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𝟑𝟐 ━ Hijas de Nerida.


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𝐇𝐈𝐉𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐍𝐄𝐑𝐈𝐃𝐀

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― ¡Joven ama Agatha! ―una vocecilla chillona irrumpió en la paz que colmaba el invernadero.

Agatha dio un respingo y se irguió. Ruslan, que antes se encontraba persiguiendo mariposas, también se sobresaltó y ladró asustando a la elfina doméstica que dio unos pasos temblorosos hacia atrás.

La chica, sentada en un banco de piedra, levantó la mirada del cuaderno viejo en sus manos y miró a la causante de que su estudio y momento a solas se vieran interrumpidos. Greta, una pequeña elfina doméstica de grandes ojos morados, estaba asustada por la reacción del perrito. Agatha le brindó una mirada tranquilizadora a la criatura y le sonrió.

―Hola, Greta. Dime ―pidió la búlgara.

―Greta lamenta interrumpir a la ama, pero el amo Dobromir pidió a Greta que, por favor, le dijera que la solicita en su despacho. Urgente ―puntualizó Greta.

―Gracias, ya voy ―contestó Agatha, recibiendo un asentimiento entusiasta de parte de Greta quien se desmaterializó al instante.

Agatha volvió a mirar el cuaderno y sacó la carta a medio escribir que había dejado unos minutos atrás cuando se detuvo a escribir algunas observaciones de las plantas curativas.

«Fred,

Me alegró leer los avances que tienen con los productos. Pero, por favor, no busquen materiales ilegales. Sé que es tentador, pero limiten sus actividades delictivas. No tiene sentido trabajar tanto para acabar en prisión.

Esta semana no ha sucedido gran cosa. De hecho, me he sentido un poco sola. En otros veranos me encontraría con Aleksandr haciendo locuras y escapando por los pelos de problemas. Pero Aleksandr volvió a Francia ayer y no tengo mucha compañía.

He estado también nerviosa por el último semestre en Durmstrang. Sé que va poner a prueba mis límites más de lo que puedo adivinar, sin embargo, no tengo miedo, estoy lista. Es increíble decirlo y amo el verano, pero extraño la nieve.

En una nota más positiva, me hicieron una entrevista para Оракулът (El Oráculo), el periódico mágico por excelencia en Bulgaria (como El Profeta, pero mucho más honorable) y te envié una copia.

Creo que esta carta te llegará cuando estés en Hogwarts. Espero que sea un buen último año y abraza por mí a Katie, Alicia, Lee y Angelina.

Te extraña y le gustaría besarte,
Agatha»

Agatha terminó de escribir la correspondencia y la releyó. Quería preguntarle a Fred sobre las noticias en el Reino Unido, pero sabía que era poco lo que él podía decirle y no tenía sentido recibir información a medias. Se mantenía bastante optimista y tenía la mentalidad de que si no había recibido ninguna carta preocupante era porque no pasaba nada preocupante. Eso la hacía tranquilizarse y utilizar su energía vital en cosas más positivas. Agatha metió la carta en su sobre y lo cerró.

― ¡Mŭnich! ―llamó al aire. El elfo doméstico apareció frente a ella con una sonrisa―. ¿Puedes poner esta carta en Rurik y enviársela a Fred Weasley, por favor?

La muchacha puso en las manos del elfo la correspondencia con delicadeza.

―Lo que la ama necesite Mŭnich lo hará enseguida ―obedeció Mŭnich y chasqueó los dedos para desaparecer.

Agatha acató a la petición que le había traído Greta, guardó la pluma dentro del cuaderno y le silbó a su mascota para que la siguiera.

Apenas entró en el despacho de su padre, le dio mala espina la energía que poseía el lugar. Muy mala espina.

Sentía que la iban a reñir. Pero ella no había hecho nada malo.

¿O sí lo había hecho y no se acordaba?

No, ella no había hecho nada malo últimamente.

No obstante, parecía que fuera a ser el objetivo de una intervención familiar.

Esa tarde calurosa debió suponer que algo estaba pasando cuando todo estaba muy tranquilo. Cuando solicitaron su presencia, no esperaba encontrar a toda su familia ahí.

Viktor miraba por la ventana con las manos detrás del cuerpo, su madre se quejaba en voz baja del estado de la vegetación en la oficina y su padre estaba terminando de leer unas cartas.

La sentaron en la silla frente al escritorio antiguo, pero nadie se dignó en decir ni una palabra. La hija menor de los Krum intentaba ser paciente porque debía de haber una razón de haber sido convocada con tanta seriedad, pero la virtud de la paciencia siempre la poseyó Viktor.

― ¿Qué está pasando? ―espetó Agatha por fin, tras ser ignorada por demasiado tiempo.

―Un segundo, Aggie ―estableció Dobromir, poniendo el dedo índice en el aire para que Agatha esperara.

―Deja que tu padre termine, Agafya. Quita esa cara ―habló su madre sin mirarla, reviviendo la hiedra con magia de su varita.

Agatha no supo cómo su madre sabía la cara arrugada que tenía sin siquiera voltear a mirarla, pero de igual manera relajó su expresión. Suspiró y se recostó en la silla con las manos entrelazadas en su estómago.

Siguió pensando en lo que podría haberla puesto en aquella situación. Lo único que le venía a la mente era haber pasado la noche con Fred, pero nadie además de Svetlana y Aleksandr sabían con certeza que eso había sucedido y ninguno de ellos iba a comentarlo por ahí, mucho menos a sus padres. Tampoco era como si sus padres le fueran a dar tanta importancia de saberlo.

Quizás Vera les había dicho algo malo y ellos consideraban que debían investigarlo. Si se trataba de eso, era increíblemente infantil de parte de Vera e iba reírse demasiado.

Entonces un pensamiento oscuro le cruzó la cabeza: Tal vez alguien se había muerto. Oh no, ¿y si alguien se había muerto? Con palpitaciones nerviosas, rezó para que no fuera eso.

Viktor se dio la vuelta y le sonrió. Agatha identificó culpabilidad en el rostro de su hermano. Como cuando él hacía algo que sabía que iba a molestarla.

― ¿Qué pasa? ―le preguntó moviendo solo los labios sin decir una palabra.

Viktor no le respondió, miró hacia arriba simulando que no había entendido. La preocupación momentánea de pensar en la muerte de alguien conocido se esfumó y fue reemplazada por enfado. Si alguien no le decía algo en los próximos segundos iba a empezar a gritar. Antes de explotar y exigir que alguien le dijera algo, su padre, con toda tranquilidad del mundo, dejó las cartas, se quitó los lentes de lectura y los dejó en un lado desocupado del escritorio.

―Agatha, me imagino que te preguntas qué anda mal y por qué estás aquí ―su padre le sonrió, sin rastro de enojo en su rostro.

―Entre otras cosas ―se obstinó ella, cruzándose de brazos.

―La respuesta resumida es nada ―explicó Dobromir Krum sin quitar la sonrisa―. Nada va mal, te puedes tranquilizar, no te vamos a llamar la atención por nada. A menos que, a tu criterio, haya algo por lo que tengamos que hacerlo.

―No. Y si lo hubiera, papá, no me voy a disparar a mí misma en la pierna ―entonces Agatha sonrió con suficiencia, entendiendo el juego mental de su padre, del cual conocía las reglas al derecho y al revés.

―Por supuesto que no, hija ―Dobromir devolvió la sonrisa y enderezó su postura―. Agatha, estás aquí para que hablemos de Durmstrang.

―Si se trata de que no he ido a comprar las cosas, iré mañana. Esperaba ir hoy, pero me quedé dormida ―explicó ella.

―No es acerca de los útiles, Agafya ―su madre se guardó la varita y le puso una mano en el hombro a su marido, enfocándose en su hija menor.

Los esposos se miraron, debatiéndose en continuar aquella charla. Viktor se estrujaba el puño con inquietud. El rostro de Agatha palideció cuando el peor escenario posible se pasó por su mente.

Haber sido expulsada de Durmstrang.

El nuevo direktor era un buen hombre en lo que cabía, ella lo sabía muy bien. No esperaba que el profesor Larsen fuera a echarla de la escuela, al contrario, esperaba que las cosas mejoraran en el instituto luego del escape de Karkarov. No tenía sentido haber sido expulsada, ella había recibido hace semanas la carta de admisión para el último semestre en Durmstrang. No podían echarla una semana antes de empezar las clases. ¿No podían hacer eso, verdad?

Su padre habló de nuevo.

