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𝟑𝟏 ━ De madres furiosas y mejores amigos.

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𝐃𝐄 𝐌𝐀𝐃𝐑𝐄𝐒 𝐅𝐔𝐑𝐈𝐎𝐒𝐀𝐒 𝐘 𝐌𝐄𝐉𝐎𝐑𝐄𝐒 𝐀𝐌𝐈𝐆𝐎𝐒

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Molly Weasley estaba poseída de la ira.

El número 12 de Grimmauld Place se había convertido en un mismísimo pandemónium.

Molly tenía demasiado tiempo gritando, era increíble su capacidad pulmonar y parecía que no se le acabaran las cosas para reprocharles. El rostro de la mujer había tomado una coloración rojiza típica del enfado y apretaba los puños tan fuerte en su cadera que los nudillos estaban pálidos. En un momento dado, Fred pensó que les iba a soltar un golpe. La voz furiosa ahogaba cualquier otro ruido en la casa y Fred estaba seguro que incluso los muggles en los departamentos aledaños podían escucharla. Arthur Weasley se encontraba detrás de ella y evitaba involucrarse, pero, en el fondo, se sentía impresionado de que hubieran logrado tal escape.

A Fred le hubiese gustado decir que casi nunca los reprimía de aquella manera, pero no podía mentirse a sí mismo. Él siempre se llevaba la peor parte de los regaños, siendo quien usualmente tenía las peores ideas que terminaban mal, por lo que era el que estaba siendo especialmente señalado en esa discusión. No era difícil adivinar que él había llevado la batuta del escape.

Su actitud siempre era la misma ante estas situaciones, asentir y fingir que se arrepentía, cuando rara vez lo hacía. No se arrepentía de la razón de que su madre estuviera histérica. No podía arrepentirse de haber pasado las últimas horas con Agatha. ¿Cómo podía?

Si había algo que Fred podía rescatar de ese desgraciado momento era que casi se libra de él. Casi siendo la palabra clave. Si tan solo hubiese llegado un poco antes lo hubiese logrado, pero no había corrido con tanta suerte. Cuando él y George pisaron de nuevo Grimmauld Place, ya su madre los estaba esperando.

La verdad era que nadie se había dado cuenta sino hasta las nueve y cuarenta de la mañana, cuando Molly, como se los había estado gritando, fue a su habitación a llevarles comida porque se sentía culpable de no haberlos dejado ir a Bulgaria y no los encontró. En vez de conseguir a sus hijos, halló un tarro hechizado que imitaba sus voces y envases vacíos de polvo de confusión que no servía. Un producto que había prohibido ella hace semanas.

George, sentado en la butaca junto a Fred, afrontaba el regaño como un campeón, asintiendo cabizbajo y evitando hacer contacto visual. La mente de Fred iba y venía, en momentos obviando a su madre y quedándose absorto en sus pensamientos, imitaba a George y asentía de vez en cuando. Nadie se atrevía a inmiscuirse en la disputa de Molly por lo que Fred no sabía cuánto iba a durar.

Ron, Hermione y Ginny escuchaban el sermón desde la sala de estar y Sirius quería ayudarlos, pero los gemelos cumplieron su parte de no delatarlo y no se involucró.

― ¡Pudieron haberse herido al llegar! ¡Pudieron haberlos atacado en el camino o pudieron haberles saboteado el traslador para que los llevara a otro lado! ―planteó Molly, su voz subía y bajaba para mayor impacto―. Ustedes no piensan, no miden las consecuencias. ¡No estamos para esto! ¡Ya no son los niños de catorce años que ayudaron a escapar a Harry de la casa de sus tíos!

―Fuimos y vinimos y no pasó nada. Por si no te habías enterado, mamá, somos mayores de edad y legalmente podemos cuidar de nosotros y tomar nuestras propias decisiones ―argumentó Fred, soltando un suspiro y mirándola después de largo rato de no hacerlo.

― ¡No importa la edad que tengan! ¡Esta actitud es una insolencia, Frederick! ―chilló la mujer―. ¿Agatha los alentó a esto?

―Agatha ni siquiera sabía que íbamos. Y lo mismo que me estás diciendo tú, lo dijo ella. Ella estaba furiosa de que me escapé ―dijo Fred, con voz cansada.

―Sí, mamá. No nos alentó a nada, fuimos por voluntad propia ―añadió George, apoyando a su hermano.

―Esto es exactamente lo que me temía cuando te involucraste con esa niña.

― ¿Qué se supone que significa eso? ―preguntó Fred, incrédulo y teniendo el mal presentimiento que el regaño iba a tomar un rumbo peor.

―Esta niña Krum ha estado toda su vida rodeada de magia oscura, hijo. Donde ella estudia fomentan la enseñanza y práctica de magia oscura y sólo Merlín sabe que otras cosas enseñan ahí. Su reputación es deplorable. Solo puedo imaginarme la mala influencia que puede ser. No puedo evitar pensar que quizá ella...

Molly hizo pausa. La expresión facial en el rostro de Fred era severa, como si su madre estuviera hablando mal de él y no de Agatha. Su mandíbula estaba apretada y le disgustaban tanto esos comentarios que se sentía físicamente enfermo.

¿Cómo podía alguien percibir a Agatha de esa manera? Agatha, que era tan dulce que se sintió mal por Filch cuando pensó que Fred lo había sacado del balcón. Agatha, que trenzaba el cabello de Marya y jugaba con Ruslan en el jardín. Agatha, que lo riñó por haberse escapado y ponerse en peligro por ella. Agatha, quien tenía una inclinación natural por curar a las personas.

― ¿Qué crees que hizo Agatha, mamá?

―No puedo eliminar la posibilidad de que quizá ella te haya dado un filtro de amor ―dijo Molly por fin.

Fred bufó y soltó una carcajada seca.

― ¿Agatha Krum? ¿Me dio un filtro de amor a mí? ―repitió Fred, escéptico a la mera idea―. ¿Qué ganaría ella de eso, mamá? Dime, por favor, ¿qué ganaría ella de mí? No tengo dinero y no tengo ningún tipo de poder.

―Información sobre la Orden y sobre Harry ―detalló Molly dando un buen argumento, pero que carecía de validez.

― ¡Ella no nos preguntó nada sobre la Orden o sobre Harry! Ni George ni yo sabemos nada. Y, honestamente, si esas fueran sus intenciones ¿No te parece que meterse con Ron hubiese sido más sencillo? Solo hubiese tenido que sonreír una vez y Ron le hubiese contado absolutamente todo sobre Harry. Pero esas no son sus intenciones. ¿Por qué piensas así de ella? ¡Ni siquiera la conoces! Pensé que ya se te había pasado esta discriminación contra ella, pero veo que no.

― ¡Tú crees que la conoces, pero no es así! ―gritó Molly, haciendo lo que hacen todas las madres para ganar los argumentos, gritar y hacer el asunto más grande de lo que debería ser―. No sabemos cómo fue su crianza ni conocemos a sus padres, ellos podrían ser...

―Sus padres son buenas personas, mamá ―defendió George. A él tampoco le gustaba que estuvieran despotricando a personas que los habían tratado tan bien.

―Su padre es un médico que ha ayudado a un montón de gente en la curación de maldiciones y su madre solía ser actriz de teatro y ahora es herbologista. Un verdadero peligro para la sociedad ―ironizó Fred, cruzándose de brazos.

―Fred, eso es lo que te han dicho, tú no sabes con certeza la vida de esas personas ―opinó Molly.

Todo el mundo se enfocó en la entrada de Ron, quien, nervioso, se debatía en decir lo que quería decir. Ginny iba detrás de él.

―Mamá, Agatha no es malvada ―pronunció Ron con voz temblorosa, pero seguro de sus palabras―. Ella se preocupó por Harry y le creyó sobre Quien-tú-sabes, aunque fuera la competencia de Viktor.

―No es justo hablar de ella así cuando no está aquí para defenderse ―dijo Ginny.

―Chicos, vuelvan a su habitación, esto no es sobre ustedes, ni siquiera es sobre Agatha ―aseveró Arthur Weasley―. Es sobre Fred y George y que desobedecieron a su madre.

―Pero...

―No lo repetiré.

Los dos menores Weasley obedecieron y abandonaron el salón. Los esposos se miraron por un segundo y Arthur le acarició el hombro a su mujer para calmarla. Lo bueno es que los gemelos estaban a salvo y de vuelta con ellos.

―Están castigados hasta nuevo aviso y no volverán a salir hasta que vayamos a dejarlos en el expreso de Hogwarts. Denme sus varitas ―ordenó Molly Weasley y puso la mano para que se las dieran. Fred y George resoplaron y, a regañadientes, se las entregaron―. No harán nada de magia hasta que vuelvan al colegio. Solo se dedicarán a ayudar a limpiar, con sus propias manos ayudarán a asear el salón. No quiero volver a pasar por esto. ¿Me entienden? Estos no son momentos para que ustedes se expongan a peligros innecesarios.

― ¿Entendieron, Fred y George? ―preguntó su padre, poniendo su mejor voz autoritaria.

―Sí, señor ―respondieron ellos conjuntamente.

―Vuelvan a su habitación y no los quiero ver deambulando ni escapándose― Molly suspiró e hizo un movimiento con la mano para que se fueran. George salió y antes de que Fred lo hiciera, Molly lo llamó. Fred se dio la vuelta sosteniéndose del marco roído de la puerta―. Fred, no tengo ninguna discriminación contra Agatha, pero en estos momentos tenemos que elegir bien en quien confiar.

―Yo confío en ella ―replicó Fred y sin decir más, se marchó y subió las escaleras.

George lo esperaba en el primer rellano.

―Eso salió bien ―dijo el gemelo menor, sarcástico.

―No puedo creer a mamá ―gruñó Fred, subiendo junto a su hermano hacia la habitación que compartían―. Casi me da la impresión que está más molesta de que fui con Agatha que de que hayamos ido en absoluto. ¡Nada nos pasó! Estábamos seguros allá.

―Lo sé. No puedo imaginarme a Agatha como una bruja oscura.

―Ag no es una bruja oscura, es ridículo. ¿Puedes creer que mamá piense que me dio un filtro de amor? ¡Ojalá hubiese sido eso! Todo lo que siento por ella tendría más sentido ―expuso Fred, muy molesto.

Ginny, Ron y Hermione parecían los tres mosqueteros frente a la puerta de la habitación de Fred y George, esperándolos con un montón de dudas.

―Que hayan ido a visitarla fue muy osado ―reconoció Hermione cuando estuvieron cerca―. Y medio estúpido. Pudo haber terminado mal.

―No puedo creer que hayan ido, están dementes ―dijo Ron, sintiendo envidia y respeto.

―Yo creo que fue un buen acto de rebeldía. Propio de ustedes. Tuve que haberlo sospechado ayer cuando no quisieron cenar ―sonrió Ginny.

Fred y George le devolvieron la sonrisa y Fred la recibió en un abrazo. Ginny lo abrazó fuerte y luego abrazó a George. Los gemelos y Ginny eran muy unidos y ella era la que mejor entendía sus razones.

―Entremos, Ag y su familia les enviaron cosas ―dijo Fred, abriendo la puerta del dormitorio.

Los menores obedecieron y al entrar, se sentaron juntos en la cama que era de George. Fred abrió la polvorienta cortina para iluminar el cuarto. George recogió los tarros de los polvos de confusión, cuyo efecto no había durado nada y de los cuales había que repensar la fórmula.

Fred abrió el pesado bolso de lona y empezó a repartir la comida que la señora Krum les había regalado. Las banitsas aún estaban tibias y los pedazos de pastel y pastelitos de chocolate dejaron un rastro de migas dentro del bolso.

Fred se sintió mal al ver la comida. Natalya Krum había sido tan amable al ofrecer con tanta confianza sus recetas y de enviarle comida a su familia, mientras que Molly Weasley tenía ideas preconcebidas erróneas sin conocerla. No sabía por qué su madre estaba siendo tan cerrada con los Krum. Quería que le diera una oportunidad a Agatha y que ella la viera como él la veía, pero lo estaba poniendo más difícil de lo que debería ser.

― ¿Cómo es su casa? ―preguntó Ginny con entusiasmo cuando Fred se sentó.

―Increíble, parece un jardín botánico, muy bonita ―aseguró George, sentándose junto a Fred.

― ¿Fue mucha gente a la fiesta? ―preguntó entonces Hermione, aceptando un pedacito de banitsa que Fred ofrecía.

―Sí, tiene mucha familia y estaba casi todo el equipo de quidditch de Bulgaria ―comentó Fred.

―Dios mío, ¿estaba Lev Zograf? ―se impresionó Ron, abriendo los ojos como platos.

―Sí, no es un buen bebedor, pero es un buen tipo ― Fred sonrió al acordarse del pobre Zograf tirado en el césped.

― ¿Cómo está Agatha, Fred? ―quiso saber Ginny, saboreando los pastelitos de chocolate.

―Ella está bien, la pasamos muy bien. Ojalá hubiésemos tenido más tiempo ―confesó Fred, apoyándose en sus piernas con los antebrazos―. Se enfureció cuando supo que nos habíamos escapado. Les envió sus saludos y dijo que ojalá pudieran ir todos algún día.

―Estaba muy preocupada de que mamá la odiara ―continuó George, imitando la posición de su hermano― y de que nos hiriéramos con el traslador.

― ¡Eso es de lo que yo hablo! Agatha se preocupa por ustedes. Odio que mamá diga esas cosas sobre ella ―rezongó Ginny con el rostro arrugado―. ¡Imagina decir que ella es una mala influencia para ti! Eso me dio risa. Tú eres la mala influencia, Fred.

―Solo no la ha conocido aún ―resaltó Hermione al ver a Fred rechinar los dientes―, estoy segura que la va a adorar cuando la conozca. Agatha es encantadora.

―Espero que sea así. La invité a pasar navidad con nosotros, ojalá mamá cambie de opinión sobre ella para ese entonces ―dijo Fred.

―Oh, entonces ¿le pediste oficialmente que fuera tu novia? ―se alegró Ginny, haciéndole una mueca divertida a su hermano mayor―. Porque invitarla para navidad suena como algo serio y ya conociste a sus padres, así que sí van en serio.

―No es tu problema, enana ―puntualizó Fred, poniendo los ojos en blanco―. No puedo hacer ningún comentario porque Ron se pone a llorar.

―No me importa ―mintió Ron, quitándole importancia y mirando hacia otro lado.

―Hablando de eso, Herms, Viktor pidió que le escribieras ―dijo George para cambiar de tema con una sonrisa bromista.

Hermione se puso tan roja como la cabellera de los Weasley y clavó la mirada en el suelo de madera. A Ron no le causaba gracia nada de aquello. Le irritaba pensar en que Fred y Agatha eran novios y saber que Viktor Krum seguía interesado en Hermione.

―Tengan, Ag les compró recuerdos de Sofía. Para Hermione ―como Santa Claus, Fred les entregaba recuerdos uno a uno―. Para Gin y para Ronnie. Le compró algo a Harry, no lo había visto ―Fred miró la letra de Agatha en la tarjetita encima del regalo de Harry y sonrió―. Guardárselo, Hermione, hasta que vayan a buscar a Harry.

―Voy a enviarle una carta, para agradecerle ―asintió Hermione, sosteniendo el souvenir de Harry junto al suyo.

―Agatha es tan linda. No la vayas a cagar con ella, Fred, por favor ―suplicó Ginny, abriendo con entusiasmo los regalos.

―No planeo hacerlo, Gin ―afirmó Fred.

― ¿Habló sobre mí? ―preguntó Ron, mirando el regalo de Agatha y llenándose la boca de la comida búlgara.

―No mucho, amigo ―dijo George con una mueca―. Pero tiene una prima de tu edad, se llama Darya. Es muy linda. Agatha habló de emparejarlos.

Ron se ruborizó y no dijo nada más, pero, en el fondo, no le gustaba la idea de salir con una prima de su amor platónico. Prefería a Agatha.

Fred y George se explayaron en relatos sobre su escape, sobre la fiesta y sobre las calles florecidas de Sofía, Bulgaria, ante el público atento de los menores. Contaron sobre los amigos de Viktor y sobre los primos de Agatha, omitiendo la parte de Vera y la falsa y efímera relación de tres con Agatha.

― ¿Los Krum tienen elfos domésticos? ¡Viktor me dijo que estaba conmigo en lo de la P.E.D.D.O! ―se escandalizó Hermione.

―Viktor pensó que te molestarías por eso y me pidió que te aclarara que son rescatados. Sus dueños eran mortífagos y cuando los apresaron, los elfos se quedaron sin hogar y sin trabajo. Los Krum les brindaron su casa, Herms y son muy buenos con ellos. No son ningunos esclavizadores, son como tú. Los tratan como personas ―explicó George, recordando la extensa charla que tuvo con Viktor en presencia de Mûnich, donde Viktor quería quedar bien con Hermione.

―Viktor también está muy interesado en la P.E.D.D.O, pero creo que es solo porque tú la administras ―se rió Fred.

―Tendré que escribirle para hablar de eso con él ―susurró Hermione, ruborizada de nuevo.

Sirius apareció por la puerta y le sonrió a los gemelos.

―Me alegra que hayan llegado bien ―dijo con voz alegre―. No se preocupen, a su madre se le pasará pronto. Seguro les devuelve las varitas en la tarde, ya son mayores de edad.

―Gracias, Sirius. No lo hubiésemos podido lograr sin ti. Casi no nos atrapan, pero bueno, ganas unas y pierdes otras ―dijo Fred haciendo un gesto con la cabeza.

―Hasta los mejores cometemos errores ―dijo George.

― ¿Valió la pena? ―preguntó Sirius con una sonrisa.

―Cada maldito segundo ―juró Fred con una sonrisa incluso más grande―. Lo haría de nuevo.

―Me alegro por ti. Pórtense bien estos días y su madre los perdonará pronto ―Sirius guiñó el ojo y se fue.

Cuando terminaron las charlas, y Fred y George creyeron que su madre se tranquilizó un poco, bajaron a la cocina donde ella preparaba la cena. Fred colocó la comida búlgara en el mesón frente a su madre que cortaba remolacha. George puso los trozos de pastel.

― ¿Qué es eso? ―preguntó su madre con recelo, mirando los envoltorios de papel.

―Comida búlgara, preparada por la señora Krum ―dijo George.

―Ella pensó en ustedes y les envió esto. Dijo que compartiría gustosa contigo la receta y que de verdad hubiese deseado conocerte en Hogwarts. Puedes comerla o desecharla si crees que quería envenenarnos, pero solo quería que supieras que no son malas personas ―pronunció Fred con una voz serena―. Y Agatha tampoco lo es.

