritaba cosas como «maldito pelirrojo» en búlgaro y groserías en inglés. Fred correteaba por la tienda y se escapaba de él entre risas. Agatha y George seguían riéndose mientras ayudaban a Aleksandr a levantar.
Un reloj cucú resonó por Sortilegios, interrumpiendo la carrera.
— ¡Ya casi son las diez! Es mejor que se preparen para abrir —les recomendó Agatha.
George sacó el reloj del bolsillo y confirmó la hora.
— ¡Tiene razón, Freddie!
Viktor y Fred se detuvieron, uno a cada lado de una exposición de marcas tenebrosas comestibles, y se miraron, esperando el siguiente movimiento.
—Amo esta tensión entre nosotros, Vik, pero tengo que abrir. ¿Qué dices si lo dejamos para otro momento? —dijo Fred.
— ¡Vitya, suficiente! —lo llamó Agatha para que Viktor desistiera.
—Te has salvado, pero sólo por hoy —respondió Viktor, echando chispas con la mirada.
Viktor se devolvió a donde estaban los demás, acomodándose el abrigo desordenado después de la carrera.
—Quiero preguntarles un par de cosas, ¿por qué no vamos a la oficina? —instó la búlgara.
—Sí, siento que tienen que hablar —se rió George—. Yo les muestro el camino.
George guió a los hombres hacia la oficina y cuando Agatha se disponía a seguirlos, Fred lo impidió usando sus brazos para atraparla en un abrazo desde atrás del cual no se pudiera escapar. Incapaz de esconder la sonrisa en sus labios, se dejó retener, deslizando sus brazos por encima de los de su novio.
—No me interesa si se burlan, para mí es un placer estar sometido por ti —el sonido de la destructora voz de Fred golpeó en un susurro el oído de la búlgara.
—Es demasiado temprano para que hables así. Deberías medir las consecuencias que tienen tus palabras en mí y en Viktor —murmuró Agatha, estremeciéndose al sentir el aliento cálido que emanaba de Fred en la piel de su oreja—. Piensa en ello y nos vemos en un rato.
—En tu hermano ocasiona que florezca su instinto asesino y en ti causa que tiembles. Tengo la sensación de que te gusta más de lo que quieres admitir —dijo Fred sin dejar de susurrar, Agatha rezaba para tener la fortaleza de mantener los pies en la tierra. Mientras ella se mordía la lengua, él le rogó: — Dame algo para poder soportar ese atroz rato
Krum se dio la vuelta y poniéndose de puntillas para llegar hasta sus labios y le plantó un decidido beso. Fred era para ella su más clara debilidad y deseaba que sus piernas temblorosas y las respiraciones anhelantes no se lo delataran a él.
Fred correspondió el beso, afianzando sus manos en su espalda y entre su cabello; estaba seguro de que si Viktor y Aleksandr no estuviesen a apenas unos metros, él la hubiese subido al departamento y olvidado que tenía una tienda de la hacerse cargo. Cuando se separaron había una tinta rosa en las mejillas de la bruja.
—Sí, eso me gustó pero no es suficiente, Krum. ¿Quieres quedarte a dormir hoy? —A Fred le deleitaba ver el rostro enrojecido de su novia.
—No puedo —respondió ella y él arrugó el rostro en un gesto de súplica—. Más tarde veremos.
—Bien. Intercede por mí ante tu hermano —le pidió Fred portando una sonrisa conquistadora.
Ag respondió diciendo que no lo haría.
Dentro del despacho, los búlgaros inspeccionaban el lugar con tranquilidad mientras George les comentaba las razones de que la red Flu estuviera sellada. Cuando observó entrar a Agatha, dijo:
—Los dejo —recorrió el salón hacia la puerta donde se hallaba Agatha y dándole una delicada palmadita en el hombre le dijo a la chica:— Reúnanse con nosotros sólo cuando se le quiten las ganas de matar a Fred.
Agatha cabeceó de manera afirmativa y George dejó el despacho, cerrando la puerta detrás de él. Con Viktor distraído, Aleksandr aprovechó para ir hacia Agatha escondiendo algo detrás del cuerpo y se lo entregó con una mirada traviesa. Un suéter de Agatha que Sokolov sabía que era de ella porque tenía memorizado casi todo su guardarropa.
—Esto es tuyo. Cada día te pareces más a mí, dejando la ropa tirada por ahí —la criticó Aleksandr, levantando una de sus cejas—. Guárdalo antes de que Viktor lo vea.
—A veces me da frío, por eso lo guardo aquí —le mintió Agatha, arrebatándole el suéter y escondiéndolo dentro de uno de los cajones del escritorio de Fred—. No es por lo que estás pensando.
—Sí, claro. Podría creerte cualquier otra cosa, pero que te da frío no —se rió Aleksandr—. Reza porque no encontremos un par de bragas por ahí.
Agatha siseó para que Aleksandr guardara silencio al mismo tiempo que Viktor se volteó hacia ellos.
—Quiero que termines con él —comunicó el búlgaro castaño—. Cambié de opinión sobre Veasley.
—Y yo quiero que me den un título de Emperatriz pero no podemos tener todo lo que queremos —respondió Agatha—. Si te ibas a burlar de él, tenías que haber estado preparado para que él hiciera lo mismo.
—A mí me cae mejor que antes —asintió Aleksandr—. Te quiere, es respetuoso e irrespetuoso contigo y hace molestar a Viktor. Es todo lo que deseaba para ti.
—Dudo que hayan viajado desde tan lejos solo para ver cómo iba mi noviazgo —les dijo Agatha disipando el debate de desacuerdo entre Viktor y Alek sobre Fred—. No vinieron solo a conversar.
—Claro que no —manifestó Aleksandr—. ¿Crees que hubiese venido a este país solo por placer? ¡Por favor!
—La verdad es que nos enviaron como heraldos —aceptó Viktor, cruzando los brazos sobre su pecho.
— ¿Portadores de buenas o malas noticias?
—Un poco de ambas —confirmó Viktor—, pero sobre todo de información tardía que tienes que saber.
Aleksandr y Viktor se comunicaron con la mirada, poniéndose de acuerdo y buscando un punto de partida para aquella conversación. Aleksandr suspiró creyendo que había sido la peor elección para ese trabajo dado que comunicar no era de sus cosas favoritas. Viktor, por otro lado, enumeraba ordenadamente en su mente las partes más importantes de su discurso.
—Bien, primero que todo, no te vayas a molestar —pidió Aleksandr. Se estiró y se paró enfrente de la chimenea como si fuera a dar una exposición—, y te lo advierto ahora, vas a querer molestarte. Intenta no hacerlo.
—Ya me molesté —dijo ella, sentándose encima del escritorio con las piernas cruzadas y a la expectativa.
—Ni siquiera sabes lo que vamos a decir —protestó Viktor.
—No, pero ya dijo que me iba a molestar. Ya me molestó.
—Ten en cuenta que hicimos lo que era mejor en ese momento —expuso Sokolov, juntando las manos frente a él— y que Viktor y yo quisimos decírtelo muchas veces, pero no podíamos. ¿Está bien?
Agatha movió insistentemente la muñeca para que empezara a hablar antes de perder la paciencia.
—Ok, aquí vamos. Pues comenzó casi justo después de que Cedric estirara la pata y con un tipo medio raro que se llama Laurence Westenberg, un tipo leal a la causa y activista de los derechos de los hijos de nemagicheski. De vez en cuando se escribía con mi madre. Teníamos tiempo sin saber de él hasta que en el transcurso del verano se puso en contacto con ella otra vez para hablar sobre lo que había sucedido con Diggory. Exploraron lo que podría suceder a continuación y le preguntó si estaría dispuesta a aliarse activamente y mamá, como era de esperarse, dijo que sí. Apenas fui a visitar a Danielle, se fue a Londres con papá para reunirse con Westenberg. ¿Recuerdas cuando te dije que estaban actuando extraño? ¡Sorpresa, sorpresa! Era porque estaba alistándose en una revivida sociedad secreta cuyos cuarteles están en Londres y aparentemente es regida por el director de Hogwarts.
