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𝟑𝟓 ━ El zorro ártico lastimado.


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𝐄𝐋 𝐙𝐎𝐑𝐑𝐎 𝐀́𝐑𝐓𝐈𝐂𝐎 𝐋𝐀𝐒𝐓𝐈𝐌𝐀𝐃𝐎

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— ¡Fred, George! ¡Tienen que concentrarse!

Fred nunca había escuchado a Harry tan serio. No pudo evitar reírse junto a George. Entendía la importancia de lo que estaban haciendo, pero cuando Harry fruncía el rostro y forzaba una mirada de regaño que le torcía las gafas era graciosísimo. Era la primera vez que intentaban hacer un patronus en las clases clandestinas de DCAO. Era tan complicado que incluso el mismo Fred presentaba problemas para conjurar uno. Lo único que salía de su varita eran bolas de luz azulada que se desvanecían enseguida.

—Es verdad, tienen que dejarse de estupideces. Esto es importante —gruñó Hermione lanzándoles una mirada de odio.

Fred soltó un bufido y rodó los ojos hasta ponerlos en blanco. Desde que la habían nombrado prefecta, Hermione estaba insoportable. Ya no sabía qué hacer para sacársela de encima, estaba considerando escribirle a Viktor para ver qué podía hacer él al respecto. A lo mejor si Viktor le decía algo, Hermione bajaba las defensas.

Ron se acercó a los gemelos, deslizándose entre ellos con cara de pocos amigos. A él tampoco le iba bien con el patronus.

— ¿Viniste a regañarnos tú también y portarte como el prefectito que eres? —preguntó Fred a Ron con tono burlón.

—No, Freddie, recuerda que Ron es «el prefecto bueno» —se burló George sacándole una carcajada a Fred.

—En defensa de Hermione, quizá si se concentraran en hacer el encantamiento y no en molestar a McMillan les iría mejor —masculló Ron entre dientes.

—De acuerdo, a nosotros no nos sale porque estamos distraídos según tú, pero entonces ¿cuál es tu excusa, prefectito? Porque no vemos que te vaya mejor —sonrió Fred con petulancia.

Ron refunfuñó en respuesta porque después de miles de intentos él tampoco había logrado producir más que nubes de humo.

—Es más difícil de lo que Harry lo hace parecer —se defendió Ron.

— ¡No nos digas! —dijeron Fred y George al mismo tiempo.

Fred admiraba el talento de Harry para no perder la paciencia. Especialmente teniendo una pila de adolescentes lanzando hechizos defensivos y ofensivos a diestra y siniestra sin éxito. No quería hacerle el trabajo más difícil por lo que Fred se enserió y lo intentó de nuevo. Apoyando la espalda contra la de George, puso su varita en ristre y pensó en las cosas que lo hacían feliz.

Sus pensamientos dispersos lo hacían fracasar. Últimamente andaba de mal humor y no era difícil de adivinar que eso significaba un problema para lanzar encantamientos que requerían que te concentraras en cosas positivas.

— ¿Ya hiciste uno? —preguntó George después de un largo rato de prueba y error.

—No —se frustró Fred soltando un gruñido—. ¿Por qué es tan difícil?

—No lo sé, yo tampoco he podido hacer nada. Estoy empezando a pensar que quizá no soy tan feliz —bromeó George.

Fred carcajeó en conjunto a su hermano. Como distracción, empezó a echarle un vistazo al resto de la Sala de Menesteres para confirmar que nadie estaba teniendo mucho avance cuando se topó con la mirada de una rubia. Grace O'Connor le sonrió momentáneamente para seguir practicando con Michael Corner. Fred le devolvió una rápida sonrisa para mirar hacia otro lado. La atención de las chicas no había mermado y al gemelo mayor seguía gustándole.

Fred se sintió mejor al saber que a algunos les iba peor. Tampoco podía mortificarse, recordaba que incluso magos experimentados tenían problemas con los patronus. Solo tenía que practicar.

— ¡Vale, está bien! —dijo Harry alzando la voz para ser escuchado por todos—. ¡Los felicito por su esfuerzo! No se desanimen, sé que es muy difícil. Solo tenemos que seguir practicando y ya lo lograrán.

—Es un santo, es incapaz de decirnos que no servimos —le murmuró Fred a George. El último dio un gruñido de estar de acuerdo.

—Sé que es fácil desanimarse, pero debemos mantenernos motivados. Le escribí a una amiga y le pedí un favor. Llegará en cualquier momento —comunicó Harry con voz entusiasta.

Harry calculó el momento exacto. Todo el Ejército de Dumbledore soltó un grito ahogado de admiración al observar el patronus entrar por la ventana. Era casi perfecto y adoptaba la forma de un zorro ártico gordito y peludo. Voló por la sala, pavoneándose elegante y parecía buscar un dementor al cual enfrentarse. Imitando al animal verdadero y con inagotable energía corrió por el aire dando saltos agitados, empujó a Hermione sin querer hasta finalmente detenerse frente a Harry.

Era el segundo ejemplo de un patronus corpóreo que observaba la clase, además del de Harry.

—Esto es a lo que aspiran. Bastante estable. Claro que la dueña de este patronus es mayor que nosotros y lleva más tiempo practicándolo —informó Harry—. Pero les recuerdo que una forma incorpórea puede ser igual de efectiva.

—Debe de ser una bruja muy talentosa —murmuró Cho.

Fred miró con envidia al zorro ártico que empezó a perder intensidad, pero que estaba muy bien hecho.

— ¿De quién es? Debería estar aquí ayudándonos —alegó Fred sin reprimir la mirada de fastidio.

Harry soltó una risa.