Molly se quedó atónita, incapaz de decir nada y los gemelos volvieron a su habitación a esperar la cena. Fred se acostó en la cama. Volver al lúgubre número 12 de Grimmauld le sentó peor de lo que pensó que lo haría. El olor a humedad y lo sucio del lugar le hacían añorar la casa de los Krum, tan fresca y agradable. Un contraste bastante afilado. Pensó en las horas que tendría que pasar ayudando a asesinar las alimañas de los escaparates del salón sin su varita y soltó un quejido. Pero, a pesar de todo, estaba feliz. Incluso si tenían que limpiar esa casa cinco veces de arriba abajo. Incluso si su mamá llegara a quebrar su varita. Ver a Agatha había valido la pena.

―Ag tenía razón, mamá no nos volverá a dejar salir jamás ―dijo George, sentándose en la cama.

―Supongo que no. Siento que te hayan gritado a ti también, Georgie y que te hayan quitado la varita ―se disculpó Fred.

―No es la primera vez, Freddie. Da igual, me divertí en Bulgaria. Ya las recuperaremos. Ahora mismo, lo que más me preocupa es lo del polvo de confusión. La fórmula está jodida ―exhaló George, echando la cabeza hacia atrás―. Pero si el tío de Agatha de verdad invertirá en nosotros, podemos perfeccionarla. ―George se detuvo y abrió mucho los ojos al darse cuenta de algo―. Freddie, si el tío de Agatha invierte en Sortilegios Weasley tendremos suficiente dinero para comprar un lugar para poner la tienda.

―Demonios, tienes razón. Estamos un paso más cerca ―afirmó Fred con alegría―. No podemos decepcionarlos. Ni al tío de Agatha ni a Agatha. Tenemos que ponernos a trabajar.

―Ya estoy maquinando un montón de cosas ―certificó George, inclinándole la cabeza a su hermano.

―Yo también. Tengo un millón de ideas nuevas. Parece que llegamos inspirados de Sofía ―sonrió Fred y le agradeció mentalmente a su musa búlgara.

Fred se levantó y se rebuscó en los bolsillos hasta dar con el mural que había soñado Agatha y que Anatoly había recreado. Buscó cinta y lo pegó en la pared para sentirse inspirado cada vez que lo mirara.


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― ¿Alguna razón en particular por la cual estás tan alegre, Vitya? ―inquirió Agatha, sobresaltando a su hermano mayor que se encontraba leyendo una carta sentando en las escaleras de la casa.

Viktor escondió torpemente el pergamino para que ella no lo leyera y Agatha enarcó una de sus cejas con una sonrisa infantil y curiosa en el rostro.

―Er...mione escribió ―informó Viktor.

El corazón de Agatha dio un salto de alegría en su pecho al observar a su hermano con una sonrisa tan extensa en el rostro. Tenía una sonrisita que Agatha adoraba ver en él y estaba un poco sonrosado.

Habían pasado tres semanas y algo desde que Fred y George volvieron a Inglaterra. Agatha estaba muy ocupada. Dedicaba casi todos los calurosos días a entrenar arduamente, desde las seis de la mañana hasta las cuatro de la tarde la mayoría de los días. Pero también encontraba tiempo para divertirse, asistiendo a los partidos de sus amigos y de su hermano, iba al teatro y le escribía a Fred.

Sí, la distancia era insufrible, pero al tener la mente ocupada y prepararse para el último curso en Durmstrang, lo llevaba día a día. Cómo habían prometido. La primera carta de Fred llegó casi una semana después de su partida.

«Aggie,

¿Sabes ese sentimiento que tienes cuando crees haberte librado de algo, solo para enterarte de que no te libraste? Bueno, lo estoy teniendo.

Mamá se enteró de que fuimos a visitarte. Fue malo, no te voy a mentir. Pero tampoco fue lo peor. Definitivamente nos ha regañado peor.

Estamos castigados hasta nuestra próxima reencarnación. No es tan malo como se lee. Tampoco es como si tuviera lugares a donde ir, el único lugar al que quiero ir es contigo, así que no me molesta mucho perderme los paseos por Carnaby Street.

A todos les gustaron los regalos, supongo que con esta carta también te llegarán las de Ron, Harry, Hermione y Ginny con sus agradecimientos. Por cierto, Hermione me consiguió una copia de Anna Karenina. ¡Tiene casi mil páginas! Por lo menos podré ocupar mi tiempo castigado en algo, además de estar metido de cabeza mejorando los productos. No descansaré hasta que sean perfectos.

Ya estoy pensando en diciembre cuando apenas han pasado dos días desde que me fui. ¿No es extraño?

De todas maneras, Aggie, ya quiero verte de nuevo. Espero que también quieras verme. A menos que en mi última visita te hayas hartado de mí, espero que no porque todavía hay muchas cosas insoportables sobre mí que no has conocido.

Extrañándote a ti y a la casa del valle,
Fred»

Se escribían todas las semanas y Agatha siempre estaba alerta por si llegaba la diminuta Pig con las cartas de Fred.

― ¿Y qué dijo? ―quiso saber Agatha entusiasmada tomando asiento junto a Viktor.

―Cosas personales ―dijo Viktor y Agatha soltó un bufido―. Tú no me muestras las cartas de Fred, ¿verdad? Yo no tengo que decirte nada.

―Pues no, pero en tu cara veo que quieres decírmelo ―sonrió Agatha, acurrucándose a su hermano con complicidad.

Viktor dejó salir una risa ahogada.

―Se disculpó por no escribir y dijo algo entre las líneas de que me extrañaba ―Viktor se sonrojó como un tomate apenas pronunció esas palabras y Agatha sintió una extrema ternura.

Agatha, como la hermana menor que era, emitió muchos «Oohh» y «Ahh», mientras Viktor escondía su rostro enrojecido. Agatha se rió dulcemente, pasándole uno de sus brazos alrededor de Viktor y él le pedía que hiciera silencio.

―Es tan lindo verte así, Vitya. Al final del día, Hermione tenía buen gusto ―entonó Agatha con voz dulce―. Invítala a salir, en una cita de verdad. Cuando sean sus vacaciones de invierno.

―Tal vez lo haga ―sonrió Viktor, pasándole a ella también un brazo por los hombros. Él se fijó en que Agatha estaba vestida para salir―. ¿Vas a algún lado?