―Tu madre y yo hemos llegado a la conclusión de que no tienes que volver a Durmstrang si no quieres ―comunicó con voz serena.

―Disculpa, ¿qué? ―ahora Agatha no entendía nada.

Dobromir Krum suspiró y se puso de pie. Se veía en su rostro que no encontraba aquella conversación placentera o estuviera de acuerdo con su rumbo. Rodeó el escritorio y se sentó en el borde frente a su hija.

―Agatha, cuando te aceptaron en Durmstrang fue una sorpresa. Debo admitir que no estaba encantado con la idea de que fueras a Durmstrang, tu madre sabe muy bien que preferiría haberte enviado a Koldovstorez o Beauxbatons, pero que te hubieran aceptado era algo excepcional y tú eres excepcional y merecías hacer gala de eso. Mis preocupaciones sobre tu asistencia a Durmstrang fueron apaciguadas porque sabía que ibas con Viktor y con Aleksandr. Sin embargo, las cosas cambiaron ―dijo Dobromir con calma―. Creo oportuno explorar otras opciones. Estos pergaminos son cartas de aceptación para incluirte en Koldovstorez o Hogwarts. Les escribí a los jefes de las escuelas para tantear la posibilidad de una transferencia para tu última carga académica, están más que dispuestos a ofrecerte una plaza.

Agatha sintió que sus entrañas se convertían en complicados nudos marineros. Echó la silla hacia atrás y se levantó a la defensiva.

―No entiendo. ¿Quieres que me dé de baja en Durmstrang? ―exclamó Agatha, asqueada y ultrajada.

―Fue mi idea, Ag ―Viktor habló por primera vez. La cara de culpabilidad tenía sentido. Él adivinó la tormenta que iba a caer sobre él y decidió no dejar a su padre a la deriva.

El padre de Agatha miró a Viktor con una mueca. Ellos habían acordado que él le plantearía la idea de transferencia de escuela a Agatha, porque sabía que Agatha sería más mordaz con Viktor y quizás escucharlo de su padre tuviera mejor recepción. No podían estar más equivocados.

Viktor se acercó a su hermana y se detuvo al lado derecho del escritorio, para tener tiempo de alejarse por si Agatha le soltaba un maleficio o le daba un puñetazo.

―Tienes que entender ―prosiguió él, explorando las palabras correctas. Sus ojos oscuros la miraron con calma―. No me vas a tener a mí. Aleksandr no va a estar detrás de ti rifando puñetazos a quien se atraviese en tu camino. Lo único que quiero es que estés a salvo, no sabes a todo lo que vas a enfrentarte este último curso. Puedes ir a Hogwarts con Fred y estar tranquila y pasar este último año en un paseo. Ya no tienes que probar nada, Ag. Ya lo hiciste. No tienes que volver allí.

Esas palabras acuchillaron sin piedad a la menor. Ella entrecerró los ojos sintiéndose confundida ante la actitud de su hermano. La inesperada mención de Fred sólo la hacía sentir peor. Un silencio tenso cayó en despacho. Era como si estuvieran manipulando una granada que amenazaba con explotar.

Con un poder increíble, Agatha, ante todo, mantuvo la calma. Su enfado subió por su torrente sanguíneo como lava hirviendo. Le hubiese gustado guardarse lo que iba a decir, pero si había un momento para decirlo era ese.

―Siéntate, Viktor. Ustedes también, por favor ―ordenó Agatha con voz firme. Su padre y su madre se sentaron al instante y Viktor ocupó la silla que antes ocupaba su hermana―. Primero, Viktor, quiero agradecerte por protegerme en Durmstrang, en lo que pudiste. Estoy agradecida, pero, ¿Crees que no me las puedo ingeniar sin ti? ―Agatha subió la voz sin llegar a gritar―. ¿No me crees capaz de arreglármelas sin ti y sin Aleksandr? Sé que crees que me protegiste de todo e hiciste de Durmstrang una burbuja de maravillas para mí, pero no fue así. Tu protección llegaba hasta cierto punto, pero a nadie le importaba que fueras mi hermano al momento de desprestigiarme y echarme a la tierra.

Agatha hizo una pausa. Era como si estuviera siendo bombardeada por recuerdos. Su memoria no había estado tan cristalina como en ese momento. Todos los momentos difíciles que había superado en el instituto desfilaron por su mente, momentos que la habían forjado y convertido en lo que era. Suspiró y continuó:

―Yo tuve que ganarme mi lugar y hacerme un nombre por mí misma. Tuve que defenderme yo sola. Tú no estabas ahí cuando el profesor Lundberg hacía comentarios misóginos, se burlaba en mi cara y me tildaba de débil o cuando era elegida de última en todas y cada una de las prácticas de hacha en mis primeros años porque según el profesor Wallin: «las mujeres no saben manejar cuchillos». Estaba sola cuando el profesor Georgiou decía en clase que «las brujas eran significativamente inferiores a los magos» y que no me hiciera ilusiones de que iba a poder lograr algo. Tú no lo entiendes, no puedes hacerlo. Yo tuve que afrontarlo por mí misma. «Ya no tengo que probar nada» ―emitió una risa sarcástica por debajo del aliento―. Nunca he tenido que probarle una mierda a nadie. Pero disfruto hacerlo, porque cada vez que lo hacía, lo veía en sus caras. Lo mucho que me detestaban y lo mucho que querían que me fuera. Después de años de mantener a las brujas fuera de Durmstrang, llegué yo. Demostrando que era tan buena como los demás, llevándoles el paso, nunca retrasándome, en el tope de la clase y haciendo cuestionar a los alumnos lo que los profesores repetían como loros. No soy perfecta, pero sé que hago una diferencia.

» Por siete años he trabajado duro todos los días para cerrarles la boca, superarlos y ser mejor en todo lo que hacen, porque no conozco otra manera de hacerlo. Y déjenme decirles, tengo el orgullo de decir que yo me gané el respeto que me tienen los demás. Nada tiene que ver con Viktor o Aleksandr. No voy a renunciar a eso y a demostrarles que me da miedo volver porque perdí la protección de mi hermano y mi mejor amigo. No tengo miedo. Mi plaza en Durmstrang fue otorgada a mí por Nerida Vulchanova, pero yo me hice merecedora de ella. Lo he estado haciendo por siete años y lo haré por estos últimos seis meses. Sé que ella me eligió por algo y no la voy a decepcionar.

Viktor tenía la mandíbula tiesa mientras su hermana hablaba, pero a Agatha no le tembló la voz.

―En cuanto a Fred ―continuó ella con ímpetu―, él significa mucho para mí y me encantaría verlo todos los días, pero nunca he tomado mis decisiones ni comprometido mis metas por un chico y no voy a hacerlo ahora. El simple hecho que pienses que traerlo a colación hará alguna diferencia en mi decisión es ridículo y no puedo creer que lo hayas hecho. Así que no, no me voy a cambiar de escuela.

Agatha terminó y el silencio volvió a colmar el lugar. Nadie se atrevió a hablar después de su declaración. Estaba corta de aliento, como si hubiese estado haciendo ejercicio y su cabeza le dolía, pulsándole gracias a borrones de pensamientos inconexos e ira contenida. Con una postura perfecta, tragó saliva y le devolvió la mirada a su familia sin arrepentimiento de sus palabras.

Natalya estaba haciendo un esfuerzo extraordinario para contener las lágrimas, de repente su hija se veía mayor, pero con las mismas actitudes con que la había visto crecer: fuerza, vehemencia y decisión. Dobromir estaba orgullosísimo y había olvidado la razón por la que había sugerido tal cosa, su hija frente a él había superado y hecho cosas por sí misma en el instituto que él apenas podía comprender, no entendía por qué no la creyó capaz de cuidarse a sí misma.

Viktor no podía obligarse a sí mismo a decir nada. Miraba los ojos zafiros oscurecidos de su hermana con un respeto absoluto y, completamente mudo, escaneó los movimientos gráciles de ella. Agatha tomó las cartas de admisión de las otras escuelas mágicas y las arrojó en el bote de la basura. Desenfundó la varita e hizo arder con un incendio los pedazos de pergamino.

―Estaré segura en Durmstrang porque me tengo a mí misma y eso es más que suficiente.

Hizo un sublime ademán con la cabeza y sin decir nada más, abandonó el despacho a largas zancadas.

Agatha Krum poseía todo el temple de una Durmstrang y se iba a graduar como tal.

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Agatha no podía evitar pensar que de haber asistido a cualquier otro colegio mágico ya estaría graduada, ya tenía dieciocho años después de todo, pero la dinámica era diferente en Durmstrang.

Después de la misteriosa «desaparición» de la fundadora, los nuevos magos que llegaron para apoderarse de Durmstrang tiraron por la borda casi todo lo que Nerida había construido. Una de las pocas cosas que habían permanecido en el instituto era la existencia del último curso. El octavo año. Aunque no se trataba de un año como tal, ya que consistía de solo seis meses. Nerida Vulchanova sostenía la hipótesis que al cumplir los dieciocho años de edad, las brujas y los magos desbloqueaban todo el poder durmiente en ellos. Por lo que consideraba que debía explotarse y debían estudiar y probar los límites de la magia dentro de ellos en un ambiente controlado, como el instituto.

El significado de eso fluctuó a través de los años, pero no era ninguna mentira que el último año en Durmstrang era el más exigente y el más emocionante.

Y a Agatha Krum le emocionaba a más no poder.

La mañana del cuatro de septiembre de 1995 amaneció con un fulgurante e inclemente sol, lo que la hizo emocionarse aún más ya que el viaje en barco prometía ser excelente. A diferencia de Hogwarts y debido a su secretismo, Durmstrang dividía a los estudiantes que viajaban al instituto. Los de primero a cuarto año tomaban un barco en Oslo y los de quinto a octavo tomaban el barco en Estocolmo. Lo que confundía a quien fuera que intentara dar con la ubicación exacta de Durmstrang.

Agatha llegó junto a sus padres a Estocolmo a un cuarto para las diez de la mañana. Quince minutos antes de que el barco zarpara.

Aspiró el penetrante olor a salitre que le había dado la bienvenida tantas veces y que le iba a dar la bienvenida por última vez. El golpear de las olas del mar Báltico en las rocas de la costa acompañaba al viento ruidoso y salado que le besaba el rostro a la búlgara y enmarañaba su cabello. Siempre le había gustado Estocolmo, con sus edificaciones coloridas y carritos donde vendían helados cerca de la playa. Claro que la costa turística nemagicheski no era donde se encontraban.

Los Krum se hallaban en una pequeña isla abandonada del archipiélago a un par de kilómetros de la colorida costa turística. Los tres avanzaban sincronizados, los mayores arrastraban las largas capas brillantes a través de la vegetación verdosa y Agatha pateaba la arena sucia con sus grandes botas para la nieve, cuyos clavos en la planta la ayudaban a desplazarse con facilidad. Detrás de ellos se escuchaban los constantes cracks que avisaban las apariciones de más alumnos y representantes. Por encima de sus cabezas volaban a toda velocidad escobas pilotadas por otros alumnos.

La vegetación se abrió para revelar un puerto imponente con un amplio muelle. El principal atractivo de aquello era el increíble barco que reposaba en las calmadas aguas. Una nave piratesca que combinaba aspectos de galeón y de drakkar, el barco vikingo, tan alto que apenas se veía la cubierta. El mascarón de proa era una cabeza de dragón que echaba humo y se movía arrogante de lado a lado, mirando al horizonte listo para guiar el camino. Un símbolo estaba tallado en la parte lisa de la embarcación. Un Aegishjalmur, símbolo mágico de protección. La bandera del colegio ondeaba al viento con el emblema de la escuela, el águila de dos cabezas, mostrándose orgullosa.

Ruslan, que iba contenido por una correa de cuero, daba saltitos jalando a su dueña para que se acercaran al barco. El animal se mostraba entusiasta de volver al frío glacial, su ambiente favorito. Agatha se dio la vuelta para mirar a sus progenitores que habían insistido en acompañarla. Su padre arrastraba por la arena el pesado baúl.

―¿Tienes todo, verdad, Agafya? ―preguntó Natalya Krum.

―Sí ―aseguró la interrogada―. Creo que todo.

―Cualquier cosa que se te haya quedado atrás, escribe y te lo enviaremos. Escribe seguido, para saber que todo marcha bien ―dijo su padre.

El hombre sacó de la túnica su varita y con un movimiento, desplazó el baúl hasta el muelle donde reposaba el montón de equipaje, el cual estaba siendo guardado dentro de la embarcación por los encargados del equipaje.

―Cuídate, hija. Saluda a Isak de mi parte.

Natalya rodeó con sus brazos a su hija y le besó la mejilla con afecto. Su padre también la abrazó, un abrazo corto y conciso.

―Adiós, Agatha y diviértete ―le deseó el hombre con una sonrisa.

―Adiós, nos vemos en navidad ―sonrió Agatha y les dio la espalda para empezar a caminar al muelle.

Cuando ya estaba un poco alejada, su padre gritó:

―¡Moderación, Agatha! ―suplicó con voz ronca. Agatha le respondió despidiéndose con la mano.

Natalya soltó una risa ahogada y enroscó su brazo con el de su marido.

―¿Cuando ha hecho Agatha algo con moderación, Dobrushka? ―preguntó con voz divertida.

―Su falta de moderación la llevará a su muerte ―se lamentó Dobromir, observando cómo su hija se alejaba.

―O será lo que la mantenga viva ―consideró Natalya con una sonrisa―. Estará bien, es la perfecta combinación de nosotros dos.

Dobromir soltó un cansino suspiro y asintió. Tomó la mano de su esposa y dándole un último vistazo al barco y al cabello largo de su hija, dio media vuelta y empezaron a caminar.

Agatha caminó por el muelle mojado por el mar con pasos firmes. Ruslan ladraba emocionado al ver a los otros perros que eran controlados a duras penas por Jarl, el encargado de las mascotas grandes. Agatha se plantó frente a él. Era un muchacho no muy mayor que ella, las ojeras pronunciadas decoraban su pálido rostro y resaltaban sus expresivos ojos oscuros.

―Krum ―pronunció con sorpresa cuando levantó la vista de los canes.

―Hola, Jarl ―saludó Agatha con un movimiento de cabeza.

―Bienvenida de vuelta, por última vez ―dijo con voz profunda.

―Gracias. ¿Puedes encargarte de Ruslan, por favor? ―pidió la chica.

―Por supuesto ―aceptó él. No tenía otra opción, era su trabajo. Pero Agatha lo había pedido con educación, lo que lo hizo ser más receptivo.

Estiró el brazo desocupado y Agatha enredó la correa del enérgico perro en el brazo del encargado. Volvió a agradecer y emprendió camino al barco, subiendo por la húmeda tabla de embarque. No pasó desapercibida, era difícil que lo hiciera, pero estaba atrayendo más las miradas que de costumbre. Las sentía, penetrando en su espalda. Muchos pares de ojos escrutadores la miraban con impresión. Los demás estudiantes se detenían en seco al verla y callaban las conversaciones y los saludos para intercambiarlos por susurros y vistazos de rechazo.

Sin darles ninguna importancia ―porque para ella no la tenía―, Agatha siguió marchando sin inmutarse, aferrando una de sus manos a la correa de cuero de su bolso cruzado de piel de dragón carmesí. En la cubierta había un cúmulo de muchachos escuchando y riendo de alguien que estaba parado en la parte más alta de la proa, junto al timón. Esa persona estaba transmitiendo un bien pensado discurso. Agatha se recostó en la parte baja del mástil para unirse a los oyentes.

―¡Escuchen, hermanos! La corona y el liderazgo están para que alguien los tome. ¡La supremacía Krum ha terminado! ¡La era de Karkarov acabó! ¿Quién tendrá los testículos para tomar asiento como líder? ―pronunció Mikael Johannessen desde el lugar alto. Llevaba puestos unos lentes de sol y caminaba con arrogancia de un lado a otro―. ¿Serás tú, Bartok? ―Johannessen señaló con el dedo índice a la muchacho que parecía una montaña, a él no le hacía gracia su discurso ni su actitud y se mantenía sentado en una de las mesas de la cubierta―. ¿Qué harás, Bartok? ¿Pisarnos para liderar este último año? Viniste más gordo de Hogwarts, amigo. ¿O serás tú, Svensson? A lo mejor querrás ser tú, Poliakov. Que le lamiste tanto las botas a Karkarov esperando ocupar el lugar que se le daba a Viktor Krum y todo eso para nada, porque el cobarde de Karkarov se escapó al primer indicio de que se iba a meter en problemas con los mortífagos. Seamos honestos, hermanos; Nadie, además de mí, es suficientemente omnipotente para liderar Durmstrang.

―¿Crees que serás tú, Johannessen? ¿Te has llamado a ti mismo «omnipotente»? No me hagas reír. Tienes la cabeza tan inflada que pareces un troll. Te das demasiado crédito ―pronunció Agatha alzando la voz, cruzada de brazos y dando pasos lentos hacia el montón de estudiantes.

