𝟐𝟗 ━ Más que amigable.
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MÁS QUE AMIGABLE
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➻ warning (advertencia): El siguiente capítulo contiene escenas de índole sexual, Si no es de tu agrado, recomiendo saltar dicha parte del capítulo. ES SPICY. Y recuerden, besties, el sexo siempre tiene que ser consentido.
Algunos minutos después del final del espectáculo de fuegos artificiales, Viktor Krum apareció dando pasos largos a través de la floresta. Lentamente se acercó hasta el trío sentado en los escalones que daban a la estructura de mármol. Aún carcajeaban por el arbusto hecho cenizas que, incluso después de apagado, seguía desprendiendo un fino hilo de humo. Fred Weasley fue el primero en darse cuenta de la presencia del hermano mayor de Agatha.
― ¡Eh, Vik! ¿Te gustaron los fuegos artificiales? ―preguntó cuando Viktor llegó hasta ellos.
Viktor se cruzó de brazos e ignorando a propósito al pelirrojo, miró directamente a Agatha.
― ¿Qué hiciste, Aggie? ―fue lo primero que dijo Viktor, admirando a su hermana con una mirada entrecerrada, divertida pero con una pizca de reproche.
― Yo no fui, fueron ellos, fue un regalo de cumpleaños. ¿Pudiste verlos? ―respondió su hermana con inocencia.
Viktor sonrió y suspiró sonoramente.
―Sí, estuvieron supremos, los vimos mientras escuchábamos a Vera decirle a todo el mundo que estabas teniendo un trío ―le alzó una ceja a los ingleses y una carcajada grave brotó de su garganta―. Díganme, ¿están teniendo sexo con Agatha?
―Sí, ahora mismo nos estamos dando un descanso, íbamos a empezar el segundo round ―aseguró Fred sin balbucear, poniendo una sonrisilla seductora.
― ¿No es obvio? ―dijo George con una risa.
No había duda de que Viktor estaba borracho porque empezó a reírse del comentario inapropiado de los gemelos sin poder contenerse. Al Viktor sobrio le hubiese causado gracia, pero no tanta y Agatha estaba segura de que les hubiese dado una advertencia.
A Agatha le divirtió los primeros indicios de la ebriedad de Viktor y no pudo evitar contagiarse de risa. Su plan de molestar a Vera había funcionado tal como pensaba, contaba con que Vera les dijera a los invitados de sus aventuras para quedar bien ella y demostrar que era mejor que su prima. Así era siempre.
― ¿Cuál fue la impresión colectiva, Vitya? ―preguntó Agatha.
― Miroslav le dijo «Bien por Agatha» y Clara dijo que mientras fuera consentido todo bien ―Viktor carcajeó de nuevo―. Mamá le dijo que si se iba a comportar así que se marchara. Además de contarle a todos que estabas follando con tus amigos dio otros comentarios envidiosos y negativos hacia ti y mamá no lo toleró. Vera entonces armó un escándalo diciendo que a ti te soportaban todo y que si se tratara de ella hubiese sido un drama y blablá. Una serie de eventos provocados por ti, sestrá.
― Yo soy un ángel, ella hizo eso sola ―se defendió Agatha con una sonrisa orgullosa seguida de una mueca―. Debo admitir que me siento algo mal por mi tío y por Stefan.
―Meh, mi tío estaba algo avergonzado pero se le pasó rápido y a Stefan le importó una mierda su escándalo. Ella le dijo que se marcharan y Stefan le dijo que no habían cortado aún el pastel y que se iba a quedar por el pastel. ¡Tenías que haber visto la cara de Vera! ¿Es que nunca se harán amigas?
Agatha sólo podía pensar en lo furiosa que estaría Vera, ella pensaba que todos iban a ponerse de su lado y que lograría que pensaran mal de Agatha y sucedió todo lo contrario e incluso peor porque a nadie le importó. Las acciones pensadas con malicia nunca terminan bien. Vera tenía que haber aprendido eso ya.
― ¡Nunca! ―gritó Agatha apretando los dientes―. A no ser que se arrastre a pedirme perdón por dieciocho años de desacuerdos y peleas.
― Entonces nunca ―suspiró Viktor―. Si esta relación de tres es real, Agatha, dímelo en la mañana cuando esté sobrio porque ahora mismo estoy demasiado ebrio como para dar una opinión realista y me parece una buena idea ―Agatha no pudo evitar reírse y asintió, Viktor ebrio era una de sus cosas favoritas―. Si ya terminaron de manosear a mi hermana, deberíamos ir a comer pastel. Quiero pastel.
Los gemelos y la chica estuvieron de acuerdo. George tomó la delantera y empezó a andar con Viktor, que se arrastraba dando tumbos colgado de él y se reía por cualquier cosa. Dos copas más y Viktor pasaría a full modo introspectivo.
Fred se quedó atrás para caminar junto a ella. Agatha se dio cuenta de lo callado que Fred estaba mientras iban avanzando. Ligeramente tenso, repetía esa manía de meterse en pulgar en la mano y apretarlo en su puño. No sabía qué debate le estaba recorriendo la cabeza. Esperaba que dijera algo pero permaneció en silencio. No un silencio placentero sino uno incómodo y sospechoso.
Entonces cuando ya no pudo soportarlo más, Agatha lo detuvo. Fred bajó la mirada hacia ella. Los ojos de la búlgara le escudriñaron la fisonomía con diligencia buscando vislumbres de lo que andaba mal.
― ¿Qué? ―preguntó el pelirrojo en voz baja, evitando la mirada penetrante de la chica frente a él.
―Eso te pregunto yo a ti ―respondió Agatha con una sonrisa cándida―. Estás extraño y me estresa.
―No estoy extraño, no pasa nada ―replicó el muchacho y la esquivó para seguir su camino.
―Dime ―exigió Agatha poniéndose frente a él de nuevo para obstaculizar su marcha. Le puso ambas manos en el torso para detenerlo y les hizo una seña a Viktor y George para que los dejaran, cosa que ellos no cuestionaron―. ¿Qué está mal?
―Nada, Agatha. No sé de qué hablas ―Fred se encogió de hombros.
Cuando la llamó Agatha de manera seria y no Aggie, empezó a sentirse inquieta.
Ella a veces pecaba de distraída y de no prestar atención a micro señales, por lo que se perdía de cosas evidentes a su alrededor. Excavando en su mente antes de que los recuerdos se le resbalaran, analizaba todo lo que había hecho diferente que pudo haberlo molestado. La obviedad le dio una brusca cachetada en el rostro y su conciencia la catalogó de estúpida.
―Oh ―susurró Agatha―. Es porque besé a George ¿verdad?
Fred fijó su mirada en ella nuevamente, ella inclinó ligeramente la cabeza para confirmar que de eso se trataba. Chasqueó la lengua y mostró una sonrisita burlona, lista para fastidiarlo sobre eso.
― ¿Sentiste algo cuando lo besaste a él? ―inquirió Fred, vacilante. Escucharlo preguntar eso de tal manera hizo que la sonrisa desapareciera.
Desde que terminó con Angelina, un sentimiento extraño no dejaba de invadir a Fred de vez en cuando. Era la primera vez que alguien le decía que prefería a George sobre él y la duda lo sacudía cuando menos se lo esperaba. Él era el gemelo más extrovertido y más irreverente. El que se quedaba con las chicas y el más seguro de sí mismo. Sin embargo, de alguna manera su ruptura con Angelina hizo que se replanteara muchas cosas.
Una inseguridad, que nunca había experimentado antes y que odiaba con fervor, se hacía presente cuando se planteaba que quizá con Agatha sucedería algo parecido. Lo de Angelina le había dolido más de lo que le hubiese gustado admitir y aunque intentara ponerlo detrás de él, su propia mente le traicionaba.
No deseaba ser reemplazado por Agatha.
No era culpa de Agatha, ella era así de impulsiva, justo como él. Por no mencionar, Fred no le había dicho nada de lo de Angelina, por lo que no podía saber lo que eso desencadenó en él.
―Sí ―contestó Agatha. La instantánea preocupación apareció en él―. La lengua de George en mi laringe.
Agatha rió dulcemente. Sus delgados dedos viajaron por la cabellera anaranjada de Fred con cariño y le puso una de sus manos en la mejilla. Fred puso su mano encima y besó la palma de Agatha.
―Aparte de eso no sentí nada ―aseguró Agatha, haciendo círculos invisibles con sus dedos mientras hablaba―. Ningún cosquilleo, ni revoloteo en mi estómago, ni que el suelo bajo mis pies desaparecía. Me parece horrible que hayas arruinado para mí el besar a alguien más.
―Ag, yo no quiero ser...―comenzó Fred con una sonrisa débil posada en su boca. Quería decirle lo que había pasado con Angelina, pero no quería que ella supiera que se sentía así. Tampoco quería arruinarlo hablando de su ex―. No sé porqué pregunté eso, olvídalo, es estúpido. Ya pasó.
Agatha sabía que Fred era celoso, en la justa medida que a ella le gustaba. Sin embargo, su actitud en ese momento era distinta a cuando estaba celoso de Anton. No estaba irritado, estaba inseguro y ella podía leerlo como un libro abierto. Quería que le explicara qué era exactamente lo que estaba sintiendo para poder entenderlo mejor.
Tenía que admitir que no había tomado los sentimientos de Fred en consideración cuando los besó frente a Vera. No fue planificado y su único fin era meterse con su prima malvada, no preocupar a Fred. No creía que se fuera a molestar, al final del día, su relación aún no era formal y creía que era claro que no sentía absolutamente nada por su gemelo. Pero quizá lo que ella veía tan cristalino estaba nublado para él.
―Pudiste solo imaginar que te estaba besando a ti, como si tuvieras una experiencia extracorporal ―bromeó la castaña y Fred se rió entre dientes. Ella siguió acariciándolo para pacificarlo―. Lamento haberte hecho sentir así, a veces la parte de mi que es desconsiderada es incapaz de tomarse un mísero segundo para pensar en los demás. No siento nada por George y si de algo sirve, entre tú y yo, no besa tan bien como lo haces tú.
Fred se acercó y la besó en la mejilla. Cada segundo que pasaba con Agatha sus sentimientos hacia ella iban en aumento, estaba totalmente encaprichado y casi enfadado que fuera así. Ninguna chica lo había logrado, nadie lo había hecho encapricharse de esa forma en el pasado. Lo peor de todo el asunto era no saber a dónde los llevaría esa amistad, eran muy hipócritas al llamarla así, pero no importaba. Todo lo que él quería era tener a Agatha cerca y besarla, no importaba si no tenía nombre.
Algo tenía que admitir, no quería que nadie más lo hiciera. Pero eso ya lo descubriría más adelante.
―No te disculpes y eso ya lo sabía, obviamente ―Fred volvió a su actitud presumida de siempre e hizo un gesto de superioridad, sacudiendo tierra inexistente de su hombro.
―Qué bueno que lo sepas, pero te lo recordaré cada vez que pueda ―Agatha juntó sus labios con los de él, robándole un beso. Cuando se separó asintió con la cabeza―. No existe comparación alguna.
Fred exhibió una sonrisa altiva y presionó sus labios contra los de Agatha.
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― ¿Saben qué deberíamos hacer? ―sugirió un embriagado Lev, mirando con demasiada atención el tenedor dorado que sostenía con su mano derecha. Con la otra sostenía un plato con un trozo de pastel―. Subir en mi auto e irnos a Nesebar.
La sugerencia no tenía nada que ver con la conversación que estaban llevando, por lo que Pyotr soltó una risotada y empujó con la pierna la silla de su compañero de equipo. Lev casi pega el rostro en el suelo, pero Agatha evitó que se cayera prestando su brazo de apoyo. Lev se las arregló para mantener el equilibrio a pesar de su vista triple y de que el suelo debajo de él parecía hecho de gelatina.
Los jóvenes se encontraban observando el cielo nocturno en la mesa de naipes explosivos, hartandose de pastel y de su empalagoso glaseado de chocolate.
― ¿Para qué, Zograf? ―preguntó una exasperada Clara empujando a Miroslav para evitar que le robara un pedazo de postre.
―Para amanecer en la playa y ya. Si empezamos a conducir ahora llegamos antes del amanecer. A medio camino hay un lugar de comida nemagicheski asquerosamente grasosa y deliciosa, del tipo que Dimitrov no nos va a dejar comer en temporada. Quiero comer tantas hambugosas, ¿Hamborgussa? ¿Cómo se dice? ¿Hamburgolias?
La lucha de Lev con sus propias palabras era hilarante.
― ¿Por qué hay que conducir? Podríamos aparecernos allá ―expuso Viktor con aire pensativo.
―Por la aventura, hermano. Por eso me compré un auto, es la experiencia lo que importa ―meditó Lev―. Vamos todos. Los novios de Agatha para que absorban energía búlgara, los primos, tus padres. Mûnich, el elfo doméstico, también. Voy a enviarle un patronus a mi ex novia para que nos acompañe. ¡Llamemos a Vasily!
Lev se levantó tambaleándose. Le lanzó el plato vacío a Pyotr y empezó a tocarse todo el cuerpo en busca de su varita. No la sentía en ninguna parte.
―Sienta tu trasero, Lev. Tu varita la tengo yo ―Iglika se levantó y forzó a un Lev rezongón a sentarse―. No cabemos todos en tu auto y no puedes conducir borracho. Sabes que por eso te arrestan, ¿no? Nadie quiere acabar en la cárcel nemagicheski.
―Un hechizo y el auto se conduce solo, genio. Y otro hechizo de agrandamiento y en el auto cabemos todos ¿somos magos o no? Dame mi varita, mujer ―replicó Lev, enojado porque lo desarmaron como a un niño.
―Le agradecerás en la mañana de que no te haya dejado contactar a la harpía de tu ex, Zograf ―se burló Pyotr, lanzándole el plato en la cara y chocando los cinco con Iglika.
Lev hizo un gesto obsceno con el dedo medio de las dos manos.
―No fue una idea terrible ―agració Stefan con una sonrisa, metiéndose el tenedor en la boca―. Podríamos ir y quedarnos en la casa de playa de la familia. Claro, un día donde no tengamos más rakia que sangre recorriendo nuestro cuerpo.
―Se escucha muy bien ―se emocionó Agatha―, es una lástima que «mis novios» solo se quedarán dos días.
Fred y George, que se sentaban a cada lado de Agatha, se dedicaron una mirada culpable. Todavía no se armaban de valor para comentar que tendrían que irse en la mañana. Fred articuló un «Yo lo haré» hacia su hermano y George asintió.
El grupo de adultos que todavía quedaba en la fiesta fumaban pipas y reían mucho más formales a varios metros lejos de ellos.
Agatha no lo sabía, pero sus padres, susurrando entre ellos, intercambiaban opiniones e impresiones de Fred. Dobromir Krum dijo que necesitaba conocerlo más a fondo y descubrir cuáles eran sus intenciones con Agatha, pero aceptaba que tenía buen gusto musical ya que más temprano tuvieron un buen debate sobre bandas mágicas y sobre Bon Jovi y Los Beatles. Otra cosa que le agradó del muchacho era que no era un adulador y le corrigió en varias oportunidades su pronunciación de ciertas palabras en inglés. Eso le había sumado puntos a Fred con el patriarca de los Krum.
Natalya, por otro lado, estaba fascinada por Fred Weasley y creía tener un poco más de información gracias a su estrellario. Inclusive estaba comentando con su marido que le gustaría tenerlo en la cena navideña. Sus puntos de vistas eran refrescantes para ella y le parecía que combinaba perfectamente con su hija.
―Todo será cuestión de Agatha, mi vida ―le respondió Dobromir dándole una calada a su pipa de madera.
―Lo sé, Dobrushka, pero se ven formidables juntos. Como zares. Tan diferentes y a la vez complementarios. Se parecen a nosotros cuando empezamos a salir ―sonrió Natalya, bebiendo de su copa y observando desde la distancia a su hija apoyar la cabeza en el hombro del chico y éste rodeándola con un brazo mientras reían al compás de algo que ella no podía escuchar.
―Puedo ver lo que dices ―Dobromir se unió a la mirada de su esposa para analizar la escena. Su entrecejo se frunció―, es muy audaz al estar así de cerca de Agatha sin hacerlo oficial. ¿Crees que sea de fiar?
―Confío en nuestra hija, siempre es excepcional para leer a las personas. Y siendo totalmente honesta, amor, no me molestaría que terminaran juntos.
―Zhanna no pensaría lo mismo.
―Claro que no ―Natalya se rio al visualizar la situación hipotética en su mente―. A mi madre no le haría gracia que Agafya estuviera con un inglés, pero siento que aprendería a llevarse bien con él.
―Él todavía tiene mucho que probarnos, no podemos encariñarnos aún. Solo el tiempo lo dirá, Natasha.
―El tiempo y Agafya ―dijo Natalya mirando al hombre con complicidad, él rodó los ojos reprimiendo una sonrisa y le besó los nudillos a su esposa. Natalya se aclaró la garganta y elevó la voz para que los jóvenes sentados lejos de ella la oyeran― Chicos, ¿todos tienen pastel allá? ¿Alguien quiere otro trozo? ¿Chico estr...digo, Fred? ¿George?
―Gracias, señora Krum, estamos bien ―dijeron Fred y George al mismo tiempo.
―Bien, lo que quieran no duden en preguntar. Mi casa está abierta para ustedes ―Natalya Krum les devolvió la sonrisa y soltó un suspiro fastidiado al ver al más borracho del grupo―. Lev, cariño, deja de lamer el aire. Eres una vergüenza para mí y para tu familia búlgara.
Mientras la velada continuaba, Fred oía con atención a Agatha parlotear sobre diferentes tópicos. Su acento se escuchaba mucho más marcado, por lo que le era complicado entenderla, además que ella incorporaba palabras en búlgaro y ruso mientras hablaba. Seguramente se debía a que ella no había hablado inglés hasta la llegada de Fred.
Charlaba con Svetlana, Clara, Stefan y Miroslav sobre el itinerario que tenía preparado para ellos. Podía percibir lo emocionada que estaba y el esmero que le había puesto, le dolía tener que destruir sus ilusiones. Quería quedarse, Merlín sabía que no quería nada más, pero sabía que no podía hacerlo. De por sí se había robado ese momento con ella.
Después de un rato largo, Fred se inclinó para hablarle al oído cuando los demás estaban distraídos.
―Me vendría bien otra porción de pastel. ¿Me acompañas?
―Seguro ―contestó la búlgara con una mirada de lado.
Pudieron marcharse juntos sin mayor escándalo cuando los demás estaban demasiados enfrascados en una intensa partida de naipes explosivos. Entraron a la tienda vacía. Lo que quedaba de pastel estaba en una mesa de vidrio a la derecha de la mesa de los niños, los bordes llenos de migas y las dieciocho velas que Agatha sopló más temprano hacían un pequeño montón en una esquina. Fred no estaba interesado en comer más pastel, lo cual fue obvio para Agatha cuando dejó el plato y el tenedor en la mesa.
―No tenías que mentir diciendo que querías más pastel, solo tenías que decir «Aggie, ya no quiero seguir perdiendo en los naipes, larguémonos de la fiesta» con tu tierno inglés y te llevaba a conocer la casa ―dijo Agatha divertida dándole la espalda a Fred.
―Tengo que decirte algo, debí haberlo hecho apenas llegué ―exhaló Fred con culpabilidad y sin dejarse desconcertar por lo corta de la falda de Agatha cuando se estiró para alcanzar una cereza en almíbar del otro lado de la mesa.
― Mañana haremos tantas cosas ―exclamó Agatha con entusiasmo metiéndose la cereza en la boca y halando el tallo para desecharlo. Giró sobre sus talones para encarar a Fred―, primero nos levantaremos muy temprano porque tenemos que aprovechar el día. Empezaremos con el desayuno, estoy segura que lo amarás. ¡Oh! Iremos al bulevar en el centro, hay un goblin que vive ahí que si le das una moneda te concede un deseo, es muy gracioso porque nunca te da realmente lo que quieres. Traté de organizar todo lo que quería hacer contigo en dos días, Dios, es terriblemente poco. Pero lo bueno es que te quedarán ganas de volver a visitar...
Fred estaba demasiado perdido en el movimiento de la boca de Agatha y en cómo pronunciaba las palabras y en su acento y en el escote de su vestido que lo desviaba de su objetivo de sincerarse.
―No creo que podamos hacer todo eso ―soltó él por fin, controlando los impulsos de tocarla. Primero tenía que decirle la verdad―. Me tengo que ir mañana.
―¡Por fin lo dices! Lo sé, idiota ―dijo Agatha con tranquilidad.
― Disculpa, ¿Cómo que lo sabes? ¿Te dijo George? ― Fred la observó cruzarse de brazos completamente impasible.
―No, lo adiviné por mí misma, aunque creí que sería esta misma noche. No me fue muy difícil adivinar que algo está pasando en Inglaterra sobre tú-sabes-quien. Por eso tu madre está tan alterada y dudosa en dejarte venir. Por algo atacaron a Harry. Me gustaría pensar que es que no puedes decírmelo y no en que no quieres hacerlo ― Fred no dijo nada. No iba a mentirle y prefería quedarse callado. Tampoco quería que ella tuviera algún conocimiento que la pudiera herir. Agatha suspiró―. Estás a salvo aquí, tú y George, ojalá tu madre supiera eso. Sabes que podemos ayudar, ¿verdad? Mi familia podría ser de asistencia. Todos aquí, los Krum, los Kuznetzov, incluso la familia de Aleksandr.
―Lo sé, Aggie. No tienes que preocuparte por nada. No hoy, por lo menos ―sonrió Fred y le besó la frente―. Sé que estoy a salvo y quiero que sepas que no hay nada que quiera más que quedarme aquí contigo.
—Ojalá fuera tan fácil poder pedirte que te quedes —dijo Agatha con pesar, levantó el rostro para mirarlo y sonrió con amargura—. Las cosas solo se pondrán peor, ¿no?
—Esperemos que no, tengo un negocio que empezar y si el mundo se va a la mierda no será bueno para las ventas —bromeó Fred, sacándole una risa a la chica. La acarició pasando sus manos desde sus hombros hasta su cintura—. Pero hay que ver el lado positivo aquí.
—No lo veo, ¿cuál es el lado positivo? —preguntó Agatha, poniéndose de puntillas y envolviendo sus brazos en el cuello del inglés.
—Apenas es como las una y algo de la madrugada, estoy contigo y me tienes a tu disposición —explicó Fred empezando a depositar besos en la mejilla de Agatha y bajando con cuidado —. Y haré lo que quieras ahora, podemos ir al bulevar a ver a ese goblin estafador o podemos recorrer un museo o lanzarnos de una cascada. Pídelo y lo haremos.
—Bueno, si lo pones así, solo hay una cosa que quiero hacer.
—¿Y qué es eso, Krum? —preguntó Fred con voz seductora.
—Ser una buena anfitriona y enseñarte dónde vas a dormir —respondió Agatha con una sonrisa problemática.
Fred tenía una pista de lo que se trataba y la acercó con una sola mano.
—Llévame a donde tú quieras.
La acercó para besarla, pero Agatha se alejó antes de que lo hiciera y Fred gruñó fastidiado lo que hizo que ella riera. Agatha estiró la mano para que él la tomara y Fred obedeció, dejándose guiar. Salieron por la parte de atrás hacia la casa, alejándose de la fiesta y de los invitados con rapidez.
Atravesaron el jardín para llegar al edificio secundario de la residencia Krum, la casa de invitados. Era una edificación más modesta que la principal pero igual de hermosa. Allí solían quedarse sus primos, pero ese día estaba destinada para Fred y George. Agatha se adelantó al pelirrojo y, llena de vergüenza, dio un par de patadas sobre el tapete con un ritmo peculiar y giró el picaporte. Fred elevó una de sus cejas y se le salió una risita.
—¿Qué fue eso? —indagó el inglés, haciendo que Agatha se sintiera aún más avergonzada.
—Una broma de mi padre, creyó muy gracioso crear una contraseña para abrir la puerta. Fue para fastidiar mi tío Andrey cada vez que venía a visitar. Ellos no se llevan muy bien —explicó Agatha con una sonrisa avergonzada.
—Es genial. Suena como algo que George y yo le haríamos a Ron —se maravilló Fred.
—No sean crueles con Ron, es un bebé —sonrió Agatha, recordando lo fácil que se ponía nervioso el chico menor de los Weasley—. Adelante, Weasley.
La casa de invitados era independiente y tenía su propia sala de estar, cocina y comedor. Copiando el tema principal de toda la propiedad, esa cabaña también estaba infestada de plantas verdes en cada esquina y diseño de interior de buen gusto, siguiendo el estilo mediterráneo. A veces Stefan se quedaba ahí por trabajo y Agatha recordaba que Dimitri vivió ahí un tiempo cuando tuvo una fuerte discusión con su esposa Maya antes de casarse.
—Te dije que no hacía falta una posada, aquí cabría toda tu familia si algún día vinieran a visitar —anunció ella, enseñando la casa como si fuera una agente inmobiliaria.
—¿Tú familia se quedará aquí también ? —preguntó Fred.
—No, no hoy. Mi madre les pidió que se quedaran en la casa principal. Aunque si mi primo mayor Dimitri hubiese venido, se hubiera quedado aquí. Le gusta mucho este lugar. Creo que él y su esposa engendraron a su hija en esta casa, no puedo probarlo pero estoy segura de que es así —dijo Agatha con voz divertida. Fred soltó una risa.
—Puedo ver porqué le gusta tanto el lugar —dijo Fred—. Es bonito, me gusta también.
—Apuesto a que estás cansado por el viaje y eso, ¿quieres que te enseñe tu habitación? Mi madre se aseguró de que la tuya y la de George estuvieran impecables para la visita —sugirió una sonriente Agatha.
—Suena bien.
Agatha sonrió de nuevo y empezó a caminar por el pasillo principal hasta dar con una puerta de madera. Abrió la puerta y le cedió el paso a Fred.
La habitación combinaba con el resto de la casa, con una pulcritud remarcable que la hacía parecer una habitación de un hotel en Grecia. Con un techo alto y abovedado y ventanas amplias que hacen obvio el hecho que no estaban en Grecia, ya que la vista era al ala oeste de la casa principal con las montañas oscuras de fondo. Lo más resaltable era el hermoso mosaico mágico en la pared más grande que se movía y mostraba olas de mar. Su lecho era una cama con dosel moderno y una sábana color arena de tejido natural. El bolso de lona de viaje de Fred reposaba en el suelo frente a la misma.
Fred se quedó contemplando el movimiento constante y relajante del mosaico y se volteó para ver a Agatha. Ella lo contemplaba a él familiarizarse con la habitación recargada en el marco de la puerta.
—¿Te gusta? —preguntó ella.
Fred la miró de arriba abajo sin ninguna moderación. El vestido azul de Agatha era su perdición. Tan corto y tan ajustado a su figura que no entendía cómo era posible que él no se hubiese babeado encima en la fiesta cada vez que la miraba.
—Es de mala educación quedarse mirando —dijo Agatha mostrando su dentadura perlada en una sonrisa—. Eres un grosero, ¿qué tienes que decir en tu defensa?
—Ese vestido me va a matar, mejor dicho, tú me vas a matar —atinó a decir el pelirrojo, totalmente hipnotizado. Recorrió con su mirada las bien formadas piernas de la chica.
Agatha emitió una risa meliflua.
—¿Sabes? Es una historia graciosa —dijo Agatha, su voz aterciopelada enunciando bien las palabras—. Sólo me lo compré para que tú me lo quitaras.
Fred no le creyó a sus propios oídos cuando la escuchó decir aquello. Su mente quedó el blanco y solo pudo parpadear incrédulo. Su temperatura corporal subiendo sin control le daba una sensación de fiebre. Procedió con cautela, esperando que Agatha estallara en risas y se burlara de él diciéndole que era una broma.
Pero no lo hizo.
—Ag...
—Frred, todo se pone más incierto cada segundo que pasa. Y como lo dijiste tú, hay que enfocarnos en lo positivo y en aprovechar el hoy —dijo Agatha con una voz celestial y esa mirada parecida a mares revoltosos que Fred nunca iba a poder resistir.
El corazón de Agatha palpitaba con anhelo, anticipación e inquietud. Las manos de Fred estaban dubitativas, analizando la situación que se avecinaba, casi demasiado buena para ser verdad. Dio pasos lentos hacia él y se sacó la varita del bolsillo del vestido. Antes de continuar y para asegurarse de que nadie los fuera a interrumpir, lanzó tres hechizos no verbales hacia la puerta y las ventanas. Uno silenciador, otro para que nadie pudiera abrir la puerta y el tercero para cerrar las persianas. Los objetos le obedecieron a su magia y Agatha dejó la varita sobre la cómoda.
—Me gustaría ser un poco más que amigable contigo, si eso te parece bien —susurró ella, pidiendo permiso para hacerle perder la cabeza por algunas horas.
—Eso me parece más que bien —Agatha no necesitaba hacer nada más porque Fred ya la había perdido.
Agatha sonrió y con brusquedad acercó al pelirrojo por su cinturón, justo como él le había advertido que no lo hiciera.
Y Fred ya no se pudo contener más.
Con una agilidad tremenda, Fred alzó a Agatha uniendo sus labios con delirio. La ferocidad del beso aumentó con una decidida Agatha halando a Fred del cuello de la camisa. Amaba como le quedaba esa camisa borgoña, pero quería deshacerse de ella. Su respiración pesada resultaba en jadeos inquietos de parte de ambos.
A tientas, totalmente consumido por el sabor de su compañera, Fred se sentó en el borde de la cama, sentando a Agatha a horcajadas en su regazo. Ella empezó a sentir los primeros indicios de que los estímulos que ella ejercía sobre Fred estaban teniendo resultado. Su miembro empezaba a empalmarse dentro de su pantalón y rozarla por encima de las bragas. La sensación caliente de la fricción la hacía ver desdibujado.
Fred se separó violentamente, privando a Agatha de sus besos por un segundo para aclarar las cosas.
—Ah, Ag, espera, ¿estás segura? —preguntó entre jadeos, la sostuvo de la cadera y la miró, estaba sonrojada y se veía magnífica en su intención de regular la respiración.
—Da, ¿tú?
—Joder, sí.
Agatha rió y volvió a la acción. Fred maldijo al sentir los labios suaves de Agatha besarle el cuello. Entonces, una duda se fundó en la cabeza de ella que la hizo detenerse y echarse para atrás para preguntar.
—Fred, ¿eres debyutantka¹?
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—No recuerdo como se dice en inglés, así le decimos Alek y yo a la gente que no ha... tú sabes.
—¿Quieres decir «virgen»? —Fred no pudo evitar reírse ante la pregunta—. No, no lo soy. ¿Lo eres tú? —La búlgara negó con la cabeza—, genial, entonces esto será mucho mejor.
Fred y Agatha sonrieron mientras reanudaban el beso. Ahora con sus dudas resueltas, solo les quedaba divertirse.
Fred se acomodó mejor en la cama para que Agatha estuviera más cómoda. Las manos de Agatha se movieron con avidez con el propósito de deshacerse de la camisa de Fred lo antes posible. Lo liberó de la tela y la arrojó sin cuidado a dónde cayera. Las caricias de la búlgara eran abrasivas en la piel del inglés y como si sus dedos fueran carámbanos congelados lo encendía y lo quemaba con cada movimiento.
Agatha devolvía el beso con su vehemencia característica, queriendo devorarlo. Enredó su mano en el cabello de él cuando Fred empezó a besarle el cuello. Lentamente y cuidadosamente. Los gemidos se deslizaban de sus labios carnosos.
—Entonces, compraste este hermoso vestido para que yo te lo quitara ¿no? —murmuró Fred entre la piel de Agatha—. ¿Te lo quitara o te lo arrancara?
—Mierda, lo que sea.
—Eres muy impaciente, Krum. Creo que me voy a tomar mi tiempo contigo.
Agatha refunfuñó ante el comentario. Fred siguió con su labor, dejando marcas y mordidas en la sedosa piel de la chica, mientras su labios bajaban cada vez más, explorando sus clavículas y el valle de sus senos descubiertos por su escote.
Agatha se movía rítmica encima de su erección y cada vez se hacía más difícil mantenerse callado. Era un juego con el que peleaban dominancia.
Fred contraatacó, tomándola por sorpresa al meter ambas manos varoniles debajo de su falda, apretándole el trasero. Sonrió al escuchar la mala palabra en búlgaro que había salido de los labios de Agatha. Las uñas largas de Agatha le arañaron la espalda y los hombros pecosos y descubiertos, mientras que se hundía sobre él para mantener el contacto de sus entrepiernas.
Agatha lo miró fijamente con las pupilas dilatadas. Las manos gigantes subieron y ahora luchaban por abrir cada uno de los botones delanteros del vestido azul que desnudarían a la castaña. Verlo tomarse su tiempo con los botones, uno por uno, era una tortura exquisita. Fred sonreía ampliamente, disfrutando a plenitud la visión de los pechos de la chica exponerse frente a él y de la sed que estaba provocando en ella. No escatimaba los besos en la piel que iba poco a poco desnudando.
Rápidamente no hubo nada que sostuviera la prenda al cuerpo de Agatha y Fred la deslizó hasta dejarla caer. Se lamió los labios al ver el sujetador de la chica, negro como la noche y con detalles plateados, su bragas haciendo un lindo conjunto.
—¿Disfrutas la vista? —preguntó ella con una sonrisa soberbia y voz entrecortada.
Fred respondió con una sonrisa de lado y volviendo a besarla.
Entonces Agatha se separó y se puso de pie. Se quitó los zapatos y Fred ni siquiera se quejó de que ella se levantó, ya que así podía admirar su cuerpo.
Era la primera vez que la veía semidesnuda. Bueno, en la vida real, ya que soñó con esa visión más de una vez. Un sueño mojado quedaba corto. Sabía que tenía un buen cuerpo y unas curvas espectaculares. Era de esperarse. Agatha era atleta y entrenar diez horas casi todos los días desde que tienes ocho años le hace algo a tu cuerpo. Él sabía de eso, ya que su propio abdomen se había marcado así, de sus años siendo golpeador. Pero el cuerpo de Agatha era extraordinariamente sensual. La extensión de su piel suave era preciosa y pequeñas cicatrices la adornaban, la más grande en lo alto de su pierna derecha.
Agatha también estaba disfrutando del paisaje. El torso hercúleo con pecas dibujadas del muchacho era digno de poner en un museo. Era más que obvia la necesidad de Fred, traducida en un bulto doloroso en sus pantalones. Se mordió el labio, apenas se daba una idea de la longitud. Siendo ella misma, empujó al pelirrojo a la cama esponjosa. Ella lo montó, volviendo a ejercer presión sobre su erección y con sus labios empezó a apropiarse de la piel del pelirrojo. Desde su mejilla, bajando por su marcada mandíbula hasta su cuello dejaba un rastro de besos calientes y mordidas de las que no podría librarse en días. Fred estaba perdido en el paraíso y en caricias divinas llenas de devoción, amor y deseo.
Entonces la parte demoníaca de Agatha hizo acto de presencia. Una de sus manos se deslizó por todo el abdomen de él hasta su miembro, subiendo y bajando por encima del tejido acariciando toda su longitud. Fred echó la cabeza hacia atrás con violencia.
—Mierda, Ag —pronunció él con voz entrecortada.
Agatha estaba ganando esa batalla en la guerra por la dominancia dado que Fred estaba hecho un lío. Ella siseó con cariño para acallarlo.
—¿Te gusta esto? —masculló ella, sin detener la excitante caricia. Fred respondió con una maldición y ella sonrió. Lo estaba atormentando con su toque. El grosor del muchacho cada vez dolía más.
Agatha se apiadó de él, iniciando el trabajo de quitarle el pantalón. Le abrió el cinturón de cuero y desabotonó la prenda, regañando las manos inquietas de Fred que pretendían acelerar el proceso. Fred ayudó a quitárselo por completo y lo arrojó lejos con su pierna junto a sus zapatos. Abrió sus ojos avellanas para admirar a Agatha encima de él.
—¿Te gusta estar arriba, Krum? —quiso saber Fred con tono burlón, mordiendo su labio y deleitándose con la mano de Agatha sintiéndolo. Agatha soltó una risa seductora.
Fred la acercó con cuidado para besarla de nuevo, sus manos le acariciaron la espalda para intentar abrir el broche del sujetador. No importaba cuántos brasieres él había abierto ya, siempre le era dificultoso. Él sí aceptó la ayuda que Agatha le brindó para terminar de abrir y de liberar sus senos. Los adoró al instante, apretándolos y besándolos con decisión. Tenían un tamaño ideal para él. Los gemidos salían sin pudor de los labios de Agatha, acariciandole el cabello a Fred mientras él se enterraba en su busto.
Después de ocupar varios minutos en el jugueteo, Fred alzó a Agatha de encima de él y la apresó contra el colchón, poniéndose ahora él encima. Con un aire de enamoramiento, sonrió como un tonto mirando a la chica frente a él. Agatha Krum era su chica perfecta y la felicidad de estar con ella de aquella manera no le cabía en el pecho. Sus hormonas estaban por el cielo, nublando su cordura y bombardeando sus sentidos con ella.
Ahora le tocaba a él jugar un poco con ella. Su mano masculina hizo su camino hasta su sexo. Sintió su centro por encima de una tela empapada por el deseo. Agatha cerró los ojos y soltó un nuevo quejido. Se sentía muy bien. Fred se rió por debajo del aliento.
—¿Qué? —gimió Agatha, la caricia de Fred sobre sus bragas era para morirse.
—Snegúrochka, te has vuelto un estanque por mí —susurró Fred con una sonrisa triunfal. Agatha soltó un grito ahogado escuchando como él retorcía la tierna historia de su infancia, excitándola muchísimo.
—Eres el peor —protestó Agatha, disfrutando la estimulación ininterrumpida de los dedos del chico.
Fred y Agatha se rieron. Fred siguió ejerciendo presión sobre su centro y deslizó uno de sus dedos dentro de ella. Agatha gimió y echó su cabeza hacia atrás.
—¿Se siente bien? —preguntó Fred, repartiendo y humedeciendo toda su piel y ella, con los ojos cerrados, asintió de placer. Él siguió complaciéndola y utilizando su pulgar para hacer círculos en su punto más sensible.
Fred Weasley iba a hacer que perdiera la cabeza, estaba completamente fuera de sí, siendo controlada solo por sus impulsos y deseos más profundos. No estaba nerviosa ni incómoda, era como si estuviera destinada a ser tocada y amada de esa manera por él. Era natural y encajaban a la perfección. Sus dedos bailaban en su interior, llevándola cerca del clímax y sus besos eran precisos y dulces.
—Aggie, dime qué quieres —demandó el inglés hablando en el oído de la chica. Él también jadeaba—. Dime qué quieres, por favor.
—Te quiero a ti —gimoteó Agatha abriendo los faros intensos de sus ojos—. Solamente a ti.
El estado en que tenía a la búlgara lo excitaba de sobremanera. Se miraron a los ojos. Otra vez, mar y tierra combatiendo e intercambiando promesas y deseos que no se podían medir o explicar con palabras. Todo ese amor contenido que se estaba desarrollando dentro de ellos por el otro era ineludible. No hacía falta que hablaran, porque sus sentimientos eran tan apasionados que se escuchaban en el silencio.
Todo los había llevado a eso, los momentos robados en los pasillos en Hogwarts, los besos secretos cuando nadie los miraba, las risas y las bromas, y los sueños sobre Fred plasmados en su diario. Habían creado una forma en su interior y en su piel que no podía satisfacerse con nadie más sino con el otro. Fred hacía que Agatha se soltara. Qué dejara ir sus inseguridades y dudas. Porque no dudaba cuando estaba con él.
Fred estaba intoxicado, no hacía falta traducir. Él sabía qué significaba, porque él deseaba exactamente lo mismo. Deslizó su mano hasta el elástico de la ropa interior de Agatha y se lo quitó de un solo tirón, arrojándolo en la mesa de noche. Ya totalmente expuesta ante él, sus dedos volvieron a acariciar su sexo, haciéndola gemir.
Agatha hizo lo propio y eliminó el boxer del gemelo de la ecuación, liberando la pulsante erección que se alzaba vigorosa hasta su estómago. La boca de Agatha salivó y lo acarició con su mano. Ya no podía aguantar más, tenía que tenerlo.
—¿Estás segura? —volvió a asegurarse Fred antes de llegar hasta el final.
—Da, no puedo más —se quejó Agatha, sin poder quitar los ojos de su virilidad.
—Vale, seré muy cuidadoso contigo, zarina —murmuró Fred besando a la chica en la barbilla y cuello.
Fred tomó su miembro con una de sus manos y la subió y la bajó para prepararlo para entrar en la búlgara. Le acercó la otra a la boca de Agatha, quien entendió de inmediato y lamió los dedos que él ofrecía. Fred gruñó y acarició la feminidad de Agatha con los dedos húmedos. Se acomodó en su entrada y con cuidado, como si temiera herirla con su tamaño, fue introduciéndose poco a poco.
Ambos se estremecieron ante el más íntimo contacto. Acostumbrándose a tal placentera sensación que los hacía gemir, Fred empezó a moverse dentro de ella. Era maravilloso y superaba cualquier expectativa. Estaban siendo guiados divinamente por todos los Erotes, diseñando el vaivén perfecto para ambos. Entre besos vehementes, bailaban acompasados, su música era gemidos y gruñidos sin medir volumen, solo concentrados en su pareja. Fred se desvivía al escuchar a Agatha gemir su nombre con su maldito acento. Un maldito acento que amaba.
Ella con su dientes marcaba territorio sobre los hombros de él, deleitándose con los rugidos de Fred. Sentirlo dentro de ella era una experiencia religiosa que la llevaba al cielo y de vuelta. Justo como se imaginó que sería. Él sabía exactamente lo que hacía, balanceando adentro y afuera, llenándola completamente. El placer que estaba experimentando estaba fuera de este mundo. Los murmullos en su oído de parte de él que le recordaban lo hermosa que era y lo perfecta que le parecía, la hacían sentir mariposas en el estómago.
Fred no pudo ocultar su sorpresa cuando ella le dirigió la mano que estaba jugando con su pecho hasta su cuello y le indicó con la mirada lo que quería. Fred envolvió el cuello de la búlgara con su mano, cumpliendo la fantasía que rondaba la mente de Agatha cada vez que pensaba en las manos del muchacho.
Las embestidas hábiles del británico aceleraban el paso y lo disminuían para experimentarla en su totalidad. Estaba tan enamorado de ella que era ridículo. Todo iba más allá de lo carnal. Ella era esta fuerza destructora que se llevaba todo a su paso y que lo hacía sentir cosas descomunales. Y de alguna manera la tenía para él sólo, en ese momento era suya.
Agatha cambió de posición e incitó a Fred a sentarse, que en el estado en el que estaba, no oponía resistencia. La castaña se ubicó sobre él, sentándose en su virilidad y montándolo con cuidado. Esta vez, ella tenía el control de la circunstancia. Apoyándose en sus anchos hombros, daba pequeños saltos y movía las caderas. Fred la sostenía con los brazos alrededor de su cintura, besando sus senos. Fred también soltaba gemidos graves, lo que a Agatha le encantaba. Agatha contemplaba los encendidos ojos avellanas que no quitaban la mirada de ella. Ese dios hermoso frente a ella que la llevaba al mismísimo cosmos y le mostraba un gozo divino, que la hacía tan feliz y que estaba enamorado de ella.
Luego de un rato y en armonía, cómo había sido toda la velada, llegaron a la cima de la tierra prometida. Viniéndose al mismo tiempo entre gritos gloriosos. Agatha sintió un choque eléctrico por toda su espina que le anunciaba el orgasmo.
Fred aún dentro de Agatha, recuperando el aliento, soltó una risa entrecortada.
—Esto fue demasiado amigable, me parece —bromeó con una sonrisa, besándola en los labios y apoyó su frente en la de de ella. Agatha también se rió—, ya no podemos defender que solo somos amigos.
—Nuestra fachada se cae a pedazos —concordó Agatha con una risa—, pero tampoco le puedo decir a mis padres que somos amigos con derechos.
—Claro que no, perdería todos los puntos que me gané hoy con ellos —dijo Fred con preocupación—. ¿Qué diría tu padre si se entera que estoy dentro de su hija?
—Estarías muerto antes de saberlo —sonrió Agatha y Fred volvió a llenarla de besos.
Fred salió de Agatha, alzándola por las caderas y se acostó en la cama, pidiéndole a Agatha que se acostara junto a él, cosa que hizo, cubriéndolos a ambos con la sábana. Le temblaban las piernas y aún sentía las repercusiones del placer recorriendo su cuerpo. Sus jóvenes corazones aún en caos. Se quedaron en silencio unos minutos, asimilándose, mirándose con sonrisas en sus rostros y compartiendo mimos dulces en las pieles desnudas. Debajo de la sábana beige entrelazaron las piernas con cariño.
—Eres jodidamente hermoso, Frred Veasley —ronroneó Agatha, peinando con sus dedos el cabello pelirrojo que ella había vuelto un desastre.
—¿Yo? —se sonrojó Fred, riéndose. Usualmente eso solía ser al revés.
—Sí y estoy enamorada de ti —prometió Agatha, descansando su cabeza en el pecho del muchacho. Fred sonrió, girando en sus dedos algunos rizos de la cabeza de la chica.
—Yo estoy enamorado de ti —correspondió Fred sin ninguna duda—. Pero me has vuelto un lío.
Agatha rió entre dientes.
—¿Por qué?
—Creo que me estoy volviendo loco. Me tienes contando kilómetros en mi cabeza y esperando cartas y anhelando ver tu cara —explicó Fred, tocando la mejilla de la búlgara con la yema de su pulgar—. Me escapé de mi casa, por Merlín. Solo para verte.
—Lo siento —se disculpó Agatha, ella todavía se sentía culpable.
—No, no te disculpes —Fred la calló besándola—. Quiero hacerlo, quiero estar contigo, por eso lo hago. Por eso me esforzaría, lo haría mil veces. ¿Conoces la canción «I'm Gonna Be» de The Proclaimers? —la muchacha sacudió la cabeza negativamente—. ¿No? Es muy popular, es un hit con los muggles. Cuando estaba planeando mi gran escapada con George, sonaba ininterrumpida en mi cabeza porque dice «Caminaría 500 millas y caminaría 500 más sólo para ser el hombre que caminó 1000 millas para caer en tu puerta» y yo decía que ese sería yo. Porque como te lo dije antes de que te fueras, nadaría hasta ti de ser necesario.
—¿De verdad?
—Sí, caminaría mil millas por ti, Agatha Krum. Aunque me compliques la vida. Y creo que podemos hacer esto funcionar —dijo Fred con seguridad.
—Yo también lo creo —sonrió Agatha. Lo besó en los labios de nuevo. Nunca se iba a cansar de besarlo.
—Además, creo que tu madre ya me ama —celebró Fred—, pero no sé porqué me llama «chico estrella». Me llamó así un par de veces, pero se retractó como si se le hubiese escapado.
Agatha se rió y explicó a fondo la razón del apodo y lo que era estrellario, al igual de lo poco que su madre disimulaba.
Hablaron hasta tarde en la madrugada, mimándose y compartiendo anécdotas personales de sus vidas, de sus experiencias, de sus sueños, de sus aspiraciones e incluso de sus miedos. Agatha le contó las historias de cada una de sus cicatrices, de las cuales estaba muy orgullosa. Fred le contó de su deseo de superarse y de todo lo que soñaba para su futura tienda. La comunicación era tan perfecta como lo era el silencio.
Morfeo engatusó a Fred primero. Como un bebé mimado de dos metros, acunó su cabeza en el valle de los pechos de la castaña y se quedó dormido gracias a los toques sensibles de Agatha y de sus latidos.
Ella duró despierta unos minutos más, sintiendo a Fred con sus dedos y entendiendo lo maravilloso de estar con él. Ese momento era tan perfecto que deseó inmortalizarlo dentro de un globo de nieve eterno. Sus ojos se fueron cerrando con lentitud, dejándose caer en el sueño con la calidez que emanaba Fred Weasley entre sus brazos dándole alivio de haberlo encontrado a él entre las seis mil millones de personas que habitaban el planeta.
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1. дебютантка (Debyutantka): "Debutante", en búlgaro.
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