―Aleksandr vuelve hoy de Francia. Lo voy a buscar a la estación de tren y lo llevaré a cenar ―comentó Agatha.

― ¿Por fin? ―resopló el mayor―. Pensé que se iba a mudar allá. Nunca había estado tanto tiempo sin verlo.

―Yo tampoco, creo que no nos habíamos separado más de un mes desde que teníamos, no sé, diez. Me tengo que ir, se supone que su tren iba a llegar hace cinco minutos, voy tarde ―dijo Agatha se puso de pie y empezó a caminar a la puerta principal―. Escríbele a Hermione sobre la cita y eso.

―Lo haré, ten cuidado ―aconsejó Viktor despidiéndose con un gesto de la mano.

―Siempre ―dijo Agatha y apenas estuvo en el pórtico se desmaterializó.


Agatha Krum y Aleksandr Sokolov eran lo que la gente denominaba «almas gemelas platónicas». Sus madres hubiesen deseado que fueran almas gemelas románticas, pero no estaba escrito en el destino de sus hijos.

Lo curioso era que la primera vez que se conocieron, Agatha y Aleksandr no se agradaron. Agatha acababa de cumplir siete años y le disgustaba todo lo que tenía que ver con los chicos. Los encontraba inútiles, sucios y molestos. Los únicos tres chicos que Agatha creía que valían la pena eran su padre, su hermano mayor y Kostantin Kuragin, el guardián de la selección nacional de quidditch rusa.

Por lo que no le dio gracia cuando la mejor amiga de su madre, Ekaterina Sokolova, le presentó a un Aleksandr de siete años.

Aleksandr Sokolov estaba subdesarrollado para su edad, flaco y pequeño, parecía un perrito escuálido. Agatha Krum, por otro lado, era más alta que las niñas de su edad y más rellenita. Apenas los ojos azules cruzaron con los ojos verdes no hubo más que chispas de desagrado. Agatha se negó a socializar con los Sokolov y cuando cenaban, miraba con recelo al niño flaquito.

Su amistad nació en el simple momento en que Agatha defendió a Aleksandr de Viktor, quien se burló porque tenían la misma edad, pero Aleksandr era por mucho más pequeño. Y ella le sonrió por primera vez en toda la velada y le dijo:

―No te preocupes, seguramente vas a crecer. No creo que te quedes enano para siempre ―Y se rió, contagiándole la risa al niño rubio.

La predicción de Agatha se cumplió. Al cumplir los once años, Aleksandr empezó a crecer, grandulón y fuerte y aprendió a defenderse por sí mismo y a golpear primero y preguntar después. Pero incluso entonces, Agatha seguía defendiéndolo, solo que ahora abogaba por él cada vez que se metía en problemas y lo remendaba después de sus enfrentamientos.

Aleksandr fue el que peor llevó el accidente de Agatha. Durmió en el hospital todos los días que estuvo internada. Le dolió demasiado verla inconsciente y que él no pudiera hacer nada por ella. Odiaba ver la luz que irradiaba Agatha apagada. Entonces Agatha despertó, pero Aleksandr se rehusó a entrar a hablarle, porque sabía que no soportaría que ella no lo reconociera.

Cuando su cabeza empezó a sanar, Agatha preguntó por Aleksandr y él entró en la habitación por primera vez en dos semanas. El rubio se arrojó en los brazos de la chica y lloró por mucho tiempo.

La gente decía que era difícil que un chico y una chica fueran amigos sin ninguna otra intención de por medio, pero Aleksandr y Agatha tenían una amistad pura y diáfana. Sin ningún sentimiento romántico, algo raro y precioso.

Agatha quería a Aleksandr y estaba agradecida de que sus caminos se hubiesen unido y estaría para él para siempre y lo apoyaría en todo lo que él quisiera hacer.

En todo, excepto la decisión de llevar ese sombrero ridículo.

Agatha lo observó abrirse paso entre la saturada estación. Cargaba su bolso de viaje de piel de dragón cruzado y vestía unos pantalones de mezclilla viejos y una sudadera gris. Aleksandr buscaba entre la gente a la chica y su semblante serio fue reemplazado por una sonrisa radiante cuando la encontró.

― ¿Qué diablos tienes en la cabeza, Sokolov? ―soltó Agatha admirando el sombrero plano azul marino en la cabeza rubia de su mejor amigo, quien había llegado hasta ella.

―Es un béret ―pronunció Aleksandr, forzando el acento francés en la última palabra. Agatha arrugó el rostro―. Es la moda francesa, bebé.

―Te lo voy a quitar y lo voy a quemar, te lo juro por Rasputín ―escupió Agatha.

Los dos estallaron en risas y Aleksandr rodeó con sus fuertes brazos a la chica y la levantó del suelo. Ella le devolvió el abrazo apretado.

―Me extrañaste, lo sé. Tu vida ha de haber sido gris sin mí ―dijo Agatha.

―Le faltó un poco de rojo, propio de ti ―admitió Alek con una sonrisa―. Te ves bien, Aggie. ¿Volviste a entrenar?

―Todos los días. No todos somos tan flojos como tú, Sasha.

― ¿Crees que de ser un flojo tendría estas armas? ―Aleksandr, orgulloso, flexionó sus bíceps.

―No creas que no me di cuenta, tienes las mejillas gordas, como una ardilla ―se rió la chica.

―Desayuné croissants todos los días y hablando de eso, me estoy muriendo de hambre. Vamos a comer. Tengo que contarte muchos chismes y supongo que tú también ―apremió Aleksandr, le pasó un brazo por sobre los hombros de Agatha y la encaminó a las chimeneas de red flu―. ¿Vamos por comida Thai?

―Italiana ―sugirió Agatha, sonriente.

―Siempre tienes las mejores ideas, Ag. ¡Cómo me hiciste falta! ―Alek besó la mejilla de su mejor amiga con afecto.


―Vale, si alguno de nosotros recibe un trago o algo de parte de alguien, el otro paga la cena ―dijo Aleksandr cuando se sentaron en la cabina desocupada del pequeño restaurante italiano.

―Está bien ―asintió Agatha y llamó a la camarera―. Hola, nos gustaría ordenar un par de refrescos para empezar.

―No, HERMANA, a mí me gustaría una copa de merlot si no es mucho problema ―Alek hizo énfasis en la palabra «hermana» para que la linda mesera y todos los que estuvieran cercanos tuvieran claro que él y Agatha no eran pareja.

―Que sean dos copas de vino, HERMANO. Muchas gracias ―agradeció Agatha con una sonrisa a la camarera y ésta hizo un asentimiento y se marchó a por los tragos.

El restaurante era una pequeña trattoria donde los mejores amigos solían ir con frecuencia. El ambiente era agradable y como empezaba la hora de la cena, las mesas comenzaban a llenarse de comensales. Parecía un lugar de magos, pero no lo era. Las paredes de ladrillos rojizos estaban cubiertas de fotografías normales antiguas de las generaciones ancestrales de dueños italianos y había un caballo blanco de mentira guindado del techo como decoración. Agatha siempre decía que un día se caería y le partiría la cabeza a un nemagicheski. A Aleksandr y Agatha les gustaba ir allí a ver televisión y a beber refrescos, por no mencionar que la comida era excepcional.

―Cuéntamelo todo, ¿Cómo estuvo tu cumpleaños? ―preguntó Aleksandr apenas la muchacha se marchó.

―Muchas cosas pasaron, no lo vas a creer. No fue tan interesante como tu cumpleaños dieciséis donde tu tía descubrió que su marido la estaba engañando, pero fue divertido.

―Siento que solo alguna de nuestras bodas superará eso, fue grandioso ―se rió el rubio al recordar la escena catastrófica y como la tienda fue consumida por las llamas―. Cuéntame.

―Pyotr y Miroslav se enredaron ―chismeó Agatha con una sonrisa.

― ¡TE LO DIJE! ¿NO TE LO DIJE? Es que la última vez que se encontraron en tu partido contra Rusia, yo te dije que se miraban extraño. Lo sabía ―Aleksandr se aplaudió a sí mismo, celebrando su lado detectivesco que no se había equivocado.

―Yo te creí, estuvieron coqueteando toda la noche y Miroslav desapareció de la fiesta y se fue con Pyotr ―comentó Agatha, agradeciendo con la cabeza a la chica que les estaba sirviendo el vino.

―Agh, ojalá hubiese estado yo ahí para molestar a Miroslav con eso ―Aleksandr chasqueó la lengua y bebió un sorbo del vinotinto―. ¿Qué más?

―Svetlana y Nikolai se van a casar.

Aleksandr dio un respingo y se atoró con el primer sorbo de vino. Se sostuvo el pecho con la mano, como si la información que le estaba contando Agatha le estuviera produciendo un ataque cardíaco.

― ¡No! El amor de mi vida, Svetlana Kuznetzova, se me escapó ―dijo con una voz dolida―. Y tu primer amor, Nikolai Baranov, también se te escapó. Me duele, Ag. Me duele el corazón.

―Ni tú ibas a terminar con Svetlana, ni yo iba a terminar con Nikolai. No seas tonto ―carcajeó Agatha.

―Lo sé, pero era bonito imaginármelo. No puedo creer que se vayan a casar, siempre pensé que Sveta se daría cuenta de sus sentimientos por mí y abandonaría a Nikolai.

― ¿Cuáles sentimientos por ti? ¿Los que no existen? Solo te besó una vez, Alek. Por lástima.

―No, no. No fue por lástima, hubo chispas, Ag. Yo lo sé. Bueno así es la vida, viviré para siempre con el dolor ―Aleksandr se encogió de hombros y con gesto triste, alzó la copa de vidrio hacia arriba y bebió un trago―. Dime algo que me anime.

―Iglika fue a mi fiesta. Sigue soltera, por si te interesa.

―Iglika está enamorada de Viktor, esas son noticias viejas, nunca me ha mirado ―dijo Aleksandr con indiferencia ―. ¿Clara fue? Seguro estaba detrás de Levski.

―Alexei no fue a la fiesta ―informó Agatha―. Alexei se puso del lado de su papá.

Aleksandr le lanzó una mirada divertida a Agatha y se rieron. Cuando Agatha y Vasily terminaron, el equipo nacional de quidditch sufrió una sacudida. Los jugadores tenían la broma interna de decir que Agatha era su madre y Vasily era su padre, por lo que, cuando rompieron, sintieron que sus padres se habían divorciado y tenían que elegir con quien vivir.

Era una broma, todos seguían siendo muy amigos, pero los jugadores internamente eligieron un lado. Clara y Lev tomaron el de Agatha, Pyotr e Ivan intentaron mantenerse imparciales y Alexei tomó el de Vasily, por ser más cercano a él. Alexei Levski le era leal a su capitán.

―Pero es gracioso porque Vasily fue a verme ―comentó Agatha sin cuidado, previendo la reacción exagerada que tendría el rubio.

La mandíbula del muchacho cayó al suelo y soltó un grito ahogado seguido de una carcajada lenta e incrédula.

―Déjame adivinar, se puso de rodillas y te pidió una segunda oportunidad ―bufó Aleksandr, sacudiendo la cabeza de manera reprobatoria.

―No, me llevó flores y bombones. Tuve el leve presentimiento que quería hablar de intentarlo de nuevo, pero no fue tan valiente. Fue muy extraño y sentí la tensión sexual, pero creo que fue por hábito porque no sentí nada más. Lucía guapo, pero no se me debilitaron las piernas como solían hacerlo ―explicó Agatha con pereza.

―Tiene muchos testículos, tengo que concedérselo. ¿Tu papá lo vio? ―Agatha negó con la cabeza―. Obviamente, de haberlo visto, Vasil no lo hubiese contado.

La charla se detuvo unos segundos mientras ordenaban. La aclaratoria de que Alek y Ag no eran pareja hizo que la atención de la joven mesera mejorara. Después de tener su orden lista, se marchó dedicándoles una sonrisa coqueta.

―Ahora, bebé, cuéntame de mi buen amigo Freddie. ¿Pudo llegar? Me envió un misterioso telegrama cuando estaba en Francia pidiendo tu dirección ―Aleksandr se acercó más a su amiga para escuchar el cuento con atención ―. Me pareció sospechoso y tuve que asegurarme de que era él antes de enviársela.

Agatha se sonrojó ante la mención de Fred, estaba muy emocionada de poder contarle a su mejor amigo la dirección que estaba tomando su relación.

―Sí, llegó ―dijo Agatha con una mirada ilusionada―. A las nueve de la noche, por traslador improvisado y seguramente ilegal. Estaba cabreada, Fred no mide las consecuencias de las cosas que hace. Pero, Sasha, cuando lo vi, fue como si...―Agatha hizo una pausa y suspiró mirando al vacío― fue como si se reafirmaran mis sentimientos por él. Estaba tan feliz de verlo que se me olvidó todo lo malo.

Aleksandr se quedó mirando un rato a la morena frente a él con una sonrisa.

―Después me cabreé de nuevo porque me enteré que se escapó de casa para viajar a verme. Su madre no lo había dejado ir porque está nerviosa por lo de tú-sabes-quien y este muchacho bobo se escapó de casa ―se exasperó Agatha recordando lo tonto que era el chico que le gustaba―. Dejando de lado eso, fue genial tenerlo en casa.

Agatha explicó todo con máximo detalle a Aleksandr que daba retroalimentaciones momentáneas y asentimientos atento a la historia. Ella se paseó por todo, la reacción de sus primos y las opiniones positivas de sus padres sobre Fred. La parte favorita de Aleksandr fue que Agatha besó a ambos gemelos. Él tampoco soportaba a Vera, a pesar que la conseguía ardiente.

―Y...estuvimos juntos ―murmuró Agatha, cubriéndose el rostro y evitando la mirada del rubio. Se llevó una bruschetta a la boca y masticaba con avidez, como si la comida la fuera a librar de la mirada verdosa y traviesa de su amigo y de las siguientes preguntas.

― ¿Estuvo bien? No, espera, primero ¿fue respetuoso contigo cuanto te estaba faltando el respeto? ―inquirió el rubio con tono serio.

―Sí, fue muy respetuoso.

― ¿Y cómo estuvo? ¿Llenó tus expectativas? ¿Cumplió tus altos estándares? ―preguntó Aleksandr, apoyando su barbilla en la palma de su mano.

―Aleksandr, estuvo brutal ―dijo Agatha en un murmullo, mordiéndose el labio seductoramente como solía hacer Aleksandr cuando contaba sus conquistas.

Aleksandr soltó una carcajada gutural.

―¡Bien por ti! Fred aún no decepciona ―exclamó Aleksandr con orgullo―. Sin mentirte, Aggie, es el mejor tipo con el que te has metido en mucho tiempo. ¿Y entonces? ¿Ya son oficiales?

― No somos oficiales, pero estamos trabajando en ello, estamos tomándonos esto de la distancia con cuidado ―él asintió con la cabeza, comprensivo de lo que decía ella―. No quiero que esto que tenemos termine mal. Vamos lento, pero seguro.

―Me alegro que estén en la misma página y que quiera llevarlo a tu ritmo. Es un buen tipo. Ya quiero que estén juntos y si no te aburres, quizás te cases con él―sonrió Aleksandr advirtiendo la mirada molesta de Agatha―. Cuando tú quieras, Ag. No a los dieciséis años, como quería el loco de Dimitrov.

―Y bueno, graciosito, ya terminé de hablar. Ahora tú, ¿qué tanto hiciste en Francia? Tú y Danielle deben estar comprometidos a estas alturas, dado que pasaste tres meses con ella ―aventuró Agatha, bebiendo vino y lanzándole una mirada de soslayo a su amigo.

―Pues verás que no ―Aleksandr se encogió de hombros y sonrió―. Elle y yo no estamos juntos ni nada, somos lo que se llama buenos amigos con derechos. Ninguno de los dos quiere nada serio y estamos bien. Pero, su madre por otro lado...

Agatha no pudo contener el grito de espanto.

― ¡Aleksandr Ilya Petrov Sokolov! ―clamó. Puso ambas manos juntas en sus labios como si estuviera rezando y lo miró con ojos llenos de pánico y desaprobación―. ¿Te metiste con su madre? Aleksandr, ya hablamos de esto. No puedes acostarte con las madres de tus conquistas es inmoral y simplemente cruel. Hay un límite en donde tienes que...

Aleksandr se echó a reír y abrazó a su mejor amiga mientras ella seguía enumerando las razones por las que eso estaba mal.

― ¡No me abraces! ¡Aleksandr, eso está mal!

―Deja que termine de hablar, tonta. No estoy durmiendo con su madre, no me metí con su madre ―empezó el mayor, conteniendo la risa―. Su madre me ofreció empleo. Estoy trabajando con ella, por eso me quedé en Francia. ¿Por qué siempre esperas lo peor de mí?

Agatha soltó un débil «Oh» y sintió que la paz volvía a llenarla.

―No es así, siempre espero lo mejor de ti, pero me preparo para lo peor ―explicó Agatha, la curiosidad reinaba en ella―. ¿En serio? ¿Qué tipo de trabajo? No dijiste nada de eso en tus cartas.

―Lo sé, lo siento, pero no quería contarte por si no funcionaba. Por si lo estropeaba y no llegaba a nada ―Aleksandr suspiró―. Su madre es abogada defensora en el ministerio de magia francés, su especialidad son casos de magos y brujas hijos de nonmagique, como dicen allá, pero hace de todo. Necesitaba un asistente y yo estaba en el lugar indicado a la hora indicada. Sabes que no me gusta que me den órdenes, pero estaba aburrido y dije «¿Por qué no?» y quería ser educado con la madre de Danielle. Conocí un montón de gente y en mis descansos me la pasaba rondando por los pisos y pasaba por los demás departamentos viendo que había. Aggie, estoy empezando a pensar que quizás trabajar para el ministerio en algo emocionante sea para mí.

Agatha no sabía qué contestar a aquello. Desde que lo conocía, Aleksandr tenía muchas ideas dispersas sobre qué quería hacer con su vida. Su última ambición había sido convertirse en fotógrafo deportivo para acompañar a Agatha en sus partidos y ser parte de las celebraciones. Esto la tomó por sorpresa.

―¿Y qué tienes en mente? ¿Ser auror? ―Agatha preguntó lo último con un tono de desagrado. Agatha preferiría comerse su propia mano antes que ser policía mágico.

―Quizá o mago de choque. ¡Podría ser rompe-maldiciones para el ministerio! No lo sé aún, pero hay varias opciones que me llaman la atención. Podría hasta seguir el camino de la señora Badeaux, podría ser abogado. Defender a los magos injustamente encarcelados ―Aleksandr observó el rostro compungido de su amiga y chasqueó la lengua―. No pongas esa cara, Ag. Ya sé lo que estás pensando.

―No estoy pensando en nada, estoy asimilando lo que me estás diciendo.

