𝟑𝟔 ━ Razones superiores.
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𝐑𝐀𝐙𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐒𝐔𝐏𝐄𝐑𝐈𝐎𝐑𝐄𝐒
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NERIDA VULCHANOVA
n. 1015 — m. ?
La medianoche estaba más oscura que nunca. Debajo de un espeso cúmulo de nubes se escondía la luna llena, acompañada de una silenciosa tormenta de nieve que cubriría cada trozo de los terrenos de Durmstrang.
Esa noche y en conjunto a la acostumbrada tempestad, resultaba el momento oportuno para los poderes de Nerida Vulchanova. El espíritu de la difunta directora se arrastraba por el gélido suelo de piedra sin sentir el frío con una expresión estoica. Volvía a su materialidad a medias.
El salón de la völvas estaba débilmente iluminado por un solo farol cerca del marco de oro más grande. Ahí estaban reunidas la mayoría de las ex alumnas de Durmstrang.
Escandalizadas, hablaban entre ellas en murmullos de diferentes idiomas. Algunas estaban encolerizadas y renuentes y otras ciegamente convencidas y dispuestas a la situación de las que todas tenían conocimiento. Pequeños debates se desataban entre las brujas ante tal desacuerdo. Todas esperaban atentas a que la profesora hablara.
— ¿Está hecho, profesora? —le preguntó una bruja con cabello caoba y piel cetrina dentro de uno de los retratos.
—Está hecho —afirmó Vulchanova, impertérrita.
Se escuchó un cuchicheo conjunto.
— ¿Puede decirnos por qué? —exigió otra bruja en un retrato diferente. Le lanzó una oscura mirada a la directora con recriminación—. ¿Por qué debemos inmiscuirnos en las relaciones personales de Krum? ¿Cómo herirla y mentirle de esta manera le hará algún beneficio?
—Ostberg tiene razón —razonó otra bruja de piel tan blanca como la cera—. Esto no es de nuestra incumbencia.
— Es lo que se debía hacer. No había otra manera —dijo Vulchanova, descansando las manos detrás de su espalda.
—Siempre hay otra manera, Nerida —le increpó la bruja que se apellidaba Ostberg.
—Ostberg, si la profesora tomó esta decisión es porque era apropiada —una bruja pelirroja estaba fielmente del lado de la directora en la situación—. Es nuestro deber hacer lo que sea mejor para Krum y para nuestro instituto.
— ¿Mentirle es lo mejor para ella? ¿Modificar sus visiones y obstaculizar su claridad para hacerle creer que el muchacho la engañó es lo mejor para ella, Poliakova? ¡Ahora sí lo he visto todo! —se burló Ostberg, cruzándose de brazos y a punto de lanzar humo por las orejas.
—Evitar que se mandaran sus cartas al muchacho es una cosa, pero esto es más que cruel. De enterarse, perderíamos la confianza de nuestra Agatha —otra bruja, retratada con las mejillas eternamente rosadas, observó de reojo la cesta de cartas que habían sido interceptadas y se había impedido que llegarán a sus destinatarios.
—Krum lo entenderá, sabrá que todo se hace por razones superiores a ella misma. No es estúpida —debatió una bruja robusta y voz grave.
—Profesora, ¿por qué no pudo hablar con ella y explicarle? —la preguntó la bruja de rostro cetrino a la fundadora.
—Agatha Krum es obstinada y de cabeza caliente como todas nosotras. No lo hubiese aceptado o entendido y así no debe suceder —se explicó Vulchanova—. Ella lo quiere y no iba a terminar su relación si no encontrara una razón contundente. Tenía que ser a la fuerza.
—Agatha tiene que concentrarse en encontrar la espada y los huesos. Es lo que tiene que hacer. Es solo amor duro —infirió la pelirroja—. Sé que algunas están en desacuerdo, pero había que hacerse.
Otra bruja iba a oponerse cuando Nerida habló.
—Entiendo que algunas no estén contentas con esta decisión, pero es inalterable —dijo Nerida Vulchanova, alzando una de sus manos transparentes—. Si no nos involucramos, el futuro de Agatha Krum y del muchacho estaría hundido en la oscuridad. He visto cosas abominables sucediéndoles a ambos si no se separan. Deben terminar.
— ¿Para siempre? ¿Los separará para siempre?
—No. Sus estrellas cambian constantemente. Pero por el momento no deben estar juntos. Mantenerlos separados por este tiempo indeterminado desenlazará un efecto dominó que los protegerá y protegerá nuestra institución. Ese es nuestro objetivo final.
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George Weasley llegó a toda prisa a la sala común de Gryffindor. Acalorado, sudado y solo, para sorpresa de Katie y Alicia que eran las únicas ahí, conversando y planeando una salida al Londres muggle en nochevieja. Todos los demás estaban durmiendo ya o en la fiesta Pre-Navidad de los Ravenclaw.
—Eh, ¡caballo pelirrojo! ¿Todavía queda whiskey de fuego en la fiesta de los Ravenclaw? —le preguntó Katie con una risa, George la miró con tanta hosquedad que ella se retrajo—. Georgie ¿qué pasa?
George estaba furioso, subió con largos pasos hacia el dormitorio de los chicos y cerró la puerta con un estruendo.
