𝟑𝟗 ━ Defender el honor de una hermana.
╔═══━━━━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━━━━═══╗
DEFENDER EL HONOR DE UNA HERMANA
╚═══━━━━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━━━━═══╝
Dos búlgaros entran en una habitación donde no deberían ni pensar en entrar.
Si la dueña de dicha habitación se enterara de que están ahí sin ella las consecuencias serían muy malas. Pero Viktor y Aleksandr intentaban convencerse a sí mismos de que si Agatha supiera la razón por la que están allí lo entendería, eso se obligaban a creer para no pensar en las represalias. A pesar de que Agatha ya estaba muy lejos de allí, culminando la última vuelta de su año escolar, se movían con cautela y estaban híper conscientes de su entorno por si se abría una trampa del piso y se los tragaba.
— ¿Y toda esta mierda? ―preguntó Aleksandr levantando un par de discos de vinilo y juzgándolos con el rostro arrugado.
— Haz silencio y deja todo donde lo encontraste. Agatha se da cuenta de casi todo, si cuando vuelva consigue un solo cabello ajeno en la alfombra, todo se va al caño. Concéntrate en encontrar lo que venimos a buscar.
Aleksandr cumplió, pero no estaba seguro de que encontrarían algo de utilidad.
Para hacer un recuento, habían pasado un par de cosas desde las festividades navideñas. Una de ellas era que Svetlana y Viktor habían conversado. Una noche en Moscú en la sala de música de la casa de Zhanna Kuznetzova después de que todos se fueran a dormir y después de asegurarse de que Agatha estaba bien perdida en el palacio de los sueños.
La madera quemándose en la chimenea emitía un perturbador sonido chisporroteante y el viento furioso, hijo de la tormenta de nieve de afuera, silbaba muy agudo y se colaba a la casa por los bordes de las ventanas cerradas, poniéndole lo pelos de punta a Viktor que, a diferencia de su hermana, no era tan habilidoso para soportar un invierno ruso tan cruel. Apenas se iluminaban por unos candelabros de mesa y sostenían en sus manos tazas de vidrio llenas de chocolate caliente y ron. La reunión se había llevado a cabo a petición de Sveta; ella, conociendo a Agatha, estaba segura de que ya le había dicho a Viktor.
Él se sentó de espaldas en el taburete del piano cerca del fuego, mirando a una Sveta atribulada y con los brazos cruzados sobre su pecho. Tenían largos minutos conversando en susurros inquietos y tempestuosos.
―Necesitamos hacer algo al respecto ―sentenció la rubia con firmeza. Se mordió el labio inferior, en su cara se notaba el descontento―. Estamos de acuerdo que hay algo más ¿no?
―Obviamente. Agatha no tiene reputación de buena mentirosa, por lo que su manera de mentir por defecto es...
―Ocultar toda la información posible ―dijeron ambos al mismo tiempo. Svetlana soltó un suspiro.
―Lo peor es que no sabemos con certeza nada de nada. No podemos simplemente entrar en Hogwarts para enfrentar a Fred sin estar seguros de que le hizo algo malo a Agatha.
―Sí podríamos, pero no sería lo ideal ―contempló Viktor. Se levantó del taburete y delimitó un círculo caminando por la habitación con los brazos detrás del cuerpo―. Fred tuvo que haber hecho algo que Agatha no podría perdonar. Tú los viste también en el cumpleaños de Ag. No puedo creer que ella se haya aburrido de él o que la distancia los haya quebrantado.
―Agatha no nos lo dirá ―afirmó la mayor. Viktor bufó descontento sabiendo que tenía razón. Hubo un momento de silencio, hasta que la bombilla dentro de la cabeza de Svetlana se encendió, presentándole una idea factible―. Hay una manera de saberlo. Sin tener que preguntárselo.
Los ojos marrones de Viktor enfrentaron a los de su prima con interés y suspicacia.
― ¿Qué tan molesta estaría Agatha si se enterara? ―preguntó de una vez Viktor para empezar a pensar en las consecuencias.
―Indescriptiblemente furiosa. Por eso tenemos que tener cuidado y no se va enterar ―respondió Svetlana.
Viktor no estaba persuadido. No sabía si su sed de desagravio sería justificación suficiente para soportar la fuerza completa de la ira de su hermana menor al saber que ellos se habían entrometido en sus cosas. Svetlana vislumbró la vacilación en el rostro de Viktor.
―Vik, si fuéramos tú o yo, Agatha haría lo mismo. Ella lo haría sin preguntar, debemos hacer lo mismo por ella ―opinó Svetlana teniendo toda la razón.
―Dime qué hacer ―susurró Viktor, tenaz y decidido.
Agatha ya lo había sacado de demasiados aprietos amorosos, ella lo defendía siempre y sí, Agatha tendría esa misma sed de desquitarse para poner en orden la balanza.
Valdría la pena. Hacer que su hermana estuviera feliz siempre valdría la pena.
―Vamos a empezar sacándole todo el jugo al estrellario de mi tía Natasha ―informó la rubia, poniéndose recta y ostentando la primera fase de su plan.
Otra de las cosas que había sucedido fue que Agatha puso las cartas sobre la mesa con Vasily. No planeaba hacerlo, pero Vasily estaba esperando paciente que ella volviera de Rusia para conversar de nuevo sobre si podrían retomar su noviazgo. Sin embargo, volver con Vasily resultaba imposible para Agatha. Después de lo que Vera le había confesado, veía la relación irremediablemente rota y tenía que decírselo.
Un par de días antes de tener que irse al colegio por última vez se dieron las condiciones para el punto de quiebre. Después de terminar uno de los entrenamientos más rigurosos diseñados por el entrenador, el equipo y Agatha volvieron desanimados y cabizbajos a los vestidores. Tenían todo el cuerpo adolorido y estaban irritables porque había nevado durante el entrenamiento lo que hizo que cometieran más errores de los previstos y recibieran más reprimendas. Las quaffles se les escurrían a los cazadores y los golpeadores habían dejado caer los bates en algunas oportunidades. Por no mencionar que la nevada entorpecía el trabajo de Viktor de localizar la snitch.
Cuando todos se proponían marcharse a casa, intercambiaban maldiciones y quejas sobre el terreno y sobre las condiciones climáticas en los pasillos de salida. Viktor se paraba junto a su hermana mientras escuchaban a Lev decir que no conduciría ese día porque sabía que iba a derrapar en el asfalto. Nadie notó al indeciso capitán hasta que habló con suavidad y sin interrumpir la animada conversa.
―Ag, ¿puedo hablar un momento contigo? ―preguntó.
El muchacho se ganó una corta mirada de parte de los demás jugadores. Agatha no respondió, asintió una vez y siguió a Dimitrov hacia un área cercana y vacía, el salón de la fama y exposición de trofeos. Se trataba de una habitación larga donde se exponían en las paredes las fotografías de los jugadores búlgaros de antaño junto a sus implementos y un montón de relucientes trofeos de metales preciosos encapsulados en vitrinas infinitas. Ella se preparó para ser la primera en hablar con las manos dentro de los bolsillos frontales de su suéter de Bulgaria y una actitud defensiva, pero Vasily se le adelantó.
―Quería hablar contigo sobre lo que conversamos antes de que te fueras a Rusia. No sé si es el momento indicado o no, pero te irás a Durmstrang en dos días. Me gustaría que habláramos ahora ―planteó Vasily con una sonrisa a medias.
―Necesito que me digas algo.
―Lo que quieras.
―Es una pregunta de sí o no. Dime la verdad ―dijo Agatha y Vasily asintió rápidamente, ateniéndose obediente a las condiciones―. ¿Te acostaste con Vera?
El ambiente alrededor de ellos captó la trayectoria de aquella charla, se puso más frío de repente. Más tenso.
La expresión de Dimitrov cambió brutalmente, la sonrisa cayó de su rostro y se puso lívido, corroborándole la historia de Vera a Agatha sin tener que decir nada. La chica sintió como su estómago se hundía porque a pesar de haberse preparado mentalmente para la afirmativa, no pudo evitar aturdirse y sentirse aguijoneada.
―Agatha, yo... ―empezó Vasily. Desesperado, intentó alcanzarla para tocarla, pero ella dio un violento paso hacia atrás. Puso ambas manos frente al cazador para detenerlo.
―No quiero ninguna explicación, es una pregunta de sí o no ―repitió tranquila, pero con los labios fruncidos.
―Sí.
―Joder, Vas ―un largo suspiro dejó a la muchacha, un suspiro de absoluta decepción. Se cubrió el rostro con las manos y se restregó los ojos. A una gran parte de ella le hubiese gustado que hubiese dicho que no.
―Escúchame, por favor ―suplicó él con voz temblorosa―. Fue una equivocación y lo peor que pude haber hecho, pero habíamos terminado una semana antes y no nos hablábamos. Me dijiste que era un hijo de puta y que no querías verme más. Habíamos terminado.
La excusa de Vasily era tan patética como podía ser. Su defensa se desmoronaba frente a él y nada de lo que dijera podría remediar el aprieto en el que se había metido.
Agatha pensó en el fin de su relación, había sido la peor discusión que habían tenido jamás. Se habían dicho cosas hirientes que ninguno de los dos sentía y Agatha lo había dejado allí con las palabras en la boca porque no iba a tolerar que la tratara mal. Hubo momentos luego de aquello en los que se arrepintió de haber dejado las cosas así y de sus insultos. Muchos momentos en donde ella se cuestionaba su propia decisión porque extrañaba estar con Vasily.
―Hay cosas en mi mente que se me escapan, Vas. ―masculló Agatha con una voz pausada y agridulce―. Pero hay algo que recuerdo muy bien, te recuerdo aparecer en el porche de casa una semana después de que rechazara tu propuesta pidiendo una segunda oportunidad. ¿Ya te habías acostado con Vera entonces?
Agatha chasqueó la lengua y se peinó el cabello suelto con la mano. Vasily estaba callado, sofocado en desesperación, buscando un salvavidas que lo salvara de ahogarse en ese mar de desastres. Para él había sido un error que no volvería a ocurrir. Un error del que no hablaría jamás. Un error del que Agatha nunca se enteraría y que nunca le haría daño. Ya era demasiado tarde para ello. Demasiado tarde para todo.
―Me pediste que me casara contigo de nuevo ―se indignó Agatha, asqueada―. Me dijiste que me amabas y que arreglaríamos cualquier cosa que tuviéramos en frente. ¿Ya te habías acostado con Vera? ¡Dios! ¿Era la culpa que te carcomía que hacía que dijeras eso?
―Te pedí matrimonio porque te amo.
Vasily intentó arrodillarse frente a Agatha para mostrarse vulnerable porque no sabía qué más hacer para que ella no se fuera para siempre. Agatha impidió que se arrodillara empujándolo con los dos brazos.
―No. ―terció Agatha rehusándose a dejarse manipular―. ¡No puedes profesar amar a alguien e ir a acostarte con su prima! Eso no es amor.
― ¡Me acosté con ella porque era lo más parecido a ti! Estaba desesperado y dolido y no sabía qué más hacer. No entiendes cómo me sentía. Yo no la busqué, ella simplemente apareció y yo no quería que pasara nada, pero pasó y me arrepiento y si pudiera retractarme lo haría.
― ¿Y qué esperas que haga yo con eso? ―se burló Agatha, una risita sarcástica se le escapó de la garganta―. Y si nos casábamos, ¿Qué iba a pasar? ¿Después de cada pelea te irías a acostar con la primera que remotamente se pareciera a mí? ¿Sabes quién se parece más a mí que Vera? ¡Viktor! Si hubieras dormido con mi hermano esta mierda me dolería mucho menos y me sería más fácil perdonarte.
―No me acosté con ella cuando estábamos juntos, Ag ―rescató Vasily, intentando que Agatha viera lo positivo y que entendiera que el daño pudo haber sido peor.
― ¡Cómo si eso lo hiciera mejor! ¿Qué quieres que haga, Dimitrov? ¿Darte una medalla por tener la mínima decencia de no serme infiel? ¡Lo mínimo que podías hacer era esperar que tú y yo termináramos!
Vasily se levantó y tomó a Agatha entre sus brazos; no con brusquedad, pero lo suficientemente fuerte para asegurarse de que ella no se soltara tan fácilmente. Le puso una mano en la mejilla y suplicó una vez más. Agatha tuvo que batallar con el impulso de sacar su varita y usar la fuerza como primer recurso, la única razón de que no lo hiciera fue por la intensa tristeza que le producía aquella situación.
―Te amo ―juró Vasily―. Perdóname y prometo no fallar de nuevo. Podemos arreglar esto, Agatha. Haré lo que me pidas. Intentémoslo una última vez.
La búlgara fue compasiva con sus acciones, soltándose de Dimitrov con suavidad. Miró los ojos desesperados de Vasily, estaban llorosos y suplicantes. El magno capitán del equipo búlgaro convertido en una cría de dragón indefensa. Agatha hizo una mueca triste, no le gustaba verlo así, tampoco le gustaba ser la razón por la que él estuviera así; pero en ese momento no podía ver más allá de los hechos y ella también se sentía mal, traicionada e indignada. Muy en el fondo sabía que lo perdonaría en algún momento, pero no iba a ser de la manera que él lo deseaba y ciertamente no tan pronto.
―Ay, Vasko ―dijo Agatha, utilizando el sobrenombre cariñoso al que se refería a Dimitrov cuando eran novios. Por un milisegundo, Vasily creyó que tenía una oportunidad―. No creo que pueda dejar de quererte como mi amigo o como mi compañero de equipo porque eres importante para mí y me gusta pensar que, bien que mal, aprendimos de nuestra relación, pero no hay nada de futuro en nosotros.
―Agatha, por favor...