―No te estoy abandonando, Aggie ―aseguró el rubio, tomando la mano fría de Agatha―. Solo quiero encontrar algo que me llene y me emocione y me haga sentir que estoy siendo de utilidad a la comunidad. Mis padres están ansiosos porque elija una carrera y yo no quiero decepcionarlos. No me ayuda tampoco que Isak ya sepa que quiera hacer luego de Durmstrang.

―¿Qué quiere hacer? ―preguntó la chica. Ella y Isak no habían hablado desde que terminó el año escolar. Él ni siquiera la felicitó por su cumpleaños.

―Quiere enseñar en Durmstrang. Volverse profesor. Antes de que terminara el año habló con el director Larsen al respecto. El profesor le dijo que podía convertirse en asistente de profesorado el próximo año, en la asignatura que quisiera. ¡Imagina lo feliz que se puso mamá! Yo no quiero ser el segundón, Ag.

La idea de que Isak enseñara en Durmstrang le gustaba a Agatha. Isak era muy inteligente, académicamente hablando y seguramente iba a ser de la academia un lugar mejor y ayudar al nuevo director a limpiar la sucia reputación que cargaba.

Hubo una pausa que Agatha utilizó para asentar la idea, mientras Aleksandr esperaba su reacción pacientemente.

―Supongo que serías un buen auror o mago de choque ―reconoció Agatha, pues Aleksandr tenía muchas virtudes de un oficial de la ley―. Pero serías un excelente abogado si lo quisieras. ¿Por qué no intentas hacerlo en el ministerio búlgaro?

―Lo haré, pero me quedaré un rato en el ministerio francés para aprender y ver si me gusta de verdad.

―Entonces se va al caño lo de ser fotógrafo deportivo ―gruñó Agatha con descontento.

―Tuviste demasiada confianza en que sería un buen fotógrafo, Ag. ¡Ni siquiera tengo una cámara! ―Aleksandr soltó una carcajada grave.

Empezaron a comer entre conversaciones triviales y chismes de Francia y Bulgaria. La mesera estaba encantada con Aleksandr porque tenía una atención excepcional con su mesa y preguntaba constantemente si querían algo más.

―Mientras estás en Francia, deberías buscar una chica para empezar algo serio, Alek. Esto de andar de promiscuo no te va a durar para siempre ―comentó Agatha con una sonrisa después de un rato.

―No soy una zorra, solo amo el amor. Y no sé si podré encontrar una chica que me quiera por más de un rato. Tú eres la única que me quiere por mí y no por mi cuerpo de Adonis. La única que me soporta, además ―argumentó Aleksandr metiéndose un buen tenedor de pasta en la boca.

―Yo y tu madre.

―Pues mi madre me parió así que no tiene escapatoria. Tú me quieres solo porque sí ―sonrió el muchacho.

―Hablando de tus padres, Alek. ¿Dónde están? Tengo meses que no sé nada de ellos y mi mamá no los ha mencionado en un buen rato. No fueron a mi fiesta tampoco.

―¡Ah! Están en Londres, ¿no te lo había dicho?

Hubo una pausa y él se limpió la boca con la servilleta. Sokolov elevó el cuello por encima de la cabina y observó los alrededores, asegurándose de que nadie estuviera atento a lo que ellos hablaban y se acercó a Agatha. La última dejó de comer mirándolo con sospecha.

―He estado enviándoles cartas, pero están muy sospechosos, no sé qué están haciendo en Londres. No han ido allá en años, desde que terminó la guerra por lo menos. Mi papá insiste que son cosas de trabajo y que me dirán cuando vuelvan. Siento que me están ocultando algo ―susurró Aleksandr con un deje de inquietud y un semblante serio―. ¿Tu crees que algo se esté cociendo en Inglaterra? ¿Fred no mencionó nada?

―Había algo que no pudo decirme. Supongo que su familia no deja que lo comente y sabes que son muy cercanos a Potter. ¿Supiste lo de los dementores en su pueblito no-mágico? ―Aleksandr hizo un gesto positivo con cabeza y frunció los labios―. ¿Qué significa?

―Nada concreto, solo que debemos andar con cuidado, con nuestras varitas encima hasta para ir al baño. En Francia no se comenta más de lo que se comenta en Bulgaria, todo el mundo prefiere meterlo debajo del tapete. Tu sabes, prefieren la paz que provee la ignorancia. Dicen que Harry Potter se volvió loco ―Aleksandr hizo una mueca y se encogió de hombros para seguir comiendo.

Agatha soltó un suspiro, pero no deseaba seguir pensando en cosas que le preocupaban. Ella, al igual que los franceses, prefería la paz que le brindaba la ignorancia momentánea. La conversación preocupante quedó enterrada cuando volvieron a hablar de cosas positivas y de emocionantes planes para las últimas dos semanas de vacaciones.

Cuando terminaron de comer, la mesera retiró los platos y mientras Agatha y Aleksandr intentaban hacer la reconversión de los galeones a lev búlgaro para pagar, les trajo a la mesa un pedazo de pastel gigante con helado. Los chicos se miraron y luego la miraron a ella.

―No ordenamos esto ―dijo Aleksandr.

―Va por la casa ―comunicó la chica con mejillas rosáceas―. Mi número está en la servilleta.

Agatha se quejó internamente al saber que tenía que pagar.

―Si tuviera teléfono definitivamente te llamaría ―coqueteó Aleksandr sin decoro, con el ego elevado y fijando sus ojos verdes en la muchacha.

―Oh, en realidad, es para ella ―dijo la chica mirando a Agatha con una sonrisa―. Disfrútalo.

La sonrisa arrogante de Aleksandr había desaparecido en su rostro y ahora miraba celoso como Agatha y la mesera intercambiaban sonrisitas.

―Gracias ―dijo Agatha y le guiñó uno de sus ojos azules a la chica y se guardó la servilleta con el número en el bolsillo de los vaqueros. La camarera volvió a sonreír y se marchó. Agatha giró la cabeza y miró la expresión del rubio―. ¿Qué? ¿No soportas que a mi también me coqueteen y me regalen cosas? No eres el único que es atractivo en esta amistad. Te toca pagar.

Agatha sonrió con autosuficiencia y le hizo una mueca juguetona al rubio. Aleksandr bufó y como un niño berrinchudo, le hincó el tenedor al pastel.

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