George le gustaba pensar de sí mismo como «el gemelo más cauteloso», el que tiene más tacto con los sentimientos de los demás. Tenía que ser así porque Fred era tan imprudente y acelerado que nunca se detenía a pensar el efecto que tenían sus acciones en las personas. Y George podía ser muy alcahuete con Fred, podía dejarlo llegar hasta los límites de las situaciones, pero Fred se había pasado al irse con esa chica y él no iba a celebrárselo.
Fred llegó tarde. Alcoholizado, pero sin haberse perdido por completo; y sin Lee. Estaba muy alegre y su ropa estaba desordenada. George se levantó de la cama apenas llegó, cruzado de brazos.
— ¿Por qué te fuiste tan temprano? —le preguntó Fred, mientras se quitaba la camisa para cambiarla por una camiseta vieja de pijama.
— ¿Qué está mal contigo?
Fred se sorprendió ante aquel primer intercambio y lo miró atónito, sin entender por qué lo estaban atacando. El gemelo mayor siguió en lo suyo sin turbarse.
— ¿De qué mierda estás hablando?
— ¿De qué mierda hablo...? ¿Cómo puedes ser tan cínico? ¿Cómo puedes hacerle esto a Agatha? Eres mi hermano y sabes que estaré contigo hasta el final de la línea, pero no puedo permitirte que jodas todo lo bueno que te ha pasado. Dime ¿valió la pena? ¿Valió la pena cogerte a una chica cualquiera para quitarte las ganas?
Fred soltó una risa áspera y sarcástica y le dio la espalda.
—Mira, sé que la abstinencia no es lo que más te gusta, pero, ¿no pudiste esperar un rato más? —exigió George, desesperado—. ¿Tiras todo por la borda por un rato de, probablemente, el sexo más aburrido y simple del mundo?
Fred siguió sin responder.
— ¡DI ALGO! ¡DI ALGO QUE ME HAGA ODIARTE MENOS! —bramó George. Tan fuerte que creyó que se escucharía en la sala común.
— ¿No se supone que era «Hermanos antes que chicas»? —escupió Fred con voz seca.
—No cuando tu hermano lo jode todo a propósito. No cuando tu hermano pone las necesidades de su pene antes de conservar a la mejor chica que pudo haberse enamorado de él. Siempre voy a decirte lo que estás haciendo mal, es nuestra obligación como hermanos.
Fred se volteó para mirar a su hermano. Una expresión agria puesta en la cara de George. Estaba furioso, George casi nunca se molestaba con él; Pero estaba allí frente a él rechinando los dientes y reprendiéndolo sin tener la mínima idea de lo que le sucedía a Fred.
El mayor caminó hasta el bote de la basura. En el fondo reposaba un montón de cenizas de una carta incinerada. Sacó su varita y la arregló, devolviéndola a su estado original antes de que él la quemara a propósito. La sacó, sosteniéndola entre el dedo índice y corazón, se la mostró a George. Otra risa áspera dejó su garganta y arrojó la carta a los pies de su gemelo. El menor observó confundido la correspondencia.
—Eso es lo que ella piensa de mí. Esto es lo que todo lo que soy para Agatha.
George recogió la carta y la leyó. Su talante acusatorio se fue disipando mientras leía. Fred estaba tan lastimado que no pudo contárselo a nadie más. No tuvo el valor de contárselo ni siquiera a su otra mitad. George estaba en shock y sin saber qué decir, sintiéndose pésimo.
—Léela, en voz alta —le ordenó Fred, masoquista.
—No tenemos que...
—Léela —repitió Fred.
George suspiró con pesadez, intentando reprimir la lástima en su rostro y voz para no hacer sentir peor a su hermano y empezó a leer.
«Fred.
La mejor opción para nosotros dos es que dejemos las cosas como están.
En realidad, si lo vemos todo en retrospectiva, no funcionamos para estar juntos y no vamos a funcionar.
Cometí un error al involucrarme con alguien como tú. No es bueno para ti ni para mí, así que prefiero dejarlo hasta aquí y no seguir insistiendo en cosas que no van a cambiar.
No sé si pedirte que sigamos siendo amigos resulta cínico, pero no sé qué más ofrecerte.
Lamento que nos hayamos hecho perder el tiempo.
Agatha»
—No me lo pudo decir a la cara. No pudo enviar más de siete líneas. No valgo más de siete líneas para ella. Para ella no merezco una explicación ni que terminen conmigo de frente. Pero claro, ¿es terminar si nunca estuvimos juntos? —dijo Fred, conteniendo su furia y su angustia. Soltó una carcajada fingida—. Agatha Krum no estaría de verdad con alguien como yo. ¿No?
A George le dolió escuchar eso.
—Ella cree que está por encima de todos y cree que puede venir y enamorarte y luego aburrirse y botarte como si nada —gritó Fred, enfurecido. La voz y los puños le temblaban—. ¡Pero no es así!
—Fred...
—Ni siquiera pude hacer nada con Grace. No la pude ni besar, me fui de ahí como un cohete y la dejé —se rió Fred, se pasó las manos desesperadas por el cabello pelirrojo—. Quería hacerlo. Quería demostrarme a mí mismo que esto no me importaba. Quería desquitarme con Agatha y pensar en otra cosa, pero todo en lo que pensaba era en que las manos de Grace estaban calientes y sudaban y que Agatha nunca tiene las manos calientes. ¿Cuándo me convertí en este estúpido?
Fred, furioso, golpeó el poste de madera de su cama, haciendo crujir sus nudillos para distraerse con dolor físico.
— ¿Por qué no me lo dijiste? —cuestionó George, acercándose a su hermano.
—No sé —susurró Fred—. La recibí esta mañana. En un telegrama. Al parecer no podía esperar a terminar conmigo.
—Joder ¿y no pudiste esperar que pasara un día para buscar un reemplazo? —se quejó George. Fred gruñó y entonces George dijo—. Habla con Agatha, arregla esta estupidez.
—Ella tomó su decisión y tiene razón —El orgullo de Fred había sido herido y no iba a aceptarlo tan fácil—. No vamos a funcionar. Fue inmaduro pensar que podíamos. Nos dejamos llevar demasiado por la pasión del momento. Y ya sabes qué pasa con algunos incendios espontáneos, se extinguen rápido.
—No tiene que ser así.
—Es así para nosotros. Estaré bien, Georgie —prometió Fred con amargura—. Agatha no es más que otra chica con la que me divertí. No hay nada especial en ella que no pueda reemplazar y encontrar en otro lado.
—Cállate, no lo dices en serio. Estás molesto y borracho y no estás pensando con clari...
— ¡NO QUIERO SABER NADA DE ELLA! —gritó Fred interrumpiendo a su hermano. Las lágrimas de ira contenida amenazaban con dejar sus ojos. Con respiraciones entrecortadas bajó la voz y dijo: — Quiero acostarme, estoy cansado.
George no quiso decir nada más que pudiera seguir lastimando a su gemelo y asintió lentamente. Fred cerró las cortinas y se acostó sobre su espalda, mirando la polvorienta tela en el techo de su dosel.
Recordó lo diferente que se sintió esa mañana, rebosado de felicidad al recibir una carta de Agatha.
Estaba solo cuando leyó el telegrama. Un pedazo de pergamino era todo lo que era y de alguna manera había hecho que se desplomara. Algo tan insignificante había logrado que Fred perdiera balance y que su mente se volviera un torbellino. Lo leyó otra vez y otra vez y otra vez hasta que las palabras tomaran sentido y se asentaran en su cerebro. El mensaje era tan impersonal y frío que no guardaba ningún parecido con Agatha. Pero era de ella y su mensaje era tan claro como el agua.
Fred hizo lo que mejor le salía, buscarse una distracción. Y Grace O'Connor estaba justo ahí, en la fiesta de Ravenclaw, riéndose de los peores chistes que Fred había contado en su vida solo para que él gustara de ella. El alcohol, el corazón roto y el enojo hacia Agatha, no le dejó ver otra opción más que acostarse con Grace. Por mezquindad, porque quería sentirse validado y deseado luego de ser arrojado a la basura como calcetines viejos.
Lo peor del caso era que no pudo cumplir su cometido porque el segundo en que se acercó a Grace fue tan soso que instantáneamente supo que no iba a llegar a nada. El tacto de Grace fue tan insulso que no le provocó sino repulsión porque no lo ponía nervioso o lo hacía anhelarla, sino todo lo contrario.
¿Estaba de verdad sorprendido que Agatha hubiera terminado las cosas? ¿De verdad esperaba vivir una eternidad junto a ella? Eso era lo que él quería. Pero a veces querer no es suficiente.
Se sentía un perdedor, nada lo había derrumbado de aquella manera. Fred se creía un dios y no estaba preparado para que el fuego de estrella lo convirtiera en cenizas.
Y así de fácil y desgarradoramente, se extinguieron las llamaradas que eran Fred Weasley y Agatha Krum juntos, sin honor ni gloria.
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Para principios de diciembre, Agatha casi no sentía dolor. Un gran «casi». Cómo solía decir su abuelo antes de morir: «a una persona ocupada no le da tiempo a tener el corazón roto» O algo así. No estaba segura de que así fuera el dicho, pero lo importante era que se mantenía ocupada, vertiendo todo su esfuerzo y tiempo libre en el único amor que nunca la había traicionado, el que ella amaba sin límites y que siempre estaría allí para ella sin importar nada: el quidditch.
El universo complotó en su favor, regalándole oportunidades que mantuvieran su mente centrada en solo lo mejor y le presentó un evento magnífico que la llenó de emoción después de semanas de vacío. En diciembre sucedía el «Partido Extraordinario de Quidditch» a beneficio de la caridad de turno. Algunos años era por los niños en los orfanatos, otros por asociaciones de criaturas mágicas. Era un juego amistoso entre dos países y ese año le tocaba a Bulgaria ser el anfitrión. Agatha le pidió a Vasil que la pusiera en la alineación y Vasily nunca le iba a decir que no.
Necesitaba abandonar Durmstrang antes del fin del trimestre para poder jugar el partido porque para ella significaba más. A ese partido iban a asistir directores técnicos de equipos de toda Europa y allí, si se destacaba, podría llamarle la atención a alguno y tendría las propuestas esperándola en bandeja de plata cuando se graduara. En su instituto concedían favores especiales a los mejores. Estos alumnos podían optar por salir un poco antes de las vacaciones de invierno. Si llevabas un buen registro de notas y te portabas bien podías salir del instituto una o dos semanas antes del fin oficial del trimestre.
Agatha se mentalizó en formar parte de esos alumnos. Aprobó con «extraordinario» todos sus exámenes de invierno, puso al día sus deberes y se destacó en clases para que al momento de solicitarle al profesor Larsen que la dejara irse, él no tuviera ningún argumento en su contra. El director Larsen la puso en el tope de la lista sin amonestación alguna e incluso, para diversión de la chica, le deseó suerte en el juego.
La mañana en la tendría que partir no tenía que hacer nada porque la noche anterior ya había arreglado su equipaje. Desayunó y la pasó con sus amigos hasta que llegó el momento de despedirse. El único que cumplía con los requisitos para irse con Agatha era Isak, pero él decidió quedarse.
—Visítame en Navidad, Ag —le pidió Anton con una sonrisa mientras la abrazaba con cariño —. Estaré trabajando en la botica de papá y todo es muy aburrido. Hazme compañía.
—No sé si tendré tiempo en mi apretada agenda —bromeó Agatha, arrugándole el rostro con coquetería —. Tu papá quiere conocer a Viktor, no a mí.
—Igual ven, solo estás a una aparición de distancia —Anton la rodeó con un brazo.
—Ne. Me prometí que estas festividades estaré solo con mi familia. Nadie más —confesó Agatha removiéndole el brazo —. Pero intentaré pasar por la botica.
—Eso está mejor —Anton la besó en la mejilla—. Nos vemos en enero, Ag. Saluda a Viktor de mi parte y patéale el culo a Mónaco. Esos engreídos de mierda...
Todos se despidieron de Agatha con abrazos y palmaditas en la espalda. Agatha sorteaba los lúgubres pasillos, toscamente decorados con adornos navideños antiguos, cuando una voz masculina la llamó desde la distancia.
— ¡Eh, Krum! ¡Espera! —Poliakov llegó corriendo. Agatha le alzó una ceja, inquisitiva—. ¿Ya te vas?
—Sí. El barco zarpa en quince. ¿Qué pasa?
—Larsen te llama. Es sobre una de tus ungesinn—le avisó Poliakov.
Agatha murmuró una maldición, esperaba que a ninguna le hubiese pasado nada. Agradeció a Poliakov y mirando exasperadamente su reloj de muñeca, rezaba por tener el tiempo suficiente para no perder el barco. Se encontró en la puerta del despacho de Larsen en un instante. Tocó y le ordenaron entrar. Dentro de la oficina había tres personas. Larsen, Margrét y el profesor Georgiou.
Árnadóttir estaba sentada en una silla tan grande que la hacía parecer una microscópica hada. Georgiou tenía el rostro encogido de la ira y se tronaba los nudillos con severidad. Larsen, al contrario, se presentaba flemático y cordial.
Agatha reparó en la niña. Margrét temblaba en su asiento y tenía la mirada clavada en el suelo. Cuando se acercó a su lado, Margrét levantó sus enormes ojos de ciervo hacia ella, mirándola como si fuera un salvador. Agatha la examinó exhaustivamente, parecía estar en una sola pieza.
—Buenos días —saludó Agatha a los hombres, firme y tranquila.
—Buenos días, Krum. Estás aquí porque eres directamente responsable de las acciones de tus protegidas y hoy, según el criterio del profesor Georgiou, Margrét Árnadóttir cometió una falta que merece ser castigada y resuelta —dijo el profesor Larsen, sin darle rodeos al asunto.
La aludida miró al profesor Georgiou con el ceño fruncido. ¿Qué podía haber hecho Margrét? Larsen recibió de Georgiou dos objetos titilantes, el hombre se los pasó a la chica mayor. Se trataba de un par de pasadores para el cabello, similares a refinados palillos chinos con ornamentaciones de mariposas. Eran muy bonitos y muy punzantes.
Creyó adivinar lo que había pasado. Esos pasadores de cabellos eran fácilmente armas blancas, quizás alguien había molestado a Margrét lo suficiente para que ella le clavara uno.
¿Agatha aprobaba que lo hubiera hecho? No.
¿Tenía que enseñar a no celebrar la violencia? Sí. Pero si el niño se había pasado entonces...
Sin embargo, los pasadores no estaban manchados de sangre.
— ¿El otro niño está en la enfermería? ¿Fue muy grave? —preguntó con un suspiro cansado. Si lo que pensaba ella era cierto, tenía que buscar una manera de que no fueran tan duros con Árnadóttir.
Larsen y Georgiou intercambiaron una mirada.
— ¿Qué dices, Krum? —espetó Georgiou.
—La persona que Margrét hirió con sus pasadores de pelo. ¿Fue muy grave? ¿Se los clavó muy profundo? —repitió con impaciencia y malhumor—. ¿Eso fue lo que hizo, no? Por eso es tan importante. Margrét hirió a alguno de sus compañeros. No me gusta que haya sucedido esto, yo...
Agatha miró a Margrét, la menor negaba desesperada con la cabeza.
— ¿No lo hiciste? —cuestionó Agatha con voz susurrante. Margrét, al borde de las lágrimas, volvió a negar. Agatha contempló a Larsen y Georgiou respectivamente sin poder comprender—. Perdónenme, profesores, no entiendo. ¿Qué fue lo que hizo con esto?
— ¡Usarlos! —exclamó Georgiou furioso, tan molesto que su bigote poblado se movía como poseído—. Árnadóttir ha violado el código de vestimenta y se mofó de nuestras tradiciones. Burlándose de nuestras reglas, se rehusó a quitárselos cuando se lo ordené.
Agatha se quedó muda, no podía pronunciar ni una sílaba. El profesor Georgiou nunca fue un amor con nadie, pero esto excedía lo ridículo. No había manera de ser tan horrible e infantil. Dirigió su mirada al director, esperando que dijera algo sensato. Algo que le diera sentido a toda esa locura. No podía ser solo eso.
— ¿Disculpe? —emitió Agatha, unos segundos después del berrinche de Georgiou—. ¿Acaba de decir...? ¿Todo lo que hizo fue ponérselos?
— ¿Eres estúpida, Krum? —le increpó Georgiou, conteniéndose de golpearla con el bastón.
—Al contrario, profesor —replicó Agatha—, mi capacidad mental es ideal. Entiendo los códigos de comportamiento y vestimenta del instituto, pero me preocupa que quizá usted no lo haya hecho.
—El profesor Georgiou considera una impudicia la actitud de Árnadóttir y plantea que sus accesorios de cabello son una falta para el código Durmstrang. Pero sí, lo único que hizo Árnadóttir fue ponérselos y negarse a quitárselos —el director se mostraba impasible.
—Ya veo —Agatha iba a destrozar a Georgiou en su propio juego. No sabía con quién se había metido. No sabía lo bien informada que estaba Agatha Krum—. Profesor Larsen, corríjame si estoy equivocada, pero en 1889 ocurrió un incendio que destruyó todos los registros y reglas que se aplicaban a las estudiantes femeninas. Nada se pudo salvar ¿Es eso correcto?
—Sí.
—Y no se hizo ningún esfuerzo en restaurar o recuperar ningún tipo de reglamento para las alumnas de Durmstrang —prosiguió Agatha—. Para las alumnas que siguieron después de esta pérdida invaluable de información, las brujas Jorgendóttir, Hermansen, Doneva, Poliakova, Ostberg y, bueno, yo, se acordó que nos rigiéramos por las reglas ya preestablecidas dirigidas a los varones. ¿No es así?
—Sí, Krum —volvió a afirmar Larsen.
—Me alegra no haber olvidado ninguna parte de nuestra ilustre historia como instituto. Desde entonces, cualquier alumna que asista a Durmstrang deberá atenerse a los códigos de vestimenta y comportamiento de los varones y al único reglamento que existe. ¿Me permite, por favor, director, una copia de dicho reglamento?
Larsen lanzó con su varita el libro antiguo y ennegrecido, cuyas páginas estaban manchadas de tonos amarillos. Agatha lo atajó y lo hizo levitar con su propia varita frente a ella. Pasó las páginas con ánimo y encontró lo que buscaba.
—Código de vestimenta, blablá, uniforme y aquí está, bastante conciso a mi parecer. Párrafo siete: Cabello y vello facial —sonrió Agatha y empezó a leer textualmente—. «1. Se sugiere el corte rapado para los alumnos, pero cualquier corte decente es aceptable. 2. La longitud del cabello no debe sobrepasar la altura del trasero. 3. Los colores antinaturales de cabello están prohibidos, si el alumno es metamorfomago, su cabello deberá mantenerse en los colores naturales. 4. Se le exige a los alumnos mantener su cabello bien arreglado y limpio en todo momento» El siguiente párrafo se extiende sobre vello facial y no es realidad nuestro asunto.
Agatha devolvió el reglamento al profesor.
—Como pueden observar, profesores, Árnadóttir no cometió ninguna falta al código. En cuanto a la segunda parte de la acusación, puedo entender por qué no quiso entregarle sus pertenencias al profesor. Sus pertenencias personales no pueden ser confiscadas sin una razón coherente, y en este caso no la hay.
— ¡Maldita niña procaz! Su declaración es una falta de respeto, Larsen. ¡Es una insolente y está mancillando nuestro instituto con su vanagloria! ¡Está celebrando que los de primer año hagan lo mismo! —ladró Georgiou con repulsión, apretando su bastón oscuro.
Larsen se quedó callado. Utilizando todo el tiempo que disponía para llegar a una sentencia y poder tomar una decisión. Suspiró mirando al vacío y luego admiró a Agatha Krum, que se mantenía firme en su declaración y no iba a aceptar una decisión que no la satisficiera.
—Krum presentó una buena defensa y mostró todas las evidencias que necesito para indultar a Árnadóttir —Agatha observó que Larsen estaba aguantándose una sonrisa, su cara varonil se esforzaba en mantenerse impasible—. Igualmente, para que el profesor Georgiou cierre este inconveniente, Árnadóttir deberá presentarse el sábado en la biblioteca para ayudar al bibliotecario con la clasificación de material, como castigo.
— ¿Eso es todo? ¿Te parece suficiente castigo, Larsen? —Si Georgiou seguía insistiendo, le iba a dar un infarto e iba a caer tieso frente a sus narices.
—No te atrevas a cuestionar mis decisiones, Tybalt —decretó Larsen, envenenando sus palabras—. Pueden irse.
Agatha asintió y solo por puro placer, le dedicó una última sonrisa burlesca al profesor Georgiou y urgiendo a Margrét, abandonó el recinto.
Caminaron en silencio hasta que Margrét se detuvo en seco y explotó en un llanto desconsolador. Agatha se quedó rígida cuando la niña la abrazó, escondiendo su rostro en su pecho. Algo torpe, la mayor le devolvió el abrazo.
—Ya se resolvió, no pasa nada —Agatha se imaginaba el terror que inundaba a la pequeña. No era la situación más cómoda haber sido señalada, acusada y gritada por el anciano profesor—. El castigo es muy leve, el bibliotecario es bueno y el trabajo solo será aburrido.
Margrét intentaba hablar, pero solo podía hipar entre lágrimas.
—Lo...lo...lo...siento...no...debí...h...haberme metido en problemas —lloraba la islandesa con la respiración entrecortada—. D...dijiste...que...que no te molestáramos. Y...y...yo lo arruiné. Lo...siento...
—Árnadóttir, para eso estoy aquí. Para defenderte y sacarte de problemas. Está todo bien. Ya pasó —le aseguró la mayor acariciándole el cabello para calmarla.
Margrét se regañaba a sí misma porque no podía detener las lágrimas y Agatha sonrió agridulce. La guió hasta un banco de piedra en uno de los pasillos y se sentó con ella, aun cuando se le hacía tarde.
—Mira, vamos a hacer algo que me enseñaron a hacer cuando no puedo dejar de llorar ¿de acuerdo? —Margrét asintió lentamente—. Te voy a dar treinta segundos para llorar a todo pulmón ¿sí? Llora y patalea hasta que se te acabe el aire y luego vas a recomponerte, te vas a secar las lágrimas y ya verás que no hay nada que no se pueda solucionar.
—Tú...tú...nunca... lloras —discutió Margrét.
—Eso es mentira, sí lloro. Lo que pasa es que nunca me has visto. Empezaré a contar entonces. Uno...dos...tres...
Margrét lloró por treinta desconsolados segundos. Mientras contaba, Agatha se sintió insincera porque ella no pudo aplicar aquel consejo. Pero esperaba que sí funcionara para Margrét. Cuando alcanzó el treinta, la menor se limpió frenéticamente las lágrimas con las mangas del abrigo y con el dorso de sus manos.
— ¿Mejor? —preguntó la búlgara con una sonrisa honesta. La segunda dijo que sí—. Me alegro. Ahora, ven, déjame ponerte estos pasadores en el cabello. Son muy bonitos, por cierto.
—No quiero meterme en más problemas, no me los quiero poner.
— ¿Qué tontería estás diciendo, Árnadóttir? —bramó Agatha—. No me peleé para que no te los pongas. Son preciosos y se te ven preciosos y te los vas a poner cada vez que te dé la gana. De hecho, consíguenos unos a Lara y a mí.
Margrét sonrió ampliamente y se arrodilló de espaldas entre las piernas de Agatha. Ella le puso los pasadores y se levantó.
—No me puedo quedar más, me va a dejar el barco. Si algo como esto vuelve a pasar, envíame una carta urgente y lo resolveré. ¿Está bien?
Margrét volvió a abrazar a Agatha fuertemente.
—Gracias, Agatha, eres la mejor — Agatha sonrió y chasqueó la lengua con ternura.
—Lo sé. Vete a clases. ¡Ten unas lindas vacaciones, Margrét!
La niña se despidió de Agatha y se fue dando saltos animados por el pasillo.
— ¿Esperas que sigan tu ejemplo, Krum? ¿Que crezcan insolentes y desobedientes?
La vibrante voz del esquelético profesor Georgiou se hizo presente. Se movía como un cadáver reanimado, lento y en silencio. De todos los profesores de Durmstrang, eran de los que le habían dado el peor rato a Agatha. Y planeaba hacerle lo mismo a Margrét y Lara.
Agatha le hizo frente, con una expresión imposible de descifrar, pero que quería denotar la cólera tremenda que sentía por aquel hombre.
—No sabía que defenderse a uno mismo era ser desobediente. Y sí, profesor, es exactamente lo que espero —explicó Agatha con tranquilidad—. Me temo que ha cometido un grave error al pensar que podía seguir abusando de su poder. Usted pudo haberme castigado y humillado a mí cuando tenía su edad, pero eso solo logró que creciera sabia con el tiempo. No las va a menospreciar o a humillar. A lo mejor su arcaica mente no lo recuerde, pero yo ya estoy dos pasos adelante porque todo lo que usted cree que puede hacerles a ellas, ya me lo hizo a mí. No voy a permitir que ellas pasen por lo mismo que me hizo pasar. Ahora, si me disculpa, tengo que tomar un barco. Tenga unas buenas vacaciones de invierno.
