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𝟐𝟔 ━ Plan Canuto.


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𝐏𝐋𝐀𝐍 𝐂𝐀𝐍𝐔𝐓𝐎

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Fue complicado encontrar a Sirius solo. Fred y George Weasley tomaban turnos para vigilar la puerta de la habitación que Black usaba como despacho y esperar que se desocupara. El tiempo transcurría, haciendo que la ventana para escaparse a Bulgaria se encogiera cada vez más.

Molly se había asegurado de estar presente cuando Fred le escribió el telegrama a Agatha para confirmar que no usara tinta invisible o revelara nada acerca de la Orden del Fénix, por lo que la primera idea de explicarle a Agatha lo que estaba pasando quedó deshecha. La segunda idea era hechizar la chimenea de Grimmauld Place para crear una red flu temporal con algún lugar de Bulgaria, pero también quedó deshecha cuando en el intento de hacer el hechizo, Fred le abrió un agujero a la pared y la chimenea se derrumbó. La verdad es que había sido un tiro en la oscuridad porque ni Fred ni George sabían nada acerca de la creación de redes flu.

Así que habían pasado al plan tres, el «Plan Canuto». Fred lo quería llamar «Plan Escape de Azkaban», pero George pensó que era demasiado.

Entonces, de un momento a otro, la oportunidad perfecta de captar a Sirius se presentó. Remus Lupin salió del despacho de Sirius y Fred y George se aparecieron dentro y cerraron la puerta con rapidez antes de que Sirius dejara la habitación. Sirius puso el ceño adusto con sospecha. Los gemelos se miraron y luego miraron a Sirius con sonrisas traviesas. Fred tomó asiento primero, estirando los pies sobre el escritorio. George lo imitó, sentándose en la otra silla, recostándose en el espaldar y cruzando sus brazos.

― ¿A qué se debe su presencia, Fred y George? Saben muy bien que su madre les ha prohibido la entrada aquí ―dijo Sirius con cautela, estando alerta de sus entornos para no formar parte de una de las tretas de Fred y George.

―Solo visitamos y queríamos conversar ―respondió Fred, acariciándose la barbilla con la mano.

―Solo eso, conversar y disfrutar de tu compañía ―complementó George, alzando las cejas con tranquilidad.

―Escupan, tengo asuntos importantes que atender ―reprochó Sirius, mirándolos uno a uno.

Fred bajó sus piernas y apoyó los antebrazos en el escritorio de cedro envejecido.

― ¿Por qué tan serio, Sirius? ―preguntó sin quitar su sonrisa despreocupada.

―Déjame ver, a lo mejor es por el posible regreso de Voldemort y la inminente guerra que sucederá si no lo detenemos ―replicó Sirius, entrecerrando los ojos.

―Bueno, no queremos quitarte más tiempo valioso, así que simplemente lo diré ―empezó Fred―. Necesito tu ayuda.

― ¿Para qué si se puede saber? ―preguntó Sirius.

―De casualidad, ¿te has mantenido al tanto de las noticias de quidditch? ―cuestionó George.

―No, George, no lo he hecho ¿por qué?

―Está esta chica, es una cazadora para un equipo de Europa del Este y estoy loco por ella y se supone que iba a ir a verla este verano, íbamos a irnos hoy. Pero Harry se topó con dementores, lo que apesta. Dejando eso de lado, nos parece que todo ha estado tranquilo y creo que aún puedo ir a verla, pero mi madre no nos dejó, lo cual es una mierda porque ya somos mayores para cuidarnos a nosotros mismos ―explicó Fred siendo interrumpido por Sirius.

―Ve al grano, por favor. No entiendo qué quieren de mí.

―Necesito que nos ayudes a escaparnos para ir a verla ―soltó Fred.

George miró a Fred y a Sirius respectivamente para ver su nivel de receptividad. Sirius parpadeó varias veces procesando la petición del pelirrojo, se tomó unos segundos y soltó un par de carcajadas.

― ¿Quieren escaparse para qué? ¿Para ir a ver un juego de quidditch? ―aventuró Sirius, divertido ante las palabras de los gemelos.

―No, no vamos a verla jugar. Hoy es su cumpleaños, fuimos invitados  ―dijo George.

― ¿La conocen? ―Fred y George asintieron al mismo tiempo―. ¿Quién es?  ¿Por qué no intentaron persuadir a su madre?

―Lo intentamos ―bufó George―. Ese fue nuestro plan cero, pero dado que estamos aquí, es obvio que no funcionó.

Fred se puso de pie y sacó su cartera del bolsillo trasero del pantalón. Dentro, había una fotografía de Agatha, la deslizó por el escritorio para que Sirius la observara. Él abrió la boca con sorpresa al observar a la chica sonriente en la fotografía animada.

―Es Agatha Krum ―dijo Fred antes de que Sirius lo dijera. El último asintió con la cabeza―. Estuvo con Viktor en Hogwarts para el torneo. Ella y yo congeniamos muy bien.

―Me parece una atenuación, pero sí, se hicieron cercanos ―apuntó George.

―Es hermosa, ¿no? ―preguntó Fred, con una sonrisa.

―Se ve muy joven y creo que no es apropiado que responda a eso ―consideró Sirius, devolviéndole la foto a Fred, quien la guardó de nuevo en la billetera.

―De hecho, hoy está cumpliendo dieciocho ―comentó George.

―No hace ninguna diferencia para mí, George.

―Claro. Tienes como setenta y dos años ―se burló el pelirrojo mayor ganándose una mueca de molestia de parte de Sirius―. La cuestión es que necesito verla, hombre. Georgie y yo tenemos un buen plan, pero necesitamos de alguien ¿y quien mejor que el mismo Canuto en persona?

Sirius soltó una risa gutural por lo bajo al escuchar a Fred llamarlo Canuto. El hombre se lo pensó en silencio por un largo minuto. Fred esperó impaciente una respuesta. El tic-tac del reloj en su mente era insoportable. Si el Plan Canuto fallaba significaba que tendrían que pasar al plan cuatro, el cual no resultaba nada agradable.

Ya eran pasadas las seis de la tarde, si todo hubiese ido según el plan ya tendría a Agatha entre sus brazos, pero cuando se trataba de ellos dos, nunca nada iba según el plan. Sirius entrelazó sus manos debajo de su mentón, apoyando los codos en la mesa. Fred habló de nuevo:

―Mira, sé que están sucediendo cosas más importantes que yo, pero es tan extraordinario encontrar a alguien como ella. Si se tratara de otra persona, quizá sería más fácil para mi desistir de la idea de escaparme, pero cuando se trata de Agatha no puedo. Tú lo entiendes, ¿no?

―¿Nunca fuiste joven, Canuto? ―preguntó George y con un tono dulce y burlón al mismo tiempo, agregó:―. Ayúdanos, en nombre del amor. Freddie nunca había estado tan enamorado de alguien.

―Nunca ―afirmó Fred mirando al hombre frente a él.

Sirius emitió un sonoro suspiro y seguido de un bufido. Chasqueó la lengua y sacudió la cabeza para decir: ―En el caso hipotético que los ayude, ¿cómo lidiamos con su madre? Se va a dar cuenta de que no están.

―Déjanos eso a nosotros ―dijo George con una sonrisa.

―Y no te preocupes, no te traicionaremos en tal caso de que algo no funcione ―aseguró Fred.

Sirius sonrió. Los gemelos y sus planes arriesgados le hacían rememorar su juventud y sin pensar demasiado en las consecuencias, aceptó ayudarlos.

―Díganme su plan ―pidió Sirius.

La boca de Fred se curvó en una sonrisa radiante y tuvo que aguantarse las ganas de abrazar a quien se había convertido en ese mismo momento en su merodeador favorito.

―Sabía que no nos ibas a fallar, Sirius ―dijo Fred con genuina gratitud―. Bueno, para empezar necesitamos que hechices un traslador. Ya no podemos tomar el tren.

―Puedo hacer eso ―asintió Sirius, cruzándose de brazos―. Para hacer un traslador necesito una dirección exacta o que ustedes hayan visitado con anterioridad el lugar, lo cual dudo que hayan hecho.

―Estamos un paso adelante  ―Fred se rebuscó en los bolsillos para dar con un pergamino arrugado y se lo tendió a Sirius.

―Esta chica debe ser muy especial si estás dispuesto a que Molly te arranque la cabeza y la cuelgue en el hall ―opinó Sirius, leyendo el pergamino con la dirección de la casa del valle.

―No tienes ni idea. Voy a verla hoy, nada me lo va impedir ―prometió Fred casi en un susurro.

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Agatha se reía a carcajadas haciendo que la copa en su mano se derramara y le doliera el abdomen. Iglika, una amiga de Viktor,  estaba destrozando una canción a propósito. La masacraba con voz desafinada entre hipos y risas estruendosas. Todo ese bullicio había comenzado porque Lev, el guardián del equipo búlgaro, había dicho que Iglika podía alcanzar el registro vocal que poseía Svetlana. Siendo esa declaración una locura porque Svetlana era una soprano entrenada clásicamente y era esa su ocupación.

―No, no, espera, creo que puedo ―dijo Iglika cuando la mandaron a callar. Hizo otro intento que igualmente sonó como un pobre animal siendo sacrificado.

―Cállate, por favor. Ten piedad ―se burló Viktor, mientras le cubría la boca con la mano a la  morena.

―Supongo que me equivocaba ―murmuró Lev bebiendo de su copa. Todo el mundo estalló nuevamente en risas.

La fiesta llevaba un buen ritmo. Una mesa larga de veintiséis puestos (pero que estaba preparada para ser extendida de ser necesario), era el centro de atención dentro de la tienda. Casi todas las sillas estaban ocupadas, a excepción de dos que, a petición de Agatha, permanecían vacías. Las que hubiesen estado ocupadas por Fred y George. Una segunda mesa en una esquina estaba predestinada para los niños, ni a Darya ni a Anatoly les hizo gracia que los sentaran ahí.

Agatha ocupaba una de las cabeceras de la mesa mientras que su padre ocupaba la cabecera opuesta. Los aperitivos y dulces llamativos se extendían por la longitud de la mesa y cuando una bandeja se vaciaba, volvía a llenarse por sí misma. Todos llevaban conversaciones distintas en pequeños grupos y Agatha estaba agradecida por la buena compañía que le hacía olvidar que había dos puestos vacíos.

―Ag, dime, ¿ya sabes con quien quieres firmar? ―le preguntó Pyotr Vulchanov desde tres puestos de distancia.

―¡Tienes que elegir a los Halcones, bebé! ―intervino Clara Ivanova, guiñándole el ojo a la cumpleañera.

―¡Por Dios, Ivanova! Los Halcones de Haskovo están de último en la tabla ―desacreditó Lev con una mueca―. Agatha merece algo mejor que salvar a un equipo moribundo. Y tú tienes que negociar para firmar con otro equipo que te merezca.

―¡Tú no puedes opinar de eso, Zograf! Tus Quimeras de Tărgovište están peor que los Halcones, todas sus victorias han sido dudosas y son los que merecen estar de últimos  ―gruñó Clara poniendo los ojos en blanco, luego se volvió hacia Agatha para agregar:― Imaginanos, Ag, tú y yo, poniendo a los Halcones en la cima y asesinando sin piedad a los Buitres. Imagínate la cara de Vasily. Sería tan dulce.

―Ni lo pienses, Agatha ―advirtió Pyotr―. Vete al extranjero, la liga inglesa o italiana paga mejor y te van a apreciar más.

―De todas maneras, todavía no me ha llegado ninguna proposición, tengo tiempo de pensarlo ―respondió Agatha, se encogió de hombros y sonrió.

―Se desmembrarán por ti, como hicieron con Viktor ―aseguró Ivanova, devolviéndole la sonrisa.

―Es un niño, ¿que va a saber él? ―dijo demasiado alto la tía Sonya desde el otro lado de la mesa, alzando su copa y quitándole importancia a lo que acababa de decir su hermano Aleksei.

―Mira lo que ha hecho con solo su testimonio, Sonya, un revuelo mediático que tiene a toda la comunidad vuelta un lío. Honestamente, si quieres mi opinión, yo creo que lo que ha dicho es solo una respuesta a la situación traumática que ha vivido. Es improbable ―expuso Pierre Krum, completamente escéptico―. Yo no creo que vaya a pasar nada.

Agatha miró a Viktor. Él, sentado a la derecha de ella, también estaba escuchando con atención la conversación por encima de las voces.

―No hay que desestimar al pobre Niño Que Vivió, hermano ―contradijo Dobromir Krum, entre sorbos de vino. Levantó su vista hacia adelante para encontrarse con la mirada atenta de su hija.

―¡Viktor, Agafya! Ustedes conocieron al mitológico Harry Potter y estuvieron allí cuando dijo lo que dijo  ―dijo el tío Aleksei incluyendo a los hermanos Krum en la conversación―. ¿Qué opinan ustedes? ¿Los rumores que rondan están justificados?

Viktor observó a Agatha por un segundo y se aclaró la garganta para hablar.

―Yo no creo que estuviera mintiendo, tío ―garantizó Viktor―. Alguien mató a Cedric y no fue él, de eso estoy seguro.

―¿Es tan descabellada la idea de que Harry hubiese asesinado sin intención al otro campeón de Hogwarts y haya culpado a el Señor Oscuro para lidiar con su propia culpa? ―la pregunta del tío Pierre nacía de su profesión como psicólogo y de su hábito de sobreanalizar las situaciones. Estaba especialmente fascinado por aquella situación.

―Harry no mató a Cedric ―se indignó Agatha alzando su voz―. Harry no lo hubiese podido haber hecho. Es...es...un crío. Tenían que escuchar su llanto cuando traía el...cuerpo. No pudo haber fingido aquello. No tiene ninguna necesidad de hacerlo. Yo le creo.

―Yo estoy de acuerdo con Agatha ―precisó el tío Andrey, con un sublime asentimiento de cabeza―. Los rumores solo crecen. Me parece injusto desdeñar a Harry Potter.

―¿Y qué crees que significa que el Señor Oscuro volviera a tomar poder, Andrey? ―preguntó Natalya Krum a su hermano con toda seriedad en su voz.

―Significaría, mi querida hermana, que veríamos una guerra. Es un hecho. Y que nuestras familias deberán formar parte de ella, una vez más.

El ambiente se tornó lúgubre y las risas y conversaciones alegres parecieron atenuarse ante aquellas palabras.

―Ya lo hemos hecho antes ―continuó Andrey―. Los Kuznetsov hemos peleado y algunos han muerto en el lado bueno de la historia. Al igual que tu padre, Dobromir.

En sincronía perfecta y funesta, todos los Krum alzaron sus copas y derramaron a propósito un poco en el suelo. Una costumbre ancestral de su familia para honrar a los muertos. El estómago de Agatha se revolvió y se bebió lo que quedaba de su vino de un solo trago.

―Es un pensamiento ominoso para todos ―interrumpió Stefan con una risa seca―. El abuelo no fue asesinado en vano, y si tenemos que pelear para defender por lo que murió, lo haremos.

―Espero que no tengamos que hacerlo ―masculló Svetlana sosteniendo la mano de Nikolai con fuerza debajo de la mesa. Ambos padres de Nikolai eran hijos de no-magos y ese tema era especialmente delicado para la joven pareja.

―No sé porque hablamos de cosas tan abominables, hoy estamos celebrando la vida de Agatha ―dijo Natalya con voz alegre para limpiar la triste atmósfera.

―Es cierto. No vamos a vivir con miedo. Hoy estamos vivos y creo que debemos brindar por eso ― Nikolai se levantó con una sonrisa y estiró su copa hacia adelante.

Todos lo imitaron y el tintineo de las copas golpeándose unas con otras en gestos de brindis llenó por completo la tienda. Las sonrisas volvieron a adornar los rostros de los presentes y la celebración resucitó.

Un par de horas después, la noche cayó y los jóvenes habían dado la idea de jugar en el jardín. Los susurros de la bebida en sus torrentes sanguíneos los incitaba a tomar malas decisiones. En la inventiva de Lev, que estaba totalmente encendido, idearon un juego de puntería en donde Clara lanzaba platos de cerámica al cielo y con diferente armas intentaban quebrarlos. Las armas principales eran sus varitas y la ballesta de Agatha, aunque Anatoly eligió una tirachina. Era peligroso, pero todos tenían la confianza de que Agatha o su padre podrían curarlos si algo salía mal.

El primero en tirar fue Lev, cuya flecha no llegó ni siquiera cerca del plato. Viktor tuvo la misma suerte, después de cinco tiros, rompió apenas un plato. Stefan, por otro lado, fue la estrella del juego, destrozando ocho platos seguidos con tiros firmes y certeros. Agatha era la siguiente. Rompió seis platos seguidos y cuando estaba cerca de igualar el récord de Stefan, este se la subió sobre el hombro como un saco de harina y la elevó del suelo.

―Ni se te ocurra superarme, primita ―gritó Stefan, haciendo que Agatha dejara caer al suelo la ballesta desarmada.

― ¡Deja de hacer trampa, aprende a perder! ¡Se me van a ver las bragas, por favor! ―se reía Agatha, pateándolo en el pecho para que la soltara.

―¡Quien se atreva a verle las bragas a Gata, le hecho una maldición! ―se burló Stefan, zarandeando a Agatha en el aire―. Aprende a dejar a ganar a los demás.

Mientras los primos jugaban entre ellos, los demás se peleaban por elegir quien era el siguiente para tirar.

De repente, algo llamó la atención de Viktor, quien siseó insistiendo en que guardaran silencio para averiguar qué era. Un ruido seco se escuchó entre uno de los arbustos. Los jóvenes se detuvieron al ver levantarse dos figuras oscuras. Los que estaban bebiendo dejaron las copas en la mesa que habían sacado y empuñaron sus varitas. Las respuestas defensivas tal vez se debían a la conversación que se había llevado a cabo más temprano en la mesa que en diferentes medidas producía miedo en todos ellos.

Viktor y Nikolai empujaron detrás de ellos a Darya, Svetlana y Anatoly, el último apuntando con su tirachina, por si acaso. Stefan se bajó a Agatha del hombro y también sacó su varita, ladeando la cabeza y entornando los ojos. Agatha se puso frente a Stefan de manera protectora y rápidamente se dio cuenta de que no cargaba encima su varita por lo que cogió la ballesta del suelo. La armó y apuntó a los extraños.

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Fred y George eran demasiado ingeniosos como para que su plan no funcionara. Se escaparon de la cena argumentando que Fred estaba demasiado molesto y se quedaron en su habitación.  El reloj marcaba algunos minutos después de las siete, en Bulgaria estaría siendo las nueve. Iban a llegar tarde, pero iban a llegar.

Aunque al principio, parte del plan consistía en que George se quedara atrás y fingiera ser los dos, Fred no quiso abandonar a George. Iban a viajar juntos y se enfrentarían también juntos al posible castigo que les impusiera su madre.

Se vistieron con prisa. Fred vistió su mejor camisa vinotinto de botones. Se veía mayor y refinado, George había imitado el estilo dándole un toque personal y eligiendo un color terracota en vez de vinotinto. No sabían qué tan elegante iba a ser la fiesta.

Unos nudillos sonaron en la puerta ennegrecida de la habitación que los gemelos compartían.

―Fred, George, mamá pregunta que si de verdad no van a querer nada para cenar ―dijo Ginny desde el corredor.

―Gin, dile que no quiero cenar. Dile que hoy me ahogaré en autocompasión ―dijo Fred, terminando de meter cosas en la bolsa de lona de viaje.

―Tampoco vamos a desayunar ―agregó George, echando polvo de confusión en las esquinas de la habitación.

―Estamos en huelga de hambre.

―Dile que esta casa es una cárcel.

―Díselo exactamente así.

―Vale ―escucharon suspirar a Ginny―. Lamento que no vayan a poder ver a Agatha.

―No me sigas enterrando el puñal en el pecho, Gin. Dejanos solos  ―proclamó Fred aguantando una risa.

Ginny no dijo nada más y el chirriar de las escaleras les dejaron saber que el pasillo había sido desocupado.

―¿Todo listo, Georgie? ―preguntó Fred en un susurro colgándose la bolsa de lana del hombro.

Estaba nervioso, pedazos de su plan maestro de escapada eran improvisados y estaban poniendo toda su confianza en productos nuevos que no habían sido probados apropiadamente. Pero no tenían otra opción, tenía que funcionar.

―Casi ―respondió George, vació el tarro de polvo y se limpió las manos. Al igual que su gemelo, se colgó su bolsa del hombro.

Pusieron las últimas piezas de su plan y con un movimiento idéntico de varita, se desvanecieron. Sirius los esperaba dentro de su oficina.

―¿Están listos? ―cuestionó el hombre. Los dos pelirrojos asintieron―. Bien, esta taza es su  traslador. Servirá por unas quince horas, más o menos, es lo mejor que puedo darles. Dentro de ese tiempo los llevará y los traerá de vuelta aquí. No la pierdan, por favor, crearla fue más trabajo de lo creen.

―Gracias, Canuto. Me has hecho un gran favor.  ―agradeció Fred, abrazando con rapidez al mago.

―Ni lo menciones, Fred. Después de todo el trabajo que han hecho aquí para limpiar la casa y con toda la tensión de las últimas semanas, se lo merecen. Es una muestra de gratitud.

―Nunca nos decepcionas. Gracias, hombre  ―agradeció también George con una sonrisa.

―¡Váyanse de una vez! Cada minuto que pasan aquí es un minuto que se resta del maldito traslador ―urgió Sirius para que empezaran a moverse―. Cuídense mucho y buena suerte con la chica. Hagan que alguien me envíe una señal de que llegaron a salvo.

―¡Gracias de nuevo!

Los gemelos Weasley se pusieron a cada lado del traslador y se miraron para empezar la cuenta.

―Allá vamos...

―1 ... 2... ¡3! ―contaron los gemelos al unísono para tomar al mismo tiempo la taza encantada.

El mundo a su alrededor se volvió un torbellino. Una fuerza invisible los jalaba con dureza del ombligo y habían olvidado lo desagradable de ese medio de transporte. El viaje resultaba más largo, ya que estaban viajando entre países. La ilusión del tranquilo viaje de tren se colaba en la mente de Fred. Oh, como le hubiese gustado que ese hubiese sido el caso.  Tenía ganas de vomitar. Ya quería que se acabara. Veía a George borroso junto a él y no podía distinguirlo.

Y entonces se acabó.

Como si no hubieran aprendido nada de la última vez que viajaron en traslador hasta el mundial de quidditch, Fred y George cayeron de bruces en un césped húmedo desconocido. Fred cayó encima de su bolsa y esta se le incrustó en las costillas con dureza. Ambos hermanos gimieron y se quejaron ante la caída. Gracias al cielo habían caído en tierra suave en vez de algún tejado. Fred se levantó entre tambaleos, cuando estiró el hombro derecho sintió una pulsación dolorosa, pero nada de otro mundo. Con el brazo que no le dolía ayudó a levantar a George.

―¿Estás bien? ―preguntó Fred.

―Sí, bien, ¿por qué los trasladores son tan desagradables?  ―respondió George haciendo movimientos circulares con la muñeca―. Ugh, creo que me esguincé la muñeca.

―Por lo menos no caímos encima de nadie. Hubiese sido una entrada espantosa ―se rió Fred, sacudiendo la tierra de la ropa.

―Sí, creo que no nos hubiesen recibido si le caíamos encima a los padres de Agatha ―se rió también George, miró hacia arriba y abrió la boca con sorpresa―. Vaya ¿es aquí?

Fred se volvió a colgar la bolsa y alzó la mirada para ver sus entornos por primera vez. Había una casa en medio de un extenso valle, de sus numerosas ventanas resplandecían luces cálidas. En el pavimento del pórtico estaba grabado el apellido en cirilíco de la familia Krum.

Era un paisaje idílico y hermoso. Armonizaba con lo que representaba Agatha para él. Era precioso. Una efonía de voces se escuchaban desde la distancia, al igual que risas suaves y música aún más distante. Había algo detrás de la casa que creaba un rayo de luz e iluminaba el jardín.

Vasiliĭ, ti li si?¹ ―preguntó en búlgaro una voz impostada.

Los gemelos se habían atontado con la visión de la casa que no observaron cuando el grupo de muchachos se acercaron. Fred entornó los ojos para distinguir las figuras que avanzaban con paso precavido por el césped. Se pasó una mano por el cabello para peinarse y empezaron a caminar hacia la gente.

Fred y George levantaron las manos al mismo tiempo al notar las varitas que los apuntaban. Las figuras delineadas estaban alertas.

―¿Fred? ¿George?

Entonces la vio.

Inconfundible, casi etérea y con el ceño fruncido.

No sabía si era porque estaba molesta o porque no lo distinguía muy bien en la oscuridad de donde estaban. Lo apuntaba con una ballesta.

Fred se quedó estático un segundo. Ella se veía diferente, el verano definitivamente le hacía algo porque se veía preciosa. Era como si la viera por primera vez. Sus rizos suaves, oscuros y abundantes que rebotaban mientras avanzaba y el vestido en el color favorito de él lo hacían sentirse perdido.

Estaba rodeada de mucha gente que él no conocía, y que estaba mirándola para ver si ella reconocía a los recién llegados porque había pronunciado sus nombres. Viktor se guardó la varita y todos los demás también. Pero Agatha no bajó su ballesta.

―Si eres realmente tú, tienes que decirme algo que solo tu sepas ―demandó con voz cautelosa.

―Um ―tener a Agatha tan tensa frente a él, hizo que su mente se pusiera en blanco. Pero entonces recordó algo―. Tú me pediste inundar las habitaciones de la torre de Gryffindor porque se lo prometiste a Peeves. Y gracias a ti, Snegúrochka es una de mis historias favoritas.

Entonces Agatha sonrió. Su sonrisa lo encandiló y pareció iluminar todo el jardín. Le entregó la ballesta al muchacho detrás de ella y sorteando los arbustos, empezó a andar hacia él. Quería llegar tan rápido hacia Fred que se tropezó con las piedritas de los caminos adoquinados.

― ¿Qué le hiciste a tu pobre cabello? ―fue lo primero que le dijo cuando estuvo frente a él.

― ¿No te gusta? ―titubeó Fred, mirándola de arriba abajo y pasándose una mano por el cabello.

Agatha no dijo nada, en cambio soltó una risita. Merlín, cómo había extrañado esa risa. ¿Sería posible embotellarla para escucharla cuando no estuviera cerca?

Caminando muy lento, extinguió el espacio que había entre ellos y rodeó su cuello con sus brazos en un abrazo. Fred dejó caer la mochila con su ropa y levantó a Agatha del suelo, escondiendo su rostro en el espacio entre su cuello y su hombro. Olía como siempre, a una mezcla floral y avainillada.

Agatha lo estrujó como más fuerza, sintiéndolo y asimilando que en verdad estaba ahí, en su tierra natal y que había mantenido su promesa de ir a visitarla. George y los demás se lanzaban miradas divertidas mientras Agatha y Fred terminaban su reencuentro. 

―Feliz cumpleaños, Aggie ―dijo Fred, su voz siendo ahogada entre la piel de Agatha.

Agatha se obligó a sí misma a soltar a Fred, a pesar de que su cuerpo se rehusaba a hacerlo. Lo miró por largo rato, reconociendo sus facciones y admirándolo, ella también lo notaba diferente. Quizás era el cabello, pero era Fred. Un gritito de felicidad estridente dejó involuntariamente sus labios pintados, y lo tomó para repartir tres besos en su rostro.

― ¡Estás aquí, de verdad! ―chilló Agatha de emoción, esbozando una sonrisa contagiosa.―. En mi casa. ¡Viniste!

― ¿Por qué estás tan sorprendida? Te dije que iba a hacerlo ―el rostro de Fred esbozó también una sonrisa. Le costaba respirar ante la visión celestial de Agatha frente a él. 

―¿Por qué me dijiste que no ibas a venir? ¿Por qué no me dejaste buscarte en el ministerio? ―Agatha lo golpeó con el puño en el pecho y arrugó el rostro―. Pensé que algo te había pasado.

―Algo ocurrió y no podía decírtelo. Traté de enviarte un mensaje secreto, ¿al final del telegrama? ¿no lo leíste?

―Espera y secreto. No tiene mucho sentido que digamos.

―Escape secreto. Eso era lo que decía. Eso era lo que quería decir.

―¡No decía eso! ―se rió Agatha, cubriéndose el rostro con la mano―. ¡No decía eso!

―Oh, no, debí haberme confundido en las traducciones. Lo siento. He estado practicando búlgaro, te lo juro ―Fred se sintió extremadamente tonto y carcajadas flotaron desde su garganta.

―Está bien, espero que me expliques que querías decir con «Escape secreto», pero estás aquí y estoy tan feliz. Te ves... diferente.

― ¿Diferente mal o diferente bien? ―inquirió Fred elevando una de sus cejas cobrizas.

―Diferente apuesto ―respondió Agatha. Volvió a darle un abrazo fuerte y otro beso en la cara, extremadamente cerca de sus labios pero sin tocarlos. Luego con el dedo le limpió el labial que había esparcido por su rostro disculpándose―. Mierda, ¿yo me veo diferente?

―Te ves hermosa, es como si nunca te hubiese visto en mi vida. Los dieciocho te han caído de maravilla ―exclamó Fred con esa sonrisa suya conquistadora, tomándose otro segundo para analizarla de pies a cabeza.

Agatha se echó un mechón detrás de su hombro de manera divertida. Como si acabara de aparecer, ella percibió la presencia del segundo pelirrojo que estaba con una sonrisa detrás de Fred. Como era de esperarse, también lucía un cabello corto parecido. Ella se tranquilizó al saber que aún podía diferenciarlos a la perfección.

― ¡George! ―Agatha abrazó al gemelo menor y le besó la mejilla con cariño.

―Ah, por un momento pensé que traía puesta una capa de invisibilidad sin saber ―bromeó George recibiendo los mimos de la búlgara con gusto―. Feliz cumpleaños, Ag.

―Gracias, Georgie. Bienvenidos a Bulgaria, estoy muy agradecida de que hayan venido.

― ¿Incluso si vine sin que me invitaras? ―preguntó George.

―Sí, George, lo siento por eso, fue culpa mía. Debí haberte invitado, se me olvidó que son uña y carne ―sonrió Agatha hacia los gemelos.

―Te juro que iba a dejarlo, pero usualmente venimos en combo ―se rió Fred, pasándole un brazo por los hombros a la chica.

―Los dos o ninguno ―concordó George con una sonrisa infantil.

―Eso no me molesta. Estoy muy feliz de que ambos estén aquí ―Agatha hizo enfasis en la palabra «ambos» y sonrió de nuevo. Ella sabía que era imposible separarlos, por no mencionar cruel. Cuando Fred le escribió que llevaría a George se sintió algo mal de no haber pensado ella en invitarlo también.

Algunos de los acompañantes de Agatha habían perdido interés en la reunión y habían vuelto a conversar entre ellos, ahora tranquilos al saber que se trataban de amigos y no amenazas. Una rubia, sin embargo, estaba atenta a la conversación, al igual que una niña de cabello corto.

―¡Frred, Georrge! ¡Qué bueno que hayan podido llegarr! ―Viktor se acercó dando pasos pesados. Les estrechó las manos a los gemelos y sonrió amigablemente―. Bienvenidos, adelante. Vengan para empezarr a presentarrles a la gente.

―Debo advertirles que hay mucha gente aquí, no importa si no se recuerdan de sus nombres ―tranquilizó Agatha a los gemelos. Luego hizo una mueca avergonzada―. Y lamento que los haya recibido apuntándolos con un arma letal. No era mi intención. En mi defensa, la oscuridad los hizo parecer Smrtnozhadn².

―¿Qué es eso? ―preguntó George, caminando junto a Agatha hacia la luz.

―Mortífagos ―respondió Agatha con calma.

―Si viniera algún mortífago de verdad, yo no me preocuparía, me siento muy seguro al verte blandir tu ballesta. Estamos a salvo aquí ―dijo George, con una sonrisa.

―Estoy de acuerdo. No hay nada que me haga sentir más seguro que una chica hermosa empuñando un arma mortal ―expresó Fred acercando a Agatha más a su cuerpo―. Los mortífagos deberían estar asustados de ti.

Agatha chasqueó la lengua y se rió, sonrojándose. No había sensación más placentera que el calor del cuerpo de Fred junto a ella.

Se sentía extraordinariamente feliz.


━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━



1. Василий, ти ли си? (Vasiliĭ, ti li si?): «Vasily, ¿eres tú?» en búlgaro

2. Смъртножадни (Smrtnozhadni): Traducción en búlgaro de mortífago. Se traduce a «Sedientos de Sangre».

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