𝟐𝟓 ━ Telegrama.
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𝐓𝐄𝐋𝐄𝐆𝐑𝐀𝐌𝐀
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El aire veraniego en Bulgaria tenía diferentes notas de aroma. Especialmente en el jardín infinito de la residencia Krum. Olía a durazno, debido a los árboles frondosos durazneros que Natalya Krum mantenía con mucho cariño. Olía a lavanda, aunque el campo más cercano estaba a varios kilómetros de distancia. Y ese tres de agosto, la chimenea de la casa del valle desprendía un olor a masa horneada. El viento era abundante lo que lograba que los aromas se combinaran y viajaran por kilómetros.
Había una muchacha acostada entre uno de los matorrales, la violenta corriente de aire zumbaba en sus oídos. Sus ojos zafiros estaban cerrados y respiraba profundamente y lentamente. Parecía dormida, pero la sobreestimulación de su entorno hacía imposible que Agatha Krum se durmiera.
Era su cumpleaños, estaba cerca de pasar desapercibido para ella, pero no para su familia. Agatha se había escapado para tener un tiempo a solas y separarse de la locura que se llevaba a cabo dentro de la casa. Desde la distancia, la brisa traía a sus oídos la voz diluida de su padre que, con paciencia y sarcasmo, le daba instrucciones a sus tíos sobre cómo debían armar la tienda para su fiesta de cumpleaños.
Sus deseos de no querer una fiesta habían sido desechados, ni siquiera había podido tener una oportunidad de convencerlos porque sus padres y Viktor ya estaban decididos. Anhelaban celebrar dado que el año anterior ella aún estaba recuperándose. Contra su voluntad, su madre había invitado a un montón de gente, entre ellos, a casi todo equipo nacional de quidditch, a un puñado de amigos de Viktor y a todos sus primos. Cualquier otro año a Agatha le hubiese encantado la idea de tener a mucha gente en la casa, pero ese año deseaba con todas sus fuerzas que la asistencia fuera escasa.
Desde la noche anterior, los familiares de Agatha llegaban desde Rusia en pequeños grupos por traslador. La mayoría estaba ya ahí, los únicos faltantes eran Svetlana y Dimitri, que aún estaba averiguando como iba a viajar con la bebé y con su esposa. Pertenecer a una familia tan extensa la llenaba de un poco de nervios, sobretodo porque conocía las personalidades estrambóticas que tenía cada uno y las eventuales discusiones que eso podría acarrear.
Agatha estaba pensando en solo una cosa, en un pelirrojo que en ese momento se suponía que tenía que estar en un tren mágico que viajaba de Londres a Bucarest. Bueno, dos pelirrojos. En su mano sujetaba la última correspondencia de uno de ellos que explicaba la situación. La carta tenía casi cuatro días de recibida y ya le había respondido, pero la tenía en sus manos para que le recordara que, en algunas horas, el escritor de la misma estaría ahí con ella. Suspiró sin querer. Abrió el mensaje de nuevo y lo leyó por milésima vez.
Agatha,
Tengo buenas y malas noticias. La buena es que convencí a mi madre de ir a Bulgaria. Ya está confirmado y no me puedo retractar.
La mala es que será solo por dos días.
No desesperes, Krum. Tú misma dijiste que en Sofía el tiempo pasa más lento, entonces seguramente se sentirán como dos meses.
También hay otro detallito, tendré que llevar a George. Él y yo ya lo hemos hablado, nos quedaremos en una posada que Bill consiguió en un guía, no seremos ninguna molestia.
Ya casi, Aggie.
Emocionado y listo para viajar,
Fred.
Ella sonrió y seguido de eso, sintió un cosquilleo en el corazón. Nervios puros e infantiles. Se sentía mucho más largo que un mes desde que no veía a Fred y la ansiedad la hacía anhelarlo. Quería verlo, no había otra manera de decirlo, quería verlo y tocarlo. Porque lo extraña como raramente extrañaba a alguien. Extrañaba ver su rostro y sus pecas y su cabello rojo y su esencia. Lo extrañaba a él. No podía esperar.
Las preguntan bailaban como un péndulo constante en su cabeza desde hace varios días. ¿Sentiría lo mismo por ella como antes de irse de Hogwarts?
Quería creer que sí.
Los sentimientos de ella no habían cambiado, no se habían movido un milímetro desde junio, a pesar de que la parte agorera de ella esperaba que desaparecieran, pero no lo habían hecho. Y no estaban cerca de hacerlo.
Las risas de Boris y Marya, al igual que los ladridos juguetones de Ruslan, se acercaban hacia ella y se desvanecían. Ella agradecía que nadie la estuviera buscando para poder pensar más en el muchacho que hacía que ella se convirtiera en un estanque de cursilería una y otra vez con solo pensar en él.
Creyó que tendría otro rato a solas pero una sombra se puso sobre ella cubriendo la luz solar.
― ¿Te moriste, gnomo de jardín? ―preguntó una voz ronca haciendo que ella abriera los ojos. Viktor tenía una sonrisa de lado. Agatha soltó un quejido negativo y se puso el antebrazo sobre la cara―. ¿Me puedo acostar junto a ti?
Agatha musitó un «No, gracias» que Viktor interpretó como todo lo contrario. El mayor se agachó y se acostó junto a su hermana. Ella lo podía escuchar tragar saliva y suspirar mirando al cielo abierto, lo ignoró e intentó continuar con su meditación.
― ¿Qué haces aquí? ―quiso saber él, acomodando su antebrazo por detrás de la cabeza.
―Pensando ―respondió Agatha sin más.
―Ah, pensé que te estabas escondiendo de mamá y papá.
―Bueno, eso también ―concedió Agatha, volteándose levemente para mirarlo.
―No puedo culparte. La casa está llena de harina y todo el mundo parece obsesionado con conocer a tus amigos ―informó Viktor con una risa áspera.
― ¿Cuál es su problema? No es tan raro que haya invitado a alguien a casa. ¿Por qué no actuaron así cuando les hablaste sobre Hermione?
―Pues, no has invitado a nadie a casa desde Vas ―dijo Viktor encogiéndose de hombros―, y creo que no actuaron así cuando les dije lo de Hermione porque ni siquiera me ha escrito desde que llegué, no tienen muchas esperanzas de que venga.
La declaración de Viktor tenía la intención de sonar como una broma, pero Agatha lo conocía como a su propia mente. No lo habían podido hablar porque Viktor pretendía no darle importancia a la falta de correspondencia de Hermione, pero sabía que se sentía decepcionado y hasta algo triste. Agatha apoyó la cabeza en la palma de su mano y se ubicó de lado.
― ¿Quieres hablar sobre eso? ―preguntó en voz baja.
―No hay nada de qué hablar, Aggie ―aseguró Viktor haciendo un movimiento con la mano para que lo dejara―. Recuerdo que te dije que no le gustaba tanto, no me equivocaba. Quizás debería cambiar un poco.
― ¿A qué te refieres?
―No sé, sonreír más o ser más expresivo, que sé yo. Aleksandr me dijo que debería dejar de ser tan «hermético», a lo mejor debería escucharlo. O dejarme crecer el cabello.
―A estas alturas del partido no vamos a empezar a escuchar a Aleksandr, Vitya, por Baba Yaga ―se rio Agatha negando con cabeza, Viktor soltó una carcajada profunda―. Escúchame bien porque lo diré una sola vez y lo negaré si alguien pregunta. Tú estás bien así como eres, Vik. No necesitas cambiar por nadie. Eres una estrella internacional del quidditch, un hermano tolerable y no eres tan feo como podrías serlo. Si Hermione no vio todas tus virtudes, pasa a la siguiente. El mundo no gira alrededor de una sola persona.
Viktor sonrió y empujó a Agatha con un brazo. Ella lo empujó de vuelta, pero Viktor apenas se movió.
― Que consejo tan estúpido, Agatha ―dijo Viktor, revolcándola en el césped haciendo que se le manchara la ropa.
―Cállate, Viktor. Siempre tengo razón. ―se defendió Agatha librándose de los brazos de Viktor.
Una nueva ráfaga de viento trajo la discusión que estaban sosteniendo su padre y el tío Andrey. El ultimo alegaba que Dobromir Krum no tenía sentido de ubicación.
―No puedo creer que sea tan temprano y papá y Andrey ya estén discutiendo ―criticó Viktor chasqueando la lengua.
―Estando completamente sobrios, solo se pondrá peor de aquí en adelante. Esperemos que se hayan calmado un poco antes de que lleguen mis amigos ―sonrió Agatha.
―No lo creo. Por cierto, hablando de amigos. Corrígeme si me equivoco, recuerdo vívidamente que te vi besarte con uno de estos supuestos «amigos» antes de que zarpáramos. ¿Vas en serio con él?
―No lo sé. Solo somos amigos ―Agatha se encogió de hombros―. Nos besamos algunas veces, pero por ahora solo somos amigos.
―Ya veo. No es como si importara, pero me cae bien. Aunque no es el tipo por el que sueles ir, podría estar peor.
―Es cierto, no importa que pienses de él, solo importa lo que yo piense de él.
―Ah, pero tú sí puedes ser extremadamente crítica de las chicas con las que yo me involucro ―dijo Viktor con una sonrisa.
―Tengo que hacerlo, no eres muy bueno eligiendo que digamos ―se burló Agatha, haciendo que Viktor se lanzara sobre ella y luchara en juego como si fueran cachorros de oso.
Las risas de los hermanos se mezclaban con las súplicas de Agatha para que se detuviera. Unos cortos minutos de juego después, escucharon un estornudo, seguido de otro y de otro, anunciando la llegada a la casa de una presencia fastidiosa.
―No puede ser ―se lamentó Agatha y se encogió en el pasto―. Pensé que no iba a venir, recé para que no lo hiciera.
Luego oyeron una voz nasal que decía:
― ¿Cuándo mi tía se deshará de todo esta maldita selva? ¿Es que acaso no sabe que ya los jardines pasaron de moda? ¡Mira lo que le hace a mis alergias, Stefan! ―otro estornudo.
―Por lo menos vino con Stefan, con él aquí podremos soportarla ―rescató Viktor.
―No quiero verla ¿Para qué vino si me odia, Vitya?
―Aggie, Vera sigue siendo nuestra prima y no creo que te odie ―razonó el mayor, la menor subió una de sus cejas dudando de lo que había dicho―. No considero que «odiar» sea la palabra. Solo no le caes bien.
Desde que Agatha tenía memoria Vera Krum, su prima de diecinueve años, la detestaba. No solo eso, sino que parecía querer todo lo que ella tenía. Sus amigos, sus novios, sus talentos. Todo. Y ni hablar de cuando Agatha fue admitida en Durmstrang y Vera no, la última apenas tenía trece años pero había despotricado contra su prima pequeña sin contenerse, había sido la última gota que rebosó el vaso de un resentimiento creciente contra ella.
Cuando eran más jóvenes, peleaban por todo y esa había sido la razón por la que ambas pasaban el menor tiempo posible juntas. Sus personalidades eran contrarias, se disgustaban y se repelían. Agatha intentaba tratarla con toda la amabilidad que podía porque adoraba a su primo Stefan y a su tío Pierre. Aunque había días que deseaba que Vera se esfumara de la faz de la tierra.
―Distráela tú, por favor, porque me amas. Tú le caes bien.
―Están aquí por tu cumpleaños, dudo que no sospechen si no te ven en todo el día.
―Vera preferiría venir a mi funeral y no a mi fiesta de cumpleaños.
―Ok, reina del drama ―rio Viktor, se levantó y se sacudió la tierra de la ropa con la mano―. Ven, vamos a la casa, enfréntala ahora y después yo me encargaré.
Agatha, arrastrando sus movimientos para evitar ver a Vera, se puso de pie. Viktor sacó su varita del bolsillo del pantalón y le pidió a Agatha que diera una vuelta para limpiarla y quitarle las hebras de césped. Viktor se detuvo y soltó un sonido de indignación.
― ¿Qué? ―preguntó Agatha esperando que lanzara el hechizo para asearla.
― ¿Por qué tienes puesto mi suéter? ¿Cuándo lo sacaste de mi habitación? Sabes que no puedes entrar o tomar cosas sin permiso...
―Es mi cumpleaños, no puedes retarme por nada ―recordó Agatha con una sonrisa, Viktor puso los ojos en blanco―. Y no te preocupes, me cambiaré cuando vaya a ir al ministerio a buscar a Fred.
―Y lo machaste todo de verde, Ag...―Viktor se quejó y con un movimiento de varita y un hechizo no verbal limpió a su hermana.
―Igual podría quedármelo, se me ve mejor de todas maneras ―comentó Agatha mientras caminaban de vuelta a la casa.
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― ¿Crees que le guste?
Con ojos aterrorizados, Fred Weasley se miraba en el espejo. Sentado detrás de él estaba George. Ambos gemelos lucían el mismo corte de cabello. La melena indomable había desaparecido.
Con insistencia, el mayor se pasaba la mano por su nuevo cabello corto. Molly lo había hecho, había dicho que ya era hora de cambiar de estilo y que el estilo setentero se veía anticuado. Fred no estaba del todo de acuerdo, a él le gustaba. Lo que sí tenía que admitir era que no sentía tanto calor como con el cabello largo.
Le preocupaba la reacción que tendría Agatha. Ella se había enamorado de él con el cabello largo, ¿cambiaría de opinión si lo viera así? No se veía mal, en realidad, se veía muy bien. No podía adelantarse a los hechos, pero faltaban solo unas horas para abordar el tren que lo llevaría hasta ella por lo que era imposible no sentirse inquieto.
Su madre no estaba segura de dejarlo ir solo a Bulgaria para verse con una chica, pero Fred planteó un argumento convincente. Tal como se lo había sugerido su gemelo, hizo énfasis en Charlie y contó con el apoyo absoluto de Bill y su padre, que argumentaron que Fred ya era mayor de edad y que estaría bien.
Pero lo que en verdad convenció a Molly Weasley de dejarlo ir fue pensar en la paz que tendría y en el descanso que significaría no preocuparse por unos días de los inventos desastrosos de sus gemelos, además de mantener sus narices fuera de las reuniones de la Orden del Fénix. Así que lo dejó ir, poniendo condiciones.
―Irás con George ―le dijo con una voz maternal pero autoritaria―. Y no podrán ser más de dos días en Bulgaria. Ya sabes la situación que se está cociendo, cariño. No quiero que se expongan en países extranjeros.
Dos días. No era suficiente. Ocho meses no habían sido suficientes junto a ella, dos días tampoco lo serían.
Así que se lo dijo en su última correspondencia. La respuesta de Agatha llegó como un cometa.
Fred,
Aunque me desilusiona no poder suplicarte que te vayas, como me habías dicho, dos días se escuchan mejor que nada.
No seas idiota, y lo digo que la manera más cariñosa que puedo. ¿Una posada? ¿Estás loco? Se quedarán en mi casa. Hay espacio de sobra. No te preocupes por traer a George, mientras más mejor.
Y leyendo tu mente ahora mismo, ni siquiera pienses en comprarme ningún regalo. NO LO HAGAS.
No quiero nada más sino a ti.
Ya quiere verte,
Agatha.
«Solo un par de horas más, Agatha y podré verte de nuevo» ―Era en todo lo que pensaba, todo el tiempo. En ella y su sonrisa y en como quería escucharla reírse de nuevo.
Ya tenía la mochila de viaje lista y hasta había planeado con antelación la ropa que iba a usar. Quería tener todo bajo control. Era una lástima que Bulgaria quedara tan lejos porque, de ser posible, él se aparecería allá para acortar camino.
―El gusto de Agatha es inmaculado, claro que le va a gustar ―dispuso George con una sonrisa.
―Tienes razón, no tengo nada de qué preocuparme. Sigo siendo el gemelo más atractivo.
―En tus sueños, Freddie. Ya verás cuando Ag me vea a mí, cambiará de opinión ―dijo George con arrogancia. Fred emitió un gruñido y una media risa.
―Estás delirando, hermanito. ¿Sabes? Deberías quedarte con Charlie, así yo voy solo a Sofía y mamá nunca se enteraría. Charlie no sería capaz de delatarnos.
―Sé que quieres deshacerte de mí, pero mamá lo sabría ―dijo George―. Estos días siento que no podemos salirnos con la nuestra con casi nada.
―Una porquería ―bramó Fred, volteándose para mirar a su gemelo―. Primero nos dejan fuera de las reuniones y luego nos desecha esa gran cantidad de orejas extensibles. Pero somos astutos, podríamos llevarlo a cabo. Tú me habías dicho que querías visitar Rumania.
―Lo sé, pero...
Un estruendo de voces y pasos se escucharon desde el piso de abajo e hicieron que las palabras de George quedaran en el aire.
Los gemelos espabilaron y Fred fue el primero en buscar en su alijo secreto un par de las orejas extensibles sobrevivientes de la purga de su madre y le tendió una a George. El mayor abrió la puerta con apuro y empezó a bajar las escaleras para darle sentido a las voces, George caminaba con sigilo detrás de él. Cuando iban por el segundo piso de la antigua residencia Black, Ginny y Hermione abrieron la puerta de la habitación que compartían, también habían oído el bullicio, Ron estaba con ellas.
― ¿Qué sucede? ―preguntó Ginny.
―Ni idea, vamos a ver ―apremió Fred, poniendo el dedo índice en sus labios para que guardaran silencio.
El grupo de jóvenes descendieron las escaleras chirriantes hasta llegar a la sala. Ese día no había reunión de la Orden por lo que la presencia Shacklebolt y Lupin resultaba una sorpresa para todos. Algo fuera de lo normal tenía que haber sucedido para que estuvieran en Grimmauld Place sin previo aviso. La discusión tenía tan absortos a los adultos que no advirtieron la presencia de los jóvenes escondidos junto al umbral de la puerta dejada abierta por descuido y urgencia.
― ¡No es posible! ―chillaba Molly Weasley con nerviosismo ―. Escucha lo que estás diciendo, Remus. ¡Tráelo ahora mismo! Fue un ataque específico, no era como si los dementores estuvieran pasando por ahí.
―Molly, Albus ha dado instrucciones de que...
― ¡No me interesa Dumbledore! Harry fue atacado por dementores en el medio de Little Whinging, no está a salvo. No puedo imaginarme como se ha de sentir, excluido de todo con esos desagradables muggles. ¡Tráelo o te lo juro, Remus Lupin, lo traeré yo misma!
―Lo traeremos, Molly, lo prometo. Pero por ahora, aunque no lo parezca, está mejor allá.
―Mundugus volvió a su posición, cariño. Ya los últimos detalles para trasladar a Harry están en planeación, está a salvo ―dijo Arthur Weasley para calmar a su esposa.
― ¡NO VENGAS A MENCIONAR A MUNDUGUS! Ya verá cuando le ponga las manos encima. Ese vago irresponsable...
Crookshanks empezó a hacer ruido delatando a los muchachos. Molly soltó un jadeo y antes de que pudiera atraparlos, Fred y George se desaparecieron para aparecer arriba, dejando atrás a Ron, Ginny y Hermione. Desde la habitación podían escuchar a su madre dando regaños y reprendiendo a los menores.
― ¿Dementores? ¿En Surrey? ―masculló George, mordiéndose la uña de pulgar.
Fred frunció el entrecejo y se encogió de hombros. Molly abrió la puerta de golpe. Su expresión denotaba molestia.
― ¿Qué les he dicho de escuchar a escondidas? ¿Cuántas veces tengo que decirles?
―No sé de qué hablas. Estábamos aquí ―dijo Fred, fingiendo inocencia que Molly sabía que no tenía.
―Es la última vez que los atrapo escuchando ―entonces la mujer relajó el rostro y miró a Fred―. Aunque supongo que ahora que lo han hecho, entenderás por qué no podrán ir a Bulgaria.
― ¿Qué? ―Fred se puso de pie de un salto, poniéndose enfrente de su madre―. No puedes hacer eso, mamá. Ya tengo todo listo y Bill compró el boleto de tren.
―Amor, lo que le pasó anoche a Harry es prueba de que quien-tú-sabes está volviéndose más fuerte, no puedo pensar en ponerlos en peligro. Créeme, es más seguro, para ti y para ella.
―Se lo prometí, no puedo no ir. No entiendes lo importante que es ella para mí ―intentó explicar Fred, el simple pensamiento de no poder ver a Agatha lo descontrolaba.
―Lo sé, cariño. Pero no podrán ir. No en este momento ―dijo Molly con voz delicada―. Lo siento, Fred. Escríbele, sé que lo entenderá. Y tienes que recordar no mencionar nada sobre la Orden.
―Mamá, por favor. Tiene que ir, serán dos días ―dijo George, para apoyar a su hermano.
―Solo dos días. No es justo, hace semanas no pasa nada. George y yo estaremos bien ―dijo Fred, con los puños apretados―. Ya somos mayores.
―Ya no hay nada que discutir, Frederick ―interrumpió su madre, dando la conversación como terminada.
Fred tenía la mandíbula apretada con fuerza y antes de que el siguiente argumento dejara su boca, Molly le acarició el rostro y le dio una mirada apenada antes de irse.
Un grito ahogado dejó la garganta del pelirrojo. Colmado de impotencia y frustración, golpeó la pared junto a la puerta. El puñetazo hizo que cayera polvo del techo. Su mente estaba nublada. No iba a aceptarlo, no iba a perder la oportunidad de ver a Agatha. Leer sus cartas y sueños no era suficiente. Quería verla.
Necesitaba verla.
Tenía que hacer algo, inmediatamente.
―Esto es una mierda ―dijo George, abatido.
―No se ha acabado ―aseguró Fred. Miró a George y él supo que se iban a meter en problemas―. Vamos a ir a Bulgaria.
―Mamá te va a matar ―advirtió George.
―Por Agatha estoy dispuesto a tomar el riesgo. Georgie, no tienes que involucrarte, puedes salvarte, si quieres.
― ¡Al carajo! Me hundiré contigo, Freddie ―sonrió el menor, ―. ¿Qué tienes en mente?
―Sé de alguien que nos puede ayudar ― Fred también esbozó una sonrisa.
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Cuando Agatha entró en la casa fue recibida por el penetrante olor a masa de mantequilla y parecía que no había desayunado porque su estómago rugió con fuerza. Las voces mezcladas de sus familiares que se saludaban y charlaban amenos incrementaban de volumen mientras ella caminaba. Boris y Marya correteando por los pasillos del piso superior y los estornudos constantes de Vera también formaban parte de la sinfonía.
Al entrar a la cocina, la sintió calurosa y pequeña. Su madre estaba haciendo levitar calderos mientras metía bandeja de metal tras bandeja de metal en el horno. Los deberes domésticos se veían extraños en la madre de Agatha al igual que su cabello recogido en un moño, pero se estaba esforzando por hacer algo especial por los gemelos, en especial por el «chico estrella» de su hija. Agatha podía saberlo al verla hornear, eso solo lo hacía en situaciones extraordinarias.
Los dos elfos domésticos bajo las órdenes de Natalya preparaban platos de comida para la fiesta. Todo estaba lleno de harina, inclusive los pobres elfos.
― ¡Ahí está! La cumpleañera ―exclamó Svetlana. Todos los ojos se volvieron para ver entrar a Agatha.
La Kuznetzova estaba tomada de la mano con un muchacho. Alto, con cabello color arena y nariz griega. Agatha lo reconocería en cualquier lado, a pesar de su vestimenta formal de trabajar que casi nunca usaba cuando se encontraba con ella. Nikolai Baranov se veía muy cambiado, Agatha lo relacionaba con su nuevo puesto en el ministerio de magia ruso.
Nikolai era el novio de Svetlana y el primer enamoramiento de Agatha, dado que todos se conocían desde pequeños. Claro que hace mucho tiempo lo había superado y Nikolai siempre estuvo fuera de su liga al ser siete años mayor que ella. Desde hace tres años Svetlana y Nikolai tenían una relación formal, pero el muchacho trabajaba en San Petersburgo para el ministerio lo que ocupaba gran parte de su tiempo.
Svetlana apretó a Agatha en un abrazo y la zarandeó como a una muñeca de trapo
―Déjame un poquito de aire, por favor ―rogó Agatha, devolviendo el abrazo.
―Lo siento ―Svetlana le estrujó las mejillas a la menor, le besó la frente y le desordenó el cabello. ―, es no puedo creer que ya tengas dieciocho.
―Hola, Gata ―sonrió Nikolai e imitó a su novia para abrazar a Agatha―. Feliz cumpleaños. Lamento no habernos podido ver en Moscú, los magos rusos cada día dan más problemas.
―Gracias, Nikolai. Me lo imagino, estos días las cosas están extrañas ―rió Agatha y Nikolai asintió con una sonrisa.
―Kolya y yo te compramos un regalo, espero te guste ―Svetlana cogió una cajita con un lazo del extremo de la mesa y se la tendió a Agatha.
―Gracias, Sveta ―sonrió Agatha.
Entonces Agatha analizó el resto de la habitación. Miroslav hablaba en voz baja con Darya en una esquina de la mesa de desayunar mientras se pasaban un libro entre ellos. Su tía Sonya y Anatoly ayudaban con las bandejas a Natalya. Su tío Aleksei y su mujer estaban sentados en dos sillones cerca de la ventana. Y en las sillas altas de la larga barra estaban Stefan y Vera.
Agatha se tranquilizó e intentó quedar en estado de trance para ir hasta ellos y no registrar en su mente lo desagradable que iba a ser la interacción con Vera. Viktor detrás de ella, saludó a Nikolai con un caluroso abrazo mientras empezaban a ponerse al día.
― ¿A mí no me recibes con un abrazo, primita? ―preguntó Vera con sarcasmo. Mostró los colmillos en una sonrisa forzada.
Igualmente de forzosa y antinatural, Agatha devolvió la sonrisa. Se acercó a ella con cautela y para evitar problemas le dio un corto abrazo que Vera abiertamente no correspondió.
― ¿Has ganado algo de peso, Agatha? Tienes las caderas tan anchas que fácilmente podrías llevar a dos niños ―continuó Vera mirándola de arriba abajo.
«Agatha, no la mates, no vale la pena. Tátko estaría decepcionado de ti y al tío Pierre no le gustaría. No vale la pena» ―se recordó Agatha a sí misma. Tuvo que inhalar y exhalar para recuperarse del impulso de ahorcarla.
―Se llama tener forma, Vera. Tú no lo sabrías porque tienes la forma de un lápiz ―devolvió Agatha, sonriendo.
―Siempre tan graciosa e inmadura, ¿no? ―Vera soltó dos risas falsas y estornudó de nuevo gracias al arreglo de flores de jardín cerca de ella.
―Feliz cumpleaños, Agatha ―Stefan se puso de pie y abrazó con afecto a la búlgara. ―. ¿Cómo estás?
Para ser hermanos, Stefan y Vera apenas se parecían. Stefan tenía una cabellera dorado oscuro y ojos azules como los de Agatha, mientras que Vera tenía cabello oscuro y ojos avellana amarillentos. No como los ojos de Fred, que eran cálidos y que Agatha adoraba. Los de Vera eran inmutables y calculadores, parecidos a los de una serpiente. Stefan era distraído y jovial mientras que Vera siempre parecía tiesa y disgustada.
Las actitudes de Vera y Stefan hacia Agatha eran totalmente opuestas y se podía leer en la manera en que ambos la miraban.
―Estoy bien ―respondió Agatha, enfocándose en la buena vibra de Stefan para ahogar la presencia de Vera―. Impaciente por empezar mi último año en Durmstrang.
―Estoy muy feliz por ti, Ag. Antes que llegaras, mi tía nos estaba contando sobre tu año en Escocia, fuiste a Hogwarts ¿verdad? ―preguntó Stefan, Agatha asintió―. Yo tengo amigos que asistieron a Hogwarts, cuando iba a Durmstrang conocí a muchos en los campeonatos de pociones. Cómo lo extraño...
― ¡Si! Vitya y Aggie hicieron muchos amigos en Hogwarts. De hecho, Aggie invitó a uno a casa, crucemos los dedos para que venga. Viene con su hermano ―dijo Natalya Krum con una sonrisa, abanicándose el rostro acalorado.
Agatha maldijo para sus adentros, no quería que Vera supiera absolutamente nada de Fred ni George.
― ¿Ah sí, prima? No seas tímida, cuéntame sobre él. ¿Amigo o conquista? ―quiso saber Vera, interesada en hacer sentir incómoda a Agatha.
―Me temo que no es asunto tuyo, querida prima ―aclaró Agatha, tomando un pedazo de una banitsa recién horneada y cortada para ser servida como aperitivo para los invitados.
Vera rechinó los dientes y otro comentario envidioso iba a dejar su boca cuando Viktor se movió desde donde estaba con Nikolai hacia los otros Krum. La sonrisa de Vera por un segundo se vio sincera al ver al hermano mayor de Agatha.
― ¡Viktor! Te ves genial...―empezó Vera adulando a Viktor.
Agatha volteó los ojos y fue de nuevo hasta Svetlana y Nikolai.
―No ha cambiado nada entre ustedes ―musitó Svetlana, mirando de reojo a Vera con aversión―. Que no te afecte, Agafya.
―No lo hace ―dijo Agatha con orgullo, echándose un mechón de cabello ondulado detrás del hombro―. ¿Me acompañas a mi habitación? Quiero que veas lo que usaré para ir a buscar a los gemelos.
―Ya vuelvo ―le dijo Svetlana a Nikolai y él le dio un corto beso en los labios.
Se escaparon de la cocina y Agatha tomó de la mano a Darya y la levantó para que también se uniera a ellas. Agatha entró a su habitación y dejó la caja de regalo de parte de Svetlana y Nikolai en el tocador.
Sacó el vestido del armario y se los mostró a sus primas. Había escogido un vestido azul corto, con mangas largas abombadas, y un lindo escote en V. Siempre vestía así, pero Fred nunca la había visto así, era certero que le iba a causar una impresión.
―Es hermoso ―dijo Svetlana
―Vas a hacer que se derrita como mantequilla ―sonrió Darya, alzando su pulgar en gesto de aprobación―. ¿No tiene un hermano de mi edad?
―Sí lo tiene, se llama Ron y estaba obsesionado conmigo.
―No es problema ―dijo Darya―. Si me mira de lado, entrecierra un poco los ojos y obvia por completo mis ojos marrones, soy idéntica a ti.
Las tres se rieron, pero a Agatha no le molestaba la idea de emparejar a Ron con Darya. Pasaron unos minutos charlando, mientras Svetlana daba sus opiniones sobre cómo Agatha debería peinarse.
―Fred seguro está pensando en ti ahora mismo. ―dijo Darya escarbando el guardarropa de Agatha para ver que podía pedir prestado―. No lo conozco, pero puedo imaginármelo pensando en ti mientras mira nostálgicamente por la ventana del tren.
―Leer tantos libros románticos y ver esas películas nemagicheski te han freído el cerebro ―se rió Agatha―. Solo somos amigos, Darya. Y quizá sí está pensando en ver a su amiga. ¿Tú no extrañas a tus amigos de Koldovstoretz?
―Una práctica rara esa de besarte con tus amigos. Yo no me beso con mis amigos, Agafya ―ironizó Svetlana, dándole una mirada insinuante a su prima búlgara.
―Es bastante común ―respondió Agatha con indiferencia―. Será porque no tienes muchos amigos, Svetlana.
―Si fueran solo amigos, no lo recalcarías cada cinco segundos ―argumentó Darya con suficiencia.
―Tengo que repetir que solo somos amigos porque cada vez que alguno de ustedes me habla de él suena como si fuera mi prometido o algo así.
― ¿Y quieres que solo sea tu amigo? ―musitó Svetlana.
― Hoy solo lo quiero ver, no sé lo que quiero mañana. Lo que sí sé que no quiero es apresurarme y arruinar todo como estoy acostumbrada a hacer ―replicó Agatha, sentándose en el tocador para elegir un par de aretes.
―Vale, pues que hoy sea solo tu amigo ―dijo Svetlana, silenciando con la mirada a Darya que quería expresar su opinión al respecto.
A las cuatro de la tarde y antes de empezar a arreglarse, Agatha bajó para pedirle a Viktor que la acompañara a buscar a los gemelos. Viktor estaba acostado en el sofá con Anatoly y Nikolai hablando de quidditch y antes de Agatha pudiera acercársele, un pequeño elfo doméstico de grandes ojos verdosos llamó su atención.
―Joven ama Agatha ―le dijo, Agatha bajó la mirada hacia él―. Tiene un telegrama urgente.
―Gracias, Mŭnich ―agradeció Agatha, frunciendo el entrecejo.
Los telegramas no eran comunes para ella. Eran mensajes cortos que llegaban a su destinario mucho más rápido que las cartas regulares. Nadie los usaba, a menos que fuera algo de suma importancia. Los latidos de su corazón aumentaron el paso al observar el nombre del remitente y el idioma que estaba escrito en el pergamino.
― Agafya, ¿tu amigo es de buen comer? ―preguntó Natalya entrando a la sala de estar― Estoy indecisa, no sé cuántas banitsas debería dejar para él. No, no, debería dejarle dos para que coma aquí y dos para su hermano ¿verdad? Y luego otras cinco más para que le lleven a su madre. ¿Tiene una familia numerosa o...?
Agatha no contestó. Leyó varias veces el telegrama, de arriba abajo y lo tradujo a búlgaro para estar segura de su significado. Un sentimiento amargo se extendió por su cuerpo.
―Eso no va a ser necesario, mama. Él no va a venir ―susurró Agatha, mientras se mordía el interior de la mejilla, sin levantar la mirada.
Viktor miró a su madre y luego a Agatha cuando escuchó lo que había dicho.
― ¿Qué? ¿Qué pasó? ―preguntó mientras Agatha seguía leyendo la nota.
―No lo sé ―dijo Agatha, sintiéndose aplastada por la desilusión―. Dice que surgió algo y que no podrá venir. Está bien, debe ser algo importante.
El mensaje era conciso, poco parecido a Fred. Las pocas palabras hicieron que Agatha sintiera como si la casa se cayera sobre ella.
Agatha, feliz cumpleaños.
Lamento decirte esto, pero no podré ir a visitarte a Sofía. Ha surgido un imprevisto. Lamento decepcionarte. Espero me perdones.
Изчакайте тайна
F.W
Al final de la página, había dos palabras en cirílico sin sentido. En búlgaro decían algo como «esperar» y «secreto», pero juntas no tenían sentido lo que hizo que Agatha se molestara porque demostraba que Fred no había seguido estudiando búlgaro después de que ella se fue.
Se peinó el cabello con los dedos hacia atrás y exhaló. Viktor y su madre aún esperaban una reacción, enterró su incomodidad y les sonrió para tranquilizarlos.
―No pasa nada, está bien ―aseguró, se humedeció los labios y expuso su mejor sonrisa alegre―. Nos veremos en otro momento. Mejor, más pastel para mí.
Nadie quería decir nada más para que no se sintiera peor y entonces Agatha fue a encerrarse en su alcoba. Tiró el telegrama en la basura y se acostó boca abajo en la cama con fastidio. Ruslan, que estaba descansando en el alfeizar, se levantó moviendo la cola y se acostó junto a su dueña al notar la molestia que traía.
Estaba pasando justo lo que ella temía. No verlo.
―No puedo suponer, tal vez algo malo está pasando en Inglaterra y yo no lo sé. O quizás no. Quizás cambió de opinión sobre mí ―le dijo con voz ahogada a Ruslan que la miraba como si entendiera―. Quizá no crea que el viaje a verme valga la pena y volvió con Angelina.
Ruslan soltó un ladrido por lo bajo.
―A lo mejor, yo estoy siendo dramática ―continuó Agatha, volteándose para acostarse boca arriba―. ¡No! No estoy siendo dramática. ¿Para qué promete cosas que no puede cumplir? Debí haber supuesto que algo así pasaría cuando acortó su tiempo de visita. Tal vez presioné demasiado las cosas. ¿Crees que fue mala idea haberlo invitado, Ruslan?
Ruslan gimió.
―Estoy perdiendo la cabeza, estoy hablando con mi perro como si fuera a responderme ―Agatha acarició el pelaje grisáceo de Ruslan con ternura y una sonrisa amarga―. Debería implementar un «Q.H.A» «¿Qué haría Aleksandr?» Ojalá estuviera aquí. Pero milagrosamente, sus cosas con Danielle parecen ir mejor que mis cosas con Fred.
Aleksandr se encontraba en Francia visitando a Danielle, según las cartas que le había enviado a Agatha le gustaba estar en Francia y se encontraba feliz. Escribía que se sentía cómodo y que le gustaría quedarse un rato más mientras descubría que quería hacer con su vida, como un viaje de autodescubrimiento. Ya casi cumplía tres semanas allá y Agatha presentía que se quedaría por muchas semanas más. Era extraño no tenerlo cerca, cuando estaba acostumbrada a siempre hacerlo.
Aunque leerlo feliz, la hacía feliz a ella también y le gustaba que le enviara croissants de chocolate y fotografías.
―No me voy a quedar acostada aquí a lamentarme. Es mi maldito cumpleaños ―dijo Agatha firme y se levantó―. Esto solo es otra muestra de que todo lo que los hombres hacen es mentir y decepcionarme.
Ruslan ladeó la cabeza y bajó las orejas.
―Todos excepto tú, Ruslan. El único que nunca me ha fallado ―sonrió Agatha y le besó el tope de la cabeza a su cachorro.
Pasó una hora y media en donde nadie se atrevió a perturbar la tranquilidad de Agatha.
Ya estaba vestida y arreglada y resignada a que no vería a Fred. Era una lástima, verla en aquel vestido le hubiese dado un paro cardíaco. Había escogido el color favorito de él por una razón.
Una voz a través de la puerta se coló desde el pasillo.
― ¿Puedo entrar, Gata? ―preguntó Svetlana.
Agatha no respondió pero abrió la puerta con un movimiento de varita. Svetlana sonrió al verla.
―Te ves lista para matar ―dijo con voz dulce―. Lamento que la persona que querías que lo viera no pueda venir.
―Ni lo menciones ―la cortó Agatha―. No quiero pensar en él ahora. Es su pérdida.
―Estoy de acuerdo ―sonrió Sveta―. Ya estamos empezando a llenar la tienda. Baja cuando estés lista.
―Ya estoy lista. Vamos, Ruslan ―le indicó Agatha con sonidos de besos al husky para que las siguiera.
Entrelazó su brazo con el de Svetlana y apenas estuvieron en el pasillo, oyeron la voz de Natalya que gritaba desde abajo:
―Aggie, hay alguien que quiere verte.
De repente, Agatha se sintió optimista. Le dio escalofríos pensar que se trataba de Fred, se mordió el labio y se peinó el cabello con los dedos. Si lo del telegrama se trataba de una de sus bromas, lo iba a matar. Después de besarlo mucho.
Con disimulo para no mostrarse desesperada, empezó a descender junto a la rusa. Al pie de la escalera, no estaba a quien esperaba ver.
― ¿Vasil? ―pronunció Agatha.
Vasily Dimitrov se volteó y sus pupilas se dilataron al ver bajar a Agatha. Trazó una sonrisa radiante y ondeó su mano. Svetlana observó con sorpresa al capitán del equipo nacional de quidditch. No había cambiado nada desde la última vez que Agatha lo había visto hace un año. Tenía un ramo de flores en la mano y una caja. Cuando estuvieron frente a frente, sus ojos verdes escanearon como rayos X a la chica.
―Los dejo para que se pongan al día...―balbuceó Sveta, embelesada por Vasily. Salió de la casa por la puerta de la cocina dando un portazo.
―Um, feliz cumpleaños, Ag ―sonrió de nuevo Vasily sin poder quitarle la mirada de encima a la castaña― Te ves...te ves...digo, bien.
―Gracias, Vas.
Vas estaba indeciso si debería abrazarla o besarla en la mejilla, y Agatha eligió por él. Se acercó, dándole un abrazo apretado. Sería mentir decir que no existía todavía una tensión sexual entre ellos.
―Te traje flores. Aunque pensándolo bien, quizá no fue buena idea porque tu casa ya tenía flores. Tu mamá pensó que las había arrancado del jardín ―dijo Vasily, haciéndole una mueca al ramo que traía en las manos. Agatha soltó una risa―. Pero ya las traje. Y te traje otra cosa.
Vasily le puso la caja en las manos.
―Tal vez ya ni te acuerdas, pero cuando estábamos juntos, hablaste mucho sobre unos bombones suizos y habíamos planeado comprarlos la próxima vez que jugáramos en Suiza. Luego terminamos y...bueno, no importa. La cuestión es que hace como dos semanas fui a jugar a Suiza y los vi en un escaparate de una chocolatería y pensé en ti. Y dije «Tengo que comprárselos». Espero que te gusten y sepan tan bien como pensamos.
―Es muy lindo de tu parte. Los recuerdo. Se suponía que sabían a luna llena o algo así ―sonrió Agatha mirando la caja.
―Sí, algo así ―respondió Vas suavemente mirando a Agatha―. Pensé que tenía que devolver el gesto del llavero y gomitas que me enviaste desde el Reino Unido. Me gustaron mucho.
―Muchas gracias, Vas ―Agatha besó la mejilla del búlgaro con afición genuina―. ¿Cómo has estado?
―Cansado ―admitió Vasily apretando la parte de atrás de su cuello―. Los Buitres de Vratsa son un equipo muy exigente, tengo que mantener el paso con veteranos. Pero me gusta, no me permite dormirme en los laureles. Entre eso y planear la temporada del equipo nacional no tengo mucha tregua que digamos.
―Recuerda no...
―No extralimitarme ―completó Vasily con una sonrisa―. Siempre me lo dices.
―No quiero que mi capitán se lesione antes de empezar la temporada ―dijo Agatha con voz melosa, logrando colectar una risa de parte del mayor.
Vasily estiró la mano inconscientemente y le acarició la mejilla con la yema del dedo pulgar a Agatha, ella se estremeció. Cuando estaban juntos, él siempre hacía eso cuando lo hacía reír. Ambos se sonrojaron.
―Lo siento, la costumbre...―se disculpó el muchacho, retirando la mano.
― ¿Vas a quedarte? ―preguntó Agatha levantando la mirada para verle los ojos verdes.
―No. Partido importante en dos días y tengo práctica ―explicó Vasil cruzando los brazos sobre su pecho para evitar que se le escapara otro movimiento involuntario―. Sabes que mis entrenamientos no terminan para mí sino hasta después de...
―La medianoche ―completó entonces Agatha. Ella conocía de memoria toda la rutina de su exnovio―. Pensé que te ibas a quedar para la fiesta.
―Lo siento, Ag. Además, tu papá aún no me ha perdonado por lo de la propuesta de matrimonio ―recordó Vasil haciendo una mueca.
―Ah, claro, eso...
― ¿VASIL? ¡NO PUEDE SER, VIEJO! ―maulló Viktor corriendo desde el jardín y abalanzándose sobre su buen amigo.
Vasily perdió el equilibrio y cayó al suelo siendo aplastado por el peso de Viktor. Los dos búlgaros explotaron en carcajadas y entre los dos se levantaron.
―Qué bueno verte. Con lo ocupado que estás pensé que te vería en septiembre ―dijo Viktor con efusividad. Miró a Agatha y sintió que había interrumpido algo―. Claro, pero nunca estás demasiado ocupado para Aggie.
―Venía de paso. Es bueno también verte, compañero. ¿Ya has firmado? ―preguntó Vasily.
―Sí, amigo, pero es secreto. Ya lo sabrás cuando se concrete.
―Espero que hayas escogido bien. Y que no hayas firmado con mis enemigos ―rió Vasily y Viktor se encogió de hombros para no dar pistas sobre su equipo.
―Vamos que la fiesta ya empezó. Lev y Clara vienen de camino ―apuntó Viktor, envolviendo con un brazo a Vas para llevarlo a la puerta trasera.
―No me puedo quedar, Vik.
― ¿De qué hablas, imbécil? ¡Ya estás aquí! ―Viktor chasqueó la lengua.
―Tengo entrenamiento ―se excusó Vasily, deteniéndose y palmeando la espalda del mayor de los Krum.
―Vamos, Vasily, por un rato ―pidió Viktor al ojiverde.
―Lo siento, pero escucha, si todavía hay fiesta luego de la medianoche, envíame un patronus y me pasaré por aquí a tomarme una copa y a comer pastel ―le sonrió Dimitrov a Agatha.
―Vale, viejo ―dijo Viktor, decepcionado―. ¿Te acompaño afuera?
―Sí, dame un segundo para despedirme de Ag.
Viktor notó lo que quería el muchacho, asintió y salió al pórtico para darles un momento a solas.
―Fue bueno verte, Ag ―Vasily mostró una media sonrisa.
―Igualmente, gracias por las flores y por recordarte de mi cumpleaños ―agradeció Agatha con genuinidad.
― ¿Cómo podía olvidarlo? Por cierto, me gusta cómo te ves con ese vestido, te ves sensual.
―Inapropiado, Vasil ―se rió Agatha.
―Lo siento, tenía que decirlo antes de irme ―Vasily soltó una risa grave―. Ya tengo que irme. Nos vemos en septiembre o tal vez antes. Siempre eres bienvenida a los juegos de los Buitres.
―Quizá me pase por allá.
―Vale, hasta luego, entonces. Feliz cumpleaños de nuevo ―Vasily presionó sus labios contra la mejilla de Agatha y se separó como si lo hubiese golpeado un rayo.
Camino de espaldas hacia la puerta para admirar unos segundos más a Agatha y se tropezó con la estatua de oso pardo, haciendo que casi cayera al suelo.
―Hay un oso ahí, deberías tener cuidado ―comentó Vasil con una sonrisa avergonzada.
―Lo sé, yo vivo aquí ―se burló Agatha viéndolo mantener la estatua de pie.
Vasily articuló un «claro» y se marchó cerrando la puerta detrás de él. Agatha sonrió observando el bouquet en sus manos, apreciaba el gesto de Vasily, pero le hubiese encantado que fueran de parte de Fred. Porque, a pesar que intentaba superar que no iba a verlo, aún deseaba hacerlo.
Viktor entró por la puerta por la que había salido Vasily y miró a Agatha con inquisición.
―Pensé que tendría que recogerlo con una cuchara del pórtico porque lo fundiste. Dale una oportunidad, Aggie ―le suplicó, Agatha puso los ojos en blanco―. Lo tienes desorientado. Vasil solo se comporta así contigo, a este punto es vergonzoso.
―Viktor, ya nada va a pasar entre Vasil y yo. Ya terminamos.
―Es solo mi opinión.
―Gracias por dármela, pero ahora mismo no veo a Vasily de esa manera.
―Ves de esa manera al pelirrojo. Pero, adivina qué, él no vino y Vasil sí.
―Si tanto te gusta Vasily, tú pídele salir ―escupió Agatha con fastidio yendo a la cocina para poner la flores en un jarrón.
Viktor no tenía la intención de molestar a Agatha, ella sabía que toda esa conversación era porque Viktor adoraba a Vasily y era uno de sus mejores amigos y Viktor conocía y confiaba plenamente en Vasily, lo que no sucedía con Fred porque no habían tenido oportunidad de conocerse. Y como decían los nemagicheski, mejor mal conocido que bueno por conocer.
Con más dureza de la necesaria, Agatha puso las flores en un jarrón mientras pensaba en Fred. ¿Por qué no había ido? ¿Estaría bien? ¿Por qué no lo explicó en el telegrama? ¿Y que se suponía que significaban esas dos palabras al final? O más bien, ¿qué pensaba él que significaban?
Esperar y secreto.
¿Qué secreto tenía que esperar?
➻ 𝘯𝘰𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘢𝘶𝘵𝘰𝘳𝘢
Hola, disculpen la tardanza con el capítulo. Cómo ya lo había comentado en mi muro, me tomé un tiempo para arreglar la estética del fic. A partir de este momento cambiará de nombre a «STARFIRE», porque me parece muy bonito y ya tenía ganas de cambiárselo. Créditos a mi hermano por ayudarme con la portada también. Tambien cambié los gráficos del primer capítulo, pueden pasarse por ahí para que me den su opinión. Les quiero un mundo y les agradezco la paciencia.
Recuerden que estoy muy abierta a sus comentarios y recomendaciones, si les gustaría que algo en específico sucediera, sus comentarios son bien recibidos siempre.
Un beso,
Genie
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