Agatha no le dio a Georgiou derecho a réplica, y empezó a caminar rápido para abandonar las inmediaciones del castillo antes de que fuera muy tarde.
Llegó justo a tiempo, el barco estaba listo para irse. Era un barco mercante pequeño y discreto que no guardaba ninguna semejanza con la majestuosa embarcación que los traía al instituto o la que los llevó a Hogwarts. Se subió y el ancla se levó, dando inicio al viaje. Los pocos alumnos que les fue concedido permiso de marcharse se amontonaban cerca del timón.
Encontró a Ruslan persiguiendo a un gato negro por cubierta y con sonidos de besos lo llamó. Buscó una pelota de cuero y empezó a jugar con él para entretenerse y que su perro no se cansara en el viaje. Se sentó en un cajón cerca de las conversaciones, pero sin involucrarse.
Reconoció a los que la acompañaban. Podía contar sólo siete que conocía, y no pudo ocultar su sorpresa al ver entre ellos a Orell Dolohov. ¿Quién en su sano juicio le daría permiso a Dolohov de irse temprano de Durmstrang? Bueno, supuso Agatha, si adulas a los profesores puedes ganarte su simpatía. Y Dolohov era muy bueno para manipular a las personas.
Las horas se movieron rápido; el barco la llevaría tan cerca de Bulgaria como fuera posible, y cuando estuviera cerca, ella podría aparecerse. Agatha estaba leyendo un libro e inmersa en sus propios pensamientos, jugando con su varita entre los dedos, cuando se sintió observada. Dolohov, se había sentado al frente de donde ella estaba y la observaba pacientemente.
Agatha daba por hecho que Orell se aburriría y haría otra cosa pronto, esperaba que se apurara porque estaba empezando a sentirse incómoda. Cuando pensó que ya no era objeto de su mirada, miró por encima de las páginas para encontrar de nuevo con su atención puesta en ella. Soltó un gruñido.
—Tal vez, valquiria, si cierras los ojos te sería mucho más cómodo ignorar que existo —la voz de Orell se extendió entre el sonido retumbante de las olas del mar.
—He ignorado tu existencia casi toda mi vida sin cerrar los ojos, Dolohov —se burló Agatha.
Se sobresaltó cuando lo escuchó levantarse de su asiento y dirigirse hasta ella. Guardando algunos metros de distancia, se sentó en el cajón junto a Agatha. Ella fingió que no le molestaba aquella cercanía y que seguía inmersa en su literatura.
— ¿Qué lees? —quiso saber Dolohov, dándole un vistazo a la tapa del libro—. ¿Un autor nemagicheski? Esperaba más de ti.
— ¿Qué quieres? —se inquietó Agatha sin quitar los ojos de las palabras—. Esta estúpida conversación casual ha de ser preámbulo de algún comentario fuera de lugar. Dilo ya y dejamos de perder el tiempo.
—Joder, yo solo estaba siendo amable —sonrió el muchacho. «Amabilidad no está en tu vocabulario, maldito mentiroso» pensó ella al instante—. Ya nos vamos a graduar y pensé no debía irme sin hacer amistad contigo. Me pareces alguien muy interesante.
¿Eso suponía ser un cumplido? Agatha puso los ojos en blanco.
— ¿Crees muy insólito que esté diciendo la verdad?
—No —respondió Agatha—. Soy increíblemente interesante, es solo natural que te sientas atraído a mí.
—Muy humilde de tu parte ¿Qué vas a hacer a casa?
—A jugar. Tengo un partido importante —Agatha no supo por qué se lo dijo.
—Ya, siempre se me olvida que juegas quidditch.
El silencio volvió a envolverlos y se callaron un rato. Agatha siguió leyendo, escuchando el barco romper las olas del mar y la respiración constante de Dolohov.
—Yo voy a visitar a mi madre en Londres. Está enferma —dijo él, sacando un caramelo de su chaqueta y metiéndoselo en la boca—. Es grave y su mejoría es muy lenta.
—Lamento escucharlo. Pero no tienes que decírmelo, no te lo pregunté —ella intentó no escucharse tan insensible y fría, a pesar de que no le creería a Orell ni aunque estuviera arrodillado frente a ella y jurara con su vida.
—Lo sé —aceptó Dolohov, entrecerrando los ojos y mirando el cielo nublado—. ¿Qué vas a hacer en Navidad? ¿La pasarás en casa de tu novio?
Agatha cerró su libro y lo miró directamente a los ojos. Era la primera vez que alguien le preguntaba algo sobre eso y deseó que hubiese sido cualquier otra persona. ¿Cuál era el repentino interés del hijo de uno de los mortífagos más fieles de tú-sabes-quien en preguntarle tantas estupideces? Dolohov odiaba a Viktor. ¿Por qué no la odiaba a ella también? Quería que volvieran a la cordialidad fingida en donde no se dirigían ninguna palabra, se sentía más segura así.
—No tengo ningún novio.
— Es un pecado que alguien como tú no tenga novio
— ¿Estás coqueteándome o estás empezando una pelea? —preguntó Agatha, mordaz.
—Lo que sea que quieras, ambas opciones me gustan.
Orell esbozó una sonrisa jactanciosa y Agatha se rió por debajo del aliento.
Si la conciencia de Agatha fuera una persona, estaría suplicándole de rodillas con los ojos llenos de lágrimas. Clamándole y jalándola para poner cordura en su cabeza. No podían haberle gustado las palabras de Dolohov. ¿Era su celibato y su corazón roto que la estaban llevando a pensar esas cosas?
«¡Por favor, detén esta tontería! —suplicaba su conciencia hecha una magdalena—. Dolohov es todo lo que no te gusta. Piensa bien. ¿Quieres atención? ¡BÚSCALA EN OTRO LADO! EN CUALQUIER OTRO LADO Dolohov es malo, es grosero y tiene tendencias de mortífago. ¿Quieres sentirte validada? Elige a cualquier otro.»
Dolohov era todo lo contrario a lo que era Fred. Quizá era eso lo que le hacía falta. Alguien en donde no encontrara ningún parecido. Nada serio, una distracción momentánea mientras terminaba de sanar.
«No hagas esto, por favor —rogaba su conciencia—. Será divertido por un segundo, pero va a terminar mal. Muy mal. El aura de Orell Dolohov es oscura y te va manipular y te va a utilizar y tú lo sabes muy bien»
Rebelarse al involucrarse con Dolohov sonaba peligroso, entonces ¿por qué le llamaba tanto la atención?
«Agatha, por favor. A Fred no le va a doler esto. A él no le va a importar, porque no le importas tú. Solo va a traer consecuencias negativas para ti. No pierdas enfoque, por favor»
La conciencia ganó esa batalla, pero por muy poco.
—Tú y yo no debemos mezclarnos, Dolohov. ¿Qué diría Bartok si te viera cerca de mí? —argumentó Agatha, levantándose al darse cuenta de que estaba llegando a su destino. Le puso el arnés a Ruslan y lo tomó con su correa. No tenía mucho tiempo para aparecerse.
—Bartok no es mi jefe. Y yo puedo estar con quien me dé la gana para tu información.
—No sabía que estar conmigo fuera algo que te interesara. Esta es mi parada —anunció la búlgara, manteniendo a su perro cerca y lanzando un hechizo que haría aparecer su equipaje en su hogar—. Felices fiestas. Ojalá tu madre mejore pronto, de todo corazón.
Agatha hizo un movimiento de varita y desapareció.
El invierno estaba cerca de llegar a Sofía, Agatha observó la vegetación empezar a secarse y se preguntó por qué su madre no la había protegido con magia, cómo siempre hacía. Dentro de la casa del valle estaba cálido y muy en silencio. Greta y Mûnich le dieron la bienvenida con sonrisas y le quitaron los abrigos, pero no le dieron ninguna otra indicación.
Era extraño que nadie la recibiera, estaba acostumbrada a ser recibida por sus padres, pensó también que Viktor estaría ahí, porque él no tenía compromisos deportivos esa semana.
Llevó a Ruslan a la cocina y le sirvió agua y un plato de comida y lo dejó tranquilo para que descansara. Caminó por la casa buscando señales de vida y las encontró en el comedor de visitas. La puerta estaba a medio abrir y sobre la larga mesa se situaban un montón de papeles y mapas. Sus padres estaban allí junto a los Sokolov y a Viktor y Aleksandr y algunas personas más que Agatha no reconoció. Hablaban muy bajo, casi susurrando y no parecía una reunión muy alegre, pero tampoco tensa. Agatha distinguió una cabellera rojiza y entonces se dieron cuenta de su presencia. El viento cerró la puerta de golpe. Viktor salió con una sonrisa pasados unos segundos.
— ¿Ya llegaste? Pensé que llegabas mañana —la abrazó su hermano con cariño y le besó la sien—. ¿Cómo estás, Aggie?
— ¿Qué está pasando? ¿Qué estamos celebrando? —preguntó Agatha, animada al ver a Viktor.
—Nada en especial, los viejos se reunieron para tomar y chismear. Tú sabes cómo se ponen mamá y papá cuando llegan los Sokolov.
— ¿Y por qué está Aleksandr ahí? —volvió a preguntar Agatha, dejándose arrastrar lejos del comedor por su hermano mayor.
— ¿Cuándo Aleksandr se ha perdido un buen chisme? —preguntó Viktor, divertido.
— ¿Quién más está aquí, Vitya?
— Amigos de papá y amigos de los Sokolov. Creo que se graduaron juntos y todos se conocen. Nadie interesante
—Vamos a entrar entonces, yo también quiero tomar y escuchar los chismes de la gente —propuso Agatha, empujando a su hermano cerca de la puerta del comedor.
— ¿Por qué eres tan entrometida, gnomo? —la molestó Viktor y la volvió a guiar lejos del comedor—. No son más que chismes de viejos. Termina de llegar mejor. Vete a bañar y saldremos a comer a donde tú quieras.
Agatha, suspicaz, le obedeció a Viktor, principalmente porque estaba cansada y hambrienta. Subiendo a su cuarto, pensó en ese minúsculo segundo en donde albergó la esperanza de que el pelirrojo que estaba en su casa era Fred Weasley y se le olvidó por un momento que Fred no volvería a pisar la casa del valle.
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