Las cabezas giraron tan rápido para confirmar la identidad de la voz que Agatha creyó escuchar un crujido de alguno de sus cuellos. No disimularon las ojeadas incrédulas ni las risas ahogadas y sonidos de sorpresa. Johannessen se paralizó y se quitó las gafas de sol con apuro, entornando los ojos para ver la figura femenina.

―¿Mis ojos me engañan o la valquiria ha vuelto para una última batalla? ―espetó Johannessen, no daba crédito a sus propios ojos y la contemplaba a escasos metros de él como si se tratara de una aparición―. Las malas lenguas esparcieron que no volverías para el octavo año.

―¿Qué esperabas? ¿Qué te dejara el instituto a ti? No seas ridículo. Este año la corona me pertenece a mí ―dispuso Agatha. Sus labios se curvaron en una sonrisa orgullosa.

―Bueno, bueno, tenemos una nueva ficha en el juego ―Johannessen también sonrió, pero era una sonrisa deshonesta―. Aparentemente, la supremacía Krum no ha muerto aún. ¡Bienvenida de vuelta, valquiria! Ya veremos a quién le queda la corona.

―Gracias, Johannessen. Y buena suerte, porque la vas a necesitar.

Agatha hizo un altivo encogimiento de hombros. Johannessen, aún perplejo, emitió una carcajada lenta e irónica y se cubrió los ojos con las gafas nuevamente.

Isak Sokolov se acercó a la búlgara dando pasos largos y con las manos dentro de los bolsillos. Se había dejado crecer el cabello, revuelto en rizos dorados oscuros y parecía más alto. Llevaba una túnica de color beige claro. Agatha creyó que se lo estaba imaginando, pero le costaba definir los rasgos que lo hacían parecerse tanto a Aleksandr, como si se hubieran hecho menos visibles. Lo que no había cambiado era su energía simpática.

―¡Hasta que por fin nos vemos, Ag! ―dijo el menor de los Sokolov con alegría y le dio unas palmaditas amigables en la espalda a su amiga con sus manos cubiertas por guantes marrones―. Alguien tenía que cerrarle la boca a Johannessen y me alegro que hayas sido tú.

―¡Hola, Sak! ―lo saludó Agatha y le regaló una sonrisa genuina―. ¿Soy yo o todo el mundo está más impertinente este último año?

―No eres solo tú, yo también lo noté ―coincidió Isak―. Les crecieron las cabezas y se les abrieron las agallas ahora que Viktor y Alek se graduaron.

―Tenemos que recordarles quienes somos los que mandamos ―dijo Agatha, recibiendo una media sonrisa cómplice de parte de Isak.

Agatha e Isak se aproximaron a una mesa en la cubierta que estaba siendo ocupada por tres chicos de sexto año. Agatha les dedicó una única mirada y chasqueando los dedos les ordenó que se marcharan. Se levantaron al instante, uno de ellos tomándose la molestia de dedicarle un intenso gesto de desagrado. Ella arqueó una de sus cejas, totalmente imperturbable. Tenía que empezar a utilizar su prioridad jerárquica que había ganado al ser de octavo.

―No te vi en todo el verano. ¿Qué hiciste? No fuiste a mi fiesta de cumpleaños ―dijo Agatha cuando tomaron asiento en la mesa redonda de madera.

―Pasé todo el verano con mis abuelos en el campo. Tenía tiempo sin visitarlos y aproveché que mis padres no estaban ni Alek tampoco. Tenía todas las intenciones de ir a tu fiesta, pero se me pasó, lo siento ―se disculpó el rubio con una mueca de arrepentimiento.

Agatha chasqueó la lengua e hizo un movimiento con la mano para quitarle importancia. Se pusieron al día y después de unos minutos el sonido de un cuerno indicó el momento de partir. La tabla de embarque se contrajo y se soltaron las sogas que sostenían el barco al puerto. El sonido metálico del ancla penetró el eco de las olas y en un sacudón, el viento y la magia movió la embarcación.

A Agatha y a Isak se les unieron otro grupo de estudiantes, amigos de ambos. El más emocionado aparentemente de que Agatha volviera era Anton Stepanchikov, que no paraba de sonreír y de acaparar la atención de la búlgara. Las historias sobre el verano empezaron a fluir entre cigarrillos y risas, incluyendo anécdotas sobre las cosas que habían ocurrido en Durmstrang y que se habían perdido los que viajaron a Hogwarts el curso pasado.

―¡Eh, Krum! ―la llamó Lars Bjorge desde la mesa contigua.

Agatha volvió la mirada para ver a los ocupantes de la misma. Un grupo de séptimo, los conocía a todos menos a uno. Lars le sonrió y le pasó un brazo por los hombros al único que Agatha no conocía, señalando al desconocido con el dedo índice de manera juguetona. Era un chico bronceado con el cabello oscuro y ojos igual de oscuros. No había nada en él que despertara el mínimo interés en ella.

―Éste es Müller ―informó Lars―, lo transfirieron desde Zauberkunst, la escuela de magia en Alemania. Me pidió que los presentara. Carne fresca.

―Lukas Müller, preciosa ―se presentó Müller con una sonrisa en el rostro―. Un gusto conocer a «la valquiria». Me han contado muchas cosas sobre ti, me emociona saber cuales son verdad.

―A mí no me interesa saber nada de ti ―dijo Agatha con indiferencia. Se echó el cabello detrás del hombro y continuó la conversación que había dejado a medias.

―Ya veremos, bebé ―le dijo Müller con un marcado acento alemán y con gesto presuntuoso.

Bjorge se echó a reír acompañado de los demás de su mesa al ver el intento fallido de Müller de llamarle la atención a Agatha.

Las salomas empezaron a nacer de las gargantas varoniles de los alumnos de Durmstrang, acompañaban golpeando rítmicamente con los puños cualquier superficie a las entonaciones agridulces sobre marineros devorados por sirenas en alta mar. Sobre gallardos vikingos pereciendo en batalla. Sobre Thor y Odín, donde les pedían fuerza y valentía. Cuando la saloma relataba la historia de un vikingo cuyo destino era la ineludible muerte, los coros parecían dirigirse a ella:

Y mi madre me decía: Hijo mío, vete con la valquiria.
Cuya piel es tan suave como la seda y tan resistente como el hierro.
Cuya voz es tan dulce como la miel y sus gritos de guerra tan atronadores como el mar.
Cuando hayas hecho tu trabajo, ella te llevará a Valhalla. Donde descansarás tranquilo.
¡Que la valquiria te guíe a Valhalla, querido guerrero!

La frase «llevar a alguien a Valhalla» tenía diferentes connotaciones entre los jóvenes escandinavos, la más popular era utilizar la frase como eufemismo de llevarse a alguien a la cama. Por lo que a Agatha no le sorprendió que Jacobsen le preguntara cuando terminó esa saloma:

―¿Este será el año en que me llevarás a Valhalla, valquiria? ―un gesto asqueroso en su rostro.

Agatha soltó una risa.

―Tu no merecerías ir Valhalla ni aunque murieras en batalla, Jacobsen. Ni este año ni nunca ―se burló Agatha, mostrándole los dientes perlados en una sonrisa falsa. Los que la rodeaban se rieron estruendosamente y Jacobsen resopló y volvió con sus amigos para no hablarle más en todo el viaje.

Mientras avanzaba el viaje, los varones se congregaban en diferentes grupos. Algunos de los mayores ocupaban las pocas mesas disponibles, otros optaban por sentarse en las cajas grandes de maderas y otros simplemente se sentaban en los bordes. Las olas golpeaban al barco que se movía oscilante en las aguas más azules posibles, la temperatura empezaba a bajar mientras se acercaban más al instituto. El rocío le salpicaba el rostro y el cabello a la única chica en todo el barco.

―Si yo hubiese ido a Hogwarts con ustedes, el cáliz me habría elegido a mí ―opinó Dragov, encogiéndose de hombres y bebiendo de una petaca que desprendía un olor ácido―. Hubiese llegado más lejos que Krum.

―Tú hubieses corrido con la suerte de Diggory, Dragov ―discrepó Jasper Sjöberg―. Harry Potter te hubiese matado en el laberinto.

Agatha soltó un resoplido fastidiado. Parecía que algunos se habían aferrado a los peores rumores sobre Harry y la muerte de Cedric. Aceptando como hecho que Harry había sido responsable de su muerte.

―Por algo no te eligieron, Dragov. Karkarov se llevó solo lo mejor ―dijo Anton con voz burlona.

―El viejo Karkarov―repitió Isak con aire reflexivo―. ¿Creen que los mortífagos se hayan hecho con él?

―No, ya nos hubiéramos enterado. No tiene sentido para ellos andar matando a gente por ahí ―se opuso Agatha.

―Mucho menos a alguien tan insignificante como Karkarov.

―A ver, pues Karkarov no era la mano derecha del Señor Oscuro, pero tampoco es insignificante. Conozco a muchos que le guardan rencor y que les gustaría verlo muerto ―apuntó Kravev, miró por encima de las cabezas de sus compañeros y le lanzó una mirada discreta al grupo donde se hallaba Bartok―. Dolohov, por ejemplo.

Con discreción, Agatha fijó sus ojos en aquel grupo. Johannessen no se había equivocado del todo. Bartok parecía más grande de lo usual. Se estaba riendo de algo, pero Agatha no encontraba sinceridad o atractivo en aquella risa. Junto a él estaba Orell Dolohov, el único hijo del mortífago Antonin Dolohov.

Un escalofrío involuntario le recorrió la espalda. No entendía la razón por la cual ese tipo aún asistía al instituto, lo imaginó muy lejos de allí junto a los demás mortífagos planeando cosas horribles y con la marca tenebrosa en el antebrazo. Desde donde estaba no se le veía la marca, si es que la tenía, pero sabía que había maneras de esconderla. El otro extremo de su mente, la más benévola, le planteaba la idea de que él no fuera como su padre y que simplemente lo estaba juzgando mal. Pero Orell Dolohov no tenía un historial honorable que se diga, por lo que la parte de ella que sospechaba que tenía los mismos ideales de Antonin Dolohov era la que predominaba.

―No me gusta ese grupo ―terció Agatha retirando la vista, sus amigos supieron sin mirar a qué grupo se refería.

―A mí tampoco ―convino Isak con voz queda.

―Creo que a ninguno de nosotros ―intervino Anton, soltando un suspiro. Se inclinó en la mesa para que nadie que no estuviera sentado allí escuchara―. Tenemos que prometer, hermanos... ―Anton miró los ojos azules de Agatha y se corrigió―... y hermana, que si notamos algún cambio en la marea, los Krigsbarn haremos algo al respecto. Presiento que con los rumores vamos a toparnos con uno que otro «valiente» con intenciones de dárselas de mortífago.

―Por mí, bien ―saltó Jasper con fervor―, quien se crea muy macho para darse aires diciendo querer unirse a los mortífagos y seguir al señor Oscuro sabrá lo que es bueno con una soberana paliza. Malditos ignorantes, no son más que unos cobardes. Como Karkarov.

Anton recibió afirmaciones de los reunidos, incluida Agatha.

A pesar de que Durmstrang no se dividía por casas, habían ciertas fracciones dentro de sus muros. Los Krigsbarn eran una de ellas. Krigsbarn se traducía del sueco como «Hijos de la Guerra» y denominaba a un grupo de estudiantes («Los buenos», les decía Agatha), que los unían diferentes motivos. Uno de los principales eran por haber sido afectados por la Primera Guerra Mágica, perdiendo uno o varios familiares y que sentían un deber de mantener a Durmstrang de caer plenamente en la inmundicia de las artes oscuras. Agatha pertenecía a los Krigsbarn, como lo había hecho Viktor y Stefan antes que ella. Sintiéndose personalmente identificada, ya que su propio abuelo había sido asesinado a manos de Gellert Grindelwald.

Existían otros grupos, como los Flokk (los grises) y los Blodpurist (puristas de sangre). Como sucedía en todos lados, en Durmstrang coexistían varias muestras de diferentes estratos sociales, con diferentes ideales y distintos niveles de moralidad. Usualmente convivían en paz, mientras sus límites no fueran violentados.

Una señal de que estaban cerca de llegar era la sumersión del barco. El que llevaba el timón en ese momento era Jørgensen y cuando comprendió que era momento de sumergirse, con una gracia digna de un experimentado marinero, viró el timón a estribor y la barrera invisible del navío apareció. Por inercia, la embarcación se fue hundiendo hasta que el hermoso sol de finales del verano se fue apagando poco a poco y fue reemplazado por una luz turquesa.

Casi seis horas después de que el barco zarpara del puerto de Estocolmo y cuando el cansancio empezó a hacerse sentir en Agatha, los alumnos empezaron a vestir sus uniformes. La mayoría se desvestía sin pudor frente a ella, esperando que se sonrojara o que se mostrara coqueta, pero había vivido con eso por siete años y por el momento ninguno de sus cofrades le daba ganas de coquetear. Ella entró al camarote del barco, donde se desprendió de su ropa normal y se puso su uniforme. Mientras envolvía su cuerpo con las multiples capas de su uniforme, pensaba en lo extraño que se sentía vestirlas de nuevo. Dejó su abrigo de piel para ponérselo cuando ya casi se fuera a bajar.

Lo primero que experimentas cuando llegas a Durmstrang es el viento gélido que, en la poca piel que queda descubierta, se siente como cuchillas muy delgadas que te cortaran la piel, especialmente de las mejillas. Un escozor familiar al que Agatha había aprendido a acostumbrarse. El buque empezó a emerger lentamente y sin ninguna preparación previa, la brisa despiadada golpeó el rostro de todos. Era curioso para Agatha observar que todavía existían estudiantes que eran friolentos y se estremecían con violencia ante el primer contacto con la baja temperatura. Pero ella no lo hizo, lo único que hacía que se estremeciera eran las manos de Fred Weasley, quien estaba lejísimo de allí, en un lugar calentito seguramente. Ambos estaban donde pertenecían, él en un lugar templado y ella en el invierno perpetuo.

El castillo de Durmstrang se levantaba formidable en la distancia en el tope de una formación rocosa. Las montañas estaban envueltas en niebla que parecía algodón y los árboles resplandecían tupidos y verdosos. Todavía no había nieve blanquecina cubriendo el castillo, pero se veía el hielo negro formado por la lluvia en la piedra y en el muelle donde iba arribar el navío. El candente sol de más temprano, al estar a tanta altitud, se había escondido entre espesas nubes blancas, haciéndose sentir por momentos con débiles rayos que iluminaban las aguas azules del gran Lago Hólastafur. Ahora Agatha veía todo diferente, porque estaba comparándolo constantemente con el castillo de Hogwarts.

«Más pequeño. Torres cortas. Ladrillos negros. Puente largo. Gótico» ―Agatha iba enumerando las diferencias en su mente mientras tomaba nota de todo. Se sentía mucho más observadora.

Hubo un poco de caos en los alumnos mientras el barco iba desacelerando, se colgaban los bolsos con apuro para ser los primeros en bajar, una reacción natural ya que todos estaban cansados y hambrientos. El sonido metálico volvió a hacerse presente y por sí sola, la tabla de desembarque se estiró hasta la orilla del lago haciendo ruido con las piedritas irregulares que cubrían toda su superficie. Agatha se destensó, estimulando sus músculos cansados y entumecidos por el viaje.

Entonces un acontecimiento desafortunado tuvo lugar. Mientras Agatha esperaba junto a sus amigos a que el barco terminara su arribo, escuchó que alguien a sus espaldas decía:

―Me haré contigo, hermosa ―Y sintió como una mano le daba una nalgada, seguida de una risa estruendosa.

Todo sucedió tan rápido que la serie de eventos siguientes transcurrieron como en cámara rápida. Las acciones de Agatha fueron increíblemente ágiles y violentas, defendiéndose al instante de la falta de respeto. Uno de sus puños, que parecía que contenía la fuerza desbordante del mismo Thor, golpeó el rostro del autor. El golpe resonó con eco de la madera del barco y demandó la atención de todos los presentes. Agatha casi siempre se refrenaba de utilizar la fuerza bruta, pero en ese momento sin pensárselo mucho, lo hizo. Hasta ahí llegó la moderación que le recomendó su padre.

Lukas Müller cayó un par de metros lejos de ella, atónito y temeroso. Agatha echaba humo y su rostro cincelado solo denotaba la más cruda ira y repulsión. Sacó su varita en ristre y con un zarandeo, Lukas voló por los aires desarmado y las sogas náuticas se acordonaron como serpientes al cuerpo de Müller, atándolo al mástil. El alboroto por bajar del barco se desvaneció y ahora todos los varones observaban la escena boquiabiertos.

Müller estaba tirado en el suelo sin poder procesar lo que estaba pasando y miró con pavor las sogas que lo sujetaban, levantó la vista para encontrarse con los ojos de Agatha Krum de un azul tan oscuro que parecían negros, como el fondo del océano. Se movió con lentitud hasta el chico, con pisadas calmosas, un depredador observando a su presa. La solidez del golpe que le había dado la búlgara se tradujo en un chorro abundante de sangre que se derramaban de la nariz y ojos llorosos. Agatha se puso de cuclillas e inclinó la cabeza hacia un lado con lástima.

―Escucha bien, Müller ―rugió Agatha, cuya voz escupía veneno mortífero―. Mi nombre no es «hermosa», ni «preciosa», ni «bebé», el único nombre con el que te vas a referir a mí es Krum o incluso mejor, no te refieras a mí en absoluto. No sé por quién me tomaste, pero puedo asegurarte que estás equivocado.

―Maldita perra loca ―balbuceó Müller, tembloroso―. Suéltame.

―Oh, ¿ahora soy una perra? ¿Te he dicho que hablaras? ―preguntó Agatha con ironía. Movió de nuevo su varita y la boca de Müller se llenó de retazos de tela que lo ahogaban e impedían hablar―. Así está mejor. Como estaba diciendo, antes de que me interrumpieras, no sé con quien pensabas que tratabas, pero has cometido un error catastrófico. Pobre de ti, pensaste que eras muy valiente y decidiste acosar a la única mujer. No eres valiente, eres un imbécil. No sé cómo eran las cosas en Alemania, no me interesa, aquí me vas a escuchar a mí. Grábate esto: vuelve a hacer algo así y te cortaré las manos y me aseguraré que ni el más grande de los sanadores pueda arreglarlas. Y no es una amenaza, mi querido Müller, es una promesa. No vuelvas a poner tus sucias manos en una mujer sin su consentimiento, ¿me entendiste? Mantente fuera de mi camino y tus manos para ti mismo.

Agatha sacó de su bota izquierda una daga afilada con empuñadura dorada y rubíes brillantes. Muller observó su trayectoria con ojos vidriosos, temor puro había en esos ojos oscuros. Seguramente pensaba que lo iba a apuñalar, pero en cambio, Agatha cortó del abrigo del chico la insignia de plata con el emblema de Durmstrang y se lo arrancó.

―No te mereces esto ―susurró ella con desdén. Guardó la daga y el emblema. Se levantó erguida, mostrando su estatura completa y contempló a los que la rodeaban―. ¡Escuchen, hermanos! Dado que nuestro nuevo estudiante se cree muy astuto y muy habilidoso con sus manos, nadie lo va a ayudar, dejen que él se libere solo. ¡Que esto sea un claro mensaje de cómo van a ir las cosas este año! ―luego se volvió hacia Müller por última vez―. En diez minutos el barco se hundirá de nuevo hasta el fondo del lago y no le importará quien se haya quedado retrasado, te sugiero que te apresures. Bienvenido a Durmstrang.

Agatha sonrió, saboreando la expresión asustada de Müller que hasta hace poco la había subestimado y cosificado. Sin planificarlo, Agatha había hecho una demostración clara de su poder y de que ya no era la asustadiza niña de once años que había pisado ese mismo lugar siete años atrás. Escupió el suelo junto a Lukas Müller y se cubrió con el pesado abrigo de piel para bajar de navío a largas zancadas. Los varones empezaron a caminar detrás de ella, soltando risas retumbantes y burlándose del novato.

―No digas que no te lo advertí, Müller ―se burló Lars Bjørge.

―¡Pobre tonto! «Lo peor que puede hacer es darme una cachetada» ―carcajeó Jacobsen, repitiendo las famosas últimas palabras que había pronunciado Müller antes de irrespetar a la búlgara.

―Una cosa tenías que hacer bien, nuevo. No meterte con ella y la cagaste ―se lamentó Kravev, pasándole por encima al aludido con una mueca de desprecio.

―¡Buena suerte liberándote de ese maleficio! Espero que seas un buen nadador ―añadió Jørgensen.

Müller se sacudía desesperado en sus ataduras, gimiendo y rogándole a los demás muchachos por ayuda, pero nadie le hizo caso.

Agatha iba rodeada de su grupo de amigos que parecían acólitos. Se desplazaban con cuidado de no caerse con la lluvia congelada en el suelo y cuando estaban acercándose a la serie de trineos que los iba a llevar hasta el castillo, Isak le preguntó:

―¿No fuiste muy dura con él? ¿Y si no puede liberarse? ―dijo con vacilación―. ¿Vas a dejar que se ahogue?

Agatha emitió una risa por lo bajo.

―No soy tan malvada, Sak. El maleficio se va a deshacer solo en unos minutos, no se va a ahogar. Pero le va a dar un buen susto y con suerte, le hará aprender una valiosa lección ―contestó Agatha con una sonrisa.

―Ella no hizo nada malo, Sokolov ―bufó Anton, caminando a la derecha de Agatha―. El nuevo se merecía lo que sucedió, no debió haberle puesto las manos encima. Yo hubiese hecho lo mismo.

―¡Estoy de acuerdo! ―añadió Kravev, jadeando por la caminata―. Si alguien quiere ser un idiota, tiene que atenerse a las consecuencias.

Soltaron un par de carcajadas. Los jóvenes llegaron hasta el primer trineo desocupado. Se trataba de un trineo jalado por cuatro caballos tan negros como la misma oscuridad. Agatha se montó primero, limpiando con su guante de cuero el asiento empapado de agua. La capacidad era sólo para cinco estudiantes, por lo que solo Kravev, Anton, Isak y Jasper pudieron subirse en el mismo trineo y el resto siguió caminando para ocupar el siguiente.

Los caballos empezaron a andar de inmediato con pasos firmes y haciéndolos sacudir y saltar en su asiento. Desde el lago hasta el castillo había un largo puente de piedra con enormes columnas imponentes.

«Bienvenida a casa» ―pensó Agatha para sí misma mientras se acercaban más al castillo.

Agatha y los demás se bajaron del trineo con saltos impacientes. El estómago de la chica rugía, exigiendo una bebida abrasadora y buena comida. Ya los estudiantes de grados inferiores habían llegado y cuando los mayores entraron por el vestíbulo, los pequeños se retrajeron con temor en las paredes frías y oscuras de piedra para darles pasos. Muchos ojitos los contemplaban con admiración. Agatha consideraba que los de primer año parecían pequeños gnomos, sus pieles de abrigo eran más grandes que ellos.

Los varones se divertían al asustar a los pequeños y algunos saludaban a sus hermanos en años inferiores. Mientras desfilaba por el vestíbulo, una voz masculina llamó a Agatha. Ella se giró buscando al dueño de la voz y se topó con los ojos parduscos y la cabeza casi calva de un hombre viejo. El profesor Wallin era un hombre alto y encorvado, que parecía un espectro cuando le pegaba la luz. No estaba feliz de verla, pero Agatha dudaba que alguna vez ese hombre había sentido felicidad.

―Buenas tardes, profesor ―saludó Agatha con educación, obviando que el hombre apretaba los dientes.

―El director Larsen ha pedido tu presencia en su oficina antes de la banquete de inicio de año, Krum ―transmitió Wallin, sucinto. Sus orificios nasales se abrían con leve desaprobación, como si su plan de evitar hablarle a la chica se hubiese visto frustrado.

―Gracias, iré enseguida ―respondió Agatha y el hombre se marchó.

―Joder, Ag, alguien te delató con Larsen ―gruñó Anton dedicándole una mirada a la chica.

―Ha de haber sido de quinto, da igual. Nos vemos en el comedor ―se despidió Agatha, despreocupada y empezó a andar hacia el despacho que ahora pertenecía al director Larsen.

Llegó más rápido de lo que pensó que lo haría y le dio un vistazo breve al «asiento del ahorcado». Se preguntó si los castigos de Larsen iban a ser tan crueles como los de Karkarov y con valor, alcanzó el aldaba antiguo de hierro que era una figura de un furioso dragón y lo golpeó para tocar la puerta.

Una voz varonil y muy profunda le ordenó que pasara y Agatha obedeció. Abrió la puerta y se sorprendió al ver el cambio en el lugar. Las pocas veces que Agatha había estado en el despacho del jefe de Durmstrang era un asco. Lo recordaba lleno de polvo y montones de libros, con frascos llenos de sustancias dudosas regados por el suelo, con las espesas cortinas cerradas y con muebles rotos, infestados de doxy. Una vez creyó haber visto un montón de gusarajos asquerosos arrastrándose por el sucio piso.

Pero el panorama frente a ella era alentador y denotaba un cambio muy positivo. El profesor Larsen se había encargado de asear el despacho y hacerlo propio. El piso de piedra estaba tan limpio que se leía la gran runa redonda en él. Mantuvo los libros, limpiándolos y acomodándolos en la extensa biblioteca. Las cortinas estaban abiertas, dejando entrar la luz por el inmenso segmento de ventanas fijas al final que Agatha nunca había visto y que llegaban hasta el techo. La luz que entraba iluminaba al profesor sentado en el escritorio, suspendido en una plataforma a la que se accedía por siete escalones.

Marius Larsen era un hombre muy atractivo, alto y corpulento y Agatha siempre creyó que tenía un parecido con Vasily. Ella no tenía idea de la edad del nuevo director, pero no era tan viejo ni amargado como Karkarov. Él siempre la había tratado bien y le daba todo el crédito que ella merecía. A ella le gustaba mucho su manera de dar clases también. El profesor Larsen se quedó sentado leyendo por unos segundos, moviendo cosas en su escribanía.

Agatha se adentró en la oficina y se quedó parada justo encima de la runa, con las manos entrelazadas detrás de su cuerpo y entramando su defensa. El profesor dejó las cosas y se alzó. Vestía una túnica muy elegante y un abrigo negro de piel por encima.

―Buenas tardes, Krum ―pronunció con voz calmada, rodeando el escritorio y bajando los escalones, poniendo un par de metros entre la búlgara y él. Los hombres retratados en los marcos en las paredes superiores empezaron a irritarse, gritando improperios a la chica que no les dedicaba ninguna mirada. El profesor deslizó la varita fuera de su abrigo y les lanzó un hechizo de silencio―. ¡Callados! Lo lamento.

―Buenas tardes, profesor ―contestó Agatha, inclinando su cabeza de manera cortés―. No se preocupe, no es la primera vez que los escucho y en realidad no me interesa la opinión de muertos.

El profesor sonrió en su dirección.

―Estoy feliz de verte de vuelta. Con lo que está pasando últimamente, muchos optaron por no inscribirse este año. Algo absurdo, perder un año completo por rumores insustanciales. Pero confiaba en que tu familia fuera más sensata y no me equivocaba. Al final del día, Durmstrang perdería una parte valiosa si no volvías ―se sinceró Larsen, dedicando una media sonrisa a Agatha. Tomó aire y prosiguió―. Krum, no pretendo robarte más de tu tiempo, figuro que estás cansada, así que iré al grano. He solicitado tu presencia aquí para que hablemos de la instrucción que le darás a tus ungesinn.

Ungesinn era la palabra para designar a los alumnos de primer año de los cuales los de años superiores eran responsables. Cómo protegidos. Para ser el responsable de un ungesinn tenías que haber escrito tu nombre en la lista para ponerse a la orden. Cosa que Agatha no había hecho. Su rostro se contrajo en confusión.

―Debe haber un error, señor. No me inscribí para guiar este año. Pensé que dado que mi tiempo en el instituto va a estar fracturado entre mi deporte y mi trabajo escolar, no podré brindarles la ayuda que necesitan ―se explicó Agatha.

―Soy consciente de ello. Sin embargo, considero que tu ayuda sería de especial utilidad para estos nuevos ingresos ―manifestó Larsen, reduciendo el espacio que había entre ellos―. Toma asiento, Krum.

El hombre hizo mover con magia una butaca y Agatha se sentó con gracia. Los ojos claros del joven profesor examinaron a la castaña.

―Profesor, aunque me gustaría ser guía, no podría, no cuento con la paciencia que requiere esa responsabilidad y prefiero abstenerme.

―Nunca olvidaré la primera vez que te vi, Agatha Krum. La primera vez que pisaste este magno castillo. Eras tan pequeña, aunque no como los de primer año de este año. ¿Lo has visto? ―Agatha asintió con una media sonrisa y el profesor continuó―. Estabas temblorosa y tenías miedo de estar aquí, me imagino que el frío y la oscuridad no son muy acogedores. Entraste junto a tu hermano, aferrándote a él como tu salvavidas aunque no fuera mucho mayor que tú. Viktor te soltó porque tenía que unirse a los demás niños de segundo año y te quedaste sola. Yo podía verte desde la tribuna de profesores, a nadie le importaban los demás alumnos, solo te miraban a ti. Con curiosidad y con desprecio. Los profesores a mi lado hablaban pestes de ti y juraban que no durarías más de un trimestre. ¿Qué te hacía especial? ¿Por qué estábamos compartiendo nuestros secretos y nuestra mesa contigo? Nadie lo sabía. Entonces yo supe la razón.

»Tomaste la primera fila con los demás de primer año y nos miraste a los ojos a cada uno de nosotros. Como si el temor previo se hubiese evaporado de tu cuerpo, les devolviste la mirada a todos los profesores sin temblar. Tú seguramente no lo escuchaste, pero yo escuché los sonidos de sorpresa y las acusaciones de insolencia y las palabras crueles hacia a ti. A los once años, ¡qué extraordinario! A los once años pusiste tu pie firme y no permitiste que estos ancianos, que eran mayores y te superan en número, te asustaran. Perteneces aquí, Krum. Y nadie más que tú puede guiar a estos ungesinn.

Hubo una pausa, en donde el silencio era tan atronador que a Agatha le zumbaron los oídos. Su corazón palpitaba con energía e irónicamente, evitó la mirada del profesor Larsen.

―Entren, por favor ―pidió el profesor Larsen, haciéndole una seña a la búlgara para que se levantara del asiento. Sus piernas se sintieron hechas de hierro al levantarse y el profesor quitó la silla del camino.

La puerta del despacho se abrió con un crujido y Agatha se dio la vuelta lentamente para ver a los recién llegados. Sintió que su corazón se hundía hasta su estómago y su respiración empezó a tornarse irregular. En el umbral de la puerta, tan pequeñas e increíbles había dos niñas. Se arrimaban una a la otra y miraban con inseguridad. Una era de piel morena clara y cabello corto castaño y la otra era rubia y bronceada de piel.

―Estas son Lara Nygård y Margrét Árnadóttir ―anunció el director, advirtiendo la mirada de pasmo de la búlgara y dándole tiempo para que se lo creyera―. Ellas, como tú hace siete años, recibieron una carta de admisión firmada por nuestra fundadora, Nerida Vulchanova. Sus padres me escribieron sobre la veracidad de las mismas y han decidido enviarlas a estudiar aquí.

Agatha estaba muda, era como verse en un espejo. Eran tan pequeñas ¿ella había sido alguna vez así de pequeña? Observaba el miedo reflejado en sus ojos y cómo la miraban con interés. Más niñas en Durmstrang, más como ella. Después de tanto tiempo. Y no era solo una, sino dos.

―Hola ―susurró Agatha, la voz que salió de ella no sonó como ella misma.

Las niñas saludaron con la mano y se miraron una a la otra.

―¿Ahora lo entiendes, Krum? ―preguntó el hombre con voz serena―. Puedo comprender si de todas maneras decides no involucrarte con ellas. Buscaré a otro alumno de séptimo u octavo dispuesto a ayudar.

―Yo lo haré ―indicó Agatha y se giró para mirar al profesor―. Yo me haré cargo de ellas. Serán mis ungesinn.

El profesor se acercó a ella y le puso una mano en el hombro con cuidado. Portó una sonrisa cándida y asintió con la cabeza.

―Se beneficiarán de la fiereza que demostraste tu primer día y que demuestras todos los días. Confío que les enseñarás a ser toda una Durmstrang ―repuso Larsen con sublimidad. Se dirigió a las pequeñas―. La señorita Krum será su guía, su consejera y su amiga. Ella será responsable de ustedes hasta que se gradúe. Será la primera a la que van a recurrir ante cualquier consulta o problema. Krum, ¿puedes guiar a las nuevas estudiantes al comedor, por favor? No queremos llegar tarde al banquete.

Agatha cabeceó de manera positiva y se encaminó para abandonar el despacho. Antes de salir se volvió hacia Larsen y dijo:

―Gracias, señor, por dejarlas asistir...

―Fue una orden directa de Nerida Vulchanova, no la podía rechazar ―afirmó el hombre―. Una de mis reformas en la instituto es tenerla más en cuenta. Ahora vete ―ordenó y antes de que Agatha cruzara la puerta agregó―. Y Krum, supe lo de Lukas Müller, esta vez lo dejaré pasar porque te faltó el respeto, pero intenta no ponerle el otro ojo morado.

Agatha asintió y se marchó. Fuera de la oficina, estaban sentadas en el asiento del ahorcado las niñas. Agatha se puso nerviosa, pero estaba emocionada y feliz.

―De pie, no dejaré que lleguemos tarde a su primer banquete ―sonrió Agatha y ellas obedecieron a la primera. Siguieron a Agatha de cerca, Margrét por la derecha y Lara por la izquierda. La mayor trataba de que su paso no fuera tan rápido―. Mi nombre es Agatha Krum. Como dijo el profesor Larsen, voy a ser responsable de ustedes. Cosas básicas antes de que lleguemos a comer: no se dejen intimidar por los varones, intenten hacer amigos hoy en su mesa, serán sus amigos hasta que se gradúen. No prejuzguen a nadie, no todos son malos, no todos son buenos. No se metan en problemas, pero si lo hacen, llámenme a mí y yo abogaré por ustedes en mi capacidad. Y no le presten atención a las miradas crueles de ningún alumno ni de ningún profesor. Nadie está por encima de ustedes y solo están celosos porque somos especiales. ¿Alguna pregunta?

―¿Tú juegas quidditch, verdad? ―preguntó Lara.

―No va al caso, pero sí. ¿Alguna pregunta o duda de lo que acabo de decir? Son solo cosas básicas, ya cuando tengamos tiempo me explayaré en más detalles.

―¿Tú eras la única chica aquí? No vi a ninguna otra ―quiso saber entonces Margrét.

Agatha se detuvo en seco y las miró.

―Sí ―dijo con una sonrisa―, pero ya no más.

La luz incandescente de las velas en los candelabros de madera del comedor alumbró los tres rostros femeninos y una ola de sonidos difusos llenaron los oídos de la mayor de las tres. Nadie podía creer lo que estaba viendo. Volvió a observar en las facciones de los profesores el estupor y la desaprobación. Lástima por ellos, pero ellas no iban a retroceder ni irse a ningún lado.

Juntas entraron en el comedor y fueron objeto de miradas punzantes. Los varones se codeaban en las costillas al verlas marchar y soltaban alaridos indiscretos. Agatha no se alteró y como recibía la atención con superioridad, las niñas tampoco se alteraron. Se sentían protegidas junto a la búlgara. Los de primer año estaban en un montón a la derecha de la puerta del comedor y los de octavo en la izquierda. Agatha les indicó donde debían pararse y las niñas acataron.

Los profesores se acomodaban en una mesa en un balcón largo al final del comedor, arriba de todos, con una serie de piedras grandes planas y flotantes en el frente que servían como escalones. El profesor Larsen ocupaba la silla más ostentosa en el centro, tomando su puesto como director.

Agatha volvió a escanear el comedor, comparando nuevamente el lugar con Hogwarts. No había largas mesas de madera, sino mesas de piedra. Los candelabros de madera colgaban del techo iluminando. En las paredes pendían estandartes con los emblemas de Durmstrang y cuadros de pintorescos marcos retratando épicas batallas y hechiceros poderosos (las batallas se detuvieron para prestar atención a los anuncios de principios de año). Las columnas que sostenían el techo (que no mostraba ningún cielo exterior) estaban talladas con intrincados diseños vikingos. Otras curiosidades eran los cráneos de criaturas que colgaban de las paredes. Todo era más rústico que en Hogwarts.

―Un nuevo año llega a nosotros ―anunció el director poniéndose de pie y parándose en una de las piedras flotantes ―. Esta noche, demostramos que Durmstrang permanece firme ante cualquier dificultad y le damos la bienvenida a un nuevo ciclo de fortaleza. ¡Acérquense los de primero! ―en dos filas indias los niños empezaron a caminar, Margrét y Lara iban una junto a la otra―. Encomendamos estas almas jóvenes a Odín, Perún y Zeus, tres grandes dioses que nos dotan de poder. Ustedes, hijos e hijas, son el futuro de la magia ¡Siéntense!

Un aplauso ensordecedor se expandió por el comedor y los de primero se sentaron en las mesas para ellos.

―Ahora, el orgullo de nuestra institución: los alumnos de octavo.

Hubo un grito de guerra entre los de octavo y con altivez y grandeza marcharon por el pasillo principal en dos filas. Se pavoneaban hacia los menores, luciendo recios. Agatha iba en la tercera fila, junto a Isak. Los de octavo llegaron al frente y se pusieron en dos columnas.

―¡LEALTAD! ―gritó el director.

―¡LEALTAD! ―respondieron los de octavo al unísono.

―¡FUERZA! ―bramó el director.

―¡FUERZA! ―contestaron los alumnos.

―¡TALENTO! ―vociferó Larsen.

―¡TALENTO! ―rugió la horda de estudiantes.

―¡POR DURMSTRANG!

―¡Y POR LA GLORIA!

Terminado el lema de la escuela, un fuerte escándalo provocado por los de octavo hizo vibrar el lugar. Algunos agitaban sus puños con júbilo al cielo y otros se golpeaban el pecho con violencia. Agatha soltó alaridos de guerra como lo hacían las valquirias.

―Uno por uno, se acercarán a la mesa y tomarán sus dagas para que les sean otorgadas las runas que la magia que corre por sus venas considere apropiada ―informó el director y con un movimiento de varita hizo aparecer frente a los alumnos una mesa de mármol donde había un fuego chisporroteante que se ponía rojo intenso y luego negro intermitentemente.

Agatha sacó nuevamente de su bota la daga que había utilizado para intimidar a Müller y la empuñó con fiereza. La hizo girar con movimientos gráciles en su mano, mientras esperaba que llegaran a su nombre. Entonces después de pasar varios alumnos que luego de recibir su runa se sentaban, finalmente llamaron su nombre.

―¡Krum! ―bramó el director, la vio abrirse paso entre los hombres―. ¡Que seas agraciada con una runa valiosa!

Agatha se enderezó y desfiló hasta el centro del comedor. Como había visto hacer a los demás, inclinó su cabeza en señal de respeto hacia el fuego encantado y puso el filo de su daga sobre la palma de su mano derecha. Fue como si estuviera siendo poseída, su mano izquierda que sostenía la daga era guiada por una fuerza invisible. La daga se le clavó en la palma con fuerza cortando la piel, rápidamente la sangre proveniente de la cortada comenzó a resbalar por su brazo y caer al suelo. Agatha no arrugó el rostro a pesar de que percibía el dolor punzante. La daga empezó a delimitar líneas y líneas, pero Agatha no reconoció la runa. Era laberíntica y le causaba dolor, la había visto en algún lado pero no recordaba donde. No se trataba de una runa de fuerza o de protección.

Cuando sintió que la mano que sostenía la daga volvía a ser suya, metió la mano con la runa en el fuego encantado, cauterizando la herida y sellando la runa. La sacó y empezó a caminar a la mesa, su sangre desapareció de su piel y la que quedaba en la daga se evaporó. Agatha se sentó en la mesa de octavo, examinando la runa en su mano, era tan peculiar. ¿Dónde la había visto antes? ¿Cuál era su propósito?

Antes de darse cuenta, ya los alumnos habían avanzado hasta la letra S y Anton e Isak fueron a sentarse junto a ella.

―¡Mira esta locura, hombre! ―Anton estiró la mano para que Isak y Agatha vieran la runa. Una runa de balance ―¿Qué te tocó a ti, Ag?

Agatha extendió la mano y Anton quedó mudo.

―¿Sabes qué es? No recuerdo haberla estudiado.

―Mierda, Ag. Esa es la marca de Vulchanova. La runa inventada por ella ―vaciló Anton mirando con impresión la marca rosa en la mano de la chica frente a él―. Es como todas las runas unidas, muy potente. Debí adivinarlo, eres su hija, obviamente te la iba a otorgar a ti. ¡Qué afortunada!

―Las hijas de Nerida ―dijo Isak, mirando a Agatha―. Hay más.

El impacto del ritual de las runas la había distraído de las niñas. Las buscó entre las cabezas y las vio hablando tímidas con otros niños. Eran las elegidas de Nerida Vulchanova, sus hijas como lo había dicho Isak. Agatha sonrió. Las iba a proteger y a instruir, como a ella le gustaría haberlo sido. Ellas no tendrían que vérselas tan difícil porque tenían a Agatha.

Y ella iba a utilizar todo su poder para asegurarse de que Margrét y Lara fueran tan poderosas cómo ella.

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