―Yo no quiero conformarme con esto, Vas. Merezco a alguien que me dé paz y que no pueda concebir estar con nadie más. Alguien que no me busque en otras personas porque entiende que no hay absolutamente nadie parecido a mí. Y no sé cuándo lo vaya a encontrar, pero estoy trabajando en mi paciencia y estoy dispuesta a esperar. Mientras tanto, estoy feliz conmigo misma y voy a seguir adelante. Y tú también deberías.
―No hay nadie como tú ―susurró Vasily arrastrando un tono roto.
―Lo sé, pero si tú en verdad entendieras eso, no te hubieses involucrado con Vera.
Ella volvió a alejarse, metió sus manos en los bolsillos de nuevo. Daba la charla como finalizada y estaba lista para irse a casa. Lista para dejar descansar en paz eso de una vez y para recibir lo siguiente que le deparara el universo.
― ¿Entonces esto es todo? ―preguntó Dimitrov, mirándola con sus penetrantes ojos verdes llenos de arrepentimiento―. ¿Así de fácil? ¿Te irás y ya?
―Sí ―indicó Agatha con autoridad―. Esto es todo.
Casi se escuchó el corazón del búlgaro romperse, provocándole un dolor físico, sintiéndose especialmente herido por el deseo firme de ella de terminar. Especialmente herido porque sabía que nadie más que él tenía la culpa.
―Estarás bien ―le aseguró Agatha como si escuchara sus pensamientos. Se acercó un segundo y le acarició el rostro con la mano, sintiendo su barba puntiaguda. Sonriendo lastimera, le dio un par de cachetadas suaves―. Nos vemos en abril.
Vasily no pudo retenerla y se limitó a dejarse caer en el piso con la espalda contra la vitrina de trofeos al mismo tiempo que ella abandonaba el recinto sin siquiera volverse a mirarlo. Vasily Dimitrov supo que la vida le iba a reprochar para siempre el error colosal que había cometido.
Viktor vio salir a su hermana pensativa y serena. Internamente estaba sorprendido de no haberla escuchado gritar, de no oír vidrios rotos o hechizos golpeando las paredes. Los ojos azules de su hermana le devolvieron una mirada despreocupada y le regaló una sonrisa suave. Lo único que podía percibir Viktor en la actitud de su hermana era alivio.
―Esperaba algo peor ―confesó él cuando Agatha llegó hasta donde estaba―. ¿Destrozaste el salón de trofeos?
―No. Lo único que rompí fue el corazón de Vasily, otra vez ―le sonrió Agatha y se encogió de hombros para colgarse su bolso deportivo.
Lo siguiente que sucedió fue que un día antes de irse, Agatha le contó a Aleksandr su versión censurada de lo que había pasado con Fred; e inmediatamente (a escondidas de ella, por supuesto) Viktor lo puso al día del plan ingeniado por Svetlana. Sokolov creyó que se había perdido demasiadas cosas estando en Francia y estaba tan desconcertado por las noticias que le estaban dando que no dudó un segundo en ayudar.
Para marzo, el plan marchaba bien y estaban listos para el siguiente paso. Viktor convocó a Aleksandr a encontrarse en el estadio después de un juego para reunirse para la siguiente fase del plan.
El mayor de los hermanos Sokolov estaba acostumbrado a entrar al estadio como si él fuera el dueño. Trataba de maravilla al personal que trabajaba allí y nadie se extrañaba de su presencia; casi todos lo conocían porque seguido lo encontrabas allí con los hermanos Krum. Ese día entró de nuevo como si nada, metiéndose a los vestidores con libertad para buscar a Viktor cuando una voz gruesa lo llamó:
―No puedes estar aquí, Sokolov. Este espacio es sólo para jugadores.
Aleksandr buscó el origen de aquella voz y miró con incredulidad a Vasily Dimitrov, como si no pudiera creer la osadía que tenía el muchacho para dirigirse a él.
― ¿Estás hablándome a mí? Ah, no, Dimitrov. Tú no vas a venir a decirme qué hacer ―le advirtió Aleksandr con mala cara―. Déjame decirte algo, desde antes la verdad es que no me caías muy bien. Era como si pudiera ver a través de ti, logré soportarte por Ag, pero me has dejado estupefacto, no esperaba que fueras tan poco hombre como para hacer lo que hiciste.
―Como capitán, voy a pedirte que te marches ―respondió Vasily sin retroceder y sin darle una respuesta directa a lo que decía el rubio.
―Ay, sí, «como capitán» ―se burló Aleksandr haciendo comillas en el aire con los dedos―. No te pongas cómodo en esa posición, pastelito, es cuestión de tiempo para que Viktor te la gane.
―Alek, vamos ―pronunció Viktor por encima de las voces cuando salió, ya sin su túnica deportiva, advirtiendo las conductas hostiles de sus dos amigos.
―Hazle caso a Viktor ―recomendó Vasily, llegando a su límite de paciencia.
Antes de que Aleksandr tomara eso como irrespeto, Viktor se puso entre ambos muchachos alejando a Aleksandr con un empujón para tranquilizarlo. Le dijo unas palabras que tenían como objetivo apaciguar, lográndolo apenas. El rubio tomó aire.
―Eres patético, hasta me das tristeza ―rugió Aleksandr, usando sus palabras como arma―. Hay tres millones de mujeres en Bulgaria y tú decidiste acostarte con la única que sólo quería acostarse contigo para herir a la chica que dices amar. No voy a decirte que eres un estúpido porque ya eso es más que obvio.
― Guarda silencio. Tú no sabes nada. ¿Quieres arreglar esto como te gusta, Sokolov? ¿A los puños? Porque podemos hacerlo ―espetó Vasily al ser recordado de la herida fresca en su pecho que aún dolía.
―Mira, voy a ser la mejor persona aquí. No te voy a partir la cara ahora mismo, pastelito, porque este estadio ya me dio dos advertencia de mala conducta y a la tercera me vetan; y, a diferencia de ti, quiero demasiado a Agatha como para dejar que eso pase y dejar de venir a apoyarla a ella y a Viktor. Pero te juro que si te veo en otro lugar no tendrás tanta suerte.
Aleksandr le hizo un gesto obsceno a Dimitrov que empezaba como si le lanzara un beso y terminaba sacándole el dedo medio, se arregló la chaqueta y salió por la puerta seguido de Viktor.
―Tenía razón sobre él ―le dijo a Viktor cuando caminaban hacia la chimenea de red flu para abandonar el estadio―. ¿Cuántas veces te lo dije, Vik?
―Vale, ya ―rezongó Viktor―. Si yo me aguanté la ganas de pegarle, tú también. Guarda tu energía para Fred.
―Es que es imbécil. Digo, si te vas a acostar con alguna de sus primas para vengarte con Agatha, acuéstate con la buena, con Svetlana. ¿No? No con el engendro del mal ―argumentó Aleksandr metiéndose dentro de la chimenea.
Viktor casi se ríe del comentario del rubio al mismo tiempo que eran engullidos por llamaradas verdes.
Todo esto nos llevaba a la fase intermedia del plan y a los dos jóvenes dentro de la habitación de Agatha. La misión: encontrar algo que constituyera un nexo entre Agatha y Fred. Svetlana los esperaba en el solario de la casa preparando el hechizo y sólo faltaba ese objeto para poder llevarlo a cabo. Los dos búlgaros estaban haciendo su mayor esfuerzo para encontrar algo que sirviera.
― ¿Y esto? ―preguntó Viktor mostrándole a Aleksandr el mazo de cartas favorito de Agatha.
―Agatha no se llevó eso cuando fuimos a Hogwarts, dijo que le faltaban unas cartas ―respondió Aleksandr acostado en la alfombra, levantando la cabeza un momento para mirar a Viktor.
― ¿Y si Agatha se llevó todo a Durmstrang? ―se preocupó el castaño, metiendo la mano y sacando objeto tras objeto de un cajón.
―No seas tan positivo, Viky ―le respondió Aleksandr siendo sarcástico―. Algo tiene que haber.
Él también estaba preocupado, pero hubo un atisbo de esperanza cuando vislumbró algo envuelto en un retazo de tela y atascado en el final de la alfombra debajo de la cama de Agatha. Estiró su musculoso brazo para alcanzarlo y cuando no pudo hacerlo, enarboló su varita de ébano y conjuró un hechizo convocador. Se sentó de espaldas al pie de la cama para abrir el objeto misterioso. Dentro de la tela de lienzo había un diario de cubierta escarlata, aunque estaba casi lleno aún había páginas en blanco. Aleksandr empezó a hojear el diario y sus ojos verdosos se abrieron con realización.
― ¡Esto es! Eureka, mi amor ―celebró Aleksandr, se paró como un resorte y agitó con alegría el diario en el aire.
― ¿Sí? ¿Qué es? ―preguntó agitado Viktor.
Se acercó con tanta prisa y sobresalto hacia su amigo para ver lo que sostenía que en el proceso se tropezó con sus propios pies y dejó caer un pedazo de peridoto en bruto que Agatha tenía encima de una de sus repisas. El cristal verde brillante cayó al suelo fragmentándose. Los chicos intercambiaron miradas de espanto.
― ¿No que dejáramos todo en su sitio? ―lo regañó Aleksandr empujando con su pie los fragmentos de peridoto para que se pusieran todos en un montoncito.
―Ya lo arreglo ―se apresuró Viktor y buscó su varita para lanzar el conjuro reparador. El cristal se rearmó en el suelo, volviendo a estar en una sola pieza y lo devolvió a su sitio―. Listo, nadie se va a dar cuenta.
―Agatha se va a dar cuenta.
―No importa, eso es un problema para mi yo de mañana. Muéstrame.
Aleksandr le tendió el diario y se lo mostró a Viktor.
―Un registro de sueños. Ag tiene una caja con miles ―Viktor se lo devolvió desilusionado sin encontrarle nada extraordinario al cuaderno.
―No, mira. ―insistió Aleksandr.
Se acercó a Viktor y abrió la primera página para mostrarle el nombre de Fred en la esquina del pergamino. Viktor se encogió de hombros alegando que eso no significaba nada.
―No, pero mira. En las páginas, después de los sueños, tiene notas para otra persona ―exclamó Aleksandr para explicarse, pasó las páginas y encontró uno―. ¡Aquí! «Este sueño me dio miedo. Aunque luego, cuando lo pensé después de haberme despertado, pareció el tipo de cosas que te darían risa.» Aquí hay otro: «He estado soñando mucho con el baile de navidad, ¿crees que sea porque te extraño?» No son para ella misma porque los escribió en inglés. Ella me preguntó algo sobre crear un vínculo entre dos páginas de papel, creo que lo hizo para Fred. Si mi belleza no opaca mi inteligencia, creo que Agatha unió este diario con otro para él. Para que él pudiera leer esto.
― ¿Tú crees? ―Aleksandr se encogió de hombros e hizo un ademán con la cabeza―. De acuerdo, entonces tiene que servir.
Se reunieron con Svetlana en el solario. La noche empezaba a caer en Sofía y los copos de nieve se acumulaban en el techo de cristal de la habitación. Junto a Svetlana estaba Natalya Krum. Las dos mujeres rusas se volvieron al escucharlos entrar.
― ¿Encontraron algo? ―preguntó Svetlana mostrándose optimista.
―Si es lo que creo que es, entonces sí y es perfecto ―presumió Aleksandr, sonriéndole ampliamente a la rusa y guiñándole el ojo.
―Los felicito, hay que hacer esto ya.
―Yo no me quedaré ―anunció Natalya hacia los jóvenes―. Agafya ya alega que me entrometo mucho. Resuélvanlo ustedes. Sveta, cuida el estrellario.
Svetlana hizo un asentimiento con la cabeza. Natalya Krum se moría de curiosidad por saber lo que estaba sucediendo, pero tenía un presentimiento que le insistía que tenía que aguantarse dicha curiosidad porque era algo que Viktor, Svetlana y Aleksandr tenían que resolver juntos. La matriarca de los Krum abandonó la habitación con pasos elegantes. Aleksandr le alargó el diario a la rubia. Svetlana lo tomó en sus manos sin abrirlo ni tocarlo mucho y lo dejó en la mesa.
―No hay que tocarlo mucho para que el vínculo esté lo más limpio posible ―les dijo Kuznetzova antes de que preguntaran.
Los chicos no se habían dado cuenta de las cosas encima de la mesa sino hasta que Svetlana dejó el diario encima. Un par de plantas mágicas, cuyas flores y tierra poseían luminiscencia, descansaban encima de un charco de agua que había adquirido la misma luz azulada de las plantas. El estrellario de Agatha se ubicaba en el centro de ellas, cerrado y reaccionando a las plantas a su lado, como si su presencia hiciera que quisiera abrirse solo.
Svetlana estaba nerviosa, nunca había intentado realizar tal tipo de hechizo y existía una duda en su interior sobre si sus habilidades se quedarían cortas ante tal hazaña. Pero su motivación más grande era devolverle a Agatha esa alegría desbordante que ella vio en su cumpleaños.
Svetlana creía en el amor, sabía lo que era y sabía reconocerlo. Lo que Agatha sentía por Fred era amor y lo más bonito de todo era que Fred reciprocaba ese amor. Y no podía dormir sin saber por qué estaban separados.
―Ok, ¿y si no sirve? ¿Cuál es el plan de respaldo? ―preguntó Aleksandr, quien también estaba inquieto.
―Va a servir ―aseguró Viktor mirando a Svetlana e infundiéndole toda la seguridad que necesitaba―. Sí va a servir, Sveta.
―Sí va a servir ―repitió Svetlana y miró a los dos chicos respectivamente, uno a cada lado de ella.
El hechizo que pretendía hacer era algo invasivo, por decir lo menos. Era una forma muy violenta de obtener información y llegaba a los límites de la magia blanca rozando en magia gris. El hechizo se metía entre recuerdos, sentimientos y pensamientos de las personas involucradas y se las mostraba a terceros. Svetlana tenía planificado mantener a raya esta información para no exponer todo sobre Agatha y Fred, ella suponía que a ninguno de los dos les parecería gracioso que se enteraran de todo. Eso era de ellos solamente y de por sí era bastante descortés practicar ese hechizo. Pero prevalecían las mejores intenciones para lograr que esa situación se resolviera de la mejor manera para todos.
Svetlana sacó su varita del bolsillo de su túnica y se preparó. Inspiró profundamente sintiendo el aire inflar sus pulmones y cerró los ojos. Con la mano en la que sostenía la varita empezó a realizar un intrincado movimiento en el aire, delineando una poderosa y confusa forma.
Una luz amoratada salió de su varita de álamo. Mientras iba saliendo, se extendía como niebla alrededor de ellos y transformando la luz azulada de las plantas en luz violácea. La voz dulce de Svetlana se convirtió en un murmullo mientras conjuraba sin detenerse, tendría que seguir hasta que estuviera completo.
Se fue completando poco a poco y de la nada, sorprendiendo a Viktor y Aleksandr, el estrellario se abrió de golpe y el diario también, haciendo que las páginas se movieran y pasaran sin control. La luz que irradiaba el estrellario era mucho más intensa que de costumbre y llenaba todas las paredes y se reflejaba en el techo de cristal, tan intensa que Svetlana la podía ver a través de sus párpados cerrados. La luz fue metamorfoseando hasta convertirse en una tinta azul lavanda. Las estrellas del estrellario parecieron salirse de éste y caer en el charco de agua, que sin darse cuenta lucía como si hubiese aumentado en cantidad y la luz se reflejó en el agua dando el hechizo como terminado.
― ¿Sirvió? ―Viktor rompió el silencio con su pregunta.
―Solo hay una manera de saberlo ―dijo Svetlana. Se inclinó hacia el agua y añadió: ―. 3 de agosto de 1995. 11:56 pm. Perspectiva de Agatha.
El agua satisfizo la petición y, como una película de los nemagicheski, en la superficie del agua se empezó a reproducir una memoria. Se situaban en el jardín babilónico de los Krum, en la fiesta de Agatha. La última estaba enseñándole a Fred a disparar la ballesta. El pelirrojo estaba frente a ella y no podía aguantar la risa.
«―Sostenla bien ―le ordenó la voz de Agatha. Fred se negaba a ponerse serio―. Estoy hablando en serio, no te invitaré de nuevo si atraviesas a alguien con una flecha, Fred.
―O estás trastornada o me tienes demasiada confianza como para ponerme eso en las manos ―se burló el pelirrojo.
―Estoy cambiando de opinión ―lo amenazó ella con una risita―, a lo mejor te da miedo avergonzarte de tu puntería. ¡Qué cobarde!
― ¿A quién le dices cobarde? ―se indignó Fred y le robó un beso en la mejilla a la búlgara para disparar la ballesta al aire, fallando el objetivo por mucho― Tengo que practicar.
―Te lo dije, no eres tan bueno como yo ―presumió Agatha.
―Entonces enséñame, Aggie ―Fred la miró con una sonrisa de lado y entonces ambos se rieron en armonía y Agatha volvió al intento de enseñarle.»
Svetlana detuvo el recuerdo, arrastrando sus dedos por la superficie del agua, ésta volvió a su luz azul lila.
―Sabe coquetear, le voy a conceder eso ―dijo Aleksandr con los brazos cruzados.
—Ella dejó que la llamara «Aggie»...—dijo Viktor, sorprendido.
―Esto no es lo que queremos ver ―dijo Svetlana―. Muéstrame la despedida de Fred.
El charco volvió a obedecer. De nuevo mostró sobre su superficie una escena diferente. Ahora estaban en la habitación de Agatha dentro del barco de Durmstrang.
«―Llévame contigo ―insistió con una sonrisa. Agatha negó con la cabeza―. ¿Por qué no? Prometo que me voy a portar bien.
―Hace mucho frío en Durmstrang. ―argumentó ella con voz dulce―. No te gustaría.
―Claro que me gustaría, me gustaría porque estaría contigo ―Fred se acercó a la chica y la envolvió con los brazos.
―Durmstrang no es para ti, Fred. ―aseguró ella. Su mano se elevó y le acarició el labio con el dedo pulgar, Fred se lo mordió y ella lo retiró, respondiéndole con un golpecito ―. Tú tienes que estar aquí.
―Dime la verdad, Aggie. Sólo quieres deshacerte de mí, ¿verdad?
―No digas eso. Nunca querría deshacerme de ti.»
El corazoncito blando de Svetlana Kuznetzova se encogía a medida que avanzaba el recuerdo. Tuvo que volver a interrumpirlo.
―Eso tampoco era ―cuando pronunció eso, le tembló la voz.
―Déjame intentarlo a mí ―le dijo Aleksandr, poniéndole la mano con delicadeza en el hombro. Se inclinó al agua y dijo: ― 30 de octubre 1995. Um, 7:15 p.m.
La imagen cambió. Ahora veían como ella redactaba una carta.
«Fred,
¡ESTOY FURIOSA! NO PUEDO PLASMAR EN PALABRAS LO QUE SIENTO EN ESTE MOMENTO. ¿¡PROHIBICIÓN DE POR VIDA DE JUGAR QUIDDITCH?! ¿EN QUÉ CLASE DE DICTADURA ESTÁS VIVIENDO?
Estoy temblando de la ira, me niego a creer que hayan puesto a tal mujer a cargo de un colegio tan respetable como Hogwarts.
¡Y EL TEÑIDO DE MALFOY! ¡MALNACIDO! ¡Meterse con tu madre! Te prometo que yo me haré cargo de terminar lo que George empezó. Felicítalo de mi parte, yo hubiese hecho lo mismo. Y sé que tú también si las chicas no te hubiesen sostenido.
Por Baba Yaga, Freddie. No puedo ni imaginar lo que sientes. Sé lo mucho que significaba jugar en Hogwarts para ti y George. ¡Y Harry! Pobrecito Harry.
Me siento muy mal por ustedes y me pone muy triste saber que sus bates se quedarán sin uso. Créeme no hay nada que quisiera más que ir a verte y estar contigo. Pero por ahora, por favor, intenta no buscar más problemas. Sólo se puede esperar lo peor de esa harpía.
PD: Fuera del tema, pero el hecho de que se necesitaron tres personas para sostenerte me pareció increíblemente sexy.)
Indignadísima y triste,
Aggie»
Aleksandr pasó la mano por el agua y detuvo el recuerdo.
―Tenemos que ser específicos ―recordó Viktor, se puso a pensar, no podían malgastar el poco tiempo que duraba el hechizo―. En diciembre dijo que tenían un mes de haber terminado.
― ¡Somos tontos! ¡El registro de sueños, muchachos! Agatha dejó de llenarlo, me imagino que el mismo día que botó a Fred ―teorizó Aleksandr, sorprendiéndose a sí mismo de su sagacidad. Estaba teniendo una buena racha ese día.
Svetlana movió su varita y pasó las páginas del registro del sueño hasta dar con la última entrada. Marcaba 25 de noviembre.
―Vale, pues vamos a seguir ese instinto ―dijo Svetlana y pidió a la magia por cuarta vez―. 25 de noviembre de 1995. 12:00 pm. Perspectiva de Agatha.
Ese trío fue concedido con buena suerte porque el recuerdo que se mostró fue justo el que necesitaban ver. Esa fatídica clase de nigromancia. Esa visión falsa implantada por Nerida Vulchanova en un intento de que Agatha se concentrara en lo que ella consideraba más importante. En un torpe intento de proteger a Agatha de lo que ella misma había sufrido al entregar su corazón a un hombre que la asesinó.
El hechizo sabía que dicha visión estaba manipulada, por lo que cuando la mostró hacia Aleksandr, Viktor y Svetlana, el agua parecía turbia y la luz mermaba. Las memorias adulteradas no se transmitían bien.
― ¡ESE MALDITO! ―ladró Viktor con los puños cerrados y furiosos.
― ¿Por qué se ve así? ―preguntó Svetlana mirando la visión con repulsión.
― ¿A QUIÉN MIERDA LE IMPORTA? ―rabió esta vez Aleksandr. Su rostro esculpido se puso rojo de la ira―. ¡MIRA LO QUE ESTÁ HACIENDO, SVETA!
―Algo no está bien ―pronunció Svetlana, incrédula―. Fred no haría algo así.
―Sveta, mira bien lo que está haciendo ―Aleksandr la tomó de los brazos con suavidad y la obligó a mirar el recuerdo y luego a él―. No dejes que tu bondad nuble tu juicio. Nunca terminamos de saber de qué son capaces las personas.
Nadie había detenido la proyección por lo que siguió mostrándose hasta que un sonido los hizo prestarle atención: el llanto lento de Agatha que era el más horrible de los sonidos y que los hería a los tres por igual. La empatía de Svetlana se puso a flor de piel y sus propios ojos marrones se llenaron de lágrimas hasta que rompió a llorar, destrozada, cubriéndose la boca con la mano. Viktor golpeó su puño contra la mesa, salpicando toda el agua y el solario volvió a estar en silencio. Cuando Svetlana pudo calmarse de su llanto, levantó la cabeza con dureza y dijo con la voz ronca y decidida:
―Viajaremos lo más pronto posible a Hogwarts. Este niño no tiene idea de lo que ha hecho.
━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━
Tal y como sucedía en el mundo nemagicheski, los magos rusos consideraban a los magos británicos –o en todo caso, angloparlantes- como una versión poco realizada de ellos mismos. Para los magos rusos, Rusia era el epítome de lo que debería ser una sociedad mágica. Por lo que casi todos sentían un rechazo innato por los británicos y por los yanquis.
Svetlana Kuznetzova tenía el orgullo de decir que ella no sentía dicho rechazo, al contrario, a diferencia de sus abuelos y su tío Samuel, ella era muy abierta hacia los angloparlantes. Y cuando conoció a Fred, en el cumpleaños de Agatha, empezó a dudar de la veracidad de las creencias nacionalistas rusas. Todo esto estaba cambiando dentro de ella. Su corazón bondadoso estaba nublado y tormentoso, porque ahora, cada vez que pensaba en Fred, recordaba el llano de Agatha y eso la ponía triste, pero sobre todas las cosas, airada. Tenía que ser inclemente con la persona que había hecho eso, tenía que darle una soberana lección rusa.
Estaba a punto de empezar la primavera en el Reino Unido cuando los tres magos eslavos aparecieron en la villa cerca de Hogwarts. Hogsmeade no estaba tan transitada ese sábado cualquiera de la mitad de marzo, eran pocos los magos y brujas que se encontraban allí realizando compras y llevando a cabo sus actividades laborales cotidianas.
Ni Svetlana, ni Viktor, ni Aleksandr lucían como ellos mismos. Habían modificado su apariencia con conjuros y era imposible decir que eran ellos. Nadie obviaría el hecho de que Viktor Krum acababa de aparecer en ese lugar.
Ya contaban con una estratagema, ya sabían que tenían que cuidarse de Umbridge (gracias a las cartas larguísimas de Hermione) y ya sabían precisamente por donde entrar (gracias a que George había compartido con Aleksandr el pasadizo secreto dentro de Honeydukes).
Entraron a la tienda y cubriéndose las espaldas, pudieron escabullirse en el depósito, abriendo la trampilla que empezaba como un túnel oscuro de tierra hasta dar con un conjunto de escaleras ascendentes.
―Daré el primer golpe ―estableció Aleksandr cuando ya estaban dentro del castillo, hablando muy bajito para no llamar la atención y pasar lo más desapercibidos posible.
―No. Yo lo daré ―contradijo Viktor con severidad.
―Agatha es como mi hermana y las peleas físicas son mi fuerte.
―Como tu hermana, «como» es la palabra clave. Agatha es mi hermana de verdad y tengo un deber sanguíneo con ella.
―A mí no importa quién sea el primero con tal que me dejen ser la última ―dijo entonces Svetlana, hablando más bajo que todos porque su acento ruso era muy pesado.
Armándose únicamente con los recuerdos que poseían de su estancia en Hogwarts, Alek y Viktor lideraron la marcha. Svetlana no tenía tiempo para detenerse a admirar las estructuras o los artilugios, en ese momento los tres estaban enfocados en distinguir un cabello pelirrojo y 1.95 de estatura. No fue difícil de conseguir.
Había un gemelo pelirrojo solo en una de las estructuras de la galería porticada, miraba a la distancia y lanzaba una pequeña pelota de tela que se devolvía sola. Los dos Balcanes y la rusa se detuvieron en seco y lo miraron sin acercarse. Ninguno de los tres era demasiado bueno para distinguir a los gemelos Weasley entre sí. Y George no se merecía lo que le tenían preparado a Fred.
―No sé si sea él ―dudó Sveta frunciendo el ceño para forzar la vista―. Solo he sabido diferenciarlos cuando está Agatha cerca porque siempre el que estaba más cercano a ella era Fred.
―Yo tampoco estoy seguro ―masculló Aleksandr y entonces miró a su lado y agarró del suéter a un niño de cuarto que iba caminando junto a ellos―. Oye, niño, ¿el de allá es Frred o Yiorrge?
― ¿Por qué hablas así, viejo? ―se burló el menor y ante la mirada severa de Aleksandr respondió a su pregunta: ―. Fred. Creo. George estaba haciendo escándalo en el comedor.
Aleksandr soltó al niño quien se fue inquieto y acomodándose el suéter estirado. Los tres caminaron a la par a la galería porticada y se pusieron frente a Fred Weasley. Svetlana en el centro y Viktor y Aleksandr a cada lado de ella. Ella, con su varita, detuvo la pelotita de tela y la hizo trizas.
― ¡Oi! ¿Qué te pasa? ―exclamó el pelirrojo poniéndose de pie y antes de que volviera a quejarse, Aleksandr le lanzó un hechizo aturdidor y Fred cayó de espaldas en el suelo.
―Rápido para que nadie nos vea ―los apuró Sveta y Aleksandr le hizo caso, con la ayuda de Viktor, levantaron del suelo a Fred y se apresuraron a meterlo en el salón desocupado más cercano.
Hicieron todo para que nadie se diera cuenta, incluyendo lanzar hechizos silenciadores y cerrar las puertas y las ventanas que daban al patio. No había sido coincidencia que eligieran un sábado para viajar, las probabilidades de que alguien necesitara ese salón eran nulas. Todo estaba bien planeado por Viktor, que no dejaba nada a la suerte.
―Despiértalo ―le pidió Svetlana a Viktor cuando terminó de asegurarse de haber hermetizado la habitación.
Cuando Fred Weasley abrió sus ojos, estaba más que confundido. No sabía por qué lo habían aturdido ni porque estaba en el salón de historia, pero esa confusión no se pudo comparar con la que tuvo cuando las tres personas frente a él dejaron caer sus disfraces y las pudo reconocer. Svetlana, Viktor y Aleksandr. Estuvo un momento feliz de verlos, pero cuando se dio cuenta de que tenía las manos y los pies atados con cuerda, supo que no venían en paz.
― ¿Qué clase de sadomasoquismo es este? ―preguntó Fred con tono de broma.
La sonrisa en su rostro desapareció al mismo tiempo que la mano de Svetlana impactaba su rostro, marcándole la mano completa en la mejilla derecha.
―Lo siento, muchachos. No pude evitarlo ―murmuró ella hacia Vik y Alek.
Fred Weasley gruñó adolorido, sintiendo como toda su cabeza ardía. Ya le habían dado cachetadas antes, pero ninguna nunca le había dolido tanto como esa.
―Y tienes los testículos de hacerte el gracioso ―bramó Viktor con molestia.
―Ya te darás una idea de que no estamos aquí para bromear o reírnos ―dijo Aleksandr con una sonrisa falsa en el rostro.
―Venimos por una cosa solamente, para defender el honor de nuestra hermana ―comunicó la rubia, la expresión austera en el rostro dulce de Svetlana se veía extraña.
Fred estaba atónito, estaban pasando demasiadas cosas al mismo tiempo como para poder comprenderlas todas. Lo estaban atacando sin razón aparente.
―No entiendo nada ―dijo al fin Fred pasando la mirada entre los tres―. ¿Por qué me tienen amarrado? ¿Podemos conversar civilizadamente?
― ¿Estás sordo, inglés? No vinimos a conversar, vinimos a defender a nuestra hermana ―repitió Aleksandr, soberbio.
― ¿Esto es porque Agatha y yo terminamos? ¿Creen que ella es la única que se siente mal? Pero ustedes no me ven a mi enviando a George y Ron a que la amarren y le den una paliza.
―Ni George ni Ron tendrían oportunidad contra Agatha ―refutó el rubio, y se empezó a tronar los nudillos desafiantes.
―Me das asco, inglés, pero sobre todas las cosas me das lástima. Me he topado con chicos como tú antes que se creen muy machos y juegan con los sentimientos de las personas sin consideración. Usándolas y desechándolas como si nada, pero con Agatha no lo vas a hacer ―continuó Svetlana, sosteniéndose la muñeca de la mano derecha con la mano izquierda para cohibirse a sí misma de volverle a dar otra cachetada.
― ¿De qué estás hablando, por Dios? ―se quejó Fred, sacudiéndose para zafarse de sus cadenas.
Svetlana le dio otra cachetada en la mejilla contraria. Fred ahogó un grito. Ella agitó su varita y lo silenció.
―Te abrimos la puerta de nuestra casa, te presentamos a nuestra familia y tú decidiste que todo eso te valía mierda ―reprochó Viktor, aborrecido―. Mi hermana consideró que eras de fiar y tú le demostraste lo contrario.
―Dios, la defraudaste tanto ―a Svetlana volvieron a darle ganas de llorar y tuvo que alejarse para esconder su ojos que amenazaban con llover.
Viktor reconfortó a la rubia, acariciando torpemente su hombro. Hubo una pausa hasta que Viktor habló.
―En Bulgaria hay unos dulces, se llaman trudno-sladkos ―empezó Viktor con aire pensativo. Él era más diplomático y prefería debatir antes que pelear, pero quería golpear a Fred muchísimo―. Su exterior es capaz de romperte los dientes y tienes que durar días lamiéndolo, pero cuando llegas al interior, es puro dulce de azúcar suave y pegajoso. Me gusta comparar a Aggie con los trudno-sladkos porque ella es así. Por fuera es muy dura y es propensa a romperte los dientes, pero es muy dulce y de buen corazón. Está chiquita y sé que le cuesta confiar porque le ha tocado conocer a personas muy horribles y me sorprendí cuando quiso confiar en ti.
» A Agatha no le impresiona el dinero, ni el poder, ni las conexiones. A Agatha le impresionan las personas amables, la humildad y la motivación positiva, por eso se fijó en ti. Me sangra el corazón por ella saber que se equivocó contigo. No creo que puedas comprender lo que perdiste.
―Esperemos que este par de costillas que te voy a romper te den una idea ―se inmiscuyó Aleksandr y se estiró para no tirarse un músculo cuando diera el primer golpe―. Antes de dejarte inválido de por vida, debo decirte que ojalá no hubiésemos llegado a estas alturas. Te consideré mi amigo por un tiempo y confiaba en que tenías buenas intenciones con Aggie, pero bueno, uno se tiene que equivocar en la vida.
Aleksandr le devolvió la voz a Fred, que parecía que había perdido las palabras.
― ¿Últimas palabras?
―No entiendo de lo que están acusándome.
―Mala elección de palabras. Esto me va a doler más a mí que a ti, metafóricamente hablando, claro, porque te va a doler muchísimo. No permitiré que tú vengas a hacer llorar a Agatha porque ella significa mucho para mí.
― ¡PARA MÍ TAMBIÉN! ―gritó Fred, sorprendiéndose con la intensidad de su voz y con las palabras que había pronunciado―. LA QUIERO DEMASIADO Y SE ME ESTÁ HACIENDO MUY DIFÍCIL ESTAR SIN ELLA. NO PUEDO SOPORTAR NO SABER CÓMO ESTÁ O NO PODER BESARLA.
―Y ENTONCES, ¿POR QUÉ CARAJOS DORMISTE CON OTRA? ―los tres eslavos devolvieron el grito al mismo tiempo.
Fred se quedó mudo, todo se complicaba más y más.
― ¿Qué? ¡Yo no dormí con nadie! ¿De qué están hablando? ―Fred abrió sus ojos pardos verdosos con preocupación.
― ¿No lo hiciste? ―masculló Svetlana.
― ¿Eso les dijo ella? Es mentira, yo no...yo no... ―Fred no pudo continuar la oración. ¿Acostarse con otra? ¿Qué mierda?
―No intentes negarlo, ya lo vimos y Agatha también. Estabas con una rubia en un dormitorio del castillo, dijiste que Agatha no significaba nada para ti y se acostaron. ¿Por qué crees que terminó contigo? ―bufó Viktor, no dándole crédito a Fred.
― ¿Una rubia? ¿Grace?
―Ah, se llama Grace. Un seis, además ―gruñó Aleksandr con negación―. Porque yo la vi, esa rubiecita era un seis. ¿Cómo vas a preferir un seis sobre el millón?
Fred no entendía como ellos sabían de eso y argumentaban que se habían acostado cuando la interacción no fue más allá de hablar, Fred ni siquiera se había acercado tanto a ella. ¿Decían que Fred había dicho que Agatha no significaba nada? ¿Por qué creían aquello? Tenía que defenderse.
―Escuchen, yo no le sería desleal a Agatha. ¿Por qué lo haría? Estuve todo el maldito tiempo desde que nos separamos anhelando volverla a ver para ponerle un nombre a nosotros. Y entonces, después de no escribir en semanas, de la nada me llega un maldito telegrama informándome que ella ya no quería saber nada de mí. Esto se escuchará muy patético, pero ¡yo no quiero a nadie más! ¡La quiero a ella!
Los tres eslavos se quedaron perplejos y Fred los miraba con inquietud y molestia.
―No lo entiendo ―susurró Svetlana en ruso, atónita.
― ¡No! ¡No hables en ruso!―se molestó Fred, volviendo a halar sus amarres para soltarse.
― ¡Dije que no lo entiendo! ―repitió Sveta, exasperada―. Eso es lo que vio ella que hiciste, eso es lo que cree que hiciste. Lo que creíamos que habías hecho.
―Nunca le haría algo así a Agatha, nunca. ―juró Fred.
Aleksandr y Viktor intercambiaron una mirada, Svetlana sólo miraba a Fred, estiró su brazo y lo tocó. Su cualidad de empática reaccionó, haciéndola absorber los sentimientos de Fred en ese momento. Dolor, frustración, molestia, ninguno de ellos fingido.
―No tiene sentido lo que dices ―señaló Aleksandr con incertidumbre―. Ella no dejaría de escribirte de la nada. Si dices que te dejó de escribir.
―No tiene sentido para mí tampoco.
―Déjame hacerte legeremancia. Vas a mostrármelo ―interrumpió Svetlana, severa.
Fred no opuso resistencia, se encogió de hombros y dijo:
―Hazlo.
Así lo hizo Svetlana, violándole la privacidad una vez más. Fred la llevó al momento exacto en la fiesta pre-navidad de Ravenclaw donde había dejado a Grace emocional y sexualmente frustrada y dejado claro que no estaba interesado. Cuando salió de la mente de Fred, Svetlana no lo podía creer.
―Dice la verdad ―les informó a Aleksandr y Viktor―. ¡Maldita sea, Agatha!
Svetlana dejó salir un grito de frustración, molesta por la falta de comunicación de Agatha. Si ella lo hubiese enfrentado nada de esto hubiese sucedido. Pero Agatha tenía acostumbrado separarse de las situaciones que le causaban malestar sin detenerse a pensarlo.
―Mierda, Fred ―gruñó Aleksandr liberando a Fred de las ataduras―. Casi te damos la paliza de tu vida y no te lo merecías.
― ¿Por qué no le escribiste? ¿Por qué no intentaste explicarte? ―cuestionó Viktor, impaciente y arrepentido.
― ¿Y decirle qué? No sabía que ella creía eso. Pensé que honestamente me había desechado ―se excusó el pelirrojo. Miró a los chicos―. No puedo creer que ella los haya enviado como esbirros para que me golpearan.
―Ella no nos envió ―dijo Viktor―, hicimos todo esto por nosotros mismos, a sus espaldas.
― ¡Necesito verla! ¡Necesito decirle que yo no soy la basura que ella cree! ¡Todo tiene sentido, joder! Lo que no entiendo es el por qué su supuesta visión mostró algo falso.
―Por eso era que la visión en el hechizo se veía turbia, porque estaba manipulada ―dijo Svetlana hacia su primo y Aleksandr―. Me da mala espina, quizá alguno de sus compañeros...
―Quizás, pero por ahora corroboramos la inocencia de Fred y podemos pensar más en eso después ―asintió Aleksandr. Con movimientos lentos, abrazó a Fred―. Estoy tan feliz que no seas un malnacido, Frred. Muy feliz. Aunque me hubiese dado satisfacción dañarte tu carita, no lo hubiese disfrutado tanto.
Fred se rió y golpeó con el puño cerrado al rubio. Contempló a Viktor con sus brazos cruzados.
― ¿Estoy perdonado por ti? ―le preguntó a quien quería que fuera su cuñado.
―Sí. Casi te damos duro, amigo ―Viktor también estrujó a Fred en un abrazo fraternal.
―Entiendo que lo hacías por ella.
―La recuperarás, lo sé ―prometió Viktor, regalándole una sonrisa cerrada a Fred.
―Sabes, amigo, por un momento pensé que buscabas tener sexo con Agatha y ya. Me preocupé ―bromeó Aleksandr con soltura hasta que observó la mirada dura de Viktor.
― ¿Sexo? ¿Tuviste sexo con mi hermana? ―quiso saber Viktor con aspereza.
―Claro que no, ¿cómo crees? ―mintió Fred con una sonrisa nerviosa.
―Eso si no te lo creo ―devolvió Viktor―, pero eso será una pelea para otro día.
Fred se volvió hacia Svetlana, y ella lo miró con bondad.
―Ella no se equivocaba contigo ―le dijo al pelirrojo con una sonrisa suave―. Ahora sólo tienes que decírselo.
Fred asintió lentamente. Había pasado por muchas emociones y su corazón palpitaba enérgico y confundido. Agatha no lo había desechado, lo había dejado porque creía que la había traicionado. Cosa imposible de pensar para él. Tenía una oportunidad. Una oportunidad de volver a estar con ella. Tenía que irse de Hogwarts, tenía que explicárselo.
Y con un poco de suerte, ella lo querría como él la quería a ella.
➻nota de autora:
Mi bebé Agatha está de cumpleaños y planeaba subir este capítulo más temprano, pero el internet se niega a colaborarme.
Ya las cosas pintan mejor para Gata y Fred. ¡Ya casi vuelven a reencontrarse!
Le dejó este edit lindo de Ag y les recuerdo que me sigan en instagram para que no se pierdan ningún adelanto, edit, ni easter egg.
Un beso enorme, les quiero un mundo,
Genie.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro