𝟑𝟑 ━ Pusilánime.
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𝐏𝐔𝐒𝐈𝐋𝐀́𝐍𝐈𝐌𝐄
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No había manera que Fred hubiese podido adivinar lo que le iba a deparar el destino para su último año de educación mágica. Primero estaba todo lo de la Orden, de lo que se enteraba muy poco. Segundo, la horrible mujer de rosa que iba a ser la nueva profesora de DCAO que solo pronosticaba malos ratos. Ya sentía que iba a ser un dolor en el culo.
Sin embargo, lo más inesperado fue la desmesurada atención que él y George estaban recibiendo de parte de las chicas. Haber sido visto besando a Agatha Krum el día de su partida había creado un efecto dominó de proporciones masivas que no pudo haber previsto. Desde el momento que puso pie allí estaba siendo blanco de descaradas miradas coquetas y sonrisas amplias de parte de casi todas las chicas de Hogwarts.
Los gemelos nunca habían pasado inadvertidos y el mayor de ellos disfrutó plenamente de coquetear con todas hasta que estuvo con Angelina, pero la fascinación que estaban provocando era descomunal. Todas las muchachas los saludaban batiendo sus pestañas y les avisaban que estaban invitados a las fiestas que se iban a hacer en el año. Incluso algunas de Slytherin se habían mostrado curiosas.
―Es irritante ―opinó Angelina en el desayuno del domingo, al día siguiente de llegar a Hogwarts.
―No solo es irritante también es una distracción. Ya me estoy hartando y apenas es el segundo día ―se quejó Katie malhumorada y mordió un pedazo de pan con demasiada fuerza.
―Es el precio que hay que pagar por ser sexy, Kate ―sonrió Fred, presuntuoso.
― ¿Hicieron algo, verdad? ¿Repartieron galletas con filtros de amor? Si McGonagall se llega a enterar...―se inquietó Alicia, de reojo atrapó a un grupo de chicas de Hufflepuff compartiendo risitas y cuchicheos.
―Nada de eso. No hicimos nada. No es nuestra culpa ser tan guapos ―rió George.
―Exacto, Georgie. Es natural porque somos lo mejor de Hogwarts ―Fred chocó los cinco con George.
― ¿Sí entienden que es porque Agatha besó a Fred, verdad? ―preguntó Lee, divertido arqueando una de sus cejas oscuras―. Desde antes los han visto atractivos, pero ahora que ella mostró interés todas quieren saber por qué. Se mueren de la curiosidad, todos quieren una mordida. Se van a hastiar pronto, ya lo verás.
El trío de cazadoras soltó un sonido conjunto de compresión, como si no se les hubiese ocurrido antes que podría haber sido a causa de Agatha.
―¡Claro! Tiene sentido ―se rió Angelina, golpeándose la cabeza de manera divertida.
―La extraño ―suspiró Alicia con tono lastimero.
―Yo también ―coincidió Katie, apoyando su cabeza en la palma de su mano―. Ser amiga de ella por unos meses fue genial. Ustedes por lo menos fueron a visitarla.
―Por medio día, Katie. La extraño más que tú ―aseguró el pelirrojo mayor tomando su desayuno.
―No creo que la extrañes más que yo ―bufó Katie―. Injusto que tú pudiste verla.
Una bandada de lechuzas entró volando por el gran comedor dejando caer paquetes, periódicos del día y cartas a sus destinatarios. Los jóvenes movían sus platos para que la correspondencia no arruinara el desayuno.
Fred ojeó a las aves buscando una especial. La encontró con facilidad, una lechuza blanca que sobresalía entre todas al tener una cinta dorada rodeándole el cuello. La majestuosa lechuza descendió con gracia, a diferencia de Pigwidgeon que iba a su lado con un vuelo saltarín. Rurik parecía la hermana mayor y elegante de Pig. La lechuza de los Krum, cuyas garras tenían ornamentaciones de platino y piedras, se estacionó a la derecha de Fred.
―Es preciosa ―dijo Alicia acariciando al ave y leyendo la inscripción que tenía la cinta dorada―. No sé qué dice. ¡Debe ser de Agatha!
―Tiene un diario, ¡veamos! ―dijo George y le quitó el diario al ave.
―Eso no es tuyo, idiota. Es mío ―discutió Fred y le arrebató el periodico a su gemelo―. Gracias, amigo.
A pesar de ser un animal, Rurik era increíblemente inteligente y respondió el agradecimiento de Fred con un altanero movimiento de su cabeza y se fue volando.
― ¿Sí es de ella, verdad? ―preguntó Katie―. ¡Léela!
―Déjame leerla a mí primero, veamos si es explícita ―dijo Fred, travieso.
―Ella no es como tú ―divergió Katie burlándose con Alicia.
―Te sorprendería ―murmuró Fred con una sonrisa, enterrando los pensamientos pecaminosos que desacreditaban a Katie.
Abrió el mensaje con cuidado de no romper el sobre. Como siempre, su nombre era lo único que decoraba la superficie del papel.
Sus ojos avellana nadaron por las palabras con velocidad. Pasó por muchos estados de ánimo en poco tiempo. Alegría al ser recordado que Agatha se preocupaba por si terminaban en una celda. Una punzada de tristeza al leer que se sentía sola. Se molestó momentáneamente con el grandulón de Aleksandr por dejarla. Deseó estar con ella para brindarle su compañía. La extrañaba un montón, pero lo positivo de eso era que la próxima vez que se reencontraran iba a ser monumental.
Una ola de celos lo fue engullendo con lentitud cuando pensó en Agatha volviendo a Durmstrang. Solo con imaginarse el rostro engreído de Anthony ―o cualquiera que fuera su nombre― acercándose a ella, le revolvía el estómago y le causaba cólera. Sentía un desprecio especial por él.
Ya que no había nada explícito o personal en la carta, cuando la terminó se la pasó a los chicos para que tuvieran noticias de Agatha. Con ellos distraídos, desenvolvió el periódico y le dio un vistazo a la primera página. Escaneó la página y el gran titular de El Oráculo era sobre cambios importantes en los trabajadores de rangos altos del ministerio mágico de Bulgaria y sobre una revuelta en los sanadores en Plovdiv, Bulgaria.
Estaba todo escrito en búlgaro y aunque Fred podía leer algunas palabras, la manera en que estaba organizada la información le daba dolor de cabeza. ¿Cuál era el hechizo que utilizaba Agatha? Casi siempre eran no verbales porque estaba más avanzada que él. Nunca le pasó por la cabeza preguntarle cómo traducir como ella lo hacía.