La chica escuchaba con atención, analizaba y juntaba las piezas de un rompecabezas gigantesco que se armaba en su mente. Esa última parte la había pillado desprevenida, tanto que se tomó un momento para parpadear confusa.
—Asumo que la sociedad de la que hablas es la Orden del Fénix —aventuró.
—La misma. ¿Fred te lo dijo? —preguntó Aleksandr.
—No, insistió en que era algo que tenía que hablar con mis padres. Ahora tiene más sentido, sólo que no me lo están contando ellos sino ustedes.
—Al inicio del invierno fue cuando ellos se involucraron —comunicó Viktor, humedeciéndose los labios—. Hasta ese momento solo se escuchaban rumores en el trabajo que a papá no le gustaban. Las circunstancias en las que la supuesta orden estaba siendo congregada era razón de desconfianza para él; la gente que hablaba de eso era extraña y Dumbledore no le inspiraba confianza. Pero había alguien en quien mi mamá confía ciegamente y es la madrina Ekaterina.
—Mi madre está consciente de que nuestra familia no tiene mucho poder en Bulgaria y que no íbamos a poder convocar a tanta gente como la tuya. Así que le dijo a tu mamá en diciembre —contó Aleksandr, llevando el hilo de pensamiento con maestría para que su mejor amiga no se perdiera—. Natalya y Dobromir son muy recelosos y Dobromir dijo que sólo consideraría involucrarse si alguno de sus representativos iba hasta Bulgaria y presentaba su caso convincentemente. Sorpresivamente aceptaron las condiciones que impuso tu familia porque consideraban valioso contar con su apoyo.
—La semana siguiente, junto a Ekaterina, fueron a casa dos personas representando a la Orden del Fénix y uno de ellos era un hombre lobo. Podrás adivinar que las primeras impresiones no salieron bien, se discutió sobre ideales y sobre la nula asistencia que le ofrecieron a los búlgaros y a los rusos en la primera guerra. Un desastre. Mamá y papá estuvieron a punto de declinar la oferta. Y entonces sucedió algo extraño, resulta que el otro que venía con el hombre lobo explicó lo participativa que era su familia y dijo su apellido: Weasley.
Agatha ya sabía lo afines que eran los Weasley con Harry, pero no se imaginó que uno de ellos tomara el riesgo de ir a reclutar magos para la causa.
—Es hermano de tu novio. Vive en Rumania, es cuidador de dragones y uno de los encargados de buscar aliados extranjeros. Contó cómo sus tíos fueron asesinados en la guerra contra tú-ya-sabes y lo involucrados que están. Los Weasley fueron de los primeros en responder a la llamada de Dumbledore para restaurar la resistencia, según juró —dijo Viktor, tomando respiraciones entre oraciones—. Ese fue un convincente argumento. Mamá y papá ya conocían a Fred y dijeron que la manzana nunca cae lejos del árbol y basándose en eso y en que es mejor elegir un bando temprano en la pelea, se decidieron en ser aliados.
—No nos convertimos en miembros oficiales por razones obvias: para poder negarlo todo en caso de vernos comprometidos —explicó Aleksandr—. Viktor fue a Rusia y les dijo a los Kuznetzov y yo convencí a la madre de Danielle y a algunos de sus amigos. No fue fácil, nadie quería creerlo. Creo que fue que mataran a Black y que el ministerio lo confirmara lo que hizo que las personas estuvieran más dispuestas a escuchar. Hay una guerra en puerta y no hay como detenerla, sólo podemos prepararnos para ello. Es muy importante que sepas lo significativo que es lo que hacen.
—Si es tan importante, ¿por qué han estado ocultándomelo todo este tiempo? —espetó Agatha, alzando la voz—. ¿Por qué fue necesario que mataran a Sirius Black para que alguien se dignara en decirme algo respecto? ¿Hasta cuándo pensaban callarse la boca?
—No queríamos ocultártelo, pero era lo que teníamos que hacer —alegó Viktor, tensándose—. No vimos otra forma, si lo sabías y volvías a Durmstrang con esa información te convertías en un riesgo para todos.
— ¿Por qué? ¿Creían que iba a contarlo?
—No —se apresuró a aclarar Viktor—. Agatha, no sabemos todavía quién está en cuál bando. En Durmstrang es difícil diferenciar, cualquiera podía haberse hecho pasar por tu amigo. Iban a ir por ti si tenían la leve sospecha de que sabías algo.
—No soy lo suficientemente estúpida para no poder diferenciar amistad genuina de un acto barato para sacarme información.
—Hubiese podido sucederme a mí o a Viktor. Tú más que nadie sabes las miles de maneras en las que un Durmstrang puede hacerte vomitar sangre e información —rebatió Sokolov haciendo una mueca—. Sabemos que los buenos son más, pero no sabemos quiénes son los buenos, no queríamos ponerte en más peligro del que ya estabas. Por eso mismo no se lo hemos contado a Isak y no pensamos hacerlo porque volverá a Durmstrang a enseñar.
—La ignorancia era lo mejor para ti.
La castaña bajó sus ojos azules del par de hombres para mirarse las manos. Produciendo crujidos con los nudillos, utilizaba el mal hábito para mitigar el dolor de cabeza prensando en su sien y los pensamientos indefinidos, no conseguía desenmarañar su mente que sufría al absorber tanta información.
Viktor y Aleksandr le permitieron ese transitorio momento de mutismo.
— ¿Estás molesta? —inquirió el Sokolov después de casi dos minutos.
— ¿Tú qué crees? Me siento tonta, como una jodida niña a la que le cierran la puerta en la cara porque los adultos están hablando de «cosas importantes» —discutió la castaña, enfadada—. ¡Ustedes lo sabían! ¡Fred lo sabía! ¡Y toda su familia también, al igual que los Kuznetzov! ¡Todo el puto mundo lo sabía menos yo! ¿Cómo se supone que eso debería hacerme sentir?
—Si quieres enfádate, pero comprende nuestras razones. Puedes hacer eso —puntualizó Viktor.
— ¿Stefan, Vera y el tío Pierre lo saben? —preguntó ella.
Viktor tragó saliva: — Sí.
Una tras otra, las groserías en búlgaro dejaron los labios de Agatha en susurros de cólera.
—Mira, sé que cuando lo decimos así pareciera que de verdad todos lo supieran menos tú, pero no es así. Son muy pocos los que lo saben —la tranquilizó Aleksandr—. Cómo te dije, es difícil alistar personas.
— Eso no ayuda mucho. Yo debería haberlo sabido hace mucho tiempo, mucho antes que mataran a Sirius Black. ¿Cuál se supone que es el propósito de la Orden?
—Muchas cosas, operar lugares seguros, ingeniar planes de contingencia, armarnos para la guerra, intentar poner a tanta gente de nuestro lado como sea posible para cuando sea necesario.
— ¿Y qué es lo que sigue?
—Para ti, quedarte aquí donde por el momento tienes un lugar seguro. Puedes asistir a las reuniones en los cuarteles generales de Londres, ser aliada, como nosotros, si así lo quisieras —expuso Viktor—. Sería tu decisión.
—Ag, esto hace una diferencia —aseguró Aleksandr, dibujando una débil sonrisa.
— ¿Algo más que quieran confesarme?
— Aleksandr tiene una facción en Francia y yo soy responsable de una en Rusia —detalló Viktor.
— ¿Y sabes que te dije que Danielle y yo sólo éramos amigos con derecho? Creo que me gustaría salir con ella. Eso está fuera del tema, pero lo he estado pensando —dijo Aleksandr, asintiendo con la cabeza—. Creo que por el momento eso es todo.
—Joder, Aleksandr, de verdad. No es el mejor momento para eso —lo reprendió Viktor y lo miró de mala manera para luego mirar a su hermana—. Te prometo que ya no te ocultaremos nada.
