𝟒𝟓 ━ Jóvenes, ardientes y calientes.
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JÓVENES, ARDIENTES Y CALIENTES
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En Bulgaria hay un dicho muy popular que dice que muchas cosas buenas no son buenas. Por lo que si habías disfrutado de paz y felicidad por algún período de tiempo, había un precio que tenías que pagar por ello.
La factura llegó demasiado pronto para el gusto de Agatha. Podría decirse que ella era pesimista por nacimiento, sin embargo eso no significaba que estuviera deseando que algo malo pasara; solo que estaba consciente de que, tarde o temprano, algo pasaría. De nuevo, le hubiese gustado que hubiese sido mucho más tarde.
La muerte de Sirius Black fue el inicio. Después de eso, el ministerio de magia británico confirmó lo que ya mucha gente murmuraba: el retorno del Señor Tenebroso. Esa ratificación trajo consigo la necesidad de protegerse, la necesidad de esconderse, la necesidad de sospechar de tu propia sombra, porque podría ser un dementor que se había cambiado de bando.
Fred cumplió su promesa de ir a la mañana siguiente del deceso de Black, intentó explicar, pero no ahondó en los detalles de la Orden. Dijo que no era su deber contarle todo, sino que tendría que esperar a que sus padres lo hicieran. Agatha vio en su rostro el gran debate entre decírselo y mantener el secretismo que conservaba a la Orden del Fénix bajo perfil.
Ella lo comprendió, en lugar de sonsacarle información, pidió que le contara sobre Sirius. Fred se quedó con ella todo el día, hablándole del hombre que fue Sirius Black. Tanto que al final, ella sentía que lo había conocido y una pequeña parte en su interior también sintió el duelo de Fred.
―Te hubieses llevado bien con él ―le dijo, sosteniéndola y pasando sus dedos por su cabello oscuro y ondulado en busca de confort―. Era un alcahuete. Él fue el que nos ayudó a llegar a Bulgaria en tu cumpleaños y siempre se rebelaba en contra de mi madre. Te hubiese caído bien, ojalá lo hubieses conocido...
Agatha no fue ajena a los cambios en su entorno. Esa misma semana se anunció que las prácticas de quidditch en la Liga Inglesa quedarían suspendidas por dos semanas mientras «reforzaban la seguridad».
Utilizó ese tiempo para seguir los nuevos protocolos de protección: resguardó su casa con hechizos, protegió a Ruslan con runas en sus patas y entre su pelaje y ella misma volvió a portar amuletos de su dinastía. Entre su ropa también se escondió la espada Gram. No podía imaginar en qué situación podría sacarla a blandir, pero se sentía mucho más segura teniéndola encima.
Al volver los entrenamientos, fue imposible no notar la asfixiante seguridad en el campo. Sus co-cazadores, Alice Caplan y Berkley Kerr, no paraban de quejarse de que con los nuevos magos de seguridad que había en cada esquina del terreno era solo cuestión de tiempo antes de que alguien se estrellara contra ellos.
Pero por lo menos no habían cancelado el quidditch. Si tenía que verse obligada a quedarse sentada en casa esperando que los mortífagos decidieran pasarse por su vecindario iba a perder la cabeza.
No todo era tan malo, ese día, por ejemplo, estaba yendo de maravilla hasta el momento. Tuvo uno de sus mejores entrenamientos, cumplió temprano un par de diligencias y esperaba ir a pasar la tarde en Sortilegios Weasley que estaba a reventar. Fred y ella habían estado tan ocupados que no se habían visto en casi una semana.
Era poco más de la una de la tarde y, como se esperaría en Londres, había un manto de neblina cubriendo la ciudad de un tono blanquecino verdoso. Antes de salir, se tomó el tiempo de aliviar el moretón que cubría desde el inicio del muslo hasta la rodilla. Otro impacto de bludger rutinario que le dolería como el demonio a cualquier otra persona, pero que para ella, al estar acostumbrada, sólo resultaba un fastidio al caminar.
Al mismo tiempo que el moretón empezó a retraerse y disminuir de tamaño para irse convirtiendo en un motita casi imperceptible gracias a su magia, alguien tocó dos veces a su puerta.
Se levantó del sillón con precaución. Le pidió a Ruslan en un susurro que se ocultara detrás del sillón preparado para efectuar un ataque sorpresa en el caso de que el invitado resultara un intruso. Al echar un vistazo por la mirilla, el cabello largo en una cola, el arete de colmillo y la cara atractiva le hicieron saber que se trataba de Bill Weasley.
―Hola, Bill ―lo saludó a través de la puerta cerrada y sin aflojar la varita empuñada contra el pecho―. ¿Cuándo te vas a casar?
―El primero de agosto del año que viene ―respondió Bill―. ¿Con quién fuiste al baile de navidad?
―Cassius Varrington ―indicó Ag―. Me pregunto qué anda haciendo estos días.
Agatha abrió la puerta no sin antes examinar que no hubiese nadie más con el hijo mayor de los Weasley. Bill se limpió los zapatos en la alfombra de entrada y se adentró a la residencia cuando recibió el permiso de la búlgara. Ruslan inspeccionó al hombre, al darse cuenta de que no era una amenaza se limitó a observar con prevención desde la distancia por si sus intenciones cambiaban a medio camino.
―Hola, Villiam ―volvió a saludarlo Agatha, le dio un beso en la mejilla y le señaló una de las sillas del desayunador cerca de la cocina―. Siéntate.
― ¿Cómo estás? ―ambos soltaron la interrogante al mismo tiempo, lo que hizo que compartieran una risa.
― ¿Fred está bien? ―preguntó ella de inmediato pues era raro que Bill estuviera ahí, en realidad era la primera vez que iba a su departamento. La repentina visita logró una reacción intranquila en los latidos de su corazón.
―No te preocupes, Fred está bien. Todos están bien ―se apresuró a aclarar Bill, sacudiendo las dos manos en un gesto que pretendía tranquilizarla.
―Tenía que preguntar, es la primera vez que vienes aquí desde que falleció...―se interrumpió a mitad de la oración―. ¿Quieres té?
―Sí, eso me gustaría. Gracias.
―Tengo solo té negro, espero que no te moleste. Es el único que compro porque es el que le gusta a Fred. A mí no me gusta el té ―contó Agatha caminando hacia la cocina―. A no ser que prefieras una taza de café, podría...
―El té negro está bien.