— ¿Nunca lo has visto? —preguntó, divertido—. Pensé que te sería familiar.

Prodŭlzhavaĭte da praktikuvate, nepokorni malki! I dobŭr kŭsmet! —pronunció una voz suave saliendo del zorro ártico. Luego de hablar, el zorro se deshizo en niebla nacarada.

La sala volvió a sacudirse con un sonido de admiración al escuchar la voz, pero nadie reconoció de quién era o qué decía. Nadie además de Fred. Soltó una carcajada profunda y asintió dándole el crédito que Agatha merecía. No sabía cómo no lo había adivinado antes. El animal representaba bien a la búlgara.

— ¿Te importaría traducir, Fred? —dijo Harry esbozando una sonrisa.

—No soy fluido, pero fue algo como «Sigan practicando, pequeños rebeldes. Y buena suerte» —respondió Fred.

—Sí, suena como algo que diría ella —asintió Harry y se dirigió a la clase—. Este patronus fue lanzado por nada menos que Agatha Krum.

— ¿La hermana de Krum? ¿La que va a Durmstrang? —se quejó Zacharias Smith con gesto desconfiado.

Fred miró a George y se preparó para responder. Su hermana menor se le adelantó.

— ¡Ah! ¿Ahora te preocupa que vaya a Durmstrang? —se burló Ginny—. Pero cuando estaba aquí la seguías como un cachorro y prácticamente lamías sus botas. ¿Así o más hipócrita, Smith?

—Hipócrita es que digan que no hay que fiarnos de los de Slytherin y ahora somos amigos de gente que práctica magia oscura sin tabú—expuso Smith con firmeza.

—Cállate, o te juro que te voy a reacomodar esos dientes que tienes —amenazó Fred apuntándolo con el dedo índice—. Mira que todavía no te termino de tragar.

—Yo solo digo, ¿de verdad estamos confiando en posibles mortífagos? ¿Y si nos delata? —continuó el Hufflepuff, mirando a su alrededor como si no pudiera creer que el resto de la habitación no estuviera tan escandalizada como él.

Eso fue suficiente para Fred. Dio un salto hacia adelante con el puño cerrado y lo único que lo detuvo fue la fuerza equivalente de George que lo mantuvo contenido, tomándolo del brazo para que su mano no impactara a Zacharias.

Lucharon unos segundos en los que George intentaba mantener a su gemelo controlado. Zacharias dio un paso tembloroso hacia atrás e instantáneamente empezó a arrepentirse y a recordar la amenaza de los gemelos el día de la reunión en Cabeza de Puerco. George tomó a Fred del cuello y le susurró que no valía la pena pelear con la gente que estaba en tu mismo bando.

Fred no estaba de acuerdo, para él valía la pena callar a Smith con un buen puñetazo en la boca.

—Que te quede claro que ella no es ninguna mortífaga —finalizó Fred rechinando los dientes y manteniendo su puño cerrado.

—Es verdad —se involucró Harry para que la discusión se disipara y no terminara con Smith en la enfermería—. En realidad ha sido de mucha ayuda y no nos va a delatar. Honestamente, me preocupa más que nos delates tú.

Zacharias Smith ahogó un sonido parecido a un gruñido al escuchar a Harry y se quedó callado. Fred se soltó de George y se sacudió la ropa, asegurándole a su hermano que no iba a perder los estribos. Pero era obvio que internamente ya estaba pensando en una estratagema para desquitarse con Smith. Desde el primer día le caía mal.

—Bien, creo que es suficiente por hoy —suspiró el azabache y le sonrió a la clase—. Espero que el patronus de Agatha les haya servido de inspiración. Nos vemos aquí en la próxima reunión.

La sala empezó a vaciarse en grupos de dos o tres para escabullirse sin levantar sospechas. Fred y George se preparaban para marcharse cuando Harry llamó a Fred.

—Smith sigue escéptico —le dijo con tono fastidiado—. Lo siento por lo que dijo.

Fred se rió. No era posible que Harry se estuviera disculpando cuando él no había hecho nada malo. El pelirrojo se encogió de hombros.

—Gracias por defenderla.

—Sale gratis defender a tus amigos cuando no están para defenderse ellos mismos.

—Sí, bueno, de haber estado ella aquí, lo hubiese destrozado con una sola mirada —sonrió Fred.

—Seguramente —afirmó Harry. Se separó de Fred y fue a recoger un cuaderno de pergamino hecho a mano y lo trajo con él para tendérselo al gemelo—. Esto es de ella. No mentía cuando le dije a Smith que ella estaba ayudando. Le pedí un consejo y me envió un manual completo. Tómalo prestado hasta la próxima reunión del ED, quizá te sirva para mejorar lo del patronus.

—Lo hizo para ti, no puedo tomarlo —se rehusó Fred, mirando fugazmente el manual y devolviéndoselo a Harry—. Eres un buen maestro, con la práctica ya me saldrá. Guárdalo.

—Tómalo —insistió Harry, cruzándose de brazos sin aceptar el cuaderno—. No creo que le moleste que te lo haya dado a ti. Además, no quiero que te avergüences a ti mismo, ya viste lo bien que ella puede lanzar los patronus. Imagina que te pida lanzar uno y tú solo hagas humito.

Harry contuvo una risa y Fred le dedicó una mirada seria.

—Vale, no te excedas —se rió Fred y finalmente aceptó el cuaderno—. Gracias, me aseguraré de devolverlo en una pieza.

—Te lo agradecería mucho. Sigue practicando.

—Sí, sí, como digas, profesor —Fred hizo burla de la última palabra y se marchó junto a su hermano gemelo.

