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𝟑𝟕 ━ 22 + 15.


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𝟐𝟐 + 𝟏𝟓

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El gran evento del Partido Extraordinario de Quidditch trajo mucha publicidad a Bulgaria. No tanta como lo haría un mundial, pero la suficiente como para estar en la primera plana de todos los periódicos mágicos. En las calles de magos se vendía mercancía alegórica al evento y todos los magos y brujas fanáticos del deporte vestían desde temprano jerséis con los nombres y números de sus jugadores favoritos. Los que mejor se vendían eran el 7 de Viktor Krum y el 15 de Vasily Dimitrov.

El entrenamiento intenso no se detuvo para la más joven del equipo, Agatha Krum. Retomando su rutina deportiva, entrenaba desde las cuatro de la mañana y seguía con rectitud las indicaciones del entrenador, Denitsa Petkov, y de Vasily. Para cuando llegó el día del partido, estaba en su mejor forma. Sus brazos y piernas estaban fuertes y preparadas; dándole un balance ideal.

Estaba emocionada de saber cuáles equipos estarían interesados en firmar con ella. Hace un tiempo, Agatha mostró interés en las Arpías de Holyhead, pero ya no estaba segura. No sabía si quería mudarse a Inglaterra. Hace tiempo creyó que su destino estaba allí junto a un pelirrojo. La ilusión del futuro era más brillante entonces. Ahora, quedarse en su país natal y jugar para un buen equipo búlgaro sonaba estupendo. Aunque también influía el hecho de que todavía no se sentía enamorada de ningún equipo del Reino Unido. Y sentía desconfianza del equipo de Escocia.

Jugar de nuevo le refrescó la memoria y le hizo darse cuenta de que mientras avanzaba el tiempo se le hacía más fácil recordar el partido del accidente, el momento del golpe sobre todo.

Vasily tenía la quaffle y solo faltaban diez puntos para superar a Escocia. Viktor estaba detrás de la snitch, ya le tenía el ojo puesto y era mucho más rápido que el buscador escocés. Solo necesitaban tener otra anotación para asegurar la victoria. Alexei Levski, el tercer cazador de Bulgaria, era seguido de cerca por los cazadores del equipo contrario y estaba listo para recibir el pase de Dimitrov cuando él estuviera listo. El capitán del equipo era protegido por los golpeadores búlgaros.

Cuando Vasily estuvo listo, el pase para Alexei se vio comprometido al ser interceptado por la cazadora escocesa. Casi por conexión telepática, Vasily buscó a su reciente ex novia y le lanzó el balón. Agatha, alerta y preparada, recibió la quaffle con maestría. Su vuelo era estable y veloz, resbalándose entre los dedos de los célticos.

Agatha no recordaba el nombre del golpeador que la dejó inconsciente, pero sí la mirada que tenía en su rostro cuando bateó la bludger, apuntando específicamente a su rostro. Más que detenerla para recuperar la bola para su equipo, quería infligir el mayor daño posible. Aunque el quidditch era un deporte violento, Agatha Krum nunca había visto a ningún jugador con tal mala fe.

Solo tomó un milisegundo en donde no pudo escapar. Los bateadores rojinegros volaron a toda velocidad para desviarla, pero la bola impactó la cabeza de la búlgara con dureza y un sonido atronador inundó todo el estadio. Lo último que escuchó Agatha antes de que el mundo se volviera negro fue:

«Agatha Krum está cayendo en picada, esto parece ser serio...»

Lo peor del caso era que el céltico no había sido castigado, aun cuando cometió una clara falta. Pero ella lo había superado con gracia, dejando ese agrio incidente en el pasado. Se prometió estar más atenta y no dejar que nada parecido volviera a suceder, estaba más motivada y decidida que nunca.

Llegó a los vestidores cuatro horas antes del encuentro, como se tenía acostumbrado, para calentamiento y últimas prácticas. Se encontró con una catástrofe. Dentro estaban parte del equipo técnico, los jugadores titulares y los suplentes en medio de un alboroto. Clara estaba discutiendo con uno de los nuevos suplentes de Bulgaria. Lev le apuntaba a otro con su varita y gritaba improperios. Alexei tenía a otro sostenido por el jersey amenazándolo con lanzarle un crucio. Vasily y Viktor se gritaban a toda voz, señalándose el uno al otro con el dedo índice. Eran todos contra todos.

Agatha se quedó parada en la entrada de los vestidores con su envase de agua en la mano, esperando contexto para decidir su bando en aquella discusión. Cuando Ivan y Pyotr llegaron discutiendo también, Agatha tomó la decisión de detener el altercado. Lanzó un suspiro fastidiado y juntó sus labios para silbar. El silbido agudo hizo que todos se detuvieran.

— Hola, ¿alguien tendría la gentileza de explicarme qué está pasando, por favor? —exigió la castaña

Todos empezaron a gritar de nuevo, voces encima de otras voces más altas hacían que ella no pudiera comprender.

— ¡BASTA YA! —gritó Agatha, apretando sus dientes—. ¿Qué diablos? Ya tendrán suficiente tiempo para batirse a duelo después del partido, hasta entonces van a portarse decentemente y trabajar como el buen equipo que somos.

El equipo se sorprendió por la severidad y seriedad de Agatha y la contemplaron con ojos muy abiertos. Entonces Clara dejó salir un alarido de alegría.

— ¡Mamá está de vuelta! —gritó con efusividad.

Todos dejaron de pelear automáticamente, dejando caer el acto al reírse en conjunto y gritar aclamaciones divertidas. Explotaron unos cañones mágicos, bañando a Agatha en brillantina, confeti y serpentinas. Alguien hizo aparecer en el aire un letrero que leía «FELIZ PRIMER PARTIDO, 22». Agatha entendió lo que estaba sucediendo y antes de gritarles por mentirle, un puñado de los presentes (entre ellos Clara, Lev y Viktor) se le abalanzaron para abrazarla.

— ¿Por qué hacen esto? —les preguntó sofocada, dejándose besar por su hermano y sus compañeros de equipo.

—No has jugado un partido hecho y derecho en demasiado tiempo —explicó Lev con una sonrisa amplia posada en el rostro—. ¡Hay que celebrar que volviste!

— ¡La tripleta asesina se ha vuelto a ensamblar, cariño! ¡Vamos a ganar! —se rió Alexei apretándole el hombro a su compañera jugadora.

—No sé si se les olvidó, pero esto es un partido amistoso, por la caridad —les recordó Agatha, sacudiéndose las serpentinas del pelo.

—Claro que no nos hemos olvidado, Agatha; y amistosamente le vamos a patear el culo a Mónaco —Ivan le sonrió desde el otro lado de la habitación.

—No hay nada mejor para la caridad que vernos ganar —bromeó uno de los nuevos.

—Y un partido oficial es un partido oficial, teníamos que hacer algo lindo por ti porque estamos felices que hayas vuelto. Este idiota quería robarte el puesto —bromeó Alexei señalando con el dedo a otro de los nuevos.

El nuevo se encogió en su puesto cuando Agatha le alzó una ceja acusatoriamente.

—Te compramos un pastel de helado y todo, no puedes quejarte —le dijo Pyotr, sonriéndole junto a Ivan.

—Dimitrov no nos va dejar comérnoslo, por supuesto, pero la intención es lo que cuenta —dijo Viktor en tono de broma.

—Sí nos lo vamos a comer, Vasily no nos lo va a impedir —le susurró Clara a Agatha.

—Bien, ya es suficiente. Vamos a dejar que Agatha se cambie, ya es hora de salir a calentar —sonrió Vasily y apremió a sus jugadores. 

Aunque se escucharon sonidos de desacuerdo, Vasily no les prestó atención.

— ¡Ya escucharon al capitán! Tomen sus escobajos y salgan —Agatha enfatizó la orden de Vasily.

El equipo estaba acostumbrado a que Agatha fuera mandona y que apoyara a Dimitrov. Volvieron a besarla y a abrazarla y como todos estaban vestidos menos ella, agarraron sus saetas y barredoras, enfilando fuera de los vestidores. El entrenador y el equipo técnico también le dedicaron breves palabras de bienvenida y se marcharon.

Vasily se quedó dentro con Agatha. La última con una sonrisa agradecida, miró el festivo letrero y fue hacia su casillero para empezar a sacar las túnicas de quidditch bajo la inspección de la mirada verdosa de Vasily.

—Eres mejor capitana que yo —Vasily apoyó la espalda contra el casillero contiguo. Agatha se rió entre dientes.

— ¿Fue tu idea hacer esto? —le preguntó Agatha desabrochándose la camisa para cambiarla por su jersey, refiriéndose a la sorpresa.

—Sí, Ivanova ayudó también. Supuse que debíamos hacer tu primer juego de regreso algo especial —le dijo Dimitrov.

—Gracias —susurró Agatha, lanzándole una mirada de honesta gratitud a su capitán—. Me gustó y me alivió saber que no estaban peleando de verdad.

—Bueno, hubo un momento en el que pensé que la cosa iba en serio cuando uno de los nuevos le dijo a Ivanova que su vuelo estaba mal últimamente porque estaba gorda y me asusté de que se abriera el infierno —Agatha soltó una carcajada que contagió al muchacho—. Pero en general fue una buena idea, para no estar nerviosos, ¿sabes? Todos queremos hacerlo bien hoy. Levski, por ejemplo, espera conseguir un contrato mejor y Zograf quiere que lo nombren capitán de su club la próxima temporada.

—Y yo quiero llamar la atención a algún buen club —comentó Agatha, limpiando los vidrios de sus gafas de deporte.

— ¿Búlgaro?

—No sé —ella se encogió de hombros—. Firmaré con el que ofrezca lo mejor para mí.

—Me gustaría que jugaras conmigo y los Buitres —soltó Vasily.

—Los Buitres no quisieron ofrecerle a Viktor lo que vale, dudo que quieran ofrecerme un buen contrato a mí.

—No hay que dar nada por hecho. Si fuera mi decisión, yo te lo ofrecería.

—Tú estás demasiado parcializado —argumentó Ag, sonriéndole—. Si crees que soy tan buena, dame el puesto de capitán.

Vasily miró al suelo, dejando brotar carcajadas profundas y suaves de su garganta.

—Me gustaría que alguien me ayudara a aligerar la carga de la capitanía, no te voy a mentir —confesó Vasil, acariciándose la barba a medio rasurar.

— ¿Te arrepientes de haber aceptado el puesto cuando Borisov se retiró? —Agatha se sentó en uno de los banquillos para ponerse las botas y Vasily se sentó junto a ella.

Vasily Dimitrov, a sus 21 años, era uno de los capitanes más jóvenes que había tenido la selección nacional. Todo el mundo deportivo se sorprendió que Borisov, el anterior capitán, quisiera dejarle la capitanía a Dimitrov y no a alguno de los mayores, como Alexei o Ivan. Pero Vasily Dimitrov se desempeñaba extraordinariamente como capitán, era enfocado y elocuente y muy orientado al cumplimiento de los objetos; y en el tiempo que llevaba en su puesto había tenido muchísimos más aciertos que fracasos.

—No, para nada —negó Vasily con firmeza, apoyó sus antebrazos en sus piernas y la miró—. Sólo hay una cosa de la que me arrepiento.

—Déjame adivinar, haberte lanzado en picada para atrapar la quaffle perdida y lesionarte el hombro por necio, aun cuando te dije que no valía la pena —aventuró la chica, subiendo su pierna en el banquillo para trenzar con comodidad los cordones de las botas.

—No. De lo único que me arrepiento es de haber arruinado las cosas contigo.

Agatha sintió un aguijonazo en el corazón y clavando sus ojos en los cordones de sus botas, esbozó una sonrisa agridulce. Estaba esperando el momento en que Vas dijera algo así. Lo conocía muy bien y sabía que se lo había estado tragando por meses. Agatha fijó sus ojos en él y lo observó por unos segundos; vistiendo su uniforme y siempre mirándola con devoción.

Vasily Dimitrov, que fue lo primero que Agatha conoció como «amor». Vasily, con el que había compartido muchas de sus primeras veces. Vasily, que lo peor que le hizo fue pedirle matrimonio.

Agatha y Vasily habían empezado como una broma, una treta inofensiva que hicieron casi tres años atrás para molestar a Viktor y que no esperaban que llegara a nada porque sus diferencias eran demasiado agudas como para ponerse de acuerdo en una relación. Inesperadamente para todos se convirtió en algo real. Vasily había sido el primer novio serio de Agatha, con todas las letras, el primero que había llevado a casa y había presentado a su familia, logrando reacciones mixtas y no tan positivas como Fred. Su padre, que lo quería cuando era amigo de Viktor, empezó a repelerlo cuando empezó a salir con su hija.

Siempre fueron la comidilla del mundo deportivo y llevaban una relación muy pública que protagonizaba los tabloides y los hacía pelear entre ellos constantemente. Agatha odiaba ser puesta al escrutinio público que glorificaba a Vasily y la juzgaba a ella y que cuestionaba si ser su novia era solo para aprovecharse de él y escalar en el equipo. Incluso cuando el talento de Agatha para jugar era una prueba contundente de que ella misma se había ganado todos sus puestos. Aunque Dimitrov intentaba extinguir los comentarios venenosos y hablaba duro con la prensa cada vez que podía, las cosas siempre se salían de control. Tener una relación tan pública a tan temprana edad era la fórmula perfecta para el fracaso.

—Dios, me escuché como un imbécil —se burló Vasily de él mismo, apretándose el puente de la nariz con los dedos—. Lo siento por eso, no quise ponerte incómoda.

—Vasil...

—No, no digas nada. Es solo que...—masculló el muchacho—, no puedo seguir pretendiendo que no quiero que volvamos a ser lo que éramos. Antes de que yo me adelantara a las cosas y tú me dejaras.

— ¿Volver a qué, Vas? ¿A nuestro noviazgo idílico? —cantó Agatha con dulzura y sarcasmo—. Peleábamos mucho, el último mes antes de terminar ¿lo olvidas? Nos gritábamos en el rostro cada vez que podíamos. Jugábamos horrible porque estábamos demasiado cabreados con el otro. No era la situación perfecta.

—Lo sé. Pero sabíamos reconciliarnos muy bien —le recordó Vasily con una sonrisa conquistadora y evocando sus mejores ratos en esos mismos vestidores. Agatha no pudo evitar reírse.

—Bueno, eso sí. Pero tenemos que reconocer que somos mucho mejores como compañeros de equipo de lo que fuimos como novios.

—No estoy de acuerdo. Cuando no nos peleábamos, éramos increíbles.

Agatha se alzó y empezó a buscar sus protecciones, intentando encontrar algo que decir que pudiera darle la vuelta a la situación. Vasily se levantó y se plantó frente a ella, la repentina proximidad la puso nerviosa, ella retrocedió con pasos lentos. Entonces ya no hubo a donde más retroceder y Agatha estrelló su espalda contra el metal de uno de los casilleros.

Dimitrov sabía lo que estaba haciendo y apoyó su antebrazo en el casillero por encima de la cabeza de la muchacha, frustrando cualquier intento de evadirlo. Agatha se relamió los labios y le devolvió la mirada con sus ojos marinos. ¿Eso era lo que ella quería? ¿El viejo confiable Vasily que seguía devoto a ella, incluso después de tanto tiempo?

—Soy muy malo mintiendo. ¿Sabes lo difícil de fingir que no te quiero besar todo el tiempo? —murmuró Vasily, golpeándola con su aliento cálido y regalándole caricias en el rostro—. De verdad quiero besarte.

Agatha iba a hacerlo, podía jurarlo. Aunque fuera por un rato, Vasily la haría sentirse bien y querida. Ella se acercó un poco más y cuando pensó que lo llevaría a cabo, un pensamiento aleatorio se le alojó en la cabeza. Un detalle que no tenía que ver. En su mente se repetía la comparación de que Fred era más alto que Vas. Si Fred la tuviera en esa posición la alzaría para poder besarla y estaría tan cerca que parecerían una sola persona y Fred pondría sus manos sobre Agatha y ella se disolvería y no dudaría ni un segundo en besarlo. ¿Por qué estaba pensando en eso? ¿Por qué no podía concentrarse en el chico frente a ella que deseaba besarla?

Vasily acarició la mejilla de Agatha con sus labios y fue acercándose cada vez más y lo disímil del perfume del muchacho le hizo recordar una vez más a Fred Weasley.

—Vasily, no podemos hacer esto —masculló Agatha, maldiciendo mil veces en su cabeza.

— ¿Por qué no? ¿Por qué no podemos intentarlo una última vez? —suspiró él.

«Porque el imbécil de Fred Weasley me echó a perder la vida» —pensó Agatha con amargura y tormento.

—No puedo hacerlo ahora.

Dimitrov se echó hacia atrás liberando a Agatha, quien fue a ponerse la túnica, indecisa y moviendo su pie con ansiedad. Contempló al muchacho sin querer transmitir nada que pudiera hacerlo sentir mal.

—No voy a presionarte a hacer nada que no quieras hacer —aceptó él asintiendo con una expresión entristecida.

—No es que no quiera hacerlo, es que no puedo hacerlo, no ahora. Estoy pasando por algo y no quiero arrastrarte conmigo —se explicó ella con voz suave.

—No debí haber dicho nada de esto, no era el momento —se apresuró a decir Vasily, chasqueando la lengua y aumentando la distancia que los separaba. Con una voz que solo escuchó él mismo, dijo: — ¿Qué me pasa?

Agatha chasqueó la lengua y filtró las palabras correctas. Se aproximó a Vasily, eliminando el abismo que él había creado por precaución. Él la miró con el rostro compungido y ella le regaló una sonrisa cándida.

—Escucha, no sé cuando podré superar lo que estoy atravesando, pero cuando lo haga y me sienta lista y con la mente nítida, podemos conversar sobre esto otra vez. Si aún te sientes así por mí.

—No creo que alguna vez me deje de sentir así por ti.

—Ya veremos —dijo Agatha, y sonrió de nuevo, apoyando su mano en el hombro musculoso del chico con delicadeza—. Por hoy, pongamos nuestros sentimientos a un lado y concentrémonos en lo que nos sale mejor ¿sí?

—El único amor que no podemos arruinar—coincidió Vasily, esbozando una débil sonrisa—. Vamos, 22, hay que ganar tu primer partido.

—Andando, 15. Es decir, capitán —lo molestó la búlgara. Tomando su saeta, salió con Vasily fuera de los vestidores. 

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Fred Weasley esperaba algo muy diferente de las festividades de ese año.

Para esas fechas tenía planeado estar besando a Agatha Krum debajo de todos los muérdagos habidos y por haber. No habría muérdago en Gran Bretaña donde Fred y Agatha no se hubiesen besado.

También esperaba que Agatha fuera su novia y que su madre estuviera encantada con ella. En cambio, a su padre lo habían atacado y estaba en el hospital y Agatha lo había dejado. Se sentía como si estuviera pagando un karma cósmico.

En el Hospital San Mungo, Fred, George y Bill habían salido un momento de la habitación de su padre para ir al salón de té para descansar y llevarle algo de comer a su madre. Era un gran alivio para el gemelo mayor saber que su padre se pondría bien.

—Yo voy por el té y ustedes por los pastelillos —les pidió Bill a los gemelos y ellos acataron a su hermano mayor cuando llegaron a la sala de té, separando sus caminos para ir a buscar lo indicado.

El salón de té era ocupado por pocas personas. Estaba decorado acorde a las festividades con coronas de pino acompañadas de bolas de navidad y hadas auténticas. Un grupo de brujas ancianas se reunían en una mesa circular en una esquina, cerca del pino encantado que estaba bañado en nieve que nunca se derretía.

Fred y George fueron hacia el mesón de la comida, un mesón largo con una vitrina llena de postres y aperitivos. Fueron recibidos por un mago sosteniendo un periódico abierto que le cubría el rostro. George se aclaró la garganta para llamar la atención del hombre, pero este solo lo ignoró.

— ¡Eh, hombre! —lo llamó Fred.

—Espera, amigo, déjame terminar que si no se me va el hilo —respondió el hombre con voz ronca.

Fred resopló e iba a lanzar un comentario mordaz cuando leyó el titular principal del periódico que sostenía el mago.

«PARTIDO EXTRAORDINARIO DE QUIDDITCH 1995.
BULGARIA VS. MÓNACO
POR LA ASOCIACIÓN DE VOLUNTARIOS DE CUIDADO DE CRIATURAS MÁGICAS SIN HOGAR»

Fred sintió un vacío en el estómago, como si no hubiese comido en meses. Agradeció de manera sarcástica al universo por recordarle que Agatha no estaba allí para reconfortarlo. El hombre bajó el periódico y lo dejó en el mesón para atenderlos. Se trataba de un muchacho joven regordete con una abundante cabellera rubia y una sonrisa amistosa.

— ¿Qué les puedo ofrecer, muchachones? —les dijo con cordialidad—. Lo que quieran, excepto pastelillos de calabaza porque se me acabaron de los buenos.

—En ese caso, danos ocho pasteles de manzana, dos con canela doble y un sándwich, por favor —le pidió George con amabilidad.

—Buena elección, ya se los traigo.

—Amigo, ¿me puedes prestar tu periódico? —preguntó Fred cuando el muchacho retrocedía para sacar las cosas de la vitrina.

—Sí, claro, ¿les gusta el quidditch? —preguntó el chico.

—Sí, somos golpeadores de Gryffindor —le comentó George, acercándose a su hermano para ver que le había llamado la atención—. Bueno, éramos...

— ¡Ah, qué bueno! Yo antes era guardián de Hufflepuff, cuando estudiaba. Hoy juega Bulgaria y Mónaco, ¿Ya vieron? A las cinco y media. Espera, ¿serán las cinco de aquí o las cinco de allá? Porque si son las cinco de allá, ya habrá comenzado.

Fred era ajeno a la conversación. Leyó por encima el artículo de «Crónicas de Quidditch» y como por instinto masoquista, buscó el nombre de Agatha. Pensaba que no jugaría porque estaría en Durmstrang, pero su sorpresa fue grande cuando leyó los jugadores titulares del encuentro.

ALINEACIÓN DE BULGARIA
Buscador: V. Krum.
Cazadores: V. Dimitrov A. Krum — A. Levski
Golpeadores: I. Volkov P. Vulchanov
Guardián: L. Zograf.

— Yo le voy a Bulgaria, definitivamente. Con Levski y los hermanos Krum son imparables. Déjenme poner la radio para ver si comenzó —comentó casual el encargado de la comida.

El rubio dejó de recoger la comida para sacarse la varita de la túnica verde y lanzar chispas a la radio que estaba en una mesa del salón. La radio cobró vida sintonizando la estación donde estaban narrando el partido. George miraba a Fred de reojo, deseando que el hombre se apurara en darles la comida para que pudieran irse de ahí. Fred casi no había nombrado a Agatha desde la madrugada que se lo contó a George y el nuevo aturdimiento del ataque de su padre había logrado que ella casi no se le pasara por la cabeza.

— Aquí viene el capitán búlgaro, Vasily Dimitrov! —narró el comentarista a través de la radio—. Le da la mano al capitán monegasco Bouchard y se lanzan una mirada algo turbulenta. ¿Sabías, Chapman, que corre el rumor que Dimitrov le robó el puesto en los Buitres de Vratsa a Bouchard?

—La hostilidad es entendible entonces, Donovan —respondió el otro comentarista con voz firme—. El puesto de cazador en los Buitres era muy codiciado. Aquí viene los segundos capitanes de ambos equipos, Levski saluda a Gouin. Bulgaria y Mónaco están ya en el campo, desde aquí nos deslumbran las estrellas más brillantes. Viktor Krum, viste su habitual 7 y agita su puño, deleitándose con los gritos de las gradas que se mueren por él.

— ¡Parece que es algo de familia porque allí viene uno de los rostros más esperados de la jornada! Por Merlín ¿escuchan los gritos? ¡Voy a quedar sordo! —el comentarista se rió y por un segundo se escucharon detrás de su voz los aullidos de los fanáticos en el estadio—. Con su balance perfecto y su usual coquetería, Agatha Krum saluda a los fans con la mano y los incita a gritar más fuerte.

—Para los que no lo recuerden, Krum estaba de reposo desde julio del '94, este es su primer juego profesional desde entonces. Hemos visto los entrenamientos y se ve muy en forma.

—Así es. Es un hecho que Agatha, al igual que su hermano, será una ficha muy preciada para cualquier club. ¿Con quién quisieras que firmara?

—No lo sé, amigo. A mí me gustaría robársela a Bulgaria y que jugara para el Puddlemere United.

— ¡Sería maravilloso! Aunque yo la veo jugando con las Arpías de Holyhead, supongo que solo el tiempo lo dirá...

— ¡Un mujerón! Agatha Krum ¿No les parece? —comentó el muchacho, escuchando con atención las voces en la estación para terminar de meter los pasteles en bolsas de papel marrón claro.

—Es cualquier cosa —la mentira se escuchó en la voz de Fred demasiado tajante y se encogió de hombros sin darle mucha importancia.

— ¿Cualquie...? ¿«Cualquier cosa» dijiste? —el muchacho rubio soltó una carcajada y lo miró con impresión y sin creérselo. Luego murmuró un «Oh» como si comprendiera la razón por la que Fred había dicho eso y dijo—. A los loquitos los atienden en la cuarta planta.

Hizo un asentimiento lastimero y Fred le lanzó una mirada fulminante.

— ¿A qué te refieres? —lo atajó el gemelo mayor, malhumorado.

—Ah, bueno, es que supuse que estabas mal de la cabeza porque nadie en su sano juicio diría eso de Krum —se explicó el rubio.

— ¿Cuánto es? —dijo George, sacando las monedas que Bill les había dado con apuro para terminar de irse.

—1 galeón y 12 sickles.

—Vale, gracias —agradeció George y se llevó la comida.

—De nada. Ahora escuchemos que tal va el partido...—el rubio caminó hasta estar lo más cerca de la radio sin dejar su puesto de trabajo.

Fred y George se marcharon sentándose en una mesa apartada donde casi no se escuchaba las voces narrando el partido de quidditch. George sacó los pasteles de manzana con doble canela y le dio uno a Fred y mordió el otro.

— ¿Y si esto es una señal? —le preguntó George a Fred con voz dudosa, cuando ya se había comido la mitad del pastel.

— Yo no creo en las señales —terció Fred, sabiendo de que estaba hablando—. Sólo es una desafortunada coincidencia, Georgie.

—Ten una pizca de fe y ve el panorama más amplio. ¿Qué posibilidades había de que Ag estuviera jugando justamente hoy? —dijo George, optimista.

—George, Agatha y yo no vamos a volver —recordó Fred con voz amarga—. Es como si nunca hubiésemos estado juntos en primer lugar. Como un sueño lejano que vagamente recuerdas cuando te despiertas. No es ninguna señal que esté jugando hoy.

Fred hablaba, pero no se creía sus palabras. Tenía que aceptar que sí parecía una señal. Una retorcida y peculiar señal. E incompleta, además, porque no tenía ninguna instrucción de que se suponía que tenía que hacer con ella. El universo le había recordado que Agatha seguía existiendo y brillando en el otro lado del continente. ¿Qué debía hacer con eso?

Fred Weasley era demasiado orgulloso como para admitir lo que quería hacer. Quería escribirle para saber cómo estaba. Quería decirle lo que le había pasado a su padre. ¿Le importaría a ella? ¿Siquiera le respondería? Quería que ella estuviera allí, solamente eso. Pero no sabía si Agatha quisiera estar.

«Lo peor que podemos perder sería nuestra dignidad —le recordó su voz interior—. Pero ya la hemos perdido antes y por razones peores. ¿Qué sería una vez más?»

— ¿Listo todo? —Bill llegó hasta ellos, ya había enviado el carrito con la tetera y las tazas de té a la habitación de su padre.

—Sí —contestaron los gemelos al unísono.

George se alzó para irse con Bill, pero Fred se quedó sentado en su lugar.

—Yo me quedaré un rato aquí, para escribirle una carta a Lee, está muy preocupado —mintió Fred mirando a sus hermanos.

—Está bien, no te tardes mucho y no te pongas a vagar por el hospital —dijo Bill.

— ¿Quieres que te acompañe? —preguntó George.

—No, tranquilo. Será rápido, adelántate.

George asintió y llevándose con él los aperitivos, se marchó con su hermano mayor.  Fred se sentó más cerca de la radio que seguía transmitiendo.

Levski tiene la quaffle, Lévesque lo sigue de cerca, vira a la izquierda y busca a su capitán. ¡La bludger embiste a Lesvki por la espalda y se tambalea! Lesvki hace el pase algo adelantado pero ¡ESO! Krum lo ataja con destreza. Va Krum, va Krum, va Krum. Lévesque se niega a darle tregua, une fuerzas con la otra cazadora monegasca Beaumount, pero Krum va volando a toda velocidad. Krum se aferra a esa quaffle con su vida y está llegando a terreno monegasco. ¡LA BLUDGER LE PASA POR UN LADO! Estuvo muy cerca de golpearla, pero Krum la esquiva como si fuera fácil, compañeros. Dimitrov va cerca, asistiendo a Krum. ¡Beaumont golpea a Krum, pero no es suficiente para que Krum suelte el balón! ¡Un pase precioso para Dimitrov! DIMITROV LA TIENE. Dimitrov vuela a la portería y se la devuelve a Krum, tomando por sorpresa al conjunto de Mónaco. KRUM PATEA A LOS AROS Y...¡GOOOOOOOOOOOOOOOL!

¡POR LA BARBA DE MERLÍN, MI QUERIDO CHAPMAN! Ojalá pudiéramos mostrar la cara del guardián monegasco, está en shock, no se lo puede creer. ¡Hermoso trabajo de Krum! Extrañábamos verla en el aire, cada una de sus participaciones es un espectáculo. ¡Diez puntos para la selección de Bulgaria! Estamos ahora a 30-10 a favor del conjunto rojinegro.

La tripleta asesina se reúne en medio del aire para hacer un pequeño baile de la victoria. ¡Qué maravilla!

Fred tomó de una mesa un pedazo rectangular de pergamino y una pluma y dudando de cada palabra, cada coma y cada punto que manchaba el pergamino empezó a escribirle algo a Agatha.

«Agatha,

Hola. ¿Cómo estás?

Yo estoy bien, en lo que cabe. No estoy en mi mejor forma, a decir verdad. Estoy en el Hospital de San Mungo, en Londres. Algo le pasó a mi papá y está hospitalizado y sanando. Estos días han sido duros.

He estado pensando en todo lo que escribiste en tu última carta, donde dijiste que cortáramos las cosas. Me preguntaste si pedirme que sigamos siendo amigos me resultaría cínico. En el momento sí lo hizo, tal vez haya sido por eso que no te he escrito.

Pero ahora solo desearía que estuvieras aquí.

Cómo mi amiga, por lo menos.

Solo quería saber cómo estabas y todo eso.
Fred»

Esa nota era suplicante y ridícula, pero a Fred no le importó. Era un disparo en una oscuridad muy densa, donde las posibilidades de atinar y que Agatha respondiera eran mínimas, casi imposibles. Porque la verdad real se escuchaba en la radio a todo volumen y le recordaba que Agatha Krum era tan grande que la existencia de Fred se volvía diminuta en comparación.

Aunque había una pequeña luz, minúscula y débil, brillando en un rincón de su interior. En un mundo perfecto, Agatha respondería. Y ese mundo no era perfecto, pero todavía quedaba la esperanza de que Agatha Krum contestara la carta.

¡Agatha Krum, el número 22, le roba la preciada quaffle al cazador de Mónaco! ¡Todos los cazadores de la seleccion monegasca van detrás de ella! ¡Todos quieren un pedazo de Krum...!

—Sí, ya entendí. Agatha Krum es increíble —respondió Fred al aire para guardarse la carta en el bolsillo y enviarla lo antes posible.

—¡Es en la cuarta planta, amigo! —le recordó el muchacho de los pastelillos con amabilidad y sonriendo, al verlo hablar solo y creyendo que estaba loco.

A. KRUM.
CAZADORA.
NÚMERO 22 DE LA SELECCIÓN NACIONAL DE BULGARIA.

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