𝟒𝟐 ━ Moyata lyubov.
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MOYATA LYUBOV
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Agatha siempre se dijo a sí misma que nunca perseguiría a un hombre. Nunca.
Sin embargo, también se dijo que siempre iría detrás de lo que deseara y lo obtendría.
Así que sólo había roto su regla parcialmente.
Además, no todos los días encontrabas a alguien como Fred Weasley. Por quien valía la pena hacer una única excepción.
Era inexplicable cómo podían hacer que el mundo se paralizara cuando estaban juntos. Tan hechizados que no percibían ningún bullicio exterior, como la música de la orquesta inglesa que tocaba un tema que suponía ser esperanzador para los decepcionados fanáticos.
Agatha y Fred seguían frente a frente, sin mediar palabra o tocarse. La tensión alrededor de ellos los aprisionaba. Casi atemorizados de hacer el movimiento equivocado, asimilaban su proximidad y se reprimían de saltar en los brazos del otro en un obtuso intento de no equivocarse de nuevo. La joven inexperiencia les hacía dudar pese a saber exactamente lo que querían.
Especialmente Agatha que entendía lo raras y especiales que eran las segundas oportunidades. Decidida a no desperdiciar la preciada anomalía de poseer una segunda oportunidad en sus manos, se prometió en silencio a no permitir que el miedo a arruinarlo la saboteara.
—¿Por qué estás tan callado? ―formuló, no necesitó alzar la voz más de un susurro.
―Me arrebataste las palabras. Sólo quiero mirarte.
―No sé si debo sentirme halagada o asustada, sonó un poco espeluznante ―la broma alegre lo hizo reír.
―Lo lamento, sabes que tengo la mala costumbre de quedarme mirando lo que me gusta ―se excusó él trazando una sonrisa de lado―. Especialmente después de no haberte visto en ocho meses.
―Ocho meses...―repitió Agatha. Era extraño porque, para ella, se sintió mucho más que ocho meses y al mismo tiempo como una semana a lo mucho―. ¿De verdad han sido ocho meses?
―Sí. Ocho meses y dos días ―respondió Fred, al escucharse a sí mismo y para no quedar como un chiflado, añadió: ― No que los haya estado contando.
―No, claro que no ―sonrió ella.
Los enredó un plácido silencio que utilizaron para seguir filtrando en sus mentes palabras adecuadas. Fred fue el primero en hablar.
―Entonces, ¿ahora somos...novios? ―una sonrisa traviesa acompañó a la pregunta.
― ¡Por supuesto que no! ―exclamó Agatha seguido de un resoplido. La ceja de Fred se enarcó con curiosidad―. No, no. Dije que me gustaría que fueras mi novio, no que eras mi novio. ¿Quién crees que soy?
El cobrizo soltó una carcajada profunda que quedó amortiguada en su garganta. ¿Estaba sorprendido? Para nada. Al contrario, se hubiese sorprendido si ella hubiera dicho que sí. Podía estar muy enamorada de él, pero no era tan fácil de ceder. Esa era una de las cosas que había hecho que cayera perdido por ella.
― ¿En serio? ―Fred se acercó. Valiéndose de su altura, bajó sus ojos hasta ella. Pasó el dorso de su dedo índice por toda la línea de su mejilla, acariciándola hasta llegar hasta su barbilla, la cual apretó suavemente con ayuda del pulgar―. ¿Qué tengo que hacer para enmendar eso?
—Tú dime, ¿qué estás dispuesto a hacer? —preguntó ella con un deje de seducción en su voz, aprovechando el ronroneo de su acento búlgaro—. Es un puesto muy codiciado, ¿sabes?
—Creo que llevo una gran ventaja —murmuró él, luciendo su atributo natural de esa voz varonil y ronca.
Con cada sílaba pronunciada, su nuez de Adán se apretaba contra su garganta y Agatha combatía por no transmitir en su rostro lo atraída que se sentía hacia él.
Ese extático juego de provocación era cristalina evidencia de que volvían a estar juntos, era excitante y adictivo. Nadie más podía jugarlo tan magistralmente como ellos. Ninguno deseaba ceder primero, pero ambos se morían de ganas de hacerlo.
—Quédate, Ag, y te lo demostraré. No te marches a Bulgaria, sé que tienes que hacerlo, pero quédate conmigo.
―Eres un tonto, Frred Veasley. No hay nada en el mundo que me haga alejarme de ti.
Fred sonrió de nuevo.
―Vendré a buscarte en una hora y te marcharás conmigo. Tendrás la mejor noche de tu vida. Será tan buena que serás tú la que se arrodille a pedirme ser tu novio.
―Eso lo quiero ver ―se burló Agatha.
Repentinamente, un conjunto de pasos y voces superpuestas e inquietas, luchando por ser la voz principal, empezó a aumentar de volumen conforme avanzaban por el pasillo en su dirección. Los jóvenes creyeron que seguirían su rumbo sin detenerse a interrumpirlos, pero no corrieron con tanta suerte.
―Oh, lo sentimos, no es nuestra intención interrumpir, pero...