Entrada la noche, cuando Lee y George dormían, Fred sacó el cuaderno de Agatha y empezó a leerlo. La información estaba muy bien detallada, ella la había clasificado por colores y utilidad, y había dibujado esquemas para Harry. Justo como Agatha tomaba nota, había escrito opiniones personales con letra pequeña en los pies de página. Algunas decían: «Así dice el texto, pero a mí me gusta hacerlo así...» «Harry, te recomiendo que le digas a los menos habilidosos que lo hagan así...» «Es un poco difícil, pero verás que ya a la quinta vez empiezas a ver progreso...»

Mientras pasaba las páginas, su corazón se hundió hasta su estómago y un sentimiento de enojo empezó a extenderse por su pecho. No se lo quería decir a nadie, pero Agatha no había escrito en dos semanas. Él solo había supuesto que estaba ocupada con Durmstrang o con cosas personales, y no le había prestado atención. Pero ver el manual que hizo para Harry le dio a entender que si ella había tenido tiempo para construir ese manual, seguramente habría tenido tiempo de escribirle a él.

La última vez que hablaron fue cuando él le contó sobre la pelea con Malfoy después del juego de quidditch. Ella le respondió que estaba muy molesta y que si pudiera iría ella misma a pelear con Umbridge, además de sentirse muy triste porque los bates que les había regalado a él y a George no tendrían uso. No se había peleado ni nada, pero luego de eso, Fred le escribió la semana siguiente y ella no respondió.

Él no pedía mucho, se hubiese conformado con una nota de dos líneas que le explicara sobre el manual o sobre haber hablado con Harry. No quería pensar que ella se lo había escondido a propósito. Obviamente, Fred entendía que ella no podía gritarlo por ahí desde los tejados, pero de haber querido, ella le hubiese escrito en código y contado que ella sabía del ED. La esporádica y repentina aparición del patronus del zorro ártico había sido la única noticia de ella en ese tiempo.

Estaba enojado con ella y cada vez sentía más que no tenía una relación real con Agatha, porque una relación real no se tambaleaba al no tener cartas. Depender de un maldito pedazo de papel era una porquería.

Guardó el manual y se fue a dormir. Furioso y frustrado. Por no haber hecho progreso con los patronus; por su prohibición de jugar quidditch; porque Agatha no le había escrito, pero sí se comunicó con Harry; porque la distancia empezaba a afectarle.

Y porque estaba empezando a entender por qué las relaciones a distancia nunca funcionan.


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El suelo empezó a tambalear sin previo aviso. Era noviembre cuando las cosas empezaron a derrumbarse.

Agatha apoyó en una de las mesas de la biblioteca el plano del castillo y de los terrenos de Durmstrang con brusquedad. Malhumorada, dibujó una equis negra con su pluma de vidrio para marcar el lugar en el que había buscado más temprano en ese día. Tras una larga mirada al mapa y a todas las equis negras que rayaban la pieza de cartografía, suspiró desganada. Esas marcas representaban lugares en donde había buscado los restos físicos de la fundadora y donde no había conseguido nada de nada.

Desde su encuentro con el fantasma de Vulchanova en El Salón de las Völva, Agatha parecía un perro sabueso. No se tomó su misión a la ligera y hacía todo lo posible para dar con la espada y con los huesos. Sin embargo estaba resultando complicadísimo, no sabía por qué había creído al principio que sería fácil. ¿Quién diría que encontrar un cadáver y una espada mítica iba a dar tantos problemas?

Intentaba no abrumarse. Si Nerida Vulchanova creía que ella podía hacerlo, entonces podía.

Enrolló con cuidado el mapa y se resignó a que ese día no iba a encontrar nada. Sus ojos se arrastraron desde la mesa hasta el increíble reloj de péndulo que decoraba la biblioteca de Durmstrang y que fácilmente medía ocho metros. Marcaba las diez y cuarenta de la mañana. Iba tarde a la clase de nigromancia. Se guardó el mapa enrollado en el bolsillo interno de su abrigo de piel y tomó sus libros para abandonar la biblioteca.

Cuando llegó al aula de nigromancia, Kravev y Jasper estaban debatiendo fuera sobre qué era más probable que ganara si se enfrentaran: el Kraken o Godzilla. Era una conversación divertida y muy acalorada porque ambos muchachos se lo tomaban a pecho.

—El kraken es más grande ¿cierto, Ag? —preguntó Kravev cuando observó a la chica llegar hasta ellos.

—El kraken pierde en tierra porque no es semiacuático, imbécil. Es acuático y ya —se enfureció Jasper.

A Agatha le hizo gracia y soltó una risa. No entendía como algunos de Hogwarts le tenían terror a los suyos. Ese tipo de conversación le recordaban que sin importar cómo habían sido criados, sus amigos y ella seguían siendo adolescentes.

Cuando la trémula campana indicó el inicio de las clases, los tres ingresaron al aula. En los percheros se acumulaban los abrigos y después de que Agatha colgara el suyo, notó lo que estaba en el centro de la habitación.

Había un hombre acostado en una mesa rectangular de mármol. Pálido y desnudo, con los ojos cerrados y solo sus partes estaban cubiertas con un pedazo de tela. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que estaba muerto. Los comentarios insensibles de los varones no se hicieron esperar. Daban vistazos rápidos al cadáver y se reían estruendosamente destacando lo maltrecho del tipo.

La entrada del profesor Larsen hizo que en la sala cayera un silencio sepulcral. El hombre se deslizó con pasos refinados, quitándose el abrigo con una sola mano para arrojarlo en el escritorio. Se arremangó la camisa hasta los codos y se paró frente al escritorio, apoyándose con las manos detrás del cuerpo. Cada quien eligió un asiento, Agatha terminó sentándose en la misma mesa de Jasper.

