𝟒𝟏 ━ Nada a medias.
╔═══━━ ☾ ✷ ☽ ━━═══╗
NADA A MEDIAS
╚═══━━ ☾ ✷ ☽ ━━═══╝
❝Sábado, 06 de abril 1996.
Soñé con Fred.
Creo que fue porque hace unos días fue su cumpleaños y el de George. No los felicité. Es la primera vez que sueño con él desde hace meses. Tenía una tinta rosa, parecida a esas películas que le gustan a Darya donde todo es bonito y nada tiene sentido. Efímero e idílico, lo que fue nuestra «relación». El sueño en sí fue irrelevante, pero lo más remarcable es como me sentí cuando desperté.
Mi mente me jugó sucio. Sufrí una laguna mental de medio minuto que me hizo olvidar por completo todo lo que había pasado, en ese período de disociación creí que todavía era noviembre y que viajaría a Londres para encontrarme con él en navidad.
Me sentí optimista y feliz; sentí que el mundo no era sombrío sino que era rosa con brillitos.
No estoy perdiendo la sensatez, lo juro. Es sólo que...
Cuanto más pienso en Fred, más me doy cuenta de lo inverosímil que es que no pasamos de esa soñadora primera etapa de relación. Ni siquiera tuvimos ninguna cita. No llegamos a estar en ningún gran desacuerdo, no llegamos a discutir, ni a molestarnos con el otro.
Ahora entiendo lo que dice Alek sobre los «casi algo», son mucho más difíciles de superar que las relaciones formales, siempre te quedas con ganas de saber qué pudo ser.
Desearía que las cosas con Fred hubiesen terminado diferente, me gusta más mi versión idealizada de él.
No sé por qué escribí esto y no los detalles del sueño.
Ya se me olvidó.❞
La pluma de cristal terminó de deslizarse por la página de pergamino dejando una estela de letras estilizadas de tinta azul oscuro y Agatha cerró el diario de un solo golpe, abandonando la pluma entre las páginas. Apuntando a que cayera sobre la superficie de la mesita de noche, arrojó el registro de sueños. No quería tener que releer esas ideas pesadas.
Un bostezo adormecido brotó de sus labios pálidos cuando, con cuidado, se restregó los ojos con la intención de remover los restos del sueño acumulados. Se hizo un ovillo, abrazó sus piernas y se dejó cautivar por el arrebol de la temprana mañana derramándose por el tragaluz encima de su cabeza y llenando las paredes de su habitación.
Era el peor momento para quedarse reflexionando sobre sus decepciones amorosas.
Predecía que algo así ocurriera al saber que en un par de horas tendría que cumplir con la obligación de viajar a Londres por compromisos deportivos. Era inevitable asociar el Reino Unido con el pelirrojo.
Entendía que la remembranza de Fred que se movía en círculos dentro de su mente duraría poco, tenía que trabajar y la presión iba a suprimirlo satisfactoriamente. Sumado a eso, su propio sentido de responsabilidad no iba a dejar confundirse por esos pensamientos intrusivos. Su única prioridad era lucirse en el partido, una gran oportunidad para su futuro dependía si lo hacía bien o no.
Ruslan, que guardaba parecido con un oso polar revolcado en hollín, se despertó rezongando perezosamente. Se sorprendió al conseguir a su dueña despierta y sentada en la cama. De un salto subió a la cama junto a ella. Agatha lo rascó detrás de las orejas y Ruslan agitó la cola agradecido, apoyando su rostro en las piernas de la bruja para continuar disfrutando de sus caricias.
―Tengo una sensación extraña, Ruslan. Como si algo fuera a pasar hoy ―susurró Agatha repitiendo los mimos circulares, un suspiro cortó su respiración constante―. No puedo adivinar si será bueno o malo y no saber me da un poco de miedo.
La palabra «miedo» encendió una alarma en el husky y le gruñó a sus alrededores, buscando una causa física del temor en su dueña.
―Shh, es una forma de decir ―lo calmó Agatha riéndose con dulzura infantil, se inclinó para besarlo en el tope de la cabeza―. No te preocupes, seguro estaremos bien. Y si no, al menos será interesante.
Ruslan emitió un gemido perruno por lo bajo que se escuchó casi afirmativo. Se recostó más hacia la bruja, brindándole consuelo y esperando que ella volviera a acostarse, aún no se acostumbraba a la idea de que habían vuelto del colegio y en Durmstrang ella dormía hasta un poco más tarde. Agatha le dio dos palmaditas para indicarle que el descanso había terminado.
―Vamos, perezoso, hay que levantarnos ya. Tenemos que trabajar ―expresó, poniéndose de pie y dándole inicio oficial a ese día tan significativo.
Tenía que volver a su rutina de temporada, sus días de instituto habían terminado para siempre.
Su graduación revolvió emociones para ponerlo simple. Desprenderse de Durmstrang le resultó más espinoso de lo que se imaginó que sería. No lo comprendió sino hasta que volvió a Bulgaria y se despertó la mañana siguiente con mucho calor, aun cuando era una mañana fresca de primavera.
Encontrarse a sí misma anhelando el invierno inclemente esa primera semana en casa le resultó una sorpresa, al igual que esperar despertarse con las voces revoltosas de Lara y Margrét preparándose para ir a clases.
Supo también que extrañaría probarse a sí misma lo mucho que podía hacer, pero se llevó a casa una última victoria de recordatorio. Para cerrar con broche de oro su trayectoria en Durmstrang, Agatha ganó su última competencia de magia marcial, arrebatándole el primer lugar a Grigori Bartok. Casi un mes después, seguía impresionada consigo misma. Existirían más ámbitos en su vida de egresada donde podría probar su potencial y sus límites, pero no sabía si algo sabría tan dulce como haber derrotado de buena ley a Bartok y saborear su berrinche.
Por otro lado, Margrét y Lara lloraron a mares el día de su partida. Las niñas se colgaron a ella por largos minutos, agradeciéndole y resolviendo mediante preguntas desesperadas cualquier duda que las acongojara. Evitar derramar un par de lágrimas junto a las niñas fue una misión titánica para Agatha.
Al final estaba satisfecha con su trabajo porque en los seis meses en donde las tuvo bajo su tutela, las niñas supieron reproducir su sentido de poder. Aprendieron a responder mordazmente a los que les hablaban de mala manera, aprovechar sus bien ganados lugares en el instituto, así como prepararse para los obstáculos que les pondrían los profesores y formar un dúo maravilloso que se protegía las espaldas.
Y aunque le dolió dejarlas, no estaba preocupada. Nygård y Árnadóttir eran tan increíbles como ella misma, estarían más que bien.
Como era de esperarse, no todas las despedidas fueron así de emotivas. Los alumnos que toleraban a Agatha le dijeron adiós con palabras breves y solemnes mientras que los que la despreciaban le escupieron a sus pies, maldiciéndola en silencio y agradeciendo que no tendrían que verla más.
Ella debía admitir que disfrutaba mucho más los insultos silenciosos que las palabras de admiración; que siguieran detestando su presencia incluso después de ocho años le demostraba que había hecho algo bien. La única razón de que el odio siguiera fresco era que no soportaban que ella fuera su igual o, como sucedió en muchos casos, su superior.
Le deleitaba saber que, para bien o para mal, nunca la olvidarían.
