Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝟑 ━ En el recóndito norte.


╔═══━━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━━═══╗

EN EL RECÓNDITO NORTE

╚═══━━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━━═══╝




Recostada en el sillón de su dormitorio en Durmstrang, se encontraba Agatha Krum. Aunque usualmente la encontrarías utilizando ese momento libre para practicar quidditch, aprovechando que la luz del moribundo verano lo permitía, no hacía más que pasar con aburrimiento las páginas de una revista de moda.

Sus clases de las primeras cuatro horas habían sido canceladas porque alguno de octavo año había creído entretenido envenenar al profesor de pociones. El hombre apenas estaba vivo y se estaba recuperando en el sanatorio del instituto muy lentamente. Había corrido con suerte de que la broma no se había tornado fatal y de que alguien se había dado cuenta a tiempo.

Durmstrang no era el lugar más seguro del mundo, aquello no era sorpresa ni un evento trascendental. No era un secreto que el instituto europeo escondido en el recóndito norte, era conocido por la práctica sin tabú, el respeto y el aliento del aprendizaje de las Artes Oscuras, a veces podría llegar a decirse que la idolatraban. Esto hacía que sus alumnos tuvieran una moralidad borrosa y que los límites fueran difíciles de marcar.

Las Artes Oscuras era un tema interesante para la búlgara. Ella las respetaba, se enorgullecía de conocerlas como la palma de su mano, de poder entender sus artes y de volverse buena al practicarla y contar con ese conocimiento importante que le sería privado en cualquier otro colegio mágico del mundo. Sin embargo, no la seducía –como sucedía habitualmente con sus compañeros–. Sabía cuándo parar y no sentía la inclinación de usarlas para herir a nadie. Agatha Krum era como un farol de luz en medio de espesas tinieblas.

Esa era una de las razones por las que era insensato pensar que la hija menor de los Krum era del agrado de todos los alumnos y profesores de su instituto. En una academia consumida por la misoginia y la incapacidad de percibir a una bruja como su igual, no tardaron en hacer públicos sus fervientes comentarios de desacuerdo con dejarla asistir.

A pesar de las protestas de los magos que creían controlar Durmstrang, Agatha fue seleccionada por la propia fundadora. A pesar de que era una violación a las leyes de ultratumba, Nerida Vulchanova se las ingenió para que aquella bruja con dotes que merecía ser explotados en su colegio, recibiera una preciada carta de admisión que no podía ser revocada ni denegada por nadie.

Eso había servido de motivación para Agatha, la ayudaba a esforzarse mil veces más que el resto y soportar el juicio constante en su contra. Ella demostraba todos los días que pertenecía, aunque ellos no lo quisieran ver. Reinaba a algunos, pertenecía a las facciones positivas del instituto y se mostraba como una pieza fuerte dentro de las paredes del castillo oscuro y congelado. Una rebelde en contra del sistema.

En sus primeros años, Agatha esperó pacientemente a que hubiese más brujas, otras que la acompañaran y que la pudieran entender, pero luego de su cuarto año, dejó de esperar. Habían pasado setenta años desde la última alumna que asistió a Durmstrang, quien sabe cuántos más tendrían que pasar después de Agatha para que hubiese más.

La imperturbabilidad de su habitación servía como un refugio para Agatha. Un lugar donde no era juzgada ni menospreciada por nadie.

Habían pasado algunas semanas desde la final del mundial de Quidditch en Inglaterra. Lo que había comenzado maravilloso se tornó funesto. Bulgaria cayó derrotada a pesar de que Viktor tomó la snitch, pero eso no había sido lo peor. Justo cuando los irlandeses celebraban, la marca tenebrosa fue invocada en el cielo y los mortífagos aparecieron haciendo lo que más les gustaba hacer: causar terror. Eso no podía significar nada bueno.

Era caos por donde mirabas, tiendas ardían, la gente corría y no se podía distinguir nada en absoluto, solo borrones en la oscuridad. En pocos momentos, el pánico inundó todo el campamento. Los Krum no se arrinconaron, con valentía afrontaron lo que los envolvía, los padres de Agatha se dedicaron a proteger a sus hijos y a intentar asistir a los aurores. Viktor y Agatha los acompañaron, pero cuando la situación se tornó insostenible, Dobromir y Natalya le dieron la orden de abandonar el campamento y encontrar un lugar seguro.

