Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝟒𝟎 ━ Cuida tu espalda, valquiria.

╔═══━━━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━━━═══╗

CUIDA TU ESPALDA, VALQUIRIA

╚═══━━━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━━━═══╝

Orell Antonovich Dolohov

Después de aclarar una parte de ese increíble malentendido, los eslavos se fueron calmando. Ahora, en incómodo silencio, exploraban el aula de Historia de la Magia en Hogwarts. Viktor y Aleksandr aún guardaban un poco de desconfianza, como chicos les costaba creer en otro chico. Los dos búlgaros caminaban en círculos lentos el aula mientras que la rusa se ponía de cuclillas frente a Weasley para observar el rojo intenso y doloroso plasmado en sus mejillas.

Svetlana era la más apenada, ella sí le dio dos buenos golpes, pero no pensó que lo heriría tanto. Lo mínimo que podía hacer para intentar compensarlo era ayudar a aliviar el dolor. La joven mujer improvisó una mezcla curativa con cosas que llevaba en su bolso y empezó a distribuirla en los lugares donde podía observar más el daño.

Las pocas veces que Fred la miraba a los ojos era con vergüenza, una mirada muy infantil que no combinaba con el gran tamaño de Weasley. Svetlana no hablaba mucho mientras lo untaba, Fred tampoco, pero fue el primero que lo hizo en un susurro.

― ¿Sabes? A veces me preguntaba por qué Agatha tendía a intentar golpear con sus puños antes que sacar su varita, pero tiene sentido si se crió entre ustedes, puede que lo lleve en la sangre ―dijo, sonriéndole a la rusa.

El pulso de Fred aún no se normalizaba y todo su rostro dolía gracias a las cachetadas de Svetlana, pero ahora la presencia de tres de las personas más importantes en la vida de Agatha le producía alivio y tranquilidad.

Sólo quería salir corriendo a buscarla. A pesar de que ese deseo en ese momento se veía frustrado de muchas maneras, sus largas piernas se movían con inquietud, comandándole que se levantara y se fuera. Tuvo que poner sus puños cerrados sobre sus rodillas para que su cuerpo entendiera que no podía hacerlo de momento.

―Sí. Creemos que hay honor en utilizar tus propias manos para resolver altercados, pocos magos lo consideran así ―sonrió Svetlana.

—Todavía no lo puedo creer, ¿de verdad me iban a apalear? ―les preguntó Fred con un tono gracioso, enfocándose especialmente en los dos chicos al arquear una ceja.

―Sí ―respondieron los tres sin alterarse porque para ellos era una reacción lógica y adecuada.

―No perdonamos infieles ―Aleksandr, presumido, dio un certero gancho al aire, haciéndole una demostración a Fred de lo que le hubiese podido pasar.

―Joder, no hubiese tenido oportunidad ―dijo Fred soltando una carcajada ahogada―. Qué bueno que no soy un infiel.

―Nadie está más aliviado que nosotros ―confesó Viktor dedicándole una mirada apaciguada al pelirrojo. Quería decirle que lo sentía, pero pedir disculpas no era algo que se le diera con tanta facilidad.

El silencio volvió a inundar la habitación y Fred se quedó tranquilo permitiendo que Svetlana hiciera su trabajo. El fresco de la mezcla mentolada era placentero y pensó que debería pedirle que se lo pusiera en las muñecas porque allí las sogas le habían hecho daño, pero entendió que ellos todavía permanecían recelosos por lo que no podía exigir nada. Mientras estaba buscando las oraciones adecuadas para que dejaran de desconfiar, Svetlana habló en voz baja para que su primo y Aleksandr no escucharan.

―Igual fuiste con esa chica hasta su habitación, eso no estuvo bien ―reprochó Svetlana mirándolo por un segundo a los ojos avellana.

―Lo sé. Eso fue muy imbécil de mi parte ―reconoció Fred haciendo una mueca de dolor cuando Svetlana presionó más fuerte sus dedos encima de su mejilla izquierda, no supo si fue accidental o a propósito. Fred clavó su mirada en el suelo―. No me gusta Grace y podía darme cuenta de que su interés por mí era superficial. Fue muy tonto pensar que ella me haría sentir algo para olvidar que me estaba muriendo por dentro. Debí suponer que sería inútil. Todo era tan vacío, Svetlana. Todo sobre ella era, bueno, sobre todas...

― ¿Insuficiente? ―aventuró Svetlana.

―Exactamente. Luego se acercó para besarme y entré en pánico. Me petrifiqué porque no podía imaginarme besándola ni de chiste, mucho menos dormir con ella. Conté un chiste terrible y dije que ya volvía, pero huí sin mirar atrás, como un cobarde. Después me escondí entre la gente y la esquivé toda la fiesta.

―Lo sé, lo vi cuando estuve dentro de tu mente ―dijo Svetlana.

―Pensarás que soy un idiota. Siempre me he considerado un casanova, huir de una chica no le va bien a mi reputación ―cuando Fred se burló de sí mismo, Svetlana se rió con él. Dejaron de reírse y Fred volvió a hablar, pero ahora con tono lento y afligido―. Agatha dijo que había cometido un error al involucrarse con alguien como yo y sólo con eso me hizo pedazos y los pisó con sus botas sin explicación. No podía entender qué era lo que había hecho mal. Estos últimos meses han sido horribles, Svetlana. Tirado en la cama, mirando al techo. Me ensimismaba hasta el punto de olvidar comer, no podía concentrarme en mi negocio y cuando pensaba que podía descansar un poco a la hora de dormir, mis sueños estaban plagados de Agatha.

― Esa es la peor enfermedad que existe ―musitó Kuznetzova―. El amor. Lo he visto de cerca. Es aterrador y maravilloso y destruye todo lo que crees saber sobre ti mismo.

―Nunca me había sentido tan perdido ―aceptó Fred, avergonzado―. Lo peor es saber que seguramente ella está mejor sin mí que yo sin ella.

―Me niego a creer eso ―dijo Svetlana con una sonrisa débil en sus labios―. Yo creo que Agatha y tú están divinamente hechos para el otro. No he conocido dos personas tan testarudas que de alguna manera creen un balance tan ideal. Me gustarías más si fueras ruso, pero es lo que hay.

―Cierto. Marya dijo que tu abuela quería casarla con un ruso y que no descansaría hasta hacerlo ―recordó Fred, soltó una risa ahogada.

―Eso es verdad, pero los pretendientes que baba le ha presentado son muchachos aburridos cuyo único atractivo es su dinero o sus influencias y nada de eso le interesa a Agatha, ella ya tiene eso. Tú tienes una ventaja sobre ellos.

― ¿Cuál? ―preguntó el pelirrojo, intensamente interesado porque él carecía de dinero e influencias.

―Eres sexy ―bromeó Svelana―. Y mi prima se siente atraída a ti y lo que mi prima quiere lo consigue, como lo quiere, cuando lo quiere.

― ¿Entonces tú crees que tengo una oportunidad?

―Como a Agatha le gusta decir: «No lo sabremos hasta que lo sepamos». Bueno, parece estar funcionando ―vaciló la rubia y se puso de pie dejando actuar el remedio de desvanecimiento de dolor. Ella lo miró, claramente contrita de su actuar―. Dime cuando deje de doler.

―Ya casi no me duele. Está bien, Svetlana. ―Fred mintió descaradamente y todos pudieron darse cuenta al mirar la mano de Svetlana aún rojiza encima de sus pómulos.

Svetlana, con su figura esbelta de bailarina, no tenía el aspecto de golpear tan fuerte. Nadie adivinaría que, al igual que Agatha, sus delicadas manos estaban hechas de hierro.

―Todavía se te ven las marcas de los dedos de Sveta ―Aleksandr se acercó hasta ellos seguido de Viktor y apenas pudo ahogar en su garganta la risa burlona―. Mi amor, ¿un hechizo sanador no hubiese sido más rápido?

Svetlana bufó ante la expresión de cariño.

Da ―se lamentó Svetlana―, pero no sé hacer ninguno tan bien, prefiero no arriesgarme. Esto será igual de efectivo, sólo tomará un par de minutos más.

―Los hechizos sanadores son más cosa de Agatha ―repuso Viktor, él también observaba toda la mano de su prima estampada encima de las pecas del pelirrojo.

―Sí, ella sabría ―murmuró Fred. Pensó un momento en todo el tiempo que pasó desde la última vez que supo algo de Agatha, no sabía nada de ella desde que escuchó el juego de Bulgaria y Mónaco. La carta que le escribió ese día no tuvo respuesta―. ¿Cómo está?

