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𝟒 ━ Hoggy Warty Hogwarts.

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HOGGY WARTY HOGWARTS

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Tenía en sus manos el trofeo, tan reluciente como la superficie del mar. Las personas aplaudían y la vitoreaban y...

― ¡AGATHA IRINA! ¡ARRIBA! ¡NO SEAS UNA PEREZOSA! ¡RECUERDA QUE TIENES QUÉ...!

Los ojos azules se abrieron de golpe, el sonido atronador que le retumbaba en el oído era insoportable. Gritaba en ruso y exigía muchas cosas una detrás de la otra sin pausa. El ruido también despertó al perro que, con recelo, empezó a gruñir para proteger a su dueña.

― ¿Qué? ―se asustó Agatha, buscando el origen y reconociendo la voz de su madre entre el estruendo―. ¿Mamá? ¿Cómo...?

Se sentó, espantada, y analizó la habitación en busca de un tercero.

Natalya Krum no estaba allí. En su lugar había una gran carta con sobre rojo gritándole en la cara. Una maldita carta vociferadora. Su madre era una bruja astuta, conociendo lo mucho que dormía su hija y la mala memoria que tenía últimamente, sabía que tenía que enviarle un pequeño recordatorio.

Escondió la vociferadora entre la correspondencia de su hija y se aseguró que estuviese en el fondo, entonces, cuando estuviera sin abrir un buen rato, explotaría gritándole a su hija a la hora exacta para molestarla, una broma y regalo de despedida.

El pedazo de papel siguió chillando, exigiendo que la joven se levantara de su cálida cama y enumerando sinfín de objetos.

― ¡Ya basta! ―gritó por fin Agatha, sentándose en la cama con los ojos entrecerrados.

La carta le dedicó una última frase con cariño.

― ¡BUENA SUERTE, HIJA!

Con su trabajo realizado, la carta se convirtió en pequeños pedazos de pergamino. Agatha se dejó caer en la cama, recuperándose del susto y fue cuando la golpeó la compresión de que ese era el día. Con una sonrisa y sintiéndose ya una ganadora, se dispuso a arreglarse.

La ocasión ameritaba verse impecable, tenía que asegurarse de causar una gran impresión. Se arregló el uniforme diario, sobre el conjunto pardo de dos piezas se puso el gran abrigo de piel que le llegaba hasta las pantorrillas, dejando al descubierto las botas de cuero. El abrigo era su favorito, pesadísimo con dientes de metal que asimilaba colmillos de dragón. Por encima de la cabeza, se puso el gorro de invierno, casi no se lo podría en Hogwarts, pero era imposible olvidarlo.

Con la hora encima de ella, se despidió melancólicamente de Ruslan para no volver a la habitación en meses.

Antes del viaje, se lo pasó entre sus compañeros. Cotilleos y emociones compartidas se esparcían por el aire. Viktor se acercó a su hermana, cuando conversaba con Isak en la sala común, estirando las piernas sobre la mesa de café, poniéndose cómodo cuando faltaba menos de quince minutos para partir.

―Mamá te envió esto ―le comentó. Se sacó del abrigo una bolsa de comestibles y se lo tendió a su hermana―. Hay dulces y me pidió que te dijera que había botellas de kvass infinito en el fondo, dijo que no te podías ir sin un buen suministro de «valentía líquida».

Agatha recibió el paquete, dándose cuenta de que Viktor lo había hurgado y se había comido un par de bombones.

―No te comas mis cosas ―le advirtió.

―Tú siempre te comes mis cosas ―le recriminó Viktor―. No te preocupes, me comí de los que no te gustan.

Agatha bufó, rebuscando en el regalo y masticando un bombón de licor.

―Me envió un vociferador esta mañana ―dijo Agatha mientras comía, recordando el susto que se llevó―. Dijo que estaba orgullosa aun si no nos elegían.

―Papá me dijo lo mismo. No les creo ―respondió Viktor, mirando por la ventana cómo el barco en donde se marcharían empezaba a emerger del lago―. Quiero que me elijan.

―Yo quiero que me elijan a mí ―afirmó la menor con firmeza―, pero prometo apoyarte si te eligen a ti, a quien te juro que no apoyaré es a Bukhalov.

Viktor soltó una risa gutural. Una trémula voz incorpórea se extendió por todos los terrenos dando un mensaje de interés en bucle.

Es hora del abordaje para los alumnos que hayan sido seleccionados. Reunirse en el salón de baile. Es hora del abordaje para los alumnos que hayan sido seleccionados. Reunirse en el salón baile. Es hora del...

Los hermanos Krum se desplazaron juntos, seguidos de otros hacia el gran salón de baile. Se notaba que casi no se hacían bailes por lo vacío del lugar. Los veinticinco pre-seleccionados se reunieron con rapidez. El director Karkarov los esperaba en el centro del salón, elevado en una plataforma. Su mensaje fue claro y conciso.

―Lo que espero de ustedes es la victoria. Todos ustedes son los más hábiles del instituto para traer el trofeo a casa. Sean inteligentes, sean brutales, sean Durmstrang. ¡POR DURMSTRANG!

Los alumnos le respondieron con alaridos de guerra:

― ¡Y POR LA GLORIA!

Después del discurso, los Durmstrang siguieron a su profesor por la puerta principal, siendo aplaudidos por los que se quedaban atrás, marchando uniformemente hasta el majestuoso barco que descansaba sereno sobre la masa de agua que para el viaje había sido descongelada recientemente.

―Será un viaje muy largo ―predijo Viktor.

Al subir al barco no resultó sorpresa que fuera exactamente como lo recordaban: inmenso, oscuro y lúgubre. Siguiendo la vibra que poseía Durmstrang, parecía un barco hundido. Nadie se alarmó, todos lo conocían a la perfección. Allí viajaban al extranjero para los concursos intercolegiales.

La embarcación se sumergió con un sonido de succión en el agua y las débiles voces de la superficie y la luz del día nublado se apagaron.

Si Agatha no lo conociera, desconfiaría del barco, pero todo era familiar, incluyendo los fantasmas que sollozaban en las mazmorras y el leve olor a musgo. No temía a la oscuridad, ni a la humedad, en realidad le resultaba acogedor. En el sentido tétrico y algo jodido de la palabra.

Karkarov se fue a su camarote, como era costumbre, dejando a los varones pelearse por ver quien dirigía el barco; a Agatha no le apeteció demostrar sus habilidades náuticas y prefirió encontrar un lugar cómodo en el interior. Las horas pasaban flemáticas en un viaje que no parecía tener final. Agatha sólo se entretenía conversando con sus amigos y cuando la embarcación viraba violentamente jugaban a adivinar quién estaba al timón.

Eran las cinco de la tarde y la mayoría reposaba amodorrado, matando el tiempo en cualquier tontería, divididos en pequeños grupos. La única chica estaba en la sala común principal, en un sillón de tres puestos, entre Aleksandr y otro de sus amigos, Anton. Podía sentir la mirada de Bukhalov en ella, pero él no se atrevió a dirigirle palabra en todo el viaje. Ella se reía de un chiste muy tonto contado por Isak cuando Poliakov, otro alumno y ayudante de Karkarov, se acercó a interrumpir.

―Ya casi llegamos ―dijo, sacando la brújula mágica del bolsillo de su abrigo―. Aunque creo que si no aumentan los nudos, llegaremos después de los de Beauxbatons.

―Al menos, seremos los más esperados ―comentó la búlgara, miró a sus amigos con una ceja levantada―. ¿Están nerviosos?

―No ―dijeron todos al unísono, pero Agatha supo que al menos uno de ellos mentía.

―Bien, yo tampoco lo estoy ―se encogió de hombros, despreocupada, pero por un segundo se preguntó si ella no estaría mintiendo también.

No pasaron muchos minutos cuando el barco dio un nuevo sonido de succión y emergió lentamente del agua, rompiendo violentamente la serenidad del lago. Agatha se imaginaba la visión que tenían los de Hogwarts, acababan de ver un barco fantasma materializándose sobre el lago bajo la luna en cuarto menguante.

El sonido del ancla y, seguida de esta, el de una tabla tendida hasta la orilla les anunció a todos que el barco había emergido en su totalidad.

«Ya era hora» ―se dijo Agatha a sí misma.

El director Karkarov se hizo presente e hizo un gesto con la cabeza que les indicaba a todos que se pusieran en marcha. La chica se acomodó el abrigo con las manos y empezó a caminar junto a su hermano. Las voces efusivas de los de Hogwarts se escuchaban claras ahora que estaba saliendo del barco.

Levantó la mirada al mismo tiempo que sus pesadas botas golpeaban la tabla de desembarque y silbó, impresionada. El gigantesco castillo de Hogwarts se alzaba magnífico en largas torres de puntas. Fácilmente era cinco veces más grande que el castillo de Durmstrang. Los terrenos eran amplios y a la lejanía pudo distinguir el campo de quidditch con el que contaban.

Observó también, a un par de metros, las figuras de personas esperando ansiosas apenas distinguibles bajo los faroles. El profesor Karkarov marcaba el paso, yendo de primero y liderando al grupo de adolescentes. Todos sus tutelados se movían iguales, sin detenerse a mirar a sus alrededores y manteniendo una distancia adecuada con el hombre. Ahora más de cerca, pudo observar a un hombre anciano de barba muy larga y gris, a su lado se reunían los profesores de Hogwarts para darles la bienvenida.

—¡Dumbledore! ―gritó Igor Karkarov efusivamente mientras subía la ladera, Agatha nunca lo había visto tan feliz―. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?

―¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! ―respondió el que Karkarov había llamado Dumbledore.

Agatha y los demás estudiantes avanzaban regios y en silencio detrás de su director. Cuando llegaron a un lugar más iluminado pudo ver que el director de Hogwarts era bastante parecido en contextura al director de Durmstrang. Cuando Karkarov llegó ante el tal Dumbledore, le estrechó la mano

―El viejo Hogwarts ―dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. La amable actitud de Karkarov le daba escalofríos a Agatha―. Es estupendo estar aquí, es estupendo...Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...

Karkarov le indicó a Viktor mediante señas que se adelantara, Agatha ahogó una risa. El mayor trató de jalar a su hermana del codo para ir con él, pero Karkarov negó levemente con la cabeza.

Karkarov entró junto a Dumbledore al castillo. Cuando los de Durmstrang entraron al vestíbulo, los de Beauxbatons ya estaban allí. Escuchó cómo la directora de Beauxbatons, una mujer que seguramente era semigigante debido a su altura, le informaba al director de Hogwarts que deseaban hacer una entrada especial. Los de Durmstrang también habían preparado algo y escuchó maldecir a Karkarov y decir que le habían robado la idea.

Los franceses entraron primero, robándose las miradas y realizando una estilizada rutina de danza. Agatha no los vio, pero a juzgar por los sonidos de admiración, dedujo que habían impresionado a todos.

Al turno de los de Durmstrang. Los varones entraron en conjunto, haciendo gala de movimientos básicos de magia marcial y conjurando un par de trucos de fuego. Los movimientos con sus bastones eran excepcionales y todos los observaban con asombro. Nada muy complicado, pero estaban seguros que nadie allí había visto o pudiera replicarlo. Los que mejor se despeñaban en mágica pirotécnica, hacían arder figuras de fuego que danzaban en el aire y envolvían a los presentes. Los que realizaban los movimientos marciales eran presumidos llegando hasta el límite para impresionar.

Agatha iba liderando el grupo que no estaba realizando trucos. Con una expresión seria, capitaneaba la fila, irguiéndose con orgullo y demostrando poder y disciplina, desfilaba con su bastón en mano por el largo pasillo que daba hasta el podio del director de Hogwarts.

― ¿Es una chica? ―escuchó a alguien decir.

―No es solo una chica, ella es...ella es... ¡Agatha Krum! ―pareció que todos los alumnos de Hogwarts hubiesen planeado hacer un suspiro de admiración colectiva al verla.

Agatha se obligó a sí misma a hundirse en sus pensamientos para evitar devolverles la mirada a quienes la miraban, pero conforme caminaba, una mirada en particular hizo que mirara a su izquierda. No podía creer sus ojos y su corazón dio un vuelco incrédulo. Sus ojos del más profundo azul lo miraron por un segundo para inmediatamente retirarlos.

En una de las mesas se sentaba el pelirrojo impertinente y distraído del mundial. Volvió a lanzarle una mirada discreta para confirmar que era él y tuvo que reprimir la risa. El mundo después de todo es del tamaño de una semilla. ¿Cuáles eran las probabilidades de volverlo a encontrar?

Escuchó de nuevo un suspiro admiración colectiva y luego a alguien decir:

― ¡Es Krum, Viktor Krum!

El acto de los Durmstrang terminó con aclamaciones de parte de los alumnos de Hogwarts y finalmente, luego de unos segundos, Viktor se unió a ella y eligió por el grupo una mesa en el comedor. Los de Hogwarts en esa mesa tenían una insignia con una serpiente y rápidamente se movieron para cederles espacio.

Un rubio platinado se sentó junto a Viktor mientras Agatha se sentaba entre Aleksandr y Anton.

La chica se despojó de su abrigo agradecida por la calefacción del castillo y antes de que pudiera hacer nada más sus ojos se perdieron en el techo encantado, miró fascinada como se veía el cielo nocturno lleno de estrellas y velas flotantes. Era una visión sin precedentes. Anton tomó la vajilla de oro y la examinó deslumbrado.

― ¡Vaya, vaya! Acabamos de llegar y ya pareces haber captado la atención de unos cuantos. Y hay uno en particular que puede interesarte ―cantó el perspicaz de Aleksandr en el oído de su amiga.

La chica miró hacia adelante para entender sus palabras. De todas las personas que le dedicaban miradas furtivas, la mirada del pelirrojo era la más intensa. No podía compararse con las demás, la veía impresionado. Él, al ver que ella lo miraba, sonrió de manera encantadora y la saludó con un asentimiento con la cabeza.

Ella volvió a ahogar una risa incrédula, era una lástima que no pudiera recordar su nombre. Como la timidez no era parte de ella, siendo ella misma, le guiñó el ojo y ondeó sus dedos para saludarlo.

—¿Es el próximo corazón que robarás? —preguntó Aleksandr, mirando el intercambio con una sonrisa.

—No —aseguró Agatha—. Es muy temprano para decidir, hay que tantear nuestras opciones, Alek. ¿No es eso lo que siempre dices?

—Era una prueba —rió Aleksandr—. Exactamente, analicemos bien todas las posibles opciones.

Ambos se rieron. Sus actitudes coquetas era una de las tantas cosas que compartían.

Agatha tenía tantas cosas nuevas y caras nuevas por observar, pero encontraba entretenimiento en mirar al pelirrojo a quien parecía no importarle la presencia de nadie más. La entrada de los profesores hizo que Agatha pudiera centrarse en otra cosa. Todos ellos entraron en una fila mientras se encaminaban a la mesa del fondo. Los últimos en la fila eran Dumbledore, Madame Maxime, y el profesor Karkarov.

Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente de pie. Agatha los observó con una sonrisa burlona. Ellos eran disciplinados, pero nunca se levantarían por Karkarov. Todos los profesores se sentaron a excepción de Dumbledore y el silencio sepulcral cayó en el Gran Comedor.

—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los Durmstrang y a los de Beauxbatons—. Es para mí un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.

Agatha dirigió la mirada a las cabelleras platinadas de un par de Beauxbatons, seguían aferrándose a sus bufandas como si fueran salvavidas, cubriéndose hasta la frente.

― ¿Qué les sucede? ―le preguntó a Anton―. El clima es tibio.

―Tibio para nosotros, Ag. Para ellos debe sentirse estar en un iceberg. Imagina cuando llegue el invierno. No sobrevivirían un hora en Durmstrang ―susurró el castaño.

― ¡Los felicitamos por sus entradas triunfales! ¡Demostraron a la perfección su talento y su personalidad! De parte de Hogwarts, también nos gustaría dedicarles una pequeña pieza musical ―anunció Dumbledore con alegría, moviéndose de su podio y trasladándose al frente―. ¡Hogwarts entretengamos a nuestros invitados de la mejor manera que conocemos! ¡Maestro!

Todos los alumnos de Hogwarts se levantaron. El profesor de barba gris hizo aparecer un letrero mágico en medio de la sala y con su varita conjuró la letra y empezaron a cantar fuerte:

«Hogwarts, Hogwarts, Hoggy Warty Hogwarts
enséñanos algo, por favor.
Aunque seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas
con algunas materias interesantes...»

Agatha escuchaba la canción, en shock. Miraba a su alrededor con una ceja enarcada, creyendo que estaban bromeando. Viktor también le lanzó una mirada incómoda y confundida.

La risa amenazaba con brotar de ella con intensidad, creía que era una broma, pero los británicos la cantaban con alegría. Todos los Durmstrang y los Beauxbatons intercambiaban miradas estupefactas. Beauxbatons había demostrado delicadeza y postura, Durmstrang había demostrado fuerza y destreza. ¿Ese era el talento de la supuesta mejor escuela del mundo mágico?

―No te vayas a reír, Aggie ―la amenazó Viktor en voz baja―, es en serio.

― ¿Estás escuchando lo mismo que yo, Vitya? ¿Cómo no quieres que me ría?

Observó al pelirrojo sacudir las manos en el aire, con risas divertidas compartidas con su gemelo. Agatha no podía aguantar la risa, se tuvo que poner una mano en la boca. Era muy ridículo.

«Porque ahora están vacías y llenas de aire,
pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,
haz que recordemos lo que olvidamos,
hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman»

Cuando terminaron, se escucharon aplausos incómodos dispersos.

—El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora los invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvieran en su casa!

La mesa que tenían enfrente se abasteció de comida. El estómago de Agatha rugía del hambre y no tardó en rebosar su plato de comida, se sirvió de todo menos de una pasta grisácea con una textura similar a la brea.

― ¿Qué diablos es eso? ―Jasper, otro alumno, expresó su desagrado por la pasta.

Anton, por otro lado, se sirvió una gran cucharada del platillo alienígena.

Agatha rápidamente reparó en conversaciones amenas con algunos estudiantes de Hogwarts quienes le contaron que eran de Slytherin, Hogwarts aparentemente los dividían en casas dependiendo de sus características. Muchos le regalaban cumplidos por su habilidad para jugar Quidditch, Agatha sonreía y agradecía con educación. No todos eran tan arrogantes como el rubio platinado que descubrió que se llamaba Draco Malfoy gracias a las quinientas veces que lo traía a colación.

―Ag, ¿qué hace Ludo Bagman aquí? ―Aleksandr le dio un leve codazo en las costillas y señaló con el tenedor la mesa de los profesores.

―Ni idea, ¡ah, mira! También está Crouch. Supongo que no querían perderse la inauguración. Espera que Isak se dé cuenta, lo obligará a pagarle el dinero ―dijo bebiendo un poco de agua.

Llegaron los postres y Agatha sin pudor se sirvió un generoso trozo de pastel de chocolate. Los platos de oro quedaron relucientes y Dumbledore volvió a levantarse.

—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre...

— ¿Un cofre? —murmuró Agatha, emocionada por ver lo que venía.

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