—Buenos días. La clase de hoy será práctica. Ya notaron a nuestro inanimado invitado por lo que me imagino que se darán una idea. Ahondaremos en una de las ramas más importantes de la necromancia: la adivinación.

Se escucharon murmullos de asco y de desencanto. Agatha chasqueó la lengua con descontento.

—Dejen de quejarse. La adivinación mediante la necromancia es un arte noble cuya utilidad no saben cuándo necesitarán —el profesor Larsen desenfundó su varita y apuntó hacia el pizarrón—. En esta clase abordaremos los principios de Volkov. Espero que hayan estado haciendo sus deberes y tengan memorizados los 576 principios.

El profesor se movió hacia el cadáver y se plantó con los brazos cruzados sin agitarse ante el muerto.

—Cómo ya espero que sepan, una de las bases de la necromancia es poder dar un vistazo al futuro mediante la guía de los muertos —mientras Larsen hablaba, las palabras empezaron a emerger incontinenti en el pizarrón—. Jorn Volkov empezó a estudiar las reglas de la necromancia en 1054 después de teorizar sobre la Aruspicina, la disciplina de la antigua Roma y creó lo que hoy se conoce como «Los Principios de Volkov».

La clase empezó lenta, pero muy interesante para Agatha, pero quizá se debía a que ella sí le gustaba la asignatura. Agatha tomaba nota y prestaba atención para no luchar con sus deberes futuros. Después de utilizar la mitad de la clase en teoría, se puso incluso más emocionante.

—Para poner esto en práctica tenemos a este hombre—informó el profesor señalando con una mano al cadáver—. Levántense y dejen sus anillos y amuletos en la caja que está en mi escritorio —ordenó el hombre a la clase.

Apenas se levantaron de su asiento, el profesor hizo desaparecer los escritorios y movió la mesa con el hombre muerto hasta el centro de la sala.

La orden del profesor tomó un par de minutos de acatar ya que, como era costumbre, los alumnos decoraban sus dedos con anillos pesados de emblemas de sus familias y de sus grupos. Agatha lucía tres. Uno con el escudo de armas de los Krum, otro que había pertenecido a su abuelo materno ostentando el emblema de los Kuznetzov y el más reciente que había sido regalo de Anton con el emblema de los Krigsbarn. Dejó caer los tres con sonidos metálicos dentro de la caja. No había peligro que fueran robados o se perdieran porque tenían hechizos que quemarían a cualquier portador que no fuera ella.

Mientras esperaba que la clase terminara de quitarse sus joyas, Agatha se paró a un lado del muerto. Ella se dio cuenta de a que se debían los comentarios de sus compañeros. La manera en que la piel de aquel hombre estaba reconstruida con toscas costuras le daba grima. Cualquiera que haya sido la causa de muerte, estaba segura de que había sido larga, dolorosa y brutal. Sintió como alguien se paraba detrás de ella a admirar el cuerpo.

—Está bien muerto. Nadie podría revivirlo —le dijo a quien pensaba que era Jasper y suspiró—. No se tomaron su tiempo al enmendarlo. ¿No te parece algo inhumano y descuidado?

—No. Hicieron lo que pudieron. No todos son tan compasivos cómo tú, Krum. En especial con los nemagicheski.

Agatha reconoció la voz a sus espaldas y cerró los ojos con tedio. Se cruzó de brazos, tensa y le lanzó una mirada breve a Dolohov. Él la miraba como si no entendiera por qué ella le había hablado.

—Pensé que eras Jasper —escupió Agatha, moviéndose para retirarse.

—Tiene más sentido —aceptó Orell Dolohov asintiendo para volver a mirar al fallecido —. Me sorprendería que me hablaras cuando no lo has hecho en...bueno, ya ni siquiera recuerdo la última vez que me hablaste.

—Bueno, no es como si fuéramos mejores amigos, Dolohov —le dijo Agatha, tajante—. No tenemos mucho que discutir.

—Es justo. Es una pena que no nos hablemos —Dolohov fue hablando más bajito con cada palabra y le sonrió por primera vez en quizás años — porque me gusta mucho como se escucha tu voz.

Agatha se volteó con gesto disgustado, pero Dolohov no hizo más que sonreír y caminó al lado paralelo a ella, reuniéndose con sus amigos. Agatha intentó no molestarse con el comentario fuera de lugar, pero no podía evitar sentirse confundida y hasta sorprendida que la primera interacción con Orell Dolohov luego de años haya sido ese. Lo único que sabía era que tenía que mantenerse lo más alejada de ese grupo como fuera posible. Le echó una última mirada reservada al muchacho, solo para darse cuenta que se había arremangado la camisa del uniforme hasta los codos y que en su brazo no había ninguna marca tenebrosa.

Ella también se arremangó el uniforme. Le daba un poco de asco hacia dónde se dirigía la clase, pero no se planteó quejarse. Kravev y Jasper se acercaron hasta ella.

— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Kravev que aún no caía en cuenta.

—Vamos a manosear al tieso —le informó Agatha con una mueca.

Kravev abrió los ojos con impresión y miró rápido al profesor y a Agatha esperando que ella estuviera bromeando, pero cuando el profesor se acercó a la mesa y les indicó que en efecto eso era lo que iban a hacer, el simple pensamiento le produjo arcadas.

— ¿Usted mató a este hombre, señor? —preguntó Agatha con una sonrisa a manera de broma. Los que la escucharon emitieron risas ahogadas.

— ¿Percibes mis métodos de asesinato tan pedestres y ordinarios, Krum? —Larsen alzó una ceja con gesto jovial—. ¿Consideras mi modus operandi tan vulgar?

—Por supuesto que no, profesor —se rió Agatha—. Por eso preguntaba, su modus operandi seguro es intachable. Encontraría decepcionante que este trabajo haya sido llevado a cabo por usted.

El profesor hizo un ademán presumido y también se rió. Bromear con asesinar a personas era el tipo de humor negro que todos entendían en Durmstrang. Era especialmente divertido mencionarlo con el profesor que enseñaba cosas sobre muertos. A Larsen siempre le parecía divertido. Continuó con la clase enseguida.

—A este hombre no mágico lo mató un oso mientras escalaba en las proximidades de nuestro instituto. Nada extraordinario, nada más que una muerte dolorosa y extensa. Tenían que haber visto cómo quedó. El profesor Wallin y yo hicimos lo mejor que pudimos para remendarlo. Será utilizado para esta clase y la siguiente de octavo y luego será devuelto cerca de donde lo encontramos y lo devolveremos a su estado inicial. Daremos aviso para que alguno de los suyos lo encuentre y puedan ponerlo a descansar.

— ¿Por qué esta escoria merecería que lo pongan a descansar? —preguntó uno de los Blodpurist—. Yo opino que deberían dejar que el oso termine de comérselo y que nadie lo encuentre.

—No es nuestra decisión qué hacer con él. Todos merecen descansar luego de la muerte, Arnáson —sentenció Larsen, silenciando al Blodpurist—. Tiene solo una semana muerto, ¿qué principio de Volkov tenemos que tener en cuenta?

Un par de manos se alzaron y Larsen eligió a uno.

—El 48 —informó el Durmstrang. El profesor asintió—. El principio 48 establece que el tiempo de defunción de nuestro instrumento influye en la lejanía o cercanía de nuestra visión.

—Exactamente. Lo que quiere decir que la lectura que llevarán a cabo será un acontecimiento que ocurrirá en la próxima semana. ¿Qué otro principio tenemos que tener en cuenta?

Esta vez, Agatha levantó la mano y el profesor Larsen la escogió a ella.

—El 74 —anunció la chica—, que establece que si la muerte de nuestro instrumento es innatural y violenta, los acontecimientos que veremos serán invariables.

—Precisamente. Ningún suceso podrá alterar los hechos de nuestra visión. Ahora bien, poniendo nuestra teoría en práctica, cada uno iniciará un ritual de vaticinio con el difunto. Mediante el encantamiento que les di al principio de la clase, abrirán el cuerpo y meterán las manos dentro de sus órganos. Luego, utilizarán el segundo encantamiento de adivinación y teniendo respeto ante todo, le pedirán a nuestro instrumento una ventana hacia el futuro. Les recuerdo que como lo indica el principio 55, al utilizar estos dos conjuros, veremos una visión de cosas que tengan que ver con ustedes mismos. No el de nadie más o del mundo en general, solo lo que le concierne a cada uno.

El profesor ordenó que fueran pasando por apellidos. Hizo un medio círculo al lado derecho del hombre y al lado izquierdo estaba solo el que iba a realizar la práctica, para que la clase estuviera atenta al procedimiento.

—Está terminantemente prohibido activar las runas de claridad para la lectura. A quien descubra activando su runa, será directamente reprobado en el trimestre. ¿Está claro? —un coro le respondió con un «Sí, señor»—. Entraré con ustedes a su visión y serán evaluados por claridad, exactitud y tiempo que les tome sostener la visión. Vale, Amundsen, te toca primero.

A Agatha le fascinaba tanto ver cómo sucedía la magia que no se detenía a preguntarse qué tan moralmente correcta era aquella práctica. Uno por uno sus compañeros fueron pasando al otro lado de la mesa. Movían sus varitas y cuando tenían permiso del difunto, metían sus manos en su abdomen llenándose de sangre. Miraban al frente y sus ojos se nublaban, poniéndose totalmente grises y brillantes lo que duraba la predicción. Agatha se preguntó qué vería ella. ¿Qué pasaría en la próxima semana que fuera importante para ella verlo?

Finalmente Larsen llamó su nombre. Agatha se ubicó frente a Larsen y exhaló, los ojos de sus compañeros puestos en ella. Todavía le daba un poco de asco meter las manos en sus entrañas, pero no lo demostró.

— ¿Preparada, Krum? —preguntó Larsen y Agatha asintió sin dudar.

Puso su varita en el abdomen remendado del hombre y susurrando el primer conjuro enseñado la deslizó, el cuerpo le obedeció y se abrió como si hubiese sido cortado por un experimentado cirujano. Una corte limpio y vertical que iba desde el pecho hasta más abajo del ombligo. Dejó su varita mágica a un lado de la mesa y metió las manos. Sus entrañas se sentían viscosas y calientes.

Agatha enunció el segundo encantamiento. De un segundo a otro, ya no veía a Larsen y a sus compañeros de clases frente a ella. Solo veía blanco infinito.

¿Qué quieres? —le preguntó una voz en un idioma que Agatha no entendió.

Ella supuso que le preguntaba qué era lo que quería y ella respondió:

—Permite que tu cuerpo me sirva de portal hacia el futuro —Agatha no estaba segura, pero igual, por cortesía, añadió: —. Por favor.

Una sensación grotesca se extendió por su cuerpo, parecida a haberse metido por equivocación debajo de una intensa cascada de agua helada, que le aplastaba y le congelaba hasta los huesos. Duró solo unos segundos y cuando se dio cuenta, la niebla gris que cubría sus ojos fue reemplazada por una habitación.

Estaba parada en un dormitorio donde nunca había estado. Flotando, se movió siendo guiada por el difunto que la llevaba hacia donde le interesaba. Agatha nunca había estado allí, pero le resultaba extrañamente familiar. Se parecía a otro lugar en donde sí había estado. Se escuchaba música lejana a todo volumen en otra habitación y fuera de la ventana empañada por el frío se veía una masa de agua oscura. Entonces escuchó voces. Distorsionadas y distantes. Empezaron ininteligibles y luego fueron tomando forma.

— ¿Sabes? Estaba pensando en cuando te dignarías en aceptar que te gusto—se rió la voz de una chica. Se escuchó un bufido masculino en respuesta—. Te haces rogar, Fred.

Agatha sintió que se ahogaba.

—Supongo que no te pudiste resistir —continuó la voz femenina—. Pensé que tenías algo con alguien más.

—Pensaste mal.

Agatha reconocería la voz de Fred en cualquier lado. La cabeza empezó a prensar y los golpes en su pecho eran insoportables.

— ¿En serio? ¿Y Krum? —preguntó la voz de la chica.

—Ella y yo no somos nada. Apenas amigos —respondió Fred Weasley, cortante.

—Eso no pareció cuando ella se marchó —dudó la rubia con tono extremadamente lento y sucio. Fred soltó un sonido parecido a un gemido.

—Sí, bueno. Las cosas se pueden malinterpretar.

Agatha no quería ver nada más. No quería saber nada más. Quería salir de ahí y pretender que estaba teniendo una pesadilla. Que nada de eso iba a suceder y que solo estaba pasando en su mente. Que esas asquerosas palabras no estaban saliendo de la boca del chico del que ella estaba enamorada. Quería gritar. Pero el difunto la mantuvo en la visión e hizo lo contrario a lo que ella deseaba. Moviéndola de posición para que tuviera una vista completa.

Fred y una rubia estaban encima de una cama. Era un dormitorio de Hogwarts, pero no era de la casa Gryffindor. Estaba oscuro, sin embargo ella podía verlo a la perfección.

—No me muestres esto —suplicó Agatha, su voz se escuchó rota y tan muerta como el hombre en la mesa de mármol—. Por favor, déjame salir.

Pero la visión no había terminado. Agatha ni siquiera sabía quién era esa chica, no recordaba haberla conocido nunca en Hogwarts. Ni siquiera haberse topado con ella. Pero allí se encontraba, tan cerca de Fred como ella lo había estado. Ambos tenían vasos en sus manos, pero la chica anónima liberó a Fred del suyo y lo dejó en la mesa de noche para acercarse a él.

— ¿Soy mejor que Krum? —preguntó la chica a Fred, rozándolo con los labios.

—No lo hagas —volvió a suplicar Agatha, como si Fred la pudiera escuchar. Como si eso fuera a hacer alguna diferencia. No podía siquiera cerrar los ojos para ahorrarse el dolor.

—Eres lo que necesito ahora —respondió Fred.

—Es suficiente para mí —sonrió la chica.

Fred tomó a la chica y la besó tan fuerte como Agatha amaba que lo hiciera. El sonido que salió de la garganta de Agatha fue como el de un animal herido. La ira y la tristeza punzante eran intolerables. La rubia no fue lenta en sus movimientos, rápidamente tenía una mano encima de la entrepierna de Fred y las cosas empezaron a escalar.

La misma sensación de cascada de agua fría invadió a Agatha y, sintiendo que era jalada hacia atrás, salió de la visión. Sacó las manos de las entrañas del hombre con brusquedad y dio un respingo. Se alejó del cuerpo con tanta fuerza que casi se tropieza y cae sobre su trasero. Intentó recomponerse, mantener la calma para no parecer débil o una loca enfrente de sus compañeros y sobre todo para que Larsen, que vio lo mismo que ella, no sintiera lástima o algo peor. Se miró las manos manchadas de sangre y arregló su postura.

—Eso fue asqueroso —comentó casual, forzando una sonrisa.

—Bien hecho, Krum —la felicitó Larsen y sin comentar más de la cuenta llamó al siguiente alumno.

Sin registrar sus pasos, fue hacia el escritorio de Larsen y tomó uno de los paños que había predispuesto el profesor. Su mirada estaba perdida y mientras se limpiaba las manos de la sangre, no podía dejar de sentirse sucia. Restregaba y restregaba, pero no podía limpiarse. Jasper se acercó.

— ¿Todo bien? —dijo con voz suave—. ¿Qué viste? ¿Algo inquietante?

—Me vi perdiendo un juego importante —mintió Agatha con voz muy bajita.


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— ¡Ag! Es tu turno —Anton intentaba no perder la paciencia.

Pero a pesar de que Agatha estaba sentada frente a él, su mente estaba muy lejos.

Agatha y su grupo de amigos estaban en el comedor jugando una partida del juego original mágico Battleship. Era mucho más divertido que la versión no mágica que le vendían a los nemagicheski. Anton estaba jugando contra Agatha. Ella tenía la quijada apoyada en su mano y la mirada azulada perdida mirando al vacío.

— ¡Agatha! —intentó llamarla Anton de nuevo, pero ella no lo escuchó.

Kravev no lo soportó y conjuró un gong flotante que sonó a todo volumen en el oído de la búlgara. Agatha no se sobresaltó. Parpadeó un par de veces como si estuviera despertando de un trance y sonrió automática, mirando su tablero.

— ¿Me toca ya? —preguntó con falsa voz animada—. D17.

La mesa dio una sacudida mientras uno de los barcos en el tablero de Anton se movía. Frente al muchacho un cañón explotó con una luz brillante y un estruendo. El agua empezó a inundar la mesa y mojar a Anton. Luego, como era parte del juego, el agua se encogió y desapareció.

