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𝟐 ━ Cincuenta galeones.

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CINCUENTA GALEONES

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Fred Weasley volvió con su gemelo y demás hermanos. Pasmado, atontado y avergonzado. Todavía recriminándose haberse humillado de manera tan atroz con esa chica tan bonita.

Todavía estaba pensando en ella. Seguro de que la conocía de algún lado, empezó a intentar recordar de dónde. Supuso que había quedado tan fascinado que su mente quedó en blanco. Recordaba su ceño fruncido y la actitud altiva, no había visto a alguien molesto que se viera tan bien. Los fortachones llegaron a arruinarlo y a impedir saber su nombre.

― ¡Freddie! Derribaste a esa chica como un tractor. Diablos ―George se rió con fuerza al saber que él había sido el causante del choque, pues lo empujó con todas sus fuerzas contra la muchacha y al observar el daño, en vez de quedarse a ayudar, se dio a la fuga.

― ¡Espera sentado, Georgie, ya verás cómo me voy a vengar! ―respondió dedicándole una mirada asesina.

Fred empujó a George y lo instó a que lo ayudara con la leña y para que se molestara, se ahorró todos los detalles sobre la chica.

Después de ayudar a su padre con las cosas dentro de la tienda, Fred y George empezaron a planear su apuesta en conjunto sentados en el césped frente a la lona. George estaba contando la cantidad de sickles cuando de repente quedó absorto mirando a la distancia. Fred chasqueó los dedos frente a su rostro para que espabilara, pero cuando no lo hizo, no le quedó más remedio que trazar la mirada de George.

Ahí estaba ella de nuevo.

Se movía en largas zancadas elegantes y tenía una multitud de personas admirándola con interés. Se detenía con garbo para regalar sonrisas, firmaba pergaminos y seguía caminando. Los fortachones iban detrás de ella, burlándose de su manera de andar e intentando imitarla, recibiendo risas de su parte y golpes en juego. A pesar de sus portes, jugaban como si fueran niños, a Fred le pareció divertido.

―No. Lo. Puedo. Creer ―Ron se puso de pie como si hubiese sido golpeado por un rayo y miró con la boca abierta hasta el suelo a la chica.

―Cierra la boca, pervertido. ¿Quién es, de todas maneras? ―preguntó Fred alzándose para que la visión de la chica no desapareciera por los toldos brillantes.

―Muy gracioso, Fred. Hazte el tonto. ¡Cómo si no supieras reconocer a Agatha Krum! ―respondió Ron, indignado. Babeándose encima y mirando a lo lejos con ojos soñadores―. Nunca pensé que la vería en vivo. Merlín, Agatha Krum. ¡Es más perfecta en persona!

―Sí, bueno, es difícil no reconocer a la cazadora favorita de Bulgaria. Qué lástima lo del accidente, pero se ve recuperada ―comentó Hermione, poniéndose de puntillas y afincando la mano en el hombro de Harry para verla mejor.

― ¿Es hermana de Krum? ―preguntó el azabache.

―Obviamente, ¿de quién más podría ser, Harry? ―se quejó Ginny con una risa burlona―. ¿Llegaste a esa conclusión por ti mismo?

Agatha Krum.

Fred era un estúpido. Por supuesto que era ella, todo tenía sentido. No entendía cómo pudo haber olvidado el rostro del amor platónico más grande de Ron y la popularidad de la misma. ¿A quién se le olvida una cazadora famosa?

―Está muy bien ―concedió Fred entre dientes―. Sí, coincido con Ronnie. Es mucho más hermosa en persona.

No podía quitar los ojos de la figura que desfilaba por el césped, hablándoles a sus amigos entre risas. Era una visión magnética. Parecía demasiado perfecta para ser real, echándose el cabello ondulado detrás del hombro y firmando autógrafos a diestra y siniestra.

―Es perfecta, es la perfección hecha persona ―Ron puso sus dos manos en su cabeza, suspirando atónito―. Quiero casarme con ella. Juro que le pediría que se casara conmigo sin dudar.

―Otra cosa sería que te dijera que sí, amigo―se burló Fred de su hermano. Admiraba su capacidad de soñar tan lejos.

―Por favor, Ronnie, mírala, no te hagas ilusiones ―George soltó una carcajada―. Confórmate con tus posters y recortes de periódico.

― ¡Uno puede soñar! ¡Acerquemos, quiero que me firme algo! ―dijo Ron, metiéndose rápido a la tienda a buscar algo que Agatha pudiera signar.

― ¡Fred!

―Por lo menos, uno de ustedes sí tiene una novia real ―comentó Bill en tono alegre, uniéndose al grupo.

Angelina Johnson, con su piel oscura y cabello castaño que se adornaba con un bullicioso gorro de Irlanda, se abría paso corriendo desde la carpa de los noruegos. Fred adornó su rostro con una sonrisa. Habían empezado a salir hace muy poco y todo iba bien. Todo excepto por el hecho de que Angelina parecía no querer dejarlo solo. Él creía que estaba exagerando, la melosidad era característica de las nuevas relaciones, por lo que intentaba no darle importancia. De todas maneras, a él le gustaba Angelina y se sentía cómodo saliendo con ella.

Todos recibieron a la morena con sonrisa y saludos amistosos.

―Hola, linda ―saludó Fred con una sonrisa de lado.

Angelina acercó el rostro de Fred y le plantó un corto beso en los labios. Estaba feliz de verla.

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―Me está matando la curiosidad ―empezó a escudriñar Aleksandr con uno de sus brazos sobre los hombros de Agatha―. ¿Quién era el tipo con el que estabas antes de que llegáramos? Parecía británico, no me digas que andas por ahí coqueteándole a anglos.

― ¿Por qué quieres saber? ¿Estás celoso? ―respondió ella con una risa y una ceja enarcada.

― ¿Por qué lo estaría, cariño? En realidad, te pregunto porque se ve que está muy bien acompañado ―el rubio hizo una mueca y señaló un punto a lo lejos con la cabeza.

Ella se volvió hacia donde su amigo señalaba. Reconoció al pelirrojo casi de inmediato, para luego darse cuenta que había otro justo igual a su lado, un gemelo. Los pudo diferenciar por su vestimenta. Observó a la linda morena que lo besaba y por un milisegundo, abrigó un sentimiento extraño en el estómago. Como una punzada. Rápidamente se sacudió la sensación.

« ¿Y qué si tiene novia? ―dijo la voz en su cabeza―. No estaba interesada de todas maneras, no me importa».

Se volvió hacia el rubio y junto a una sonrisa presumida, dejó salir:

―Alek, si lo quisiera, podría tenerlo. A él o a su hermano.

Aleksandr soltó una larga carcajada, dándole la razón.

La mañana se fue en un parpadeo. Pasó la mayor parte en la tienda de los Sokolov donde fue recibida con los brazos abiertos como era costumbre. Los padres de Aleksandr e Isak la bombardearon de atenciones y a la vez de preguntas, adoraban no verla postrada en una cama de hospital como hace un par de semanas atrás. Al saber la noticia de que sus amigos estaban en el campamento, los padres de Agatha se unieron, sin perder tiempo de reencontrarse.

Después de visitar el kiosco de Bulgaria, Agatha quería hacer algo diferente.

Escuchó de alguien que si querías apostar tenías que ir con Ludo Bagman, según se decía, el ministro tenía una buena bolsa de apuestas. Aunque su padre lo desaprobaría, el instinto revoltoso de Agatha le incitaba a apostar los galeones que reposaban en el bolsillo de sus vaqueros.

Los jóvenes eslavos esquivaron a la gente en busca del colorido ministro, no sería difícil de encontrar debido a su acostumbrado atuendo. Aleksandr lo encontró primero y avisó para que Agatha e Isak se unieran a él. La visión del regordete Bagman, envuelto en brillantes telas amarillas y negras, los atrajo.

El ministro se hallaba conversando entre un grupo de apostadores. Por lo que Agatha pudo deducir, por el peso que se hacía en los bolsillos del hombre, había tomado una buena cantidad de dinero. El mayor de los Sokolov iba a llamar la atención de Bagman cuando Agatha reconoció entre las personas al gemelo pelirrojo, le hizo una seña a su amigo para que esperara con la intención de escuchar la conversación de los ajenos.

— ¿Un galeón? —Agatha interpretó la voz de Ludovic Bagman como decepcionada—. Bien, bien... ¿alguna otra apuesta?

—Son demasiado jóvenes para apostar —dijo la voz de un hombre—. A Molly no le gustaría...

—Apostaremos treinta y siete galeones, quince sickles y tres knuts a que gana Irlanda, pero a que Viktor Krum toma la snitch. ¡Ah!, y añadiremos una varita de pega.

— ¿Distrraído y no sabes ni una cosa del quidditch? Amigo, elige una batalla ―se burló Agatha, rompiendo su silencio y caminando hacia Bagman en pasos lentos―.  Pensé en perdonarrte lo de la caída, pero después de mencionarr que gana Irrlanda, no crreo que pueda hacerrlo.

Se acercó hacia Bagman con pasos lentos y premeditados. Las miradas atónitas la penetraban. Alek e Isak la siguieron como guardaespaldas, entretenidos por la bravata de Agatha, era algo tan típico de ella de hacer. Le dedicó a Fred una sonrisa maliciosa, rozando en provocadora.

― ¡Por las barbas de Merlín! ¡Señorita Krum! —Bagman, emocionado, tomó las manos de Agatha entre las suyas sacudiéndolas con afecto―. ¡Qué maravilla verla! ¿Pondría usted fe en su equipo en forma de dinero?

Porr supuesto ―respondió con voz tranquila―. Apuesto cincuenta galeones a que gana Bulgarria, fácil y limpio.

Pasando su mirada intimidante entre los gemelos, se sacó el pequeño saco de monedas del pantalón y lo mostró con presunción. Los ojos avellanados del pelirrojo inglés no podían dejar de contemplarla. A pesar de eso no cambió su vibra burlona.

―Ya veo, fe ciega por tu equipo. Supongo que tu posición no te permitiría aceptar que ganará Irlanda ―aseguró Fred, pasándose la lengua por los labios discretamente.

Palabrras audaces para alguien que está a punto de perder todo su dinero —replicó la búlgara, impasible—. Tienes fe ciega cuando sabes que eres el mejor.

—Bueno, tú no vas a jugar. Sin ti, Bulgaria pierde una pieza importante, y bueno, básicamente queda a la deriva. Yo, señorita Krum, tengo fe de que me iré de aquí con los bolsillos llenos —desafió el muchacho, encogiéndose de hombros.

—Eres valiente —admitió Agatha con una sonrisa—. Veremos cómo va esto.

—Ya veremos.

Batalló con la mirada de él, intentando descubrirlo y sintiendo como su vibra altanera le llamaba la atención, volviéndolo digno de quedarse mirándolo por un rato más. Él se sonrió con su gemelo con complicidad.

Los presentes atendían al intercambio de argumentos, atontados. Podía ser la presencia de Agatha Krum o porque no creían que ese chico le había dicho en su cara que ganaría Irlanda. Ella disipó el duelo de miradas para entregarle la bolsa de monedas a Bagman mientras éste anotaba su nombre en una pequeña libreta rayada. Isak también puso dinero en que Viktor tomaría la snitch.

—Espero que ustedes hayan apostado mejor que ellos —bromeó la búlgara, dedicando una mirada fugaz a todos. Los presentes le respondieron con risas admirativas.

La conversa amistosa fue interrumpida violentamente por un hombre muy alto, encorvado, con una cara nada agradable, que se acercó detrás de Agatha. El recién llegado empujó a Aleksandr de su lado y se dirigió a la chica de manera grosera. Su voz era gruesa, carrasposa, severa, solo podría salir de la boca de Yegor, uno de los integrantes del equipo técnico de Bulgaria, buen amigo de Viktor Krum y una persona con la que Agatha difícilmente se llevaría bien.

Ven, vámonos, Viktor me pidió que viniera a buscarte —dijo él en búlgaro, lanzándole una mirada aborrecida.

Viktor puede esperar un rato. Estoy ocupada, Yegor, iré cuando no lo esté ―le respondió, perdiendo la paciencia.

Si no fuera importante, créeme que no vendría por ti ―escupió Yegor con desdén.

Miró a Yegor con una expresión agria, suspiró furiosa.

―Lo siento mucho, temo que debo irme ―informó mirando a Fred y a su hermano respectivamente―. Espero verlos de nuevo, fue un gusto poder apostar contra ustedes. Señor Bagman, estoy feliz de haberlo visto. ¡Disfruten el partido!

Después de realizar un asentimiento de despedida con la cabeza, le murmuró algo a Aleksandr antes de que Yegor la tomara del brazo y la obligara a alejarse. Con dureza, se zafó del agarre del hombre. No tenía intenciones de ser grosera, aunque le costó, se tragó los insultos que le rondaban la cabeza y le obedeció, marchándose junto a él.

Cuando llegaron al vestidor del equipo y antes de entrar le dijo:

— Ya está bueno de tratarme como una maldita niña, Yegor.

—Pues deja de comportante como una —le recriminó el hombre y dedicándole una última mirada de furia, se marchó hacia donde lo necesitaban.

Ella entró al vestuario rojinegro un par de segundos después, con rapidez y malhumor. Caminó hasta encontrarse con su hermano.

―Hey, Vik. Te suplico que no vuelvas a mandar a Yegor por mí. Estas escenitas me tienen harta. Te juro que si vuelve a hacer otra no voy a ser tan educada ―contó, palmeando la espalda de su hermano con afecto.

—Sé que no se caen bien, pero se te estaba haciendo tarde y era una emergencia.

―Lo siento, me encontré con un inglés muy impertinente. ¿Cómo estás? ¿Todavía fresco? ―Agatha arrastró una silla y la colocó frente al banco donde se estaba Viktor, sentándose a horcajadas.

—No tanto —admitió el mayor—. Parece que estar jugándonos el pellejo hace que la gente se vuelva loca. ¿Sabes que se le ocurrió a Ivanova? Ella pensó que sería una idea genial cambiar una de nuestras mejores jugadas por una suya. ¿Puedes creerlo?

Viktor bufó mientras se aseguraba las rodilleras de cuero negro.

―Bueno, Clara tiende a ser demasiado audaz en juegos importantes. ¿Cuál eligió? ―no se sorprendió, Clara elegía los peores momentos para ponerse a experimentar.

―Salto de Ruse.

―No el Salto de Ruse —se exasperó Agatha, soltando un gruñido—. ¡No ha podido perfeccionarla! Déjame adivinar, Vasil lo permitió.

—Ahí tienes por qué era tan importante que vinieras. El entrenador no pudo hacer que Dimitrov recapacitara, pero sabes que él hará lo que sea que tú le pidas. Pon sus pies en tierra y hazlo entrar en razón

El mayor se levantó y le alborotó el pelo a su hermana, quien soltó un par de risas y negó, fastidiada al conocer las verdaderas intenciones de su hermano.

―Ay, Viktor. ¿Qué harías sin mí?

La chica se puso de pie y marchó dentro de los vestidores directamente hacia donde sabía que estaría Vasily. Con él se encontraban otros dos jugadores, casi todos estaban decentes así que Agatha no tuvo que cerrar los ojos al llegar. Estaban terminando de ponerse sus protecciones.

Vasily Dimitrov estaba en el fondo sentado en una banca, sin colocarse aún su jersey. En una pequeña pizarra mágica visualizaba las jugadas. Agatha no dijo una palabra, se quedó parada en la entrada con los brazos cruzados contemplando la espalda descubierta del capitán del equipo. Podría quedarse horas memorizando los marcados músculos del búlgaro.

― ¡Dimitrov, llegó el jefe! ―bromeó Pyotr Vulchanov, golpeador del equipo, al darse cuenta de la presencia de Agatha ―. No vas a tener escapatoria.

Lev Zograf, quien se desempeñaba como guardián, miró a Agatha y Vasily respectivamente esperando la reacción del hombre. Vasily volteó para encontrarse con la búlgara, no parecía sorprendido; negó con la cabeza con una sonrisa de lado y volvió su atención a lo que estaba haciendo. Decir que Vasily y Agatha tenían historia sería una extrema atenuación. Ambos se conocían tan bien que sin mediar palabra ya sabían que iban a decir.

― ¿Me pueden dar unos minutos? Al parecer, Vasily perdió la cabeza ―dijo Agatha con una media sonrisa.

No faltó decir nada más para que Lev y Pyotr piraran del lugar. Agatha se acercó a Vasily y se detuvo justo frente a él. Vasily no se levantó ni la miró, la chica se cruzó de brazos.

― ¿Te dieron una poción abrumadora o simplemente te has vuelto loco? ―preguntó Agatha con tono de reproche―. O peor, ¡eres tonto!

―Krum, yo soy el capitán, no tú ―pronunció Vasily con voz grave.

― ¡Ah, no! ¡Nada de «Krum»! Si dices ser el capitán, entonces actúa cómo uno.

― ¿Cómo prefieres que te llame? ¿«Mi amor» o «nena»?

Vasily levantó la vista hacia Agatha fijando sus ojos verdes en los de ella. Agatha sabía que ella tenía la razón así que no arrugó la cara ante la mirada penetrante de Vasily.

El muchacho posó sus varoniles manos a ambos lados de la cadera de Agatha y la acercó a su cuerpo. Dimitrov sabía que su exnovia tenía una debilidad por ese agarre en particular, siempre le funcionaba para hacerla cambiar de humor. Hace varias lunas atrás el ambiente habría cambiado y estarían besándose, diablos, la noche anterior Agatha lo consideró, pero era ir en contra de sus buenos instintos. Ya no tenía intenciones de caer en la tentación, se zafó del agarre cariñoso de Vasily y soltó una risa.

―Llámame «Agatha» o «Mi conciencia» ―dijo, con tranquilidad. Le quitó las manos de su cuerpo y las tomó―. Sabes que es raro que me equivoque, «capitán». Tienes veinte minutos para reunir a tu equipo y dejar la estrategia como la tenías.

―Ag, ¿por qué me odias? ―preguntó Vasily, suspirando. Soltó las manos de Agatha y se levantó a buscar el resto del uniforme―. ¿No crees que el Salto de Ruse sea bueno?

―Vasil, sabes muy bien que si creyera que Clara tuviera la jugada dominada no cuestionaría tu decisión, ese no es el caso. Ya habrá tiempo de experimentar e incluir jugadas nuevas en la estrategia, pero hoy no ―de pronto se le ocurrieron las palabras perfectas para persuadirlo―. ¿Pero, sabes una cosa? Tienes razón, tú eres el capitán. De todas maneras vine para que lo pienses mejor. Si vamos a perder, no quiero que sea porque tú cambiaste las jugadas a última hora. Estaré muy decepcionada de ti si es así.

Se marchó a reunirse con su hermano dejando a Vasil solo. Cuando llegó junto a Viktor, se dejó caer en la silla y en menos de cinco minutos, Vasily asomó su cabeza por una de las separaciones de la tienda. Ni siquiera miró a Agatha cuando llamó a Viktor para tener una última revisión de jugadas.

Viktor volvió veinte minutos después con una leve sonrisa en su rostro.

―No puedo entender qué le hiciste a Vasily, está perdido por ti. Deberías darle una oportunidad ―propuso Viktor colocándose sus guantes.

―Y tú, Vik, deberías meterte en tus asuntos. Venga, ya casi es hora, hagamos el ritual.

Quizá en el exterior no lo parezca, pero Viktor Krum era un hombre supersticioso. Él la tomó de la mano y empezó su ritual que consistía en hacer un baile extravagante que, según él, traía buena suerte. Agatha solo se limitaba a seguirle el juego, ya que desde que lo practicaban nunca había fallado.

Cuando terminaron, el resto del equipo empezó a salir del vestuario en una ordenada fila, escuchando las últimas indicaciones del capitán y del entrenador. Agatha se ganó una mirada de resentimiento de parte Clara, simplemente la ignoró convencida de que había tomado la decisión correcta, y que Clara, al final, la perdonaría.

Vasily se acercó con su escoba en la mano, asegurándose de que todo estuviera preparado.

―Cuatro años pasan rápido, Ag ―le dijo a su ex novia al darse cuenta de la mirada nostálgica que Agatha tenía en el rostro mientras escuchaba las exclamaciones gloriosas de los espectadores.

―Sí, ya sé ―respondió, suspirando.

― ¿Me regalas un beso de buena suerte? ―le planteó para hacerla sonreír.

―Nosotros no dependemos de la suerte. Quizás, si haces bien tu trabajo y ganamos, pueda reconsiderarlo ―dijo Agatha despidiéndolo con un movimiento de la mano.

Vasily sonrió y se pasó la mano por el cabello, resignado y se reunió con el entrenador a unos pasos de ella.

―Vete para que no te pierdas a las veelas ―dijo Viktor, besándola en la frente.

Agatha asintió y abandonó el vestuario mediante aparición, reuniéndose en las tribunas junto a sus padres.

― ¿Cómo está el equipo? ―quiso saber su padre.

―Está bien, está tranquilo ―respondió Agatha.

Conforme iba observando a sus compañeros de equipos volar fuera de los vestuarios montando sus escobas, esperó con todo su corazón que esos cuatro años pasaran rápido.

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