A pesar de sus protestas, Agatha tomó a Viktor con las manos temblorosas del temor y se desaparecieron. En un abrir y cerrar de ojos cayeron en el césped de un parque a cientos de kilómetros. Allí, los hermanos esperaron hasta que empezó a salir el sol, intentando contactar a sus amigos y a sus compañeros de equipo para saber con certeza qué estaba sucediendo.

Duraron toda la noche preocupados, por sus amigos, por sus fanáticos, por sus padres, y Agatha sin querer por un pelirrojo inglés. Ya no recordaba su nombre, pero esperaba que hubiese podido escapar a salvo con su familia.

Salió de sus pensamientos cuando tocaron a su puerta. Su mascota, un gran husky siberiano, que hace momentos atrás dormitaba cerca del fuego, se desperezó al escuchar la puerta. El can movió su cola con energía dejándole saber a su dueña de quien se trataba.

Ella gritó un «pasa» para ver a Viktor ingresar a la habitación. El gran perro le saltó encima a su hermano, daba pequeño rebotes ganándose las caricias de hombre. Viktor se veía extraño, visiblemente emocionado. Su ceño se había transformado en una sonrisa cómplice, como si supiera algo que su hermana no sabía. Agatha se incorporó y puso atención. Él escondía algo detrás de su cuerpo.

Sedni¹, Ruslan ―le comandó Viktor al cachorro.

― ¿Qué pasa, Vitya? ¿No deberías estar en clases? ―quiso saber Agatha. Envuelta en curiosidad, se levantó tratando de echar un vistazo detrás del chico.

― ¿Sabías que somos los mejores? ―articuló Viktor mirándola sin quitar la sonrisa.

―Sí, eso ya lo sabía. Lo que no sé es por qué estás tan emocionado.

― ¿Y si te dijera que somos campeones? ―expresó Viktor con aire de superioridad.

―Te diría que recuerdes que perdimos el mundial ―recordó ella.

―Si vas a recordarme eso, entonces no te contaré una mierda.

Viktor bufó y se movió a la puerta con la intención de irse.

― ¡De acuerdo! Lo siento ―accedió Agatha, riéndose y poniéndose de pie―. Dime, por favor. ¡Me estás poniendo nerviosa!

Viktor volvió, se sentó en el sillón frente a su hermana con misterio. Agatha lo contemplaba con los ojos entrecerrados.

― ¿Qué tanto te gustaría cursar en el extranjero?

―Si es un programa para estudiar en los Estados Unidos, entonces es un rotundo: prefiero irme al infierno, muchas gracias ―dispuso ella con una sonrisa.

―No es en los Estados Unidos y creo que te gustará la idea.

―Ya, Viktor, déjame ver.

Viktor puso el pergamino entre su dedo índice y corazón enfrente de la chica y ella se lo arrebató de un solo movimiento.

Se trataba de una carta, en el frente poseía un sello con un león, una serpiente, un tejón, un águila y una gran «H» que se hallaba en el centro y unía las demás imágenes. Agatha la abrió y detalló la perfecta ortografía. La carta parecía ser una invitación y lucía incompleta, como si solo le hubiesen dado una parte a Viktor, además de estar escrita en inglés.

«... El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería ha sido seleccionado como anfitrión para el Torneo de los Tres Magos, a empezar a celebrarse en el mes de octubre. El Ministerio Británico de Magia estará a cargo de las medidas de seguridad pertinentes para que sus alumnos puedan disfrutar con tranquilidad del magno evento. El día de llegada está pautado para el treinta de octubre a las seis en punto...»

Entendió de inmediato el entusiasmo de Viktor. Si contaban con el favor de Karkarov podían ser partícipes del torneo. Los ojos le brillaron de emoción, sonaba interesante y eso hacía que su cuerpo segregara cantidades industriales de adrenalina.

― ¿Cuál es el premio? Debe haber un buen premio que haga ver la historia infame del Torneo como insignificante ―comentó ella, releyendo la invitación. Parecía muy bueno para ser verdad.

―Mil galeones, un trofeo muy bonito ¡Ah, sí! Y la gloria eterna ―informó Viktor.

―Mil galeones no es nada, pero la gloria eterna por otro lado...―sonrió la menor.

―Entonces, ¿estás dentro?

― ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cuántos irán? Sólo necesito convencer a Karkarov de llevarme con él.

―Veinticinco. Sólo los más capaces, es decir la élite de Durmstrang. Karkarov ya hizo la lista ―dijo Viktor, Agatha suspiró―. Los primeros nombres en ella son Viktor y Agatha Krum.

―Le dijiste que no irías sin mí, ¿no es cierto? ―aventuró ella―. Karkarov no me hubiese incluido de buenas a primeras.

―Es Karkarov, Ag ―recordó el mayor―. Pero no fue difícil de convencer, él sabe que estás capacitada y que podrías ganar si te eligieran. Sólo que nunca te lo va a decir. Y sí, le dije que prefería quedarme aquí a irme sin ti.

―Y el pobrecito profesor Karkarov preferiría cortarse una extremidad antes de irse sin su alumno estrella.

Viktor chasqueó la lengua. Aunque no lo quisiera admitir, Viktor era el favorito del director. Todos lo sabían.

― ¿Un curso en Hogwarts a cambio de mil galeones, un trofeo y la gloria eterna, no? ―recapituló Agatha, pensando en que nunca había visitado el colegio en Escocia―. Imagino que será bastante emocionante. Estoy dentro. Empieza a empacar.

Viktor sonrió ante la orden, rebosado de emoción. No era difícil de adivinar que ambos hermanos eran sectarios del peligro y que las oportunidades de enfrentarse a él resultaban extremadamente excitantes. Chocaron el puño con complicidad y Viktor se quedó a conversar y especular sobre qué tratarían las pruebas y todo lo que podrían encontrarse en el Reino Unido.


Septiembre y la mayoría de octubre pasó con lentitud como si tuviera el solo propósito de que Agatha se arrancara el cabello con sus propias manos. Las clases continuaron sin mayor novedad y mientras pasaban los días, Karkarov hacía aparecer en el tablero de anuncios, la lista de los que viajarían a Hogwarts, nombre por nombre. Agatha agradeció que Karkarov eligiera a Aleksandr, aunque era absurdo que no lo hiciera pues Aleksandr sería una buena ficha si las pruebas se trataran de fuerza física.

El cielo nublado, el clima nevado y el frío extraordinario caracterizaron la mañana del veintinueve de octubre, como todos los días. La noche anterior, después del banquete para celebrar a los seleccionados, Agatha se fue a dormir con la emoción de estar tan cerca de marcharse que no la dejó dormir. Cuando despertó, la sensación se había multiplicado por mil.

Salió del baño personal dentro de su habitación, uno de los pocos privilegios que le eran concedidos en el instituto, con el cabello mojado y en ropa interior. Había sido eximida de sus clases ese día para darle tiempo de empacar y prepararse.

Mientras se vestía, unos picotazos se escucharon en el cristal de su ventana seguido de dos ululares. Las plumas color plomo de las lechuzas hacían resaltar las aves de entre las montañas nevadas que eran su vista permanente. Abrió la ventana dejándolas entrar a la habitación. Las dos lechuzas, que transportaban la cesta llena de correspondencia para ella, la soltaron en el tocador y se dirigieron hasta la chimenea que ardía al otro lado de la habitación para darse calor.

―Llegaron tarde ―dijo Agatha, tratando de reprocharles, pero con voz dulce.

Dentro de la cesta reposaban varias cartas de sus familiares felicitándola por su participación en el torneo, Agatha supo que la culpable era su madre, que nunca perdía oportunidad de avisar al resto de su familia. Vasily también había escrito, como todos los sábados, le dijo extrañarla y le contó que estaba pensando en firmar con un equipo inglés.

Entre el montón de papeles pudo distinguir que se había colado una carta de un fanático. La correspondencia de estos siempre era entregada en Bulgaria y en vacaciones, ella intentaba responderlas. Abrió la carta y comenzó a leer, era tan tierna que se imaginó al remitente como un niño:

«Querida Agatha,

Mi nombre es Ron Weasley, soy de Inglaterra. Tu hermano y tú son los mejores jugadores de Quidditch del mundo. Algún día espero que me respondas algunas de las mil cartas que te he escrito. Te vi en el campeonato mundial de Quidditch y sinceramente te veías preciosa. Espero poder conocerte algún día.

Te ama y te admira,
Ronald. B .Weasley»

Recibía cartas de fanáticos todo el tiempo. Algunos mensajes eran dulces como ese, algunos eran...intensos, pero había algo en esa en específico que le llamó la atención, algo le parecía extremadamente familiar pero no podía deducir el qué. La releyó un par de veces hasta aburrirse de intentarlo y dejarla en el montón de cartas que no iba a responder, ya cuando volviera de Hogwarts se daría un tiempo para responder.

Siguió pasando sus manos por el correo y atendió a las cartas de más importancia, escribiendo sus respuestas para que fueran llevadas a sus destinatarios al día siguiente.

Después de terminar las asignaciones que tenía que entregar antes de irse, decidió pasarse por los despachos de los profesores para entregarlos. Salió de su cuarto, dejando a Ruslan dormitando dentro.

No había empezado a bajar las escaleras, cuando cruzó una esquina y en su camino se atravesó una presencia insoportable con la que no tenía ganas de interactuar.

―Buenos días, preciosa. Te estaba esperando ¿sabes? ―Sergei Bukhalov sonrió arrogantemente uniéndose a la marcha muy de cerca.

―Serían buenos días para mí, Bukhalov, si te quitaras de mi camino y cerraras la boca para no tener que escuchar tu voz ―tratar con Sergei siempre se sentía como una pérdida de tiempo para Agatha―. Sin embargo, si insistes en quedarte, hoy me parece un día perfecto para practicar un hechizo aturdidor en ti.

―Eres graciosísima, eso siempre me prende en una chica. Escuché que ya no andas con el capitán de Bulgaria. ¿Qué pasó?

La fijación que tenía Sergei por Agatha no era saludable. Fue instantáneo desde el primer día en que la vio, pero él no era un tipo paciente. ¿Para qué tomarse el tiempo de conquistar a Agatha si podía tener a cualquier otra bruja cuando quisiera? Le gustaba el camino fácil y desafortunadamente, Agatha Krum nunca era el camino fácil.

A pesar de la naturaleza coqueta de la chica, Sergei le aborrecía y no encontraba ninguna diversión en flirtear con él. Ella había tanteado el terreno, por supuesto, coqueteando con él en el pasado. Solamente media hora fue lo que hizo falta para darse cuenta de que no quería tenerlo cerca. Aun así, aunque dejara claro que no estaba interesada, eso sólo hacía arder el interés de Sergei.

Usando su fuerza, obligó a la chica a meterse en un rincón donde no había tránsito de alumnos. La acorraló con una sonrisa que enseñaba sus colmillos y se acercó, haciendo mínimo el espacio personal de la chica

―Dime, ¿necesitas sexo de venganza? Podría auxiliarte con eso ―dijo, acercándose más con un bamboleo vanidoso.

―Bukhalov, dime, ¿esto ha funcionado con alguna bruja en tu vida? ―se burló Agatha, sosteniéndole la mirada y disponiéndose a alejarlo―. Prefiero ahogarme en mi propia sangre antes que acostarme contigo.

―Sabes que haríamos un buen par. Dejémonos de juegos.

Y sin más, la acercó a su cuerpo para besarla. El espacio tan pequeño entre ellos, no permitía que Agatha pudiera alejarse. Agatha sonrió, acercándose a él y haciéndolo creer que quería besarlo. Su intención no era esa, ya enarbolaba su varita de madera de arce en la mano, le apuntó al estómago de Sergei y sobre sus labios pronunció el hechizo. Un resplandor azul salió de ella, haciendo que Bukhalov desorbitara los ojos, la fuerza de la magia empujó al muchacho a través el pasillo, estrellándolo en la pared contraria a donde estaban.

―Mira lo que me hiciste hacer ―dijo Agatha, serena y girando la varita entre sus dedos―. No digas que no te lo advertí.

― ¿Te gusta el juego rudo? Vamos a jugar entonces ―Sergei se levantó con mucho esfuerzo y sacando su varita, apuntó a la castaña.

Un segundo brillo rojizo la cegó y el cuerpo de Bukhalov cayó de nuevo algunos metros en una dirección diferente, ésta vez petrificado. Agatha buscó el origen del hechizo con la mirada y Aleksandr tenía el ceño fruncido y una sonrisa en el rostro.

―Creo que ya descubrí lo que te pasa con Agatha, Bukhalov ―estableció Aleksandr articulando lentamente, poniendo una sonrisa maliciosa y burlona―. Tienes un fetiche de humillación. Por eso no dejas de humillarte a ti mismo. Se ha vuelto ridículo, amigo. Da las gracias que te inmovilicé, presiento que lo que Ag tenía en mente para ti no era tan cortés.

Sergei escuchaba todas las palabras, pero no podía responder. Yacía petrificado en el frío suelo. La búlgara ahogó una carcajada. Al acercarse a Aleksandr, la expresión del chico cambió por completo. Se tomó un segundo para asegurar que su amiga estuviera bien.

― ¿Todo bien?

―Sí. Lo de siempre, hoy me ofreció sexo de venganza ―comentó con una risa, correspondida por el rubio.

―¡Ten un poco de vergüenza, por Rasputín! ―le dijo Aleksandr a Sergei con tono de burla.

Agatha se acercó a Bukhalov tendido en el suelo y se puso de cuclillas junto a él.

―La próxima, no será un hechizo aturdidor. Por última vez, no estoy interesada en ti ―aclaró, fijándose en los ojos templados de su compañero de instituto. Tenía plasmada una expresión de pavor que le causó gracia―. Ten un buen día, Sergei.

Pasó por encima de él y se marchó por el pasillo.

Junto a Aleksandr bajó las escaleras de piedra y él la acompañó a entregar el trabajo escolar entre conversaciones sosegadas. Después de eso y de que Agatha fuera al dormitorio de Aleksandr a ayudarlo con su equipaje (del que no había arreglado nada), se adentraron en el comedor para el almuerzo.

Ese día de octubre los alumnos estaban reunidos en las mesas, jugando cartas y apostando dinero. El único tema de conversación era el Torneo, los que no habían sido seleccionados todavía intentaban convencer al director. Las especulaciones tampoco se hicieron esperar, se preguntaban quién de los seleccionados sería el que participaría. ¿Cuál sería el criterio para ser elegidos?

Las distintas apuestas resonaban en los oídos de Agatha: «Yo apuesto por Viktor» «Sergei ganaría» «Ivan es el ganador, no hay duda». Ninguno apostaba por ella, no era raro, obviamente, pero le seguía molestando que no le dieran el crédito que se merecía. Ella podría ganar, claro que sí. Era fuerte y era ingeniosa, sabría cómo superar las pruebas y estaba segura de que su educación poco ortodoxa le serviría como ventaja sobre los demás participantes.

Se quedó con la mirada perdida en un punto en el fondo del comedor e instintivamente empezó a tronarse los dedos. Mal hábito al que acudía cuando se sentía ansiosa. Quería que la eligieran a ella, quería probarse mucho más y quería que Karkarov no tuviera más opción que aceptarla como su campeona.

―Esta gente no sabe apostar. Han apostado más de mil veces de que si me elegirían a mí, yo sería el que moriría, ¿puedes creerlo? ¡Van a perder todo su dinero! ―Alek alzó la voz, dirigiéndose a todos los demás―. Supongo que están molestos porque ellos no fueron elegidos.

Ah, eso era otra cosa. La posibilidad de morirse. Eso le daba una tinta de terror al asunto. Claro, ella no le tenía miedo a morir, pero había peores cosas que morirse. Pero todo lo emocionante tenía que dar algo de miedo, si no, no sería emocionante.

―Yo apostaría por ti ―aseguró Aleksandr en un susurro―. Definitivamente. Digo, ¿Quién en su sano juicio apostaría por Sergei Bukhalov antes que por ti? ¡Quisiera que lo vieran tirado en el pasillo! ¿Ese es el campeón que quieren?

Agatha no reprimió su sonrisa.

━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━

1. Седни (Sedni): "Siéntate", en búlgaro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro