𝟒𝟒 ━ Oh, mother!
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OH, MOTHER!
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— ¿Por qué me mientes?
— ¡No te estoy mintiendo! ―protestó Agatha.
Rehusándose a prestarle atención a las palabras del pelirrojo, continuó su camino, llevando la matrioshka vibrante en su mano. La vibración era efecto de las muñecas más pequeñas encerradas dentro que estaban muy entusiasmadas de llegar por fin a su destino –el estante de la sala de estar– para salir de su cascarón.
Habían pasado casi tres semanas después de la inauguración de Sortilegios Weasley.
El nuevo piso de una habitación que Agatha había rentado en South Kensington seguía básicamente como se lo habían entregado. Sus posesiones permanecían todavía en las cajas de cartón donde las había traído de Bulgaria. Infinitas, porque aunque a pesar de haber utilizado todo el día para terminar, seguía habiendo un montón de ellas sin tocar en una esquina.
Aunque la lucha con las cajas no quería acabar, su mudanza a Londres no estaba resultando traumática. La afrontaba con emoción. Después de la mediática rueda de prensa que dio a conocer su fichaje en las Urracas, en dos días, Agatha juntó sus cosas más preciadas, arregló sus asuntos en Bulgaria y se despidió de sus conocidos. Sabía que tarde o temprano, empezaría a sentir nostalgia, pero de momento se sentía muy emocionada por el nuevo lugar, el nuevo equipo y las nuevas personas que estaba conociendo.
Y emocionada por poder estar más tiempo con sus viejos conocidos. Como su novio que decía estaba allí para ayudarla, pero estaba acostado de largo a largo en el sillón al cual no le habían quitado la cubierta de plástico.
— ¡Te estabas escondiendo de mi madre! —replicó Fred mezclando su voz con una carcajada―. No me lo niegues.
Ella chasqueó la lengua y le dedicó una mirada a Fred en el sillón. Andaba sin camisa y vistiendo unos pantalones de dormir grises jugando con Ruslan. Weasley se había convertido en la nueva persona favorita del perro guardián.
― ¿Vas a ayudarme? ¿O viniste solamente a difamarme?
Fred saltó de su asiento y se acercó a su novia con gesto divertido, le quitó la matrioshka y la puso encima del estante. Inmediatamente las muñecas contenidas saltaron con emoción una de dentro de la otra y se acomodaron en formación a lo largo del estante.
Tomó de la muñeca a Agatha que se disponía a sacar otro objeto de la caja de cartón y la obligó a que se detuviera. Ella lo miró con una mirada fulminante que no se asemejaba a la sonrisa radiante de su pareja.
― ¿Te da miedo conocer a mi madre?
La conversación surgió porque Fred quería saber la razón por la que Agatha no había interactuado con Molly el día de la inauguración. Para él no pasó desapercibido que Agatha no apareció ni cerca del radar de su madre, estaba seguro de que lo había hecho a propósito. Ag arrugó la nariz y negó con la cabeza.
―No me escondí de tu madre y no me da miedo conocerla.
Agatha estaba mintiendo. Fred lo sabía.
Ella se alejó para agacharse a continuar su labor. Fred se lo impidió tomándola de la mano y la guió lejos del estante. Sin soltarla, la llevó hasta el sillón y la sentó a la fuerza para luego sentarse él a su lado, apoyando su codo en la parte superior del espaldar con la barbilla sobre su puño cerrado y una mirada muy interesada.
―Te voy a enseñar a mentir, te lo prometo ―dijo, sonriendo ampliamente y divirtiéndose en enfadar a Agatha.
La chica dejó salir un resoplido y echó la cabeza hacia atrás, doblando la nuca y fijándose en las molduras del techo. Ruslan le saltó en el regazo y ella empezó a acariciarlo.
―Es demasiado pronto para conocer a tu madre ―evadió con voz tranquila.
― ¿Demasiado pronto? ―reiteró Fred riéndose de nuevo―. No te daba miedo la idea de conocerla en navidad.
―Era diferente. Ibas a presentarme como tu amiga, éramos amigos entonces. Ahora somos novios y no me parece el momento adecuado para eso.
― ¿Por qué no podría ser el momento adecuado?
―Suelo conocer a la familia de mis novios luego de seis meses de estar saliendo ―contó Agatha, inventando una excusa.
Fred volvió a reírse fuertemente y rodeó los hombros de Agatha con su brazo.
― ¡Eso no es justo! ―se quejó sin poder contener la risa―. ¡Tú me lanzaste a conocer a tu familia y ni siquiera estábamos saliendo!
―Cómo te dije antes, éramos amigos. Tengo que llevarte de nuevo a presentarte como mi novio y probablemente ya no les caigas tan bien. Tendrás que conocer también a mi abuela Zhanna y ella sí es seguro que no le vas a caer bien. Y está mi tío Samuel que es la persona más estricta que conozco y él...
El pelirrojo detuvo el parloteo de Agatha con un beso.
―Aggie, quiero llevarte con mi madre, quiero que la conozcas ―expresó Fred dulce de voz―. Quiero que conozcas a toda mi familia.
A pesar de que la idea de conocer a los padres de Fred le producía náuseas, que él quisiera con tanto anhelo que los conociera era muy adorable y no le había sucedido en ninguna de sus relaciones previas. Se puso ansiosa ante el hipotético encuentro.
―Puede ser que me dé un poco de nervios conocerla, lyubov. No miedo, nervios ―aclaró la búlgara, su voz se proyectaba un poco inquieta―. No quiero que me odie y que eso cambie las cosas entre nosotros. Lo he visto pasar.
―Eso no va a pasar, Aggie. Y en el caso que tengas razón y que no le agrades, eso no cambiará en absoluto lo que siento por ti ni nuestra relación ―prometió Fred regalándole una sonrisa cariñosa.
Agatha no pudo reprimir la sonrisa, lo empujó afectuosamente lejos de ella. Él siempre hacía que sus ansias mermaban.
―Dices eso ahora...
―Lo diré siempre.
― ¿Ya le dijiste que estabas saliendo conmigo? Digo para que se vaya haciendo una idea.
―No, le dije que estaba saliendo con alguien, pero no le dije que eras tú. No porque no quisiera, sino porque seguramente le iba a decir a Ron, Ginny, Charlie y a Bill, incluso sería capaz de escribirle a Percy y comentarle. Quiero poder decírselos yo.
―Ya ―entendió Agatha y sacudió la cabeza, pensando en la idea―. ¿Podemos esperar un par de meses?
―No. Iremos el próximo fin de semana, te daré una semana entera para que termines de digerir la idea ―dijo Fred, entusiasta―. Confía en mí, muñeca, te va a adorar.
Agatha dejó salir un «Mhm» y Fred la besó en la mejilla. Se levantó y la ayudó a levantar para que continuaran sacando los objetos y ponerlos en su lugar. Fred se agachó y sacó con diversión una figura de un gnomo miniatura, un regalo de Viktor y Aleksandr que suponía traer buena suerte
― ¡Mira, es igualito a ti! ―bromeó, mostrándole el gnomo a Agatha. El gnomo más feo que Agatha había visto en su vida ―. El parecido es asombroso.
Fred recibió, divertido, el suave golpe que le dio Agatha en el brazo.
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― ¡Por Baba Yaga! ¿Cómo no se han muerto todavía?
La oración de Agatha en su idioma natal fue entendida a medias por Fred que estaba sentado en un taburete de la barra de la cocina, completando una tarea para la tienda que le había quedado pendiente después de cerrar. Agatha se encorvaba, indignada, buscando dentro del refrigerador del departamento de Fred y George.
― ¿Qué quieres decir? ―le preguntó el pelirrojo echándole una mirada entretenida.
― ¿Qué comen? ―repuso Agatha, sacando la naranja a medio podrir del refrigerador, lo único que tenía dentro. Lo único además de un solo huevo y de un contenedor vacío de pudín de chocolate―. Esto es todo lo tienen para comer.
Agatha levantó la naranja y se la mostró a Fred, que soltó una carcajada.
―No tenemos tiempo de cocinar últimamente ―se excusó él con una sonrisa―. ¿Por qué te preocupa tanto? ¿Tienes hambre? Si quieres enviaré a George por empanadas de carne.
―Ne. Me preocupa que no tengan ni una sola cosa decente aquí para comer. Sé que son hombres, pero es alarmante. ¡No pueden comer sólo comida comprada! ―alegó la búlgara con ímpetu. Pese a que ella no sabía cocinar, tenía una buena despensa de provisiones en su departamento. Lo suficiente para no morir de hambre y para ofrecerle a las visitas―. ¡Tenemos que ir al mercado!
―De acuerdo, iremos después de la cena con mi madre ―asintió Fred, tachando de la lista los pedidos que ya estaban listos para enviar a sus destinos.
― ¡No! ―negó Agatha, desechó la naranja en el bote de la basura, que la engulló con un sonido de masticación, y caminó hacia su novio. Le quitó las listas con cuidado y las puso a un lado para, de un salto, encaramarse en la isla―. Necesitamos ir mañana a primera hora.
― ¿Por qué? ―Fred se concentró en Agatha, acariciándole los muslos y prestándole atención.
―En Bulgaria trae mala suerte llegar a casa de tu suegra por primera vez con las manos vacías ―explicó Agatha―. Igualmente en Rusia es de mala educación llegar de visita sin llevar nada. Mi abuela Zhanna dice que tienes que llegar con algo horneado por ti mismo.
―Tú no sabes hornear ―señaló Fred sin entender como Agatha iba a llevarlo a cabo.
―No necesito saber. La tradición dice que la pareja de la persona es el que tiene que hornear porque sabe exactamente lo que a su familia le gusta y le disgusta y tiene que crear un puente entre su pareja y su familia ―sonrió la búlgara, endulzando a su novio con caricias por su rostro y una mirada problemática―. Es decir que tienes que hacerlo tú.
Fred echó la cabeza hacia atrás con fastidio y soltó un «Ugh».
―Yo tampoco sé hornear ―dispuso Fred, negándose por completo―. ¿Por qué no le compramos algo mejor? Su favorito es la tarta de manzana, podemos comprar una en una pastelería.
―No lo entiendes. No es la tarta en sí, es el detalle, que esté hecho con tus manos. Eso es lo que importa y lo que aleja la mala suerte. Y tú eres un buen cocinero, a pesar de que no tienes nada en el refrigerador.
―No, Aggie, va a quedar horrible ―dijo Fred, evitando dejarse llevar por las manos afrodisíacas de su novia.
―Ayúdame, por favor ―le suplicó y se agachó para mirarlo más de cerca―. Te daré una buena recompensa.
El cobrizo se negó de nuevo, pero Agatha con sus mimos y esa mirada que ponía, podía hacer que cualquiera cediera.
― ¿Cuál es la recompensa? ―preguntó Weasley por fin.
―Que tu novia tenga una buena primera impresión con tu madre y que no seamos malditos con mala suerte ―dijo Agatha.
Tras un momento de falsa reflexión, miró a Agatha y asintió lentamente, complaciéndola en su petición. Ella depositó un emocionado beso en los labios de Fred.
―Sabía que no me ibas a decir que no ―se alegró―. Dile a George que lo dejarás solo en la mañana para ir de compras. No creo que diga que no, hace rato se quejó de que no tenían galletas dulces.
A las nueve y media de la mañana del día siguiente, Fred fue a recoger a Agatha a su casa. Ella estaba lista porque había tenido entrenamiento con las Urracas desde las 4 am hasta las 9 am y ya sabía exactamente a dónde quería ir: a un mercado de agricultores muggles en Camden Town.
Fred llevaba las bolsas y la seguía mientras ella hablaba con los vendedores, incluso sabía regatear con los muggles y conocía de las temporadas de frutas y vegetales. Fred no se imaginaba que fuera tan resuelta con esos asuntos.
―Granny Smith, Ag ―dijo Fred, cuando llegaron al puesto de las manzanas, dándole el nombre de las manzanas a la chica para que las eligiera―. Esas son las que le gustan más a mamá para las tartas.
Agatha asintió y empezó a revisar los pequeños letreros escritos en tiza que decían los nombres de las variedades de manzana. Encontró las verdes, las Granny Smith, y cogió una bolsa para empezar a echarlas dentro.
El gemelo esperó pacientemente a su lado, mirando alrededor y oyéndola conversar educadamente con la señora mayor dueña del puesto. Mientras hacía esto, Fred no pudo dejar pasar las miradas penetrantes de los hombres desconocidos aledaños que estaban pegadas a Agatha.
Algunos detenían su marcha para mirarla, otros se debatían en acercarse a ella y otros intentaban identificar si tenía algún pretendiente cerca. ¡Sí lo tenía! ¡Era él! ¿Es que se había vuelto invisible?
― ¿Cuántos kilos, Freddie? ―preguntó Agatha, antes de meter el último par de manzanas.
Fred no la escuchó, en cambio, intercambiaba miradas encolerizas con los hombres y gruñía por debajo del aliento
―Supongo que dos kilos ―dijo Agatha, sin poder captar la atención de su pelirrojo, metió otras dos manzanas en la bolsa de malla y le sonrió a la mujer―. Sólo esto, por favor.
― Serían 4 libras, corazón ―dijo cariñosamente la mujer muggle del puesto―. Creo que tu novio se puso celoso.
―No sería sorpresa.
La búlgara sacó de la chaqueta el billete de 5 libras esterlinas y se lo tendió a la señora que se rebuscó en el delantal el cambio. Agatha dijo que no hacía falta y agradeció a la mujer para seguir su camino junto a un Fred irritadísimo que tenía las orejas rojas y apretando de más las bolsas de tela en sus manos hasta poner sus nudillos pálidos.
―No gruñas tanto, pareces un demonio de Tasmania.
Fred gruñó incluso más fuerte.
― ¡No hagas eso! ―se rió Agatha―. ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que te molesta?
― ¿Qué me molesta? ―replicó malhumorado―. Para empezar que se te queden mirando así, casi saliéndoles baba por la boca.
Agatha soltó una risa y siguió admirando los puestos, hasta detenerse en uno donde vendían especias. Después de un breve momento, en donde se detuvieron a comprar canela y otras cosas, siguieron caminando por el paseo, admirando los puestos de los granjeros.
―No es algo nuevo, Fred. Siempre me miran así porque soy famosa en el mundo mágico.
―Sí, yo sé, pero ellos son todos muggles, no te miran porque eres famosa, te miran porque eres hermosa.
― ¿Preferirías que no fuera hermosa? ¿Eso te ahorraría la molestia?
―Eso no fue lo que dije. No me molesta que admiren lo hermosa que eres, me molesta que sean irrespetuosos.
― ¡Imagina que yo me pusiera celosa de todas las mujeres que se quedan mirándote! ―exclamó Ag, muy divertida.
―Por Merlín, Ag, yo no recibo ni la mitad de las miradas que recibes tú.
Agatha ladeó la cabeza con desconcierto, detuvo su marcha y se frenaron en medio de la calle. Fred descansó las bolsas en el suelo y esperó a escuchar el argumento de su novia. Ella habló acompasada.
― ¿No? En este preciso momento, hay cinco mujeres que te están desvistiendo con la mirada, muy irrespetuosamente ―informó, casi indiferente―. Una de ellas, en el puesto de las fresas, ha revisado la etiqueta de la mermelada por cinco minutos, no la ha leído, solo te está mirando a ti. Otra, está a las siete en punto y para disimular que te está mirando finge no poder decidirse entre dos zanahorias exactamente iguales. La tercera, la azabache joven con el fleco, nos ha rondado tres veces como un buitre.
Ese momento estaba creando una tensión sexual inexplicable entre ellos. Agatha hablando libremente con ese tono seductor y enumerando, sin inmutarse, a las mujeres que se querían a su novio a la cama, hacía sentir a Fred una sensación febril y un cosquilleo en la parte baja del abdomen.
―La cuarta es la que atiende el puesto de queso de cabra, ha dejado a sus clientes hablando solos y la última ―Agatha hizo una pausa. Desvió la mirada de los ojos avellanados de Fred para mirar detrás de él y sonrió cuando lo volvió a mirar. Fred se mordió el labio, deleitándose por su novia―, la última está caminando hacia aquí muy lento para ofrecerte «muestras gratis».
Fred estaba hipnotizado con su hablar y con su despreocupación. Agatha se lamía los labios, jadeando suavemente entre palabras y a una distancia demasiado amplia de él para su gusto.
―Todas ellas están rezando, no, mejor dicho, rogándole a su Dios que yo no sea tu novia. Suplican que yo sea tu hermana, prima, amiga o compañera de trabajo, cualquier cosa menos tu novia. Todas creen que tienen una oportunidad. ¡Ah y una sexta se une a la contienda! La señora que vende rábanos se ve muy interesada en ti.
La risa que dejó la garganta de Fred, ronca y varonil, fue extremadamente atractiva para Agatha. Estaba impresionado por sus observaciones. Ella analizaba todo sus alrededores con una atención al detalle increíble, cuando él pensaba que estaba distraída, ella ya había estudiado su entorno cuatro veces. Con una sola mano, Fred la jaló hacia él casi haciéndola tropezar. Se inclinó y dijo en su cara:
―Oh, ¿y qué pensarán si hago esto?
Sus manos gigantescas se deslizaron por toda la espalda de la búlgara. Una risa entrecortada y un pequeño gemido abandonaron sus labios cuando sintió el apretón de sus dos manos sobre su trasero.
―No están felices ―masculló Agatha sobre los labios de Fred sin llegar a besarlo―. Me están insultando en silencio y refunfuñando demasiado alto. Me destrozan, están diciendo que no soy tan bonita, que no pueden entenderlo, cuando es claro que mienten. De verdad estaban pensando acercarse a ti a probar su suerte. Aunque uno de ellas todavía lo está considerando.
La boca de Fred se torció en una sonrisa de lado y susurró:
―En ese caso, no dejemos lugar a dudas. No es educado dar falsas esperanzas.
Y de un solo movimiento, se fundieron un beso hambriento. El mercado agricultor, con sus movimientos de personas y voces interpoladas, ya no estaba ahí. En vez de aflojar su agarre, Fred lo afianzó. No quería quitar las manos de encima de Agatha. La demostración pública de afecto no era lo suyo, pero la situación había requerido deshacerse en ese volcánico intercambio. Cuando hablaban así y se provocaban mutuamente era muy difícil no perder la cordura.
El beso continuó hasta que una voz femenina se aclaró la garganta a un par de pasos de ellos. Fred y Agatha se separaron y la última se dio la vuelta para observar a la mujer de mediana edad con el cabello corto y de un rubio grisáceo parada y mirándolos con un semblante de reproche.
―Discúlpenme, este es un mercado familiar, lo que significa que hay niños presentes. Tendrán mucho tiempo para eso cuando lleguen a casa ―apuntó, con una voz chillona.
―Lamentamos haberla molestado, señora ―se disculpó Agatha, ruborizada y con una sonrisa incómoda.
Fred bajó la mirada hacia el niño de máximo diez años que los miraba con ojos muy abiertos y que iba sostenido de la mano de la mujer que se había quejado. Bajó la cabeza hacia él.
―Lo siento, amiguito. Lo entenderás cuando tengas novia.
La pareja de madre e hijo se marcharon, liderados por la madre que se iba furiosa de tener que soportar el indecoro de un par de jóvenes hormonales cuando estaba de compras. Cuando se hubo marchado, Agatha y Fred se quebraron en risas. El muchacho la pegó a su cuerpo desde atrás y le susurró al oído.
―Ya verás cuando te tenga a solas ―amenazó con voz seductora.
Agatha se volvió con una sonrisa traviesa, lo besó en la mejilla y le limpió con el pulgar el labial embarrado por las comisuras de la boca.
―Entonces verás, en una escala del 1 al 10, yo soy un millón. Al igual que tú. Por eso, nosotros los millones, no podemos molestarnos en ponernos celosos de cuatros, seises ni siquiera de dieces. Pueden mirar todo lo que quieran, no podrán tocar. Al final, yo soy la que te llevará a casa.
Agatha guiñó uno de sus ojos azules y siguió su camino, como si nada. Fred se lamió los labios, dándole la razón y sintiéndose extremadamente perdido por su búlgara.
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Ni aunque Fred le hubiese dado un año entero a Agatha para que se preparara mentalmente para conocer a su madre, hubiera sido suficiente.
La noche previa a la cena con los Weasley, Ag le insistió a Fred que quería quedarse en South Kensington, así que luego de acompañarlo mientras horneaba la tarta de manzana, Agatha se marchó a su departamento. Le dijo que prefería dormir sola y tener la mente nítida en la mañana. Cosa que no sucedió.
La cuestión era que le había mentido a su novio, quería quedarse sola para repasar desde la ropa que usaría hasta sus expresiones faciales. Sentía la necesidad de perfeccionar sus reacciones en el caso de que la señora Weasley dijera algo inapropiado y de poder disimular si se daba cuenta de que Molly Weasley no gustaba de ella.
Se levantó temprano en la mañana y fue a entrenar en Escocia, nauseabunda, apenas pudiendo pegar ojo la noche anterior.
No podía comprender qué había disparado tantos nervios dentro de ella. ¿Por qué no le agradaría a Molly Weasley? Agatha era un excelente partido. Se consideraba educada y amable porque así la habían criado. No era grosera, bueno, no a primera instancia. Y Fred aseguraba que su madre era una buena mujer. Obviamente no iba a decir lo contrario, pero ella se aferraba a esa afirmación.
Llegó a su departamento al mediodía, se duchó y vistió solo con una franela gigantesca y bragas para sentarse en el balcón y obligarse a tragar la totalidad de una poción proteínica porque físicamente no podía ingerir ningún alimento. Estaba segura que se devolvería por su garganta apenas lo tragara.
Intuía que la angustia se originaba de no tener muchas experiencias de primera mano con suegras.
Agatha había tenido solo dos novios serios. El primero fue Hans Pedersen, un muchacho de Durmstrang que se fijó en ella cuando Agatha estaba en quinto y él en séptimo. No duraron mucho, no tanto como para conocer a la madre de Hans. Y Vasily Dimitrov, cuya madre quería muchísimo más a Viktor de lo que quería a Agatha. Sin embargo, no fue una experiencia totalmente desastrosa puesto que la señora Dimitrova había sido muy amable con Agatha.
Bueno, hasta que le arrojó el anillo de compromiso a su hijo por la cabeza, lo llamó «desquiciado hijo de puta» y lo botó. Desde entonces, la señora Dimitrova no recuerda con cariño a Agatha.
No obstante, había recolectado experiencias ajenas. Por ejemplo, podía recordar a la madre del primer novio de Svetlana, que la odió profundamente y que fue la causante de que terminaran. Podía recordar a la primera suegra de su tía Sonya, una mujer desagradable, purista de sangre y que sólo quería aprovecharse de su posición, era una arpía hasta el punto de hacer una fiesta cuando Sonya y su marido se divorciaron. Por un lado más positivo, recordó a la suegra de su primo Dimitri, una mujer siberiana adorable que quería a Dimitri como a su propio hijo.
No podía ni siquiera suponer cuál sería la actitud que adoptaría Molly Weasley hacia ella. No le quedaba remedio sino esperar lo mejor y prepararse para lo peor.
Mientras caía la tarde, su ansiedad menguó muchísimo en su interior. Repitiendo las palabras de su novio «Confía en mí, muñeca, te va a adorar» como un mantra, empezó a convencerse que todo iba a salir excelente. De que no tenía que preocuparse por nada.
A un cuarto para las seis, ya estaba lista. Paseándose por el salón fue inevitable empezar a hablar sola.
―Hola, señora Weasley, soy Agatha ―le dijo a la nada, poniendo una sonrisa radiante y estirando su mano para estrechar una invisible―. ¡Un gusto conocerla, señora Weasley! Me llamo Agatha. Tiene una casa hermosa, señora Weasley, un placer conocerla, mi nombre es Agata Irina Dobromireva Krum Kuznetzova. De los Krum de Sofía y de los Kuznetzov de Moscú.
Agatha soltó una risa, su angustia era sustituida por risas, empezaba a sentirse más serena. Su práctica fue interrumpida por el timbre que anunciaba que alguien estaba en la puerta. Enfocó su ojo por la mirilla para ver a Fred arreglándose los puños de la camisa y tocando de nuevo el timbre.
― ¿Te gustan mis zapatos? ―fue lo primero que le preguntó cuando le abrió la puerta.
Fred miró hacia abajo, prestando atención a los tacones de gamuza azul oscuro atados a los pies de su novia.
―Creo que no me quedarían, mi pie es como siete veces más grande que el tuyo. ¿Los tienes en una talla más grande? ―bromeó él, reflexionando profundamente de manera fingida.
― ¡Es en serio! ―le recriminó ella―. ¿Crees que a tu madre le gusten?
―No puede ser que te estés preocupando por tus zapatos. Mi madre no se fijará en eso.
― ¿Estás bromeando? Si tu madre se parece en algo a la mía, lo notará todo. Me va escanear de pies a cabeza. Mi mamá, la primera vez que te vio, sacó un análisis bastante profundo sobre ti. Antes de que abrieras la boca, ya sabía todo.
―Pues mi mamá no se parece en nada a la tuya ―aseguró Fred, echándose un vistazo en el espejo de la sala de estar.
― ¡Es una mamá! Casi todas son así. Con solo mirar cómo estás vestido, sabrán cómo te criaron, qué tan educado estás, si te gustan los animales, no sé cómo lo hacen. Quiero asegurarme de que le gusten mis zapatos, son de Tallulah Von Dragner.
― ¿Te los prestó?
Agatha sacudió la cabeza.
―No, es una diseñadora de modas. Ya, no importa, me gustan a mí, eso es suficiente.
―A mí también me gustan, se te ven bonitos, dile a Tallulah que no se los vas a devolver ―Fred se inclinó y la besó en la mejilla, haciendo que Agatha soltara una risita.
― ¡Otra cosa! Ya sé cómo será mi saludo inicial a tu mamá ―le informó con una sonrisa.
― ¿Cómo?
Agatha se alejó, le dio la espalda y luego se volteó para mirarlo de golpe.
― ¡Sí, señora Weasley, soy yo! ―exclamó, bamboleando sus rizos oscuros. Se puso el dorso de la mano en la frente con dramatismo ―. ¡Yo soy la que se está comiendo a su hijo!
Fred se deshizo en carcajadas y Agatha lo imitó.
―Va a adorar eso ―aseguró el pelirrojo, besándola de nuevo en la coronilla y siendo incapaz de aguantar la risa―. Puedo suponer que ya se te quitaron los nervios.
―Sí, algo. Creo que no hay ninguna razón por la que no pueda caerle bien ―expresó Agatha. Caminó unos pasos hacia el espejo del salón y se dio una última mirada, se acomodó las ondas del cabello y tomó su capa del perchero junto al espejo para envolverse en ella.
―Absolutamente y además, te ves hermosa hoy ―le recordó él y asintió, él también había sentido algo de inquietud con respecto a la cena.
― ¿No me veo así siempre? ―preguntó Agatha.
―No, hace tres días te veías algo...―Agatha arqueó una ceja con incredulidad, esperando pacientemente para saber cómo Fred iba a terminar esa oración. Él volvió a reírse―. Estoy bromeando.
―Sí, «bromeando». Vámonos, no quiero que lleguemos tarde.
Agatha se metió en la cocina y tomó los otros dos regalos que adquirió para los Weasley: una botella de rakia búlgara y un ramo impar de flores, extraídas del jardín que Fred le había regalado y hechizadas para protegerlas de morir por algún tiempo. Tomó su bolso, se lo colgó del hombro y apremió a Fred a que dejaran el apartamento. Se despidieron de Ruslan y salieron.
― ¿Trajiste la tarta?
―Sí, la lleva George.
Ambos se reencontraron con George que esperaba en la acera, muy emocionado. Quería servir de apoyo emocional tanto como para su gemelo como para su cuñada. Asimismo Molly Weasley le pidió a George que fuera también. Ahora que no vivían bajo su mismo techo, casi no veía a los gemelos.
Intercambiaron un par de comentarios graciosos sobre la fe que ponían en la tarta de manzana hecha por Fred, que olía celestial, y la sorpresa que se llevaría Molly Weasley al conocer la identidad de la novia de Fred.
―Va a caer patas arriba ―juró el gemelo mayor.
Se desplazaron hasta un lugar donde pudieran aparecerse, desenfundaron sus varitas y sus presencias desaparecieron de la calle de South Kensington.
―Aggie, ten en mente que no es un castillo ―comentó Fred apenas cayeron de pie en el jardín de La Madriguera―. Tampoco se parece para nada a tu casa. Así que...sí...ten eso en mente.
Fred no se avergonzaba de La Madriguera, en absoluto, pero sabía que era un contraste afilado con el lugar de residencia de Agatha. La visión entera de La Madriguera se abrió ante Agatha como una casa muy alta y torcida, era innegable que la única razón por la que la estructura no se desplomara era por la magia.
La búlgara deducía, mientras miraba la edificación, que la fueron construyendo a medida que sus hijos iban naciendo, mientras más nacían, más pisos agregaban. Fred no se equivocaba, no se parecía a la casa del valle, de igual manera, a Agatha le gustó. Era diferente, como su novio, que no se parecía mucho a ella. Le encantaba.
Fred escudriñó su rostro, buscando señales de decepción o desagrado, pero encontró a Agatha indagando la propiedad con curiosidad.
―Es un milagro de la construcción ―dijo Agatha con desenfado―, la manera en la que está cimentada es peculiar.
―Eso es lo que dice mi padre ―respondió Fred sintiendo una ola de alivio.
La guió hacia la entrada principal de la casa, entonces los nervios volvieron a inundar a la chica. Tomó una gran bocanada de aire para no desfallecer y, confiada en que los cimientos de su relación con Fred estaban suficientemente sólidos como para no tambalearse en caso de que su madre no la tragara, entró a la vivienda junto a Fred y seguidos de George.
― ¡Mamá, ya estamos aquí!
― ¡Estamos en la cocina, cariño! ―respondió la voz maternal de la señora Weasley desde la parte trasera de la casa.
La Madriguera estaba muy aglomerada de objetos, un poco demasiado. Un sillón antiguo y muchas sillas poltronas, ninguna combinada con la otra, se repartían por la habitación. Había cachivaches no-mágicos como un teléfono sin el auricular y un modelo de un avión que parecía ser un juguete. La habitación estaba desordenada y sin embargo resultaba acogedora. Había muchos libros y revistas y en una esquina encima de un sillón había un par de agujas de tejido, tejiendo una bufanda por arte de magia.
Agatha no pudo evitar fijarse en el reloj en la pared, cuyas manecillas eran reemplazadas por los rostros y los nombres de los miembros de la familia. La de Fred decía: «Hogar». Sólo se podía definir como «ecléctico» y a ella le gustaba eso, la personalidad de la casa era muy encantadora. Ojalá fuera bien recibida, le gustaría pasar más tiempo en La Madriguera.
―Déjenme entrar primero a mí, quiero ver la cara de todos ―anunció el gemelo menor. Dándole la tarta a Fred, desapareció por el corredor hacia la cocina.
Fred se dio cuenta de que Agatha no tenía muchas ganas de avanzar. Se quedaba admirando la sala y los objetos con demasiado afán. Observando las fotografías de los Weasley como bebés y la de la boda de los señores Weasley. Agatha dejó la botella y las flores en un sillón y empezó el mal hábito de sonarse los nudillos.
― ¿Y si nos vamos? ―propuso Agatha.
―No nos vamos a ir a ninguna parte.
―Te mentí ―confesó Agatha, tomándose largas respiraciones―. Sí me da un poco de miedo conocer a tu mamá.
―Lo sé.
―Te mentí también sobre la tarta ―dijo ella otra vez―. La tradición no dice que tengas que hornearla tú, quería que me ayudaras porque yo la hubiese quemado solo con pensar en hacerla y me daba vergüenza decírtelo.
Fred sonrió dulcemente.
―No hay nada que temer, estoy contigo. Vamos a entrar allí juntos y todo saldrá bien.
―Juntos ―repitió Agatha, forzando una sonrisa y sintiendo un amor inmenso por él.
Asintió y sin esperar a que le siguieran entrando nervios, tomó la mano de Agatha y apenas recogió los obsequios, prácticamente la arrastró hacia la cocina.
Dentro de la misma, Ag atendió a la madre de Fred y George deshacerse en cumplidos hacia George y al mismo tiempo decirle que se estaba poniendo delgado. Se escuchaban los trastes golpearse uno con el otro y el tenue ruido de una radio encendida.
― ¿Ya vienen? ―escuchó preguntarle a su hijo―. ¿Cómo es ella? ¡Me muero por verla! Me emociona mucho que Fred traiga a una muchacha para que la conozcamos. Me sorprendí mucho cuando me lo dijo.
―Eso no es lo único que te va a sorprender ―oyó decir a George.
Fred y Agatha marcharon hasta donde provenían las voces. En la cocina había tres personas, cuatro con George, una de ellas estaba parada y las otras dos estaban sentadas en la mesa del comedor.
― ¡Hola, mamá! ―saludó Fred con alegría, entrando primero al área del comedor.
Molly Weasley era la que estaba de pie e inmediatamente portó una sonrisa radiante al ver a su hijo. Esa sonrisa se fue convirtiendo en una expresión de pasmo cuando lentamente la luz fue iluminando y revelando la identidad de la chica con la iba acompañado.
De acuerdo, esa reacción no había sido la ideal, pero no era tan mala. Agatha aspiró y su actitud se tornó despreocupada y segura, como siempre, para que la percibieran como confiada en sí misma, que lo era, a pesar de que en ese momento su confianza en sí misma no era tan fuerte como otros días.
El segundo ocupante, que Agatha reconoció como Bill, el hermano mayor de Fred, se ahogó con la bebida que tomaba y explotó en tosidos para después mascullar un «¡Joder!».
Y el tercero, un hombre de más edad que Agatha asociaba como el patriarca de los Weasley, sólo la miró con curiosidad pues la cara de Agatha le resultaba conocida. En ese instante de silencio, George intentaba no reventar en carcajadas.
Molly estaba tardando demasiado en procesar la situación.
―Usualmente esperarías un «Hola, hijo, ¿cómo estás?» ―repuso Fred rápidamente para el ambiente no se tornara incómodo.
―Ay, sí, lo siento ¿Cómo estás, cariño? ―la señora Weasley recibió a Fred en un abrazo sin quitar la mirada de su acompañante―. Lo mismo que Georgie, estás poniéndote delgado.
―Bien, mamá, gracias ―el pelirrojo dio un paso atrás, hacia donde se había quedado Agatha―. Mamá, quiero que conozcas a Agatha, estamos saliendo. Agatha, mi madre Molly.
Agatha se irguió y expuso su sonrisa más honesta y amable que rostro pudiese proyectar. Inclinó su cabeza en un gesto eslavo de respeto e inmediatamente estiró su mano derecha para estrechar la mano de la mujer regordeta, ésta se tomó un segundo para estrecharla de vuelta. Justo como esperó que lo hiciera, Molly la escaneó de pies a cabeza, emitiendo un dictamen silencioso sobre Agatha.
―Buenas tardes, señora Weasley. Es un gusto conocerla ―dijo con una voz educada y sin deshacer la sonrisa―. Gracias por recibirme, esto es para ustedes.
Le entregó el ramo y la botella, podía sentir como la señora Weasley todavía estaba un poco asombrada de su presencia, pero no podía leerla y no podía saber en qué estaba pensando. Le quitó de las manos la tarta a Fred y se la entregó también a la señora Weasley.
―Gracias, querida. No tenías que molestarte ―dijo la mujer, obligándose a sí misma a sonreír y poniendo los obsequios sobre la mesa del comedor.
―En mi país y en el de mi madre es de mala educación llegar con las manos vacías ―explicó con tranquilidad―, no es ninguna molestia.
―Ya veo. ¡Entren, siéntense! ¡Son más que bienvenidos! ―dijo Molly instándolos a que terminaran de llegar.
― ¡Hola, papá! ¿Cómo estás? ―Fred se acercó a su padre y lo abrazó―. Agatha, este es mi padre, Arthur.
Agatha hizo lo que apropiado, acompañando a Fred para saludar al señor Weasley.
―Luces increíblemente familiar, señorita ―expuso Arthur Weasley, escaneándola y poniéndose de pie para saludarla como era debido―. ¡Ah, ya! ¿Eres la hija de Jacob Worthy, el de la oficina de desinformación del ministerio?
―Papá...―se quejó Bill, sin creer lo despistado de su padre.
―No, señor ―sonrió Agatha con cortesía―. Soy Agatha Krum. Mi padre es Dobromir Krum.
― ¡Un momento! ¡Por los calzones de Merlín! ¡Tú eres Agatha Krum! ―saltó de la alegría y estrechó su mano para sacudirla enérgicamente―. La jugadora de Quidditch. ¡Claro que sí! Recuerdo haberte visto en los mundiales. ¡Qué sorpresa que estés saliendo con Frederick! ¡Arthur Weasley, a tu servicio! ¡Bienvenida!
―Sí, pá, qué sorpresa ―se burló Fred y siguió caminando hasta Bill―. ¡Hey, Billy, no sabía qué te iba a encontrar aquí! Ag, este es mi hermano Bill. El que preguntaste en Hogwarts si estaba soltero, ¿te acuerdas?
Bill saludó a su hermano, dándole unas palmadas e incapaz de dejar de ver a la chica. Agatha le lanzó una mirada mortal a Fred y éste se rió sin prestarle atención. Agatha también se acercó a Bill para estrechar su mano.
―Hola, mucho gusto, Bill. No recuerdo en realidad haber preguntado eso ―se excusó Agatha.
―No, sí lo hiciste, yo me recuerdo por ti ―siguió contando Fred.
―Fred disfruta avergonzar a la gente, no te preocupes. Mucho gusto. Te conozco muy bien, otro de mis hermanos estaba enamorado de ti antes de Fred.
―Asumo que hablas de Ron ―expresó Agatha―. Sí, me pude dar cuenta en Hogwarts.
― ¿Eres tú la chica que tenía en la pared de su cuarto? ―preguntó Molly, como si no hubiese unido las partes en todos esos años―. No te reconocí.
―La gente suele decir que no me veo como en las fotografías. Aunque no sé si lo dicen para bien o para mal ―bufoneó la castaña, empezando a entrar en calor y relajándose, sin soltar el agarre en la mano de su novio.
Su comentario se ganó un par de risas. Bien, no lo estaba arruinando todo. Por lo menos todavía.
Fred y Agatha tomaron asiento. Mientras lo hacían intercambiaron una mirada que decía «Está yendo bien, podemos hacerlo». Molly se quedó de pie, con una mano en la cadera y sin quitar la mirada de la búlgara. Agatha no se dejó intimidar, ya estaba ahí, no era como si fuera una opción salir corriendo por la puerta.
―Tiene una casa preciosa, señora Weasley ―elogió Agatha con rapidez, deshaciéndose de la túnica.
―Muchas gracias, querida ―agradeció la señora Weasley―. Me imagino que estás acostumbrada a propiedades más ostentosas.
―Nunca he visitado un lugar como éste, es muy hermoso y muy agradable ―manifestó Agatha con convicción.
Agatha suspiró, creyendo haber respondido bien a esa pregunta para no verse engreída.
―Tienes un acento muy bonito, jovencita, permite que te lo diga. Si mal no recuerdo, eres búlgara, ¿cierto? ―inquirió Arthur, inclinándose sobre la mesa con los codos.
―Sí, señor. Soy búlgara. Mitad rusa también, mi madre es rusa, al igual que la mitad de mi familia ―explicó Agatha.
—¿Y vives en Bulgaria o en Rusia?
―En realidad, acabo de mudarme a Londres. Hace poco firmé con las Urracas de Montrose y su sede está aquí en Inglaterra, por lo que era necesario trasladarme aquí.
― ¡Qué bueno, qué bueno! Las urracas son un equipo muy sólido. ¡Felicidades por el contrato!
―No estarás viviendo con Fred, ¿no? ―averiguó Molly, con suspicacia. Creyendo inapropiado que ambos vivieran bajo el mismo techo.
―No, señora, claro que no. Estoy rentando un departamento en South Kensington ―dejó claro la búlgara. Esa había sido la primera pregunta indagadora de su parte―. Son bienvenidos a visitar cuando quieran.
―Ah, ya entiendo ―dijo Molly―. ¿Hace cuánto llevan saliendo?
―Un par de meses ―respondió Agatha.
― Fred, no nos había comentado absolutamente nada de ti ―apuntó Molly―. Es bastante pronto para venir a presentárnosla, ¿no lo crees, Freddie?
―No, es el momento perfecto ―respondió Fred con firmeza―. No les había comentado mucho para que no se hicieran una idea previa de ella, quería que pudieran formar su propia opinión al conocerla. Ya sabemos que El Profeta inventa cualquier cosa para vender, ¿no, mamá?
―Sí, claro ―musitó Molly.
―Imagino que si están dando este paso es porque van en serio ―dijo Bill, sin reprimir su mirada de orgullo―. Mi mamá cree que todo el mundo se apresura en las relaciones.
―Bueno, Fred no nos dijo que estabas saliendo con Angelina sino hasta mucho después ―respondió Molly, dándose la vuelta y moviendo con la cuchara el interior de una olla que burbujeaba.
Era una advertencia para Agatha que Molly estuviera hablando de la ex novia de Fred, pero esperó que fuera un comentario sin mala intención.
― ¿Cómo va la tienda, hijos? ―preguntó Arthur y el comentario de su mujer quedó ignorado.
―De locura, todo se vende como pan caliente. Incluso los trucos muggles que te mostré, ¿recuerdas? Nos está yendo de maravilla―expresó Fred, alegre.
―Fred y yo creemos que será muchísimo mejor cuando la gente salga de vacaciones de verano, tendremos el triple de clientes ―aseguró George.
― Ya creo que les va bien. ¡Mírense esas pintas! ―se burló Bill, admirando las chaquetas costosas que habían sido la nueva adquisición de Fred y George―. ¿Has visto la tienda, Agatha?
―Estoy fascinada con ella desde el día de la inauguración. Es maravillosa.
― ¿Desde el día de la inauguración? ―interrumpió Molly―. ¿Estuviste allí ese día?
―Sí, fui con mi tío, mi prima y su prometido.
―Me temo que no me topé contigo, ¿no es raro? ―expresó Molly con una ceja levantada.
―Bueno, había casi trescientas personas, señora Weasley.
―Claro, seguramente pasaste desapercibida entre el gentío. Me gustaría haberte podido ver ese día.
La señora Weasley sirvió la cena. Un estofado de carne y papas. Agatha comió con gusto, metiéndose las cucharadas en la boca mientras escuchaba con atención a los señores Weasley ponerse al día con sus hijos. Hablaban con amenidad, pero Agatha no podía evitar pensar que se estaba quedando al margen. Pero Fred la incluía, metiéndola en la conversación cada vez que podía. Agatha era ella misma, desenvuelta y simpática. Los elogiaba y respondía las preguntas que le hacían sin titubear.
―Pude notar los objetos nemagicheski en la sala de estar. ¿Coleccionan ese tipo de artefactos? ―curioseó cuando terminaron de comer.
Los ingleses se miraron entre ellos, pensando a qué se refería la chica con la palabra «nemagicheski».
― ¡Ese es papá! ―respondió Fred, humoroso―. Cualquier baratija muggle es su favorita. Nemagicheski es muggle en Bulgaria.
― ¿Ya hablas búlgaro? ―inquirió Bill, mordiendo una risa.
―Sí, lo mismo que hablas tú de francés ―devolvió Fred de la misma manera.
― ¿Te interesan los inventos muggles, Agatha? ―empezó, emocionado, el señor Weasley―. Yo tengo una gran afición por ellos. ¿Qué opinas sobre los patitos de goma? Necesito saber su función, la gente se empeña en decir que no sirven para nada.
―Sí, claro, me gustan mucho sus invenciones. En especial las películas ―contó Agatha―. Siento que usted se llevaría muy bien con mi tía Sonya. Hace poco escribió una tesis sobre objetos no-mágicos que parecen inútiles, pero que tienen una buena razón de existir. No escribió sobre los patitos de goma, pero puedo traerle una copia si gusta y traducírsela para que la lea. Es muy interesante.
―Eso sería genial, me encantaría leer sobre eso. Los muggles me parecen fascinantes, o bueno como tú les dices, los magineki...¿cómo fue que dijiste?
―Nemagicheski.
―Sí, exactamente. Eso mismo.
Agatha sonrió, por lo menos al señor Weasley parecía caerle bien.
―Cuéntanos sobre ti, Agatha ―pidió Bill, simpático ―. Creo que sabemos mucho de ti, pero al mismo tiempo, absolutamente nada. ¿Cómo se siente haber ganado la Eurocopa?
Ella sonrió, agradeciendo la intervención de Bill que le daba la oportunidad de hablar de sus logros profesionales para impresionar a Molly.
―Surrealista ―aseguró ella―, como un sueño hecho realidad. He jugado al quidditch desde que tengo ocho años y siempre soñé con ganar una competencia de talla mundial. Sabes, después del chasco del mundial, se sintió como redimirnos con nuestro país. El quidditch significa para mí...
Agatha se extendió en su tema favorito, siendo apoyada por Fred y George que resaltaban lo asombrosa que era su carrera para que su madre lo entendiera.
Molly la oía en silencio. Recelosa de la chica dulce que aparentaba ser Agatha. Había algo en ella que no terminaba de cuadrar. Su postura aristocrática, los logros de los que se enorgullecía y el cariño con el que miraba a Fred, le causaba incomodidad al sentirlo demasiado perfecto. Agatha no actuaba como ella se imaginó que lo haría, pero no sabía si su actitud y su aparente amor por Fred eran reales.
No podía dejar de pensar en el tipo de educación que ella sabía que Agatha había tenido (en el supuesto peor colegio de magia), ni en las historias sobre ella en los periódicos.
―Estoy muy curioso ―expresó Bill Weasley, sirviéndose una porción de la tarta de manzana que había traído Agatha, señaló a Fred y a Agatha―. ¿Cómo empezó esto? Recuerdo la turba que te seguía y suspiraba por ti en Hogwarts. ¿Cómo te fijaste en Fred?
―Bueno, en realidad, Fred fue el primero que se me acercó en Hogwarts. Sin miedo y sin la boca abierta como un tonto ―contó Agatha―. Me entregó una nota y me ofreció un recorrido por el castillo. Me pareció que era muy valiente al acercarse y eso hizo que nos hiciéramos amigos.
― ¿Y cómo terminamos aquí? ―le preguntó Fred.
―Te encontré muy gracioso y me hacías reír. Pensé que ya lo sabías ―dijo Agatha con una sonrisa.
―Me gusta la manera en que lo cuentas ―dijo Fred, sosteniéndole la mano por debajo de la mesa―. ¿Viste, Bill? ¡Y tú decías que ser un payaso no me iba a traer nada bueno!
― ¿Qué pretendes con Fred? ―exigió saber Molly con un tono demasiado duro para el ambiente que había a su alrededor.
―Una relación sana y feliz ―respondió Agatha, sin retraerse ante la violenta pregunta―, estoy muy enamorada de su hijo y le prometo que mis intenciones son buenas.
―He leído que has roto demasiados corazones, no quiero que sea el siguiente.
― ¡Mamá! ¿De verdad? ―se quejó George, apenas entendiendo las palabras de su progenitora.
―Lo que se dice de mí y de mis relaciones personales es muy exagerado, señora Weasley. No tengo ninguna intención de romperle el corazón, puede quedarse tranquila.
―Eso espero, sería muy malo para ti. Han escrito historias muy detalladas sobre ti, supongo que eso acarrea la fama. No pretendo juzgarte.
―Entonces, ¿qué es lo que pretendes con ese tipo de comentarios, mamá? ―escupió Fred, que tenía la mandíbula tensada.
―Entenderla mejor, cariño. No me malinterpretes.
La conversación fluyó de nuevo, encarrilándose. Agatha hacía de cuenta de que no había sido señalada por Molly, pero ahora entendía que tenía ideas preconcebidas grabadas en su cabeza sobre ella. No sabía qué haría falta para borrarlas, pero por el momento estaban muy nítidas.
―Papá, ¿sabías que Agatha habla tres idiomas? ―dijo George, en un intento de que su madre supiera en todo lo que su cuñada destacaba.
― ¿Ah, sí? ¿Cuáles? Yo siempre he querido aprender italiano, no sé por qué.
―Con fluidez, inglés, ruso y búlgaro. También entiendo mucho de macedonio y del serbio porque se parecen mucho al búlgaro. Y en Durmstrang había en su mayoría alumnos escandinavos por lo que pude aprender un par de palabras en noruego y en sueco. Me gustan mucho los idiomas.
―Tiene una lengua talentosa ―murmuró George siendo escuchado sólo por Fred―. Que te pregunte a ti, ¿verdad?
Fred siseó para que George se callara.
―Entonces, asististe al instituto Durmstrang ―alegó la señora Weasley, sin quitar la mirada de la chica para analizar todo su lenguaje corporal al hablar del tema.
―Sí, cursé en Durmstrang toda mi carrera escolar. Siete años y medio.
― Lo lamento mucho por ti, querida ―Molly disparó con una voz de lástima, los labios fruncidos y una expresión tensa.
La atmósfera se transformó de golpe. Agatha parpadeó, incrédula y sintió como si le hubiese dado una cachetada inesperada en el rostro. Ladeó la cabeza con confusión. El señor Weasley miró a Bill y Bill a George con desconcierto, sintiendo como la conversación se ponía embarazosa.
― ¿Discúlpeme? ―logró pronunciar.
―La reputación de Durmstrang no es la mejor. No puedo dejar pasar el hecho de que en tu instituto te enseñaron Artes Oscuras ―declaró Molly―. Y que tu educación estuvo contaminada, aprendiendo cosas tan...
―No considero que estuviera contaminada ―replicó Agatha, rápidamente―. Al contrario, creo que tuve suerte de contar con un plan de estudios muchísimo más amplio que en el resto de los colegios de magia. Fue una instrucción poco común, pero fue muy beneficiosa.
― ¿No repudias el aprendizaje de la magia oscura?
―No. Saberla no es equivalente a querer usarla. Eso depende del mago o bruja, si siente inclinación a causar daño por naturaleza, no importará si en su colegio le enseñaron como hacerlo o no. El-que-no-debe-ser-nombrado se educó en Hogwarts, ¿no? Allí las Artes Oscuras no están en el currículo y él encontró una manera de aprenderlas para causar daño.
Ese intercambio confirmó que Molly tenía prejuicios en su contra.
Tenía los dedos agarrotados, aferrados a la tela de su vestido y arañándose la piel de la pierna por la tensión que le provocó aquello. Fred le aflojó la mano, dedo por dedo, intercambiando esa rigidez por la suavidad del toque de su propia mano. Después de destensarla, entrelazó los dedos con los suyos haciéndole saber que él estaba allí.
―Esa es una manera inusual de verlo ―concedió Molly, también tensa y algo molesta de la firme posición de la chica.
―No, es la única manera en la que me enseñaron a verlo. El saber es increíblemente importante para mi familia y también lo es tener tu brújula moral bien centrada ―dijo Agatha, clara―. No se repudia el conocimiento, se repudian a los magos corruptos con ideales sucios que desean causar daño.
Molly se quedó callada, pero Agatha sabía que ella creía todo lo malo que se decía de ella.
―Estoy de acuerdo con Ag ―la defendió Fred, Agatha le dedicó una sonrisa a medias―. Las personas son buenas o no lo son, no importa donde estudiaron. Agatha es prueba de eso. Y ella es una persona excepcional.
―Sí, exactamente ―coincidió George―. Conocimos a un montón de tipos de Durmstrang y en su mayoría eran como Agatha. Saber de artes oscuras tiene su beneficio, mamá. Ellos están más preparados para saber cómo combatirlas.
―Por eso es importante no tragarse todo lo que se presume ―indicó Bill Weasley―, imagínate que hubiésemos dado por sentado que Agatha es una mala persona.
― ¡Sería una calamidad con lo encantadora que eres! ―apuntó Arthur, sonriendo―. Te ves bien junto a mi Fred. Y ya casi tenemos una cuarta parte veela en la familia, siento que una jugadora profesional de quidditch nos vendría excelente.
―¿Una veela? ―preguntó Agatha.
―Mi prometida Fleur Delacour ―explicó Bill, sonriente―. Nos casaremos el próximo verano.
― ¿Te vas a casar con Fleur? ―se emocionó Agatha, ampliando su sonrisa―. ¡Eso es maravilloso! Felicitaciones. No lo sabía. Fleur habla más con Viktor que conmigo.
―Sí, muchas gracias. ¡Deberían reunirse ustedes dos! Le dije a Fleur que debería pasar algunos días aquí, podrías acompañarla.
―Eso me encantaría ―declaró la búlgara, pensando en ese fugaz momento en donde atrapó a Fleur mirando a Bill en Hogwarts. No se hubiese esperado que eso terminara en matrimonio―. Sería muy agradable pasar el tiempo aquí. ¡No le digas que estoy saliendo con Fred! ¡Me gustaría sorprenderla!
―Sí, sorpréndela. Estoy seguro que quedará encantada.
Después de conversar por otro rato, Agatha se ofreció a ayudar a Molly con los trastes, ofrecimiento que la mujer negó rotundamente. Cuando terminó de hechizar el fregadero para lavar los platos, la mujer cobriza se quedó mirando a Fred, Bill, George y Agatha, sus hijos le estaban mostrando las curiosidades de la casa a la extranjera entre risas. Fred no dejaba ir la mano de Agatha.
―Es maravillosa, ¿no te parece, amor? ―expresó Arthur refiriéndose a Agatha y terminando de recoger los residuos de la tarta de la mesa―. Pareciera que estuviera hecha para Fred y parece llevarse bien con George y con Bill.
―No confío en ella ―dictaminó Molly, frunciendo los labios en un gesto preocupado.
― ¿Por qué no?
―Es muy amable, Arthur. Demasiado, hasta el punto de sentirse forzado. Tiene a Fred comiendo de su mano y no sé si es para bien.
―Parecen enamorados. Yo también estaba comiendo de tu mano y todavía lo estoy ―le recordó Arthur, intentando sacarle una sonrisa, pero Molly estaba todavía observando a la chica en su sala de estar.
―Quiero proteger a Fred. Es demasiado segura de sí misma, le gusta demasiado fanfarronear de sus logros, yo entiendo que es famosa y eso, pero quizá la fama no se la ha ganado de la buena manera...
―Estás siendo demasiado dura con ella, corazón ―advirtió su marido, sin entender el afán de su esposa.
―Ahora dos de mis hijos están cegados por mujeres que se creen estrellas. No me gusta Fleur, pero Agatha me preocupa más ―confesó Molly―. No creo que sea buena para él.
―A mí me parece que tenemos que darle una oportunidad.
Molly soltó un despectivo «Bah». Miró lo tarde que era en el reloj y decidió que ya era hora de acabar con esa abrupta visita. Junto a su marido, se acercó a escuchar relatar a Fred la razón de que hubiese un agujero en la pared: cuando los gemelos tenían nueve años, encantaron un cazo de su madre y este atravesó toda la pared. La historia recibió una reacción positiva de parte de Agatha, que dejó salir una risa cantarina.
―Ya se está haciendo tarde. No es bueno que se queden hasta tan tarde en la calle, con todo... ―recomendó, deteniéndose en medio de la oración―. ¿Se quedarán aquí?
―No, mamá. Mañana es día de inventario ―dijo Fred, sobándose la nuca. Miró el reloj y silbó―. Sí es demasiado tarde. Es mejor irnos ya. Ya traeré a Ag para que vea nuestra habitación.
― ¡Qué lástima! Bueno, tendrá que ser otro día ―Molly se acercó a Agatha y ladeó la cabeza, forzando una sonrisa―. Gracias por venir, tesoro. Fue muy bonito conocerte. Esperamos recibirte de nuevo pronto.
Pese a las palabras aparentemente amables de la señora Weasley, Agatha no se sentía cómoda recibiéndolas. Molly no la abrazó ni se despidió con un beso en la mejilla, como ella esperó que lo hiciera.
―Gracias a usted, señora Weasley. Gracias por recibirme, fue un gusto conocerla a usted también ―Agatha se limitó a sonreír, sin dejar salir sus incomodidades. Tampoco se acercó a abrazarla―. Espero que nos volvamos a ver muy pronto.
―Lo mismo digo, querida.
Arthur Weasley se aproximó también, con gesto alegre, hacia Agatha y Fred. Le dio unas palmaditas paternales con suavidad a Agatha y le sonrió, haciendo que sus gafas de carey se torcieran sobre el puente de su nariz.
― ¡Hasta muy pronto, Agatha! Esta ya es tu casa, eres bienvenida las veces que quieras ―exclamó el señor Weasley con alegría.
―Gracias, señor Weasley.
―Manténgannos informados sobre la tienda, hijos ―alentó Arthur.
―Cuídense mucho allí afuera, la situación no es un juego ―Molly sí se acercó a abrazar y besar a Fred y George y los miró con una mueca de preocupación.
―Hasta luego, Agatha. ¿Te puedo decir Ag? Siento que ya somos mejores amigos ―bromeó Bill con una sonrisa y la besó en la mejilla respetuosamente.
―Sí, claro, llámame Ag. Fue un gusto conocerte también, Bill. En unas mejores circunstancias que la última vez que nos vimos.
Otra ronda de despedidas y los gemelos finalmente se despidieron de sus padres y hermano para abandonar su casa familiar. La noche había caído mostrando un cielo oscuro y estrellado que se reflejaba sobre el estanque frente a la propiedad Weasley. El trío se paró en el patio delantero de la casa, en silencio.
El camino de vuelta a casa fue silencioso. Demasiado silencioso. Agatha sólo habló cuando llegaron al departamento encima de Sortilegios Weasley.
―Me quedaré en South Kensington ―avisó con una voz monótona. Anteriormente Fred le pidió que se quedara en el Callejón Diagon y ella había aceptado, pero la cena hizo que cambiara de opinión―. Nos vemos mañana.
― ¿De qué estás hablando? ―preguntó Fred.
―No me quiero quedar aquí. Prefiero irme a casa.
― ¿Estás segura, Ag? ―dijo George al mismo tiempo que se desprendía de la chaqueta y la dejaba sobre la mesa de la cocina.
―Sí.
―No te vas a ir sola, voy a acompañarte ―aseveró Fred.
―No hace falta, me puedo quedar sola...
―No era una pregunta ―la interrumpió―. Te veo luego, Georgie.
Fred no esperó a que Agatha se pusiera a rezongar, arrastrándola hasta la calle, realizó una aparición conjunta y llegaron al departamento en menos de dos minutos. Antes de abrir la puerta, ella se quedó en la entrada, lanzándole una mirada.
―Gracias por acompañarme. Nos vemos mañana ―lo besó en la mejilla como despedida.
― ¿Cuál «nos vemos mañana»? Abre la puerta. Si no te quieres quedar conmigo, entonces me quedo yo contigo.
―Quiero estar sola.
―No. No quieres estar sola y no tienes que estarlo.
Rechinando los dientes, la chica abrió la puerta del departamento, donde fueron recibidos por saltos entusiastas de Ruslan, quien después de identificar a los recién llegados, se acostó a dormir en la camita que Fred le regaló la primera noche en Londres.
Agatha, visiblemente afectada y taciturna, tiró el bolso y la túnica encima del sillón sin cuidado.
―Di algo.
―No tengo nada que decir, tengo sueño. Me quiero acostar.
―Aggie, por favor ―rogó Fred hablando en búlgaro.
Agatha se volvió hacia él, sus ojos se mostraban tristes, se cruzó de brazos con abatimiento.
―No le agradé. No le simpaticé para nada ―pronunció, con voz entrecortada―. Lo sé, lo vi en la manera en la que me miraba y en los comentarios que hacía.
Agatha se quedó quieta, parada en medio de la habitación aceptando por fin que la cena no había ido como a ella le hubiese gustado.
―Y no tengo ni idea de lo que pude haber hecho diferente. Lo intenté, malysh. Te prometo que lo intenté. Lo siento, sé que tenías muchas ilusiones de que nos lleváramos bien inmediatamente ―se disculpó Agatha, cubriéndose el rostro con las manos y suspirando, desanimada.
―Aggie, no hiciste nada mal. No te castigues, pudo haber estado peor.
― ¿Cómo pudo haber estado peor? ―se lamentó Agatha, acongojada―. Mis padres cuando te conocieron te trataron muy bien y no es como si esperara lo mismo, pero me hubiese gustado que me hubiese dado una oportunidad. Apenas me vio decidió que no lo iba a hacer, lo supe al instante. No me permitió llamarla «Molly», no me abrazó o me sonrió de manera que no fuera suspicaz. No creo que ni siquiera le hayan gustado mis zapatos.
La última frase le sacó una risa a Fred por debajo del aliento, pero verla tan afligida no le gustaba.
― ¿A quién le importa lo que haya pensado mi mamá de ti?
― ¡A mí me importa! ―clamó Agatha, molestándose que Fred no quisiera tomárselo en serio―. ¡A mí me importa si a tu familia no le caigo bien! Eso es importante en una relación. Si me hubieses escuchado y hubiésemos esperado...
―Hubiese pasado exactamente lo mismo, pero más tarde ―discutió Fred―. Perdóname, debí haberte defendido más. Debí haberte advertido que mamá se deja llevar por lo que se dice. Pero no puedes basar el valor de nuestra relación en terceros. Estás conmigo no con ellos.
― ¡No es eso! ―respondió Agatha. Su abrumó al pensar en lo que realmente la estaba molestando, tanto que le tomó un momento para poder pronunciar la siguiente frase―. Ella cree que soy mala por naturaleza por haber ido a Durmstrang. Cree que no soy buena para ti.
Se cruzó de brazos y exhaló un largo aliento. Fred quedó petrificado.
―A Bill le caí bien, tu padre es un santo y tu madre me mira como si fuera una amenaza a la sociedad ―de la garganta de Agatha salió una risa forzada―. Lo sé porque no es la primera vez que me han visto así en mi vida. Sé que no soy como tú. Sé que me criaron diferente y a veces soy demasiado yo. Me hirió que tu madre piense que quiero herirte o aprovecharme de ti cuando significas para mí algo más grande que el universo entero. Destruiría al mundo por ti, quiero protegerte y quererte y reírme de tus chistes para siempre. No quiero que esto cambie el rumbo de nuestra relación.
El silencio se estancó en la sala, la respiración entrecortada era el sonido más predominante.
―Cuando viajé a Bulgaria a verte, estaba preocupado por conocer a tu familia y tú me dijiste que a la única persona a la que le tenía que caer bien era a ti ―con pasos lentos, Fred se abrió paso hasta estar frente a Agatha, a ella le temblaba el labio y evitaba mirarlo―. ¿Cómo es esto diferente? Agatha, no me arrepiento de haberte llevado a conocerlos. Quiero que vean a la mujer inteligente, hermosa y vehemente que eres, quiero que vean cuánto significas para mí y quiero que se acostumbren a verte conmigo porque no pienso dejarte nunca. Si no lo vieron, entonces están ciegos y es una lástima, pero no te llevé para pedirles permiso. Nunca les he pedido permiso para hacer algo una vez en mi vida.
―Sólo quiero que ella sepa que soy solo una chica que está perdidamente enamorada de su hijo y que haría lo que fuera por él ―dijo Agatha, abrazando a su novio y escondiendo el rostro en su pecho.
― ¿Cuándo pensabas decirme que estabas enamorada de Ron? ―bromeó Fred, recibiendo a Agatha en sus brazos y besándola en la cabeza. Agatha soltó un quejido que fue amortiguado por su torso―. Específica entonces.
Agatha levantó el rostro, fijando sus ojos marinos en los terrosos de él y sosteniéndose como una cría.
―Te quiero.
El rostro divertido de Fred se puso serio de repente, comprendiendo la seriedad de esas dos palabras.
― ¿Qué tan específico te pareció eso? ―quiso saber Agatha, sintiendo su corazón latir con fuerza.
― ¿Qué dijiste?
―Que te quería.
― ¿Lo dices de verdad?
―Sí, soy una terrible mentirosa.
Fred la abrazó de nuevo, apretándola contra su pecho, emocionado.
―Mierda, Aggie ―suspiró Fred, sintiendo el peso de las preocupaciones abandonar sus hombros.
Él, si debía admitirlo, le preocupaba que Agatha no lo quisiera de la manera en la que él la quería a ella. Sabía que dejar salir sus emociones con palabras le resultaba muy difícil, por lo que ella dijera eso era increíble para él. Besaba el tope de su cabeza y luego la alejaba para mirarla, la besaba en la frente y volvía a abrazarla.
―Te quiero a ti también. Dios, te quiero muchísimo, Agatha, no tienes idea.
― ¿Incluso si no fue la mejor primera cena con tu familia?
―Te quiero incluso más por ello, te quiero porque aunque te daba pánico entraste como una campeona y soportaste el juicio de mi madre.
―Te prometo intentar hacerlo mejor la próxima vez ―le dijo Agatha―. Intentaré ganármela para demostrarle lo que realmente soy.
―No tienes que demostrarle a nadie un carajo ―puntualizó Fred―. La próxima vez, sé incluso más tú, sé que te estabas mordiendo la lengua en algunos momentos, la próxima vez, si te trata así, la muerdes a ella.
La sala se llenó de la risa burbujeante de Agatha. Fred, con sus besos en la frente y en la cabeza, le quitaba los miedos. Él no tenía intenciones de irse a ningún lado.
― ¿Sabes que me gustaría?
― ¿Qué? Haré lo que sea que me pidas.
―Que me hornees una tarta de manzana. Estaba tan nerviosa que se me olvidó comerla en la cena.
Fred sonrió, abrazándola con cariño.
―No se diga más, va a quedar incluso mejor que esa.
―Bueno, la haremos mañana ―dijo Agatha, con dulzura―. Ya es muy tarde, vamos a dormir.
―Agatha.
― ¿Qué?
―Te quiero.
Agatha hizo como si se fuera a vomitar, fingiendo que le daban arcadas las palabras de su novio.
― ¡No hagas eso! ―Fred abrió la boca, indignado.
―Discúlpame, lyubov. Dímelo otra vez.
―Te quiero.
Agatha volvió a fingir las arcadas, Fred la empujó sin fuerza mientras se reía.
―Estoy jugando, yo también te quiero.
Agatha y Fred se fueron a dormir esa noche, contentos y repitiéndose que se querían. Porque así era.
No fue sino hasta entrada la madrugada que la realidad exterior irrumpió violentamente en el departamento de Agatha. Los golpes desesperados en la puerta despertaron a todos, incluyendo a Ruslan. Fred se levantó primero, asustado, despertó a Agatha y le urgió que tomara su varita y se mantuviera detrás de él en todo momento. La búlgara se envolvió en una bata de satín, se restregó los ojos y le obedeció al pelirrojo.
Fred hizo lo mismo, se puso una camisa rápidamente y empuñó su varita. Salieron juntos a la sala y Ruslan corrió hasta su dueña para servir de protección. Los corazones Agatha y de Fred latían con sobresalto. Eran casi las tres de la mañana, nadie debería estar tocando la puerta a esa hora, mucho menos con esa intensidad.
― ¿Quién es? ―rugió Fred, sin abrir la puerta.
―Fred, soy George y estoy con Bill, abre, por favor.
Fred miró a través de la mirilla y abrió la puerta, apuntando con la varita.
― ¿Qué pasa? ―preguntó el gemelo mayor de inmediato.
Bill y George estaban mojados por la lluvia y lucían expresiones turbadas y asustadas. Agatha los miró desde detrás de Fred y vio como empuñaban sus varitas con fuerza. No había rastros de las risas y los chistes que compartieron hace un par de horas, ahora sólo había preocupación.
―Fred, mataron a Sirius.
Fred se echó hacia atrás como si con la noticia le hubiesen dado un golpe en la cara. Miró con consternación a su novia que no entendía la gravedad por no conocer a Sirius Black.
―Tienes que venir, hay una reunión de emergencia de la Orden ―informó Bill.
―No voy a dejar a Agatha sola.
―Lanzaremos un par de hechizos de protección sobre el departamento, estará más protegida aquí que en la base. Vístete, por favor ―apremió Bill y Fred asintió lentamente.
Cerró la puerta y, tambaleándose nervioso, empezó a caminar hacia la habitación. Agatha lo siguió, él apenas podía sacar la ropa del armario, tragaba saliva con dificultad y sin poder concentrarse.
―Fred, ¿qué está pasando? ―le preguntó―. ¿Qué es la Orden? ¿Quién es Sirius?
―Agatha, hay un par de cosas que no sabes, pero no es mi deber decírtelas. Sirius es...era un amigo.
― ¿Es la Orden del Fénix?
Fred se volvió a mirarla con una expresión estupefacta.
― ¿Cómo sabes de eso?
―Mis padres están haciendo cosas que no entiendo e Isak me dijo que tenía que ver con una Orden del Fénix. ¿Tú estás con ellos?
El pelirrojo no respondió.
―No me escondas cosas, sabes que puedo ser de asistencia ―le pidió ella, dispuesta a vestirse.
―Estarás a salvo aquí, quédate con Ruslan y no le abras la puerta a nadie que no sea yo. ¿Sí? ―Fred se había puesto ropa de salir y un abrigo de viaje con una rapidez excepcional. Se calzó los zapatos y se levantó de un salto―. Vendré en la mañana e intentaré explicártelo todo.
Fred marchó fuera del dormitorio, listo para irse. Se detuvo en el umbral y miró la preocupación en el rostro de su novia. Le depositó un beso en la sien.
―Te quiero.
—Cuídate, tonto.
―Que tú estés segura es lo más importante para mí. No te preocupes por mí.
Fred sonrió, abrió la puerta y la cerró detrás de él; dejando a Agatha sola con Ruslan, preocupada y ajena a todo lo que estaba pasando detrás de la puerta.
En ese momento no lo sabía todavía, pero la guerra había comenzado oficialmente.
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