𝟑𝟎 ━ Ya te extraño.
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𝐘𝐀 𝐓𝐄 𝐄𝐗𝐓𝐑𝐀𝐍̃𝐎
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Había un peso extra sobre Fred Weasley cuando se despertó la mañana del cuatro de agosto, al igual que una respiración ajena a la suya que suspiraba dormida. Hubo un segundo en el que se sintió confundido y no supo donde estaba. El brazo sobre el que estaba descansando este cuerpo que todavía no tenía identidad, el brazo derecho, le hormigueaba. Los ojos marrón verdosos del pelirrojo se entreabrieron para encontrarse nadando en un abundante océano de rizos oscuros despeinados que cubrían un rostro que subía y bajaba sobre su pecho. Y entonces sonrió.
No había sido un sueño.
Con mucho cuidado de no despertarla, le quitó con sus dedos el cabello desordenado del rostro para confirmar la identidad de la chica. Era la primera vez que despertaba junto a Agatha Krum, pero podría volverse un hábito. No sonaba para nada mal despertar con ella todas las mañanas. Suponía que era por la mañana aunque no tenía ni idea de la hora. La luz que se filtraba por los bordes de las persianas cerradas no le daba ningún indicio y ningún ruido perturbaba la paz.
Estaba comprobando la teoría sobre Sofía. Definitivamente el tiempo transcurre más lento en ese misterioso lugar. Los valiosos minutos pasaban sin ninguna prisa. Ese valle era el nirvana para amantes como ellos que pedían un poquito más de tiempo. Sintió que fueron horas las que pasó meciéndola y prestando atención y buscándole sentido a los murmullos en tres idiomas que se le escapaban de los labios mientras soñaba. A veces no la entendía despierta, mucho menos iba a entenderla mientras dormía.
Se dio cuenta de cuánto le faltaba por conocerla. Sentía que la conocía, pero cada día ella lo sorprendía enseñándole un pedacito nuevo que lo magnetizaba más. Como las historias sobre cómo obtuvo las cicatrices sobre su pura piel y todas esas cosas que hacía dormida. A pesar de que recorrió y sintió gran extensión de ella hacía algunas horas, quería seguir descubriendo cosas nuevas y aprenderse todo de memoria.
No pudo evitar maldecir la distancia en silencio. Aquella que los iba a separar de nuevo sin consideración y que se la iba a arrebatar de entre sus brazos. Sin duda la despedida iba a ser mucho más amargo que la que tuvieron en Hogwarts.
No quiso pensar en la eventual separación y volvió a enfocarse en ella. Agatha se veía perfecta. Era casi gracioso verla dormir, tan pacífica. Demasiado pacífica, ningún rastro de la fuerza arrebatadora. Arrugaba la nariz y se acurrucaba más al pecho de él como si Fred fuera un animal de peluche. No la soltó, la abrazó más a él y entonces a su brazo ya no le molestaba el peso adicional.
Un sonido exterior se hizo presente para recordarle a Fred Weasley que aún existía el mundo fuera de ese entorno maravilloso que él y Agatha habían creado juntos.
El golpeteo en la madera de la puerta insistió en hacer que espabilara, pero eran vacilantes, como si la persona detrás de la puerta se sintiera avergonzada de interrumpirlos.
Fred hizo una mueca esperando que Agatha los escuchara y se despertara, pero ella siguió durmiendo como si nada. Estiró su brazo libre para alcanzar su varita que había quedado olvidada la noche anterior en la mesa de noche, tropezando con las bragas de la chica con la que compartía cama que lograron sacarle una risa ahogada. Con un contraencantamiento removió el hechizo silenciador y trató de no subir mucho su tono de voz para que Agatha siguiera durmiendo.
― ¿Sí? ―preguntó con voz adormilada.
―Frred, es Svetlana, siento molestarr, uh, comida de mañana casi lista. ¡Unirrte cuando estés listo! Estamos en el solyariy¹. Dile a Agafya que en el camino a su spal'nya² no hay gente.
Fred se sonrojó al saber que Svetlana sabía que Agatha estaba ahí con él.
―Gracias, Svetlana, ya vamos ―respondió Fred. No entendió casi nada de lo que había dicho la prima rusa de Agatha, la poción traductora estaba perdiendo el efecto.
―Ok ―dijo Svetlana y Fred supo que se había ido cuando escuchó la puerta de la casa cerrarse tras ella.
Fred se dio cuenta de que Agatha dormía como un tronco y que, a menos que el mundo estuviera siendo atacado por gigantes, ella no se iba a despertar y ni siquiera estaba seguro de que iba a despertar por eso.
―Aggie...―susurró Fred suavemente, queriendo despertarla con cuidado. Agatha arrugó la nariz de nuevo―. Aggie, es de mañana.
―Cinco minutos...―repuso el subconsciente de Agatha con voz apenas audible.
―No te puedo dar cinco minutos ―sonrió Fred y empezó a repartir besos por el tope de la cabeza de Agatha y bajó a su frente.
Agatha se quejó con fastidio y estiró su mano para alejar a Fred que la besaba.
―Déjame dormir en paz ―dispuso y lo empujó. Estaba mucho más dormida que despierta.
―¡AGATHA, EL MUNDO SE ESTÁ ACABANDO! ¡DESPIERTA! ¡HAY FUEGO EN TODOS LADOS! ¡VAMOS A MORIR!
Fred dijo todo eso en un grito y con las dos manos la zarandeó, haciendo que Agatha abriera los ojos de golpe y respirara asustada. Agatha parpadeó buscando que la habitación estuviera incendiada y meteoritos estuvieran cayendo en su patio trasero. En cambio, se encontró con el pelirrojo y su brazo flexionado detrás de su cabeza con una sonrisa traviesa en el rostro.
―¿Qué es? ¿Qué se está quemando? ―preguntó aterrada, tanteando con su mano en busca de su varita para salvarse.
―Mi corazón por ti ―respondió él como un poeta barato a propósito. La cara que puso Agatha era digna de una asesina en serie. Fred rompió en risas.
―¿Qué te pasa? ―Agatha lo terminó de despertar con un buen manotazo en el rostro, las manos le temblaban del susto―, esto pudo haber sido un momento lindo y tú lo arruinaste en el nombre de hacerte el gracioso.
Era Fred cobrándole la vez que lo despertó a las cinco de la mañana, pero mucho más cruel. Agatha se alejó y se deslizó por la cama para levantarse del calor del pelirrojo, pero no llegó lejos porque los brazos de él la detuvieron, arrojándola a la cama y poniendo sus brazos a cada lado para que no se escapara. Ver a Agatha irritada solo le daba más risa.
―Pensé que nos íbamos a morir ―abroncó Agatha, su mirada punzante como un puñal.
―Agatha, no nos vamos a morir. ¡Vamos a vivir para siempre! ―gritó Fred y empezó a hacerla reír, distribuyendo besos en su rostro.
―No voy a vivir mucho si haces eso de nuevo, me puede dar un infarto y me puedo morir ―respondió Agatha. Los besos dulces hicieron que una sonrisa fuera poco a poco reemplazando el enfado y con sus brazos rodeó al muchacho. Odiaba que le estuviera empezando a dar gracia, no podía mantenerse enfadada con él aunque lo intentara.
―Eres una exagerada, para tu información, intenté levantarte dulcemente, pero estabas tiesa ―replicó Fred poniendo los ojos en blanco. Se quedó mirándola unos segundos―. Buenos días.
Agatha sonrió e hizo un mohín de niña encantador.
―Buenos días. Vamos a dormir de nuevo, si nos quedamos en la cama no te tienes que ir ―declaró, besándole.
―Tú y tus planes maestros ―rio Fred―. Sé que quieres seguir durmiendo, pero no podemos. Svetlana vino a despertarnos, sabe que estás aquí y si nos quedamos en la cama, creo que nos sería muy difícil dormir.
De la garganta de Agatha brotó una carcajada suave, seguida de un suspiro al sentir los labios de Fred bajar por su cuello.
―¿Tres rounds no son suficientes para ti? Eres insaciable ―se burló ella.
―Es adorable y absurdo que creas que puedo tener suficiente de ti ―contestó Fred, empezando un apasionante juego en el cuerpo de la búlgara.
Aunque pudieron haber ido por un cuarto round porque era increíble la resistencia física que tenían ambos, Agatha no deseaba que se fuera sin haberle mostrado algunas cosas de Bulgaria y tenía que ser más fuerte que la materia.
―Si Sveta vino es porque nos están esperando para desayunar ―murmuró Agatha, tratando de no sucumbir al tacto afrodisíaco―. Fred, esto nos hará perder toda la mañana, quiero mostrarte algo de Sofía antes de que te tengas que ir ¿Qué hora es?
―Ya conozco algo de Sofía, no quiero conocer nada más ―dijo Fred y cuando pensó que Agatha iba a ceder, ella aplicó su mejor táctica de magia marcial y se subió con destreza encima de él y lo inmovilizó. Fred, con cara de pocos amigos, aceptó su derrota y le puso las manos en la cadera―. ¿Qué tienes en contra de la diversión? Tú ganas, iremos a conocer el lugar que te dio a luz. Eres cómica cuando duermes, ¿sabes? Arrugas la nariz, suspiras mucho y murmuras discursos enteros.
―Soñé contigo ―recordó Agatha de súbito, pestañeando con rapidez―. No traje el diario, no lo voy a poder escribir.
―Cuéntamelo y te lo recordaré hasta que vayamos por tu diario. ¿Qué soñaste sobre mí? ¿Que me tenías debajo de ti a tu merced? Porque déjame decirte que...
―Shh, déjame pensar ―siseó Agatha y empezó a organizar la cronología de los fragmentos del sueño―. Estabas tú y George y yo. Era la inauguración de tu tienda. Había un montón de gente y nos reíamos de un mural muy gracioso que fue idea mía. Estabas muy feliz y yo también y George blandía un sable por alguna razón que desconozco. ¡Tengo que decirle a Anatoly que dibuje el mural para ti! Ojalá no se haya ido. Anatoly dibuja muy bien, quizá si se lo describo pueda recrearlo y si les gusta pueden ponerlo en la tienda.
Fred sonrió al escucharla, Agatha de verdad tenía mucha fe en él. Era algo refrescante que alguien, además de su gemelo, tuviera tanta seguridad en que iba a ser exitoso. No lo apoyaba de manera sarcástica o le sugería negocios «más viables», como lo hacía su madre constantemente, Agatha tenía confianza genuina de que lo iba a lograr.
―Espero haya sido un sueño premonitorio. Te lo recordaré para que lo pases a tu diario, palabra por palabra. Y voy a poner el mural que soñaste en Sortilegios Weasley ―prometió Fred.
―¿Y si a George no le gusta?
―Incluso si es un asco, lo pondremos. Me importa un carajo lo que diga George, ya está decidido. Soy el jefe y la mitad de Sortilegios Weasley ―estableció Fred. Agatha soltó una carcajada, a Fred le encantaba demasiado llamarse a sí mismo jefe―. Tendremos que ser «más amigables» más seguido, me encanta este comienzo de día ―añadió con su sonrisa de galán habitual.
― Me encanta esa idea ―asintió Agatha―. Pero no ahora, creo que nos puede dar tiempo de ir al mercado y de mostrarles algunos sitios lindos antes del mediodía. Les compraré un recuerdo de Sofía.
―Déjame llevarte a ti como recuerdo de mi visita ―suplicó Fred acariciándole la mejilla.
―Primero, yo no soy objeto. Y segundo, ¡Claro! Llegarás a tu casa diciendo «Mira, mamá, un souvenir de la visita a Sofía de la que no tenías ni idea. ¡Una bruja búlgara auténtica!» Tu mamá estará encantada, estoy segura ―respondió ella sarcástica.
―No sé mi mamá, pero a mi papá le parecerá fascinante y ni hablemos de Ron, me amará por siempre y me perdonará todas las bromas de arañas que le hecho toda su vida ―bromeó Fred guiñandole el ojo.
Agatha bufó y se separó de él para sentarse en el borde lateral de la cama. Con su mirada, localizaba las prendas de ropa dispersas en el suelo, ninguna ni cerca de la otra.
Fred se quedó acostado de lado, contemplando la espalda desnuda ajena. Había marcas suyas en todos lados, pero también algo que no había visto sino hasta que Agatha se movió el cabello a un lado. Una vieja cicatriz transversal brillaba en su omóplato. No la había visto la noche anterior, ella tampoco le había contado su origen. El muchacho se acercó detrás de ella con curiosidad y la delineó con el pulgar. Era más grande que las que le había enseñado y lucía como si se hubiese originado por una herida muy profunda. El roce sobre la herida hizo que le dieran escalofríos a Agatha.
― ¿De qué es esta? ―preguntó él.
Ella se tomó unos segundos para responder, se quedó mirando el mosaico de las olas, rememorando el incidente y recopilando piezas dispersas en su mente resquebrajada.
―Me la hizo Grigori Bartok, un tipo en Durmstrang, casi no recuerdo la práctica, pero se tomó muy a pecho la frase «puñalada en la espalda» ―se burló Agatha, temblando al sentir los besos de Fred sobre la vieja cortada―. Creo que fue hace como cinco o seis años. No me la puedo quitar porque Bartok jodió por error el hechizo y la daga se manchó con magia gris. No me disgusta, es un recordatorio que el año siguiente le pateé el trasero y le devolví el gesto.
―Eres una ruda ―dijo Fred subiendo sus besos a los hombros de Agatha y hasta su cuello.
―¿Por eso? Eso no fue nada, ya te contaré cuando fui la única en mi clase capaz de conjurar a la perfección un Fiendfyre, manteniéndolo bajo control todo el tiempo. Fue precioso.