Un suspiro cansino abandonó los labios de Ag. Fred estuvo de acuerdo con su reacción, chasqueando la lengua, fastidiado. Con mucho pesar, se obligó a sí misma a renunciar al pelirrojo y darse la vuelta.
Su visión fue invadida de inmediato por una colección de hombres de trajes almidonados y sonrisas anticipantes posadas en sus rostros. Dentro de ese grupo desigual, conformado tanto de jóvenes como de viejos, se peleaban por la dominancia y por la atención de Agatha, empujándose entre ellos e irguiéndose para verse más altos y más destacados.
Fred adoptó una mirada glacial, manteniéndose detrás de la búlgara con actitud protectora.
―Es una lástima que ya sea demasiado tarde para eso, ¿no? ―recriminó la búlgara, siendo pasiva-agresiva. Mostrando una fachada de forzosa cordialidad, añadió: ― ¿A qué se debe la interrupción, caballeros?
El saludo de su parte hizo que todos se le acercaran atropelladamente.
Entonces reparó en las identidades de tres de aquellos hombres: Alastor Brittlehorn, reclutador de las Appleby Arrows; Danes Willan, reclutador de Caerphilly Catapults; y Wilbur Catbury, reclutador de los Ballycastle Bats. Presumió que los demás también eran reclutadores o representativos de equipos británicos.
Nunca había visto tantos reclutadores en un mismo lugar. El porte defensivo que adoptó al principio se fue dosificando, intercambiándolo rápidamente por un semblante receptivo.
―Hermoso partido, Agatha, felicitaciones ―la congratuló Danes Willan, acercándose primero que todos a estrechar su mano con solidez.
―Estoy de acuerdo, estuvo impecable ―secundó Wilbur Catbury, siguiendo el ejemplo de Willan y estrechando la mano de la muchacha.
―Hemos estado buscándote en todas partes ―dijo otro de ellos, con porte sobrio, pero pequeño de tamaño―. Arthur Kressley, director técnico de Pride of Portree. Un placer conocerte.
―Damien Doherty, Agatha, reclutador de Wigtown Wanderers ―se presentó otro rápidamente para no quedar en el olvido―. Estamos interesados en hablar contigo, ¿podrías concedernos un minuto?
―Por supuesto ―dijo Agatha―. Podemos hablar en el salón de reuniones. Pueden esperar allí y apenas esté desocupada los acompañaré.
―Es una conversación importante, Krum y nos gustaría llevarla a cabo lo antes posible para que escuches las propuestas que...
―Estoy ocupada ahora mismo ―lo interrumpió la bruja sin llegar a ser descortés―. Estaré allí en un par de minutos.
Los representantes deportivos se sorprendieron. Creyeron que los seguiría al instante, como lo hacían todos los jugadores jóvenes ansiosos de ser contratados. Accedieron pasmados a la petición de la joven, retirándose y apurándose para ser el primero en llegar a la sala de reuniones. Cuando los dejaron, Fred dijo:
―Te quieren fichar. Debiste haber ido de una vez.
―Sí, ya lo sé. Pero si quieren contratarme, tienen que entender que no me dejaré arrear como ganado ―explicó Agatha―. Tengo que priorizar.
― ¿Qué puede ser más prioritario que qué te fichen?
―Tú. ―expuso Agatha sin titubear―. No te he dado una respuesta concreta a tu invitación, ¿no? ¿Cuál era la proposición?
Fred se derritió con sus palabras. Apenas pudo superar el leve nerviosismo provocado por ella, logró pronunciar:
―Llevarte conmigo y darte la mejor cita de tu vida ―planteó el pelirrojo―. Valdrá la pena, te lo prometo.
Ella guardó silencio por un par de segundos, rodó los ojos de manera coqueta y fingiendo leve aburrimiento, se encogió de hombros. Entonces sus labios llenos se abrieron exhibiendo una sonrisa perlada.
¡Cómo si fuera a decir que no!
Agatha se puso de puntillas y posó su mano sobre una de las mejillas del inglés y presionó sus labios sobre la otra. Ese beso en la mejilla estaba cargado de tanta tensión e intimidad que hizo estremecer a Fred, se parecía al beso que compartieron en la cubierta del barco de Durmstrang antes de que sus sentimientos por el otro estuvieran claros.
― ¡Eh! ¿A alguien se le perdió un gemelo? ―la voz de Viktor sirvió de segunda interrupción.
― ¡HEY! ¿Se reconcilian y no existo de repente? ―la voz de George provenía del lado contrario de donde habían salido los representantes atléticos.
― ¡Mierda, George! ―los ojos avellanados de Fred se cubrieron un momento de alarma al recordar la existencia de su hermano gemelo―. Joder, sí, lo olvidé.
Agatha se deshizo en una risita casi en el oído de Fred. Para su pesar, Agatha quebrantó el contacto y se separaron para ver avanzar por el corredor a George y a Viktor.
― ¡Jódete, Fred! ―reprendió George mirando con antipatía a su hermano―. ¡Me quitaron la varita y me esposaron a una silla!
― ¿Cómo dijo? ―preguntó Agatha hacia Fred.
―Es una larga historia. En resumen, es posible que George se haya sacrificado al entregarse a las autoridades para ganar tiempo para mí y que lo hayan arrestado porque atacamos a dichas autoridades y causamos daños materiales al estadio ―comentó casualmente el pelirrojo con una risa, ladeando la cabeza de lado a lado.
Agatha soltó un sonido de estupefacción, pero la anécdota iba a la perfección con la personalidad de los gemelos por lo que no estaba sorprendida. Se habían escapado de casa para ir a su cumpleaños, atacar a magos de seguridad no era tan descabellado.
―Lo liberé del calabozo del estadio y pagué su fianza, no te preocupes ―explicó el mayor de los Krum con un brazo alrededor de George, arrastrándolo amistosamente hasta Fred.
― ¡Tenías que verle la cara a los guardias cuando Viktor vino a rescatarme! ―dijo George y palmeó el pecho a Viktor con afecto masculino. Sus ojos se emocionaron al observar a Agatha junto a su gemelo―. ¡Ag! ¡Hola!
Se acercó a ella con pasos torpes y la envolvió en un abrazo apretado para alejarla y mirarla con cariño. Era tan obvio lo feliz que estaba Fred junto a ella y por ende, él también se sentía feliz.
― ¿Todo arreglado? ―le preguntó con una sonrisa.
―Sí, casi todo ―contestó Agatha, correspondiendo la sonrisa.
―Merlín, qué bien. Si no lo perdonabas, yo mismo me iba arrodillar a rogarte que lo perdonaras ―juró George―. Tenías que perdonarlo, Viktor y yo teníamos muchas ganas de ser concuñados.
― ¿De verdad? ―Agatha interrogó con la mirada a su hermano y él lo negó falsamente―. Bueno, quizá lleguen a serlo.
―Estábamos en algo, G ―dijo Fred, urgiendo a que los dejaran. George entendió la seña.
―Claro, sí. Terminen de hablar, Vik y yo estaremos en la esquina en silencio y no los miraremos.
Así lo hicieron, alejándose para dotarlos de una frágil privacidad. Agatha y Fred, ignorando las miradas de soslayo de sus respectivos hermanos (y prontos a ser cuñados), volvieron a su conversación. Agatha alcanzó la mano de Fred con desenvoltura.
―Sí. Secuéstrame ―aceptó por fin, Fred sonrió ampliamente, aguantando una risa ante la elección de palabras―. Estaré lista en una hora.
―No te vas a arrepentir ―Fred elevó la mano de Agatha y besó sus nudillos.
―Lo sé ―susurró en respuesta.
― ¿Viste, Vik? ¡Es un caballero! ¿Qué más puedes pedir para tu hermana? ―gritó George desde la esquina donde observaba discretamente la escena.
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— ¿Qué te dijeron? —preguntó Ag, juntando las manos sobre sus labios.
Clara salió de la sala de reuniones después de que todos los representativos se marcharan. Estaba palidísima y en sus manos llevaba una carpeta a rebosar de pergaminos. Agatha la esperaba fuera, moviéndose inquieta y mordiéndose las uñas.
—Muchas cosas, he olvidado la mayoría de ellas —murmuró Clara, espantada e incapaz de transmitir lo que pensaba.
— ¿Cuántos?
Clara dirigió su mirada verdosa hacia Agatha que la miraba expectante.
—Ocho. Ocho clubes me ofrecieron contratos.
De la garganta de Agatha explotó un grito de alegría, corrió hasta Clara y saltó a sus brazos. La mayor dejó caer la carpeta para abrazarla y empezaron a rebotar de felicidad, como niñas. Ambas estaban conteniendo las lágrimas de alegría.
Agatha estaba rebosando de felicidad por Clara, sabía lo rocosa que estaba siendo su carrera al momento y lo mucho que anhelaba un salto de su posición actual. Estaba incluso más feliz por ella que por sí misma.
— ¡Claro que sí! —Gritó Agatha, reprimiéndose de deshacerse en sollozos—. ¿No te dije que iban a ser muchos? ¡Te lo mereces!
—Ag, casi me orino encima cuando vi todo esos contratos —dijo Clara, riéndose de los nervios.
— ¡Yo también! —confesó la menor, dejando salir una risa entrecortada—. ¡Tenemos que celebrar! ¡Tenemos que salir!
— ¡Sí, sí! —Saltó Clara aferrándose con un brazo a Agatha—. ¡Pero tú tienes una cita!
— ¡Tengo una cita! —Agatha volvió a gritar, emocionada—. ¿Qué carajos hacemos aquí chillando? ¡Hay que arreglarnos!
Al final, los jugadores búlgaros accedieron a la invitación a cenar de los ingleses, como un gesto de amistad. Se acordó que se arreglarían en las instalaciones para luego salir juntos a disfrutar un rato de diversión nocturna en Londres. De todas maneras, su próximo encuentro sería en Liechtenstein en tres días, no estaban apurados en irse.
― ¿Cómo me veo? ―le preguntó Agatha a Clara quien estaba sentada en el suelo frente al espejo de cuerpo completo del baño de damas aplicándose rubor.
La mayor desvió su mirada de su reflejo para mirar a la chica parada en el umbral de la puerta. La mini falda de jean ajustada, la chaqueta de cuero y el top negro en conjunto con sus medias negras y sus botas formaban un vestuario bastante favorecedor. Pero ella no se sentía del todo convencida. Para una cita hubiese optado por algo mejor pensado, pero no se esperaba tener una ese día. Mucho menos había empacado en su bolsa deportiva ropa elegante.
Clara aparentemente sí, pues vestía un vestido de firma ceñido y escotado, quizá si se lo pidiera prestado...
―Como la mierda ―respondió Clara, seria.
― ¿En serio? ―preguntó Agatha, lanzándose a sí misma una mirada en el espejo y poniéndose detrás de las orejas el pelo que había alisado, ansiosa. Ivanova soltó una risa.
― ¿Qué mierda quieres que te diga? ¿Qué te ves fea? ―se burló Clara, retirando la mirada para seguir aplicándose el rubor rosado en las mejillas―. No seas tonta. Por Baba Yaga, estás a punto de tener un novio ardiente, tienes en puerta muchos contratos y te ves jodidamente sexy. ¡Quiero tu vida!
La castaña suspiró.
―Si hubiese sabido que Fred iba a venir hoy y todo esto iba a suceder, hubiese empacado un vestido como el tuyo ―señaló, retirándose con el dedo corazón un poco de delineador negro que se había corrido por su línea de agua.
― ¡Te ves bien! ―chilló Ivanova con impaciencia―. El culo se te ve bien y tu carita hermosa es para morirse.
―Gracias, saber que mi culo se ve bien me tranquiliza ―dijo Krum con una sonrisa―. ¿Por qué empacaste algo tan elegante?
Clara se quedó callada mirando su reflejo, evitando la mirada de Agatha. Murmuró algo que la segunda no pudo entender, cuando Agatha le pidió que repitiera, murmuró:
―Estaba esperando seducir a Hawksworthy, nos hemos estado escribiendo por un tiempo, pero no habíamos concretado nada, hasta hoy―confesó, ruborizada―. La noche pinta emocionante para las dos, ¿no?
Agatha se deshizo en una carcajada y hasta sintió orgullo por Clara y su ambiciosa conquista del hermético capitán de Inglaterra.
Cuando terminaron de arreglarse, salieron con los brazos entrelazados y llegaron al vestíbulo donde se reunían sus demás compañeros. El ambiente olía a una mezcla de distintos perfumes masculinos; todos allí estaban frescos y bien arreglados para salir. En un grupo se concentraban Viktor, Vasily, Lev y un par de ingleses.
―Te ves bien, Vitya ―lo elogió Agatha, cuando llegó hasta él.
―Tú también y tú también, Ivanova ―devolvió el cumplido el mayor de los Krum―. No nos vas a acompañar, ¿verdad, Aggie?
―No, tengo otros planes ―respondió concisa la menor, sin detenerse a mirar a Vasily―. Nos vemos después, ¿sí? Diviértanse.
Se acercó y se despidió con un beso en la mejilla de su hermano para luego volverse y besar a Clara también.
―Si dejas de sentirte cómoda, envía un patronus y en menos de cinco iremos a buscarte ―aseguró Ivanova con una sonrisa casi maternal. Luego sus ojos verde oscuro se oscurecieron aún más y agregó susurrándole en el oído: ―No vuelvas sino hasta que el sol esté bien brillante.
―Buena suerte con tu conquista ―le susurró Agatha de vuelta compartiendo una sonrisa cómplice.
Agatha salió del recinto, despidiéndose brevemente de los presentes y sintiendo bullir dentro de ella nervios vehementes. Descendió con premura la escalinata de piedra que daba acceso al exterior. Ya eran casi las ocho, por lo que no había ningún fanático en las inmediaciones.
Parado justo a las afueras de la puerta con un traje jovial impoluto hecho a su medida, las manos dentro de los bolsillos con garbo, apoyado contra un farol de luz y viéndose apolíneo y perfecto estaba Fred Weasley. Su mirada fue hechizada por la búlgara y no pudo ocultar en su rostro lo mucho que le gustó la visión de Agatha. Se humedeció los labios y no se recató de mirarla de pies a cabeza.
Agatha tampoco se inhibió de devorarlo con los ojos, su presencia era imponente y ella estaba cautivada.
―Ni un minuto tarde ―lo felicitó, echándose el cabello detrás del hombro―. Bien, porque no me gusta esperar.
La vanidad con la que hablaba y se movía Agatha era extremadamente sensual para Fred.
―Aprendí mi lección ―coqueteó él, sonriéndole―, nunca más llegaré tarde, esa es la primera promesa que te haré hoy.
― ¿Habrá más? ―quiso saber Agatha, permitiéndole a su boca curvarse en una sonrisa enigmática.
―Muchas más ―prometió el cobrizo, avanzó hacia ella y ofreció su mano para que ella la tomara.
Cuando Ag desfiló hacia él y la tomó sin dudarlo, Fred entrelazó los dedos con los de ella y la descansó sobre su pecho para que sintiera la velocidad con la que estaba latiendo su corazón.
―No puedo hacer que se tranquilice cuando estás tú ―declaró con voz queda. Ella hizo lo mismo, tomó la mano libre y la posó sobre su pecho, las palpitaciones eran erráticas.
―Yo tampoco.
―Es una buena señal que nuestros corazones reaccionen igual ―dijo Fred. Removiendo del rostro de Ag un mechón de cabello lacio que el viento había descolocado, sin disimular le lanzó una mirada encendida―. La siguiente promesa es decirte en cada oportunidad que tenga lo hermosa que eres y lo perfecta que te ves. Te ves hermosa, tanto que me dejas sin palabras.
―Gracias ―agradeció con una risa suave, sintiendo como sus mejillas se coloreaban naturalmente debajo del rubor rosado que Clara le había prestado. De repente, todas sus dudas por su ropa desaparecieron―. Tú también, te ves muy sexy.
Creía que no había otro adjetivo que fuera acorde al aspecto físico del pelirrojo. Fred soltó una risa.
―Así me despierto ―repuso, Agatha también se rió―. ¿Estás lista?
―Sí.
Todo el dolor que ambos habían experimentado por esos largos meses separados estaba quedando rápidamente en el pasado.
Conforme la noche iba cayendo en Londres, las luces empezaban a iluminar las calles y estas reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna lo hacían parecer un río de plata. El movimiento de masas de personas era el esperado para ser sábado por la noche. El entretenimiento no era escaso puesto que en cada esquina podías encontrar a un grupo de actuaciones callejeras con un público embelesado de personas.
Fred tenía en mente un par de actividades para hacer con Agatha y una lista de lugares qué descubrir en Londres, pero todo eso había pasado a segundo plano. Ahora, su única prioridad era disfrutar tiempo juntos.
Caminando por el West End, la atención de Agatha fue atraída por un grupo de artistas callejeros encima de una improvisada tarima. Estos hacían sonar una música cincuentera en un extraño aparato que Agatha no conocía y en medio de la calle muchas parejas bailaban rock and roll al compás. Lo vibrante de la escena combinado con la felicidad que transmitían los bailarines embrujó a Agatha.
Se detuvo para formar parte de la multitud que disfrutaba el espectáculo con una impresión infantil y admiró el teatro, emocionada, aplaudiendo al ritmo de la canción. Fred sólo estaba cautivado por ella, dedicándole cortas miradas cuando no miraba la danza.
— ¡Oi, tú! —Lo llamó uno de los muggles en la tarima—. ¡Saca a bailar a tu novia o lo haré yo!
A Fred se le sonrojaron las orejas y cruzó una mirada con la búlgara.
— ¿Qué tan bien se te da el rock and roll de la vieja escuela? —le preguntó Fred, esbozando una sonrisa pícara.
— ¿Qué clase de pregunta es esa? —repuso Agatha, moviendo las caderas al ritmo.
El rostro de Fred adquirió una expresión sorprendida y no dudó en agarrar a la chica para hacerse un espacio entre la gente que bailaba en la calle, pidieron permiso a los espectadores y empezaron a bailar.
Agatha se impresionó gratamente con la agilidad de Fred para bailar, aunque también se dio cuenta de que aprendía rápido, observando los movimientos de otras parejas y replicándolos con ella por lo que nunca se quedaba sin pasos. Se desternillaban cuando bailaban tan rápido que terminaban pisándose el uno al otro. No había duda, eran más felices cuando estaban juntos. Todo era mejor.
Bailaron juntos por mucho rato, perdiendo la noción del tiempo y ganándose vítores y aplausos de las demás parejas que bailaban a su alrededor. Gracias a Merlín no era una competencia, porque con su sentido de competitividad no iban a irse sino hasta ganar.
El Big Ben, como cada cuarto de hora, retumbó haciendo que la música se detuviera. Los bailarines y Fred y Agatha aplaudieron a la máquina misteriosa de sonido.
— ¡No estás tan mal! —dijo Agatha portando una sonrisa deslumbrante y jadeando cansada.
—Tú tampoco —correspondió Fred, riéndose la acercó para besar su sien. Observó su reloj de pulsera y susurró un «Oh, no»—. Tengo una buena y una mala noticia.
— ¿Cuáles son?
—La buena es que barrimos el piso con la competencia —Agatha se rió y asintió—. Y la mala es que acabamos de perder nuestra reservación para cenar.
— No sabía que habías hecho una reservación.
—Sí, la hice en un restaurante algo lujoso y exclusivo, además. Pero ya no hay nada qué hacer —se lamentó el pelirrojo. A Agatha no le importaba la exclusividad de dicho restaurante, lo único que recolectó de esa oración era que él se había esforzado por hacer una reservación y había planificado cosas con anticipación y ella adoraba la iniciativa y el empeño de eso—. No todo está perdido, puedo ofrecerte la siguiente mejor cosa.
—No me importa a donde vayamos, me gusta la idea —expresó Agatha.
—De acuerdo, entonces —Fred volvió a tomarla de la mano y dijo—. ¡Ah, antes de que se me olvide! Te prometo que siempre estaré ahí para bailar contigo.
Agatha se emocionó, asintió y le besó la mejilla.
—Si el entrenador Petkov te pregunta si comí esto, dile que no —le dijo Agatha, recibiendo la porción de papas fritas y pescado frito de manos de Fred.
Fred se sentó junto a ella. Habían recorrido casi todo el corazón de la ciudad, pasando por todos los hitos icónicos y al final, terminaron en The Queen's Walk, una alameda junto al río Támesis. Fred la había llevado antes a comprar un par de porciones del orgullo de Inglaterra, un grasoso plato de fish & chips.
La preciosa vista parecía sacada de una postal, de esas que tienen una pegatina que dice «I Love London». En ese paisaje, se enmarcaba el Támesis, la torre del Big Ben y el palacio de Westminster. Los muggles pasaban frente al banco donde estaban sentados paseando a sus perros o dando caminatas románticas. A algunos les llamaba la atención la vestimenta de Fred, pero como buenas personas no-mágicas no le daban mucha importancia a la magia en sus narices.
Para Agatha, estar ahí era perfecto. No necesitaba de restaurantes elegantes, adoraba la simplicidad de estar ahí con él. Eso la llenaba lo suficiente.
—No soy un soplón —sonrió Fred. Se giró y dobló su larga pierna para estar frente a Agatha—. Ahora, Ag, la manera de comerlo es: mojas el pescado en la salsa, muerdes y vuelves a mojar el pescado, así hasta terminar. Usualmente se come con las manos, pero como esto es una cita, seremos elegantes y utilizaremos cubiertos. Quiero ver tu cara cuando lo pruebes, tal y como me viste cuando comí banitsa por primera vez.
Agatha hizo caso, con ayuda del tenedor de madera, pinchó un pedazo de pescado, lo untó de salsa tártara y se lo llevó a la boca. Su primera impresión fue que era salado y la segunda que estaba muy bueno. Su cara hizo una mueca de placer y asintió. Fred la vio con satisfacción.
—Muy bueno —concedió ella, después de tragar.
Comieron entre risas y comentarios sobre su paseo.
—No sé cómo era el restaurante donde perdimos la reservación, pero esto me pareció mejor —dijo Agatha, cuando terminaron de comer.
—Era muy bueno —se lamentó otra vez Fred—, o eso dicen, la lista de espera para reservar era de mes y medio.
—No me importa, estar aquí es mejor.
Fred no le creyó, pero le regaló una sonrisa sincera. Fred se quedó mirando las embarcaciones navegar por el Támesis.
Agatha se quedó mirándolo a él.
Y en todo lo que podía pensar era en que él no podría herirla. La seguridad que él le proporcionaba era impresionante. Algo muy dentro de ella insistía en que Fred no era lo que la alterada visión le mostró. Otra parte de ella le recriminaba con rencor el falso juicio que sostuvo sobre él por meses.
—Lo siento tanto —la vocecita quebrada dejó sus labios en su susurro triste. Fred volvió el rostro para mirarla—. Lo siento, yo...no puedo creer que me convencí a mí misma que eras...que eras...la peor persona del mundo.
—Ag...
—No, espera —lo cortó, no estaría tranquila hasta pedir las disculpas necesarias. Suspiró y entrelazó sus dedos sobre su regazo—. No me detengo a pensar las razones por las que una persona decide hacerme daño. Tengo la tendencia a aceptarlo y alejarme antes de que el dolor se apodere de mí. Cuando te vi, besando a esa chica y diciéndole que no éramos nada, fue... nada me había herido así antes.
Fred extendió su mano y atrapó la mano de Agatha.
—No quise preguntar tus razones o escucharte negármelo en mi rostro —confesó, su voz estaba manchada de tristeza. El estómago de Fred se hizo un nudo—. Sólo quería olvidarte y avanzar y arrancar a la fuerza todo lo que me hiciste sentir. ¿Y sabes algo gracioso? Una parte dentro de mí estaba segura de que no me harías algo así, pero mi orgullo estaba en juego, era demasiado terca para preguntar.
La mirada apesadumbrada que nublaba los ojos marinos de Agatha era honesta y crudamente triste, evitaba mirarlo directamente a los ojos. La sensación de arrepentimiento y culpa la sobrecogía.
— Nunca debí cuestionar tu lealtad o tus sentimientos por mí. Todo fue horrible —Agatha chasqueó la lengua.
—Hey, es mi culpa también —aceptó Fred—. Mis habilidades comunicativas tampoco fueron las mejores. La distancia nos golpeó con todas sus fuerzas y nos volvió inseguros y ni tú ni yo somos así. Cuando no escribiste por dos semanas, todo se fue a la mierda, es mi culpa también porque eso no debió haberme afectado tanto. Pero en los periódicos hablaban de ti y de que estabas volviendo con Dimitrov...
— Espera, ¿qué dices? —preguntó Ag negando la cabeza—. Yo no dejé de escribir, escribí todas las semanas sin falta. De hecho, la primera carta que escribía en la semana siempre era para ti.
—No me llegó nada después de que la Cara de Sapo nos dejara sin quidditch —se confundió Fred.
—Eso no tiene sentido, porque entonces significa que alguien estaba intentando arruinar nuestra relación —concluyó la búlgara arrugando el rostro con una mala sensación—. Yo tampoco recibí cartas tuyas, pero supuse que con lo de Harry estabas ocupado.
Se quedaron en silencio analizando esa nueva información, confundidos y un tanto aliviados porque la culpa se aligeraba. Si alguien estuvo alterando las circunstancias para hacer que ellos terminaran, entonces significaba que ellos no habían hecho todo mal sino que se volvían víctimas del juego manipulador de un tercero.
— ¿Quién querría que termináramos? —la interrogante de Agatha quedó en el aire.
—Quien sea que haya sido, hizo un trabajo terrible —dijo Fred con un deje de broma—. Tú y yo estamos destinados a volver a encontrarnos.
—Sí, pudimos encontrarnos de nuevo. Lamento haber pensado lo peor de ti —se disculpó ella por enésima vez, mostrando una sonrisa agridulce.
—Lamento haberte dejado ir tan fácilmente. Mi siguiente promesa es que nunca más te dejaré marchar tan fácilmente —Fred se deslizó por el banco para acercarse un poco más a ella.
—Me gusta esa promesa —murmuró Agatha, también extinguiendo el poco espacio que quedaba entre ellos y apoyando su cabeza en el hombro de Fred.
—Ahora que nos sacamos eso de encima, necesito decirte un par de cosas antes de continuar. Mm...dejé la escuela.
— ¿Qué?
—Siempre he pensado que el intelecto de George y el mío están por encima de la enseñanza tradicional. Umbridge aceleró el proceso de entenderlo. Me hizo sentir miserable, agobiado y limitado, como si mis talentos estuvieran siendo estrangulados. No pude aguantarlo más y en la primera oportunidad que tuvimos, nos marchamos. Dimos un gran espectáculo de despedida, nunca ha habido una Semana del Infierno más hermosa que esa. Así que eso...espero que no me consideres un fracasado por ello.
Ella reflexionó por un momento.
—Estoy de acuerdo —dijo Agatha—. Lo que ustedes han aprendido a hacer por sí mismos supera por mucho lo que puedan enseñarles en Hogwarts. No eres un fracasado por ello, al contrario, son pocas personas que tendrían la valentía de irse. La educación mágica tradicional está sobrevalorada de todas maneras.
Fred sonrió en silencio.
—Ojalá mi madre se lo hubiera tomado tan bien cómo tú —entonó él seguido de un suspiro y la besó en el tope de la cabeza—, pero ya nos perdonará.
—Yo también tengo que decirte un par de cosas —expresó Ag—. En mis últimos seis meses en Durmstrang, tuve que localizar e incinerar el cadáver de la fundadora. Oh, ¡y me dieron una espada de recompensa!
Fred parpadeó sorprendido, pensó que había escuchado mal, pero no.
—No puedo creer que literalmente dejé la escuela e igual tengas una historia mejor que la mía. Quiero que me la cuentes toda —se rió el pelirrojo.
—Está llena de frustración, magia antigua y fantasmas —sonrió ella—. Es increíble.
Ambos compartieron todo lo que se habían perdido en esos meses separados. No fue ninguna sorpresa lo mucho que tenían para hablar. La charla se extendió por más de una hora, mientras se hacía más y más tarde, las calles se iban vaciando. Cuando retomaron el paseo por la ciudad, hicieron todo lo que pudieron. Subieron al Ojo de Londres y como turistas, los estafó un mago en el mercado central. Así que armaron un alboroto que hizo que se molestara y tuvieran que escapar corriendo de él.
Fred no mentía, esa era la mejor cita que había tenido Agatha en su vida.
Llegaron a un callejón vacío luego de correr del mago estafador y se rieron, Fred la miró sonriendo y dijo:
—Quiero mostrarte algo—le dijo, hablando acompasado y tan cerca de ella que compartían el mismo aliento cálido—. Pero tendré que cubrirte los ojos, ¿está bien?
—Sí, me gustan las sorpresas.
Fred tomó la mano de Agatha y se desvanecieron del callejón para aparecer en un callejón similar. Weasley se ubicó detrás de Agatha y le cubrió los ojos con las manos.
—No espíes —le advirtió hablando en su oído.
—No me dejes tropezar —repuso ella con autoridad.
Con cada paso, Agatha podía escuchar el taconeo de sus botas contra el piso y el aumento del viento frío, besándole el rostro. No caminaron mucho, no más de un minuto.
— ¿Lista?
Fred dejó caer las manos de los ojos de Ag y se las puso en la cintura abrazándola desde atrás. Cuando Agatha ajustó la vista, se quedó sin palabras. Estaban en un mirador muy alto, frente a ellos la ciudad bajo la luna llena y una barandilla de piedra que evitaba que se cayeran por el abismo. Las luces artificiales de las casas y los automóviles parecían estrellas.
—Tenía planeado traerte aquí en navidad, creo que tenemos un gusto compartido por los lugares altos —dijo él.
—Es hermoso, me encanta, y sí, creo que se volvió casi una tendencia estar juntos cerca del cielo o del agua —sonrió ella.
—Y este no es el mejor lugar, de hecho, el mejor lugar era tu regalo de navidad —Fred sonrió con diablura—. Acompáñame.
Se separaron del mirador para introducirse en el lugar techado del recinto. Agatha no se había dado cuenta, pero todo estaba iluminado por candelabros colgantes y dentro parecía un invernadero, aunque pensándolo mejor, lucía como un jardín encapsulado. La vegetación era más alta que ellos. El techo era de cristal y los ventanales en las paredes aportaban muchísima luz cuando era de día.
No era un lugar tan grande, pero la belleza sobrepasaba las dimensiones. Fred la guió hasta un cartel clavado en la tierra donde comenzaba el jardín. Estaba escrito en búlgaro y debajo de las dos palabras, estaba su traducción en inglés.
моята любов
Mi amor
—Desde que me fui de Bulgaria, estuve pensando en cuál sería el regalo ideal para ti. Sé que te hubiese gustado cualquier chuchería que te comprara, pero quería que fuera algo con significado. No eres de esas chicas que le gustan las rosas rojas compradas en una floristería, el trabajo no era tan sencillo. Siempre dices que no tiene sentido arrancar las flores para verlas morir. Me partí la cabeza hasta dar con esto. Lo nombré «Moyata lyubov» y es tuyo. Es una promesa de que nuestro amor estará tan vivo como siempre estará este jardín. Es una promesa de que lo cuidaré y lo regaré y no lo dejaré morir jamás.
Fred nunca había visto a Agatha llorar. Esa fue la primera vez. Las lágrimas silenciosas se deslizaron besándole el rostro conmovido, haciendo que los mares contenidos en esos profundos ojos azules se desbordaran. Acunó el rostro de Fred en sus manos, Fred se arqueó para estar tan cerca de ella como pudiera.
—Sé mío, Fred —le pidió Agatha en un susurro.
—Lyubov, ya lo soy.
Se fusionaron en el beso que habían estado guardando toda la cita. Un beso que habían estado esperando toda su vida. Era sublime, colmado de caricias, respiraciones entrecortadas y latidos apasionados. Ardían de pasión, sosteniendo en sus brazos la posesión más preciada del otro. Fred intentaba no dejar una parte de ella sin tocar, Agatha lo permitía, disolviéndose bajo su toque celestial.
Hacían las pausas para respirar lo más cortas posibles. Fred aspiraba el olor a floral y avainillado de Agatha que se mezclaba con el deseo en el aire y con la brisa aromatizada del jardín, dando como resultado el más exquisito perfume.
Se apartaron un segundo, apoyando sus frentes, jadeaban maravillados. Fred aprovechó el momento para enumerar las promesas que tenía escritas en el tope de su cabeza.
—Te prometo ser tu más grande fan, más que Ron. Te prometo que no me molestará que me llamen en los periódicos «El novio de Agatha Krum». Te prometo hacerte reír cada vez que estés triste. Te prometo que...
Agatha le arrancó un beso, sin dejarlo terminar. Fred enredó sus ágiles manos alrededor del cuerpo de Agatha. Cuando se separaron de nuevo, Agatha hizo su primera promesa.
—Te prometo que nunca alguien más te va a besar así —dijo, aferrando sus manos pequeñas a las solapas del traje de Fred.
—Eso no necesitaba ser una promesa, es más un hecho, sé que nadie más me puede besar así —Fred dibujó una sonrisa.
—Entonces te prometo nunca hacerte sentir inseguro. Prometo que cada vez que discutamos, lo arreglaremos antes de irnos a la cama.
—Prométeme que nunca te vas a reír de mis chistes malos, sólo porque estás enamorada de mí.
— ¿Por qué me reiría de algo que no me da risa? Te prometo poner una cara desinteresada y pedirte que mejores—dijo ella con una risita—. Tú prométeme que no me darás la razón en una discusión solo para que me calle.
—Ah, no, Aggie, eso no es de mi estilo. Tú y yo vamos a discutir hasta que lleguemo a un acuerdo.
Agatha sonrió y asintió conforme.
—Ahora que eres mi novio, creo que podríamos...
— ¿Disculpa soy tu qué? —pidió Fred con una sonrisa, ladeando la cabeza y poniendo una mano en la oreja para escucharla bien.
—Mi novio, eres mi novio —repitió claramente la búlgara—. Tú y yo somos novios. ¿Feliz?
—Nunca he estado más feliz en mi vida —reveló Fred con una risa volviendo a besarla cortamente—. ¿Puedes repetir tu sugerencia?
—Estaba diciendo que ahora que somos novios, podríamos cerrar el trato, haciendo cosas de novios —sugirió la castaña con ojos incendiados.
—Joder, Aggie. Ahora que lo dices me parece una idea magistral —Fred se mordió el labio, envolvió el cuello de Agatha con una mano y empezó a repartir besos húmedos por su mejilla y quijada—. Prometo que nunca estarás insatisfecha. ¿Quieres que te lo demuestre?
En su idioma natal, Agatha soltó una maldición.
Estaba segura que había un ser supremo que había creado a Fred Weasley para dárselo especialmente a ella. Porque Fred Weasley era el hombre para ella, no cabía duda.
Era el único que hacía que todo su cuerpo reaccionara. El único con el que podría imaginarse llegando hasta el final de la vida. El único cuyo amor era desinteresado y verdadero.
El único al que ella había querido de esa manera tan irrevocable, intensa e incondicional.
Lo quería, lo quería, lo quería, lo quería, lo quería.
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