—Hundiste mi barco, no es justo —se quejó Anton con un gruñido—. ¡Ni siquiera estás aquí!

—La vida no es justa, Stepanchikov —se burló Kravev deleitándose en la mirada molesta de Anton. Kravev soltó una carcajada—. Pero es cierto, Ag es muy buena en Battleship, tienes que ponerle ganas. ¿Cierto, Ag...? Ah, ya se volvió a ir.

Era cierto. Agatha volvió a su posición inicial de desconexión y ya no formaba parte de la conversación.

— ¿Crees que esté bien? —preguntó Anton, preocupado.

Jasper e Isak se aproximaron hablando animadamente. Tomaron asiento a cada lado de Anton.

— ¡Ag, no vas a creer lo que pasó con Wallin! —empezó Isak con una sonrisa en el rostro, listo para empezar a contar el chisme.

—No tiene caso, Sak —le advirtió Anton con un suspiro.

— ¿Qué?

—Es verdad, el cerebro de Agatha trabaja de lunes a viernes en horario laboral y por cita previa —se rió Kravev, agitando una mano frente a la chica sin lograr ninguna reacción—. ¿Ves? No está disponible hoy porque es sábado.

— ¿Te ríes de ella en vez de preocuparte, Kravev, es en serio?—se molestó Anton, reprochando a su amigo—. Tiene días así. Habla por ratos, pero luego vuelve a ponerse en modo de espera.

— ¿Intentaron preguntarle qué anda mal? —quiso saber Isak, contemplando la mirada perdida de su amiga.

—Sí, nos ha dicho que nada.

—Es como si se desconectara y no nos escuchara —dijo Anton.

—No te creo. Jasper, di algo grosero, que la haga estallar —pidió Isak a su amigo.

—¡Sí! Dile algo que la moleste, algo sexista —dijo Kravev

— ¡Ah, sí! Y si llega a escucharme ¿qué pasa? —preguntó Jasper con malhumor, sabiendo las consecuencias que tendría que Agatha lo escuchara decir algo sexista.

—Aceptas tu muerte como un hombre —dijo Anton, riéndose.

—Te recordaremos como el buen amigo que eras —continuó Kravev con la broma—. Te haremos un buen funeral y todo.

—Es chiste, Jasper. Si te escucha, le explicamos —dijo Isak con tranquilidad.

Jasper rezongó y, dudando, dijo lo primero que se le ocurrió:

—Agatha, ¿Tienes la regla? ¿Por eso estás así?

Los muchachos se cubrieron el rostro, no creyendo que Jasper estaba lo suficientemente loco como para decir eso y, aterrorizados, esperaron que Agatha reaccionara. Pero no reaccionó porque no lo escuchó. Ahora sí estaban preocupados.

—Vives otro día, amigo —silbó Kravev hacia Jasper.

—No me gusta, eso la hubiese puesto furiosa —se preocupó Isak y se cambió de lugar para estar junto a Agatha. Con mucho cuidado, le dio unos golpecitos en el brazo. Agatha volvió en sí y lo miró.

— ¿Cuándo llegaste? —le sonrió y volvió a mirar el tablero de Battleship—. ¿Ya hiciste tu movimiento, Anton? Anton es el peor jugador que he visto.

Todos los muchachos se miraron, alarmados e inquietos.

— ¿Qué pasa? —quiso saber Agatha, reparando en sus expresiones—. ¿Por qué me miran así, psicópatas?

— ¿Todo bien, Ag? —preguntó Isak.

—Sí, solo que Anton es pésimo. A estas alturas creo que me está dejando ganar.

Los muchachos se rieron y empezaron a charlar con ella con normalidad.

—Anton, ¿tú solías tener una relación a distancia con una chica de Koldovstoretz, cierto? —preguntó Agatha, cambiando el tema luego de un rato.

—ESTOY SOLTERO. SOLTERO Y DISPONIBLE. Soltero y sin compromisos —respondió Anton con rapidez.

— ¿Por qué lo dices así? —se burló Agatha.

—Sí, ¿por qué, loco? ¿No te da vergüenza? —Kravev no se aguantó la risa.

—Solo quiero aclarar que estoy soltero y que no llevo una relación con nadie.

—Vale. Pero, ¿si llevabas una con una chica rusa, verdad?

—Sí. Katrina.

— ¿Y por qué terminaron?

— ¿Por qué terminan todas las relaciones a distancia, Ag? —se rió Anton, encogiéndose de hombros—. Ella creía que le era infiel, yo creía que me era infiel. Y cuando no puedes ver a tu novia, empiezas a frustrarte sexualmente y a perder confianza. Es horrible.

—Las relaciones a distancia son una mierda. No sé a quién se le ocurrió que eran buena idea —escupió Kravev, inmiscuyéndose.

—Es cierto. Y Katrina estaba buena y me gustaba estar con ella. Es una lástima. Bueno. Ahora estoy soltero, para que sepas.

Agatha esperaba que esa conversación le subiera la moral y le diera una visión más positiva, pero sucedió lo contrario. Después de unos segundos volvió a perderse. Isak la sacó una vez más de su ensimismamiento.

— ¿Está todo bien, Ag? ¿Estás intentando salir de tu cuerpo como la otra vez? Porque sabes que eso es magia muy complicada y puedes perderte en el limbo —la voz de Isak era muy dulce, como si estuviera hablando con un niño.

— ¿Qué? No. ¿De qué estás hablando? —preguntó Agatha, arrugando el rostro con confusión.

—Bueno, has estado desconectada por varios días. Nos preocupas —dijo Anton, también con voz serena.