— ¡Qué considerados! —dijo Agatha, sarcástica y enrabiada y se puso de pie, imponiendo respeto—. Sentados, los dos. Ahora me van contestar todas y cada una de mis preguntas, sólo así consideraré perdonarlos.
Los muchachos vacilaron.
—¿Me van a hacer repetirlo? La segunda vez que lo haga habrán deseado haberme hecho caso a la primera.
Como canes entrenados, Viktor y Aleksandr encontraron las sillas más próximas y se dejaron caer.
Todo estaba más entramado de lo que Agatha esperaba, era una bien trabajada conspiración contra el Señor Oscuro. Cuando terminó de preguntar, el dolor de cabeza era peor y estaba segura de que ni siquiera ellos sabían todo con certeza. Tenía la certeza de que había muchas cosas ocultas por descubrir.
Los inminentes desafíos en su horizonte empezaban a cernirse sobre ella formando una nube gris en los cielos azules de los que estaba disfrutando. Esperaba tener la misma fortaleza para afrontarlos como la tuvo su abuelo, Ognyan Krum, cuando se enfrentó a Grindelwald. Si él no dudó en elegir el bando correcto, aunque eso le costara la vida, ella tampoco lo haría.
—No te voy a mentir, me siento más ligero al decírtelo —confesó Viktor cuando terminó el cuestionario y Agatha se veía algo más calmada.
—Sí, yo también —Aleksandr estuvo de acuerdo.
—Esto es una maldita locura —sintetizó la castaña suspirando y pensando en el collage de personajes que los chicos le habían comentado que conformaban la sociedad contra el Señor Tenebroso.
—Lo es, pero es lo mejor que tenemos. Y es mucho mejor que qué te obliguen a estamparte la marca tenebrosa en el brazo y seguirle la corriente a un genocida —afirmó el mayor de los Krum.
—Cualquier cosa es mejor que eso. ¿Vale la pena? ¿Siquiera tenemos oportunidad contra quién-tú-sabes?
— ¡Claro que sí! Ese grupo de locos es letal. Y sumándoles nosotros, que somos búlgaros, tan indestructibles como las alimañas, tenemos mucha oportunidad —recordó el rubio, guiñándole uno de los ojos verdes a Agatha
Un golpeteo en la puerta interrumpió la conversación y George asomó la cabeza.
—Disculpen por molestarlos. Ag, ¿moviste la caja de las varitas trucadas? No las consigo en ninguna parte y un tipo se quiere llevar una docena —dijo el pelirrojo con voz suave.
—¿Las...? Ah, sí, déjame decirte dónde están —Agatha sonrió y se puso en movimiento para seguir a George.
— ¿Varitas trucadas? ¿Puedo verlas? —pidió Aleksandr, interesado por el sonido del invento.
—Claro. Vengan antes de que las vendamos todas —dijo George.
Al salir de la oficina, el mayor de los hermanos Krum se quedó retrasado, buscando a Fred. Divisó la ubicación de su cuñado y marchó hacia allí con pasos firmes. Fred estaba envolviendo una caja en papel de regalo para un cliente y cuando lo observó acercarse, apresuró la envoltura para devolverla al comprador y fue hacia Viktor.
El último le hizo ademán con la mano, solicitando que se reuniera con él dentro del despacho. Weasley le hizo caso entrando detrás del cazador.
— ¿Era en serio lo de matarme? —bromeó el cobrizo cuando entraron—. Va a ser muy obvio que fuiste tú.
—Ensériate por cinco minutos, por favor —le pidió el castaño, frunciendo el ceño.
—El mundo ya está demasiado serio. ¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó Fred, cruzando los brazos y esperando una respuesta.
—Alek y yo le acabamos de contar todo lo que sabemos a Agatha y eso hace que, a partir de ahora, ella se convierta parcialmente en tu responsabilidad —comenzó Viktor, su voz era ronca y su tono era severo—. Tú y yo sabemos lo jodido del asunto y lo malo que se pondrá tarde o temprano. Tienes que mantenerla a salvo.
—No tienes que pedirlo, Agatha es prioridad para mí —aseguró Fred.