Agatha sonrió y lo empujó con el hombro para que se quitara de encima porque si seguía besándola iba a reconsiderar quedarse con él en la cama. Empezó a vestirse, recuperando todas las piezas de ropa. Empezó por su sujetador, que estaba abandonado sobre la cómoda y continuó hacia el vestido, descartado en el suelo. Buscó debajo de la cama y en sus alrededores la última parte que le faltaba y Fred con una sonrisa pícara le arrojó las bragas. Agatha lo reprendió con la mirada.
― ¿Qué dijo Sveta? ―preguntó ella mientras recogía toda su melena en un moño.
―Me gustaría poder decir que entendí pero no entendí. Algo sobre comida de mañana, deduzco que quería decir desayuno y me pidió que te dijera que en el camino a España no había gente.
― ¿España? ―Agatha arrugó el rostro confundida―. ¡Ah! Spal'nya?
―Sí, creo que era eso.
―Significa que despejó el camino hasta mi habitación, por lo que podré entrar sin que nadie sepa que pasé la noche contigo. La amo, de verdad. Me debe mucho ¿sabes? Apenas le estoy empezando a cobrar. Cuando ella y Nikolai comenzaron su relación, bebí poción Multijugos como doce veces para que ella se escapara. Nunca nos atraparon.
Fred se vistió solo con su pantalón para acompañar a Agatha a la puerta, sin molestarse en ponerse los calzoncillos. Un hechizo protector no permitía que nadie se apareciera ni que se desapareciera en la casa de los Krum ni en la casa de invitados, por lo que Agatha tendría que salir para aparecerse en la bodega de licores, el único lugar temporalmente desbloqueado.
No es muy discreto que se diga desfilar vestida con la ropa del día anterior desde la casa de huéspedes.
Antes de abrir la puerta, Agatha se dio la vuelta para admirar por enésima vez el torso del muchacho. Se mordió el labio inferior porque le gustaba mirarlo y porque se sentía culpable. Las huellas con las que marcó territorio en su piel estaban recientes y tomaron tonalidades púrpuras y en algunos lugares se veía no había medido fuerza, clavándole sus uñas demasiado profundo. Se veía sexy, pero incómodo.
―Lo siento por esto ―susurró, tocando las heridas frescas con las yemas de los dedos―. Parece un ataque de gato. Déjame sanarlas.
―En realidad fue mucho mejor que un ataque de gato, algo de otro mundo ―admitió Fred, poniendo esa sonrisilla de lado que la hacía derretirse. Agatha resopló―. No duelen ni nada, no las quites. Me gustan.
―Te quitaré sólo las que son demasiado profundas. Por mi paz mental.
Agatha empuñó su varita y conjuró los hechizos sanadores en los rasguños más acentuados, dejando en paz a los demás. Todo esto bajo la inspección de cerca de Fred, que daba su opinión y decía «Ese no porque me gusta», sobre todos. Cuando terminó, él bajó su rostro y le dio un tierno y casto beso en los labios.
―Toma un baño y nos vemos en el solario, ahí nos reunimos a comer usualmente ―le pidió Agatha, mirándolo con enormes luceros azules.
―Bien, déjame acompañarte al tapete musical ―sonrió Fred y entrelazando sus dedos salieron de la habitación.
Caminaron rápido y a hurtadillas para no despertar a George, a quien escucharon ocupar la habitación contigua en medio de la madrugada, pero no pudieron escapar de la tercera presencia.
―¡Buenos días, pecadores!
Fred y Agatha hicieron sin saberlo el mismo gesto de «Mierda».
George Weasley estaba esparcido en el sofá de la sala de estar, esperándolos. Con las piernas cruzadas y estiradas en la mesita de café, tenía una ceja arqueada y fingía leer una revista de bricolaje. Se había bañado y cambiado de ropa.
―Buenos días, George ―lo saludó Agatha, sin permitirse a sí misma sentirse avergonzada―. ¿Dormiste bien?
―El mejor sueño reparador ―aseguró George―. Pero me imagino que ustedes durmieron mejor que yo.
―Georgie, piensa bien lo que dirás a continuación ―amenazó Fred, dando advertencias a su reflejo con los ojos.
―No iba a decir nada obsceno, Freddie, por favor ―George expuso una sonrisa revoltosa―. Yo solo quería decir que la próxima vez que organicen una pijamada, tengan la gentileza de pasarme una invitación.
Fred se lanzó sobre su gemelo, repartiendo coscorrones y diciéndole que se lo advirtió. Una pelea entre risas y gritos de parte de George que le rogaba a Agatha por auxilio. Agatha se rehusó en ayudarlo.
―Nos vemos en el desayuno ―se despidió la búlgara y empezó a caminar a la salida.
―Quizá solo uno de nosotros lo logre, Ag ―bromeó Fred entre risas, esquivando los golpes de su gemelo.
―Asegurate de ser tú, Freddie ―rio Agatha. George gritó que por qué no lo apoyaba a él con su mejor voz herida―. Es un chiste, George. No se tarden mucho.
Los gemelos se despidieron entre jadeos y Agatha se paró en el tapete para esfumarse, cerrando la puerta detrás de ella.
La pelea infantil se detuvo por completo luego de unos segundos. Fred podía sentir la mirada penetrante de George mirando los rastros que había dejado Agatha en su abdomen y hombros. Casi podía sentir también a George mordiéndose la lengua y enterrando el millón de preguntas que le rondaban la cabeza. El mayor apoyó la espalda en el espaldar del mueble y peinó su cabello hacia atrás con la mano mirando al vacío. Los dos vacilaban, George en preguntar y Fred en decir algo.
―Di algo, hombre ―rogó el menor por fin―. ¿No le mentiste diciendo que eras virgen, verdad? Porque te juro que te voy a destruir la mentira enfrente de todos los Krum.
―George, fue extraordinario ―suspiró Fred.
―No esperaba menos de ella, ¿la has visto? ―dijo George, rodando los ojos―. ¿Qué tan extraordinario? ¿Casi le dices que la amas? ¿Así de extraordinario?
―Más allá de eso, no tengo nada con qué compararlo, fue celestial ―Fred echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, trayendo de nuevo a su mente la incendiaria imagen de Agatha la noche anterior y sonrojándose solo con el recuerdo.
―Maldito afortunado ―gruñó George y luego soltó una risa―. Dime algo más, déjame envidiarte con ganas.
―Lo siento, Georgie, esa es toda la información que voy a compartir ―lo molestó Fred y se puso de pie.
―¿Me estás jodiendo, Fred? ¡Vamos!
―Lo siento, hermanito. Es solo mío ―sonrió el mayor, se sentía superior e invencible.
Caminó lejos del sillón y desapareció por el pasillo hasta el cuarto de baño. Incluso después de haber cerrado la puerta, escuchaba a George rogando desde la sala de estar que no lo dejara con la información a medias.
