𝟐𝟐 ━ Snegúrochka.
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𝐒𝐍𝐄𝐆𝐔́𝐑𝐎𝐂𝐇𝐊𝐀
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Tres días después de la muerte de Cedric Diggory, las cosas empezaron a sentirse con más calma. Luego de pasar el aturdimiento y shock inicial que significó la muerte de Cedric y el terrible cierre que había tenido el Torneo de los Tres Magos, los alumnos tenían que ajustarse de nuevo a la normalidad, en la máxima medida posible.
La fecha de partida de los extranjeros se acercaba, por lo que todo aquel que había forjado una amistad con alguno de ellos intentaba aprovechar esos últimos días.
Eran las cinco y cuarenta y cinco de la mañana y Agatha estaba tan despierta como podía estarlo. Parada como una sombra en una esquina, observaba dormir a Fred Weasley. No de la manera siniestra, aunque la oscuridad le daba una pinta aterradora. Caminaba de puntillas para evitar despertar a George y Lee. Fred estaba acostado boca abajo con todo el cabello largo y rojizo en la cara. Tenía una mano fuera de la cama y su respiración era muy silenciosa. Se veía en paz y bastante apuesto. Agatha se arrodilló en el borde lateral de la cama.
―Fred ―susurró en un tono suave para no sobresaltarlo―. Fred.
Fred se quejó, pero no se despertó. Agatha se rió por debajo del aliento y volvió a llamarlo, zarandeándolo con una mano. Con el sueño pesándole en los párpados, Fred abrió lentamente sus ojos. Intentó reconocer qué estaba viendo y luego casi suelta un grito del susto. Agatha le puso rápidamente la mano en la boca.
― ¡Chist! ―lo regañó en un murmullo. Fred seguía parpadeando y cuando reconoció el rostro de Agatha, ella le removió la mano de la boca.
― ¿Cómo te metiste aquí? Hay rumores de que Quien-Tú-Sabes anda de fiesta por ahí y tú vienes a sorprenderme en medio de la noche. Te pude haber echado una maldición ―murmuró Fred con pesadez. Agatha no podía creer que tuviera una voz más sensual, pero su voz de recién despertado era de otro mundo.
―No podía dormir ―confesó Agatha―. Y sabes que me gusta mucho dormir. Así que si yo no duermo, tú tampoco.
― ¿Eres un súcubo? ―preguntó él frotándose los ojos para desvanecer el sueño.
― ¿Parezco un súcubo?
―Sí ―dijo Fred.
―Si fuera un súcubo estaría encima de ti, absorbiendo tu energía ―argumentó Agatha, sentándose en el suelo y abrazando sus rodillas.
―Todavía puedes hacerlo, no voy a oponer ninguna resistencia ―Fred se acostó boca arriba con una sonrisa.
Intercambiaron una mirada pícara y Agatha se rio.
―Vístete. Tenemos una conversación pendiente.
―Tus deseos son órdenes y yo soy tu fiel sirviente ―cantó Fred de manera dramática con una mano en el pecho.
Agatha volvió a reírse y puso un dedo en sus labios para que hiciera silencio. George roncó en su sueño y Agatha se encogió detrás de la cama por si se había despertado.
―Te esperaré en la sala común. Apresúrate ―indicó Agatha, poniéndose de pie y abriendo la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido.
Agatha se acostó en el sillón aterciopelado más largo de la sala común de los leones porque, si alguien que no fuera Fred bajaba las escaleras, no podrían verla ahí. Esperó paciente, tenía que darle oportunidad de terminar de despertarse y arreglarse. Los protagonistas de los retratos aún dormitaban. El canto de los gorriones mañaneros y el roncar de las pinturas era lo único que escuchaba. Claro, sin mencionar el constante y ruidoso latido de su corazón.
Ese sería oficialmente su último día juntos y, como tal, merecía que valiera la pena y que empezara temprano.
Estaba preocupada. No por el posible regreso del Señor Tenebroso, sino por una promesa que se había hecho a sí misma apenas despertó esa madrugada. Se había prometido hablar de sus sentimientos, lo que no le gustaba.
La cosa era que ella nunca le había dicho vocalmente a Fred que estaba enamorada de él. O que gustaba de él. No había pronunciado esas palabras específicas. Nunca le había dicho «Hey, Fred Weasley, tú me gustas». Y no contaba decírselo cuando estuvo segura de que no lo iba a recordar, era lo mismo que no haberlo dicho en absoluto.
Porque Agatha Krum es buena con muchas palabras, excepto con las que sentía de verdad. Un trago de veritaserum habría hecho el trabajo más fácil, pero deseaba hacerlo por ella misma.
Después de esperar varios minutos, escuchó las pisadas cuidadosas de alguien descender por las escaleras de caoba.
―Psst ―oyó a Fred llamarla― Psst. Agatha. ¿Te fuiste?
―No soy un gato, no tienes que hacerme «Psst» ―respondió ella con una risa, arrodillándose en el asiento del sillón para que la viera y apoyando su mejilla en la parte superior del espaldar.
Observó que Fred sonreía y llevaba un bolso colgado del hombro. Se había vestido y peinado, lo que le pareció adorable, pero aún tenía el rostro hinchado del sueño y diminutas marcas de almohada.
― ¿Qué tanto tienes ahí? ―preguntó Agatha, se levantó y caminó hacia él.
Antes de mostrarle, la atrajo por la cintura y la besó. Agatha intuyó que iban a hacer mucho de eso ese día. Se dejó besar y con el solo propósito de sorprenderlo y provocarlo, metió una de sus manos por dentro de su camiseta. Su abdomen marcado no tenía nada que envidiarle al de Aleksandr. Fred presionó su cuerpo contra la mano de ella para que lo tocara sin timidez, insistiendo en el beso. Se separó de golpe.
― ¿No es muy temprano para que empieces a provocarme? ―musitó Fred en su oído.
― ¿Te sientes provocado? ―preguntó ella, lo miró con ojos de ciervo indefenso. No combinaban con su mano diabólica que aún estaba acariciando su torso.
Lo besó con cautela y lentamente para que fuera él el que se deshiciera. Fred protestaba con gruñidos y sus manos estaban por todos lados. Se separaron con jadeos y Agatha sonrió. Fred frunció el ceño.
―Eres insoportable, Agatha Krum―se quejó, la tomó con fuerza de la mandíbula y sonrió.
― ¿Ah, sí? Lo bueno es que ya no tendrás que lidiar conmigo en dos días ―Agatha ladeó la cabeza.
―No dejaré que te vayas. Te quedarás aquí. Conmigo.
Ella se rió y él le plantó un beso en la parte baja de la barbilla donde le había presionado los dedos. Lo besó en los labios nuevamente y le quitó la bolsa del hombro para inspeccionar su contenido. Dentro había una cámara con un flash gigantesco, petardos y otras cosas. Iba a introducir su mano para empezar a sacarlas, pero Fred la detuvo por la muñeca, la cerró y se la volvió a colgar.
― No, no, Krum. Las actividades que vagamente preparé para hoy son secretas ―advirtió Fred. Agatha hizo un puchero de niña, Fred no se doblegó.
―Ok, ¿por dónde quieres comenzar?
―Ya que estás demente y son las cinco de la mañana, creo que deberíamos comer algo. Necesitaremos la energía si vamos a hacer que este día dure.
―Suena como una buena idea.
―Es incendio provocado ―dijo Agatha con firmeza.
―Daño colateral ―se excusó Fred.
―El incendio provocado es un delito, Fred.
Fred llevaba de la mano a Agatha hasta las cocinas. Según le había dicho, los elfos domésticos que laboraban allí eran sus amigos y estarían más que felices de servirles un desayuno temprano. Todavía nadie caminaba por los pasillos y lucía como si tuvieran el castillo para ellos solos. Hablaban sobre un nuevo invento que lucía inofensivo, pero que se incendiaba en casa de tus enemigos. Fred chasqueó la lengua.
―Bueno, estoy trabajando en los detalles. Tus acotaciones han sido recibidas por el jefe ―Fred guiñó el ojo.
Entraron a través de un cuadro hacia el sótano de las cocinas. Los sartenes y ollas de cobre rebosaban el recinto y desde temprano, los elfos trabajaban a todo vapor para hacer el desayuno. Los ojos cristalizados de las criaturas se enfocaron un segundo en los jóvenes para luego continuar con sus labores. Un pequeño se acercó a ellos con una sonrisa gigantesca.
―Señor Weasley e invitada ―dijo con una voz chillona.
―Hola, Dobby ―correspondió el pelirrojo―. Ella es Agatha.
―Hola ―sonrió Agatha. Ella nunca era malintencionada con los elfos domésticos, le habían inculcado una educación y amabilidad incondicional.
―Bienvenidos, señores. ¿En qué puedo servirles? ―preguntó pasando sus gigantes ojos entre la pareja.
―Bueno, nos preguntábamos si podríamos desayunar temprano hoy.
―Sería un gusto prepararles un bolso de desayuno para que desayunen, señores. En un momento.
Dicho eso, se marchó y empezó a prepararles la comida. Mientras esperaban, los jóvenes se sentaron en una de las cinco mesas que representaban las cinco mesas del gran comedor. Los elfos domésticos, con su servicial actitud dejaban pequeños bocadillos frente a ellos y volvían a trabajar. Agatha estaba entretenida observando a las criaturas, agradecía con gentileza cada vez que se acercaban, haciéndolos sonrosar.
―Ojalá supiera hornear ―se lamentó Agatha mientras comía una porción de bizcocho con las manos―. Esto está muy bueno.
―A ver, no te lo comas todo, ese es un bizcocho de los buenos. Nunca me dan de esos a mí.
Agatha dividió un pedazo para darle pero él acercó su boca al que ella tenía en las manos y se lo arrebató de un mordisco. Fred sonrió con diversión haciendo que Agatha rodara los ojos.
―Weasley ―llamó Dobby y Agatha y Fred bajaron su mirada. Estaba cargando una cesta de picnic que era mucho más grande que él―. Su desayuno.
―Gracias, Dobby, eres el mejor ―agradeció Fred con una sonrisa tomando la cesta.
Antes de irse, los elfos domésticos, volvieron a llenarlos de regalos y Agatha y Fred abandonaron el caluroso lugar.
― ¡Oh! Sé dónde podríamos desayunar ―exclamó Agatha mientras cruzaban la pintura que daba entrada a las cocinas―. Hay un lugar en el patio que me gusta mucho.
―Tengo una mejor idea ―masculló Fred. Agatha lo miró curiosa―. Vamos a la terraza donde vimos el amanecer en diciembre.
―Dijiste que no podíamos volver allí porque el celador de Hogwarts se la pasaba rondando ―le recordó Agatha.
―Ayer bloqueé el paso desde abajo, el único acceso es volando y Filch es un squib, así que no podrá.
En el verano amanecía más temprano, por lo que a las seis, cuando Agatha fue en busca de su escoba para llegar al balcón, el sol ya brillaba en un cielo azul y despejado de junio. Fred la esperó en la orilla mientras ella entraba y salía del barco con su saeta de fuego.
― Conduce tú, sabrás como llegar más rápido ―dispuso Agatha, dándole en la mano su preciada escoba.
―Dios, una saeta de fuego profesional ―Fred recibió la escoba como si fuera un lingote de oro sólido.
―Trátala con cariño, es una buena escoba. Es como yo, si la tratas feo, no te va a hacer caso ―bromeó Agatha, le quitó la canasta de picnic a Fred para que el subiera en la escoba y se dedicara solo a guiarlos.
Fred se elevó con facilidad y en un segundo estaban de vuelta en la terraza. Pero algo era diferente. Estaba más limpia y organizada. Había dos colchas mullidas en el suelo y un montón de almohadas y cojines.
― Oh, no, el pobre celador estaba durmiendo aquí ―Agatha se sintió mal y posó una mano en su pecho con culpabilidad―. Le quitaste su hogar, no podemos estar aquí. Tenemos que irnos.
Fred soltó una carcajada, acarició la cabeza de Agatha con cariño. La búlgara lo miró confundida.
―Eres adorable, Aggie. Filch no estaba durmiendo aquí. Yo puse esto.
Agatha frunció el entrecejo, aun sin entender.
― ¿Qué? ¿Cuándo?
―Ayer también. Quería que tuviéramos un ambiente romántico.
Fred se sintió inseguro. No solía hacer esas cosas. Nunca lo había hecho por nadie, ni siquiera por Angelina. El semblante de Agatha no demostraba ninguna reacción, poniéndolo nervioso. Quizá le había salido el tiro por la culata y a ella no le había gustado.
―Oh ―dijo Agatha suavemente―. Eres tan lindo, no sabía que fueras un romántico, ahora solo falta que me des una serenata y me beses bajo la tenue luz de la velas.
― Todavía es temprano, Krum. Tenemos un largo día por delante.
Ambos se rieron. Se acomodaron en el suelo entre las colchas y abrieron la canasta con entusiasmo. El desayuno era perfecto y estaba tan caliente como si lo acabaran de sacar de la estufa. Comían y bebían entre risas y se lamían los dedos con gusto.
―Escúchame, es en serio, Fred ―la voz de Agatha era entrecortada por risas―. Escúchame. Muéstramelo.
Ya se habían comido todo lo de la cesta y casi eran las diez de la mañana.
―Es horrible, no quiero que lo veas.
―Eres un bebé.
Fred se levantó la bota del pantalón de su pierna izquierda para descubrir una quemadura causada por un cohete defectuoso, era algo reciente y todavía estaba enrojecida. Tenía razón, tenía forma de centauro y era bastante fea. Agatha no arrugó el rostro ante la herida, la observó y asintió con la cabeza.
―Puedo arreglarla, si quieres ―la sonrisa en la cara de Agatha era problemática―. Déjame arreglarla.
―Estás loca. No. Tendrás que petrificarme ―Fred se apresuró volver a cubrir la quemadura, pero la mano de ella se lo imposibilitó.
―No seas un... ¿cómo se dice? ―Agatha miró hacia arriba buscando la palabra―. Un cobarde.
Agatha podía ver en su rostro lo renuente que estaba a que ella hiciera un hechizo curativo en él. La miraba con inseguridad y se estaba arrepintiendo de haberle dicho lo de la quemadura.
―Confía en mí ―le pidió ella en un susurro―. Mis manos son muy buenas. No te voy a herir, a menos que me lo pidas.
―Lo que dices tiene muchas connotaciones y me gusta cómo se escucha―coqueteó Fred―, pero no eres una medimaga, Agatha.
―Porque no quiero, mi padre lo es y siempre dice que el quidditch le robó al mundo que yo fuera medimaga. Soy buena con estas cosas.
Fred se lo estaba pensando, pero antes de poder tomar una decisión, Agatha le subió la bota del pantalón hasta la rodilla. Las manos de Agatha eran muy cuidadosas y miraba la herida con atención, haciendo los cálculos para no equivocarse con el tratamiento. Era bastante sencillo de arreglar, solo tenía que concentrarse. Se arrodilló y sacó su varita del bolsillo.
― ¿Qué pasa si te equivocas? ―inquirió Fred apretando su puño con nerviosismo.
―Lo peor que puede pasar es que te abra un agujero en la pierna o que no pase nada ―ella soltó una risa y lo miró para brindarle alivio―. No te tienes que preocupar, piensa en otra cosa.
― ¿Igual pensarías que soy sexy con un agujero en una pierna?
―Muy sexy ―ronroneó Agatha, Fred se burló―. Ahora, quédate quieto.
Agatha puso una mano encima de la herida de Fred sin tocarla y apuntó con su varita. Fred estaba inquieto y miraba encima de ella con cara de preocupación. Agatha se mordió el interior de su mejilla. Intentó imitar la mirada tranquilizadora de su padre cuando trabajaba y le regaló una sonrisa de consuelo.
― ¿Confías en mí? ―le preguntó mirándolo directamente a los ojos. Fred frunció los labios e hizo un gesto de «más o menos»―. Acércate.
Fred obedeció y ella se aproximó sus labios. Mientras tenía a Fred distraído, apuntó su varita y pensó en el hechizo reparador de quemaduras. La magia dejó su varita y se conectó con su mano para golpear la herida del chico. Lo tomó por sorpresa porque la impresión de la sensación hizo que mordiera su labio sin querer. Agatha se separó y miró la herida, no se inmutó ante el quejido leve de malestar de Fred. Ella sabía cómo se sentía ese hechizo curativo, como si te estiraran la piel y la carne burbujeara, no quemaba pero si era una sensación extraña. El dolor era soportable.
Tomó unos segundos y Fred estaba dramatizando los sonidos de dolor para que ella se sintiera mal. En un santiamén la piel estaba reparada. Agatha se guardó la varita y se aplaudió, felicitándose a sí misma.
― ¿Vas a besar a todos tus pacientes para que se sientan tranquilos? ―preguntó Fred, acercándose para observar el trabajo bien hecho.
―Funcionó, ¿no? Estás como nuevo, no tienes que agradecerme. Solo di que soy la mejor del universo.
― ¿Del universo? ―dudó Fred. Agatha lo regañó con la mirada. Él se rio fuerte―. Eres la mejor del universo.
Agatha hizo un ademan presumido con la cabeza y también se rio. Fred localizó el bolso abandonado que había traído desde su habitación y rebuscó dentro de él. Sacó la cámara y la apuntó hacia Agatha.
―Sonríe para mí ―pidió.
Agatha vaciló, pero no era ajena o tímida hacia las cámaras, así que sonrió. El flash explotó en su rostro y la fotografía salió.
―Dime si quieres que las firme para venderlas ―sugirió ella con una sonrisa, se movió hacia él para observar la fotografía recién revelada.
―No la voy a vender. Me la quedaré para empezar mi altar como el de Ron ―dijo él, como si fuera obvio. Ella se rio―. Y me servirá de consuelo para cuando no estés. ¿Seguiremos siendo amigos luego que te hayas marchado, Aggie?
Los ojos color miel dejaron de prestarle atención a la fotografía. Agatha le tenía miedo a la incertidumbre. Sabía que el momento en que se marchara, la distancia y la ausencia del otro crearían incertidumbre. Constantemente se preguntaba si seguirían en contacto o si las cosas terminaría ahí para siempre y solo quedaría un vago recuerdo de lo que fue. No estaba dispuesta a dejar que eso pasara. Fred, en cambio, tenía un miedo presente de ser reemplazado cuando ella volviera a casa.
―Amigos...―repitió ella en un suspiro―. Claro que sí. No es como si el segundo en que ponga un pie en el barco me dará amnesia. Te escribiré todas las semanas. Y si todo sale según el plan, nos veremos en agosto.
― ¿Y después?
―Después nos veremos en navidad.
― ¿Y después de eso? ―el tono de voz de Fred era lento y suave.
―No sé.
Agatha tiene dos maneras de vivir y explorar sus sentimientos. La primera era la más común, en donde expresaba todo lo que sentía al momento, a esa reacción le gustaba decirle «la avalancha», porque era violenta y se llevaba por delante cualquier cosa que estuviera. La mayoría de las veces no sentía de verdad lo que decía en la avalancha, la mayoría de las veces solo era una liberación momentánea de su cabeza y se arrepentía en un par de horas.
Ella odiaba la alternativa de la avalancha, a la cual le decía «arena movediza» porque era silenciosa y sentía que se hundía más cada vez que intentaba luchar contra esos sentimientos. Cuando los sentimientos de arena movediza se apoderaban de ella, era como si le sellaran la boca porque, por más que quisiera decir lo que sentía, nunca podía. Los sentimientos de arena movediza eran de verdad y, por eso, se rehusaban dejar su boca porque los sentimientos de verdad le daban miedo.
Fred Weasley hacía que se hundiera en arena movediza.
Y estaba aterrada.
Agatha se detuvo y se puso de pie. Ese momento para enfrentarse a la arena movediza era tan bueno como cualquier otro. Inhaló y exhaló. Fred se extrañó ante las acciones de ella y la imitó levantándose también. Temió haberle causado malestar con las preguntas, lo que no sabía era que ella estaba a punto de ser vocal. Agatha sacudió sus manos, expulsando los nervios y reuniendo coraje.
― ¿Está todo bien? ―preguntó él, poniendo sus manos en las caderas de ella. Ella asintió y volvió a inhalar y exhaló por la boca. Puso sus manos en sus hombros anchos y lo empujó hacia abajo para que se sentara de nuevo frente a ella―. Esto es sexy, pero no sé que está pasando.
―Tengo que decirte algo importante.
―Soy todo oídos.
―Bueno, voy a empezar diciendo que no soy buena para hablar de mis sentimientos. Ya deberías saberlo porque la primera vez que nos besamos, yo tuve que utilizar el cliché de decir que estaba hablando por una amiga.
―No me digas que tu amiga de Rusia no existe ―Fred exageró su sorpresa, cubriendo su boca con la mano y negando rotundamente con la cabeza. Agatha emitió una risa nerviosa, pero la estaba calmando―. Mi amigo de Devon es muy real.
―Escúchame, Fred ―dijo ella, Fred hizo como si le pusiera candado a su boca
―Ya no diré nada ―aseguró él, se cruzó de brazos y la miró prestando atención.
― ¿Alguna vez te han contado la historia de Snegúrochka? ―preguntó Agatha mirándolo con una sonrisa nerviosa. Fred negó con la cabeza―. Es un cuento de hadas, mi madre me lo contaba todo el tiempo cuando estaba pequeña. Snegúrochka es una doncella hecha de nieve ―explicó ella―, toda su vida deseaba estar cerca de humanos pero no podía sentir amor porque no tenía corazón. Su madre, que era la primavera, viendo a su hija tan...tan...tan no feliz, decidió regalarle lo que tanto deseaba, un corazón. ¿Sabes que pasó luego?
Fred negó de nuevo con la cabeza de nuevo, ladeándola ligeramente para entender a la búlgara.
―Se enamoró ―dijo Agatha mirándolo a los ojos―. Algunos cuentan que de un árbol, mi abuela decía que se había enamorado de un río. Cuando mi madre me lo contaba, siempre decía que se había enamorado de un muchacho de ojos brillantes. ¿Y sabes que le pasa a la pobre Snégurochka? ―Agatha hizo una pausa y desvió la mirada de la de Fred, clavándola en una pared. Se estaba armando de valor―. Murió. El calor que el amor lograba en su corazón, la derritió y se deshizo.
―No parece un cuento bonito para dormir ―jugueteó Fred para hacerla sonreír.
―Supongo que no, pero es mi favorito ―sonrió ella―. Toda mi vida, Fred Weasley, he sabido que así es como debe sentirse estar enamorado. El amor debe sentirse tan ardiente en tu corazón que sientes que te derrites, que mueres, mientras que al mismo tiempo te sientes vivo. Una felicidad caliente.
Agatha se detuvo. Los ojos azules miraron directamente a los avellana que tanto le gustaban. Su acento estaba desordenado, le estaba costando un trabajo inmenso traducir en su mente lo que quería decir. Su corazón empezaba a palpitar con energía amenazando con escaparse de su pecho. Las siguientes palabras que pronunció la llenaron de sentimientos indefinibles.
―Fred Weasley, me estoy derritiendo. Lo que siento por ti quema mi interior y me hace sentirme como si me fuera a morir. Estoy tan enamorada de ti que convertirme en un charco suena como una reacción apropiada. En palabras sencillas y directas: Yo, Agatha Krum, estoy enamorada de ti, Fred Weasley.
Agatha suspiró y tomó aire. Fred iba a hablar pero ella no había terminado.
―Y te lo juro que esperé que desapareciera porque así soy y dije «Tal vez es temporal y se irá en cualquier momento» pero no parece querer irse a ningún lado y no solo eso, sino que cada día es más intenso. Es cliché y bastante cursi pero así me siento. No te voy a mentir, sé que las cosas a distancia nunca funcionan, nunca. Pero contigo, me gustaría intentarlo. Quiero intentarlo.
Agatha terminó de hablar y cerró los ojos fuertemente mientras la adrenalina que le produjo vomitar su mente se apoderaba de su cuerpo. Tal vez, si cerraba los ojos y se quedaba muy quieta, se volvería invisible y no podría escucharlo rechazarla o entrar en pánico. Que Fred estuviera en completo silencio tampoco le brindaba mucha tranquilidad. Pasaron solo unos segundos que Agatha sintió como horas, cuando escuchó la risa de Fred llenar el vacío del silencio. Escuchó como él se levantaba y sintió sus manos eternamente cálidas tomar las suyas.
―Abre los ojos ―Agatha soltó un quejido, rehusándose a abrirlos―. Aggie, ábrelos, por favor.
Agatha abrió uno primero y luego el otro. Fred la miraba con cariño y no parecía aterrorizado o intimidado.
―No tienes que decir nada. Solo quería que lo supieras. La gente constantemente me dice que no tengo sentimientos ―Agatha se burló de sí misma―, cuando es todo lo contrario, tengo demasiados, ese es precisamente el problema. Es bueno decirlos porque Viktor siempre me dice que si no lo hago puedo explotar. Estoy hablando demasiado. Me voy a callar porque se me acabaron las palabras en inglés.
Fred la tomó del rostro, Agatha amaba que la tomara del rostro.
«Por favor, Fred, tómame del rostro toda mi vida»
―Quiero decir algo ―comenzó Fred, tomó una de las manos de Agatha y la puso encima de su pecho, justo encima de su corazón―. Yo no tengo ningún cuento de hadas para hacer una linda metáfora, así que mi declaración de amor será espantosa, no será mucho pero es honesto. Agatha, vi tu rostro muchas veces en fotografías antes de conocerte.
»En el periódico, en revistas y en la habitación de Ron, pero cuando te vi por primera vez en persona fue la cosa más rara de mi vida. Ni siquiera te reconocí, porque una fotografía no se comparaba. Me tropecé contigo por estar jugando con George y te golpeé con un haz de leña. Me insultaste y me frunciste el ceño y me pareciste preciosa, aunque lucía como si me quisieras golpear. Luego me golpeaste de verdad y desde ahí, tenía que haber supuesto lo que pasaría después. El segundo que me besaste, en un pub asqueroso, por cierto, Agatha, ¿qué mierda? ―Agatha soltó una carcajada―, no era el lugar más romántico del universo, pero me besaste y me destruiste y de repente, no me sentí tan astuto.
Fred se acercó y empezó a susurrar en el oído de la búlgara como ella se lo había pedido.
―Estoy enamorado de tus ojos, estoy enamorado de la manera en que no aceptas mierda de nadie, estoy enamorado de tu acento y de que se te olviden palabras en medio de la oración. En palabras sencillas: Yo, Fred Weasley, estoy enamorado de ti, Agatha Krum. Despierto o dormido y sobrio o ebrio, sigo enamorado de ti.
Agatha tenía ganas de llorar. No había otra sensación más satisfactoria que escuchar que dijera que sentía lo mismo por ella. No había sentido ese calor en su pecho por nadie más. Era puro y desinteresado y mutuo. Daba miedo pero mientras él estuviera ahí y sintiera lo mismo, ella sería valiente.
― ¿A dónde nos llevará esto, Agatha Krum? ―Fred Weasley fijó su mirada en ella, colocando sus dos manos en cada una de sus mejillas.
― ¿Quién sabe? Será muy divertido averiguarlo ―sonrió. Su mirada titilaba y sentía como si fuera a convertirse en serpentinas de la felicidad.
― ¿Aunque terminemos en llamas? ―Fred habló encima de sus labios.
―Especialmente si terminamos en llamas.
―No puedo esperar.
Fred la alzó en brazos y presionó sus labios contra los de ellas con lo que solo podía describirse como amor. Y era asombroso.
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