― ¡Hey, Herms! ―llamó Fred a la chica con el cabello indomable sentada a unas cuantas personas de él. Hermione lo miró―. ¿Sabes algún hechizo para traducir?
― ¿Texto o hablado? ―quiso saber la morena.
―Texto. Agatha me envió algunas cosas y mi búlgaro está todavía básico.
― ¿Te envió algo? ¿Un periódico? ¡Déjame ver! ―exigió Ron, sacándose de la boca el tenedor a rebosar y caminando largos pasos hacia su hermano.
― ¡Relájate, Ron! No te lo voy a regalar para tu extraño altar ―se mofó Fred con una sonrisa burlona.
― ¡Que no es un altar! ―se quejó Ron, ruborizado.
―Alius linguam ―le indicó Hermione a Fred, replicando el movimiento que tenía que hacer con la varita.
― ¡Gracias! ―agradeció Fred y arrastró su varita por el periódico vocalizando el hechizo.
Las letras empezaron a transmutarse, cambiando de idioma y reacomodándose en las páginas. Mientras iba traduciendo, Fred fue leyendo los titulares con más claridad. Un pequeño titular referente a Harry:
«HARRY POTTER, ¿NECESITA AYUDA O BUSCA ATENCIÓN? ¿DEBERÍA LA COMUNIDAD MÁGICA BÚLGARA PREOCUPARSE POR SUS DECLARACIONES? Leer P.4»
Ninguno de los demás decía nada alarmante -como que los mortífagos estuvieran quemando aldeas-, lo que calmó al pelirrojo. Más abajo había una pequeña foto del equipo de quidditch búlgaro. El titular rezaba:
« ¡EQUIPO NACIONAL DE QUIDDITCH LISTO PARA LA REVANCHA! SE PREPARA PARA PRELIMINARES. Sección de deportes. P.12. »
Fred pasó rápido las páginas y la cara sonriente de Agatha, que resaltaba en la gran fotografía principal, le dio la bienvenida. Él le sonrió de vuelta sin darse cuenta. Se veía impotente en su uniforme de quidditch rojinegro. Su gran 22 en el brazo izquierdo de su túnica, con el cabello suelto y las gafas de quidditch en el tope de la cabeza. Injustamente hermosa, miraba presumida y coqueta a la cámara, sonreía y admiraba a los compañeros que la rodeaban.
Fue reconociendo a los demás en la fotografía. En el lado izquierdo estaba Lev Zograf, que parecía una persona diferente, elocuente y seria, a diferencia del Lev que había conocido Fred. Alexei Levski con los brazos cruzados y Agatha. En el lado derecho estaban Viktor, que no sonreía sino que mantenía una expresión neutral, como si fuera demasiado genial para estar ahí, Pyotr Vulchanov, saludando con la mano y golpeando con alegría su bate contra el de Ivan Volkov a su lado. El centro lo ocupaba el capitán, Vasily Dimitrov. Aunque no era el mayor del equipo, se veía mayor con su barba y su porte solemne. A su derecha estaba Agatha y a su izquierda Viktor. Cuando Dimitrov no estaba mirando al frente su mirada se posaba en Agatha, solamente en ella. Fred no lo disfrutó.
El artículo detallaba los rigurosos entrenamientos que se estaban llevando a cabo en el estadio de Sofía. También relataba la toma de decisiones del capitán que se echaba la culpa de haber perdido el mundial del '94. El autor del artículo opinaba que la derrota había sido una mortífera combinación de demasiada arrogancia, fallas en la portería de Zograf y la ausencia de una parte esencial de la tripleta asesina: Agatha Krum, quien junto al resto de la tripleta, Dimitrov y Levski, formaban un insuperable equipo juntos.
«....Dimitrov, cuyo esculpido rostro se ha ensombrecido, nos cuenta que se siente especialmente responsable de los resultados obtenidos en el mundial «Soy el capitán y al final del día toda la culpa recae en mí. Pero no cometo el mismo error dos veces y sé que vamos a poder hacer que Bulgaria se sienta orgullosa de nuevo».
Dimitrov también tiene esperanzas puestas en su compañera cazadora Agatha Krum, una sonrisa adorna el rostro de Dimitrov cuando hablamos de ella. «Somos muy afortunados de que su accidente haya sido solo un susto ―dice, animándose nuevamente―. Agatha es una parte fundamental de nuestro equipo y estamos contentos de que haya vuelto a entrenar. Su presencia aquí me tranquiliza. El equipo está más unido que nunca ».
Como es bien sabido, nuestra pequeña estrella Agatha Krum aún deberá completar su último semestre académico dado que asiste al Instituto
Durmstrang. Su suplencia mientras se gradúa seguirá siendo Clara Ivanova, que también está entusiasmada por empezar temporada...»
El pelirrojo tenía la mandíbula tan tensa que pensó que se iba a reventar una vena del cuello. Vasily «sonriendo» cuando habla de Agatha le molestaba, por decir lo menos. En su cabeza, llamó a Vasily Dimitrov un sinfín de insultos. Sus ojos bajaron hasta la siguiente fotografía. En esa solo estaban Agatha, Vasily y Alexei y en la leyenda decía:
«LA TRIPLETA ASESINA DE CAZADORES VUELVE A ATERRORIZAR LOS CORAZONES DE LOS DEMÁS EQUIPOS DE QUIDDITCH»
«Agatha Krum vuelve a estar de pie. Esta noticia ha tenido receptividad mixta porque su retorno a la selección búlgara de quidditch trae consigo futuras palizas astronómicas para los equipos que conforman el listado de la Eurocopa de Quidditch de 1996. Krum se encuentra en forma y sonriente, su aura emana seguridad y ganas de jugar. Su hiato no hizo que descuidara sus hábitos deportivos. Le preguntamos cómo se siente a lo que ella, con una sonrisa deslumbrante, contesta: «Nunca he estado mejor, estoy muy emocionada». Su lesión es cosa del pasado. Preguntando su opinión sobre la derrota contra Irlanda, ella se encoge de hombros y hace un ademán con su mano «Son cosas que pasan en el juego ―asegura, despreocupada―, creo que esta derrota es una oportunidad beneficiosa para bajar a tierra, replantear estrategias y mejorar. Estoy lista para trabajar duro por la selección nacional y traer la copa mundial a casa la próxima vez».
El nombre Agatha Krum ha causado furor y es digno de conversación. La joven Krum se ha ganado su puesto en la lista de los jugadores de quidditch más destacados en los últimos años, junto al de su hermano y excepcional buscador Viktor Krum. La menor de ambos acaba de cumplir dieciocho años lo que la hace elegible para firmar con un club. Le preguntamos sobre esto y dijo: «Honestamente, solo quiero un equipo dispuesto a apreciar lo que hago y me dé el valor que merezco. Algunos clubes están enfocados solo en el dinero y olvidan el bienestar de sus jugadores. Yo quiero algo más, quiero un equipo integral».
Agatha Krum se ha vuelto una ficha codiciada para todos los clubes de Europa, quienes desde ya empiezan una arrebatada competencia para ver quién se queda con Krum...».
Fred no pudo terminar de leer el resto de la entrevista donde le preguntaban otras cosas a Agatha porque George le arrancó el diario alegando que estaba tardando demasiado y que ellos también querían leer. Los chicos se acercaron al gemelo menor y se amontonaron para leer con él.
― ¡Merlín, mírenla! ―dijo George, fingiendo que se babeaba.
―Lo sé, mi chica se ve fenomenal ―enfatizó Fred. Quería que quedara claro.
―No, no, no, espera, detén tu hipogrifo ―se opuso Katie. Esbozó una sonrisita burlona mirando a Fred y se alzó frente a él―. Ella no es más tu chica que mía.
―¿De verdad, Kate? ―exhaló Fred, desestimando a su amiga―. Sé que te duele, pero Agatha es mi chica.
―Tengo la penosa responsabilidad de darte las malas noticias ―Katie puso sus manos juntas uniendo todas las yemas de sus dedos de manera dramática―. Agatha no es tu chica. Habría podido ser tu chica si tú no hubieses sido un pusilánime.
― ¿Qué diablos es un pusilánime? ―escupió Fred.
―«Dícese de una persona ―recitó Angelina al darse cuenta de a donde quería llegar Katie― que carece de valentía, ánimo y valor para tomar decisiones o afrontar situaciones comprometidas».
―Es decir un cobarde ―resumió Katie, asintiendo con lástima fingida―. Tú, Freddie, no tuviste el valor de pedirle que fuera tu novia. Así que no tienes más derecho sobre ella que nosotros.
―Estoy de acuerdo con Kate, debiste haberlo hecho ―asintió Angelina, encogiéndose de hombros y leyendo el artículo.
―Míralo de esta manera ―dijo Lee, aguantándose una risa―, de todos los tipos de Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang, por alguna razón, le gustaste tú. ¡Y dejaste que se te escapara por los dedos! Eres tonto.
― ¡Hagan el favor de callarse! Ni siquiera saben de lo que están hablando. No todo es tan simple ―se quejó Fred.
―Excepto que sí lo era. Le gustas, ella te gusta, listo ―declaró Katie―. En cambio, dejaste una ventana abierta para mí o para cualquier otro. Para que veas lo idiota que eres, mira a tu competencia.
Katie se señaló a sí misma y luego señaló con el dedo al capitán del equipo de Bulgaria. Fred bufó ruidosamente, al mismo tiempo que Katie se reía.
―Dimitrov es tan lindo ―se babeó Alicia mirando a los ojos verdes de la fotografía de Dimitrov.
―Exacto, Aly. ¡Bien por Ag si se está besuqueando con esa escultura griega! ―se rió Katie mirando la cara de enfado de Fred y decidiendo molestarlo tanto como pudiera. Sabía que Fred haría lo mismo si la situación fuera al revés―. No actúas como tú mismo, Freddie. ¿Te dio miedo que te rechazara?
― ¡No es eso! ―explotó Fred, subiendo la voz. Su cara estaba tan roja como su cabello. Algunas cabezas giraron para verlo. Fred suspiró y repitió con más tranquilidad―. No es eso.
―Vale, ya fue suficiente. No sean tan duros con Freddie ―alegó George, dándole unas palmaditas de ánimo a su gemelo―. Nosotros lo vemos sencillo, pero es más complicado de lo que pensamos.
―Lo siento ―se disculpó Katie y le sonrió al gemelo mayor―. Estaba bromeando. Yo solo... sabemos que estabas loco por Agatha y nos gustaba que fuera nuestra amiga.
― Desde mi perspectiva femenina, me preocupa que no le hayas enfatizado que querías hacer las cosas oficiales y está dudando de lo que tienen. Aunque aquí dice que le gustaría besarte, así que no podemos hacer conjeturas ―añadió Alicia leyendo la carta que había enviado Agatha.
―Sólo nos preocupa. Tienes mucha competencia, amigo ―dijo Lee―. Hay muchísimos que muestran demasiado interés. Ron, por ejemplo.
―Para que quede claro, mi avance en mi relación con Agatha es solo mi problema ―aclaró Fred con autosuficiencia―. Y Ron es el peor ejemplo, él está obsesionado, pero no sabe nada de ella.
― ¡Ron! ―llamó Katie y Ron volteó―. ¿Cuánto mide Agatha?
―Un metro setenta y dos ―masculló Ron sin dudarlo.
― Sí sabe cosas ―susurró Katie.
― Ron, ¿Qué cosas hace Agatha mientras duerme? ―le preguntó Fred con una sonrisa a su hermano menor. Ron frunció el rostro confundido―. ¿No lo sabes, verdad? Pues a ver, ¿cómo se llama su prima favorita? Tampoco sabes eso. ¿Cuál es su forma de hacer trampa en los naipes explosivos? O algo mucho más sencillo ¿A qué sabe Agatha cuando la besas? ―Ron estaba sonrosado y no pudo responder a nada de lo que Fred preguntó―. No te preocupes, hermano, no esperaba que supieras nada de eso. Adivinen quién lo sabe ¡Ah, sí! ¡Yo! Así que sí, la voy a llamar mi chica y no necesito la intromisión de ninguno de ustedes. ¿Bien? ¡Bien! ¡Qué buenos amigos! ¡Los quiero mucho! Me voy y me llevaré las cosas que MI chica me envió.
Fred se levantó con torpeza, sacando las largas piernas de la mesa y recogiendo con brusquedad el diario y la carta de Agatha. Sabía que sus amigos no lo decían de mala fe y que genuinamente estaban confundidos del enfoque que había tomado su relación con Agatha, pero su molestia era una mezcla de muchas cosas y la conversación solo lo había llevado a peor.
―Espera, vuelve ―lo llamó George―. ¡Vamos!
―Espera, ¿a qué te refieres con qué cosas hace cuando duerme? ¿Cómo sabes tú eso? ―preguntó Alicia confundida cayendo en cuenta de lo que acababa de decir Fred.
― ¡Fred! ¡No me digas que...! ¿Estás bromeando? ¡Vuelve aquí! Explícate ―exigió Katie dándose una leve idea.
Pero Fred ya iba por la puerta. Enfrascado en su propia cabeza, caminó rápidamente esperando llegar a un lugar tranquilo para calmarse. Al cruzar una esquina, una rubia le obstruyó el paso y casi se estrella contra ella. Su cabello iba recogido en una trenza y su bufanda era de Ravenclaw.
― ¡Hola, Fred! ¿Cómo estás? ―sonrió la chica. Fred la miró con ojos entrecerrados, no recordaba cómo se llamaba la muchacha.
―Hey. Bien, gracias ―Fred esperó que la sonrisa que estaba forzando se viera auténtica.
― ¡Me alegro! Oye, quería preguntarte si ya te habían avisado sobre la fiesta en la torre de Ravenclaw, se hará los primeros de octubre ―dijo ella sin quitar la sonrisa.
―Ah, sí. Ya otra Ravenclaw se lo comentó a George ―asintió Fred.
―Ah, veo que se me adelantaron ―la rubia hizo un puchero infantil y vio lo apurado que estaba el gemelo―. ¿A dónde ibas? No estoy haciendo nada ahora, ¿necesitas compañía?
Ella alargó su mano para tocar el brazo de Fred, pero Fred dio un violento paso hacia atrás. Escaneó a la chica y vio que hacía lo mismo que todas las que le estaban coqueteando desde el día anterior. Batir las pestañas y pasar lentamente la lengua por los labios, como si fueran un animal hambriento.
―No iba a ningún lado en particular, solo quiero estar solo un rato. Gracias... ―aseveró Fred. No recordaba haber sostenido una conversación con esa chica en todos sus años en Hogwarts, mucho menos sabía su nombre.
―Grace ―lo ayudó la rubia―. Grace O'Connor. Hemos tenido pociones juntos desde tercero.
―Claro, lo siento. Últimamente se me escapan los nombres.
―No te preocupes. Bueno, no te retendré más. Espero que vayas a la fiesta, será muy divertida. Podemos hablar y me aseguraré de ser lo suficiente memorable para que no se olvide mi nombre de nuevo ―Grace volvió a sonreír con ojos seductores, se despidió con las manos y siguió caminando hacia el comedor.
Fred se quedó rígido en su lugar unos segundos. Esa interacción había sido nada menos que inusual. No ser confundido con George de buenas a primeras y que la chica había sido tan clara con sus intenciones le daba mala espina. El Fred del pasado la hubiese aprovechado al límite, porque Grace no estaba mal, pero él estaba perdido por alguien que era mucho más que linda. No iba a conseguir fuego de estrellas en simple brillantina.
Fred siguió su rumbo que estuvo infestado con saludos en los corredores. Cuando llegó al patio interno adivinó que no iba a tener paz allí, por lo que optó por sentarse en las orillas del lago negro. La visión del lago sin el inmenso barco de Durmstrang atracado era un recordatorio de lo que le faltaba.
Las palabras de Alicia retumbaban en su mente. «Quizá no enfatizaste que querías hacer las cosas oficiales y está dudando de lo que tienen...» Él creía que lo había hecho, pero no sabía cómo funcionaban las mentes de las chicas. No había dudado del acuerdo que tenían de llevar las cosas con calma sino hasta ese momento.
Lo peor era que no tenía ninguna experiencia previa con eso. No tenía ni idea de cómo iban a ir las cosas, es como si nunca hubiese estado con ninguna chica en su vida. Sus experiencias anteriores con Angelina eran inútiles porque nada era similar. Lo que estaba teniendo con Agatha era un terreno inexplorado y desconocido. Se sentía desorientado y preocupado. Tan perdido como Ron, ¡imagínate eso!
¿Y si se equivocaba? ¿Y si Agatha estaba reevaluando sus opciones? Fred sabía con certeza que ella tenía un buffet de opciones infinitas, muchas de las cuales eran superiores a él en el sentido de que tenían más que ofrecerle a Ag. Siendo Dimitrov el primero esperando en la fila.
―Joder, pero es que soy un imbécil ―gruñó Fred. Pateó con dureza las piedras de la orilla y estas saltaron por todos lados.
―Pues no sé un imbécil, pero eres medio tonto ―le respondió una voz femenina a sus espaldas.
Fred se volteó con rapidez y agradeció ver una cara familiar en vez de alguna chica con la que no había interactuado por más de dos minutos en el pasado. Angelina le regaló una sonrisa auténtica.
―Ya me calmé, ya me da risa sus comentarios ―ironizó Fred.
―Sí, ya me di cuenta. Patear la arena es de alguien muy zen ―devolvió Angelina con sarcasmo―. ¿Quieres hablar? No sé si es raro hablar con tu ex sobre la chica que te gusta, pero si quieres hablarlo, estoy dispuesta a escuchar. Digo, podrías hablarlo con George, pero es como si estuvieses hablando contigo mismo por lo que no creo que te sea muy útil.
Una risa ronca escapó de la garganta de Fred. Movió la cabeza a los lados, valorando sus alternativas y asintió luego de unos segundos.
―Me serviría hablar con una chica ―dijo al final.
Se sentó en un montón de piedras y Angelina se sentó junto a él admirando el agua oscura. El mismo tronco caído, donde se sentó con Agatha hace casi un año, estaba en el mismo lugar, pero no deseaba sentarse allí con Angelina.
―Puedes hablar cuando estés listo ―informó Angelina sin presionar al pelirrojo.
―Esto es extraño ―anunció Fred.
―No tanto. Seguimos siendo los amigos que éramos. Sólo que ahora soy tu ex novia, tu amiga y tu terapeuta ―bromeó la morena―. No te molestes con Katie, ella solo está tan desconcertada como todos y sabes que la forma de Katie de desahogarse es bastante violenta.
―No estoy molesto con Katie. Yo no le hubiese dado un minuto de paz si las cosas fueran al revés.
―Eso es cierto. Yo estoy de acuerdo con ella, ¿sabes? ―aclaró Angelina―. Tú eres un lanzado. ¿Qué pasó con Ag?
―Nada. Fui a visitarla y fue lo más grandioso que me ha pasado en mucho tiempo ―confesó Fred y soltó un suspiro―. La distancia es algo jodido, Angie. Ninguno de los dos queremos adelantarnos a las cosas y terminar heridos. Antes de volver a Gran Bretaña, acordamos que tomaríamos esto un día a la vez. Para ver si funcionaba y así. Y no me molesta eso. Está bien para mí porque sé que va a funcionar. Pero ahora Alicia y Katie me han metido en la cabeza un montón de preocupaciones y estoy dudando hasta de mi manera de respirar.
―Si es algo que tú y Ag hablaron y pactaron no entiendo por qué te preocupas, Fred.
―¡Lo sé! Pero mira a este maldito idiota ―dijo Fred y levantó el periodico mostrándole a la morena la cara de Vasily―. «Sonríe al hablar de Agatha» y «Se siente seguro con ella». Observa cómo la mira. Es como si quisiera que le dé una paliza.
―Dios, de verdad estás cabreado ―rió Angelina―. Sé de otra persona que la mira así. Tú.
―Pero yo no salgo en la foto, ¿a qué no, Angelina? ―bufó Fred.
―¿Y qué? Como dijo Lee, de todas sus posibles opciones te eligió a ti.
―Pero no es solo él, Angie. Son todos los malditos que se cruzan con ella, la rodean como cuervos. En especial ese tal Anthony que no soporto.
―¿Anton? ¡Oh, él me agrada! ―sonrió Angelina por un segundo y quitó la sonrisa al ver los ojos furiosos de Fred―. Lo siento.
―Sé que soy mejor que Anthony y que muchos otros. Digo, mírame, Angelina, soy todo un ejemplar, pero ¿y si ella se da cuenta?
―¿De qué?
―De que no tengo mucho que ofrecerle de momento. Dimitrov puede darle todo lo que ella quiera. Ella me dijo que incluso hablaba bien de ella con los directivos de los equipos. A Ag no le gustaba que hiciera eso, pero él tenía el poder de hacerlo. Yo no.
Fred clavó su vista en el agua oscura y serena, jugueteando con el anillo en su dedo índice. Angelina y Fred se quedaron en silencio un momento.
―Bueno, te voy a dar mi opinión de chica ―susurró Angelina después de un rato―. Se me vienen a la mente miles de cosas que puedes ofrecerle, obviamente estoy un poco parcializada. Pero, tú y Ag son algo muy raro juntos y desde que puso pie en Hogwarts no vi que le prestara atención a nadie más de dos segundos. Solo a ti. Pudo tener a Warrington, a los franceses que la seguían como cadetes o a George que se parecía a ti, porque tú estabas conmigo. En ese sentido fue mejor que yo. Ella no quería a nadie más, te quería a ti. No puedes permitir que tu propia mente te confunda y te desvíe de lo que ella te ha demostrado. Ahora mismo quiero que pienses alguna vez que Agatha haya dicho que le gustabas tú.
Fred podía pensar en más de una vez que Agatha había dejado claro que no quería a George, a Dimitrov o a Anton. Fred soltó una seca carcajada y entendió que haber comentado eso con Angelina había sido una buena idea.
―¿Lo ves? ―sonrió Angelina al ver la expresión de Fred cambiar―. Probablemente te lo ha dicho muchas veces, pero como te digo, eres medio tonto. Si Ag y tú hablaron de un día a la vez, aférrate a eso. Seguramente la próxima vez que la veas será el momento perfecto para pedirle que sea tu novia, o en todo caso, ser tú su novio.
―Esto es extraño, Angelina ―repitió Fred con convicción―. No deberías estar animándome a estar con ella. Las exes deberían odiar a las actuales y viceversa.
―Yo no podría odiarla y dudo que ella me odie a mí. Es 1995 por si no te habías enterado y las chicas sexys se apoyan entre ellas. Además, eres un buen amigo y quiero que seas feliz.
―Gracias, Angie.
―No hay de qué. Pero, debes saber que tengo otras intenciones ocultas al unirlos y animarte. Tampoco lo hago sólo por la bondad de mi corazón.
―¿En serio? ¿Cuáles son? ―sonrió Fred.
―Pues, primero necesito que estés en tu máximo esplendor porque soy tu capitana y quiero llevarme la copa de las casas. Y tener a un bateador decaído es un obstáculo para esa meta ―confesó Angelina―. Wood me escribió todo el verano amenazándome diciendo que iría a mi casa y me gritaría si perdíamos.
―Vale, pues nadie quiere eso. ¿No?
―Claro que no. No podría soportar al histérico de Wood. Bueno, qué buena charla, me voy. Sigue pateando tus piedritas ―dijo Angelina. Se levantó y se limpió con la mano el pantalón lleno de tierra.
―Gracias de nuevo, Angie ―dijo Fred honesto. Estaba agradecido que el fin de su relación no los hubiese vuelto enemigos.
―No lo vuelvas a mencionar. Sólo pórtate bien con Ag, Fred. Katie está esperando pacientemente el momento que lo arruines para robártela.
―Lo haré. Dile a Kate que no se haga ilusiones ―bromeó Fred y Angelina carcajeó.
La morena desapareció por el sendero que comunicaba al castillo y Fred se quedó mirando las tranquilas aguas pensando en la chica que lograba que se volviera un desastre y que se sintiera perdido.
Abrió el periódico de nuevo enfocándose sólo en ella. Se rió al darse cuenta que ella no miró a Vasily ni una sola vez. Leyó otra de las preguntas que le había hecho el entrevistador.
«Con intenciones de llevar nuestra entrevista hacia el lado romántico le preguntamos a Agatha Krum sobre sus relaciones personales. Agatha no se sonroja, pero una sonrisa enamorada ilumina sus facetas: «Prefiero hablar del quidditch, pero si es necesario mencionarlo, en ese asunto estoy increíblemente feliz. Estoy flechada». Nuestra curiosidad llega hasta el cielo, pero Agatha se negó a dar más detalles al respecto. Sin embargo, observando su joven rostro enamorado podemos adivinar que el preciado corazón de nuestra pequeña estrella se encuentra cautivado».
Justo encima de ese pedazo de entrevista había algo garabateado. Un pequeño corazón decía «A.K», Fred lo comprendió en medio segundo. Se buscó la varita entre la ropa y golpeó el pergamino demandándole revelar lo que Agatha había escrito con tinta invisible. Decía:
Me pregunto la razón por la que sonreía así.
Estoy bromeando, eres tú.
Mi corazón está cautivado por ti.
Aggie.
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El festín de bienvenida en Durmstrang terminó con un lacónico y preciso discurso que repasaba lo que estaba prohibido hacer y dando indicaciones sobre el cambio de aulas en los pisos superiores. Agatha escuchó solo la mitad. En la mesa de octavo fueron apareciendo pequeños pedazos de pergamino frente a los alumnos que habían optado por ser guardianes de los de primer año con los nombres de sus protegidos y sus números de habitación para guiarlos hacia donde iban a dormir. Apareció uno frente a Agatha, Anton e Isak.
―¿No pidieron ungesinn, Kravev, Jasper? ―quiso saber Agatha, mirando la ausencia de papeletas.
―Yo no quise, el año pasado lo hice hasta que nos fuimos a Escocia y el pequeño bastardo era un malnacido ―resopló Jasper negando con la cabeza―. Además no tendría tiempo, Wallin me pisa los talones, dijo que el año pasado, como estuvimos en Hogwarts, nos volvimos flojos y que nos va exprimir como limones.
―Puras habladurías, a Wallin solo le gusta ladrar ―desprestigió Kravev―. A mí se me olvidó inscribirme.
―Dijiste que no te inscribirias, Ag ―observó Isak, dándole un vistazo al pergamino frente a la chica.
―Lo sé, pero no podía dejar a esas niñas por su cuenta. Si alguien puede iluminar su camino y prepararlas para estudiar aquí, soy yo.
―Es algo insólito, ¿no? Karkarov juró que serías la última que estudiara aquí y mira, hay dos pequeñas tú ―sonrió Anton.
―Ya era cuestión de tiempo ―opinó Dragov y miró con curiosidad hacia la mesa de los nuevos.
―Sí ―dijo Agatha, dejando al aire sus palabras y fijando la mirada en las niñas que se estaban socializando.
―...con eso dicho, doy cierre a nuestro festín. ¡Qué duerman bien, hijos! ―anunció Larsen y con sublimidad desapareció.
Una estampida empezó a salir del comedor. Los más desorganizados eran los de tercero y cuarto que se empujaban entre ellos y se burlaban de los primeros
Los mayores que estaban a cargo de los ungesinn empezaron a llamarlos por nombre y a reunirlos.
―Duerman bien, nos vemos mañana, voy a recoger a mis liliputienses ―se despidió Anton de manera graciosa y se separó del grupo para llamar a sus dos ungesinn.
Agatha hizo lo propio, no necesitó leer los nombres de las niñas para llamarlas, pero soltó una risa incrédula al leer la habitación que les habían otorgado. Lara y Margrét la buscaron con su mirada y Agatha las llamó con un movimiento de la mano y ellas salieron corriendo hacia ella sin rechistar.
―Voy a llevarlas a su habitación y a responder a su cuestionario ―les informó Agatha, mientras empezaban a caminar. De nuevo eran blanco de las miradas, pero desistían con más facilidad al ver que Agatha no se sentía deseosa de devolverlas―. ¿Comieron bien?
―Sí ―respondió Lara―. Tenía mucha hambre, vomité casi todo mi almuerzo en el barco. No me gusta viajar en barco.
―Yo también comí bastante, me gustó especialmente que tenían Plokkfiskur ―añadió Margrét.
―¿Qué es eso? ―preguntó Agatha con genuina curiosidad, volteando un segundo para mirar a Margrét.
―Es una mezcla de pescado y papas y otras cosas ―contestó Margrét―. El de mi mamá es el mejor, pero supongo que el de aquí también estaba bueno.
Cuando las chicas estaban por subir las escaleras, Agatha chocó contra una pared. Excepto que no era una pared y que no se había estrellado contra ella, sino que a sabiendas se le había atravesado. Bartok se giró y miró hacia abajo, hacia Agatha, como si estuviera viendo a un niño o un pedazo de papel tirado en la calle. Como si ella no fuera una persona sino un inconveniente.
―¿Puedes cuidar por dónde vas, Krum? ―escupió con desdén. Detrás de él había dos niños de primero.
―Eso es difícil, Bartok, cuando ocupas todo el maldito pasillo ―devolvió la chica mirándolo con desagrado.
―No me culpes por estar distraída. Fíjate por donde caminas, Sokolov ya no está aquí para pelear por ti.
―No lo necesito y creo que tú lo sabes. Quítate del camino ―ordenó Agatha con voz firme, mirando hacia arriba para atravesar los ojos de Bartok.
―Sé educada, Krum, no querrás que tus ungesinn se lleven un mal aprendizaje ¿no? ―sonrió Bartok con falsedad.
―Tú ocúpate de los tuyos y yo me ocuparé de las mías. Venga, vamos. No hay que perder el tiempo con mitad ogros ―Agatha rodeó a Bartok y empezó a subir la escalinata, seguida de las niñas que le lanzaron un vistazo asustado a ese gran tipo―. Bartok no es más que un troglodita, un matón, no se preocupen por él. Lo que abunda en tamaño, lo carece en cerebro.
Subieron las escaleras y anduvieron por los pasillos iluminados con faroles de pared. Algunos de los techos abovedados tenían frescos, los protagonistas pintados en los frescos las seguían con curiosidad. Los fantasmas de hechiceros medievales les pasaban por un lado y continuaban su camino. Las estatuas en sus pedestales, hablaban entre ellas y cuchicheaban al verlas pasar. De vez en cuando eran rebasadas por otros estudiantes que iban en camino a sus dormitorios.
Por fin llegaron a una puerta que Agatha conocía muy bien. Antes sólo tenía una inscripción en la antigua madera de ébano: «A. Крум». Ahora tenía dos más debajo de la primera «M. Árnadóttir» y «L. Nygård».
«Que en paz descanse mi privacidad» ―pensó Agatha.
Tocó con la mano derecha, donde aún le quemaba la runa y giró el pomo. Sonrió al ver la habitación que por mucho tiempo había sido para ella sola. Era de buen tamaño, redonda y amplia, pero se sentía más reducida. Su cama de dos piezas estaba en el mismo lugar, pero habían agregado dos más con otros dos tocadores y dos cómodas. En el suelo estaban las mismas alfombras de oso, la chimenea estaba apagada y una gran ventana dejaba entrar la luz del verano.
Ruslan se abalanzó a su dueña, ladrando aceleradamente, señalándole a Agatha que algo estaba mal y que la habitación había cambiado.
―Tranquilo, Ruslan, quieto. Lo sé. Vamos a tener compañía este año ―le comunicó Agatha, calmándolo con caricias en su pelaje―. Entren, este es Ruslan. Solo se asustó porque nuestra habitación ahora tiene tres camas.
―¿Vas a ser nuestra compañera de habitación? ―preguntó Margrét emocionada.
―Sí, supongo que debí haberlo sospechado ―comentó Agatha sin detener los cariñitos al perro―. No me iban a seguir dejando el cuarto para mí sola ahora que somos tres. Revisen que cama le tocó a cada una.
Cuando Lara y Margrét entraron emocionadas y movieron sus cosas viendo cuál lado pertenecían a cada quien, ella se sentó en su cama y las dejó explorar. Sus presencias ahí aún eran un misterio, parecían intangibles. Creciendo rodeada de chicos ruidosos y maleducados, había deseado por años tener compañeras de cuarto y ser entendida por otras niñas.
Las observó caminar por el cuarto y familiarizarse por un rato, mientras se iba desprendiendo de su abrigo y de las botas que rayaban el suelo. Margrét y Lara se sentaron cada una en su cama, expectantes. Balanceaban los pies y admiraban a la mayor esperando que dijera algo. Agatha se aclaró la garganta.
―Bueno, reglas básicas de convivencia ―comenzó, acomodando su abrigo en el perchero con forma de brazo―; Regla número uno: No toquen mis cosas y yo no tocaré las suyas. Si necesitan algo que yo tengo, pregunten primero, nunca metan las manos sin permiso. ¿Bien? ―Lara y Margrét asintieron al mismo tiempo―. Vale. Regla número dos: Hay solo un baño para nosotras, está en esta habitación ―Margrét levantó la mano para hacer una pregunta―. ¿Sí, Margrét?
―¿Por qué hay un solo baño?
―En total hay dieciséis baños para estudiantes en el castillo ―dijo Agatha, al recordar lo que le había enseñado Stefan―, dos por año, uno para mujeres y uno para hombres. Cuando las mujeres dejaron de ser algo común en Durmstrang los varones se hicieron con los baños, así que se construyó uno en esta habitación para nosotras. No es lo ideal, pero es beneficioso al final porque una gran cantidad de chicos no son muy higiénicos.
―¡Lo sé! Yo tengo un hermano y es asqueroso ―coincidió Lara con una sonrisa.
―Lo que nos lleva a la continuación de la regla número dos: Yo tengo prioridad al baño, porque soy la mayor. Tienen que levantarse temprano para que a todas nos dé oportunidad de utilizarlo y que no lleguemos tarde a clases. Regla número tres: no le den comida a Ruslan, yo sé que su carita preciosa es muy persuasiva, pero no le den comida a menos que me hayan preguntado a mí y yo les haya dicho que sí. Regla número cuatro: mantengan su lado de la habitación impecable. No quiero ver gusarajos arrastrándose por ahí. Y regla número cinco: no se permiten chicos en la habitación.
―¿Por qué íbamos a invitar niños a la habitación? ―preguntó Margrét, sacando la lengua con asco.
―Exacto, no hay necesidad. Ahora como ustedes son nuevas y yo soy buena, les dejaré que se bañen antes que yo. Luego de que se arreglen, podré contestar todas sus dudas.
Margrét y Lara lanzaron una moneda al aire para sortear quien de ellas utilizaría el baño primero. La suerte le sonrió a Margrét, quien empezó a desvestirse con premura.
―Margrét, tu cinturón es muy lindo, pero no puedes llevarlo. No es parte del uniforme y si te lo ven puesto te lo van a confiscar ―informó Agatha al ver el cinturón negro en la cintura de Margrét.
―¡No es un cinturón! ―se rió Margrét de manera infantil y dulce―. ¡Es Bernie!
Margrét acarició la superficie de lo que pensó Agatha que era un cinturón, solo para verlo moverse y arrastrarse por el cuerpo de la niña hasta ponerse encima de sus hombros. Una saludable víbora negra, su mascota.
―Oh, es una víbora ―soltó Agatha mirando al animal que sacaba su delgada lengua y lamía el rostro de la islandesa―. ¿Es venenosa?
―No, Bernie es inofensivo. Solo da un poco de miedo por su piel, pero es adorable.
―De acuerdo, no dejes que juegue mucho con Ruslan porque puede pensar que es un juguete ―le advirtió Agatha―. Lara, dime que tú no tienes una víbora también, por favor.
―No, tengo un gato, se llama Boble, pero no sé dónde está. Mi papá le echó un maleficio sin querer y ahora se vuelve invisible a veces. ¡Boble! ―llamó Lara, deslizando su pie por el suelo para ver si se topaba con él―. ¡Boble! ¡Ven, bebé!
Se escuchó un leve maullido y Lara lo siguió, se agachó y abrazó al aire y un gato peludo bosque de Noruega blanco y rojizo se materializó en sus brazos. Agatha suspiró aliviada al ver que Ruslan y Boble se miraban con curiosidad, pero sin hostilidad. También se alegró que no tendría que convivir con dos serpientes, no eran sus animales favoritos en el mundo. Aunque Bernie tenía una energía muy domada.
En el verano la noche no caía por completo en Durmstrang, pues estaban en medio de la nada en una región muy al norte de Escandinavia. Una de las cosas que a Agatha le gustaba más era ver el sol de medianoche, esos días tenía su horario de dormir hecho un desastre.
Pero al ser la víspera del primer día de clases, Agatha tenía que servir de ejemplo y obligarse a dormir temprano aunque fueran las nueve de la noche y todavía siguiera brillando un sol moribundo por la ventana. Tenía el cabello mojado luego de su baño y usando sus peludas pantuflas estaba acomodando sus pertenencias en el tocador y en su cama. Ya tenía su uniforme listo en la superficie de su baúl y ahora estaba arreglando las fotografías que adornaban los alrededores de su tocador y el estandarte del equipo de Bulgaria.
―¿Quién es ese? ―preguntó Margrét, deslizándose detrás de la mayor y cepillándose el cabello.
Margrét estiró su brazo y señaló la última foto que acababa de colocar en el tocador. Era Viktor en un retrato de quidditch, sonriendo como rara vez lo hacía.
―Mi hermano ―contestó Agatha, ajustando la fotografía que había quedado torcida―. Se llama Viktor.
―Casi no se parece a ti ―concluyó Margrét, inclinando su cabeza hacia un lado como si estuviera construyendo una opinión profunda sobre una pintura.
―¡Sí se parecen! ―disintió Lara, acercándose y poniéndose junto a Margrét―. Me gusta mucho verlo jugar, es muy veloz. ¡Y tú también! Pero mi hermano Klaus dice que solo debemos apoyar a Noruega, porque somos noruegos y ustedes nos eliminaron del mundial.
―Fue un buen juego, dieron una buena pelea ―comentó Agatha, asintiendo y dejando el montón de fotografías por pegar encima del tocador―. Siempre me gusta jugar contra Noruega.
Lara sonrió ampliamente. Agatha caminó hacia el alféizar y se sentó. Lara y Margrét la siguieron y se sentaron en el suelo frente a ella.
―Ahora, una a la vez, me van a plantear todas las dudas que se les ocurran ―Agatha leyó la hora en el reloj antiguo en la pared―. Hasta las diez porque mañana tenemos clases
―¿Por qué eres la única niña aquí? ―Lara dio inicio al cuestionario.
Agatha fue golpeada por esa primera interrogante. Parpadeó perpleja y abrió la boca y la volvió a cerrar un par de veces. La verdad era que ella no tenía una respuesta concreta a aquello, porque simplemente no lo sabía. Así que respondió con una idea construida por ella misma de la razón.
―Hace muchos años los directores de Durmstrang dejaron de admitir a brujas al instituto en un absurdo intento de privar a tantas mujeres como fuera posible de útiles conocimientos en las artes mágicas blancas, grises y oscuras, aquí el programa de estudio es mucho más amplio que en cualquier otra escuela. Obviamente el espíritu de la profesora Vulchanova no iba a permitir que esto sucediera sin dar una pelea, así que después de su desaparición, ella se esforzó por mantener a las brujas en la escuela que ella fundó. Esto es simplemente una hipótesis personal, pero creo que los profesores y directores crearon un hechizo para evitar que se mandaran las cartas de la fundadora. Funcionó por un tiempo, por setenta años. Pero no iba a funcionar para siempre y en el primer debilitamiento me llegó la carta a mí. Y bueno estuve sola por un rato y luego les llegó la carta a ustedes.
Agatha se quedó mirando al vacío cuando terminó. No había pensado en eso desde hace mucho tiempo.
―¿Vendrán más? ¿El próximo año? ―preguntó Margrét.
―No lo sé. Espero que sí.
―¿Cómo sobreviviste por tu cuenta aquí? ―quiso saber Lara. Agatha soltó una risa.
―Yo era la única chica, pero no estaba sola por completo. Tenía a mi hermano Viktor y a mi mejor amigo Aleksandr. Y en mi primer año, mi guardián fue mi primo Stefan. La clave está en aprender rápido, lo que harán ustedes.
―¿Es cierto que aquí solo aceptan a los sangre pura?
―Sí. De nuevo, una norma no de la fundadora, sino de los que vinieron después de ella.
―¿Tú eres purista de sangre? ―murmuró Margrét.
―No, el estatus de la sangre no asegura la calidad de un mago o bruja. Hay un montón de sangre pura que son mediocres ―aseguró Agatha.
Ambas niñas emitieron un sonido de alivio.
―Yo tengo un primo mestizo ―dijo Margrét―, él no fue aceptado aquí, pero va a Beauxbatons. Me enseñó un montón de trucos en el verano.
―Mi familia tampoco le da mucha importancia a la sangre ―añadió Lara.
Las niñas preguntaron muchas cosas y Agatha intentó tener tanto tacto con las respuestas como fuera posible. Le causó mucha gracia que ellas no se asustaron cuando les habló sobre las duras clases de magia oscura sino que se asustaron cuando comentó las criaturas que rondaban los bosques aledaños al castillo y que el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas asignaba tareas referentes a ellas por lo que tendrían que tener contacto obligatorio.
―La mayoría son inofensivas ―explicó Agatha― y el profesor las guiará para que sepan convivir con ellas. Hay un Fossegrim que vive al final de la cascada, si le llevan un pedazo de carne hablará con ustedes y les tocará música. Es muy amigable, las llevaré con él el fin de semana. No tienen que tenerles miedo a ninguna criatura, quizá a los Draugr, pero de los muertos les enseñará el profesor Larsen.
Agatha pacientemente apaciguó todas las preocupaciones y les dio amplios lineamientos a los que atenerse para no tener ningún inconveniente en sus primeros días. También, con mucha emoción, compartió con ellas sus partes favoritas de Durmstrang. Como la biblioteca y los rituales nocturnos. Observaba entusiasmo en los rostros infantiles. Observaba muchas cosas de sí misma en ellas.
También las escuchó, Margrét y Lara habían hecho amigos en la mesa. Era muy fácil hacer amigos a los once años. Agatha escuchó sus nombres con tranquilidad porque venían de buenas familias.
Cuando se hicieron las diez ya las tres estaban agotadas por el viaje y se metieron entre las cálidas sábanas de cada una de sus camas. Ruslan se acostó a los pies de Agatha, Boble se acostó junto a Lara y Bernie se enredó en uno de los pilares de la cama de Margrét para dormir. Agatha ya les había pedido que se durmieran, pero incluso entonces las nuevas Dursmtrang lanzaban preguntas que se les acababan de ocurrir extendiendo el interrogatorio hasta las once.
―¿Agatha? ―susurró Margrét cuando Agatha estaba simulando dormir para que ellas se durmieran.
―¿Sí, Margrét? ―suspiró Agatha mirando el techo de su cama con dosel.
―Gracias. Eres una buena tutora.
El estómago de Agatha se redujo y dijo con voz muy baja y suave:
―Estoy aquí para ustedes.
Después de asegurarse de que Margrét y Lara estuvieran profundamente dormidas, Agatha permitió que las lágrimas gruesas y saladas, que había estado conteniendo desde el primer momento que las vio en el despacho de Larsen, surcaran sus mejillas.
Eran innumerables las veces que había rezado por tener compañía.
Ahora la tenía.
Un poco tarde, sí, pero mejor tarde que nunca.
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