Ninguna súplica iba a funcionar. Los preciados detalles de lo que Agatha y Fred compartieron no los iba a saber nadie más.
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―Esta vibra de artista atormentado es adorable, Anatoly, de verdad. Pero me amas, ¿no? Hazlo por mí, yo nunca te pido nada ―rogó Agatha, haciéndole ojitos a su primo menor.
Gracias a la intervención de Svetlana, Agatha pudo escabullirse a la casa y hasta su habitación sin que nadie se diera cuenta. Como un ladrón en medio de la noche. Su sorpresa fue inmensa cuando leyó la hora en el reloj solar de su recámara que le indicaba que eran las nueve y media de la mañana. Apenas había dormido cuatro horas, pero no se sentía cansada.
Le costó dejar de sonreír en todo el tiempo que ocupó bañandose y arreglándose. Estaba rebosada de felicidad y satisfacción. No recordaba haberse sentido así las veces anteriores que había tenido sexo. Si es que se podía llamar así a lo que había hecho con Fred. Una experiencia cósmica era un nombre más acorde. Se sentía gratamente adolorida y se sonrojaba cada vez que recordaba cómo Fred la tocaba.
Cuando bajó a encontrarse con sus familiares, tuvo que reprimir el rubor en sus mejillas y la sonrisita que se rehusaba a abandonar sus labios. Pero la felicidad irradiaba alrededor de ella como un halo.
―Mi arte no fluye así, Gata. Necesito tiempo y calma ―expuso el moreno cruzándose de brazos con aire maduro.
―Tolya, no puedes ser tan melodramático, tienes quince años ―se quejó la mayor. Se sentó en el regazo de Anatoly y lo rodeó con los brazos, poniendo su mejor cara de perrito desamparado―. Por favor, por favor, por favor.
―Buenos días, ¿qué pasa? ¿Por qué atosigas a Tolya? ―Miroslav entró al solario, estirándose y bostezando hasta sentarse en una silla desocupada.
―Gata soñó anoche con un mural y quiere que se lo dibuje y no entiende los principios de mi arte ―suspiró Anatoly, esquivando los ojitos marinos que imploraban.
―¿Dormiste anoche, Agafya? ¡Eso es una sorpresa! ―se mofó Miroslav y abrió la boca con falso asombro.
Svetlana miró a Agatha y trató de no reírse mientras que Anatoly y Nikolai simplemente no captaron lo que había dicho Miroslav. Agatha rechinó los dientes, Miroslav encontraba demasiado placer en ruborizarla. Él se dio cuenta la noche anterior de la ausencia de Agatha y Fred y planeaba atormentarla un poco. No tenía ninguna moral de hacerlo cuando él y Pyotr también se ausentaron de la fiesta.
―¿Por qué no dormiría? ―preguntó una inocente Marya sentada en una silla de mimbre, balanceando los pies que no le llegaban al suelo―. ¡Gata duerme mucho!
―Cierra la boca ―susurró Agatha, mirando directamente a los ojos de Miroslav, quien no tembló asustado―. Está jugando, Masha. Lo dice porque anoche todos nos acostamos tarde.
―Baba se deleitará al saber que dejaste que un anglosajón te faltara el respeto ―murmuró el ruso, estirando su cuerpo sobre la mesa para que Marya no escuchara.
―No sé de qué hablas, pero estoy segura que le encantaría saber de ti y Pyotr ―Agatha alzó una ceja, desafiante.
―Por lo menos Pyotr es eslavo, tonta —devolvió Miroslav, recargando su espalda en la silla con un aire triunfal de haber ganado el argumento―. Dedushka³ se está revolcando en su tumba mientras hablamos.
―Cállate, Miroslav. Intenta morir de viejo, por favor y no a manos de Agatha ―intervino Svetlana, sirviendo de mediadora al ver la molestia de Agatha escalar.
―Yo solo decía que...
―Te juro que no te voy a pedir de nuevo que te calles ―retó Agatha, nada de miel en su voz.
―¿Me estás amenazando? ¡Soy mayor que tú! ―Miroslav explotó en risas y empujó a Agatha de manera juguetona―. Solo estoy bromeando, Gata, no hace falta la hostilidad.
Agatha volvió a su intento de convencer a Anatoly para no abalanzarse sobre Miroslav como una hiena furiosa. Nadie se resistía a Agatha, por lo que Anatoly aceptó al final. Ella le dio un sonoro beso en la mejilla y lo abrazó por detrás para ir describiendo mientras él trazaba.
Fred y George se unieron al solario varios minutos después, venían con Darya quien parloteaba hasta por los codos y los miraba con ojos de corazones, cosa que ellos encontraban entretenido y tierno. Fred Weasley fue bañado en intensa luz del sol propio del estío que inundaba la habitación gracias a la cúpula de vidrio. Los recibieron con saludos y sonrisas, Fred buscó a Agatha con la mirada, pero ella no estaba allí.
―¡Buenos días, ingleses! ―saludó Viktor con la mano derecha al verlos entrar en el recinto.
―Buen día ―sonrió Fred.
―Buenos días ―dijo a su vez George, haciendo saludos con las manos a todos los presentes.
—¿Cómo durmieron anoche? ¿Bien? La casa de huéspedes siempre ha sido muy confortable —comentó Stefan, pidiéndoles que se sentaran—. Justo estábamos hablando de los gritos y gruñidos. Espero que nos los hayan mantenido despiertos.
—No escuché nada. Fue una noche muy tranquila, pero tengo sueño pesado así que no sabría decir ¿Qué tipo de gritos? —mintió Fred, conteniendo la risa traicionera que lo podía delatar.
―Yo tampoco escuché nada, caí como un tronco apenas toqué la cama. Ese rakia, amigo, parece poción adormecedora ―lo apoyó George, diciendo la verdad.
―Había un wendigo en las montañas, son lo peor ―informó Miroslav―. A menos que ustedes hayan escuchado otro tipo de gritos...
―No, nada ―aseguró Fred, con una actitud despreocupada. Miroslav bufó.
Svetlana se rio por debajo del aliento y le sonrió a Fred, admirando su caballerosidad.
―¡Qué bueno que hayan dormido bien! Fred, ¿puedes buscar a Agafya en su cuarto? ―pidió la rubia. Volvía a entenderla, quizá había bebido otro trago de la poción―. Acaba de irse con Marya. Está subiendo la escalinata a la derecha, la cuarta puerta a la derecha.
―¡No vayan a cerrar la puerta! ―advirtió Viktor con un aire divertido.
―Yo no...―balbuceó Fred con una sonrisa.
―No lo digo por ti, hombre, lo digo por Ag. Se puede aprovechar de ti ―Viktor explotó en una carcajada y le hizo un ademán con la mano para que se fuera.
Fres sacudió la cabeza y se marchó siguiendo las instrucciones de Svetlana. Subiendo las escaleras e ignorando las preguntas en búlgaro de las personas de los retratos, quienes se sentían curiosos ante una presencia desconocida.
La casa de los Krum era muy bonita y muy iluminada, la luz entraba por todos los rincones y era tan diferente a la Madriguera que le preocupaba un poco que llegara el día que Agatha tuviera que conocer su casa. Era mucho más humilde que donde ella residía.
Supo que llegó a la puerta que indicó Svetlana cuando escuchó las dos voces que se escapan por la puerta abierta.
―Quédate quieta ―escuchó que ordenaba la voz de Agatha.
―Me estás jalando el pelo, Gata ―se quejó la voz de Marya―. Voy a gritar.
―Si gritas, Masha, voy a gritar el doble de alto de tú y no te va a gustar. Y si te quedaras quieta no te jalaría el pelo ―razonó Agatha.
Fred se recargó en el marco de la puerta para observar la escena. Agatha estaba sentada en la silla del tocador con Marya entre las piernas, trenzaba y le colocaba un pasador en la cabellera rubia. Fred sonrió, Agatha era buena con los niños. Ellos la adoraban, pero ella perdía la paciencia con facilidad.
―¡Fred! ―gritó Marya al ver el reflejo de Fred en el espejo del tocador de Agatha―. ¡Buenos días!
Agatha volvió la cabeza para observar a Fred y sonrió.
―Hola, buenos días ¿Te envió Viktor? Me desaparecí por un segundo para trenzarle el cabello a Marya, me dejaron a cargo de los niños rusos malcriados ―bromeó la búlgara.
―Yo no soy una niña malcriada ―chilló Marya haciendo un puchero―. Díselo, Fred.
―Aggie, ella no es una niña malcriada ―expresó Fred con una sonrisa.
―¿De qué lado estás? ―espetó Agatha, indignada.
―¿Lo ves? ―Marya le sacó la lengua a Agatha y siguió hablando con Fred― ¿Dormiste bien? Yo me dormí temprano con Boris, él ya se fue a Moscú, pero yo me voy con Sveta y Dolly.
―Lamento que no me haya podido despedir de Boris, yo también me voy a casa hoy.
―¡No! ¡Quédate! ¡Con Gata!
―Él tiene que irse con sus hermanos, Masha. No se puede quedar conmigo ―dijo Agatha con una voz muy suave y maternal.
―¡Pero sí puede! Ya tiene un hermano aquí, no necesita más ―sonrió Marya, como si hubiese dado una solución a los problemas mundiales.
Fred y Agatha se rieron en conjunto. Mientras esperaba que Agatha terminara con Marya, Fred empezó a deambular por el dormitorio y lo primero que notó era que no se parecía en absoluto a la del barco. Las ventanas eran amplias y los tonos claros coloreaban las paredes.
Un muro en particular era lo que más le llamaba la atención, lleno de páginas de periódico, medallas y fotografías enmarcadas. Lo que era consistente en todo aquello era la carita de Agatha de diferentes edades. La mayoría de los titulares estaban en búlgaro, pero pudo leer algunos en inglés que decían: «Agatha Krum, 11 años, es la nueva adquisición de la unión de quidditch Sub-15»; «AGATHA KRUM, 14, NUEVA PROMESA DEL DEPORTE»; «LA CAZADORA BÚLGARA AGATHA KRUM, LA MÁS JOVEN RESPALDO EN EL EQUIPO NACIONAL DE BULGARIA». Las fotografías la mostraban con su familia, con Ruslan en una playa y con Viktor. Muchas de ellas en la Ópera de San Petersburgo.
Agatha terminó por fin de trenzar el cabello de Marya y ella le susurró algo al oído, soltando risitas y cubriéndose la boca con la mano, ante la mirada divertida del pelirrojo.
―¿Qué? ―preguntó Fred con recelo, frunciendo el cejo a la pequeña.
―Marya dice que nos va a dejar solos para que nos besemos ―dijo Agatha en una risotada y le apretó la mejilla a la pequeña rubia―. No nos vamos a besar, somos amigos.
―Sí, solo amigos ―sonrió Fred, guiñandole el ojo a las chicas.
―Darya me dijo que eso era mentira ―comentó Marya, mirándolos con suspicacia―. Igual me voy a ir, para que se besen como amigos.
Y se marchó, no sin antes abrazar a Agatha y agradecerle por la trenza y abrazar a Fred para que no se sintiera excluido.
―Todo el mundo quiere dar su opinión sobre tú y yo ―refunfuñó Agatha cuando la niña ya se había ido―. Nunca la había visto tan interesada por un chico. Me ha dicho como quince veces que te pida que vayas a Rusia.
―Ayer me dijo que eras muy linda y que debería invitarte a salir ―sonrió Fred, encogiéndose de hombros. Agatha se volvió y alzó sus cejas.
―¿Y estuviste de acuerdo? ¿Piensas que soy muy linda y me vas a invitar a salir? ―lo fastidió Agatha, guardando el peine y las ligas para el cabello en las gavetas del tocador.
―¿Ya no te había invitado a salir? ―preguntó Fred, acercándose a ella y acunando su rostro con su mano.
―Ah, claro, creo que dijiste algo de llevarme a cenar ―se rio Agatha, pegando la mejilla más en su mano―. ¿Y cuándo será eso?
―En diciembre, supongo, una cita de Navidad. Algo trillado, pero las intenciones están.
―Está bien, haré un espacio en mi agenda ―Agatha sonrió e hizo una pausa―. Fred, ¿cómo vamos a hacer esto?
Fred supo inmediatamente de lo que hablaba Agatha antes de entrar en detalles. De los jodidos 2700 kilómetros de distancia que volverían a estar entre ellos en pocas horas. Tenían que encontrar una manera que funcionara y que ninguno de los dos saliera herido.
―¿Quieres algo serio? ―preguntó Fred, algo dubitativo.
―¿Tú quieres algo serio? Es difícil llevar algo serio cuando no nos vamos a ver sino hasta dentro de cuatro meses. En especial cuando tu manera de demostrar afecto es mediante contacto físico y yo no voy a estar cerca.
―Y tu manera de demostrar afecto son los besos ―resopló Fred, soltó a Agatha y se sentaron en el borde de la cama, donde la luz rosácea del vitral los cubría como un reflector. Fred se mordió el interior de la mejilla―. Ag, no quiero que beses a nadie más.
―Yo tampoco quiero que toques a nadie más.
―Lo sé ―Fred tomó la mano de Agatha y le besó el dorso―. ¿Qué queda entonces? ¿Qué hacemos?
―¿Qué hacemos? ―repitió Agatha, apoyando la cabeza en el hombro de Fred―. Quiero estar contigo.
―Yo también quiero estar contigo ―musitó Fred y la besó en el tope de la cabeza―. ¿Por qué tienes que vivir aquí?
―¿Yo? ¿Por qué tú tienes que vivir en Londres? ―A Agatha se le salió una risa agridulce.
―Aggie, si queremos estar juntos, encontraremos una manera de que funcione, un terreno medio. No somos los primeros en intentar tener algo a distancia ―manifestó el pelirrojo. No había a renunciar a ella tan fácil después del milagro de encontrarla.
―Entonces necesitamos un plan ―decretó Agatha, se volteó para mirarlo y volvió a hacer una pausa para buscar la mejor manera de navegar las cosas―. Escucha mi plan: vamos a marcar nuestro propio ritmo, llevarlo un día a la vez. Experimentar cómo nos sentimos al estar separados y ver si funciona para nosotros.
―Bien, trabajar alrededor de la distancia. Me gusta. Un día a la vez y cuando funcione podemos ponerle un nombre a «nosotros» ―sonrió Fred. Su sonrisa le infundió calma a Agatha y le hizo saber que él estaba tan interesado en hacer que funcionara como ella.
―Sí. Entretanto, si mis cálculos no me fallan, solo hay 41 cartas hasta que volvamos a vernos ―dijo Agatha, mirando al techo.
―¿41? Bah, será un paseo ―chasqueó Fred y le acarició la mejilla a Agatha con la yema del pulgar―. De todas maneras, intentaré escribir todos los días.
―¿Y exprimir al pobre Pidwi...Piwi...? ¿Cómo se llama tu lechuza pequeñita? ―preguntó Agatha con una sonrisa al recordar al animalito que le traía las cartas de Fred.
―Pigwidgeon, pero todos le dicen Pig ―contestó un Fred sonriente―. Intenta escribir todos los días también, aunque sea para decir que te levantaste de mal humor. A mi me gusta ver arribar a Rurik.
Rurik era la lechuza familiar que usualmente usaba Agatha para enviar sus cartas.
―Vale, lo intentaré ―prometió Agatha y se puso de pie―. Además, seguirás leyendo mis sueños.
―¡Claro! Es mi actividad favorita desde que me regalaste el diario. Mi favorito fue cuando soñaste que te perseguía un dragón enano, me reí mucho de ti ―Fred se desternilló.
―No fue tan gracioso cuando estaba durmiendo, me dio miedo ―contrarió Agatha, aguantando una risa.
―Supongo que un dragoncito de veinticinco centímetros da mucho miedo ―bufoneó Fred y también se puso de pie―. Cambiando el tema a cosas más positivas, me gusta mucho tu dormitorio. Me gustan las medallas y los cuadros y descubrí que Anna Karenina es tu autora favorita ¿Escribe bien?
―¿Qué? ―preguntó Agatha, confundida.
―Anna Karenina ―apuntó Fred, señalando la biblioteca―. Tienes cinco libros de ella, debe ser una buena escritora.
―Anna Karenina es el nombre del libro, no del escritor. Es mi libro favorito, tengo muchas ediciones. Tres en ruso y dos en búlgaro. Es de Lev Tolstói, un autor muggle, por si quieres buscarlo ―explicó Agatha, viendo los tomos de cuero en el estante.
―Le pediré el favor a Hermione, ella seguro me ayuda a encontrarlo ―sonrió Fred y luego escucharon una risita en el pasillo.
Fred y Agatha se miraron con el ceño fruncido y el muchacho con disimulo le dio un vistazo a la puerta para ver un atisbo de la niña rusa esconderse.
―Es Marya, quiero atraparnos besándonos ―le chismeó Fred a la chica.
―¿Por qué los niños son así? ―fulminó Agatha, rodando los ojos―. No sé porque me confían en cuidarlos. Siempre tengo que ser la niñera impaciente a quien no le pagan por asegurarse de que sus primos no se mueran.
Fred se rió sonoramente y pensó en lo cómica que sería Agatha cuando fuera madre.
Madre.
Agatha como mamá.
Oh no.
El rostro de Fred se puso verde de repente ante la mirada de Agatha. El muchacho sintió como si fuera a colapsar.
―¿Qué? ―cuestionó la castaña con una mirada divertida―. No creas que soy mala con mis primos, los quiero mucho...
―Ag, no te quiero asustar, pero no recuerdo que hayamos usado protección en nuestro... ritual de «amistad». Joder, no puede ser, yo tenía un condón en mi bolso, pero se me olvidó. Mierda, mierda. Estamos jodidos. ¿Qué vamos a hacer? ¡Agatha, ya no vas a poder jugar al quidditch!
El dormitorio se llenó de la risa burbujeante de Agatha. Estaba teniendo un ataque de risa tan violento que le impedía respirar apropiadamente y sus ojos se inundaron de lágrimas. Fred no encontraba lo divertido, estaba teniendo un leve ataque de pánico. Estaba pálido e inquieto. Eso solo lograba que Agatha se riera más, cuando pudo contenerse, aspiró con dificultad y se puso una mano en el pecho.
―Eres lo más lindo del mundo ―juró Agatha con voz entrecortada y escondió su rostro en el pecho de Fred―. Tienes suerte de que soy muy precavida y si hay una poción que nunca me ha salido mal es una poción anticonceptiva. Si no supiera hacerla bien ya a este punto Aleksandr tendría setenta hijos por lo menos. No te preocupes, yo me encargué anoche, pero aprecio lo asustado que estabas. Eres tan lindo.
Fred suspiró aliviado y sintió que el alma volvía a estar dentro de su cuerpo. Se deleitó con su tierna risa y la tomó del rostro para besarla. Agatha era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo y no quería soltarla nunca.
―¿Eso es un beso de amigos? ―curioseó Marya desde el pasillo.
―Imagina que tú y yo tuviéramos que hacernos cargo de una Marya ―se espantó Agatha, burlándose de Fred al imitar la expresión asustada.
―Me preocupa más tener que hacernos cargo de un Boris, a él no le caímos bien. Me llamó inglés tonto ―exageró Fred con una sonrisa―. Vamos a desayunar.
Los adolescentes bajaron a desayunar, junto a Marya y tomaron asiento en la mesa de vidrio. Los adultos se unieron poco después. Solo los que quedaban, los padres de Agatha y el tío Andrey. Los demás tíos se despidieron porque tenían que trabajar y juntos acordaron que Svetlana y Nikolai fueran responsables de llevar a los menores a Rusia esa tarde.
―¡Buen día! —los saludó Dobromir Krum, con extremo buen ánimo—. ¿Es que el amanecer en Bulgaria no es lo más vigorizante?
Un coro de voces le correspondió el saludo para continuar con su conversaciones. A todos les divertía recordarse a sí mismos borrachos, pero se desternillaron cuando Viktor les contó que Lev se había quedado dormido en el pórtico y Mûnich lo cubrió con una mantita. Agatha también se reía cuando Fred intentaba tragar el café y no podía. Al final tuvo que servirle té.
Mientras comían, Agatha aprovechó para darles una mano a los gemelos con su tío Andrey y le contó sobre Sortilegios Weasley. Andrey Kuznetzov estaba interesadísimo y muy dispuesto a iniciar una sociedad con ellos. Estaban hablando de cosas importantes como números, ventas y presupuestos y un montón de cosas que Agatha no entendía, pero que le impresionaba que Fred y George manejaran con tanta facilidad y pudieran llevarle el paso a un empresario como Andrey. Quien fuera que dijera que los gemelos Weasley eran tontos, los estaban subestimando de sobremanera.
Su visión de futuro le sumó infinitos puntos a Fred con los padres de Agatha, que estaban impresionados que alguien tan joven tuviera una brújula de ambición tan centrada.
—¿Qué llevarás a conocer hoy a tus amigos, amor? —le preguntó Natalya a Agatha.
—Muy poco. Fred y George volverán a Londres al mediodía.
Los demás la escucharon decir las malas noticias y reclamaron al unísono. Nadie deseaba verlos marchar tan pronto.
—¿Por qué tan rápido? Apenas pasaron la noche —se lamentó Darya, muy afligida.
—Tenemos que hacer muchas cosas para empezar la escuela y todo eso. Lo sé, a mi también me gustaría quedarme un poco más —dijo Fred con toda honestidad.
—Nuestra madre apenas y dejó que viniéramos —mintió George a su vez.
—Ha de estar también alerta después de lo del pobre Cedric —suspiró Natalya—. Yo la entiendo. Cuando eres madre, quieres proteger a tus hijos. ¿Su madre estuvo en Hogwarts para la última prueba?
—Sí, fue a apoyar a Harry. Harry es muy cercano con nuestra familia. Mi hermano Ron es su mejor amigo —dijo George.
—No recuerdo haberla visto o conversado con ella, qué lástima. Esperamos que podamos cruzarnos de nuevo. Sería muy lindo conocerla.
Después de comer, Agatha los apresuró hasta la entrada de la casa para aprovechar el poco tiempo que tenía. Fred estaba maravillado por la estatua de oso pardo y le pidió a Agatha que les tomara una foto, cosa que los hizo perder algunos minutos.
—Nos vemos en un rato, voy a llevarlos a dar un paseo —les dijo Agatha a sus familiares con una sonrisa y se acercó a los gemelos, metiéndose en medio de los dos.
—¡Diviértanse! —deseó Natalya Krum, sonriendo de manera maternal.
—¿Puedo ir con ustedes? —preguntó Darya, poniéndose de pie con rapidez, corriendo desde la sala, lista para tomarle la mano a Fred.
—Está bromeando —Svetlana la jaló y la abrazó. Parecía que la abrazaba pero la estaba conteniendo—. ¡Adiós! Nos vemos dentro de un rato.
Agatha se rio y salió junto a los gemelos con prisa hasta el pórtico. Fred la tomó de la mano y George le puso la mano en el hombro con gentileza.
—¿Pasaste el examen de aparición con buena nota, Ag? —quiso saber George.
—¡Claro que sí! Si alguien pierde una pierna o un brazo, será su culpa no mía —bromeó la castaña, observando la cara de preocupación de George.
—Confía en ella, Georgie. Si nos despartimos, ella misma nos vuelve a pegar —concluyó Fred muy sonriente, plantándole un beso en la mejilla a Agatha.
Con un ¡crack! muy característico, Agatha movió su varita y el trío desapareció del pórtico de la residencia Krum.
Agatha Krum cumplió lo que prometió. Le hubiese gustado poseer un giratiempo, pero sin él se las apañó muy bien. Los llevó a conocer sus lugares favoritos mágicos y no mágicos. Desde los extensos campos de lavanda, pasando por el teatro nacional, hasta el festival de folklore búlgaro mágico, en donde pudo enseñarle un poco de la cultura. Los gemelos sintieron el choque cultural de inmediato, pero Agatha lo enseñaba todo con mucha devoción y le encantaba tanto su país que la diferencia de cultura no resultaba aplastante. Sofía era muy bonita y muy colorida en el verano, con música folclórica saliendo de todos los establecimientos y gente muy amable.
Fred y George actuaban a propósito como turistas tontos, refiriéndose a Agatha solamente como su "guía" y preguntando constantemente cuando iban a hacer una parada al baño, lo que la hacía reír a carcajadas y golpearlos con cariño. Disfrutaba mucho de su compañía.
El viaje al bulevar fue hilarante, ya que los magos y brujas que estaban haciendo sus compras reconocían a Agatha y le pedían su firma. Algunos conseguían cámaras para pedirle fotografías y los gemelos encontraban muy gracioso salir en todas. Algunos les preguntaban en búlgaro si ellos también eran famosos y ellos respondían que sí sin dudar y regalaban firmas a quien se lo creía.
El paseo tuvo que terminar cuando George, con voz queda les anunció que le quedaban solo veinte minutos al traslador. Agatha los apresuró a una tienda de regalos y les pidió que eligieran lo que quisieran. George se enamoró de un gato de juguete que tocaba una kaba gaida, una gaita tradicional de Bulgaria y no lo quiso soltar. Fred no estaba muy seguro.
—¿Seguro que no te puedo llevar a ti? —preguntó volteando a mirar a Agatha después de un rato mirando el exhibidor de recuerdos.
—Déjame preguntar —sonrió Agatha, alejándose para ir a hablar con el vendedor que la miraba con demasiado interés.
Conversó unos segundos con el hombre y él no dudó en cumplir su petición, desapareció detrás del mostrador y volvió con una cajita, la cual puso en las manos de Agatha. Ella agradeció y volvió al lado de Fred para entregársela a él.
Fred algo suspicaz, sacó de la caja el objeto y se carcajeó al ver el contenido. En su mano había una figura deportiva de nada más y nada menos que la cazadora Agatha Krum. Una version de juguete de ella montada en su escoba vistiendo el roji-negro de su país levitaba en sus manos cargando una quaffle.
—No es tan buena como la original, pero servirá —sonrió Fred, mirando el juguete—. Al final si eras un objeto, de una manera.
Agatha se rio del comentario y eligió algunos otros recuerdos para los gemelos y para Ron, Ginny, Harry y Hermione. Terminó de pagar y de despedirse y los tomó de las manos. Un parpadeo después estaban de vuelta en el valle.
Agatha los acompañó a buscar sus cosas y fueron a la cocina, donde su madre y los elfos domésticos le llenaron los bolsos de comida caliente.
—Díganle a su madre que estoy más que feliz de compartir la receta de las banitsa o de los dulces con ella, es lo que mejor me sale. Díganle que no tenga vergüenza de escribirme —sonrió Natasha y les regaló un abrazo apretado. Se separó de ellos y los miró con genuina afición—. Gracias por venir y son muy bienvenidos cuando quieran.
—Gracias, señor...—dijo Fred antes de percibir la mirada de regaño de la señora Krum—...Natalya.
—Muchas gracias —George también le sonrió.
Dobromir se acercó a ellos y les sacudió la mano. Los miró de nuevo uno a uno y les dio una media sonrisa.
—Cuídense y la próxima vez intenten llegar temprano y quedarse más —recomendó el hombre con firmeza.
—Claro, señor —asintieron Fred y George, correspondiendo el apretón de manos.
La cocina se llenó de los demás, quienes se despedían de los británicos con caras largas y suspiros tristes. Nikolai y Svetlana les dijeron que les enviarían una invitación para la boda. Marya y Darya los abrazaron mucho y les pidieron que escribieran. Miroslav y Anatoly les agradecieron por los productos de Sortilegios Weasley que les regalaron. El tío Anatoly les juró que eran los mejores amigos de Agatha que había conocido desde hace mucho tiempo y que los vería en Londres cuando pasara por allá para hablar del negocio. Stefan se disculpó por Vera y les dijo que estaban invitados a su casa la próxima vez que fueran a Bulgaria.
Todos salieron al jardín frontal para despedirlos.
—Si ven a Her...mío..ne díganle que le mando saludos y que me escriba —pidió Viktor, abrazando a Fred y George respectivamente—. Y ustedes también escriban, amigos. Estoy seguro que nos veremos muy pronto.
—Hasta luego, Vik. Fue genial. Y tú dile a Lev que la próxima definitivamente vamos a ir a la playa en su auto —se rio Fred, dandole unos golpes varoniles y amistosos al hermano de Agatha.
—Se lo diré cuando despierte de su coma etílico dentro de como dos semanas —cachondeó Viktor con una sonrisa brillante.
—Suerte en el quidditch, hombre —le deseó George, abrazándolo de nuevo.
Agatha y los gemelos caminaron hacia la salida con lentitud. Buscaron entre los arbustos la taza y apenas la encontraron, ya no pudieron seguir posponiendo lo inevitable.
—Y el camino termina aquí —dijo Fred cuando Agatha y él llegaron hasta la taza de café tirada en el suelo desde el día anterior.
—Por ahora. —sostuvo Agatha.
—Por ahora. Cuídate, Aggie, de los dementores y eso. Por si acaso.
—Siempre tengo mi varita lista para un patronus, espero que tú también. Diviértete en tu último año, pero no demasiado —señaló Agatha, regalándole una sonrisa cautivadora.
—No sé qué tanto podría si tu no vas a estar —Fred hizo una mueca de tristeza.
Agatha rodó los ojos con una sonrisa divertida y buscó en el bolsillo del pantalón un pedazo de papel doblado. Se lo puso en las manos a Fred y sonrió, viendo como lo abría. Anatoly había capturado muy la visión de Agatha, claro, agregando cosas que estuvieran dentro de su «estética» y el producto final era hermoso. A Fred y George les fascinó y le prometieron que lo pondrían en la tienda, cosa que la hizo muy feliz.
—Fue una estadía corta, pero creo que la aprovechamos bastante bien ━dijo Agatha con complicidad.
—Joder, sí. Hicimos muchas cosas divertidas —sonrió Fred de la misma manera.
—Un día a la vez. Estaremos bien —aseveró Agatha, dándole unos roces cariñosos en el brazo al pelirrojo.
—Un día a la vez —repitió Fred.
Sin reparar en las miradas indiscretas que los observaban desde el pórtico, Fred le puso el cabello a Agatha detrás de la oreja con afecto. Agatha lo rodeó con los brazos, como lo había hecho apenas llegó. Lo apretó fuerte en un abrazo y Fred la elevó un poco del suelo. No quería que volviera a irse.
Agatha soltó a Fred y le hizo un puchero a George, a quien también envolvió en un cálido abrazo.
—No se vayan a meter en problemas, por favor. No en problemas serios, por lo menos —les rogó Agatha—. Y no vuelvan a ponerse en peligro al venir en traslador.
—No puedo hacer ninguna promesa —garantizó el gemelo mayor, guiñándole uno de sus ojos avellanas.
—Seguramente sí nos vamos a meter en problemas —se sinceró George, encogiéndose de hombros. Agatha chasqueó la lengua—. Gracias por todo, Ag. Gracias por besarme, fue lindo mientras nuestra relación de tres duró.
Agatha se echó a reír y lo empujó mordiéndose el labio. Miró de nuevo a Fred. Una mirada agridulce y no pudo creer todo lo que habían hecho en tan poco tiempo. Había conocido y enamorado a su familia. Se habían peleado con Vera. Le había regalado un increíble show de pirotecnia. Y habían dormido juntos. Definitivamente habían hecho lo mejor con el poco tiempo que tenían. Ambos intercambiaron una sonrisa y una mirada, como si estuvieran pensando lo mismo, como si conversaran por telepatía.
—¿Se van a besar, verdad? Sveta, ¿tú crees que se vayan a besar? —Agatha escuchó la voz inquieta de Darya, anhelando verlos besarse.
—Van a besarse como amigos —afirmó Marya.
Agatha volvió a echarse a reír, esta vez junto a Fred y George. Y quería hacerlo, así que se acercó a Fred y se puso de puntillas para besarlo. Aunque no la veía, Agatha sabía que Svetlana le estaba cubriendo la boca a Darya. El beso duró bastante porque la separación iba a durar más. Fred le puso las manos en la cintura y lo disfrutó.
—¡Eso es suficiente, Fred! —gritó Viktor desde el pórtico. Los miraba con el cejo fruncido.
—Yo mejor me voy, antes de que me persigan con antorchas y tridentes —dijo Fred, enfocándose en la chica de sus sueños y esquivando la mirada iracunda de Viktor.
—Creo que es lo más apropiado —Agatha soltó una risa y le hizo una seña para que se alejara.
—Ya te extraño —dijo Fred cuando se alejó.
—Yo también. Termina de irte o perderás el traslador —dijo Agatha, divertida.
George tomó la taza y Fred lo imitó. Juntos se alejaron hasta estar a una distancia segura de la chica.
Svetlana, Darya y Marya corrieron a abrazar a Agatha y a observar marchar a los pelirrojos. Svetlana rodeó con los brazos a Agatha mientras que Darya la abrazaba por la cintura. Agatha le dedicó un último vistazo los gemelos. Y mientras contaban en reverso, ondeó su mano y les lanzó un último beso de despedida que fue correspondido por Fred.
—¡Tengan un buen viaje! —les desearon todos en unísono y, en un segundo, el lugar donde estaban parados se volvió un remolino y los gemelos desaparecieron.
Agatha suspiró y Svetlana recargó su cabeza con la de ella, admirando su carita triste.
—El amor es el color que te queda más bonito —suspiró la rubia, brindando confort a su prima apretándola más en su abrazo
—No te pongas triste, Gata —la consoló Marya, uniéndose al abrazo—. Seguro te invita a salir pronto.
Las mayores se echaron a reír y Agatha volvió dentro junto a sus primas.
Ya lo extrañaba.
━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━
1. солярий (Solyariy): "Solario", en ruso.
2. Спальня (Spal'nya): "Habitación", en ruso.
3. Дедушка (Dedushka): "Abuelo", en ruso.
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