Con toda la información que le habían comunicado, Fred estaba seguro de que ella creía lo peor. Conociéndola, sabía lo decepcionada y resentida que estaría con él.

―Sabes cómo es ella ―le dijo Aleksandr con una sonrisa cerrada―, no se permite decaer por más de cinco minutos, siempre dice que está muy ocupada para eso. Mucho menos le gusta compartir mucho sus sentimientos.

―Uno de sus defectos es querer resolver todo por sí sola —suspiró Viktor—. No quiso contarnos mucho de lo que pasó. Nos contó versiones diferentes, que se aburrió de ti, que la distancia no los ayudó...

―A mí sólo me dijo que decidió que ya no quería estar contigo ―comentó Aleksandr a su vez.

―Supimos que algo andaba mal en navidad ―dijo Svetlana y su voz se escuchó triste.

Agatha solía hablar mucho y ser muy participativa, pero esas navidades hubo largos períodos de tiempo donde nadie escuchó su voz. Cuando Svetlana percibía la ausencia de la energía animada de Agatha, le hacía señas desde el otro lado de la mesa y Agatha actuaba como si nada, levantando la copa y forzando sonrisas y participación en las conversaciones. A la rubia le dolía ver eso, detestaba lo falsa que se veía y lo mucho que se notaba lo distante que estaba su mente.

Fred se sostuvo la cabeza con las dos manos y se echó hacia atrás haciendo su mayor esfuerzo para obviar el dolor.

―No me va a aceptar de vuelta, no va a dejar ni que me le acerque ―afirmó Fred, sus cejas estaban fruncidas en un gesto triste. Se levantó y empezó a revolotear el aula, intranquilo―. Me odia.

— ¿Por qué crees eso? —quiso saber Viktor, confundido.

—Bueno, antes de que se fuera de Hogwarts, me regaló un registro de sueños conectado al suyo. Desde que terminó conmigo, lo he abierto sin falta todas las mañanas con la esperanza de que haya escrito algo nuevo, hasta hace poco permanecía vacío. Hace una semana escribió toda una página que decía «JÓDETE, FRED WEASLEY. TE ODIO». Es un mensaje muy claro. No me va a perdonar...

―Ah, no, ese fui yo ―admitió Aleksandr con una mueca divertida, mordiéndose la lengua con picardía―. Yo lo escribí, quería que supieras que te odiaba. En ese momento te creía una escoria.

― ¿No te dije que lo dejaras en el cuarto? ―lo reprendió Sveta, ella dejó muy claro que no lo tocara más y que lo devolviera a su sitio.

— ¡Estaba teniendo un mal día! ―se defendió Aleksandr hacia la rusa.

— No tiene caso de todas maneras —exclamó Fred continuando su marcha preocupada—. Si ustedes estaban dispuestos a darme una paliza ¡imagínense ella! No me va a escuchar, mucho menos creer, apenas vea mi rostro va a lanzar una maldición.

—No de primeras —consideró Viktor intercambiando una mirada graciosa con Aleksandr—, va a esperar para averiguar primero si eres George antes de atacar. No atacaría a George.

— ¿Viktor? —dijo Svetlana y Viktor la miró atento—. Cállate un siglo.

Los fulminó con una mirada agria y siseó para que se callaran al observar el desasosiego de Weasley, quien seguía marchando como desquiciado, golpeando con su puño izquierdo cerrado su palma derecha en un ritmo nervioso.

Frred, siéntate, por favor —le pidió con serenidad. Fred atendió, sentándose en el escritorio del profesor Binns.

Incluso después de sentado, sus pies tamborileaban el piso. Svetlana se acercó hasta estar frente a frente, Fred levantó la vista y la miró a los ojos, ella sonrió.

―Créeme, inglés, Gata no te odia ―aseguró Svetlana con dulzura―. Déjame decirte algo, no tengo hermanos, pero tuve la fortuna de crecer sintiendo a Agatha como mi hermana. La he visto enamorarse y desenamorarse un millón de veces. La he visto aburrirse de chicos en menos de una hora. Por ti ha sentido algo que nunca ha sentido antes, algo que es tan fuerte que la aterra. Lo sé, porque soy una empática y he sentido a través de ella sentimientos por ti que no puedo explicar. Si la hubieses escuchado hablar sobre ti como lo hizo conmigo, lo entenderías. Ella te escuchará. No te atrevas a darte por vencido. Si te das por vencido así de fácil, entonces no eres el hombre que te creíamos y no mereces estar con ella.

El corazón de Fred volvió a enloquecer al escuchar las declaraciones de la rusa, su acento era demasiado complicado, pero entendió perfectamente cada una de sus palabras. Quiso abrazarla y captó la razón por la que Svetlana era la prima favorita de Agatha, él también empezaba a sentir estima por la rusa.

Quería creer que lo que decía era cierto porque lo que menos deseaba era darse por vencido con Agatha. No podía permitirse hacerlo porque sabía que sus sentimientos por Agatha eran irremplazables y nada en el mundo podría hacerlo sentir tan lleno como ella. No le preguntó al universo por qué les ponía tantos obstáculos para estar juntos, sino que le advirtió que no le importaba porque él se encargaría de evadirlos y de poner las cosas en orden las veces que fuera necesario.

Fred Weasley era el hombre más obstinado del mundo y si sabía algo con convicción era que siempre iba a ir detrás de lo que quería hasta conseguirlo.

Y nunca había querido algo tanto como quería estar con Agatha Krum.

― ¿Dónde está? ―preguntó Fred con rapidez levantándose de un tirón―. La voy a buscar hoy, no me puedo quedar aquí. Tengo qué...

Aleksandr lo detuvo pasándole un brazo por los hombros.

—Tranquilo, Romeo —le dijo Sokolov, alegre de que estuviera tan deseoso de ir detrás de su mejor amiga—. Sé que quieres ir ahora, pero Ag está en Durmstrang, todavía no se ha graduado ¡y tú tampoco!

—Sin ofender, pero me importa un carajo, Alek —tronó Fred, sonriéndole impaciente—. Voy a meterme a Durmstrang ¡Eso voy a hacer! Me voy a meter allá justo como ustedes se metieron aquí.

—Sí..., no vas a poder —Viktor negó con la cabeza un par de veces—. No hay comparación entre la seguridad de aquí y la de allá. No hay manera de entrar en Durmstrang, está cerrado herméticamente. No podrías ni acercarte al castillo, si es que llegas a dar con él, por no mencionar que pretender buscarlo es un acertijo indescifrable. Demasiado arriesgado. Vas a tener que esperar.

¿Esperar? ¿Cómo podían pedirle que esperara si cada minuto que pasaba era peor que el anterior al estar separado de ella? Cada minuto que pasaba era otro más en el que Agatha seguía creyendo que la había traicionado. Fred tenía que aceptar que Viktor tenía razón, no había manera de entrar al instituto más resguardado y secreto de todos los colegios mágicos de Europa.

— ¿Cuándo se gradúa? —preguntó Fred, frustrado ante la invariabilidad momentánea de su situación.

—En tres semanas, estará en casa la primera semana de abril —informó Viktor.

—Tres semanas —suspiró Fred, repitiendo con fastidio las palabras—. No quiero tener que esperar tres semanas.

—Nos lo imaginamos, pero es lo único que puedes hacer, amigo —le dijo Aleksandr.

—Entretanto apréndete un par de hechizos defensivos para cuando se encuentren —bromeó el mayor de los hermanos Krum.

Fred soltó un resoplido divertido y se encogió de hombros, resignado. Entonces Viktor, con pasos torpes, se deslizó hasta estar frente a Fred. Miró al techo con sus ojos oscuros y ladeó la cabeza comportándose inseguro.

Yo lo siento, Frred —se disculpó por fin, obligando a su boca a escupir las palabras de disculpa—. Por aturdirte, por amarrarte, por acusarte de algo que no hiciste y por tacharte de infiel y traidor.

Fred se dio cuenta que pedir disculpas no era algo que Viktor hiciera muy a menudo, apreciaba que estuviera haciendo su mayor esfuerzo para disculparse.

—Yo también —habló Aleksandr, acariciando la parte de atrás de su cuello, arrepentido —, no sabíamos que eras inocente y una visión manipulada nos hizo pensar lo peor de ti. Ya sabes lo que dicen: «culpable hasta demostrar lo contrario».

—Lo lamentamos mucho, Frred. Especialmente por golpearte —agregó la rusa, blanda—. Me dejé abrumar por todo lo malo que sentía por ti. Me lo tomé personal. No prometo que no volverá a suceder porque dependerá si te portas bien con Gata o no. Porque si vuelves a hacer algo así te daré algo peor que un par de cachetadas.

—Es gracioso que ya estés pensando en eso cuando existe una posibilidad de que Ag no me acepte en absoluto y que no tenga oportunidad de volverla a cagar —proclamó Fred algo pesimista.

—Nos va a matar con tu negatividad —se quejó Viktor con una risa—. Yo, para variar, me siento optimista. De todos los partidos de mi hermana, tú no estás tan mal. Agatha podría terminar con alguien peor y no me molesta la idea de tenerte como cuñado. Claro, si aceptas mis disculpas.

—Ya, disculpas aceptadas —sonrió Fred y le dio unas palmadas en la espalda de Viktor.

━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━

Si existía algo que Orell Dolohov odiaba profundamente era tener que volver a Durmstrang.

Odiaba tener que someterse a los profesores insoportables, aborrecía a los infelices de los Krigsbarn y no soportaba el invierno. Sin embargo, Durmstrang significaba para él un escape. Un escape de sus tribulaciones, de la enfermedad de su madre y del latente regreso del Señor Oscuro. Así que aceptaba esos últimos seis meses con un extraño optimismo, como si en el fondo supiera que sería el último bocado de paz y libertad que tendría en mucho tiempo.

Aunque retornar a Durmstrang no era un sueño, no lo odiaba tanto como odiaba a los Krum.

Viktor Krum fue para él lo que se consideraría un némesis, la personificación de lo que nunca sería. Una perfecta antítesis de sí mismo. El respeto que infundía en sus compañeros de Durmstrang le daba el más profundo asco y envidia de la peor clase. La gran mayoría lo adoraban, lo admiraban y le aplaudían hasta su respirar, Orell no podía tolerarlo. Agradecía que ya no tenía que ver su rostro, pero con su graduación vino una tortura peor.

Agatha Krum.

Intocable, sublime y dañina.

Una perra mítica.

Según lo veía Dolohov, sólo existían tres sentimientos aceptables que podías adoptar hacia Agatha Krum:

Uno: Odio. Sencillo y sin complicaciones. Era válido para él no necesitar conocerla para despreciarla, para odiarla como algunos odiaban a Viktor o incluso peor. La tachaban de indigna y le ponían el pie en cada oportunidad que tenían. Era común sentir repudio por ella y rechazar cualquier nimiedad que hiciera. Bartok servía de ejemplo.

Dos: Deseo. Podías desearla hasta el punto de que con sólo verla pasar te la imaginaras haciendo cada cosa sucia que existiera. Dolohov podía nombrar a media escuela que entraba en esta categoría, no podía llevar la cuenta de a cuántos de grados inferiores había visto con un incómodo bulto en los pantalones gracias a ella. El efecto que tenía Krum en los chicos se podía estudiar en Bukhalov. ¡Oh! ¿Qué no había hecho Sergei Bukhalov para llevársela a la cama? Movió cielo y tierra y Agatha nunca se dejó seducir.

Y tres: Miedo. Krum podía atemorizarte hasta que evitaras a toda costa cruzarte en su camino para no desagradarla. Era conocimiento común que era voluble y que no debían subestimarla, los pocos que se atrevían a probarla deseaban no haberlo hecho. Como claro ejemplo estaba el alemán Lukas Müller, quien aún no se había recuperado de su primer y único encuentro.

Él creía que estas tres posturas eran excluyentes entre sí, imposible adoptarlas de manera simultánea. Últimamente su certeza sobre eso estaba tambaleándose peligrosamente.

Durante toda su carrera escolar, Krum no fue más que un molesto dolor en el culo. Una impertinencia nada más. Sus charlas se habían limitado siempre a falsas sutilezas, condescendientes y vacías. Sólo reconocían la existencia del otro cuando era necesario y cuando Viktor Krum merodeaba el castillo nunca era necesario, lo que hacía que sus interacciones fueran inusitadas.

Hasta hace poco ignorar su existencia había sido fácil para Orell, pero su último trimestre en el instituto estaba siendo jodido por Agatha Krum. Algo sucedió cuando ella le habló en esa clase de nigromancia. Escucharla dirigirse a él, aunque fuera por equivocación, fue el comienzo de una fijación extrema por la hija menor de los Krum. Algo en donde no debería ni pensar en involucrarse.

La tajante charla en el barco cuando se marcharon por las vacaciones de invierno sólo empeoró la destructora revolución dentro de él. Después de eso, retomar su habitual indiferencia era imposibilitada por la necesidad, en contra de su voluntad, de mirarla. La búlgara demandaba demasiada de su atención.

Era la mitad de febrero y, como se volvió costumbre, Orell la estaba mirando de nuevo. Con precaución y desde la distancia, como si Agatha fuera un animal salvaje que le saltaría encima para desollarlo en la primera oportunidad que tuviera. Krum se encontraba entre su grupo en uno de los espacios comunes del castillo, sentada en una estructura elevada de piedra con las piernas cruzadas; sus amigos se repartían a sus pies haciendo una aguda alegoría de que, aunque no lo quisieran admitir, Agatha llevaba en su cabeza la corona a la que servían.

Orell estaba en el balcón de uno de los pisos superiores con los codos apoyados en el medio muro, observando la escena como una gárgola.

Entre los que reconocía sentados con ella se hallaba Isak Sokolov, con quien se había vuelto muy cercana en los últimos meses y Anton Stepanchikov, quien Dolohov había descubierto que no tenía una pizca de dignidad. ¿Agatha Krum no se daba cuenta de las personas que estaban enamoradas de ella? Porque Stepanchikov lo estaba y Orell no había visto ninguna reciprocidad de su parte, aun cuando era obvio que Anton estaba coqueteándole.

¿Agatha fingía no darse cuenta para burlarse de él o para no avergonzarlo? Quizás tenía los estándares demasiado altos como para prestarle atención al hijo de un boticario. De ser así, entonces los rumores sobre sus enredos con un traidor de sangre pobre no tenían sentido. Tal vez simplemente estaba tan acostumbrada a que se enamoraran de ella que no se preocupaba por captar las señales. Dolohov no pudo evitar ahogar una risa.

—Maldito Larsen.

El hijo único de Antonin Dolohov no se volteó al escuchar la voz familiar de uno de sus pseudo-amigos. No eran amigos, servían un propósito en la vida del otro y luego de que dicho propósito se cumpliera, nada los ataría. Grigori Bartok procedió a ubicarse junto a Orell, apoyándose de la misma manera, para luego empezar a quejarse de que Larsen había instaurado nuevas restricciones para los duelos.

Dolohov respondía con pequeños sonidos de afirmación, como si lo estuviera escuchando y para encubrir el hecho de que se había quedado embobado con la visión de Krum enseñándole a Kravev un truco de invocar una bola de luz sin varita entre risas divertidas causadas por la ineptitud de Kravev de poder realizarlo. No podía escucharla desde donde estaba, pero podía imaginarse su tono de voz suave y coqueto.

—Podrías fingir mejor que te importa una carajo lo que estoy contando —escupió Bartok, seco.

—Sí me importa —discrepó Dolohov, retirando la mirada de Agatha para mirar a la montaña de Bartok a su izquierda—. Pero no vale la pena hacer nada al respecto, ya tenemos un pie fuera de este vertedero.

—De cualquier manera. Me da aversión pensar en lo que se está convirtiendo este lugar —respondió Grigori, disgustado. Iba a lanzar un comentario de cómo las cosas estaban mejor con Karkarov, pero recordó el rencor que Dolohov le guardaba al anterior director.

Se callaron un rato que Dolohov aprovechó para continuar su tarea hasta que Bartok dijo algo que a Orell le hubiese gustado que no hubiese dicho.

— ¿Vas a soltar qué te pasa con Krum o voy a tener que seguir soportando que te quedes mirándola como un polilla frente a una antorcha?

Dolohov se tensó, los vellos detrás de la nuca se le erizaron y lentamente se puso de espaldas a la media pared estudiando a Grigori con un talante aburrido

—No me pasa nada con Krum.

—No me vengas con eso —amenazó el más grande—. ¿Qué estás buscando?

— ¿Qué te importa a ti? —rabió Dolohov adoptando una mirada desdeñosa—. Lo que sea que quiera con ella es mi problema. No veo por qué no debería fijarme en Krum, es sangrepura. ¿No es ese el criterio por el que te riges?

— El criterio se va a la mierda cuando se trata de ella. Krum es una zorra con complejo de superioridad y su familia está a un paso en falso de convertirse en traidores de sangre —contradijo Bartok con severidad—. Ella no es como nosotros, Dolohov. ¿Qué no entiendes?

—El por qué te metes en donde no te llaman o el por qué debo privarme de disfrutar los placeres de la vida —argumentó Dolohov, pensativo.

—Tus gustos están peor de lo que pensé —Bartok soltó una gutural carcajada burlesca. Dirigió la vista hacia Krum y los Krigsbarn una única vez antes de retirarla con repugnancia. Eso era lo único que le provocaba Krum, no podía comprender la fijación de su socio—. ¿Y qué quieres? ¿Cogértela u obligarla a ser tu mujer?

Dolohov no respondió, puso los ojos en blanco, fastidiado. Bartok sonrió, no se veía bien cuando sonreía ya que no lo hacía sino para burlarse.

—Todos los días maldigo el segundo en que ella llegó aquí —continuó Bartok, firme—. No ha dado más que problemas, queriendo venir y decirnos qué hacer junto a los lame-botas de los Krigsbarn. Esa perra indigna nunca ha merecido estar aquí. Ni tampoco el infeliz de su hermano, sé que compartes mi parecer.

—Aun así se ha portado a la altura, superando con gracia todos los obstáculos que le hemos puesto. Se rehúsa a desistir —declaró Dolohov mirando a Bartok a los ojos, ambos sabían cuánto habían intentado hacer que Agatha cayera—. Agatha no es Viktor, Bartok. Su temple es más firme que el de él, me saca de quicio. No la soporto.

—Agatha es exactamente igual que Viktor, si no es que peor. Su temple no le servirá para lo que viene —alegó Bartok con un deje de satisfacción—. Se acerca su ruina, cada vez está más cerca, Dolohov. Cuando el Señor Oscuro recobre su poder, los primeros que caerán serán ellos. Recuperaremos lo que nos pertenece. Antes de lo que imaginas verás a Krum rogando a tus pies que la tomes como esposa para que no mates a su miserable hermano.

Después de otro momento de filoso silencio, Dolohov se dio la vuelta lentamente fingiendo indiferencia y sus ojos viajaron de nuevo hacia Agatha. Sonriente y pacífica, rodeada de amistades que le seguían con lealtad y en quienes confiaba plenamente. Ella no temía que la traicionaran. Debería desconfiar y temer, pero no lo hacía. Confianza plena en alguien, otra cosa que tenía un Krum y que Orell nunca experimentaría.

—Yo no veo el beneficio de enredarte con alguien como ella, pero si quieres tenerla, no veo por qué no podrías —dijo Grigori exhibiendo un tono repugnante—. No tienes que esperar, conoces el hechizo exacto para hacer que, esta misma noche, la valquiria haga todo lo que le pidas.

— ¿No te da vergüenza insinuar lo que estás insinuando, Bartok? —repudió Dolohov, su malevolencia interior llegaba sólo hasta cierto punto y no compartía la dirección por la que se estaba yendo Bartok.

—No. Si fuera yo el que la quisiera, la conseguiría sin importar los medios.

—El atractivo de Krum radica en su indomabilidad. Someterla a la fuerza sería un sacrilegio.

—Esa es tu opinión —repuso Bartok. Miró de nuevo a Krum y después a Dolohov para decir: —. La mía es que no debemos cohibirnos de tomar lo que queremos.

—Guarda tus opiniones para ti mismo, asegúrate de que no salgan de esa cabeza podrida que tienes, no podrían importarme menos. Y métete en tus asuntos, tienes demasiados como para meterte en los míos —sentenció Dolohov, austero.

—Cómo desees —devolvió Bartok, rechinando los dientes. Se dispuso a marcharse, deteniéndose en seco le dedicó una última frase sombría—. Tú asegúrate de que no se te olvide quienes son tus amigos, los que tienen tus mismos intereses. Meterte con Krum te va a hundir hasta el fondo del abismo. No lo vale.

Bartok se marchó dejando a Dolohov con sus pensamientos ruidosos.

Tal y como había dicho Grigori, como una polilla atraída a la luz, Orell volvió a dejarse envolver por la luz más brillante del castillo. Agatha se portaba gentil y divertida hacia sus amigos. Dolohov no podía creer que un mísero bocado de esa amabilidad había logrado esa fijación en ella.

Tomándolo por sorpresa, Agatha dejó de hablar con sus amigos y alzó la vista, percibiendo la presencia lejana de Orell. Ella lo miró directamente a los ojos, sin retraerse, y luego articuló con sus labios carnosos y rosáceos: «¿Te perdiste, Dolly?», seguido de una sonrisita socarrona. Orell palideció tragando saliva para evitar ahogarse.

«Dolly» era el sobrenombre burlón con el que los Krigsbarn solían referirse a Dolohov, una abreviatura de su nombre que odiaba. No podía ubicar la última vez que Agatha lo había llamado así. Orell se dio la vuelta de inmediato, simulando que no la había visto.

Ni aunque quisiera podría olvidar de qué lado de la pelea tenía que estar. Del lado del Señor Tenebroso, del lado de sus supuestos amigos, del lado de su padre.

Y sin importar lo que hiciera, Agatha Krum nunca pertenecería a ese lado.

━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━

—Me duelen los pies, Agatha —por enésima vez Margrét se quejó.

— ¿Cómo vamos a saber cuándo lo hayamos conseguido? —preguntó Lara para callar a su pequeña amiga. A Lara le gustaban más las aventuras que a Margrét.

Eran un poco más de la tres de la mañana, pero en los terrenos del congelado bosque de Durmstrang no lo parecía. En el cielo se alzaba un sol moribundo como si fueran las cinco de la tarde. Esa madrugada, las tres Durmstrang buscaban lo que Agatha no había conseguido en meses, los restos materiales de Nerida Vulchanova.

Se le estaba acabando el tiempo, en un par de semanas Agatha se graduaría y le frustraba saber que no había tenido ningún avance. Le había protestado al alma de la profesora Vulchanova, pero siempre la acallaba y le decía que lo encontraría cuando lo tuviera que encontrar.

—No lo sabremos hasta que lo sepamos —respondió Agatha corta de aliento, sosteniéndose de una rama salida de un árbol para subir una pequeña pendiente.

—Puede estar en un cementerio —dijo Margrét—, quizá la profesora Vulchanova se equivocó y estamos buscando donde no está.

—No está en un cementerio —aseguró Agatha—. Vengan, no se queden atrás.

—Ya vamos a llegar —se exultó Lara—. Lo presiento aquí, mira, Gréta.

Lara se puso una mano en el tórax con dramatismo. Agatha soltó una risa; Margrét sólo rezongó costándole mucho subir detrás de la mayor. Las ramas secas se quebraban bajo el peso de sus botas, pero llevaban un buen ritmo. Alertas de sus alrededores, de cualquier señal o cambio en la dirección del viento. El sonido de los animales, espectros de bosque y del viento era lo único que las acompañaba.

—Yo no creo que estemos cerca, hemos pasado por este árbol dos veces ya —comunicó Margrét, deteniéndose en dicho árbol para tomar aliento—. ¿Nos perdimos?

Margrét tenía razón. Agatha, con su caminata, las estaba moviendo en un intrincado laberinto, avanzando dos kilómetros y retrocediendo uno. La búlgara detuvo su marcha y giró sobre sus talones con una sonrisa tranquila para enfocarse en Lara, quien se había dado cuenta varios minutos atrás de que andaban en bucle, pero no había dicho nada. Agatha confiaba en que Lara era más sagaz que Margrét y que analizaba toda la situación con una atención al detalle increíble.

—Lara, ¿tú te das cuenta de lo que estoy haciendo, no? —le preguntó Agatha.

—Estás encubriendo nuestro rastro —murmuró Lara—. ¿Alguien nos está siguiendo, verdad?

La sonrisa de Agatha se agrandó, estaba muy complacida con la perspicacia de una de sus niñas.

—Esa es mi chica. Sí. Más de uno, diría yo. Llevan, por lo menos, treinta minutos detrás de nuestras huellas —dijo Agatha serena, sin alarmarse ni un poco de sus acechantes.

— ¿Quiénes son? —Margrét miró a su alrededor para observar si atrapaba a alguien escondiéndose entre la vegetación.

—No sé, pero voy a averiguarlo. Hay uno que está más cerca de nosotras que los demás, lo interceptaré —estableció Agatha—. Ustedes van a subirse en este árbol.

— ¿Qué? ¿Por qué? —quiso saber Lara, negándose inmediatamente a la petición—. ¿Y si necesitas ayuda? ¡Nosotras podemos ayudarte!

—Si necesito ayuda les daré una señal para que corran al castillo y busquen a Isak o Anton. No vayan a buscarme sin refuerzos. Suban lo más alto que puedan hasta donde las hojas las escondan y no vayan a bajar hasta que yo les diga.

—No te vamos a dejar sola —se negó Margrét, decidida.

—No voy a estar sola, tendré los espíritus de la profesora Vulchanova y de las Durmstrang cuidándome —Agatha les guiñó un ojo—. ¡Súbanse ya!

Ninguna de las chicas desobedeció. Lara entrelazó sus manos contra el tronco del árbol para que Margrét apoyara el pie y subiera primero. Cuando lo hizo, Margrét estiró su brazo para subir a Lara.

— ¡Varitas en ristre! —les ordenó Agatha haciendo lo propio—. No vayan a bajar hasta que vean mi señal. Será roja para que busquen refuerzos o azul para indicar que ya no hay peligro. ¿Entendido?

—Sí —respondieron ellas con voces firmes desde la altitud de las hojas.

Agatha se alejó del árbol donde se escondían las niñas para seguir su instinto. Uno de sus acechantes estaba demasiado cerca, lo sabía, podía sentirlo como una advertencia en su cuerpo. Su estrategia principal sería alejarlo lo más posible de las niñas hasta descubrir su identidad y sus intenciones.

Con cuidado de no hacer ruido para no delatarse, empezó a caminar por la nieve espesa escudriñando el soto en busca de su cazador. No le sorprendió verlo a él, caminando con pesadez y agachándose para mirar las huellas impresas en la nieve. Lo había guiado a la perfección, directo hasta un círculo hechizado hecho de árboles que lo acorralarían hasta que ella dijera la palabra mágica. Teniéndolo dónde lo quería, Agatha cambió las tornas, convirtiéndose en el lobero. Se puso la varita en el cuello y convocó un encantamiento de susurro que llegara hasta él y se escondió entre las hojas de un matorral.

— ¿Alguna razón en particular por la que me estás siguiendo, Dolohov?

Dolohov miró a su alrededor, buscándola. La voz de Agatha le llegó a manera de tétrico susurro parecido a la brisa cortante. Orell se estremeció. Sacó su varita y la apuntó en sus cuatro puntos cardinales.

— ¿Qué te hace pensar que te estoy siguiendo, Krum? ¿No puedo dar un paseo por los terrenos?

—Me han dicho que soy una mala mentirosa, pero no soy tan mala como tú. ¿Qué quieres? —exigió saber Agatha dejando que la brisa llevara su voz hasta los oídos de Dolohov.

—Muéstrate y te lo contaré —sugirió Dolohov mostrando sus dientes en una sonrisa—. Incluso guardaré mi varita ¿qué te parece?

— ¡Eso es tan lindo de tu parte! —ironizó Agatha—. Pero no será necesario. ¡Expelliarmus!

Ambos lanzaron el hechizo desarmador al mismo tiempo, pero el hechizo de Agatha fue mucho más veloz. La varita de Dolohov salió volando y Agatha la atrapó con su mano izquierda, saliendo de su escondite. Él la observó emerger de entre el bosque como un depredador. Ella, sin quitar la mirada de Orell o dejar de apuntarlo con su varita, empezó a girar hábilmente la varita ajena entre sus dedos.

—No había necesidad de eso, valquiria. Estaba dispuesto a guardarla —dijo Dolohov arrastrando las palabras con sorna.

—No nací ayer. Aprendí a no creerte ni arrodillado —informó Agatha, ordenada en sus acciones y sin mostrar una pizca de intranquilidad—. Te lo voy a preguntar una última vez, ¿qué quieres?

Orell la miró de arriba abajo antes de responder, la postura de la búlgara era defensiva y el agarre en su varita de madera de arce no se aflojó. Ella no permitiría que se le acercara más de los tres metros que los separaban.

—Lo mismo que tú —indicó Orell, no dejó perturbarse por la hostilidad de Agatha y caminó unos pasos hacia su derecha acariciándose la barbilla, aborrecido—. Sabemos lo que estás buscando y a nosotros también nos interesa conseguirlo.

— ¿Y qué estoy buscando exactamente? —indagó Agatha, asegurándose de que ninguna emoción se mostrara en sus ojos.

—No te lo diré, en caso que estés más desinformada de lo que creí —una media sonrisa decoró el rostro del joven y se encogió de hombros—. No eres muy discreta, Krum. Escabulléndote del castillo en cada oportunidad que tienes, dejando mapas mal parados en la biblioteca, es como si quisieras que se supiera en qué andas.

—Tú tampoco eres muy discreto —devolvió Agatha con ligereza—. Sólo una persona que estuviera vigilándome todo el tiempo se daría cuenta de mi actuar. Y tú lo has estado, ¿no, Dolohov? Lanzando miradas acechantes desde la distancia, no me has quitado un ojo de encima en meses. Todo lo que crees que hice por descuido es sólo un bien trabajado plan para despistarte, no sabrías diferenciar una pista falsa de una verdadera ni aunque tu vida dependiera de ello.

— Quieres hacerme creer que tienes todo planeado, pero fui más ingenioso que tú. Si no, ¿cómo es que te encontré aquí hoy?

—Porque te permití hacerlo, sabía que ibas a utilizar tu runa —contó Agatha, Dolohov rechinó sus dientes—. Se te concedió una runa de orientación, eres un rastreador excepcional. Sabía que me seguirías al bosque tarde o temprano y lo hiciste, sin saber, bajo mis términos. Estás atrapado.

Agatha esbozó una sonrisa de autosuficiencia y le mostró las marcas talladas en los árboles que delimitaban su jaula.

—Debo decir que estoy impresionado —admitió Dolohov y casi aplaude con ironía—. Pero creo que se te escapó algo.

— ¡Ah, claro! Tus escoltas —sonrió Agatha y también se encogió de hombros, presumida—. Era de esperarse, no saldrías sin tus amiguitos. Dos más por lo que supongo que se trata de Bartok y Svensson. Se están acercando, esperando que su sabuesito haya trazado un camino que los guíe hasta mí.

La soberbia de Agatha le enfermaba tanto como le excitaba a Dolohov, toda la situación le resultaba fascinante. Ella no era como Viktor, era peor. Calculadora, manipuladora y vanidosa. Siempre se aseguraba de tener la ventaja en la situación. No importaba lo preparado que creían estar él y sus compañeros, Agatha se preparaba el doble.

— Ahora hablemos, ¿Vas a decirme por qué me estás mirando tanto últimamente? ¿Qué pasa? ¿Te gusto? —cuestionó Agatha petulante y se acercó unos pasos. Apuntó al rostro de Orell, escudriñando sus facetas.

— ¿No te lo he dicho ya, Krum? Me pareces alguien interesante. De las pocas cosas interesantes de este basurero. Quiero que seamos amigos.

Ambos caminaban en círculos sin quitarse la mirada de encima.

—Nunca podríamos ser amigos —se lamentó la búlgara—. Desafortunadamente eres el hijo de tu padre y como tal, no se puede esperar mucho de ti.

—No sabes cuánto me hiere que pienses así —satirizó Dolohov, una pizca de honestidad se filtró en su afirmación—. Me han dicho que no eres prejuiciosa, que eres justa, incluso clemente. Y aquí estás, juzgándome por crímenes que no cometí. Comparándome con un mortífago.

Agatha soltó una risa mordaz.

—Este acto de lloriqueo no llegará lejos conmigo, Dolohov. A veces me sorprende lo cínica que puede llegar a ser una persona —respondió impasible a la acusación—. Yo nunca juzgaría a alguien por errores que hayan cometido sus padres. Especialmente aquí en Durmstrang. Pregúntale a Jasper.

Era bien sabido que los padres de Jasper decidieron ser unos tibios en la peor parte de la guerra, por su temor y cobardía magos y brujas mestizos o nacidos de no-magos perdieron todo, incluyendo sus vidas. Ella nunca condenó o culpó a Jasper por eso porque era apenas un niño y sabía que él estaba decidido a ser mejores que ellos. Cosa que no sucedía con Dolohov.

—No te rechazo porque tu padre sea un mortífago, te rechazo por toda la mierda vil que has hecho desde que te conozco. Específicamente algo que no puedo olvidar, lo que le hiciste a Harald Sundström. Practicaste magia oscura en él y le hiciste la vida imposible hasta que no pudo soportarlo más y tuvo que abandonar el instituto, traumatizado y perdido. No fue tu padre, fuiste tú.

— Durmstrang no es para todos. Sundström era de mente débil, al final fue mejor para él marcharse. Y tú no sabes nada, eso no fue ni siquiera mi culpa —se defendió Orell, los ojos azules manchados de rechazo hicieron que se sintiera intimidado. Él no se enorgullecía de sus acciones y aceptaba que se había extralimitado—. Bartok hizo lo peor.

—Sí, ¡qué favor le hiciste! ¡Harald tenía catorce, Dolohov! Y no vengas a echarle la culpa a Bartok si tú no hiciste nada para detenerlo, te quedaste al margen y lo alentaste. Eres tan culpable como él. Tuviste demasiadas ocasiones para frenarlo y no lo hiciste.

— ¿Y no tengo derecho de cambiar? ¿De ser mejor que eso?

— ¡Eh, Dolohov! ¿Dónde estás? ¿La encontraste? —La voz de Svensson viajó por los arbustos hasta llegar a Agatha y Orell.

Había dos opciones para Orell. La primera era la correcta, la que tenía que tomar para su beneficio. La segunda era un error. Dos opciones y poco tiempo para elegir.

—No te tomes personal lo que voy a hacer, valquiria —dijo Orell con una mueca.

Agatha lanzó un hechizo de aturdimiento hacia el muchacho, pero él lo esquivó con garbo. Ella pensó lo peor, la iba a entregar. Pero nunca hay que dar las cosas por hecho y Dolohov hizo algo que ella no pudo haber previsto. Con toda su fuerza la empujó, logrando que cayera en un hoyo de nieve escondido detrás de un espeso pino.

La búlgara cayó de espaldas quejándose al sentir la punzada de una rama filosa en su costilla. Le costó comprender lo que había hecho Orell. Había tomado la segunda opción y aceptado las consecuencias. Agatha no pudo sino quedarse tendida en su lugar cuando vio aparecer a Svensson justo fuera del círculo hechizado.

— ¡Perdí el rastro! —le notificó Dolohov al sueco con amargura—. Nos engañó, volvió al castillo. Estas huellas no llevan a nada.

— ¿Estás seguro? —preguntó Svensson, cada vez acercándose más a dónde Agatha se escondía—. Hay unas ramas rotas en el kilómetro 14, a lo mejor se fueron por allá.

— ¿Quién es el rastreador, Svensson? Ya se fue, no tiene caso —aseguró Orell y se movió hasta los límites de su jaula hechizada para que Svensson no se acercara más y quedara atrapado también—. Reúnete con Bartok y devuélvanse por donde vinieron. Yo daré una última vuelta, por si acaso. Ella vendrá de nuevo mañana, lo sé. La atraparemos mañana.

—Mierda, es escurridiza. Está bien, volveremos al castillo siguiendo el primer rastro por si las conseguimos de bajada.

Svensson desapareció por la cuesta verdosa. Agatha se movió únicamente cuando las pisadas dejaron de escucharse. Dolohov se acercó y Agatha pensó que le estaba ofreciendo su mano para ayudar a levantarse.

—Aleja tus manos de mí —demandó Agatha brusca, arrodillándose para ponerse de pie.

—No te voy a ayudar, Krum. Quiero que me devuelvas mi varita —aclaró Dolohov, impaciente—. Aunque si quieres que te dé una mano, ¿cómo podría negártela?

Dolohov entonces ofreció su mano para levantarla, socarrón. Agatha gruñó y se levantó sola, sacudiéndose el abrigo de la nieve y de las ramas. Volvió a poner sobre su cabeza el gorro de piel que se le había caído.

— ¿Por qué hiciste eso? —preguntó Agatha, desconfiada y volvió a apuntarlo con la varita.

—Porque tomo las peores decisiones y me quiero morir joven —respondió Orell de mala gana. «Porque un par de ojos bonitos y la mínima amabilidad me hacen perder el norte» le hubiese gustado agregar—. Asegúrate de encontrar lo que buscas. Toma.

Orell estiró la mano derecha y en su palma apareció la tortuosa forma de su runa de localización. Con la mano izquierda jaló con brusquedad a Agatha y puso la palma de la runa encima de la mano de Agatha. Un pequeño mapa con líneas color ladrillo claro surgió en el dorso de la mano derecha de Agatha.

—Quítala, no la quiero —Agatha borró el mapa con su varita. Le lanzó una mirada despectiva y lo empujó lejos de ella—. Puedo ver claramente a través de ti, el propósito retorcido se ve en tus ojos. Sé por qué me estás siguiendo, lo que estás buscando no se está mostrando ante ti, a pesar de que sabes dónde está, ¿me equivoco? Me quieres usar para que te lleve hasta ello. No eres altruista, Orell Dolohov y el altruismo no van en la misma oración.

—Estoy intentando ayudarte, maldita sea —se frustró él y volvió a tomar la muñeca de Agatha—. ¡Deja esa maldita actitud y deja que te ayude! Tienes razón, mi runa es inútil. Lo que ambos buscamos sólo se mostrará ante la persona que tenga la Marca de Vulchanova y esa eres tú. ¿No lo entiendes? Pude haberte delatado ahora con Svensson y llevarte a la fuerza hacia donde indica ese mapa, pero no lo hice. No se supone que deba caer en nuestras manos porque será peor de lo que te imaginas.

Sosteniéndole la muñeca con ímpetu, Dolohov volvió a forzar el mapa encima del dorso de su mano. Esta vez ella no lo removió, pero sí se soltó tosca del agarre.

—Discúlpame si me cuesta creer que en tres segundos decidiste encaminar tu vida —rechinó Agatha, suspicaz.

—Mi runa es la pieza que necesitas para encontrarlo. Tú no lo ves, pero esto va más allá de ti y de mí —la cortó Orell, conciso y evitando mirarla a los ojos. Suspiró casi agotado, como si tanta caridad agotara sus energías—. Esta interacción nunca pasó y la voy a negar hasta el día en que me muera. Mi cuello está en juego, si alguien se llega a enterar, estoy acabado.

— No sé qué esperas que haga —sentenció Agatha, áspera—. ¿Quieres que dé las gracias por no ser ruin por una vez en tu vida? Porque no lo voy a hacer. Una buena acción no borra todas las malas. Hay un camino demasiado largo para la redención, Dolly.

— No me llames así, por el amor de Dios —exhaló Dolohov, aunque cuando lo decía Agatha, tenía una connotación diferente para él—. No espero que agradezcas. Sólo quiero hacerte entender que no soy mi padre, aunque no pueda desligarme de él. Yo no puedo elegir, no tengo el mismo libre albedrío que tú. Me gustaría ser mejor, pero no es un trabajo sencillo.

Agatha enmudeció y lo miró detenidamente, él se estaba mordiendo el interior del labio inferior con tanta fuerza que ella juraba que estaría sangrando. Decidió hacer algo estúpido, se sacó la varita del bolsillo donde se la guardó cuando Orell la tiró al suelo y se la devolvió. Él se sorprendió tanto que soltó un par de risas incrédulas.

— Si esto es parte de un plan de manipulación, créeme, Dolohov, no seré justa ni clemente. Desearás haberme entregado o haberme matado —amenazó Agatha con voz agria.

— ¿No te preocupa que te ataque y les avise a Svensson y Bartok? No están tan lejos. Quizás ese fue mi plan todo este tiempo.

—No eres tan inteligente —explicó la búlgara—. Y ya te he ganado en duelos anteriormente, te convertiría en confeti el segundo en que intentaras hacer algo. Nada que no pueda manejar.

Orell volvió a reírse y tomó la varita de la mano de Agatha rozando la mano suave de la chica.

— ¿Sabes, Orell? Quizás todavía hay algo salvable en ti —cedió Agatha mirándose el mapa.

—No creo, Agatha, estoy demasiado dañado. Aunque nunca se sabe —declaró Orell, tranquilo, sintiéndose extraño al llamarla por su primer nombre—. Libérame, volveré al castillo.

Agatha lo hizo, con un movimiento premeditado de varita y un par de palabras, el campo de fuerza invisible se deshizo con una luz purpúrea. Agatha y Orell se miraron un segundo, su camaradería momentánea era excepcional para ambos.

—Cuida tu espalda, valquiria —recomendó Orell—. Tus enemigos están más cerca de ti de lo que crees y algunos no son tan obvios como yo o como Bartok.

Orell hizo un ademán con las manos, haciéndole una reverencia a Agatha y sin mirar atrás, salió del círculo de árboles y bajó por donde había desaparecido Svensson.

Sólo cuando estuvo varios kilómetros lejos de Agatha fue cuando fue claro para Orell. Se podía sentir odio, deseo y miedo por Agatha al mismo tiempo, él lo sentía. Y también sentía un par de sentimientos más que nunca podría decir en voz alta.

━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━

Lo primero que observó Agatha cuando llegó al lugar donde marcaba el mapa de Dolohov, fue un sauce llorón blanco gigante. El más grande que ella había visto jamás. Se encontraba en un valle de terreno irregular, pero incluso antes de acercarse a él, Agatha sabía que estaba hechizado. Tal árbol no podía sobrevivir en el terreno donde estaba, moriría al instante y aun así se encontraba intacto.

Cuando se acercaron, una ráfaga de viento salvaje sacudió las hojas de sauce y un sentimiento de profunda tristeza inundó a las tres chicas. Agatha lo interpretó como traición y dolor irreparable. Los ojos de Lara y Márgret se humedecieron.

—Me siento tan...—empezó Lara intentando contener las lágrimas.

—Triste —completó Agatha secándose el par de gotas cristalinas que se le habían escapado de los bordes de los ojos—. Creo que esto fue lo que sintió la profesora Vulchanova mientras moría.

—Estoy enojada también —dijo Márgret, hipnotizada por lo blanquecino del sauce. Tan blanco que si no fuera por su tronco se confundiría con la nieve.

—Sí, yo también —concordó Agatha y se obligó a expulsar esos sentimientos ajenos de su cuerpo. Tenía que esclarecer su mente—. Mi madre dice que si un árbol crece en donde han enterrado un cuerpo, absorbería parte de la vida de la persona. Supongo que la magia de la profesora hizo que el sauce reprodujera sus emociones. No tenemos que sentirnos tristes por ella, su legado no morirá mientras estemos nosotras. Vengan.

Las tres caminaron pausadas, los sentimientos moribundos de Nerida subían y bajaban dentro de ellas, aumentando y disminuyendo de intensidad a medida que avanzaban. El aire invernal olía a incienso y a corteza, estar ahí se sentía como entrar en un lugar sagrado. Las ráfagas de viento eran más violentas mientras se acercaban, tanto que con cada paso que daban tenían que pisar fuerte la nieve porque creían que saldrían volando.

Apenas llegaron frente al tronco del sauce, la mayor de las tres Durmstrang se arrodilló con respeto. Agatha notó algo brillante que sobresalía de una de sus raíces. Un pedazo de algún metal precioso con una inscripción. Con mucho cuidado de no faltarle el respeto al supuesto lugar de descanso eterno de la fundadora, Agatha tiró de la pieza brillante. A pesar de estar envejecida por el tiempo, todavía podía leerse bien. Era un idioma eslavo medieval y leía un poema.

«Escondida en las eternas madreselvas,
como las ruinas que son mucho más poéticas.

Descansa, sol de otras tierras,
con la frente junto a las estrellas.

Amor de mi vida,
me has dejado sin salida»

—Está debajo del árbol —dijo Agatha con amargura. Deducía que el poema había sido escrito por el infame Dragunov.

— ¿Qué hacemos? ¿Cavamos? —indagó Lara—. Nos tomará toda la noche.

—No, esperen —Agatha se miró la mano y con solo pensarlo, la marca de Vulchanova en su mano empezó a resplandecer—. Dime qué hacer.

La marca lo hizo, en una parte de la corteza se hizo la forma de un corazón tallado y por intuición y porque lo había hecho antes en Salón de las Völvas, Agatha presionó su palma contra el tronco. La vibración del lugar fue mucho más leve que la del Salón de las Völvas. La tierra osciló como si un sismo muy leve estuviera ocurriendo. El suelo empezó a sentirse inestable cada vez más y Agatha se levantó de manera protectora, se puso enfrente de sus ungesinn para resguardarlas.

Lo siguiente que supieron las tres era que habían caído en una fosa oscura. Agatha cayó primero y encima de ella cayó Márgret, un metro más lejos cayó Lara. La búlgara se quejó, la caída la había tomado desprevenida. Al principio creyó que era una trampa, que Dolohov la había engañado y que había llevado a Márgret y Lara directamente hacia el peligro. Pero entonces entornó los ojos y observó lo que se extendía a su alrededor.

Lucía como un mausoleo. En el centro había una tumba medieval de piedra con la escultura de una mujer acostada.

—Lara, ¿estás bien? —preguntó Márgret, estirándose hacia su amiga que había caído sobre ningún soporte.

—Sí. ¿Y tú? —devolvió la noruega apoyándose con las manos para recobrar el equilibrio.

—Sí, caí sobre alguien suave —bromeó la islandesa alzándose y ayudando a su tutora.

La aludida emitió una risa suave y aceptó la ayuda de Márgret.

— ¿Qué es este lugar? —curioseó Lara mirando impresionada a sus entornos.

—Algo parecido a un panteón —explicó Ag, caminó dando pasos cortos hacia la tumba. Los símbolos tallados en la piedra eran de contención y de ocultación. Dolohov no mentía, ese lugar no se mostraría a nadie que no tuviera la llave. Observó la tumba y le hizo una reverencia respetuosa —. Y esta es la profesora Vulchanova.

—Ag, sabes que te quería preguntar... ¿y si nos cae una maldición por andar profanando tumbas por ahí? ¿Sería muy malo dejarla aquí? —cuestionó Márgret, algo inquieta—. Sé lo que dijo la profesora, pero...

Agatha giró sobre sí misma para mirar a las niñas, compartía su inquietud y muchas veces se cuestionó si sería lo mejor.

—Árnadóttir, Nygård, a mí también me da miedo sacarla de aquí, pero tenemos que hacerlo. No está descansando en paz, está atrapada y ha estado atrapada por cientos de años, necesitamos liberarla. Y si nos cae una maldición, alguien sabrá deshacerla. No hay ninguna diversión sin una pequeña maldición —jugó Agatha y las niñas se miraron y compartieron una risita.

—Liberémosla entonces —animó Lara, una sonrisa adornó su rostro—. Ha de ser bastante incómodo estar atrapado.

—Por Durmstrang —Agatha alargó su mano para que las dos niñas juntaran las suyas.

—Y por la gloria —completaron Márgret y Lara juntando sus manos y alzándolas con emoción.

Y así las primeras chicas en Durmstrang después de siete décadas unieron la magia que corría por sus venas para liberar a Nerida Vulchanova de sus cadenas.

Al caer la noche de la primera luna llena de marzo, Krum, Árnadóttir y Nygård se movían en armonía buscando velas y moviendo el mobiliario.

El cuchicheo llenaba de nuevo el Salón de las Völvas.  Las mujeres en los retratos se movían de un lado al otro para tener una mejor visión de un acontecimiento importante. En el centro, donde antes solían estar las sillas, había leña preparada como una pira funeraria. El vitral cóncavo del techo había sido removido para que, una vez que la pira empezara a arder, el humo saliera por allí.

Las únicas tres brujas vivas del castillo habían hecho un trabajo excepcional para retirar los huesos de Vulchanova de la tumba donde la habían obligado a estar y apenas lo hicieron el sauce llorón albino se desmoronó en cenizas. Siguiendo las instrucciones de sus antecesoras en las pinturas, Lara, Márgret y Agatha estaban armando un hechizo para quemar apropiadamente los restos de la fundadora.

— ¡Terminé! —notificó Lara.

— ¡Yo también! —dijo a su vez Márgret.

—Entonces estamos listas —Agatha se volvió para mirar a una de las brujas dentro de uno de los retratos—. Señora Ostberg, ¿se nos pasa algo?

—No me llames «señora», Krum —respondió Ostberg de mala gana, pero luego sonrió y asintió—. Y no, ya estás lista, querida.

—Vale, pues, adelante entonces —las menores se acercaron hasta ponerse en cada lado de Agatha—. Que te hagamos libre y que en tu libertad halles poder supremo y la paz eternal.

—Descanse en paz, profesora —agregó Márgret.

Agatha enarboló su varita mágica y las chispas volaron hasta la pira haciendo combustión y generando una enorme llamarada. El fuego adoptó un color dorado y brilló con intensidad entre los aplausos y aclamaciones de las anteriores Durmstrang. Después de meses de estrés y preocupación por fin había logrado parte de su misión, quizá la parte más importante.

El tiempo transcurrió y las niñas se marcharon a su habitación, complacidas de haber hecho un buen trabajo y Agatha se quedó en el salón, admirando las llamas. Sus antecesoras también se marcharon, tranquilas al saber que Agatha logró su cometido, un cometido que las favorecía a todas y cerraba un ciclo de opresión. Krum se quedó hecha un ovillo encima de su silla. La pira siguió encendida por horas hasta que consumió todos los huesos y toda la leña.

—Pensé que iba a ser doloroso —confesó una voz, su tono era monótono y lento.

Agatha giró la cabeza y se sorprendió al ver a Nerida Vulchanova caminando lo más corpórea que la había visto jamás. Se veía algo mayor, pero no tanto y su ropa era diferente, portando en su cabeza un tocado tallado.

—Algunos decían que al incinerar tus huesos, la parte que permanecía en la tierra lo sentía —dijo, expuso una sonrisa serena y tomó asiento en la silla junto a Agatha, cuando lo hizo la silla rechinó sobresaltando a Agatha—. Yo no sentí nada desagradable. Solo me sentí...feliz.

—Lamento haberme tardado tanto, profesora —se disculpó Agatha.

—Te tardaste justo lo necesario, ni más ni menos —la acalló Vulchanova—. Ser libre después de tanto tiempo es algo increíble y no podría haberlo hecho sin ti, Krum. Reafirmo que estoy muy orgullosa de ti.

—Tuve ayuda. Árnadóttir, Nygård y...

—Orell Antonovich Dolohov. Sí, soy consciente. Pero él no hubiese ayudado a nadie más que no fueras tú. Tú eres la pieza esencial que une todo. Gran parte del crédito es tuyo. Sin mencionar, además, que tú sola fuiste la que deshiciste el hechizo puesto por Dragunov sobre mis restos —aplaudió Nerida.

—Por un momento pensé que no podría — confesó Agatha, hipnotizada por las llamas—. Lo conjuró con tanto resentimiento que no sabría si podría descifrarlo.

El sonido chisporroteante del fuego llenó el silencio y después de un par de minutos Agatha se atrevió a preguntar algo.

—Profesora, ¿cómo era él? ¿Cómo logró hacer tanto daño aquí?

Nerida hizo una pausa antes de responder, miró a su menor y luego hacia el fuego.

—Su primer nombre era Goran y era mi mano derecha. Un comunicador excepcional. Magnético y carismático e imponía un aura de respeto incuestionable. Lo conocía como me conocía a mí misma. En esos tiempos era difícil que una mujer gobernara algo, pero yo sabía lo que quería y Goran siempre me apoyaba. Juraba que mataría por mí, juraba que moriría por mí y por Durmstrang. Pero tenía un defecto importante, su ambición enfermiza. Las riquezas no lo llenaban y cada vez que conseguía algo que había perseguido, algo que creía anhelar, se daba cuenta que no era suficiente. Una y otra y otra vez. Nada era suficiente.

La profesora hablaba con aire nostálgico mirando las llamas y el humo grisáceo que desprendía la pira, como si en las llamas danzantes pudiera observar la historia de su vida y el rostro de Goran Dragunov.

—Era inteligente, muy astuto. Naturalmente su supuesta lealtad incondicional hizo que me enamorara de él. Era todo para mí, Agatha. No podía imaginar una vida sin él, pero él sí podía imaginar una vida sin mí. Un día decidió que quería apoderarse de mi instituto, el instituto que yo había construido de la nada. Él lo quería y lo obtendría a costa de lo que fuese. El precio que tenía que pagar era yo y Goran estuvo dispuesto a pagarlo. Dirigió mi instituto por un tiempo hasta que la culpa empezó a enloquecerlo, él hizo todo lo posible para borrar todos los rastros de mi existencia, para olvidar sus pecados. Su propia mente finalmente lo alcanzó y una noche abandonó el castillo para no volver jamás. Dejó instrucciones para los que vinieron después de él y así Durmstrang se volvió el instituto excluyente que fue. Muchas más cosas sucedieron, pero yo creo firmemente que el sucio pasado debemos dejarlo atrás.

—Debió haber sido lo peor. Haber sido traicionada por alguien a quien usted amaba.

—Eso es algo que pasa con el amor —filosofó la bruja mayor—. El amor te hace débil, Agatha. El amor fue lo que me mató.

—Me atrevo a estar en desacuerdo —repuso Agatha, firme en sus creencias—. Yo no lo veo así, al contrario, el amor te hace fuerte. Es algo que sólo puede soportar alguien que sea muy valiente, no hay nada más valiente que enamorarte. El amor te hace confiar lo suficiente en alguien para compartir tu vida y ceder cuando es necesario. A mí no me gusta ceder el control de las situaciones, por lo que considero que no hay nada más valeroso que estar dispuesto a hacerlo cuando amas a alguien.

— ¿Has estado enamorada, Krum? —preguntó Nerida.

—Pensé que sí lo estaba, no hace tanto tiempo —masculló Agatha, fijando la vista en las flamas que empezaban a morir—. Fue más fugaz de lo que hubiese gustado, pero soy muy joven todavía por lo que un solo desamor no significa el fin del mundo.

—Espero que lo consigas, Krum. El amor verdadero y perpetuo. Rezo para que vuelvas a encontrarlo. Lo mereces —un sentimiento de culpa embargó a la difunta directora, pero seguía creyendo que había hecho lo mejor para ambos.

Agatha esbozó una sonrisa cándida.

—Gracias, profesora. Por haberme elegido a mí para venir aquí.

—No tienes que agradecer, te lo merecías, hoy más que nunca lo creo más. Tengo una recompensa para ti, a manera de agradecimiento.

La profesora Vulchanova se puso de pie y Agatha la imitó. Frente a frente, Nerida puso ambas manos con la palma hacia arriba. La mandíbula de Agatha cayó al suelo al darse cuenta de lo que se estaba materializando en sus manos. Pulida y con una empuñadura increíble, resplandecía la mítica espada Gram. La misma que, según la mitología escandinava, Sigurd usó para matar al dragón Fafner. Agatha nunca la había visto en persona y pensó que nunca lo haría, Vulchanova le había dicho que estaba en el fondo del lago bajo un montón de hechizos oscuros.

— ¿Todo este tiempo la tuvo usted en su poder? —increpó Agatha, sin poder alejar sus ojos azules del arma.

—Sí, pero no podía entregártela hasta cerciorarme de que tuvieras todas las intenciones ir a buscarla en el lago. Además, mientras no consiguieras mis huesos, yo tampoco podría acceder a ella. Tómala. Hay magos en este castillo que se destruirían por tenerla en su poder, debe estar en tus manos.

Agatha la tomó y parecía que estuviera forjada para ella, el balance era perfecto. La espada en un momento dado dio un tirón y se encogió de tamaño convirtiéndose en un puñal.

—Sigurd apreciaba la discreción también —explicó Nerida con una sonrisa.

Nerida observó a Agatha guardarse la espada en el abrigo. Se parecía tanto a ella, con pensamientos similares y posturas firmes, sabía que reinaba el castillo y le dolía tener que verla marcharse en un par de semanas. Agatha Krum era el vivo ejemplo de lo que ella siempre imaginó para Durmstrang, la llenaba de orgullo. Le hubiese gustado poder haber aprovechado el tiempo con Agatha, le hubiese gustado poder acompañarla desde su primer año y compartir más de sus conocimientos. Dejarle saber que no estaba sola, que detrás de ella había una hermandad que la protegía.

—Entonces, ¿ya no hay más misiones medievales que cumplir, profesora? —indagó Agatha, divertida.

—Tristemente no. Por ahora no.

—Bueno, si surge otra, hágamelo saber. Fue divertido, algo estresante, pero divertido —dijo Ag, asintiendo alegre—. Ahora que su materialidad se volvió constante, ¿podría preguntarle un par de cosas sobre Durmstrang? Tengo muchísimas preguntas.

—Las contestaré todas, hija. Empieza a preguntar.

Agatha y Nerida volvieron a tomar asiento y Vulchanova contestó pacientemente todas las interrogantes, deleitándose con la curiosidad inagotable de Agatha Krum y recuperando el tiempo perdido.

Agatha podría graduarse, pero la importante marca que había hecho en el Instituto Durmstrang perduraría para siempre. Significó un faro de luz en tinieblas interminables, un faro que guió un camino para la bondad y la fuerza para los que la siguieron y que fijó un ejemplo para las de primer año y las muchas que vendrían después.

Estaba de más decir que Agatha Krum se ganó un lugar para su retrato en el Salón de las Völvas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro