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𝟐𝟒 ━ Los Kuznetzov.



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𝐋𝐎𝐒 𝐊𝐔𝐙𝐍𝐄𝐓𝐙𝐎𝐕

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La chica de diecisiete años valsaba por los pasillos de su hogar para llegar hasta la estación de trabajo de su padre. Era una habitación contigua a su despacho en donde él tenía una especie de consultorio miniatura para consultas de emergencia y para la revisión de sus hijos. Allí también era donde instruía a su hija sobre medimagia.

Agatha tocó la puerta francesa que llevaba a dicha habitación y escuchó la voz ronca del patriarca de los Krum invitándola a pasar.

La habitación estaba bien iluminada y a petición de su esposa, Dobromir Krum había puesto plantas con propiedades curativas cerca de las ventanas. En el centro había una silla de madera para examinación. Las paredes estaban llenas de estantes de pociones y frascos misceláneos. Una mesa de roble sostenía los instrumentos más usados por el médico.

Agatha y su padre habían hablado poco en la semana que llevaba en la casa debido a que el mayor tenía mucho trabajo, pero había conseguido un rato para revisar su estado físico y para mejorar su nariz como había prometido.

―Toma asiento, hija ―le ordenó el hombre con voz dulce, mirándola por encima de las gafas de marco de metal por un segundo para luego mirar a los pergaminos que sostenía.

Agatha acató. Se adentró en la habitación y se sentó en la silla de examinación. Detestaba esa silla, era demasiado alta y no permitía que sus pies tocaran el suelo de mármol, haciéndola sentir como si no hubiese crecido nada y seguía siendo una cría. Su padre, sentado en una silla de ruedas, se deslizó hasta estar frente a ella. Sus ojos azules, que le había heredado a su hija, le hicieron un análisis superficial a sus facciones.

―Un año escolar agitado ―comentó Dobromir con un tono gracioso, Agatha le regaló una sonrisa amortiguada y asintió con la cabeza―. ¿Qué tal te fue?

―Entre todo, pudo haber sido peor. Hice muchos amigos y mejoré mi inglés ―contestó la menor.

―Me gusta que siempre rescates lo bueno. ¿Cómo te has sentido de la cabeza?

―Bien, no ha dolido ni nada. 

― ¿La memoria?

―Ha mejorado. Yo diría que corre en un ochenta y cinco por ciento. Recordar la combinación de caras-nombres aún me confunde un poco, pero si me lo repiten dos veces se guarda. Ahora, la retención de información académica si es un poco más difícil. Pero en general, está mucho mejor que antes de irme.

―Me alegra escucharlo, cariño, pero la terrible calificación de Antídotos no se debió a la dificultad de retener información académica ¿no? ―Agatha sabía que no se iba a poder librar de la reprimenda, su padre tenía una voz suave pero seguía siendo una reprimenda―. Eres más inteligente que eso, Agatha. Sé que Antídotos es una de las asignaturas que más te gustan. Y también sé que por experiencia, porque eres mi hija y la de tu madre, que se te da bien. Te distrajiste. No lo hagas más.

Agatha asintió cabizbaja.

―Ahora, dime, ¿has sentido las piernas débiles, falta de equilibrio o divagación de mente? ―preguntó su padre, moviéndose para tomar su varita de la mesa.

«Sí, pero por otras razones» ―pensó Agatha para sus adentros.

―No. Solo cansancio normal por entrenamiento.

―Bien, veamos esa nariz ―estableció Dobromir.

Mascullando hechizos por lo bajo, empezó a examinar el cuerpo de su hija. Una luz salía de la punta de su varita, escaneándola y dándole detalles de su condición física. Se tomó algunos segundos en su nariz.

―Quiero volver a reparar tu nariz desde cero, no me siento cómodo haciéndolo a medias. No te va a doler más de lo que puedas soportar ―aseguró su padre, movió la varita de pino y Agatha sintió como si le fueran a arrancar la nariz del rostro.

Los huesos se rompían y se reparaban con maestría siendo controlados por la magia del mayor, este tenía el ceño fruncido, profundamente concentrado. La chica cerró los ojos con fuerza para que el dolor fuera más llevadero. Respiraba lento por la boca e intentaba no moverse para no entorpecer el trabajo de su padre.

―Solo un poco más, mi amor ―la voz tranquilizadora de Dobromir Krum era pura miel y siempre cumplía su cometido.

La piel superficial de la nariz dio un último tirón y todo se detuvo en conjunto.

―Aleksandr no se contuvo con su fuerza, tu nariz estaba rota y desviada en tres partes ―observó Dobromir, comprobó su trabajo y le dio el visto bueno.

―En un combate nadie se va a contener su fuerza, papá. Yo tampoco lo haría ―le recordó Agatha.

Su padre soltó un lánguido suspiro y afirmó lentamente con la cabeza. Agatha le recordaba mucho a él de joven, audaz y no se sentía intimidada por las artes oscuras. Justo como él, las afrontaba con valentía y sin dejarse seducir. El hombre le apretó el hombro con torpeza y le dedicó una sonrisa que hizo destacar las arrugas alrededor de sus ojos claros.

―Estás lista ―anunció su padre y se puso de pie―. ¿Ya arreglaste las cosas para ir a Moscú?

Agatha partiría a Rusia el día siguiente para visitar a su abuela y al resto de familiares. Era una costumbre de todos los años.

―Sí. Todo listo, pero Viktor no irá conmigo.

― ¿Por qué? ―preguntó el hombre mientras buscaba una poción en uno de los estantes y le trituraba unas hojas de una planta curativa de color amarillenta.

―Tiene entrevistas, para firmar. Los equipos internacionales no han dejado de escribirle. Dice que irá en unos días, pero creo se lo saltará este año. 

―Ya veo, bueno, espero que pases un buen rato allá. Intentaré ir con tu madre la próxima semana, veremos si el trabajo se relaja un poco.

Tátko? ―murmuró Agatha con inseguridad.

Agatha no le había dicho a su padre que Fred iba a ir a Bulgaria para su cumpleaños. Se lo había guardado porque no sabía cómo abordarlo. Aunque Fred no era su novio, cualquier persona extraña que asistía por primera vez a la casa de los Krum tenía que pasar por aprobación previa de su padre. Usualmente su padre era muy receptivo, pero no estaba segura de cómo se iba a tomar que invitara a un chico a casa.

―Um, como ya te había dicho, hice bastantes amigos en Hogwarts y bueno, naturalmente, me hice cercana de varios e invité a uno a casa para mi cumpleaños. Espero que eso esté bien.

Dobromir Krum se dio la vuelta con cautela. Agatha irguió la columna e hizo su mayor esfuerzo para parecer indiferente ante la respuesta. Él la miró por encima de sus gafas.

― ¿Cuál es su nombre?

―Fred Weasley.

― ¿Es tu amigo?

―Sí.

―Viktor también me comentó que invitó a una muchacha a casa ―su padre desvió la conversación―, ¿vendrá tu amigo con ella?

―No lo sé, a lo mejor. Ambos son amigos de Harry Potter.

Su padre hizo un sonido con la boca como aceptando la información y sopesándosela.

―Si es tu amigo y viene con buenas intenciones, es bienvenido. Nunca dudo de la calidad de amigos que haces, mi amor. Es bueno tener ingleses en casa para que me den su opinión acerca de mi inglés, he estado practicado bastante, ¿sabes? ―sonrió su padre, le entregó la botella de poción mezclada―. Tómatelo todo, es una mezcla de vitaminas, te falta vitamina C.

Agatha se bebió el brebaje y le agradeció a su padre para saltar de la silla e irse con una sonrisa en el rostro.

―Agatha ―Dobromir la detuvo antes de que ella cruzara la puerta. Ella se volteó para mirarlo―, cuando regreses de Rusia, quiero que nos enfoquemos en tu aprendizaje de la medimagia.

Agatha se extrañó y ladeó la cabeza con desconcierto.

―Se están diciendo muchas cosas en la calle y en mi trabajo, considero preciso ampliar tus conocimientos de curación, te serán necesarios para los días porvenir.

― ¿Qué quieres decir? ―preguntó Agatha con un tono de voz algo preocupado.

―Ya no eres una niña y estoy seguro que has escuchado los rumores. Cualquiera que sea su veracidad, debemos armarnos lo mejor que podamos. Esperemos que no sea necesario, pero debes saber lo más que puedas.

―Está bien, estaré lista ―masculló Agatha, haciendo un ademán de compresión.

―Es solo una precaución, Aggie. Ahora mismo, el peligro no es inminente y no hay nada de qué preocuparse ―Dobromir volvió a emplear su voz de tranquilidad y Agatha le dio una sonrisa a medias para abandonar el consultorio.

Mientras bajaba las escaleras para ir a encontrarse con su madre, no podía dejar de pensar en que si su padre estaba pensando en prepararla era porque las cosas iban a complicarse.

La mañana siguiente, Agatha estaba cerrando la maleta que iba a llevar a Moscú cuando los elfos domésticos le entregaron la correspondencia de ese día. Agradeció y se sentó en su cama para leer entre los sobres. Fred ya había respondido a su última carta. La abrió de inmediato.


Agatha,

Me alegro que hayas llegado a salvo. No dudo de tus habilidades al timón, pero me daba un poquito de nervios que te perdieras en el océano.

También me alegra leer lo de tu nuevo director, ojalá te trate como mereces. Tú no eres menos que nadie.

Te tengo noticias increíbles, literalmente, no lo vas a creer. Tenemos un inversor, no te puedo decir su nombre, pero es un excelente inversor. Nos dio mil galeones para empezar con S.W ¡MIL GALEONES!, así que este verano será de invenciones y de mejorar nuestros productos.

Te pido que deseches todo lo que te regalé para el viaje, tíralo por un barranco. Con el dinero que tenemos vamos a rehacer todo con nuevas fórmulas. Te enviaré un nuevo lote de productos apenas estén listo, o mejor, te los daré yo mismo cuando nos veamos.

Empiezas a hacerme falta, Krum.

Empiezo a extrañar tu acento. Todo el mundo hablando perfecto inglés es aburrido.

Ya quiero que sea 3 de agosto. 

Pienso en ti más de lo que debería,

Fred.


Sonrió para sí misma y sujetó la carta contra su pecho. A ella también empezaba a hacerle falta.

━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━

La estación de tren mágica principal de Moscú estaba hasta el tope. Las masas de gente se movían con apuro, empujando y subiendo y bajando de los vagones. La cantidad de personas era demasiada para los andenes. El pitido de los silbatos del personal ferroviario se mezclaba con las voces en ruso. Un olor penetrante a humo llenaba las fosas nasales de la búlgara que con mucho esmero intentaba hacerse un espacio entre la gente. El husky siberiano resguardaba a su dueña, ladrando y gruñéndole a los magos y brujas que la pisaban sin querer.

El gentío no le permitía a Agatha admirar la preciosa arquitectura de la plataforma de tren que era lo que más le gustaba de aquel lugar. Su irritación empezaba a aumentar, vociferando maldiciones en su segundo idioma y empujando de vuelta a la gente con su hombro. Sostenía con fuerza su maleta en la mano derecha y calmaba a su cachorro con la otra y lo guiaba lejos de la multitud.

― ¡Allí está! ―una voz familiar hizo que Agatha buscara a sus alrededores.

Una cabellera rubia empezó a abrirse paso a zancadas largas y ágiles. Svetlana Kuznetzova caminaba apurada para llegar hasta su prima, detrás de ella venían Anatoly Kuznetzov y Darya Pávlova, también primos de Agatha.

Ella se sorprendió al verlos ya que esperaba a su primo mayor Dimitri. Se fundió en un abrazo con Svetlana. La rubia soltó un grito de felicidad y movió sus piernas de emoción. Agatha también gritó al cielo y la sacudió con alegría. Darya abrazó a Agatha a la altura de su cintura y Anatoly las envolvió a las tres en un abrazo.

―Mi prima Agafya Krum finalmente pisa madre Rusia, no sabes cuánto te extrañaba―cantó Svetlana, soltando a Agatha y teniéndola de las manos.

― Yo también te extrañaba, Sveta. Los extrañaba a todos ―dijo Agatha con efusión―.  ¿Dónde está Dimitri? Pensé que él iba a venir a recogerme

―Está cuidando al bebé. Maya empezó a trabajar hace poco y como pueden se distribuyen el trabajo. Quería venir, pero la abuela dijo que la aparición es muy peligrosa para el bebé. Ven, empecemos a caminar, hoy los magos rusos están más locos que nunca.

Agatha aceptó y empezó caminar junto a los Kuznetzov y a la Pávlova, los cuatro atravesaron la barrera divisora que separaba la estación mágica de la estación no-mágica y se adentraron en el edificio de piedras blancas. Esta se encontraba más vacía que la anterior. Por lo que Agatha pudo contar, apenas había tres grupos de nemagicheski esperando por trenes, lo que les permitía poder conversar con calma.

―Dios, Anatoly, ¿por qué estás tan alto? ―se impresionó Agatha ante la altura que había adquirido su primo menor desde la última vez que lo vio.

Anatoly soltó una carcajada y Agatha lo tomó del rostro para besarlo en la mejilla.

―Me estiré desde el verano antepasado, Gata ―le sonrió Anatoly, aceptando el beso en la mejilla de su prima―, solo no me habías visto.

―Lamento haberme perdido tanto ―expresó Agatha con pesar―, entre el accidente y el año escolar en Hogwarts, el tiempo pasó demasiado extraño

―Lo importante es que ya estás aquí y te quedarás un rato ―dijo Svetlana con una sonrisa.

―Te extrañé mucho, Gata. Quiero que nos digas todo del Reino Unido ―suplicó Darya, encargándose de guiar al perro.

―Yo también, Darya. Ya tendremos tiempo de ponernos al día ―dijo Agatha con una sonrisa brillante.

Estando ya en la calle, Svetlana, mirando a sus alrededores, sacó su varita del abrigo de lana y susurró un expectro patronum para indicarles a sus familiares en la casa que ya tenía a Agatha y que iban de camino. Una tortuga marina plateada azulada salió de la varita de madera y se perdió en el cielo despejado.

―Vamos a tomarnos unos minutos antes de aparecernos, la abuela está como una fiera en la casa, esperemos que se terminen de batir a duelo para llevarte ―bromeó Anatoly haciendo que Darya y Agatha se rieran. Svetlana le dedicó una mirada de regaño―. Sveta, sabes que tengo razón. Se pone histérica cada vez que Agatha llega a Rusia. ¡Gata, nos mandó a planchar nuestra ropa cinco veces para venir a buscarte! ¡Cinco!

―Me gustaría poder decir que estás exagerando, pero es cierto ―suspiró la mayor de todos―. Y este año, como tiene tiempo sin verte, parece que se ha extralimitado.

Agatha emitió una risa.

―Caminemos un rato, entonces ―sugirió Agatha y le pasó un brazo por los hombros a su prima menor―. Prepárenme, ¿quién está en la casa de babushka?

―Casi todo el mundo, Dimitri, mi papá, mi tía Sonya, Marya, Boris, Miroslav... ―empezó Svetlana, mirando hacia arriba pensándose en la lista de familiares.

El lado ruso de la familia de Agatha era bastante extenso. Tenía siete primos nacidos de una tía y tres tíos.

El tío mayor de Agatha se llamaba Samuel y había tenido dos hijos. Dimitri era el mayor de todos con veintiséis, y Miroslav de veintiuno.

Luego estaba su tío Andrey que solo había tenido a Svetlana que tenía veintidós.

Después de él, venía su tío Aleksei que era menor que la madre de Agatha, él había engendrado a Anatoly de quince y a Boris de siete.

Y la menor de todos los Kuznetzov, su tía Sonya, había procreado a Darya, de trece años y a Marya de siete años.

Los primos caminaron muy unidos en la acera, hasta que después de varios minutos encontraron un callejón perfecto para poder aparecerse.

―Aquí podemos aparecernos. Anatoly, sostenle la mano a Agatha y Darya sostente a mí y a Ruslan. No se distraigan, niños, no quiero desparticiones ―ordenó Svetlana preparándose para hacer la aparición conjunta. Los primos crearon una cadena humana y Agatha se concentró para auxiliar a Svetlana en el transporte mágico.

El mundo se volvió borroso y Agatha sintió el cuerpo ligero. En un abrir y cerrar de ojos, Agatha y sus primos estaban en el porche de la antigua casa de la familia Kuznetzov.

Se trataba de una cabaña en el bosque, construida de madera, de un lado estaba llena de árboles frondosos y verdes y del otro tenía una llanura que terminaba en pequeñas colinas. Tenía solo dos plantas, pero muchas habitaciones. De la chimenea salía humo y en el porche había una mecedora de dos puestos.

Desde afuera se escuchaba la algarabía y el desorden que estaba sucediendo dentro de la casa de los Kuznetzov. Entre el montón de voces se podía distinguir la voz de la abuela, gritando y dando instrucciones en un ruso pesado a sus descendientes.

―No se ha acabado ―se lamentó Anatoly cerrando los ojos con decepción.

― ¡DIMITRI! ¡PREPARA EL SAMOVAR! EN CUALQUIER MOMENTO ENTRARÁN POR ESA PUERTA ―vociferaba la anciana para su nieto mayor, se escuchó un suspiro sonoro y fastidiado.

Baba, a Agatha ni siquiera le gusta el té ―Agatha escuchó derrota y agotamiento en la voz de Dimitri

―No estamos seguros, la golpeó una bola de hierro sólido en la cabeza, quizá la hizo cambiar de opinión ―discutió Zhanna Kuznetzova.

Agatha sintió una sensación en su pecho de afecto, no sabía cuánto había extrañado esas discusiones en ruso sino hasta que las escuchó de nuevo.

―No tiene sentido quedarnos aquí ―dijo Darya y seguidamente tocó la puerta para abrirla.

Incluso en el verano, la temperatura en Moscú era bastante baja. Ese día en particular la temperatura se ubicaba en apenas 15 grados, por lo que no fue sorpresa que desde dentro de la casa emanara una corriente de aire caliente que se debía a la chimenea.

―Babushka, ya llegamos ―anunció Svetlana entrando de primera.

―Estamos en la cocina, querida ―respondió Zhanna desde dentro.

Agatha se sacudió el sucio de los zapatos antes de entrar. Anatoly entró, seguido de Darya y Ruslan, que movía la cola con entusiasmo. El interior de la casa invitaba a entrar, era cálido y desprendía un olor a buena comida y a incienso. Caminó por los pasillos pintados de un color ocre bonito hasta llegar a la cocina. 

―Quítense, por favor. Quiero ver a mi niña ―indicó la matriarca de los Kuznetzov, aplaudió con apremio para que sus otros nietos se quitaran.

― ¿No estás feliz de verme a mí, abuela? ―se quejó Anatoly dedicándole una falsa mirada herida.

―Te veo todos los días, Anatoly ―replicó la anciana, con voz divertida añadió:―. Estoy harta de ti.

Agatha no pudo evitar reírse, mientras que Anatoly soltaba un sonido de pasmo. Sus primos se movieron para que la abuela pudiera ver a Agatha, la mujer emitió un sonido de júbilo.

―Mi pequeña búlgara, mírate. ¡Cómo has crecido! ―dijo con una voz entrecortada―. Ya eres una adulta, recuerdo cuando eras tan pequeña como Marya y te tropezabas con el ruso.

―Y dices que no tiene favoritos ―masculló Dimitri, que sentado en una de las sillas del comedor, balanceaba a un bebé de menos de cinco meses en sus brazos.

―No tengo favoritos, Dimitri. Pero si los tuviera, sería Agatha ―jugó Zhanna, dando pasos cortos para llegar hasta su nieta.

Zhanna Kuznetzova era una mujer alta a pesar de su edad, con el cabello de un castaño desvaído, corto y liso hasta los hombros, portaba unos lentes de lectura en el tope de la cabeza. Vestía una túnica turquesa sobre unos vaqueros azul claro. A pesar de sus bien vividos setenta años, tenía un aura jovial y animada.

La mujer acercó a la búlgara y repartió besos por todo su rostro.

―Hola, Baba ―sonrió Agatha dejándose mimar por la anciana.

―Te ves muy hermosa, mi amor. Te pareces tanto a tu madre ―dijo la mayor poniendo sus manos sobre su pecho―. Es magnífico que ya estés aquí. Haremos tantas cosas, hay que ponernos al día. ¿Quieres té, Agafya?

―No, gracias, abuela. Pero podría tomar café, si tienen.

―Tú solo pídelo, ya te preparo una taza ―exclamó la mujer y empezó a rebuscar entre las tazas.

―Te dije que no le gustaba el té ―murmuró Dimitri con bostezo. Su abuela siseó para que se callara.

Agatha identificó al resto de los ocupantes de la cocina, junto a Dimitri estaba su tía Sonya y su tío Andrey.

―Bienvenida, Gata ―sonrió Dimitri, luego levantó al pequeño bebé mostrándola y presumiéndola como si fuera un trofeo―. ¿No es linda? Es mía. 

―Hola, Dimitri ―devolvió Agatha con una risita. Se acercó al bebé y le acarició la barriga con cuidado. Era una niña preciosa y tan pequeña. Dimitri se la puso en los brazos. Era la primera vez que la conocía en persona. Agatha soltaba pequeños sonidos de ternura.

―A Anna le agradas, llora mucho cuando la toman en brazos pero no contigo. Tenía que haberlo supuesto, eres la favorita de todos ―la molestó Dimitri con una sonrisa, estirándose para relajar los brazos tullidos por haber sostenido al bebé por tanto tiempo.

―Sí, claro ―replicó Agatha burlona, haciéndole morisquetas a la cría y poniéndola de nuevo en los brazos de su padre. 

―Agafya, es bueno verte, sana y salva ―Sonya abrazó a Agatha y le besó la frente.

―Y estando cuerda y no loquita como dicen los medios ―bromeó Andrey, dándole unas palmaditas cariñosas.

Todos soltaron una risa conjunta y Agatha puso los ojos en blanco.

―Estoy bien, tío. Lo juro. Para acabar con todas sus curiosidades: No, no quedé loca. Y sí, volveré a jugar para Bulgaria ―anunció Agatha con sublimidad.

―Es una lástima ―dijo Anatoly ―, porque eso significa que le patearás el trasero a Rusia.

Agatha se rió y se encogió de hombros, asintiendo con la cabeza.

― ¿YA LLEGÓ?

― ¿GATA ESTÁ AQUÍ?

Dos voces se escucharon desde las escaleras, seguido de muchos pasos que bajaban con apuro. Los niños, ambos de siete años, gritaron al observar a la ojiazul parada en la cocina. Corrieron hasta ella y se le abalanzaron haciendo que se tambaleara y tuviera que sostenerse de la barra de la cocina. Boris y Marya gritaron de nuevo mientras se presionaban contra el torso de la búlgara con cariño.

Los dos se separaron y hablaron al mismo tiempo, haciendo que la chica abriera los ojos con desconcierto intentando hallar sentido a las oraciones.

―Uno a la vez, por favor ―les pidió con una sonrisa.

Los niños se decidieron y habló Marya primero.

―Gata, te extrañamos mucho, Boris y yo tenemos que decirte cosas. Boris se rompió la pierna ―dijo la pequeña rubia con emoción.

― ¡SE ME SALIÓ EL HUESO, GATA! FUE GENIAL ―aulló Boris, levantándose el pantalón para mostrar donde había sido.

―Eso es genial, Boris. ¿Te dolió? ―lo felicitó Agatha, admirándole la pierna al niño. Lo habían sanado bien y no tenía más cicatriz que una pequeña mancha rosácea del tamaño de una moneda

―Muchísimo, pero ya no me duele. Marya se peleó con un niño en el colegio ―risoteó Boris, mirando a su prima.

―Oh, ¿por qué? ―preguntó Agatha.

―Porque no me quiso incluir en un juego y a Boris sí. Lo golpeé en la nuca, pero no le hice magia porque eso está mal ―la boca de Marya se curvó en una sonrisa traviesa y asintió complacida.

―Bueno, él se lo buscó...―concedió Agatha, su tía Sonya le dio un vistazo que decía «No celebres la violencia» y Agatha agregó: ―. No golpees a más niños, Marya. A menos que te golpeen primero.

A espaldas de la tía Sonya, Agatha felicitó a Marya por no permitir que nadie le dijera qué hacer.

El día avanzó con tranquilidad hasta la cena que la abuela junto a los elfos había preparado especialmente para Agatha. Todos sentados en la mesa del comedor comían entre conversaciones y preguntas hacia la búlgara. Cuando menos se lo esperaba, su abuela preguntó:

―Agafya, ¿ya has encontrado novio? ―Agatha se ahogó con el vino y tuvo que utilizar una servilleta para limpiarse y toser. Todo el mundo volvió su atención a ella.

―No, por ahora no ―se limitó a responder. Svetlana, sentada frente a ella, levantó una de sus cejas.

― En tu estancia aquí quiero presentarte a varios buenos partidos. Todos rusos, por supuesto ―continuó Zhanna―. Me recuerdas mucho a tu madre, tenía casi tu edad y yo quería emparejarla con un ruso. Se acababa de graduar de Koldovstoretz, y me dijo «Mama, iré a Bulgaria con mi mejor amiga Ekaterina porque quiero estudiar una clase de hierbas curativas, allá son abundantes», buena muchacha, ¿todavía siguen siendo amigas? ―preguntó y Agatha dijo que sí―. Entonces, lo siguiente que supe fue que un año después, Natasha vuelve a casa tomada de la mano con un búlgaro diciendo que se iba a casar. Y tienes que saber, Agatha, adoro a tu padre. No puedo imaginarme a un mejor hombre para que fuera su marido. Pero imagina mi sorpresa.

―Sí, dudo que Agatha haga eso ―murmuró Svetlana con una risa casi escapando de sus labios. Los ojos azules de Agatha la miraron con nerviosismo―. No es como si hubiese ido a estudiar al Reino Unido y se enamorara de un inglés ¿no, Gata?

Agatha estaba sonrojada y clavó la vista en el plato de comida frente a ella.

―No voy a decirte con quien estar, Agafya, pero te pido que primero conozcas a los muchachos que he escogido para ti.

Agatha asintió, obediente, pero sabía que no iba a prestarle atención a ninguno de ellos. Porque ninguno se comparaba con Fred Weasley. 

A la hora de ir a la cama todas las primas estaban en la habitación que Agatha y Svetlana siempre compartían, pasando el rato y sonsacándole información a Agatha. Ya en pijamas, Agatha se sentó en la cama. 

―Gata, ¿me puedes hacer una trenza como la que me gusta? ―le pidió Darya.

―Claro, si Sveta me hace una a mí ―sonrió Agatha y la rubia aceptó con una sonrisa.

Darya se sentó frente a Agatha y Svetlana se sentó detrás de ella, haciendo un tipo de trencito. Marya, que no quería quedarse fuera, se sentó en las piernas de Darya para que ella le peinara el cabello también. Mientras Agatha tejía el cabello de Darya, llegaron a lo que en verdad querían hablar.

―No puedo aguantar más, Agatha. Empieza a hablar ―soltó Svetlana de golpe, jalándole sin querer el cabello castaño a su prima.

― ¡Ten cuidado, Sveta! ―gimió Agatha ante el jalón de cabello―. Bueno, Escocia es muy bonito. Deberían ir.

― ¡A mí que me importa Escocia! ―bramó Svetlana, volviéndole a jalar el pelo de Agatha, esta vez a propósito―. Háblame del chico.

―Sí, Gata. Quiero escuchar de él ―secundó Darya.

― ¿Le dijiste a Darya? ―le reprochó Agatha a la mayor.

―Lo siento, no tengo hermanos, no tenía a quien más decirle. Por cierto, no enviaste ninguna foto. Una falta de respeto, Agatha. Tuve que ponerle cara al chico en mi mente.

― ¿Cuál chico? ―quiso saber Marya, jugando con animal de peluche.

―A Agatha le gusta un chico ―le informó Darya en voz suave.

― ¿Es lindo? ―preguntó Marya.

―Pues no sé, Agatha no envió fotos ―dijo Svetlana con voz dura.

Agatha resopló y luego se rió. Terminó de trenzarle el cabello a Darya y empezó a hablar.

―Se llama Fred ―las rusas repitieron el nombre con sus pesados acentos―. Es muy lindo y sí, me gusta.

La búlgara se bajó de la cama y buscó en su equipaje, en uno de los bolsillos estaba su diario, dentro de él había varias fotografías. Las observó primero ella y sonrió al ver el rostro del pelirrojo, saludando a la cámara. Eran cuatro fotos. En la primera estaba el grupo completo luego del partido amistoso con los Gryffindor. Agatha sonreía al lado de Isak y Fred estaba al otro lado junto a George y la miraba de reojo. La segunda había sido tomada el día de la fiesta del barco. Agatha recordaba que Lee le había robado la cámara alguien y había disparado muchas fotos a quien se le atravesara. Ene esa estaba junto a Fred, había una formalidad entre ellos, Fred le había pasado una mano por sobre los hombros con cordialidad, y ambos tenían el cabello desordenado por el baile.

Las dos últimas eran las que más le gustaban. Una había sido tomada en el cumpleaños de Fred. En esa la abrazaba, robándole un beso en la mejilla y Agatha se molestaba de mentira, golpeándolo y riéndose. Y en la última solo estaba él, luego de la confesión de amor en el ático. Sonreía y coqueteaba con la cámara y con la chica detrás de ella, si leías sus labios podías saber que decía « ¿Soy hermoso, Aggie?»

Lo era y extrañaba comprobarlo en persona.

Agatha fue hacia la cama nuevamente y se sentó en ella con las piernas cruzadas. Le tendió las fotografías a Svetlana y Darya y Marya se le acercaron para observarlas también. Agatha esperó la opinión con paciencia. Svetlana se cubrió la boca con la mano.

―No puede ser, es ardiente ―Darya habló primero y Agatha se rio a carcajadas.

― ¡Darya! ¡Es de Agatha y tú tienes trece! ―rio Svetlana que aún estaba enfocada en las fotografías.

―Es muy lindo y es muy alto. ¡Es más alto que Anatoly y Dimitri! Y tiene el cabello rojo ―exclamó Marya con impresión.

― ¡Lo sé! Svetlana, ¿qué opinas? ―indagó Agatha fijando sus ojos en su prima.

―Sí valía la pena el alboroto ―reconoció la mayor, mordiéndose el labio―. Digo, lo entiendo totalmente. Yo también me hubiese puesto así. Dime, ¿cómo es?

―Es muy gracioso, siempre me rio cuando estoy con él. Y es audaz, hace cosas arriesgadas y tú sabes que me gusta eso. ¡Y su voz, Sveta! Es adictiva, te juro que puedo escucharla por horas. ¡Y sus manos! ―Agatha cayó de espaldas en la cama, cerrando los ojos. Los latidos del corazón se incrementaron ante el pensamiento del pelirrojo. No había hablado de Fred de esa manera con nadie.

―Bien, Marya y Darya, vayan a dormir ―dispuso Svetlana, levantándolas de la cama y yendo a escoltarlas hacia la habitación contigua.

― ¿Qué? ¡No! Quiero escuchar más de Fred ―espetó Darya frunciendo el ceño.

―Mañana Agafya nos dirá más. Ya es tarde.

Svetlana empujó a las hermanas Pávlov fuera de la habitación, las llevó a su cuarto y cuando volvió, cerró la puerta y la hechizó para que las curiosas primas pequeñas no pudieran entrar. Se acostó junto a Agatha en la cama mirando al techo. Agatha aún tenía los ojos cerrados.

―Estás perdidamente enamorada, idiota ―reprochó Svetlana, colectando una mitad risa mitad llanto de parte de la chica.

―Es que no sé qué pasa con él, Svetlana. No es como siempre, que coqueteo y no busco más que besos y atención. Me nubla la mente y me la esclarece, es increíble ―decía Agatha tomando aire entre oraciones―. Cada vez que lo tenía cerca era como si me golpeara un huracán. Y no es solo físico, digo, si quiero que me ponga las manos alrededor del cuello y me...

― ¡AGATHA! ―gritó Svetlana cubriéndose el rostro y prorrumpiendo en risas, seguidas de las de Agatha. No podían respirar de lo mucho que se estaban riendo.

―Escucha, escucha ―Agatha se partía de la risa ―. Pero también quiero que me tome de la mano y escucharlo hablar de su día y de las cosas que le gustan. ¿Entiendes lo que te digo?

―Te entiendo, perfectamente ―dijo Svetlana limpiándose las lágrimas que se le habían derramado de la risa―. Es como lo que yo siento por Nikolai.

― ¡Exactamente! Y le dije que estaba enamorada de él y él lo correspondió. ¡Lo correspondió con las palabras más maravillosas que me han dicho! Y yo me quiero morir.

― ¿Por qué te quieres morir?

―Porque no sé cómo navegarlo. Él vive allá y yo en Sofía. Acordamos que él me visitaría por mi cumpleaños y yo...

―Espera, ¿irá a tu casa por tu cumpleaños? ―Agatha afirmó, Svetlana abrió la boca con sorpresa―. Tengo que empezar a empacar entonces. No pienso perderme verlo en persona.

―Presta atención, Sveta. Él irá a Sofía para mi cumpleaños y yo iré a su casa para navidad. ¿Y entonces qué? ¿Empezaremos un círculo vicioso de idas y venidas en donde casi no nos vemos y perdemos interés? ¿Qué se supone que haga? ¿Qué hago para que funcione? Porque déjame decirte, las cartas nunca serán suficiente.

Svetlana se sentó y sujetó a Agatha para levantarla también. La miro directamente a los ojos y sonrió.

―Agatha Krum, si él es para ti y tú eres para él, entonces encontrarán el punto medio. Si son para el otro, sucederá un evento milagroso que hará que se unan. ¿Te olvidaste de la tía Katya y el tío Samuel? Cuando se conocieron, ella vivía en Siberia y él aquí y solo se veían en fechas especiales hasta que se casaron y siguen casados ―recordó Svetlana.

―O terminaremos como la tía Sonya y su primer marido, que no se vieron por dos semanas y se divorciaron ―añadió Agatha siendo pesimista cuando no quería serlo.

―Anota mis palabras, pequeña Krum, tú y este muchacho harán que funcione si tiene que funcionar ―la confortó Svetlana.

Agatha abrazó fuertemente a su prima, escondiendo su rostro en el espacio entre su hombro y su cuello. Necesitaba escuchar esas palabras de ella, Svetlana Kuznetzova siempre era buena dando consejos así. Por eso, había recurrido a ella cuando la necesitaba.

―También besa increíble, Svetlana ―agregó Agatha. Svetlana soltó a Agatha y echó la cabeza hacia atrás en una risa.

―Ya entendí, Agatha ―Sveta rodó los ojos y golpeó en la cara a Agatha con una almohada.

━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━

―Ron, ya han pasado como dos semanas. ¿Podrías superarlo? ―se quejó Fred.

― ¿SUPERARLO? ¿Superar la semejante traición que me has hecho? ―ladró Ron, esquivando a su hermano―.  ¡Es el amor de mi vida!

―Amigo, solo nos besamos un par de veces. No estás casado con ella ni nada. Y déjame decirte, me gusta mucho y yo le gusto a ella.

― ¡Y tú tienes novia, Fred! ¿Angelina sabía que te estabas besando con Agatha?

―Angelina y yo terminamos hace tiempo.

― ¿Y qué? ¿Agatha es el reemplazo hasta que te aburras de ella y vuelvas con Angelina? ―discutió Ron, estaba furioso. Tenía hasta las orejas rojas.

Ron se había portado distante con Fred desde que llegaron de Hogwarts. Se sentía profundamente herido porque nadie le había dicho que uno de sus hermanos tenía algo con Agatha. Esa tarde en la madriguera, Ron había estallado cuando vio una de las fotografías que Fred le había tomado a Agatha en el balcón.

― ¿Por qué dices eso? ¡No es así! ―rechinó Fred, poniéndose de pie del sillón. George se puso de pie también, listo para detener la discusión si se tornaba violenta―. Mira, lo siento ¿sí? Lamento no haberte comentado lo que sentía por ella, en mi defensa, no es de tu incumbencia. Es mi asunto y el de ella. Lamento que te sientas así, pero estoy enamorado de Agatha y por algún milagro que no puedo explicar, ella también lo está de mí. No quiero estar peleado contigo, Ron, pero no voy a retractarme de besarme con ella.

La molestia de Ron pareció pasmada cuando escuchó lo que decía Fred. El mayor de los gemelos se cruzó de brazos, tenía el entrecejo fruncido, pero entre todo mantenía la calma.

―Magnífico, lo que me faltaba, que estés enamorado de ella ―escupió Ron.

―Ella no es tu novia, Ron ―se involucró George, siendo la sensatez del trío―. Tú ni la conoces.

―Claro que la conozco ―se defendió Ron.

―Nunca has tenido una conversación normal con ella, una donde no estuvieras babeando ―repuso George, poniendo la mano en el hombro de Ron―. Y eso está bien. No se supone que todo el mundo es indicado para todo mundo. Estás tan estancado en Agatha que te pierdes de las chicas que sí gustan de ti.

― ¿De qué hablas? ―preguntó Ron mirando a George con extrañeza.

―De Hermione, obviamente ―suspiró Fred perdiendo la paciencia.

El rostro de Ron se tornó de un rojo intenso y balbuceó algunas palabras, miró a los gemelos y sin decir nada más se fue dando tropiezos hasta su habitación.

Fred volvió a dejarse caer en la butaca, masajeándose la sien.

― No me va a perdonar, ¿no, Georgie? ― exhaló Fred.

George emitió una risa y tomó el asiento junto a su gemelo.

―Claro que sí, dale tiempo que entienda sus sentimientos por Herms y que madure un poco ―bromeó George, se detuvo un momento y sonrió―. Así que estás enamorado de Agatha.

Fred soltó un resoplido.

―Sí, estoy enamorado de una chica que vive a 2700 kilómetros de aquí ―admitió Fred, recostando la cabeza en el espaldar del sillón.

― ¿Te ha escrito?

―Sí y le respondí. No sé si en el correo de hoy está otra carta. Pero no es como verle la cara ¿sabes?

―Obvio. Un pedazo de papel no se compara con esa obra de arte en persona ―dijo George con una sonrisa embobada. Fred se rio―. A mí no me ha escrito, seguro lo hará en cualquier momento.

Un ulular y luego un estruendo se escuchó en la ventana de la cocina. Un ave grisácea se posó en el alféizar. Fred se levantó tan de prisa que le dolió la columna.

―Es como si la hubieses invocado ―se impresionó Fred, caminando con largos pasos hacia la cocina.

―Si es ella, voy a jugarme unos números de lotería ―dijo George siguiendo los pasos de Fred.

Fred fue hasta el ave y le quitó la única carta que cargaba. Era de Agatha.

―Es ella ―dijo Fred, la sonrisa en su rostro fue inconsciente―. Y es para mí.

George abucheó y jugó con Fred, intentando quitársela de las manos, pero el mayor se impuso entre risas y empujó a George para que lo dejara solo. George se quejó pero se movió al otro lado de la habitación, mirándolo fijamente mientras su hermano leía.


Fred,

Ahora mismo estoy en Moscú visitando a mi abuela y comiendo demasiado. No te sorprendas si cuando me veas tengo las mejillas más llenas.

No tienes idea lo feliz que me hace que tengan un inversor tan generoso. Ha de tener un ojo magnífico si vio el potencial de Sortilegios Weasley. Acerca de tu petición: No me puedo deshacer de lo que me has regalado porque me recuerda a ti. Quizás cuando llegues a Bulgaria pueda hacerlo.

Me gustaría poder contarte cosas más interesantes sobre mi estadía en Moscú, pero por ahora solo estoy siendo la niñera de mis primos y ayudando a mi abuela en sus cosas. Una verdadera prueba a mi paciencia, si me lo preguntas.

Les he hablado a mis primas de ti y les he mostrado algunas fotografías. Les has gustado mucho, mi prima de trece años dijo y la cito «Es ardiente». No hace falta decir que yo estuve de acuerdo. Tu ausencia me hace darme aún más cuenta de ello. 

Por si no lo tenías claro: te extraño un poquito.

Desde Rusia con amor,

Agatha.


Fred releyó la carta varias veces, y la volvió a guardar en el sobre, aguantándose una sonrisa. George lo miró expectante.

― ¿Habló de mí? ―preguntó el menor subiendo y bajando las cejas.

―No ―respondió Fred guardándose la carta dentro del pantalón.

― ¿Y qué te dijo entonces?

―Dice que soy ardiente ―dijo Fred, mordiéndose el labio y haciendo un movimiento presumido.

―Querrás decir: somos ardientes ―devolvió George―. Solo me puedo imaginar cómo será cuando se vean de nuevo. Ya le has dicho a mamá que vas a ir a verla, ¿no?

Fred chasqueó la lengua ante el recordatorio de George.

―No, ¿cómo se lo digo? Ayúdame, o mejor, díselo tú.

―No, no. Se lo dirás tú mismo. Solo tienes que recalcar que Charlie estará para recibirte y dile que sus padres le escribirán cuando llegues.

Fred suspiró, dejándose hundir en la inquietud. Tenía una semana y un poco más para convencer a su madre de que lo dejara ir.

O de ingeniar un buen plan de escape.

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