—Eso no es suficiente. Necesito cerciorarme de que dejarías todo de lado para asegurarte de que esté sana y salva. Agatha puede protegerse a sí misma, siempre lo ha hecho, pero quiero que tenga toda la protección posible. Especialmente sabiendo lo temeraria que es y lo mucho que desea ayudar.
Fred nunca había tenido una conversación tan honesta con Viktor. En sus ojos oscuros podía observar la preocupación sobre la seguridad de Agatha. Y lo entendía, era obvio que saber que Agatha estaba a miles de kilómetros de su familia y sus amigos más cercanos le causaba inquietud. No sabía cómo hacerlo entender que él también se preocupaba por Agatha. Muchísimo.
—Agatha es lo más importante de mi vida —continuó Viktor—. Aparte de ti, está prácticamente sola aquí y eso me resulta jodidamente aterrador. Si algo le llegara a pasar, yo no sabría cómo...no sabría...
Viktor ladeó el rostro, clavando los ojos en un punto sin importancia dentro del estudio de los gemelos, incapaz de completar esa funesta oración o de enfrentarse a esa posibilidad. Sobó su barbilla con sus dedos agrietados y masculinos para darle a sus inquietas manos algo que hacer hasta encontrar la valentía de retomar su íntima petición.
El simple pensamiento de que algo malo podría pasarle a Agatha envió un escalofrío perturbador por la espina dorsal del inglés. Fred exhaló una respiración cautiva en sus pulmones y auxilió a Viktor, intentando brindarle la tranquilidad que necesitaba.
—No tienes idea de lo que haría para proteger a tu hermana —declaró Fred, su voz por primera vez no era ruidosa y divertida sino serena y mesurada—. No te lo había dicho antes, pero preferiría echarme a mí mismo al fuego antes de ponerla en peligro. Mientras me tenga a mí, te prometo que nada le va a pasar. La cuidaré cómo tú o cómo tus padres lo harían. Joder, estoy más que dispuesto a morir o a matar por Ag, no hay duda sobre eso.
Una brecha de silencio se abrió en la habitación y una gratitud silenciosa amenazaba con brotar de Viktor.
—Aunque...—dijo Fred, interrumpiendo el silencio— eso no significa que vaya a obligarla a quedarse sentada cuando desee ayudar. Si la vamos a incluir en la Orden, va a querer hacerlo. Así es ella y no voy a ir contra ella.
—No te pido retenerla ni que la dejes inconsciente cuando tengan que enfrentarse a algo porque estarías perdiendo una pieza de extremo valor y Agatha puede aportar muchísimo. Lo que te pido es que hagas todo en tu poder para que pueda ayudar y aun así volver a casa con vida y preferiblemente en una pieza.
—Puedo hacer eso, Vik.
—Esperaba que pudieras. Decido creer y confiar en ti. Estos días no se confía en cualquiera —recordó Viktor y estrechó la mano de Fred con camaradería—. Nunca pensé que tendría que dejarla a cargo de un pelirrojo inglés, pero aquí estamos...
Fred soltó una risa por la nariz.
—Tu confianza está bien puesta, hermano. —replicó Fred, una sonrisa de lado curvó su boca—. ¡Y pensar que hace una hora no te caía tan bien!
—No creas que ya está todo bien. Tienes que tener cuidado con tus chistecitos, aunque soy más paciente que mi hermana, eso no significa que mi paciencia sea infinita —aclaró Viktor.
—Es justo. Guardaré mis chistes para Agatha, a ella sí le gustan y me recuerda lo gracioso que soy cada vez que me...
—Estás jugando con fuego, Veasley —amenazó el mayor. El inglés carcajeó con soltura y le pasó un brazo alrededor de los hombros al búlgaro—. Con cada palabra que abandona tu boca me pregunto si me equivoqué al alentar a Agatha a darte una oportunidad.
— ¡Oh, te prometo que sí! Ahora no te podrás librar de mí, estaré molestándote por muchos milenios más —le dijo Fred, divertido y le dio un golpecito en el brazo a Viktor.
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