━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━
La presencia del equipo búlgaro en las inmediaciones del estadio de quidditch inglés recibió reacciones mixtas. Los medios de comunicación estaban divididos: un lado era cruel por diversión y por amarillismo y el otro se sentía honrado de tener a los subcampeones mundiales en su país.
La fanaticada inglesa, portándose como entusiastas comunes, desde temprano estaba repitiendo cánticos horribles para desconcentrar a los contrincantes. Necesitarían mucho más que canciones groseras y palabras rudas en los periódicos para poner nervioso a un conjunto élite como el de Bulgaria
En realidad a los búlgaros les causaba mucha gracia. Estaban alistándose en el vestuario asignado, poniéndose sus uniformes y conversando sin un gramo de preocupación. La racha de los británicos no era la mejor, con una temporada accidentada, iban trastabillando y batallando por un puesto estable en la tabla de clasificaciones.
Agatha tenía todo su uniforme interior puesto. Con las piernas cruzadas en uno de los banquillos de madera, participaba en las alegres pláticas de sus compañeros comiendo de un puñado de mezcla de frutos secos.
Se sentía serena en su segundo juego de la Eurocopa de Quidditch del '96, lo único que le provocaba zozobra eran las personas que sabía que estarían estudiándola desde las graderías: casi todos los reclutadores de la Liga de Quidditch de Gran Bretaña e Irlanda. Eran de las ligas que más pagaban en Europa y, según se difundió el rumor, estaban buscando cazadores.
―Sí, yo sé cómo se escucha, pero son todos ellos ―aclaró Ivan Volkov, intercalando cortas miradas entre su trenzado de botas y sus compañeros.
― ¿Todos? Cariño, ¡son trece equipos! Me parece poco creíble ―terció Lev Zograf y chasqueó la lengua.
―Demasiado bueno para ser verdad ―dijo Pyotr Vulchanov, cerrado a creerse lo que planteaba Ivan.
―Mi fuente es confiable ―juró Ivan con un movimiento insistente de su muñeca―. Le pregunté varias veces porque a mí también me pareció extraño, pero es cierto. La liga está moviendo fichajes a diestra y siniestra y buscando talento extranjero. ¡Es una demencia! Todos abrieron puestos para cazadores y un par para golpeadores.
―Bueno, en tal caso espero llamar su atención porque por... ¿cuánto es que decían que pagan? ―preguntó Clara Ivanova observando a Agatha.
―Millón y medio al año ―respondió la castaña, la suma era tan alta que era imposible de olvidar―, en tu primera temporada, además.
― ¿¡Millón y medio!? ―chilló Ivanova, sus ojos casi se salen de las cuencas de la sorpresa―. Joder, por 1.5 millones de galeones al año renuncio a mi nacionalidad y me inclino ante la maldita reina con gusto.
Todos en el vestuario carcajearon.
―Bueno, pensemos. Si es como Ivan dice, hoy mismo se llevan a Ag, fijo ―dijo Pyotr, recostado contra uno de los casilleros con los brazos cruzados.
―Ajá, eso fue lo que yo pensé, ella sería la primera opción. Yo creo que estarían dispuestos a ofrecer más de eso por ti ―afirmó Ivan, asintiendo.
―No me hagan hacerme ilusiones ―se quejó Agatha e hizo una cara infantil para encubrir lo emocionada que eso la ponía―. Lo dicen como si me fueran a comprar como a una cabra.
―Es así y vas a ser la cabra más cara del mundo ―Clara se burló de la otra cazadora y le jaló el cabello castaño―. La primera opción eres tú, porque eres joven y todos se mueren por ser el primero.
Clara hizo una cara obscena concordante con el doble sentido que tenía la última frase, de nuevo todos volvieron a reírse.
― ¡Qué asco, Clara! ―expresó Agatha, sacando la lengua con asco para luego reírse.
―Tu primer club, pequeña mente sucia ―se indignó Clara, arrugando la nariz y haciéndose la inocente.
―Clara tiene razón, los viejos como nosotros no seremos los primeros a elegir ―Pyotr, con un gesto divertido, hizo como si se quebrara la espalda de la vejez.
― ¡Ah, sí, Pyotr! Eres un vejestorio con tus veintitrés años ―se rió Agatha, con precisión le arrojó un maní que Pyotr ágilmente atrapó con su boca.
La emoción y la angustia atestaban a la menor del grupo cuando salían a relucir esa clase de comentarios, era una muestra clara de todo lo que estaba en juego para ella. Sí, era excepcional en lo que hacía, se esforzaba y trabajaba duro. Claro que sería una buena adición para cualquier club, pero siempre existía la posibilidad de arruinarlo ¿Y si al final ningún club la quería? ¿Qué iba a hacer entonces?
Eran ansiedades normales que les cruzaban por la cabeza a todos los atletas que estaban en esa misma etapa de su carrera. Lo único que le quedaba a Agatha era hacer lo que mejor sabía hacer: entregar sangre, sudor y lágrimas por su equipo. Con buena fortuna, un club con buen gusto y un salario colosal le haría una proposición.
― ¿Saben que es lo que más me gusta de venir a jugar al Reino Unido? ―dijo el guardián Lev Zograf alzando la voz para hacerse escuchar.
―Déjame adivinar, el glorioso sonido de las gradas abucheándonos cuando anotamos ―dijo Clara.
―No, es que nos llamaron «Bebés llorones sobrevalorados que estaría dispuestos a partirle el cuello a nuestros campeones con tal de ganar» en el periódico de hoy ―carcajeó Pyotr, sosteniendo en una mano la edición de «Crónicas de Quidditch» de ese día.
― ¡Son hipócritas! ―Agatha carcajeó―. Ahora nos odian, pero cuando jugábamos contra Irlanda teníamos la barra a favor más grande.
―No, mi parte favorita es el clima, casi siempre es muy bueno ―la declaración de Lev fue recibida con risas burlonas, pues nadie se esperaba que fuera eso, además de que los cielos despejados no eran un atributo distintivo londinense que se diga―. Mentira. Son los botones con groserías que venden los mercaderes con nuestros rostros y grandes equis rojas en el centro. Tengo como cinco.
― ¿Ya están listos? ¿Tan temprano?
Los búlgaros dirigieron la atención hacia la entrada apenas la voz anglosajona se filtró en la conversación. Había tres personas con túnicas inglesas en el umbral de la puerta: el guardián Denison Frisby, el capitán y cazador Avery Hawksworthy y la golpeadora Dawn Withey. El que había hablado era Denison Frisby.
― ¡Ya decía yo que había un mal olorr! ―respondió Lev con sorna y un acento pesadísimo, seguido de una risita―. Son sólo ustedes. No deberrían estarr aquí, el juego va a empezarr muy prronto.
―Vamos, Zograf, somos amigos, ¿no? ―rió Dawn Withey apoyándose contra el capitán inglés―. No sean aburridos, venimos a desearles buena suerte.
―No malinterpretes a Lev, Vithey ―dijo entonces Agatha, poniéndose de pie para darle la bienvenida a los recién llegados―. No es que no queramos que vengan a saludar, es que no sabemos si será beneficioso para ustedes. Nos enteramos que últimamente se asustan muy fácil.
― ¡Pequeña bebé Krum! ¡Volviste al ruedo! ―se alegró el capitán, ojeando a la búlgara con una sonrisa. Se acercó a ella y chocó su puño―. ¿Ya estás curada? ¿Dónde está el bebé grande Krum?
―Todo bien, Hawksvorthy ―respondió Agatha sonriendo y correspondiendo con el puño―. Viktor está trabajando con Vasily, lo que deberrían estar haciendo ustedes. Una mala rracha ¿eh?
―Podría estar mejor ―el hombre de tez oscura se encogió de hombros sin pretender ocultar su mueca de descontento―. No espero que nos dejes ganar, pero si pudieras ser dulce conmigo hoy y dejar caer algunas quaffles, estaría genial.
―Sé que parrezco dulce, pero no lo soy ―se rió Agatha y ladeó la cabeza con coqueteo― Sí puedo desearles lo mejorr, quizás logren empatarr y llevarse el punto que tanto necesitan.
―Siempre eres un amor, ¿eh, Krum? ―Denison Frisby soltó una carcajada.
―Es lo mejorr que podemos ofrrecerrles en sus condiciones ―cachondeó Clara dedicándole una mirada traviesa a Dawn.
―Cualquiera que sea el resultado, los invitamos a cenar esta noche. ¿Qué dicen? ―sonrió Hawksworthy y le dedicó una mirada a Agatha que hizo parecer que la invitaba solo a ella. Trató de disimularlo observando rápidamente a Clara.
― ¡Di que nos quierren envenenarr, Frisby! ―gritó Ivan desde atrás del vestidor.
Todos compartieron una carcajada y al final acordaron que le preguntarían a Dimitrov y al entrenador sobre aceptar la invitación. Ojalá los fanáticos y los medios tuvieran tan buen espíritu deportivo como los jugadores de Inglaterra.
Conforme se acercaba el inicio del encuentro, los gritos eufóricos se volvían más atronadores. El interior de los vestidores vibraba con el ruido.
Viktor, Alexei y Vasily con su presencia forzaron seriedad en el ambiente festivo de sus iguales. Realizaron las preparaciones pertinentes de los implementos, de las jugadas y de los cambios para que, al final, todo marchara a la perfección. Vasily, junto al entrenador, dieron instrucciones claras que todos aceptaron sin rechistar.
Vasil y Ag no hablaban mucho esos días. No como amigos por lo menos. Se dirigían palabra con profesionalismo cuando tenían que hacerlo por cuestiones laborales, pero desde que Agatha volvió a ocupar su titularidad, sólo se limitaban a discutir del juego. Su amistad no se recuperaba aún.
Después de ofrecer breves entrevistas a corresponsales deportivos, la selección estaba lista para enfrentarse a los locales.
― ¿Estás nerviosa? ―le preguntó Viktor a su hermana después de terminar con el ritual pre-juego cuando se dio cuenta del bamboleo intranquilo que repetía y de sus dedos tamborileando el mango de su escoba.
―Algo ―aceptó Agatha sin poderse quitar la desazón―. No es por algo en específico, es nerviosismo generalizado.
―Tranquila, Aggie, lo vamos a destrozar ―la acalló Viktor, transmitiendo su imperturbabilidad y su presunción con ella para contagiarla.
Agatha asintió, expulsando una bocanada de aire antes de salir a escena para sacudirse la intranquilidad y vaciar su mente.
Su instinto, que se rehusaba a abandonarla desde que empezó el día, no se equivocaba. Algo iba a suceder, algo que no pudo haber presagiado ni en un millón de años.
━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━
Fred Weasley estaba temblando de los nervios. Literalmente.
Tan nervioso que no podía disfrutar de lo genial que era el balcón de primera clase; a diferencia de George quien, a su lado, miraba impresionado la vista y se emocionaba cada vez que los mesoneros les traían aperitivos y champagne en copas elegantes. Estaban rodeados principalmente de las parejas y familia de los jugadores ingleses, pero también de gente podrida en dinero que vestían sus jerséis caros y estaban emocionados por un nuevo encuentro. Los lugares que ocuparon en el mundial no podían compararse con ese entorno.
Inglaterra vs. Bulgaria era de los partidos que atraía más gente al estadio de quidditch londinense. Los fanáticos exudaban emoción moviéndose en masa por las gradas con la esperanza de ver a su equipo ganar. De los países británicos, Inglaterra no la estaba pasando tan bien en la Eurocopa. Dependían de buenos resultados para no quedar eliminados.
Nada de eso le importaba a Fred.
Fred no estaba allí para disfrutar del partido. Estaba allí para recuperar a Agatha Krum. O, bueno, intentarlo.
Verán, él se suponía que tenía que esperar. En eso había quedado con Viktor, Svetlana y Aleksandr y era lo que Viktor había recomendado. Él había dicho que lo mejor era que hablara con ella en Bulgaria, en un ambiente tranquilo y posible de controlar en el caso de que las cosas no fueran como se planearon.
Pero Fred no podía hacer tal cosa, no podía esperar ni un segundo más. El no ver a Agatha y explicarle todo le quitaba el sueño. Entonces cuando se enteró de que Agatha estaría en Londres, no dudó ni por un momento. Adelantó su tan anhelada escapada de Hogwarts para estar allí ese sábado.
Corrió con suerte de que Agatha no había cancelado los boletos que le regaló porque el estadio estaba sobrevendido. Él estaba decidido a abordarla allí y la opción de tener que colarse resultaba engorrosa.
Su ingenio estaba más encendido que nunca, confiado en que sabría el camino a seguir. La espera para poder llevarlo a cabo era una tortura inaguantable, no podría hacer nada sino hasta que terminara el partido.
―Cuando seas su novio, hermano, esto va a ser permanente ―se emocionó George bebiendo de la copa de champagne y actuando como un dandi millonario.
―No te acostumbres todavía ―recordó Fred con un hilo de voz profunda y los ojos clavados al frente escuchando los comerciales de los comentaristas del terreno.
―Freddie, ya hablamos de esto ¿qué vamos a hacer hoy? Ser optimistas. No hay lugar para el pesimismo ―dijo George clavándole el codo en la costilla a Fred de manera juguetona―. Trelawney dijo: «¡Atraeremos lo que queramos, manifestamos nuestro destino!». Yo, por ejemplo, voy a manifestar que este palco de primera clase es mi lugar habitual y que este asiento tiene una insignia dorada con mi nombre.
Fred carcajeó.
―Nunca pensé que estaríamos prestándole atención a lo que dice Trelawney, pero de acuerdo. Yo voy a manifestar que Agatha me da una oportunidad ―accedió con una risa agravada dejándose tranquilizar por su gemelo.
― ¡Eso me gusta más! ―celebró George.
El gemelo menor le tendió una copa llena a su hermano para brindar. Fred la tomó con rapidez para que George no notara lo temblorosas que estaban sus manos y no se burlara de él. La chocaron con un tintineo en gesto de brindis.
― ¡Qué gane Bulgaria! ―brindó Fred bebiéndose todo el champagne en un solo sorbo.
Los que los rodearon los miraron con reproche, se suponía que tenían que estar apoyando a su país.
―Es una broma interna ―se rió George para aligerar la atmósfera y alzó la copa hacia las demás personas―. ¡Obviamente esperamos que gane Inglaterra!
Mostrando sonrisas recelosas e incómodas, los demás volvieron a sus charlas.
―No hay manera de que ganemos, nos van a aniquilar ―susurró Fred hacia George―. Inglaterra está jodida.
El juego dio inicio pocos minutos después. El narrador principal empezó con un discurso motivador diciendo que no todo estaba perdido y que el conjunto británico todavía podía remontar. Acto seguido nombraron a los jugadores y sus posiciones en cada equipo, recordaron las puntuaciones y la tabla de clasificaciones.
Entonces los búlgaros emergieron volando como cometas desde sus vestidores, tan alígeros que a primera vista se asemejaban a estrellas fugaces en un cielo de luces y espectadores. Los visitantes se ganaban vítores y abucheos por igual.
Esos astros vestidos con túnicas rojas y negras se pavoneaban, regocijándose en el retumbo de la muchedumbre deslumbrada. Por algo eran los líderes, su estilo era tan sensacional como su talento y seriedad.
Uno por uno empezaron a mostrarse en la imagen amplificada de la especie de pantalla mágica. La visión de Agatha ocupando la pantalla hizo estremecer a Fred. Agatha sonreía jactanciosa con las gafas al cuello, como solía hacerlo antes de la pitada de inicio. Las hebras de cabello oscuro se escapaban de su larga y ordenada trenza gracias a la velocidad prodigiosa que exhibía.
El corazón de Fred reaccionó separado de su cuerpo, con golpes vigorosos y brutales, amenazando con escaparse de la jaula de su caja torácica. Inducía ese efecto desproporcionado en él cada vez que la miraba, siempre era así. Las incesantes contracciones en su pecho se resistían a disminuir. Así se sentía admirarla desde la distancia, sólo podía conjeturar cómo iba a ponerse cuando la tuviera de frente.
Después de que Dimitrov y Hawksworthy se dieron la mano, el árbitro sonó el silbato y empezó el apasionado juego de pelota. Las tres horas y media que duró fueron una montaña rusa de emociones para Fred y George. Gritaron con cada gol, indiferentemente de cual equipo anotara. Los ingleses estaban jugando hasta con sus uñas, literalmente. El árbitro tuvo que pitar falta cuando el cazador Edric Vosper rasguñó a propósito a Vasily Dimitrov.
Con Inglaterra acercándose al empate y todos los cambios completos, Agatha y Clara jugaban lado a lado con ímpetu a pesar del cansancio decididas a extender su ventaja para que solo quedara de parte de Viktor consolidar el triunfo.
―Es una masacre aquí afuera, McAllister ―gimió con acento de Brighton uno de los locutores―. Vosper y Hawksworthy están buscando como escapar de las búlgaras, pero están casi entre sus dedos. La bludger enviada por Vulchanov da en el blanco logrando tambalear a Vosper de su escoba y... ¡Ivanova le arrebata la quaffle a Vosper!
―Si tienen un as bajo la manga, Crackter, este es el momento de sacarlo ―respondió McAllister con amargura.
Los anglos intentaron de todo, pero cuando Agatha le dio paso a Clara para ejecutar el «Salto de Ruse» y Clara anotó otros diez puntos, fue todo. El árbitro sonó el silbato al mismo tiempo que la llovizna primaveral empezaba a caer.
Viktor Krum tenía en su poder la preciosa snitch dorada.
―Son unos monstruos ―dijo George agitado, dejándose caer en la butaca, los gritos de emoción le secaron la garganta por lo que su voz se escuchó áspera.
Los temblores involuntarios en el cuerpo de Fred, que se detuvieron cuando el juego estaba sucediendo, se reemplazaron con una inyección de adrenalina y valentía. En ese momento la revuelta de gritos de euforia y de descontento en las tribunas se escuchaban en su imaginación, al igual que los ocupantes del palco quebrando sus copas a manera de berrinche.
Los jugadores de Bulgaria dieron una vuelta de la victoria por el estadio despidiéndose y desaparecieron sobre sus escobas hacia los camerinos, mientras que los britanos se sentaron cabizbajos en el terreno, insatisfechos con su desempeño.
―Es ahora o nunca ―dijo Fred, levantándose con piernas firmes―. Voy a recuperar a mi chica.
Y así empezó esa serie de eventos imprudentes.
Fred Weasley no se caracteriza por ser precisamente juicioso o por pensar antes de actuar. Le gustaba planear sus fechorías, pero era emocionante cuando no tenía tiempo de hacerlo. Los planes a medio hacer y sin mucha organización (como este) donde se dejaba llevar y por lo tanto estaba más propenso a meterse en problemas y a tener adrenalina extrema eran la cosa más excitante para él.
Seguido de George, capitaneó el camino hacia donde sabía que estarían los eslavos, tenían que andar con cuidado para tener una oportunidad de llegar hasta Agatha. El primer pasaje fue sencillo puesto que los funcionarios del estadio estaban ocupados separando peleas en las gradas.
Fred y George caminaban haciéndose los tontos y fingiendo que estaban donde debían y que no estaban traspasando. Todo parecía ir demasiado bien hasta que su altura y presencia no pasó desapercibida.
― ¡Oi! Este es un lugar restringido ―gritó uno de los encargados al ver a los gemelos pelirrojos yendo a burlar una de las puertas que separaban el estadio de los lugares para jugadores.
― ¡Creo que para nosotros no aplica eso, caballeros! ―dijo Fred, deteniéndose y observando aproximar a los dos hombres―. Verán, somos amigos de los Krum. Vamos a pasar el rato con ellos.
― ¿Escuchaste eso? ―se burló uno de los hombres hacia el otro―. ¡Son amigos de los Krum!
― ¡Yo también! ―el otro gorjeó con una risa burlesca―. Sí, claro, Viktor y yo somos amigos de toda la vida, vamos a pescar todos los fines de semana, imbécil.
―Tienen tres segundos para devolverse por donde vinieron ―advirtió el primero con una mirada severa, su mano se introdujo en su túnica para sacar la varita.
― ¿Está seguro? ―preguntó Fred fingiendo disposición a dialogar―. Porque...
Fred no completó la oración, en cambio, los gemelos atravesaron la cabina de seguridad y empezaron a galopar a toda prisa, lanzando hechizos por cada puerta por la que iban cruzando para cerrarlas y ganar tiempo. No tenían otra opción que no fuera correr, las escobas y la aparición estaban prohibidas dentro del recinto.
―Nos van a vetar de por vida ―clamó George entre jadeos, sintiendo como les pisaban los talones.
―No importa, nunca teníamos dinero para venir a los juegos de todas maneras ―Fred lanzó una bomba fétida que explotó en la cara de uno de los magos que los seguían y soltó una carcajada gloriosa.
Los hechizos aturdidores les zumbaban en los oídos a los Weasley conforme iban esquivándolos. Sus piernas kilométricas los hacían escurridizos, incluso para el tercer mago que se unió a la persecución. Para defenderse lanzaban descuidados maleficios sin mirar, causando daños materiales al estadio. Pedían disculpas entrecortadas, pero los tres magos no los escuchaban, y si lo hicieran un simple «disculpa» no era suficiente.
Los hermanos subían y bajaban las gradas a toda velocidad en un patrón en zigzag para evitar ser impactados, todavía les quedaba mucho terreno por recorrer antes de llegar a su destino. La respiración empezaba a escaparse de sus pulmones y sus bocanadas de aire se volvían insuficientes.
―Ni se te ocurra detenerte ―dijo George de repente―. Sigue corriendo hasta que llegues.
― ¿Qué...?
―No vas a llegar si no gano tiempo. Consíguenos ese palco de por vida, imbécil ―sonrió George y se detuvo en seco.
En efecto dominó, los tres perseguidores se estrellaron contra George, cayéndose encima de él y perdiendo sus varitas. El gemelo mayor, sin detenerse, vio como la mano de George se alzó victoriosa con el pulgar arriba y no pudo reprimir la risa. Mientras se alejaba escuchó a su gemelo gritar:
― ¡Corre, Freddie, corre!
Los tres hombres de seguridad se levantaron medio minuto después entre gemidos de dolor y mal humor. Uno de ellos, el más grande, levantó a la fuerza a George y le puso las manos detrás de la espalda. Después de recuperar su varita, la apuntó en las muñecas juntas para apresarlo. La actitud despreocupada de George solo aumentaba el enfado en los tipos.
―Estuvo bueno el juego, ¿verdad? ―bromeó George aceptando su arresto de manera pacífica―. Casi remontamos, pero no hay quien les gane a esos búlgaros.
―Espero que lo hayas disfrutado ―respondió el grandulón―, porque es el último juego de quidditch al que vas a asistir en tu vida.
― ¡Qué mala actitud! No reclamo esa energía negativa de tu parte, muchas gracias. Sólo tenemos que esperar aquí hasta que llegue mi hermano, si todo sale bien, me verán mucho en el palco preferencial ―sonrió George satisfecho, ignorando las miradas enfurecidas.
Fred no desperdició la ventaja del sacrificio de George, siguió su carrera hasta llegar. Cuando arribó, hiperventilando y tosiendo, supo que tenía que actuar rápido, no se había librado todavía del peligro.
La puerta ancha que proporcionaba acceso al área de los visitantes estaba cerrada y ahumada, imposibilitando ver hacia dentro. Atravesando esta barrera se filtraban las voces superpuestas en búlgaro que disfrutaban su triunfo a todo pulmón. La tonada de victoria se oía muy desafinada. Los sentidos del pelirrojo se amplificaron como si su cuerpo entendiera que Agatha no podía a más de un par de metros a la redonda.
― ¡Eh, tú! ¿Qué estás haciendo aquí? ―un hombre encorvado y de cara alargada se acercó hacia él con amonestación y fue en ese momento que Fred se dio cuenta de lo oxidado que estaba su búlgaro, su entendimiento del idioma era casi nulo.
―Ne bŭlgarin! Ne bŭlgarin! ―«No búlgaro» cantó Fred esbozando una sonrisa nerviosa. Dio un par de pasos hacia atrás, dándole la espalda a la puerta.
El hombre se acercó para detenerlo, pero antes de que pudiera acercarse, Fred empujó la puerta. Dentro, los búlgaros estaban envueltos en celebraciones, felicitándose debajo de una lluvia de serpentina mágica. A primera vista, entre la cantidad de personas no estaba Agatha.
― ¿Frred? ―Lev emergió de la multitud al darse cuenta de la presencia de Weasley.
― ¿Qué tal, Lev? ―sonrió el aludido, escapándose de las garras del hombre que entró después de él.
― ¿Frred? ¿Cómo llegaste aquí? ¿No habías terrminado con Ag? ―Pyotr reconoció al británico y caminó hacia él después de Lev.
― ¿Está aquí? ¿Puedes buscarla? ―exigió saber Fred, asustado y emocionado.
―Ne, viejo. Dijo que estabas muerrto para ella, no crreo que...―se rehusó Lev moviendo su índice de lado a lado al recordar que Agatha dejó bien claro que no quería mencionar nunca más a Weasley.
―Seguro dijo eso, Lev, por eso tengo que explicárselo todo ¿Dónde está? ―se desesperó el pelirrojo, toreando al hombre de rostro alargado.
― ¿Y este quién es? ¡Yegor! ¿Por qué dejas entrar locos aquí? ¡Siempre es lo mismo! ―Vasily se involucró al ver a Fred. El ceño arrugado y la postura insociable hacia el recién llegado patentizaron que su presencia no era bienvenida.
― ¡Venga, afuerra ya! ―Yegor apretó su garganta para dejar salir un sonido discordante en una orden rígida.
―Mire, señor, me lanzaron mil maldiciones y corrí medio maratón para llegar aquí, déjeme en paz. Lev, Pyotr, necesito ver a Ag, es en serio ―el pelirrojo intentó explicarse, enfocándose en los únicos que lo conocían y estarían dispuestos a auxiliarlo.
― ¿Agata? ―repitió Vasily con superioridad, levantando el cuello como un cuervo―. No, ni sueñes que te vas a acercarr a ella. Yegor, llévatelo.
Entonces todo se volvió un vocerío. Empezando por Yegor tomando de manera brusca a Fred. Él último le dio un codazo para que soltara. Un montón de personas se acercaron para ver la razón del griterío.
Pyotr y Lev salieron en la defensa de Fred para detener el caos. Vasily no quiso escuchar a sus compañeros y gritó instrucciones en búlgaro que Yegor no podía cumplir porque Fred se resistía. Vasily forcejeó con Fred, que no tenía planificado que aquello sucediera, pero si tenía que vencerlo para llegar hasta Agatha, Merlín sabía que lo haría.
Todos hablaban en una mezcla de búlgaro e inglés quebrado que confundía a los hablantes y oyentes. Para empeorarlo todo, dos de los hombres que persiguieron a los gemelos llegaron con pasos apurados hasta el recinto.
―Pedimos nuestras sinceras disculpas que este muchacho haya venido a molestarlos. Lo hemos estado persiguiendo porque traspasó y atacó a los miembros de seguridad del estadio. Lo vamos a arrestar ―explicó uno de ellos.
― ¿Hiciste qué? ¿En serio? ―se rió Lev y le elevó una ceja a Fred―. Por favor, no lo arresten, seguro hay una explicación lógica.
―Exacto, es amigo nuestrro ―defendió Pyotr.
―Bueno, es su decisión ―dijo uno de los hombres dirigiéndose a Vasily, quien era la figura de poder más próxima.
Él lo contempló, pero su decreto no cambió.
―Si es una amenaza, no debe estarr aquí, mucho menos hablarr con Agatha ―dispuso de manera autoritaria ―. Llévenselo o arréstenlo, lo que sea.
― ¡Hijo de p...!
El caos volvió a ocupar el vestidor cuando Fred se lanzó para darle el primer puñetazo a Dimitrov. Para contenerlo, se necesitó de la ayuda de los dos tipos de seguridad, de Yegor y del mismo Vasily. Una sola persona no era suficiente.
Fred intentó zafarse, pero con cuatro personas paralizándolo a la fuerza y dos de ellas apuntándolo con sus varitas, no tenía mucha escapatoria y si lo aturdían iba a perder todo el esfuerzo que le tomó llegar allí.
Alertadas por el intercambio de gritos, otro grupo de personas salió del área médica.
― ¿Qué pasa? ¿Los ingleses quieren traer problemas? ―preguntó la voz ronca de Clara Ivanova.
― Si es alguien que quiere un autógrafo, no hay necesidad de esto. Se lo damos y se acabó.
No importaba el idioma en el que hablara, siempre ibas a poder reconocer la voz de Agatha.
― Hey, basta ya. ¿Qué sucede? ―dictaminó Viktor usando la vibración de su voz profunda para detener el alboroto—. Ah, mierda.
Fred sólo pudo ver a Agatha cuando sus opresores se abrieron. Las facciones esculpidas de la bruja no se mostraron sorprendidas al instante. A pesar de su desaliento por la carrera y por su inminente arresto, se tomó un merecido segundo para absorber la existencia de Agatha.
Se había quitado y atado a la cintura la túnica de Bulgaria. Su torso estaba cubierto por una camiseta negra de tiras que acentuaba su figura y dejaba ver el gran moretón fresco del tamaño de una bludger que tenía impreso en la clavícula. El pelo, ahora suelto con el patrón de la trenza previa, se le pegaba en el cuello y enmarcaba sus facciones aparentemente impávidas.
Él no podía adivinar qué le estaba pasando por la cabeza a ella, sólo podía concentrarse en lo que le estaba pasando a sí mismo por la cabeza. No mucho, pues estaba entrando casi en estado de shock. Le costaba pasar saliva, no pensaba con claridad. El hilo de sus pensamientos, que tenía claro más temprano, se había convertido en una maraña enredada que no tenía ni inicio ni fin.
Fueron ocho extensos meses en donde no pudo verla. Los tres primeros anhelándola, los tres siguientes deseando no haberla conocido y los dos últimos preguntándose qué había hecho mal.
Ahora estaban separados por apenas tres metros y él no podía moverse. Principalmente porque lo tenían sujeto, pero aunque estuviera libre, estaba paralizado.
―Hola, Ag.
La voz que dejó su garganta se escuchó ajena, un desconocido pronunciando las palabras por él.
― ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
La voz de Agatha se apretó, inflexible y dura.
―Estoy aquí para hablar contigo.
―No tenemos nada que discutir ―criticó, displicente. Se dio media vuelta hacia su hermano. La mirada oscura de Viktor viajaba ansiosa entre los ojos de su hermana y el aprisionado británico―. ¿Tú lo trajiste? No lo quiero ver. Hazlo desaparecer antes de que me condenen por un delito.
―No fui yo, pero es obvio que necesitas tener una conversación con él ―estableció el buscador, ligeramente fastidiado con el accionar imprudente de Fred. De haberle hecho caso, esa serie de eventos hubiese transcurrido mejor.
― ¿Una conversación? ―repitió ella, sin poder creérselo―. No me interesa una mierda lo que tenga que decir. No existe para mí.
―Agatha, si no quieres hablar conmigo, no importa, pero al menos escúchame. Y si necesitas pegarme antes, entonces hazlo ―pidió Fred, sacudiéndose de encima a sus captores.
Agatha tensó la mandíbula y giró sobre sí misma. No podía creer el descaro de pedirle parlamentar.
De golpe, la comprensión de que Fred estaba frente a ella le hizo sentir que el techo se le venía encima. Los instintos reprimidos que se había estado guardando desde noviembre se desprendieron de ella con vida propia.
Y entonces el infierno se abrió.
Agatha saltó como un puma en su dirección con un semblante encolerizado, vociferando improperios. Sus ojos azules, ligeramente cristalizados de rabia, se ofuscaron, obligándola a ver sólo su furia. Su mano derecha se contrajo en su puño apretado, con el fin de impactarlo. No quería perder los estribos, pero el descaro de Fred la había encendido.
Viktor no era ajeno a ese comportamiento en su hermana. Como si se tratara de algo cotidiano, le pasó un solo brazo desde atrás rodeándole la cintura e frenándola para evitar que ahorcara a Fred.
― Agatha, no ―dijo Viktor con la voz más tranquila del universo. Tan tranquila que la confusión y la violencia de su alrededor parecía no existir―. Déjenlo ir. Él es mi amigo
― ¿Tu amigo? ―escupió Agatha, incluso con la fuerza y contextura de Viktor mantenerla sujeta era un trabajo complicado―. ¡No es amigo de nadie! Suéltame, Viktor y busca mi varita.
Cuando soltaron a Fred, Viktor soltó a su hermana. La obligó a mirarlo, tomándola de los hombros.
―Ag ―llamó Viktor ejerciendo como hermano mayor y autoridad. Agatha lo miró a regañadientes, sin aflojar su puño―. Sé que estás furiosa, sé que quieres destrozarle la cara, pero mantén la compostura por un momento y habla con él.
―Lo que tenga que decir un infiel y un aprovechador no es algo que me interese escuchar ―soltó ella, enfurecida y respirando con dificultad―. Y no me digas qué hacer, no soy ni un cachorro ni un crío.
―No te estoy diciendo qué hacer, al final es lo que tú quieras. Te lo estoy pidiendo, como tu hermano ―masculló Viktor, mirándola con esa mirada gentil que tenía―. Confía en mí, esto va a aclararlo todo, te lo prometo.
La bruja se mordió con fuerza el labio inferior hasta catar el distintivo sabor metálico de la sangre.
―Si hago algo imprudente, será tu culpa ―advirtió Agatha, aspirando y espirando para recobrar el control de sí misma.
Viktor asintió, conforme. Se dirigió a los demás, que miraban embobados la situación sin entender nada, y estableció una orden.
―Síganme, por favor y continuemos la conversación en la siguiente sala. Es lo más apropiado.
Casi todos entendieron la idea al instante de dejar solos a Agatha y Fred. Viktor procedió a acompañar a los agentes de seguridad mágica a la siguiente habitación, que estaban anonadados. Los demás los siguieron sin protestar. Sólo un ocupante quedó atrás.
― ¿Quieres que me quede contigo? ―cuestionó Vasily Dimitrov, sin querer dejar a Agatha con alguien que ella dijo que no quería ver.
―No.
La orden fue sucinta y clara. Vasily no se atrevió a desobedecerla. Continuó su trayecto hacia donde los demás habían desaparecido.
Fred y Agatha estaban juntos y solos por primera vez en ocho meses.
― ¿Esto es un chiste? ¿Me ves como una broma? ―pronunció la chica, cruzó los brazos sobre su pecho para verse intimidante y para frenar los temblorosos puños―. Eso es lo que debe ser porque no veo otra razón por la que estás aquí.
―Nunca en mi vida he estado más serio ―expresó Fred, su discurso se le había olvidado.
― Entonces es irrespeto. Es cinismo ―continuó Agatha―. Verás, yo no quebrantaría una promesa y un compromiso para acostarme con un chico cualquiera e iría a buscarte. Pero esa soy yo.
El tono que estaba utilizando Agatha derramaba tanto veneno que hería a Fred, él lo entendía, pero de igual manera estar desprovisto de la calidez y dulzura que definía a la voz de Agatha cada vez que hablaba con él era doloroso.
―Yo tampoco ―juró Fred―. Agatha nunca te traicionaría. Nunca podría hacerte algo así.
―Sí, claro ―Agatha ahogó una risa escéptica.
― ¿Está jodiéndome? ¿Cómo podría hacerlo? Sé lo que crees que hice, pero te juro que no es real.
Agatha enmudeció, pero no se lo creía. No podía ser, una visión de nigromancia sólo podía ser alterada por magia antigua. Estaba segura de que no había sido el caso. Lo que la hizo dudar fueron las palabras de Fred, insistentes, tendría que ser un gran mentiroso para escupir falsedades tan convincentemente.