Agatha se dirigió hacia la despensa para sacar las hojas de té de la lata que había comprado para Fred. Puso a hervir agua en la tetera y luego de eso se enfocó en el pelirrojo sentado en la mesa de madera. Ella se guardó la varita en la pretina de la falda para recostarse contra la encimera con los brazos cruzados esperando que Bill comunicara su mensaje.
―Tienes un lindo departamento ―loó él, apoyando los codos sobre la mesa―. Muy espacioso.
―Gracias, eso fue una de las cosas que me hizo elegirlo. Si hubiese sabido que venías, hubiese arreglado un poco.
― ¿Qué dices? ¡Si está mucho más ordenado que mi departamento! Fleur dice que parece que hubiese habido una pelea —contó Bill acompañado de una sonrisa—. Está muy ordenado. A Freddie debe gustarle mucho quedarse aquí.
El mayor señaló el suéter de Fred desparramado encima de una silla.
―Sí, eso creo. Aunque tiene varios días que no viene ―se lamentó Agatha, cuando vio el suéter no pudo evitar reírse―. Ese es su sistema de seguridad. Dijo que si venía alguien a querer seducirme iba a ver el suéter e iba a saber que tenía un novio que le iba a dar una paliza. Espero que no estés aquí para seducirme.
El comentario le sacó una risa a Bill, quien asintió con la cabeza oscilando su larga cabellera y dijo que era exactamente algo que haría Fred. La tetera hirvió con un chirrido y la anfitriona se dedicó a servirle a Bill una taza de té con un chorro de leche y sin azúcar.
―Bueno, hoy no vine a seducirte. Vine a hablar contigo sobre Igor Karkarov ―comunicó Bill Weasley con voz ronca y agradeciéndole a la joven por la infusión―. ¿Me puedes contar un poco sobre él? Tú estuviste bajo su dirección.
La castaña se sorprendió al conocer la razón de la visita. Se mordió el interior de la mejilla y empezó a relatar su sentir hacia su exdirector.
― ¿Karkarov? Pues no teníamos la mejor relación. Viktor era el más cercano a él. Verás, Karkarov nunca tuvo hijos, no sé si quiso tenerlos porque odiaba a los niños, lo cual resulta irónico dado que eligió dirigir un instituto lleno de ellos ―relató Agatha alcanzando una bolsa de galletas dulces y poniéndoselas enfrente al hombre―. Pero cuando Viktor llegó al instituto, fue como si le explotara la cabeza al viejo. Era para él el muchacho perfecto y se aseguró de mantenerlo bajo su tutela todo el tiempo. Lo convirtió en su alumno estrella y su ejemplo de cómo quería que todos fuéramos. Todo lo contrario a mí, Karkarov me repudiaba por muchas razones, un par de ellas eran que soy una bruja y que Viktor cree que soy su igual. Karkarov nunca me vio así, buscaba cualquier razón para denigrarme, me dejaba fuera de casi todo y cuando no lo hacía, simplemente ignoraba mi existencia. Yo tampoco era muy respetuosa con él, pero ¿cómo puedes ser respetuoso con alguien que intenta patearte cada vez que puede?
»Karkarov tampoco es muy querido, pero era respetado y eso lo consideraba más importante. Lo respetaban a pesar de que muchos alumnos le guardaban rencor por haber divulgado los nombres de otros mortífagos en juicio para salir libre. Eso no te da muy buena reputación. La deslealtad es imperdonable en Durmstrang, independientemente de a qué le tengas lealtad. ¿Qué más? Bueno, como profesor era brutal. Sus prácticas eran feroces, te preparaban mental y físicamente para lo peor ―continuó Agatha, reflexionando sobre los días más difíciles en Durmstrang―. No era mediocre al practicar magia, tenía sinfín de habilidades, pero no era justo cuando debía serlo. Es gracioso, ¿sabes? Siempre decía que yo era débil y no era apta para ir a Durmstrang cuando él era un cobarde. Ya sabes cómo abandonó a su escuela en la primera señal de que los mortífagos venían por él. Supongo que le habrá servido de algo, no lo han encontrado todavía.
―No mucho. Encontraron su cuerpo en una choza con una gran Marca Tenebrosa encima ―reveló el mayor de los hijos Weasley, pasando sus dedos por el borde de la taza.
Un silencio perturbador se deslizó en la sala. Agatha cerró la boca y se tomó un momento para procesar lo que había dicho Bill.
― ¿En qué país? ―preguntó.
―Bulgaria, muy al norte.
No le fue difícil imaginarse los últimos días del director, escondido viviendo como ermitaño en la cordillera de los Balcanes. Seguramente había recorrido toda Bulgaria en busca de refugio y más seguro aún era que no había nadie que se hubiese ofrecido a ayudarlo. Su posición lo puso en la lista negra de cualquier persona con una pizca de cordura en la cabeza.
Igor Karkarov había vivido desde el final de la primera guerra en tiempo prestado y finalmente había sido alcanzado por las consecuencias de su deserción de los mortífagos. Krum supuso que no había sido difícil de hallar por quien-tú-sabes, quién estaba empezando a cobrar la traición. De sus labios se escapó una risa descreída.
―Duró bastante ―susurró, mordiéndose la uña del dedo pulgar―. Un año entero. Mis amigos y yo no creíamos que fuera a durar tanto, era todo un debate. Desde el segundo que nos abandonó lo dimos por muerto.
―Estás mucho menos sacudida de lo que pensé que estarías ―apuntó el mayor, observando la mirada perdida de la extranjera.
―Discúlpame, de verdad trato de encontrar algún atisbo de empatía hacia él enterrado en mí, pero no es fácil cuando me hizo la vida imposible en cada aspecto que puedas imaginar. Cuando pienso en él, sólo recuerdo siete años de ser despreciada. Saber que se ha ido para siempre no me produce mucho.
―Lo entiendo. No sabía eso, creo que malinterpreté la relación que podrías haber tenido con él. Quería venir a decírtelo antes de que saliera en El Profeta y que supieras que hay mortífagos activos en Bulgaria.
―No, no. Aprecio que hayas venido, Bill ―confesó Agatha―. Estar lejos de mi familia en tiempos así no es fácil y agradezco que traigas información sobre la gente en mi país. Quería pedirte un favor acerca de eso, si no es mucha molestia. ¿Podrías avisarme si hay noticias, buenas o malas, sobre personas con estos apellidos?
Arrancando un pedazo del bloc de notas en la mesa, Agatha garabateó el listado de los apellidos de su familia más cercana: «Krum» «Kuznetzov» «Pavlov» «Sokolov». Seguido de eso, sacó del cajón de la cocina los diarios rusos y búlgaros que habían traído las lechuzas esa mañana.
Bill recibió el pergamino de la muchacha y leyó los apellidos, asintiendo obediente. Luego le dedicó una mirada a los periódicos eslavos cuyas imágenes mostraban escenas de preocupación colectiva en el ministerio búlgaro.
―Intento mantenerme lo más informada posible, pero tú más que nadie sabe lo mucho que omite la prensa. Eso me preocupa ―suspiró la castaña―. Hace poco hablé con mis padres y mi hermano, se están cuidando las espaldas. Tienen suerte de pertenecer a una comunidad leal que está bien preparada, aunque eso no hace que me preocupe menos por ellos.
―No es ninguna molestia. Prometo estar atento. Espero no tener ninguna noticia ―el rostro de Bill se endulzó con una sonrisa amigable. Estiró lentamente la mano para tomar la de Agatha que se aferraba al borde de la mesa.
―Muchas gracias, Bill. Significa mucho para mí ―Agatha aceptó el agarre amistoso del hermano de su novio―. ¿Cómo está Fleur?
―Aburridísima. Dice que en la Madriguera no hay mucho qué hacer, solo cocinar y alimentar a las gallinas. Tienes que ir a hacerle compañía.
―Prometo ir. Ojalá pueda enseñarme a cocinar un poco. Mis habilidades culinarias son muy malas, pregúntale a Fred.
― ¿En serio? Qué raro porque George me dijo que estabas alimentando muy bien a Fred.
El rostro de Agatha se ruborizó y miró a la cara a Bill con una sonrisa nerviosa, avergonzada y enterneciéndose por lo despistado del mayor. Le tomó medio minuto al hijo mayor de los Weasley caer en cuenta de a qué se refería George, soltó un suave «Oh» e intentó contener las carcajadas tomando té.
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Fred Weasley era un rey. Su reino era claramente Sortilegios Weasley a rebosar de clientes en uno de los días más concurridos desde la apertura.
Todos los jóvenes magos y brujas que habían salido de vacaciones de Hogwarts colmaban el local, riéndose de los productos y gastándose toda la mesada y todos sus ahorros. Verity no podía mantener los anaqueles llenos porque cuando terminaba de surtirlos aparecía una nueva trulla de adolescentes que volvía a vaciarlos.
George estaba luciéndose con los compradores, ofreciendo demostraciones y repartiendo cubetas a los desafortunados que probaban las pastillas vomitivas.
Fred también estaba ocupado con clientes, pero su especialidad era mejor que la de George pues se encontraba rodeado de chicas que lo miraban con embeleso mientras hacían preguntas tontas sobre los detonadores trampa y haciendo de todo para llamar su atención. Fred sonreía y se aprovechaba de sus atributos que hacían a las chicas suspirar por él con el propósito de vender. Coqueteaba como un profesional y las clientas no podían dejar de babearse encima.
Entonces una figura divina y curvilínea entró a la tienda haciendo sonar la campanilla de la puerta. Los ojos de Fred se clavaron al instante en aquella chica. El cabello, el buen trasero que era enfatizado por la falda ceñida, la mirada hipnótica y la gracia de su caminar lo atrajo muchísimo.
Ella rechazó el interés de los hombres que se le acercaron y por sí misma se acercó a la mesa en forma de lirios rosados que contenían los filtros de amor. Fred soltó una maldición debajo del aliento y supo que, como el dueño, tenía que ofrecer ayuda.
―Discúlpenme, señoritas, paséense por la tienda. Hay muchas cosas que admirar, se los aseguro ―les dijo a la multitud femenina reunida en torno a él que soltó un decepcionado sonido y empezó a caminar hacia la chica.
Ella no se dio cuenta de su aproximar y observaba el líquido perlado dentro de los contenedores de corazón con curiosidad.
―Los más eficaces del mercado ―anunció él, captando la atención de la castaña―. Pero, si me permites decírtelo, eres muy bonita, no creo que necesites de una poción para que alguien se enamore de ti.
―Eso es algo inapropiado de decir ―respondió ella―. ¿Coqueteas con todos tus clientes para vender?
― ¿Coquetear? No estoy coqueteando contigo, tengo novia. Solo estoy destacando los hechos, eres muy bonita.
―Ya. Me imagino que a tu novia le parece gracioso que llames bonita a las chicas que entran a tu tienda.
―Ella lo entendería. Cuando viene les hace ojitos a los hombres en la tienda para hacerme vender más. La última vez que estuvo aquí, logró que un tipo gastara 200 galeones en mercancía. Es un ángel.
―Ya veo. La poción es para mi novio ―expresó la chica con desinterés.
―Entonces tú también tienes novio. Es una lástima escucharlo.
―Sí, aunque no sé por cuánto tiempo. Últimamente no tiene tiempo para mí. Su trabajo lo ha distanciado y ya no me siento tan bien atendida ―manifestó, batiendo sus largas y rizadas pestañas. Su mirada angelical era increíblemente caliente para Fred―. ¿Crees que esto funcione con él?
―Ese novio tuyo se escucha como un imbécil, deberías dejarlo.
―Créeme que lo estoy considerando seriamente.
―Bueno, ya que él no está aquí ni mi novia tampoco, deseo ser de ayuda para ti, soy el dueño por si no lo sabías. Déjame llevarte a la parte de atrás de la tienda, allí es donde están mis mejores productos.
―No creo que sea apropiado que vayamos a la parte de atrás. Dijiste que tienes novia, ¿no? No quiero que ella lo malinterprete.
La chica se acercó un poco más a Fred, quien tragó saliva con fuerza, sintiendo el rostro hervirle y sonrojarse así como las manos sudorosas. Sus ojos avellanados se deslizaron sin discreción por el escote de la muchacha.
― ¿Está todo bien? Te ves nervioso. ¿Te estoy poniendo nervioso?
―Deja de provocarme, Agatha Krum ―la amenazó él, mordiéndose el labio―. Estoy trabajando.
― ¿O qué? ¿Qué vas a hacer si te sigo provocando? ―replicó Agatha, sonriendo traviesamente, enarcó una ceja y se encogió de hombros con vanidad―. ¿Ves? Nada. ¡Dios, Freddie! Te excitas con tan poco...
―Ya fue suficiente.
Fred, en una muestra de fuerza física que Agatha no se esperaba, le pasó un brazo por el torso y se la echó encima del hombro como si de una maleta se tratara sin esforzarse en absoluto. Entre peticiones ignoradas que la bajara de parte de ella, Fred esquivó a la clientela y se abrió paso hasta la oficina.
Cerró la puerta detrás de él con una patada y sin soltar a Agatha, quitó con el brazo libre los objetos encima de la mesa, dejándolos caer en la alfombra hasta finalmente sentarla en el escritorio, ubicándose entre sus piernas.
― ¿Quién te crees para venir a mi trabajo y portarte así? ―le dijo con voz aterciopelada y una mirada oscura.
―Agatha Krum ―replicó ella, cruzándose de brazos con fastidio―. Tu novia, por si la atención de cientos de clientas que quieren devorarte te haya hecho olvidarlo.
― ¿Estás celosa?
―En absoluto, pero me gustaría saber a cuántas has metido en la oficina para enseñarle tu «mejor producto» ―acusó Krum, dedicándole una mirada aburrida a Fred.
―Ninguna. He estado soñando despierto contigo durante días ―aseguró el cobrizo y las comisuras de su boca se levantaron en una sonrisa―. Te he extrañado mucho, ¿sabías?
― ¿De verdad? Porque has tenido mucha compañía, una multitud para ser exactos.
―Entonces, sí estás celosa. Ven, amor, confiésate.
Fred la acercó con su brazo varonil, poniendo una sonrisita de triunfo y saboreándose la irritación en el rostro de su novia. Agatha bufó, sin darle crédito y puso sus ojos azules en blanco, resistiéndose de poner sus manos encima de Fred. Mantuvo el rostro de lado, hasta que él la forzó a mirarlo.
―Perdóname por no haber tenido mucho tiempo para ti esta semana ―se disculpó él depositando un tierno beso en su mejilla.
―Ningún «perdóname». Se acabó ―refunfuñó Agatha en una rabieta infantil y todavía cruzada de brazos.
― ¿Estás terminando conmigo? ―se indignó él, soltando una carcajada llena de aire.
―Sí, terminamos.
―Déjame hacerte cambiar de opinión.
―Seguramente te fascina la atención ―gruñó Agatha―. ¿No es así, señor Veasley?
De la boca de Fred salió una maldición cuando la escuchó llamarlo así, estremeciéndolo.
―No me llames así ―advirtió Fred, acercándose a Agatha y apoyando sus puños cerrados en la madera del escritorio a cada lado de las caderas de la chica.
Agatha hizo un movimiento con sus piernas para que Fred perdiera el equilibrio y no tuviera más remedio que acercarse a ella. Sus delicadas manos empezaron a serpentear por el torso de Fred, quien claramente no la quería dejar ganar y estaba resistiéndose a los roces, aunque ella ya tenía la ventaja, Krum sabía que no tenía oportunidad contra ella.
― ¿Por qué? ¿Te prende? ―quiso saber Agatha, deshaciendo muy lentamente la corbata con el pin que se iluminaba.
Agatha liberó a Fred del saco y lo deslizó por sus brazos que se habían vuelto algo fornidos. Sin quebrantar el contacto visual, empezó a encargarse de desarmar cada uno de los botones que sujetaban el chaleco aceitunado al cuerpo del muchacho. Le quitó el chaleco y lo arrojó encima de los objetos del escritorio. Fred Weasley se mordía el labio y disfrutaba del martirio de que ella se tomara tanto tiempo en desvestirlo. Incluso se estaba arrepintiendo de llevar tantas capas.
― ¿Me estás haciendo sufrir a propósito? ―preguntó cuando ella le quitó la corbata por encima de la cabeza.
―Sí.
―No eres la única que puede jugar a ese juego.
Las manos masculinas de Fred empezaron a hacer lo que mejor sabían hacer, una se aferró a la cintura de la chica, pegándola a él lo más posible y la otra se deslizó por debajo del ajustado suéter de algodón de Agatha, acariciando su torso erizado. Esa misma mano dibujaba círculos bien pensados en la piel suave hasta llegar a sus pechos. Apretándolos, podía sentir los latidos del escandaloso corazón de Agatha. La última apretaba los labios, intentando mantener a raya los gemidos que amenazaban con deslizarse de sus cuerdas vocales.
―Agatha, por Merlín, no empieces algo que no vamos a poder terminar ―gruñó él por debajo de su aliento experimentando el tacto de la búlgara rozando el área de su bragueta.
―Usted es el jefe, señor Veasley. Dígame si quiere que me detenga ―la voz que salió de ella fingía ingenuidad mientras se aprovechaba del poder que ejercía sobre Fred al referirse a él de esa manera.
―Eres una maldita malcriada ―maldijo Fred.
― ¡Lo más romántico que me has dicho!
Con arrebato, obligó a Agatha a aproximarse y se apropió de su boca con violencia, aferrándose a ella en un beso impetuoso, exponiendo la parte más feroz de Fred. Esa parte encendía a Agatha y ella adoraba que empezaban a sentirse más cómodos con el otro como para explorarla.
Mientras insistía en el beso salvaje, intercambiando respiraciones entrecortadas y quejidos, Agatha quitó por completo la camisa rayada de Fred. Él hizo lo propio, sacando por arriba el suéter negro de la búlgara y subiéndole la falda hasta la cadera. Manoseándola sin medir, la inclinó en la mesa de madera y empezó a repartir besos por su cuello y su escote. Agatha sentía su mano varonil jalando su cabello hacia atrás para exponer su cuello.
La castaña dejaba salir gruñidos y quejidos, sus esfuerzos de mantenerse en silencio empezaban a debilitarse al sentir los labios cálidos del hombre tocar toda su piel y dejar pequeñas marcas amoratadas. La mano de Fred volvió a hacer de las suyas, empezando a subir por el muslo descubierto de Agatha y acercándose peligrosamente a su entrepierna. Agatha empezaba a percibir su humedad. El poder que poseía Fred sobre ella era increíble, solo necesitaba tocarla para ella sentir la necesidad implacable de tenerlo.
―Quiero tomarte aquí mismo ―musitó el cobrizo, entre besos, sintiendo su corazón y su vientre bajo vibrar envuelto en deseo.
La respuesta de Agatha quedó ahogada en su garganta, sintiendo las manos acariciarla por encima de las bragas, acercándolo con los brazos para que no hubiese espacio entre ellos.
Sin previo aviso, la puerta se abrió de par en par. Solamente se dieron cuenta de la tercera persona cuando la señora Weasley hablo:
―Freddie, cariño, ¿estás aquí?
Entonces la señora Weasley entró, admirando el recinto hasta detenerse en la chica semidesnuda encima del escritorio y en su hijo sin camisa, besándola apasionadamente.
El intercambio ardiente quedó helado, Agatha soltó un chillido y Fred le quitó las manos de encima, levantó la cabeza e intercambió una mirada de estupor con la reciente llegada. La señora Weasley también ahogó un grito y en shock, se devolvió por donde había venido cerrando con un portazo. Fred y Agatha se quedaron inmóviles mirándose el uno al otro, horrorizados.
― ¿Esa era...? ―balbuceó la castaña, apenas pudiendo hablar por encima de su respiración entrecortada―. Fred, ¿esa era tu mamá?
―Mierda ―respondió Fred, peinándose el cabello con la mano―. Mierda, mierda, mierda.
― ¿No cerraste la puerta? ―preguntó, despavorida y su mano impactó en un golpe sobre su torso desnudo.
―Mierda, pensé que lo había hecho. Sí, esa era mi mamá. Ok, Aggie, vamos a tranquilizarnos.
―Sí, estoy tranquila. Estoy tranquila porque esto es solamente una pesadilla, estoy en mi cama y estoy durmiendo, esto no pasó ―dijo Agatha, negando todo en la mayor medida posible para no morirse en ese mismo lugar.
―Mi amor, no pasa nada, lo estamos exagerando. No pasó nada, le decimos que no era lo que parecía.
― ¿Que no era lo que parecía? Tenía mi mano metida dentro de tu pantalón y tú tenías las tuyas debajo de mi falda. Dime, ¿qué le vamos a decir que estábamos haciendo? ―preguntó Agatha, exasperada―. Estamos semidesnudos, además.
―Le decimos que teníamos mucho calor, lo malinterpretó. Todo fue una ilusión de su mente ―propuso Fred, asintiendo.
Ag se cubrió el rostro con las manos temblorosas.
―No, esto es perfecto. Justo cuando estoy intentando portarme bien para que tu mamá vea mi potencial como nuera, me consigue semidesnuda encima del escritorio de su hijo casi follando. ¡Es perfecto! ¡Me van a dar la insignia de nuera del milenio!
Fred explotó en carcajadas y pasó sus brazos alrededor de Aggie, enterneciéndole lo preocupada que estaba. Agatha escondió su rostro en su pecho, ahogando los chillidos entre la piel del inglés.
―No te rías, esto es una pesadilla ―se quejó, peinándose el desastroso cabello que Fred había desordenado con sus caricias desenfrenadas.
―Es gracioso, Aggie, ríete. Creo que por un tiempo que mi madre me encontrara follando fue mi boggart. Es una lástima que nos haya interrumpido cuando íbamos a empezar lo bueno ―bromeó Fred, besándola en la cabeza y finalmente a ella le empezó a dar risa―. No estábamos cometiendo ningún crimen, somos mayores de edad.
―Sé que es natural y todo eso, pero no es ideal que te encuentren así. No puedo darle la cara, de paso estoy hecha un desastre. No puedo verla así.
― ¿Tú? Yo soy el que tiene una erección del tamaño de la torre Eiffel ―se quejó él, señalando su parte baja que apretaba mucho el pantalón.
―Lo siento, malysh ―se disculpó Agatha, sabiendo que era completamente su culpa y que no podía ayudarlo a aliviar la presión.
―Es nuestro justo castigo, nos pasa por calientes ―bromeó Fred y Agatha volvió a reírse―. Vamos a hacer algo, no nos avergoncemos. Nos vestimos y salimos a saludarla como si nada.
―Podemos escapar por la chimenea.
―Cerramos la red flu de la chimenea por seguridad. No tenemos escapatoria. Fingimos demencia, negaremos todo como profesionales. ¿Está bien?
Agatha soltó un quejido y sabiendo que no tenía otra opción, chasqueó la lengua y asintió.
―Esa es mi chica. Y más tarde, cuando se haya ido, me compensas esto ―dijo Fred, depositando un beso tierno en la punta de la nariz de Agatha y señalando de nuevo su erección.
―Te lo prometo ―Agatha le besó la quijada y saltó del escritorio para ir hacia el suéter descartado, poniéndoselo rápidamente. Le pasó a Fred la camisa y él empezó a vestirse.
Cuando terminaron de vestirse, se miraron el uno al otro asegurándose de cubrir los chupones y de limpiarse el labial esparcido, se peinaron hasta verse tal y como lo hacían antes de empezar el caliente encuentro.
―Si tenemos que rescatar el lado positivo de la situación ―dijo Fred mientras Agatha le apretaba la corbata―, ahora sé que sí te pones celosa.
Agatha lo negó repitiéndole que estaría celosa cuando alguna se acercara a su nivel y él sonrió ampliamente porque sabía que nadie lo estaría.
Salieron juntos de nuevo al bullicio de la tienda. Había incluso más clientes que antes de entrar en la oficina. Agatha atisbó a Harry Potter intentando acercarse a las exhibiciones y junto a él a Hermione.
―Dios, vinieron todos ―dijo Agatha, señalando con el índice a los adolescentes.
― ¡Digamos hola!
La búlgara hizo una mueca y Fred la arrastró hasta llegar a dos de los tres que conformaban el trío de oro. Hermione estaba alabando lo avanzado de la magia utilizada para crear las «fantasías patentadas» de los gemelos.
―Por haber dicho eso, Herms, puedes llevarte una gratis
La oración de Fred llamó la atención de Harry y Hermione, que se dieron la vuelta para encontrarse con la sonrisa radiante de Weasley y la postura perfecta de Krum.
― ¿Cómo estás, Harry? ―Fred y Harry estrecharon la mano enérgicamente.
― ¡Hola, Harry! ―sonrió Agatha y se inclinó para besarlo en la mejilla, se iba a dirigir a Hermione cuando observó el morado alrededor del ojo de la chica―. ¡Baba Yaga, Hermione! ¿Te pegó una bludger?
― ¿Qué? ¿Esto? No, fue uno de los telescopios golpeadores de los gemelos.
― ¡Diablos, no me acordaba...!
― ¿Todavía hay telescopios golpeadores? Fred, te dije que tenías que botarlos si estaban defectuosos. No tiene caso conservarlos ―Fred se defendió diciendo que tenía pensado hacerlo pronto. Agatha se acercó a la chica y le pidió permiso para tocar con el pulgar sobre el moretón―. ¿Tienes el quitacardenales?
Fred asintió y se sacó del bolsillo del saco un pote de plástico con una pasta de aspecto cuestionable.
― ¿Me permites ponértelo? En una hora el moretón se habrá ido. Es una receta de los gemelos.
― ¿Es inofensivo? ―preguntó Hermione con recelo cuando ella dijo que era una receta de los gemelos.
―Absolutamente. Bastante impresionante, acaban de perfeccionarlo, pasó de tener un tiempo de efectividad de tres horas a solo una hora. Tú confía.
―Agatha, ¿qué estás haciendo aquí? ―preguntó Harry cuando absorbió por completo la presencia de Agatha y mientras ella se dedicaba a esparcir la pomada en el ojo de Hermione.
―Sí, me enteré que estás jugando para las Urracas de Montrose. ¿Viniste a visitar la tienda de los gemelos? ―preguntó Hermione.
―Sí, vino a visitar ―se apresuró a decir Fred, no quería dar la noticia sin Ron―. ¿Dónde está Ronnie?
―No sé, se perdió entre la gente ―dijo Hermione.
―Ven, Harry, voy a enseñártelo todo. Hermione, cuídame a Ag.
Fred se llevó a Harry para mostrarle la tienda y dejó a las chicas. Agatha terminó con la pomada y se la guardó en el bolsillo de la falda de tartán.
―Estarás como nueva en poco tiempo, créeme―aseguró la búlgara, abrazando a Hermione como saludo―. ¡Estoy muy feliz de verte, por cierto! Pongámonos al día mientras mientras te doy un pequeño tour. ¿Qué te parece?
Agatha la escoltó dándole un recorrido entre conversaciones cortas sobre Viktor y sobre lo impresionante que le parecían los productos Hermione. Pronto divisó a Ginny, Ron, Harry y a los gemelos discutiendo como los hermanos que eran, pudo ver al hijo menor de los Weasley cargado de productos.
― ¿Cuánto por esto? ―preguntó Ron hacia sus hermanos mayores, mostrándoles los productos.
―Cinco galeones ―respondieron Fred y George al unísono.
― ¿Cuánto para mí?
―Cinco galeones ―volvieron a repetir los gemelos.
― ¡Pero soy su hermano! ―se quejó Ronald.
― ¡Diez galeones! ―dijeron los gemelos, encogiéndose de hombros.
―Es una broma, Ron. No se le cobra a la familia. Toma todo lo que quieras.
Ron se dio la vuelta y cuando vio a Agatha dejó caer todos los productos que había tomado al suelo con un estruendo y luego se puso una mano en la cintura en una posición antinatural que pretendía verse genial frente a ella.
―Ag...Ag... ¡Agatha! ―chilló Ron en una voz nerviosa y muy aguda.
Saber que Ron aún seguía deslumbrado por ella le brindaba cierto confort. Agatha se acercó a Ron con una sonrisa y se agachó para ayudarlo a recoger sus cosas, poniéndosela de nuevo en los brazos.
― ¿Cómo que tome todo lo que quiera? ―expresó Fred, regañando a su novia con la mirada―. ¿Quieres hacernos caer en bancarrota, mujer?
―Yo lo pagaré ―aseguró Agatha, arrugándole la nariz a Fred.
― ¿Cómo vas a pagar?
Agatha se puso de puntillas y cubriéndose con una mano, le susurró un montón de vulgaridades a Fred en el oído. A él le gustó lo que decía y soltó una carcajada.
― ¡Cambié de opinión, hermanito! ¡Llévate todo! ¡Llévate el título de propiedad si quieres! Me van a recompensar muy bien ―dijo Fred, tomándola de la cintura.
La sonrisa nerviosa en el rostro de Ron cayó estrepitosamente al estudiar el lenguaje corporal del amor de su vida y de su hermano mayor.
― ¿Qué está pasando aquí? ―preguntó moviendo su dedo entre Fred y Agatha con recelo, sintiéndose enfermo de repente y como si se fuera a desmayar pues preveía lo que le dirían.
― ¡Ah, sí! De eso queríamos hablarles. ¡Sorpresa! ¡Agatha y yo estamos juntos! ¿Qué te parece? ―pronunció Fred, levantando las cejas en un gesto divertido acompañado de una sonrisa de superioridad.
― ¡Por Merlín! ¿Es en serio? ―se emocionó Ginny, cubriéndose la boca con las manos de la impresión―. ¡Son muy lindos! ¡Me encanta!
― ¡Sí, claro! ―bufó Ron, descontento creyendo que de alguna manera Fred había convencido a Agatha de jugarle esa broma pesada―. ¡Claro que no! ¡Gran broma! No es gracioso.
―No se supone que sea gracioso porque no es una broma, Ronnie, es la verdad ―enfatizó el gemelo mayor.
― ¡Eso es fantástico! ―dijo Hermione con una sonrisa en el rostro.
―Se ven muy bien juntos ―asintió Harry, haciendo una mueca de respeto hacia Fred―. Felicitaciones. Ya veo la razón por la que estabas aquí.
―¡Gracias! Me alegra que estén tan felices como yo ―sonrió Agatha, emocionada de dar la noticia y de la recepción positiva de los menores.
De todos menos de Ron.
―Esto es lo peor que me ha pasado en la vida ―dijo Ron, sintiendo una revuelta de ira, vergüenza y decepción.
―Volvió tú-sabes-quien ¿y esto es lo peor que te ha pasado en la vida? ―bufó Hermione―. Finge alegría por ellos, por Dios.
―Piénsalo así, Ron, verás más a Agatha que nunca. Besándose con Fred, pero la verás ―se burló George.
―Está bien, creo que Ron sólo necesita tiempo para procesar la noticia. ¿Verdad, Ron? ―Ag le lanzó una mirada comprensiva―. ¿Crees que te alegraría llevarte un par de productos? Van por mí.
―Ya no quiero nada, gracias. Tengo ganas de vomitar ―manifestó Ron, dejando todos los productos encima de un exhibidor.
―Eres horrible, Ron ―recriminó Ginny, exhalando exasperada.
Ron entonces empezó a balbucear y a pelearse con Fred, acusándolo de traidor. Fred se lo tomaba como broma. En esa distracción, el niño que vivió hizo un señalamiento con los dedos a la búlgara y avergonzado por su amigo, le pidió que fueran a un lugar donde no hubiese tanta gente. Agatha obedeció, dejando atrás la trifulca de su novio y Ron.
Agatha lo guió detrás de una cortina de cuentas, la marea de personas allí era baja.
―Me disculpo por la actitud de Ron ―silbó Harry, sobándose la parte de atrás de la cabeza y poniendo una mueca abochornada que le torcía los lentes encima del puente de la nariz.
―Fred y yo ya sabíamos que reaccionaría así, esperamos que pueda aprender a vivir con ello ―expresó Agatha con simpatía y Harry soltó una risa por la nariz. La chica estiró la mano en un gesto amigable y la posó encima del hombro del azabache―. Estoy muy feliz de verte sano y salvo, Harry. Escuché que este año tampoco fue tan tranquilo para ti.
―No sé qué se siente tener un año tranquilo, la verdad. Pero al menos ya no soy un mentiroso y un farsante para la prensa ―suspiró Harry fijando sus ojos verdes en los azules―. Agatha, estaba queriendo decirte...
Fueron interrumpidos por la intromisión de la señora Weasley, quien había visto como Agatha aparentemente se llevaba a Harry a un lugar apartado y no pudo evitar meterse a averiguar con qué intención lo hacía. A Potter le pareció grosera la intrusión y lo tomó por sorpresa la brusquedad con la que la señora Weasley atravesó la cortina de cuentas, violentando su privacidad.
― ¿Qué haces aquí, Harry, querido? ―preguntó Molly Weasley, mirando de soslayo a la búlgara.
― ¡Señora Weasley! ¿Cómo está? ―sonrió ella, aplicando la recomendación de su novio de fingir que nada había ocurrido.
―Ah, hola, Agatha ―respondió Molly, seca y luego miró a Harry con una sonrisa forzada―. Harry, cariño, sabes que no puedes andar desprotegido por ahí. Alguien tiene que echarte un ojo.
―Estaba hablando con Agatha de algo privado, señora Weasley. Estoy protegido, no se preocupe.
―No me parece conveniente que...
―Será un momento. Si pudiera dejarnos solos, por favor...
Molly dudó, pero al final se alejó. Eso no hizo que quitara la atención de ellos, los miraba con recelo desde detrás de una estantería fuera de la cortina que separaba los dos lugares.
―Lo siento, Agatha, me están asfixiando últimamente. Sé que es mejor estar protegido, pero diablos...
―Creo que es por mí ―aceptó Agatha soltando un suspiro―. La señora Weasley no se tomó muy bien que Fred y yo estemos saliendo. Tengo la sospecha de que no confía en mí. Supongo que por eso no le gustó que estuvieras solo conmigo.
― ¿No confía en ti? ¿Qué? ¿Por qué? ―se extrañó Harry, sin poder entenderlo.
―Mi educación en el norte y mi crianza, no sé ―Agatha se encogió de hombros e hizo un movimiento con la muñeca para restarle importancia―. Cree que soy una mala influencia para Fred.
―Eso es ridículo. ¡Pero si yo confío en ti tanto como confío en ella!
―Eso es muy dulce, Harry ―Agatha dibujó una sonrisa―. Estoy trabajando en ello, no te preocupes. ¿Qué querías decirme?
―Quería agradecerte por toda la ayuda que fuiste para el ED. Tu manual y tu guía fueron muy importantes. No hubiese podido hacerlo sin ti.
―No digas tonterías, claro que sí. Sólo te lo hice un poco más fácil ―bromeó ella―. Me alegro de haber sido de ayuda. Como te lo he dicho siempre: lo que necesites, Harry, tienes una amiga en mí. Lo que sea.
―Muchas gracias, ¿cómo la señora Weasley puede no confiar en ti? ―se rió Harry con desconcierto―. Oye, si no estás muy ocupada, me gustaría que te pasaras por La Madriguera antes de que empiecen las clases para conversar con más tranquilidad y que me enseñes un par de hechizos más avanzados. Me gustaría verte practicándolos.
― ¡Claro que sí! De hecho, quería ir para tu cumpleaños, pero ese día tuve entrenamiento hasta muy tarde en la noche. Pero espero que te haya gustado el pastel que Fred, George y yo mandamos a hacer para ti. Tuvimos que preguntarle a Hermione y a Ron que sabores te gustaba, tienes buen gusto el de chocolate también es mi favorito.
― ¿Chocolate? Mi pastel fue de jalea ―se confundió Harry sacudiendo la cabeza en negación y pensando que le hubiese gustado un pastel de chocolate.
― ¿Jalea? ―Agatha soltó un sonido de asco―. ¿Cómo era?
―Cuadrado y largo de jalea con crema.
―Ese no era el pastel, qué raro. Bueno, quizá se confundieron en la pastelería, te llevaré una porción cuando visite la Madriguera.
―Vale, eso me gustaría.
Agatha y Harry se sonrieron y cuando terminaron de hablar, otra vez la señora Weasley llegó a interrumpir y a alejar a Harry como si Agatha portara una enfermedad venenosa. Agatha suspiró e ignoró lo mucho que le afectaba aquello.
Atravesó la cortina y se topó con Verity quien batallaba con unas cajas. Le ofreció ayuda, que la rubia dijo que no necesitaba, y luego cuando se disponía a buscar a Fred entre la gente, la visión del rostro regordete de la señora Weasley se plantó frente a ella. Portaba una expresión glacial y sostenía sus manos sobre su estómago.
Ag falsificó la sonrisa más agradable que su rostro podía proyectar y antes de que Molly empezara a hablar, Fred Weasley llegó hasta ellas.
―Hey, te perdiste por un segundo ―dijo él, sonriéndole a su novia, luego se volvió a su madre―. ¿Todo bien, mamá? Muchísima gente, ¿no?
La expresión austera en el rostro de la señora Weasley no se aflojó cuando se encontró con su hijo.
―Creo que sabes perfectamente lo que les voy a decir ―dijo Molly, apretando la voz.
―Dilo ―la instó Fred sin dejarse intimidar.
― ¿En qué estaban pensando? Lo que los encontré haciendo es indecoroso. Deberían darles vergüenza. Tener relaciones sexuales en la tienda es inaceptable. ¡Este no es el lugar ni momento para esas cosas!
―Señora Weasley, lamento que nos haya encontrado en esa situación comprometedora, quiero pedirle...
―No, no te disculpes ―la cortó Fred, Agatha alzó la mirada hacia él, confundida―. No tenemos que pedir ninguna disculpa.
― ¿Te parece correcto, Frederick, hacer esas cochinadas aquí?
―Sí ―respondió el gemelo mayor sin inmutarse, alcanzó los dedos de Agatha con los suyos y se aferró a ella en busca de valentía―. ¿Quieres saber por qué, mamá?
La señora Weasley, con los labios fruncidos, expulsaba una mirada encolerizada.
―Porque esta es mi tienda. Esa es mi oficina y esta es mi novia. Ya no vivo contigo. Ya no estamos en La Madriguera dónde podías entrar a mi habitación porque sí. Estás en mi tienda. Entraste sin permiso a un lugar que no te correspondía y te topaste con algo que no te gustó, el error fue tuyo no mío. No me voy a disculpar cuando debiste haber tocado la puerta y respetar nuestro espacio, ese respeto nos hubiese ahorrado todo esto.
Agatha se quedó callada, impresionada y sin soltar el agarre de la mano de su novio. No se inmiscuyó porque claramente era algo que tenía que hacer solo. Molly lucía como si le fuera a dar una cachetada por irrespetuoso a Fred, pero mantenía los puños cerrados.
―Y ahora, sólo porque es tu tienda y vives solo, ¿crees que puedes hacer lo que te dé la gana?
―Sí, exactamente. Ya no me rijo bajo tus reglas, ahora estoy haciendo las mías y sé que te molesta, pero con mis reglas me está yendo de maravilla.
―¡Estás cruzando la línea, Frederick! ¿Y tú, Agatha? ―regañó la señora Weasley eligiendo como blanco a la búlgara que no había dicho nada en todo ese tiempo―. ¿Esto te parece correcto? ¿Concuerdas con Fred?
―Sí, señora Weasley ―estableció Agatha con firmeza―. Estoy de acuerdo con Fred, usted debió haber tocado. Es la oficina de Fred y George después de todo.
―No puedo tolerar este comportamiento, eres mi hijo, estés viviendo bajo mi techo o no. ¿Qué tal si la embarazas? ¿Entonces qué?
―Bueno, usted empezó a tener hijos a los veinte, sólo dos años más que nosotros. ¿No? No es mucha diferencia ―manifestó Agatha utilizando esa falla en el argumento de Molly―. Créame que Fred y yo planeamos mucho. No está en nuestros planes tener hijos todavía.
―No somos estúpidos, mamá. Nos protegemos muy bien ―aseguró Fred, diciendo la verdad pues la protección siempre estaba primero―. Estás haciendo esto más grave de lo que debería ser. Estoy teniendo sexo con mi novia. ¡Gran cosa! Hay cosas más importantes de las que preocuparnos.
Molly Weasley estaba encrespada y ahora Agatha estaba segura de que los iba a cachetear, pero se limitó a cruzarse de brazos, escandalizada.
―La próxima vez que vengas, no entres a los lugares reservados y asegúrate de tocar la puerta como me pedías que hiciera cuando vivía en casa. Ahora si nos disculpas, tengo que resolver unos asuntos como dueño de la tienda. ¡Nos vemos pronto!
Fred se despidió con una sonrisa, tomó de la mano a Agatha y se la llevó lejos de la señora Weasley.
― ¡Gracias por venir, señora Weasley! ¡Estaré visitando pronto La Madriguera! ―le dijo Agatha mientras se marchaban y le sonrió.
Fred siguió caminando, subiendo las escaleras hasta llegar al depósito. Soltó a Agatha y apoyó las manos en las rodillas, recuperando el aliento. Se recompuso y miró a Ag con una sonrisa incrédula que fue respondida con otra sonrisa de parte de ella.
―Eso se sintió jodidamente bien ―se rió Fred, apoyando el puño en la frente y reflexionando sobre lo que había hecho―. Pensé que iba a darme una cachetada, te lo juro.
― ¡Eres muy valiente! ―lo felicitó Agatha riéndose también―. Pero también demasiado intrépido, ¿cómo le hablaste así?
― ¡Tenía que hacerlo! Ag, toda mi vida me ha dicho qué hacer y cómo hacerlo y cómo todo lo que hacía y me gustaba hacer no era suficiente. ¡Este es mi maldito lugar! ¡Nadie va a venir a decir qué tengo que hacer! Por fin tengo un lugar que puedo dirigir a mi gusto y donde me siento seguro de tomar mis propias decisiones, no podía dejar que ella lo arruinara.
Agatha lo veía dar vueltas por el depósito como un maniático porque ella sabía que intentaba ir a la par con sus pensamientos desenfrenados.
―Al principio sí me dio vergüenza de que nos hubiera encontrado en la oficina, pero después dije ¿Qué demonios? ¡Es mi oficina y si quiero usarla para follar con la diosa de mi novia a quien extrañaba como el demonio entonces nadie va a venir a decirme que no puedo hacerlo! La puerta estaba cerrada, ella no tenía por qué entrar como si fuera su casa. ¡Me siento jodidamente liberado!
Fred se acercó a Agatha y la levantó en brazos, dándole vueltas emocionado.
―Dios, eres increíble y estás loco ―dijo Aggie cuando la bajó, acunándole el rostro en las manos―. Me gusta muchísimo. Me encanta. ¡No vamos a dejar que nos digan qué hacer!
― ¡NO! ―gritó Fred, negando con la cabeza―. ¡Georgie y yo somos los malditos jefes! ¿Le gusta? ¡Qué bien! ¿No le gusta? ¡Me importa un carajo!
Agatha se reía ante la actitud de Fred, que estaba muy feliz de haber desafiado abiertamente a su madre.
―No gané muchos puntos con ella hoy, pero es gracioso lo poco que me importa ―confesó Agatha sonriendo y viendo a Fred patear con emoción una caja vacía―. Siento que fue terapéutico para ti y eso me hace muy feliz.
―Mi amor, no necesitas ningún punto de ella ―Fred se acercó y la besó en la frente―, eres perfecta y si no le gusta ¿qué decimos? Le decimos, «me importa un carajo lo que usted piense de mí, ya me estoy comiendo a su hijo. ¡Se acabó el juego! Ya tengo todos los puntos».
―Tienes razón. Ya te tengo a ti, ya gané el juego.
― ¿Qué mejor premio puedes pedir? ―sonrió Fred y le llenó el rostro de besos―. ¡Me siento genial! Somos jóvenes, ardientes y calientes y no me voy a disculpar por ello. De hecho, vamos a ir a terminar lo que empezamos en la oficina.
Agatha iba a decir que sí cuando vio subir por las escaleras a George.
―Mamá se fue hecha una fiera de la tienda. ¿Puedo saber por qué? ―indagó apoyándose en la última barandilla de la escalera.
―No sé, quizás porque nos encontró casi follando en la oficina o por qué Fred le recalcó que podía hacer lo que le diera la gana en la tienda porque ya no viven con ella.
― ¿En serio? ¡Joder! Será una incómoda visita de ahora en adelante a La Madriguera ―silbó George, impresionado por la información.
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