—Estoy bien. Solo son cosas de mi cabeza, ya lo resolveré —aseguró la chica, quitándole importancia.

—Sé que no soy Aleksandr, pero puedes comentármelo. A lo mejor te puedo ayudar —aseguró Isak, tocándola con simpatía.

—Yo también estoy para ti —secundó Anton, asintiendo con fervor.

—Yo no sé, tendría que ver cuál es el asunto primero —sonrió Kravev, sacándole una risa a la chica.

—Estoy bien —repitió Agatha con convicción, para tranquilizarlos—. Supongo que estoy cansada. No he dormido bien estos últimos días. Creo que eso es lo que necesito, una buena cura de sueño. Voy a ir a acostarme.

— ¿No vas a comer? —Anton no estaba muy convencido.

—Si me despierto antes de la cena, vendré, o si no, desayuno mañana. Necesito descansar. Los veo después. Gracias por preocuparse —Agatha volvió a colocar la misma sonrisa forzada y se despidió, levantándose del asiento. Desapareció por la puerta en un par de segundos.

— ¿Cree que no podemos diferenciar una sonrisa real de esa falsa que puso? —suspiró Isak y ocupó el asiento donde estaba la chica para jugar.

—Es Agatha, obviamente no nos va a decir que está mal con ella —suspiró Anton.

Agatha se alivió cuando llegó a su habitación y las niñas no estaban. Quería estar sola y no molestar a nadie. Se desprendió de su ropa y se acostó hecha un ovillo, en camiseta y bragas. No tenía la motivación de ponerse un pijama. No tenía motivación de nada.

Los muchachos eran muy amables en preocuparse, pero ellos no lo entenderían. No sabía si alguien lo entendería.

Tenía varios días así. Negándose a sobrellevar la situación o a reconocer lo mal que se sentía. En cambio, había preferido ignorarlo y hundirse en su miseria. Fingiendo que la visión no aparecía en su cabeza como un rollo de película en bucle. Una y otra vez, sin misericordia o pausa. No podía apagarlo, no podía dormir. No podía acordarse de la última vez en cuatro días que comió una comida completa. No podía concentrarse en nada sino en el dolor que le producía pensar en Fred y la chica.

Se sentía burlada y pequeña. Se rehusaba a llorar, pero las lágrimas abandonaban sus ojos, llenándole la boca de un sabor salado. ¿Ya habría sucedido? ¿Y cuantas veces más? No podía ser la primera vez. ¿Cuándo empezó a suceder? ¿Cuándo fue la primera vez que Fred había renegado sus sentimientos? ¿Cuándo Agatha dejó de ser suficiente para él?

Estaba empezando a tener sentido. El por qué Fred había estado tan dispuesto a llevarlo con calma, porque en realidad no estaba interesado en tener una relación formal con ella. Tener los límites desdibujados quizá lo hacían sentirse menos mal al dormir con cualquier otra.

Gemidos de dolor dejaban sus labios, como si pensar en aquello le causara sufrimiento físico. Agatha se lo reprochaba a sí misma. Asqueada de haber permitido a Fred herirla de aquella manera. Había hecho todo bien para no terminar así, lo tomó con calma, hizo todos los cálculos, pensó antes de actuar e igualmente lo había arruinado todo y había caído en ese hoyo de autocompasión y desamor. Era su culpa, no debió haber bajado sus defensas, no debió haber concedido que él se involucrara tanto.

« ¡Tú no has hecho nada malo, Agatha! Es él. No te eches la culpa» —le suplicaba su voz interna.

Un pensamiento venenoso se desarrolló en su mente. Fred solo se había acercado a ella para ver si podía tenerla. Y después de comprobar que sí podía, ya no le pareció tan interesante. ¿Hasta dónde planeaba llevarlo de ser así? Fred Weasley era como todos los demás. Y ella había cometido un error garrafal al aceptarlo en su vida y haberse enamorado de él.

Pero no era muy tarde para enmendarlo.

Agatha se sentó en la cama, abrazando sus piernas. Se limpió las lágrimas y dejó de lloriquear. No lo iba a permitir. No le iba a dar a Fred el poder de determinar su valor. Fred Weasley era solo un imbécil más que creyó que Agatha era cualquier cosa. Agatha no era cualquier cosa. Agatha era lo mejor que le pasó en la vida y a él le dolería todos los días de su insignificante existencia haberla perdido. Ya sabía qué tenía que hacer.

Se levantó y fue hacia su escritorio. Escribió rápido y conciso y dejó la carta en la cesta de correspondencia que se llevarían para entregar al día siguiente. Volvió a su cama y se cubrió con las mantas cubriéndose hasta la cabeza. No quería nada más que dormir. Acostarse y quedarse inconsciente con la mente en blanco. Morirse también serviría. Pero no se murió, ni se durmió. Solo llegaría a hacer catarsis si lloraba y se desahogaba.

Lloró hasta que estuvo tan cansada que su cuerpo no pudo soportarlo más y finalmente colapsó en un desasosegado sueño.

Pronto lo superaría y el dolor disminuiría. Pronto volvería a ser la misma de antes. Pronto se reiría a carcajadas de haberse puesto así por un tipo.

Pero esa noche le dolía mortalmente.

Esa noche se sintió más sola que nunca.




nota de autora:
Hello, hello, hello! Cómo están? Pues las cosas se complican para Fred y Agatha. Creen que la visión sea cierta?  Espero que les haya gustado el capítulo *risas malvadas*

Por si no leyeron la nota de agradecimiento, síganme en Instagram en @wickedgenie para ver edits de esta historia, sé que les van a gustar!
De nuevo muchas gracias por leer y votar y comentar, nunca me cansaré de agradecer.
Un besooo.

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