Arriesgándose a que ella decidiera golpearlo, Fred dio un par de pasos en su dirección.
―En todo el tiempo que estuvimos separados, no pensé ni en un momento en serte infiel. ―repuso Fred con firmeza―. Después que terminaste conmigo de la nada, sentí que el mundo se había acabado sin avisar. Fui un cretino, lo admito. Dije que te podía olvidar fácil. Desde que me besaste cuando te fuiste de Hogwarts, tenía a una fila de chicas riéndose de mis chistes y mirándome interesadas. Me estaba mintiendo a mí mismo, no estaba ni remotamente interesado en ninguna de ellas.
Agatha estaba teniendo problemas para recolectar en una oración elocuente su respuesta mordaz. La herida de noviembre que creyó haber suturado se abrió de par en par y ahora sangraba profusamente con un dolor peor.
―Vi algo muy claro, Fred. Te vi besando y dispuesto a más con una chica. Tienes una valentía de acero para venir a aparecerte aquí ―pronunció, su tono era lento y apretaba las palabras con rencor. Aparte de estar molesta estaba herida―. «Lo tomaremos un día a la vez, quiero estar contigo» ¡Dijiste eso! ¡Obviamente querías tomarlo con calma para poder hacer lo que te diera la gana!
―No fue así, no he besado a nadie desde que te besé a ti. Ojalá hubieses visto lo que pasó en realidad. Fue patético y te hubiese hecho entender que para mí no hay nadie más que tú. Incluso cuando habías terminado conmigo, yo no podía imaginarme estar con alguien que no fueras tú ―Fred se acercó más y Agatha lamentó no traer consigo su varita para mantener la distancia―. Por meses quise odiarte, quise convencerme de que eras lo peor que me había sucedido. Pero no era así. Sólo odiaba que te hubieras ido. ¿Quién más puede hacerme actuar así? ―Fred se señaló a sí mismo y se rió, su situación era risible. Estaba rogando y en el forcejeo le habían roto la camisa―. Buscar piezas de ti en otra persona no tiene caso. Debí haberlo sabido desde el primer instante en el que te vi, no existe nada similar a ti. Tú eres tú. Todo me hace quererte a ti y sentir que lo demás es insuficiente.
Agatha no podía decir nada, sentía que había una mano gigante tomándola como a una muñeca y apretándola hasta extraer todo el oxígeno de sus pulmones. No se había sentido así desde que tuvo un ataque de asma cuando tenía nueve años. Obviamente, le estaba costando creer lo que planteaba Fred, pero la parte más optimista de ella quería hacerlo.
―Odio tener que admitirlo, pero soy un pusilánime ―Fred se rió otra vez, recordando las palabras de Katie. La búlgara frunció el rostro con confusión―. Un cobarde. Debí haberte dicho que quería algo serio de una vez, porque lo quería y lo sigo queriendo, pero estaba asustado. Aterrado de mis propias inseguridades recónditas que me recordaban que no tengo mucho que ofrecerte, Ag. Y en un momento acepté que era obvio que tú no quisieras estar con alguien como yo. ¿Por qué Agatha Krum quisiera estar con Fred Weasley que no tiene nada que ofrecerle? Nada más que a sí mismo.
La taciturnidad de Agatha lo ponía nervioso, o quizá era solo estar frente a ella y estar diciendo todo lo que estaba diciendo.
―Entonces estoy aquí para ofrecerte a mí mismo, todo lo que tengo y todo lo que soy ―Fred estaba dispuesto a tragarse su orgullo y entregarle a ella toda su dignidad. Dispuesto a dárselo todo y a no callarse nada―. Dijiste que te estabas derritiendo por mí, pero tú me hiciste algo peor. Me quemaste vivo. Sin ninguna advertencia, sin ninguna consideración. Apareciste en mi vida y abrasaste todo hasta borrar todo lo que existía antes y dejarte solamente a ti. No dejaste nada, sólo cenizas y una sensación atrofiante de vacío. Porque tú haces eso, eres esta fuerza devastadora que se lleva todo a su paso. Eso es lo que te hace tan especial. Estoy dispuesto a que me destruyas una vez más. Así que quémame, Agatha. Para bien o para mal.
La ira se desvaneció de los ojos de Agatha, no había ningún sentimiento predominante dentro de ella, estaban todos combinados, fundidos, gracias a la sensación ígnea en su pecho. No sabía si las lágrimas que amenazaba con derramarse eran de alegría, de tristeza, de furia. Sólo estaba luchando por contenerlas.
Todo estaba en silencio sepulcral, lo único que les chillaba en los oídos eran sus respiraciones.
―Si sientes lo mismo por mí, me voy a morir de la felicidad y voy a revivir para estar contigo y prometerte que nunca más volverás a poner en duda que te quiero. Y si no...me iré si me pides que me vaya. Me va a doler para siempre, pero no volveré a molestarte y te juro que no volverás a escuchar mi nombre o ver mi rostro jamás.
Agatha lo miró directamente a los ojos, las lágrimas cada vez eran más difíciles de mantener a raya.
―Vete a casa, Fred.
Se sintió como un puñetazo en el estómago. Iba a decir algo como «Está bien» o algo gracioso como «Lo sabía, no debí haberte ofrecido opciones ¿verdad?», pero no salió nada de su boca. Retrocedió los pasos que había avanzado hasta ella y asintió acompasadamente, una sola vez.
―Entiendo.
La miró una última vez a los ojos y sin esperar escuchar una respuesta de ella, salió, derrotado. El rostro jovial de Agatha se arrugó en una mueca apesadumbrada con la mano encima de su vientre.
Automáticamente, empezó a caminar hacia el lugar donde se había ido Viktor. Antes de llegar, la puerta se abrió de golpe. Lev y Clara habían estado escuchando detrás de la puerta, Viktor estaba detrás de ellos. Los tres estaban conmocionados. Lev trató de mascullar algo, pero no sabía que decir en esa situación. Viktor les farfulló que se fueran y Lev y Clara acataron.
Tomó con cuidado a Agatha en sus brazos. Con la vista azulada clavada en el piso de linóleo, Agatha sentía un dolor punzante en el pecho. Su hermano puso sus dedos en su barbilla para subirle el rostro y lo mirara.
― ¿Es esto lo que quieres?
No quería responder a eso, porque sabía que la respuesta era negativa. Y si lo decía se pondría a llorar. Para encubrirlo, se encogió de hombros.
―Entonces, ¿por qué estás haciendo esto? ―cuestionó Viktor, no le gustaba la cara que ponía Agatha cuando iba a llorar.
―Orgullo herido. ―confesó con tormento y al borde de las lágrimas―. ¿No debo proteger mi honor?
―Tener honor no significa ser infeliz. Si estás firme en tu juicio, asegúrate de que sea por las razones correctas y no por algo tan frívolo como el orgullo.
Odiaba que Viktor fuera tan filosófico y tuviera tanta razón. Apenas era mayor por un año y cuatro meses y se portaba como un sabio.
―No quiero volver a arruinarlo todo, siempre lo hago ―titubeó Agatha con respiraciones nerviosas y se limpió con la mano la lágrima traicionera que le surcó el rostro—. Tengo miedo.
―Él también. Es mejor superar tus miedos con alguien que te quiere.
―No tiene caso, ya se fue, Vitya.
―Seguramente no ha caminado mucho y está llorando desconsolado en algún lugar ―sonrió el mayor, podía imaginarse a Fred llorando por Agatha en un rincón―. Ve tras él.
― ¿Estás de verdad alentándome a tener novio?
―Nunca. Estoy tragándome mis incomodidades para que seas feliz.
Agatha, moqueando, lo abrazó.
―Venga ya, qué asco ―dijo, pero correspondió el abrazo y le besó la cabeza.
Ella se rió entre dientes, caminó en reversa y cuando llegó a la puerta, respiró profundamente y echó a correr detrás de Fred.
Viktor se quedó quieto en su lugar y cuando se dio cuenta de lo que había hecho, suspiró pesadamente como lo hacía su padre.
―Deberían darme un premio de la paz o algo.
Agatha corrió en dirección en la que su instinto decía que tenía que correr.
Fred no estaba muy lejos y alcanzarlo no fue difícil, dado que caminaba muy lento y cabizbajo, arrastrando las piernas. Le dolía el pecho y no dejaba de pensar en lo difícil que iba a ser mirar a George y decirle que todo se había ido a la mierda. No sabía qué pudo haber hecho diferente para que Agatha dijera que sí. Quizás no debían estar juntos y ya.
― ¿Lo dices de verdad?
«Genial, me estoy imaginando su voz» ―pensó Fred, caminando aún más lento y presagiando largos días de tortura.
― ¡Hey! ¡Dije que si lo dices de verdad! ―gritó Agatha con más intensidad.
De acuerdo, eso no podía estar dentro de su cabeza. Se paró de golpe y miró a sus espaldas para ver a la búlgara deteniendo su carrera a la mitad.
― ¿Qué? ―preguntó Fred, nervioso.
― ¿De verdad sientes lo que dijiste? ¿Todo? ―volvió a repetir la pregunta.
―Sí, todo. Yo...
―No quiero que te vayas ―interrumpió Agatha con premura, todavía tenía la nariz roja de las ganas de llorar―. Fred, estar conmigo no es fácil. No es un paseo en el parque. Soy obstinada y desconfiada, no puedo ocultar en mi rostro cuando algo no me gusta. Doy mucho trabajo, exijo demasiado y no sé si estás consciente de eso. No quiero que a la mitad te canses y todo esto vuelva a pasar. Hay demasiadas cosas desafiantes sobre salir conmigo. Necesito saber que estás dispuesto a soportarlo.
―No soy asustadizo.
―No lo entiendes ―dijo ella, agobiada―. No va a ser fácil, intentarán derribarnos. La gente está preparada para juzgarme cruelmente sólo para vender periódicos y si estás conmigo van a hacerte lo mismo. Y yo voy a intentar protegerte, pero cuando no pueda hacerlo me vas a odiar. Y vas a querer que cambie y que sea diferente y yo...
Fred llegó hasta ella dando apenas un par de pasos, pero no la tocó ni se acercó más sin su permiso.
―Te quiero, Agatha Krum. Te quiero a ti y a todo lo que conlleva eso. Siempre te he querido y cuando quieres a alguien, quieres a la persona en su totalidad, tal como es, y no como te gustaría que fuera.
Eso fue todo para Agatha.
―No es justo, eso es plagio ―protestó Agatha al reconocer el pasaje de haberlo leído mil veces, con otra traducción, pero era lo mismo―. No puedes venir y recitar Anna Karenina así como así.
―Lo leí completo antes de diciembre para impresionarte, me gustó, algo turbulento al final, pero me gustó ―confesó Fred, rascándose la nuca.
Una sensación de paz sobrecogió a Agatha. Eso era lo que Fred le provocaba. Paz, siempre. Y Fred la quería. No intentaba cambiarla y no se intimidaba por ella.
―Vale, si vamos a hacer esto, vamos a hacerlo bien. Vamos por el principio ―sentenció Agatha, una sonrisa tomó posesión de sus labios y alegró sus facetas. Dio un paso hacia atrás, se irguió y alargó el brazo―. Mucho gusto, soy Agatha Krum.
Fred sonrió de la misma manera que conquistó a Agatha.
―Hola, Agatha Krum, soy Fred Weasley ―Fred alargó su propio brazo y estrechó la mano de Agatha―. Señorita Krum, ahora que nos conocemos, disculpe el atrevimiento y el mal rato, pero necesito hacerle una pregunta de suma importancia.
― ¿Cuál es?
― ¿Podrías considerar tomarme como tu novio?
― ¿No sería eso apresurado dado que nos acabamos de conocer, señor?
―No. Creo que nos habían presentado antes. ―sonrió Fred y estiró la mano para tomar la de Agatha y ella se lo permitió―. A partir de ahora, Agatha, no quiero nada a medias. Lo quiero todo. No quiero ir lento, quiero ir a toda velocidad. Sin frenar ni retroceder. Llevarlo lento no es de nuestro estilo, de todas maneras. Iremos por todo, si tú estás de acuerdo, claro.
―Nos podríamos estrellar ―advirtió Agatha.
―Suerte que te tengo a ti, una voladora experta. Entonces, ¿qué dices?
Agatha miró al techo, contemplando su respuesta.
―Creo que podrías ser adecuado.
Fred asintió al escuchar eso y sonrió, acercó la mano de Agatha y le besó la palma.
―La respuesta es sí. Me gustaría que fueras mi novio ―cantó Agatha, esa voz era la que adoraba Fred, tierna y decidida.
― ¿Estás segura? Porque yo tampoco soy perfecto y te aseguro de que más de una vez te vas a molestar conmigo...
―Está bien, porque quiero estar contigo. Y te quiero a ti y todo lo que eso implica.
No había mariposas en el estómago de Fred, eran dragones, aleteando y acelerando su ritmo cardíaco. No podía poner en palabras lo feliz que estaba y lo brillante que se veía el futuro para ambos. Ya no más de estar adivinando, Agatha lo quería.
Estando muy cerca, respiraban con pesadez y la tensión era impresionante, tanta que alguien podía pasar un cuchillo entre ellos y cortarla. Sus pupilas estaban dilatadas, embrujadas por el otro.
―Quiero besarte ―reveló él, su voz aterciopelada y penetrante podría hacer delirar a cualquiera.
― ¿Ah, sí? Hazlo entonces ―lo desafió.
No hubo necesidad de repetirlo, Fred aniquiló el espacio que los separaba. En el perfecto balance entre rudo y delicado, con una sola mano acercó a Agatha y colisionó sus labios contra los de ella con deseo. Con delirio. Con amor.
Agatha le daba paz, a pesar de hacer que su corazón se volviera loco y tomara vida propia. Lo tranquilizaba. Y como era siempre, a pesar de que su piel siempre se sintiera como si estuviera entrando en un glaciar, lo quemaba. Lo magnetizaba, lo enloquecía.
Y ahora era suya para disfrutarla una y otra y otra y otra vez.
Esta vez, sin ninguna reserva, Agatha y Fred volvían a estar juntos.
nota de autora:
La vida no es tan horrible en ese fic, chiquis. Espero lo hayan disfrutado y quiero que sepan que por el momento vienen buenos momentos para Aggie y Fred.
Un besooo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro