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𝟏𝟔 ━ Hipotéticamente.




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𝐇𝐈𝐏𝐎𝐓𝐄́𝐓𝐈𝐂𝐀𝐌𝐄𝐍𝐓𝐄

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El viernes en la tarde, después de la prueba, una carta reposaba encima de la cama de Agatha. A la chica le vibraron las manos al tomarla. La caligrafía de Svetlana era inconfundible y era increíble lo rápido que había tenido respuesta. Se mordió el labio y jugueteó con el sobre unos segundos antes de decidirse en abrirla.

Agafya,

No me voy a molestar por el hecho de que no me has escrito en tres meses, veintidós días, seis horas y treinta y ocho minutos, desde el momento que estoy escribiendo esta carta. Tampoco me voy a molestar por las palabras rusas que has escrito mal. Te recomiendo que empieces a repasar porque si en verano, cuando vengas a Moscú, babushka se entera de que estás hablando más inglés que ruso es un hecho que te va a desheredar.

El golpe en la cabeza te ha dejado tonta. No puedo creer que mi prima esté teniendo dudas acerca de dejar salir sus emociones. Esa no eres tú. Agatha Krum no es una cobarde. La Agatha que yo conozco lo hubiese besado el primer día. Lo que no me da más alternativa que pensar que de verdad te gusta ese muchacho. Mucho más que Vasily.

Mi consejo es que seas irreverentemente tú, sin disculpas y sin remordimientos. Toma acción. Entiendo que el hecho de que esté comprometido te haga dar un paso atrás, pero así nunca avanzarás. Dile lo que sientes, si él no siente lo mismo, lo superarás y seguirás con tu vida pero no puedes quedarte de brazos cruzados cuando te hace sentir las cosas que me has escrito. Si no lo haces te vas a arrepentir.

Te ruego que me escribas apenas lo hagas para saber todos los detalles.

PD. Por favor, envíame una foto de él la próxima vez que escribas para verificar si todo este alboroto vale la pena.

Te quiere mucho y te desea amor infinito,

Sveta

Las palabras de Svetlana le infundieron valentía a Agatha y le confirmaron lo que había estado rondando su cabeza desde diciembre. Releyó la carta, una y otra vez mientras se preparaba para dormir, en busca de algún significado entre letras pero el mensaje era cristalino. No había otra salida, tenía que decírselo y atenerse a las consecuencias. Se desplomó en el suelo, sosteniendo la carta y mirando el cielo gris y nublado de ese día de febrero a través de la ventana del camarote. Nervios agudos danzaban en su pecho produciéndole taquicardia.

Era una tarea imposible mantenerse serena mientras mentalizaba todos los escenarios posibles. Sin importar cual fuera el resultado, le daría algún tipo de cierre, aunque todo su cuerpo anhelaba que él dijera que sentía lo mismo.

            Agatha durmió tan bien que se perdió el desayuno y tres cuartos de la mañana. No había soñado con Fred para variar y no supo si era una buena o una mala señal. Antes de empezar a arreglarse para la salida a Hogsmeade, dispuso ir a probar suerte y ver si podía conversar con Aleksandr en su camarote. Abriéndose camino por el oscilante barco, ubicó la puerta de roble con las iniciales de Aleksandr y de su compañero de cuarto Kai grabadas en la madera. La tocó con los nudillos.

Sasha, ¿estás despierto? Necesito hablar contigo, es importante ―dijo Agatha a través de la ranura de la puerta.

―Un minuto, Aggie. 

La voz de Aleksandr se escuchó somnolienta dentro de la habitación. Tomó menos de un minuto para que abriera la puerta. Estaba desnudo y lo único que lo cubría de exponer sus partes era una sábana blanca sostenida con una mano en la cintura. Su cabello dorado, usualmente rapado, le había crecido en esos primeros meses del año y era una maraña que se derretía en su cara.

―Buenos días, amor ¿todo bien? ―bostezó Aleksandr y se estiró, flexionando su brazo libre.

― ¿Qué hacías? ―preguntó Agatha entrecerrando los ojos.

―Ahora nada, anoche...ese es otro tema ―el chico le dedicó una mirada coqueta a su amiga y miró a la nada rememorando la acción de la noche anterior.

Agatha puso los ojos en blanco y soltó un suspiro, estaba acostumbrada a que su mejor amigo no contara con ningún tipo de filtro.

― ¿Puedo pasar? Necesito decirte algo que voy a hacer.

―Danielle, ¿Agatha podría entrar? ―el rubio le preguntó a alguien dentro de la habitación.

― ¿Sigue aquí? ¡Alek! ― Agatha lo regañó, abriendo la boca con estupor.

Oui, pas de problème ―Agatha reconoció la vocecita francesa de la pareja del baile de Aleksandr.

― Ven, entra.

Agatha iba a dar media vuelta e irse pero la mano de Aleksandr la sostuvo con fuerza de la muñeca y la obligó a entrar. Danielle estaba sentada en la cama de Aleksandr cubriéndose con una frazada, desnuda también por lo que Agatha podía adivinar. Miró a la recién llegada con alegría y una sonrisa. Había ropa por todos lados y cubrecamas en el suelo, una cortina estaba a medio rasgar. Hace días que Kai no dormía allí por lo ordenado que estaba su lado del camarote.

Bonjour, Agatha ―la saludó Danielle con una mano, sosteniendo la manta sobre sus senos con la otra.

―Hola, buenos días a ti. Veo que se divirtieron anoche ―comentó Agatha con una sonrisa ligera. La francesa rió y asintió con la cabeza.

― ¿De qué querías hablar? ―preguntó Aleksandr sentándose en su cama e indicándole a Agatha que se sentara en la de Kai.

― ¿Será posible que te pongas unos pantalones? ―inquirió Agatha, exasperada.

―Por favor, no seas mojigata. Mi atención no disminuye si no tengo ropa puesta.

―Y esperaba que pudiéramos hablar solos también ―masculló Agatha entre dientes.

―No te preocupes por Elle, a ella no le molesta ―respondió Alek―. Escupe. 

Agatha inhaló por la nariz con fuerza y exhaló por la boca con fastidio. Se sentó de piernas cruzadas en la cama de Kai. Aleksandr se sentó en su propia cama junto a Danielle. Agatha se sonó los dedos y empezó a hablar.

―He estado pasando por algunas cosas desde diciembre y he querido decirte pero has estado muy ocupado ―dijo, mordiéndose el interior de la mejilla―. El asunto es que me gusta alguien y creo que se lo voy a decir hoy.

―Uh, me gusta cómo se escucha eso. ¿Lo conozco? ―Aleksandr se ajustó la sábana dejándose acariciar los hombros descubiertos por Danielle que escuchaba con esmero.

―Sí, es el pelirrojo del Mundial.

― ¡Ah, los gemelos! Supongo que era cuestión de tiempo. ¿Cuál de los dos? ¿O los dos? ―Aleksandr movió sus cejas provocativo y Danielle soltó una risita.

―Sólo uno, y para mi mala suerte es el que tiene novia. Fred. ―explicó Agatha.

―Ok, ¿y cuál es el problema?

― ¿Estás sordo? Te he dicho que tiene novia, Aleksandr. Decirle lo que siento significaría lanzarme al vacío cuando lo más seguro es que consiga un fondo de piedras afiladas y lo joda todo pero igual lo voy a hacer porque me gusta más de lo que debería y estoy tan harta de él.

Agatha tomó la almohada de Kai y cubrió su rostro con ella para soltar un grito ahogado. Aleksandr sonrió, Danielle le dedicó a la búlgara una miradita de ternura.

― ¿Y pog qué no eliges al gemelo que está soltego? ―preguntó la francesa.

― ¿Eso sería lo más lógico, no? Excepto que cuando estoy con George, su hermano, no siento nada de nada. Son iguales, entonces ¿por qué me siento embelesada solo por uno de ellos? Por más que intento verlos iguales, no puedo ―Agatha respiraba con dificultad mientras decía todo lo que sentía en voz alta por primera vez ―. No puedo pensar en otra cosa sino en él, es injusto, es como si una toxina se expandiera por mis venas y me consumiera el cerebro con lentitud.

Agatha volvió a hundir la cara en la almohada de Kai.

―Guau, y eso que yo pensaba que terminarías enredada con Warrington ―se burló Aleksandr, se acercó a Agatha y le acarició el cabello largo para brindarle consuelo―. Lo de la novia es solucionable. Si no está en sus planes terminar con ella, siempre puedes unírteles.

Agatha aporreó con fuerza al rubio, sacándole una risa.

―Aggie, ya has tomado tu decisión. Yo te apoyo porque nos queda menos de cuatro meses aquí, tienes que aprovechar el tiempo que tienes.  Lo que sea que pase después será beneficioso para ti ―la confortó el rubio.

Asegúgate de vestigte bien paga que no pueda guechazagte. ―recomendó Danielle.

― ¡Bien pensado, Elle! Aunque es difícil que alguien te diga que no ―Agatha levantó su rostro de la almohada y Aleksandr le tomó la barbilla con delicadeza, con una sonrisa característica―. Y si te rechaza, puedes pasarte por aquí para descargar tu frustración sexual con nosotros.

Agatha miró con turbación a su mejor amigo y a la francesa, la última haciendo una mueca de aprobación. De la búlgara explotó una risa sonora. Empujó al rubio en su pecho desnudo y se levantó. Soltó un lánguido suspiro peinándose hacia atrás el cabello oscuro con los dedos.

―Deséenme suerte, entonces ―cantó Agatha abriendo la puerta para salir.

Bonne chance, Agatha ―Danielle aplaudió dándole ánimo a la castaña.

Agatha le dio las gracias y abandonó el camarote.

El día anterior Fred le había dicho que a eso de la una de la tarde se conseguirían en el pasillo de la torre del reloj para irse. A las doce y media, Agatha se sentó con Viktor a tomar una taza de café con el propósito de hacer algo de estómago porque no tenía ganas de almorzar.

― ¿Adónde vas? ―le preguntó Viktor metiéndose en la boca una gran cucharada de pastel de carne.

―Hogsmeade. Voy a acompañar a un amigo ―dijo Agatha sintiendo la bebida fuerte y caliente bajar por su garganta.

―Vale, genial. Quería comentarte que invité a Hermione a Bulgaria para el verano.

Agatha fijó su mirada en Viktor que engullía y engullía evitando mirarla a la cara.

― ¿Por qué?

―Tú sabes porque.

―En realidad, no lo sé. ¿Por qué no usas tus palabras, Vik? ―lo fastidió Agatha ganándose una mirada odiosa de parte del mayor.

― ¿Por qué tienes que ser así, Agatha?

― ¿Yo? Tú eres el que no se ha dignado a decirme que te gusta y ahora esperabas deslizar el comentario de que la invitaste a casa de manera casual.

Viktor bufó, Agatha esbozó una sonrisa juguetona.

― ¿Y qué te dijo?

―Que le gustaría, pero que no estaba segura de qué dirían sus padres. Son nemagicheski, ¿sabías? Creo que no le gusto tanto ―musitó Viktor.

―No digas eso ―titubeó Agatha dándole unos golpecitos de aliento a Viktor. Se sintió mal de haberlo molestado.

―Creo que trae algo con Harry Potter.

― ¿Harry? Son sólo amigos. De todas maneras, siempre puedes preguntárselo. A Potter o a Hermione.

―Sí, claro. Todo es tan fácil para ti.

La castaña soltó una risa ahogada, si tan sólo Viktor supiera lo que estaba atravesando su hermana. Tomó la muñeca de Viktor para ver la hora en su reloj dorado, marcaba la una y diez. Se bebió el resto del café de un solo trago, quemándose la lengua. Le quitó importancia al escozor y se puso de pie, Viktor ya iba por su tercera porción de pastel de carne.

―Nos vemos después. No te preocupes, las cosas con Hermione van a salir bien. Deséame suerte.

― ¿Por qué?

―Saltaré al vacío —Agatha sonrió, nerviosa―. Metafóricamente, por supuesto. Aunque es posible que me duela literal.

Viktor ya había aprendido a no hacer demasiadas preguntas a cosas que no entendiera. Sin esperar ninguna explicación, le deseó suerte.

Agatha recorrió el primer trayecto seguida de cerca por un grupo de estudiantes de Hogwarts de primer año. Cuchicheaban a sus espaldas y se movían un paso por cada dos de ella. Era algo molesto pero entretenido, ya que estar pendiente de sus seguidores le daba otra cosa en qué pensar además de Fred. Mientras se aproximaba al patio, Agatha decidió enfrentar a los niños.

― ¡Hola! ¿Los puedo ayudar? ―cuestionó ella con una sonrisa, dándose la vuelta cuando ellos esperaban que siguiera caminando.

El grupo de Hogwarts se sonrojó y empezaron a hablar todos al mismo tiempo. Agatha emitió una risa y los animó a que le pidieran un autógrafo o lo que fuera que quisieran. Luego, un sonido parecido al de una tetera hirviendo se hizo presente, seguido de un grito de gozo y una vocecita muy aguda.

Lo siguiente que Agatha supo era que algo la había golpeado y que estaba mojada al igual que los niños. Ellos chillaron con molestia descifrando que había ocurrido. La búlgara intentó quitarse el exceso de agua con la mano cuando vio la figura espectral que se reía a carcajadas y se felicitaba a sí misma, los niños de Hogwarts corrieron intentando escapar del bromista que estaba listo para mojarlos de nuevo. Con una irritación bullendo en su interior, Agatha desenfundó su varita y lo apuntó.

¡Spectro imperium! ―gritó y la figura no parecía tan graciosa. Quedó congelada con la boca abierta y los ojos templados, mirando con disgusto a la chica― Ya no es tan divertido ¿no?

Agatha zarandeó al espectro en el aire con diversión dándole vueltas con los movimientos de su muñeca.

― ¿Qué tal si te doy una cucharada de la misma medicina? ―inquirió ella. Con unas breves palabras el espectro era rosa y estaba cubierto de una sustancia pegajosa.

El poltergeist bramó al verse.

― ¡Peeves! ¿Qué has hecho? ―Fred Weasley se acercó dando largos pasos desde el patio al darse cuenta del alboroto. Soltó una risotada al ver a su compañero poltergeist seguido de una mueca al ver a Agatha empapada.

Agatha removió el hechizo de inmovilidad de Peeves.

― ¡Señor Weasley! Seguía sus instrucciones de molestar a los invitados.

―Sí, Peeves, pero no a ella, demonios.

― ¿Tienes autoridad sobre un poltergeist? ―preguntó Agatha, exprimiéndose el exceso de agua del cabello.

―El señor Weasley es un rey del caos, extranjera. Muéstrale respeto ―tronó el arlequín.

―Peeves es un cómplice de nuestras bromas ―intentó explicar Fred, sus manos estaban inquietas buscando como arreglar lo que había hecho Peeves―. Especifiqué que no te molestara a ti.

―Parece que no entendió el mensaje ―resopló Agatha.

Fred sacó su varita y la sacudió. De la punta empezó a salir una corriente de aire caliente, lo dirigió hacia Agatha y su ropa y cabello empezaron a desprender vapor hasta secarse por completo.

―Esta extranjera es muy buena devolviendo el golpe ―dijo Peeves, pensativo―. Creo que me agrada, es maquiavélica.

―Vuelve a hacer algo así, arlequín y te aseguro que te convertiré en una quaffle.

―Mente macabra ―concedió Peeves.

―No la fastidies más, Peeves. Concéntrate en los demás extranjeros y en las serpientes.

―Sí, señor ―Peeves, que ya había vuelvo a su imagen arlequinesca usual, le hizo una seña militar al pelirrojo con la mano en la sien y se desvaneció.

Agatha se arregló la ropa, el daño parecía revertido. Fred la observaba con intranquilidad. Ella rió y le haló el gorro tejido que reposaba en su cabeza colorada cubriéndole el rostro.

―No pasa nada, Weasley, tu pequeño súbdito no logró arruinar mi atuendo ―gorjeó.

―Lo siento, Ag. Es difícil mantenerlo a raya, al final del día es una criatura traviesa al igual que yo.

― ¿Al igual que tú dijiste? ―cuestionó Agatha con una mirada divertida.

Fred soltó una risa grave y asintió. Agatha también dejó salir una risa.

―Vamos ya, señor Weasley. No debemos perder tiempo de conversaciones fructíferas sobre nuestros futuros académicos.

―Andando, señorita Krum ―Fred hizo una media reverencia para que Agatha tomara la delantera.

Empezaron a caminar por la ladera a las afueras del castillo. Frente a ellos iban otros grupos de Hogwarts, mezclados con Beauxbatons y Durmstrang para aprovechar la tarde en la villa. El cielo amenazaba con llover a cántaros pero nadie parecía molesto por ello, iban armados con impermeables y paraguas, aparte de sus abrigos para refugiarse del frío. Fred iba bromeando, le comentaba su última travesura a una Agatha muy entretenida. La última sonreía tanto que creía que cuando se fuera a dormir esa noche tendría las mejillas adoloridas.

― ¡Y el tonto cayó! Ni siquiera tuve que decirle nada, simplemente caminó y caminó y después no hubo suelo.

―Eso es cruel, Fred, creo que me iré al infierno por reírme de un niño de primer año.

―Fue divertido y cuando George y yo lo sacamos de la laguna portátil, él también se rió ―se excusó Fred seguido de una risotada―. Tuvimos suerte de que no fue a quejarse con McGonagall, de haberlo hecho no habría podido venir contigo.

―Te has salvado, entonces ―afirmó Agatha. La chica entornó los ojos, divisando uno de los primeros grupos de estudiantes―. Oye, Fred. ¿No habías dicho que George no podría acompañarte porque estaba ocupado?

―Sí, está ocupadísimo. No creo que salga hoy de la habitación ―mintió Fred, encogiéndose de hombros.

―Qué raro. Y estás seguro de que ustedes no tienen un trillizo, ¿no?

―Correcto. Sí tenemos muchos hermanos pero solo somos un par de gemelos.

―Ah, entonces ese chico se parece mucho a ti ―Agatha aguantó una risita señalando con el dedo al pelirrojo que iba bastante adelante casi llegando al poblado.

Fred fijó la vista en donde ella señalaba y casi suelta una palabrota. George estaba sonriendo junto a Lee y hablaban animados. Toda su mentira se estaba cayendo a pedazos enfrente de él. Agatha sonrió al ver la reacción de Fred.

―Parece que se libró más temprano de lo que me ha dicho ―dijo Fred, intentando que su lenguaje corporal se mostrara despreocupado.

―Pues sí. ¿Quieres unírteles? ―preguntó Agatha, metiendo sus manos dentro de los bolsillos traseros de su pantalón de mezclilla azul oscuro.

― ¡No! ―Fred casi gritó e intentó encubrirlo al mirar a Agatha con una mueca indiferente―. No, no, ya te invité a ti, sería de mala educación. 

―Vale ―Agatha se alivió al saber que él no quería más compañía además de ella.

Fred dirigió a Agatha hacia Zonko's con premura sin dejarla admirar los escaparates llamativos. Habían despejado la calle principal de la nieve y había muchos estudiantes entrando y saliendo de las tiendas. La presencia de Agatha llamaba la atención de algunos pobladores que la miraban con la intención de asegurarse que se trataba de ella y buscaban si Viktor estaba cerca. « ¿Es esa la hermana de Krum? La cazadora, ¿cómo era su nombre?» «Parece ella, ¿no es así?» Agatha era muy buena para ignorar los comentarios indiscretos.

El encargado de Zonko's, un joven de unos veintitrés años sí identificó a Agatha en el momento que entró en el establecimiento. Abrió sus ojos oscuros de par en par y se lanzó desde el mostrador alto para plantarse enfrente de Agatha con entusiasmo. La miró con atención y le tomó las manos sin decir nada.

―No seas un pervertido, Akehurst ―le dijo Fred cruzando los brazos.

Akehurst lo ignoró.

―Eres tú, Agatha Krum ―dijo el encargado. Agatha se deshizo con cuidado del agarre de las manos de chico y sonrió forzosa.

―Sí, esa soy yo ―declaró Agatha, dando unos pasos hacia Fred.

― ¡Bienvenida! El señor Zonko estará muy complacido de saber que has pasado por aquí. Adelante, toma todo lo que quieras. ¡Va por la casa! ―dijo Akehurst con una sonrisa, aun atontado.

― ¿QUÉ? Y yo, Akehurst, que he sido tu cliente fiel por un sinfín de años...―empezó Fred cerrando los ojos y golpeándose el pecho, profundamente ofendido.

―Ningún descuento para ti, Weasley. Ni lo pienses ―dispuso el azabache, parecía que los descuentos eran algo común en los gemelos―. Agatha Krum, lo que sea que necesites, solo grita y vendré a asistirte.

Agatha agradeció y Akehurst caminó hacia atrás para volver a su puesto en lo alto del mostrador.

― El descaro, la falta de respeto de este hombre. Claro que te dará lo que quieres gratis.

―Es porque soy más hermosa ―bromeó la búlgara, batiendo sus pestañas con coquetería―. Pero como eres tú, te dejaré que te aproveches de mí y lleves lo que quieras.

―Qué considerada, Ag. Me aseguraré de aprovecharme ―rio Fred y la tomó de la mano para llevarla a donde estaban los mejores artículos de la tienda―. Debes saber, aquí en este cuchitril, hay cosas geniales y cosas aborrecibles que George y yo no entendemos porque las siguen produciendo.

Fred estiró el brazo para tomar una caja del tope de una exhibición. La puso en la mano de Agatha

― Bombas Fétidas, un clásico, nos han sido de extrema utilidad en nuestras fechorías usuales. Recomiendo usarlas en un espacio cerrado para mejores resultados ―el pelirrojo tomó otra caja de una exhibición diferente―. Esta basura es una taza que muerde nariz. Pero tuve la mala suerte de enterarme que muerde más cosas que la nariz, volviéndose defectuosa.

―Me deleita pensar en cuando George y tu tengan su propia tienda. Las cosas que inventan son muy buenas, son muy talentosos ―loó Agatha, sincera. Fred la dio una ojeada con cariño―. Verás que en menos de dos años se harán con este lugar.

―Nunca nadie, aparte de George, ha tenido tanta fe en mis emprendimientos.

Agatha embozó una media sonrisa y siguió mirando los escaparates. Fred la seguía con curiosidad para saber que le interesaba y le daba su opinión al respecto. Agatha tomó una cesta para meter los productos que quería llevar. Se subió en una escalera para tomar un sobre púrpura brillante que tenía impreso: «Caramelos de Spattergroit». Se lo enseñó a Fred.

― ¿Qué es Spa-Spet-Spatte- eso que dice ahí? ―le preguntó Agatha, sin saber cómo pronunciar la palabra.

―Spattergroit ―dijo Fred―. Es una enfermedad, como un hongo contagioso que te marca la cara y te deja afónico. Esos caramelos producen un efecto bastante aguado de la afección, ya los probé con Percy. No los recomiendo.

― ¿Tu hermano, no? ―Agatha volvió a dejar el paquete en el estante―. ¿Ese es el de los dragones o el que trabaja en el banco?

―Ninguno. El aburrido, el que es asistente de Crouch ―dijo Fred metiendo un paquete de Caramelos Escupe-Fuego en la cesta de Agatha.

―Ah, ya, el estirado.

―Sí, ese mismo. Si alguien no tiene nada de fe en George y en mí, es Percy.

―Qué mal. Ya verá cuando naden en dinero.

Fred se rió.

―Qué Merlín te escuche, Agatha. No a todos pueden darnos las cosas gratis. ¿Por qué será que a los ricos les regalan cosas? ―preguntó Fred, reflexivo.

―Tienes razón, digo, yo podría pagar todo en esta cesta pero no soy rica.

― ¡Ja! Eso es lo que dicen todos los ricos. 

―Es en serio.

―Agatha ―Fred la miró serio―, apostaste cincuenta galeones en el mundial.

― ¡Para molestarte! ―Agatha soltó una risa―. Cuando me dijiste en mi cara que Bulgaria no ganaría quería amedrentarte. Mi papá aún piensa que me robaron los cincuenta galeones en la tienda de campaña, si le dijera que los aposté y los perdí solo por enfurecer a un completo extraño no se callaría nunca.

―Por favor, no me quieras hacer creer que importé tanto en tu vida para querer molestarme ―dijo Fred con un gesto de la mano para quitarle importancia a lo que había dicho Agatha.

―Créetelo. Cuando miré tu rostro presumido, te quería patear el trasero. Y después dijiste que si yo jugara las cosas serían diferentes, pensé «¡Qué insoportable, alto pelirrojo! ¿Quién se cree que es?».

Fred esbozó una sonrisilla, complacido de saber que esa breve interacción, que él creyó insignificante, había revuelto emociones en la búlgara.

― ¡Oh! ¡Tinta invisible! ―Agatha tomó un par de tinteros y los arrojó dentro de la cesta.

Después de un rato y cuando se acabaron las cosas interesantes, Akehurst guardó todo lo que había decidido llevarse Agatha dentro de una bolsa y miró receloso a Fred que no iba a pagar nada. Fred lo miró casi diciendo «Muérete de envidia, Akehurst». Agatha se despidió con la mano del vendedor.

― ¡Vuelve cuando quieras! ―escuchó que Akehurst gritaba cuando la pareja estaba abandonando la tienda.

― ¿A dónde? ―averiguó Agatha, sorteando a los jóvenes que pasaban a su lado y se adentraban en el establecimiento.

―A Las Tres Escobas, porque me estoy congelando y ese es el lugar más cálido ―Fred le quitó la bolsa a la búlgara para que no la llevara y puso un brazo por sobre sus hombros.

Agatha hizo caso y juntos marcharon hacia la taberna. La campanita encima de la puerta tintinó cuando entraron. Era un local adorable, según le parecía a Agatha. Estaba cálido justo como había dicho Fred y los grupos conversaban armoniosos en las cabinas y en las mesas. Lo único desagradable eran las cabezas reducidas colgadas en la entrada que hacían comentarios groseros, Fred las empujaba y les daba vuelta para que se marearan.

Fred consiguió una cabina vacía y caminó hacia allí antes que alguien les robara el asiento. Una mujer mayor y bastante atractiva se les acercó de inmediato.

―Bienvenidos, ¿qué les puedo servir hoy? ―preguntó con una sonrisa.

―Una pinta de cerveza de mantequilla para mí.

― ¿Tienen kvass? ―preguntó Agatha y la mujer negó con la cabeza―. Entonces dos shot de whiskey de fuego y otra cerveza de mantequilla, por favor.

― ¿No te conozco de algún lado? ―la mujer examinó a Agatha, mientras ella se deslizaba fuera del abrigo.

―No creo, me han dicho que me parezco mucho a una jugadora de quidditch, pero yo en verdad no encuentro el parecido ―contestó Agatha. Fred rió por lo bajo.

―Oh, bueno. Ya les traigo sus bebidas ―la mujer desapareció para ir en busca del pedido.

― ¿Cuánto tiempo crees que pase antes de que alguien le diga que eres tú? ―averiguó Fred cuando la mujer no estaba cerca para escucharlos.

―Quince minutos o menos. 

La mujer volvió con los vasos y los puso enfrente a la pareja. Fred y Agatha agradecieron con amabilidad. Agatha tomó uno de los vasitos de whiskey y lo alzó hacia Fred.

Alza el tuyo.

―Ah, es que era para mí ―Fred le obedeció y tomó el otro vasito de whiskey.

¡Nazdrave, Fred! ¡Y que siempre tengamos la valentía de decir lo que pensamos!

― ¡Hasta el fondo!

Los dos adolescentes se tomaron la totalidad de los vasos de un solo trago. Agatha casi no se turbó y tragó con facilidad, el alcohol calentó su cuerpo. Fred sí hizo una mueca al sentir la quemazón bajar por su garganta, tosiendo un poco.

―Tengo que empezar a beber más para seguirte el ritmo, niña demoníaca ―dijo Fred aún pasando la sensación del alcohol. Agatha se rió.

―Fred, mi madre es rusa, nunca podrías seguirme el ritmo. 

Agatha dejó a un lado el vaso vacío de whiskey y tomó la jarra de la cerveza de mantequilla. Bebió un sorbo llenándose el bigote de espuma, se lo limpió con la manga larga de la blusa. Fred tomó también un trago de la bebida empalagosa.

―Ahora, Agatha, vamos a sincerarnos.

Agatha casi se ahoga con la bebida. Aclaró su garganta y fijó sus ojos cobaltos, con recelo.

― ¿Sobre qué?

―Sobre ti, sobre mí. Quiero adivinar cosas sobre ti y tú me dirás si son correctas ―propuso Fred con una sonrisa traviesa―. Tú harás lo mismo sobre mí.

― ¿Cuál es el propósito de este juego?

―Saber cosas sobre ti y el que diga más cosas incorrectas paga las bebidas.

―Bien, suena divertido. Empiezas tú ―animó Agatha tragando otro sorbo de cerveza.

―Tu color favorito es el rojo ―aventuró el pelirrojo esperando la respuesta.

―Eso es fácil. Casi siempre uso rojo ―Agatha rió y puso los ojos en blanco―. Correcto, supongo. Tu color favorito es el... ¿naranja?

―Primera falla para Krum. Es el azul.

― ¿Qué tono de azul? ―preguntó Agatha.

―El de tus ojos me gusta mucho ―dijo Fred, pronunciando el requiebro con una exactitud perfecta. Agatha soltó una carcajada.

―Merlín, qué cursi eres cuando te lo propones. Aunque te felicito porque me tomó por sorpresa.  ¿Con cuántas te ha funcionado?

― No se lo he dicho a nadie más. ¿Funcionó contigo? ―quiso saber él, ojeándola.

Agatha se mordió la lengua para no decirle que sí lo había hecho. Le brindó una mirada desinteresada y una media sonrisa.

Meh, supongo que sí veo que te pueda funcionar con alguien más. Yo voy a adivinar otra cosa.

―No te toca a ti ―protestó el pelirrojo.

―Claro que sí ―Agatha sonrió―. Yo adivino que todas las chicas de Hogwarts se derriten por ti y por tus piropos gastados.

―No puedo dar una opinión sobre eso. Tendrás que preguntárselo a mi club de admiradoras ―Fred hizo un ademán presumido― Yo adivino que todos en Durmstrang están enamorados de ti.

―No ―confesó Agatha―. Al principio, supongo que algunos sí. Porque era una novedad y todos querían acercarse. A todos les gustaba hasta que hablaba fuerte, o disentía con ellos. A todos les parecía hermosa, hasta que los rebasaba en algo, hasta que los rechazaba, entonces era «Agatha no es la gran cosa. Ni siquiera es tan bonita. Agatha no merece estar aquí». Los hombres tienen un ego tan frágil. Entonces, tu primer fallo, Fred Weasley.

Fred se quedó callado un momento, observándole fijamente. Agatha ya se había tomado la mitad de la cerveza de mantequilla.

―Eso nunca pasaría conmigo. No me dejarías de gustar si hablaras fuerte o no estuvieras de acuerdo conmigo. ¿Qué diversión habría en que pensaras siempre igual que yo? ―. Fred tomó otro sorbo para tragarse el sabor de lo que acababa de decir―. Adivino yo otra, tu sabor favorito de helado es la pera dulce.

―No. ―respondió fácil Agatha, agradecida de que la conversación volvía a encarrilarse.

― ¿Mora? ―la búlgara negó con la cabeza―. ¿Aliento de dragón? ¿Calabaza? ¿Malta?

Agatha negaba y negaba, divertida ante la insistencia de Fred de adivinar.

― ¿Hidromiel? Vamos, tienes cara de que es hidromiel.

― ¿Te lo digo?

―Una más, uhm, ¿menta?

―No, es cereza.

― ¿Cereza? ¡Qué tonto! ¿Por qué no se me ocurrió?

Al final del juego, Fred terminó perdiendo. Sin embargo, cuando iba a pagar las cuatro cervezas de mantequilla que habían consumido, Madam Rosmerta también se las regaló ya que uno de taberneros le había dicho que Agatha era una reconocida jugadora.

― ¡Otra cosa gratis solo porque eres tú! ―se quejó Fred cuando estaban abandonado el pub―. Tendría que salir contigo más seguido.

―Tendrías que salir con Viktor, la gente prácticamente se tira en las calles para que él les pase por encima.

―Viktor no es tan lindo, no sería lo mismo.

Caminaron por la calle principal, esta vez, Fred se paró junto a Agatha para que ella mirara las vidrieras con tranquilidad y entrara en las tiendas que le llamaban la atención. Agatha no adquirió tantas cosas, compró algunos dulces en Honeydukes y un suéter tejido que le había gustado. Cuando se disponían a volver al castillo, Agatha miraba de vez en cuando con prevención hacia atrás. Fruncía el ceño y se mordía el labio.

―Alguien nos está siguiendo ―susurró cerca de Fred.

― ¿Qué? ― Fred iba a voltear, pero Agatha la tomó del brazo para que no lo hiciera.

―Joder, creo que ya sé quién es ―la búlgara divisó un callejón y se metió a él, tomó al chico y lo arrastró también.

Detrás del callejón había una puerta roída de ébano, Agatha mirando a los lados y vigilando como la pareja de husmeadores apresuraba sus pasos para seguirla, empujó la puerta y a Fred dentro. Fred la tomó de la cintura para no perder el equilibrio y entraron en el lugar al mismo tiempo que un brillante flash los cegaba. Agatha hiperventiló ante el contacto físico pero lo rompió para sellar la puerta con un hechizo.

El sitio donde habían entrado era polvoriento y parecía estar abandonado. Había mesas cubiertas con manteles que solían ser blancos pero se encontraban curtidos por el tiempo. Las únicas fuentes de luz natural disponibles eran un tragaluz y una gran ventana rectangular que estaba al final cubierta en su mayoría con pedazos irregulares de madera. Cuando el establecimiento estaba abierto parecía haber sido una restaurante u otra taberna, solo quedaba el fantasma de sus días de gloria.

Agatha se apresuró a la ventana para observar a sus perseguidores. Chasqueó la lengua cuando confirmó sus sospechas.

―Rita Skeeter y su fotógrafo.

Fred corrió al lado de Agatha y miró a la periodista, si es que se le podría llamar así, solo era una maldita chismosa. Insultaba con afán a su fotógrafo por haber dejado escapar a Agatha y buscaban a donde se había metido la búlgara.

― ¿Crees que tenían tiempo siguiéndonos?

―No sé, a lo mejor sí. Por el mismo Rasputín, ¿esa maldita mujer no me puede dejar en paz? ―gruñó Agatha―. Estuvo rodeándome como un buitre esperando poder publicarme en su columna hasta que Dumbledore la echó, imagino que esto no forma parte de los terrenos escolares. Lamento haberte metido aquí.  Deberíamos esperar que se marchen, no quiero que seas otra de sus víctimas.

―Está bien, no es como si tuviera muchas cosas para hacer ―bromeó el chico. Con naturalidad removió una de las sábanas para revelar un sofá remendado de dos plazas, cuando se sentó el aire se llenó de polvo.

Agatha soltó un suspiro y se dio cuenta lo que ella había hecho. Había creado el ambiente perfecto para su declaración. No lo hizo en Las Tres Escobas porque era un lugar muy público. Gracias a Merlín no lo había hecho, Skeeter seguro hubiese escuchado.

Un trueno la sacó de su ensimismamiento e inmediatamente las gruesas gotas de lluvia lo siguieron. El golpeteo en el techo relajaba la vibra, Agatha se paseó de un lado a otro. Pasó uno de sus dedos por la superficie cenicienta del bar principal y se lo limpió con el pantalón. ¿Cómo se empieza a destripar tus sentimientos?

―Hoy ha sido divertido ―reveló Fred. Tenía apoyada su cabeza en su puño en uno de los reposabrazos del sofá, con su atención puesta en Agatha.

―Sí ―coincidió la chica, tomó una gran bocanada de aire y se sentó encima de una de sus piernas cruzada junto a Fred, la otra se movía con inquietud.

― ¿Por qué estás tan inquieta? ¿Nunca has estado en un pub abandonado con un chico mientras llueve a cántaros y escapas de una corresponsal charlatana? ―bromeó Fred, pasando una de sus manos por su cabello anaranjado.

―No, claro que sí. He estado con muchos en esta misma situación ―rio Agatha, mordiéndose el labio. «Agatha Krum, no eres una cobarde» se repitió para sí misma «Salta del maldito acantilado»―. Fred, tu eres un chico, ¿verdad?

―Um, sí o eso me han dicho ―sonrió él. Agatha se mordió la uña del pulgar, ladeando la cabeza―. ¿Por qué?

―Tengo una amiga que necesita un consejo de un chico.

―Dispara.

―Digamos que a esta amiga, hipotéticamente, le gusta un chico.

― ¿Conozco a tu amiga?

― No. Es una amiga que vive en Rusia, no la conoces ―Fred musitó un "Ok" y esperó a que ella continuara―. Le gusta muchísimo este chico, y se siente tonta. Ese chico es diferente y ella no entiende por qué él causa tantos estragos en ella. Nunca se había sentido así. Es gracioso y siempre sabe qué decir y es tan cálido. Ella, mi amiga, es intrépida e inconsiderada y está segura de que va a arruinar las cosas si le dice lo que siente. Porque, escucha bien, él ya está ocupado, tiene una novia.

― ¿Y si no la tiene? ―preguntó Fred. Su corazón estaba a punto de entrar en paro cardíaco escuchando las palabras que Agatha arrastraba.

―Sí la tiene ―aseguró Agatha, desviando sus ojos azules manchados de pánico de los marrones que la miraban intentando descubrirla.

― ¿Cómo está tan segura? ¿Tu amiga se lo ha preguntado a ese chico? Las cosas cambian y la gente termina.

―El chico no ha mostrado ninguna señal de haber terminado con ella. Además, según mi amiga, no tiene ninguna razón para hacerlo porque su novia es hermosa y mi amiga lo sabe. Y de haberlo hecho, él seguramente se lo hubiera comentado a mi amiga.

―Quizás el chico no encontró ningún momento adecuado para decírselo.

―No lo creo. Entonces, ella está en una encrucijada, ¿debería dejarse de juegos y arriesgar arruinarlo todo? O ¿debería tragárselo para siempre y quedarse con la duda?

―Yo también tengo un amigo ―murmuró Fred. La voz le tembló. Las piernas le flaqueaban a pesar de estar sentado. Volteó hacia Agatha―. Conoció a esta chica. Hermosa pero aparte de eso es inteligente y ruda y está tan fuera de su liga. Ella es la estrella del partido cuando él es el aguador del equipo. Pero mi amigo no puede dejar de pensar en ella y cada día es más difícil porque sabe que ella lo va a rechazar. E hipotéticamente también le gusta muchísimo. Y solo la conoce hace unos pocos meses pero siente que han sido años. ¿Debería decirle y dejar que ella lo golpee en el rostro?

― ¿Conozco a ese amigo?

―No, es un amigo que vive en Devon.

Los dos se miraron, en el fondo sabían que estaban hablando del otro pero no sabían qué hacer. El corazón de Agatha palpitaba tan fuerte que parecía un tambor de guerra. Las manos de Fred temblaban luchando contra el impulso de tocarla. Se habían acercado inconscientemente.

―Angelina y yo terminamos ―soltó Fred con un hilo de voz. Agatha parpadeó varias veces, sintiendo como se le cerraba la garganta.

― ¿Por qué? ―una tinta de alarma ensució su voz, se sentiría horrible si ella había sido la razón.

―Acuerdo mutuo ―suspiró Fred―, ella está enamorada de otra persona. 

Agatha miró al frente, la lluvia solo incrementaba y hacía mucho ruido, mezclándose con todo lo revuelto en su mente.

Fred cedió primero. Volteó la mirada hacia Agatha y puso una mano en su rostro, el pulgar reposando en su mejilla, tal como lo había hecho el día del barco. Agatha se deshizo bajo su tacto y él lo sintió. Estaban más cerca de lo que habían estado esa madrugada. El rostro de Agatha se sentía como el mismo sol, los ojos azules lo destrozaban y estando tan cerca podía ver las pequeñas motas claras en esos ojos brillantes, como polvo de luna.

Agatha revoleteó su mirada entre la boca de Fred y sus ojos cafés. El calor en su pecho y en sus mejillas la derretía. En un instinto crudo y sin refinar, sus manos se colocaron una en el rostro de Fred y la otra en su pecho en un fútil intento de mantenerse aferrada a la tierra aunque sentía que flotaría hacia el espacio en cualquier momento. No sabía si sus manos alguna vez desearían tocar a otra persona. No había nada más en el mundo sino Fred Weasley y su mirada de chico travieso y su sonrisa.

—¿Qué debería hacer mi amiga? No quiere arruinar las cosas.

—Agatha, ella no podría arruinar nada en el mundo.

—No lo sabes, no la conoces —Agatha habló encima de los labios de Fred en un susurro suave y entrecortado.

—Creo que sí —Fred aspiró el aroma del aliento de Agatha que olía a cerveza de mantequilla—. Agatha, ¿qué estás haciendo conmigo?

―Complicándote la existencia.

Y en un segundo, no existía espacio entre ellos.

Los labios ansiosos se unieron como si hubiesen sido divinamente diseñados en un beso lento y hambriento que hacía que sus pulmones se llenaran del otro. Se movían en armonía, exigiendo y cediendo en un compás perfecto, casi ensayado. Eran una supernova estallando en mil pedazos llenando de fuego el vacío del universo.

Agatha estaba extasiada, necesitaba los labios de Fred como si de oxígeno se tratara. No podía creer el tiempo que estuvo privada de él. No quería volver a estarlo nunca más, quería todo de él. No había piedras filosas al fondo del precipicio, había labios suaves y las manos varoniles que la tocaban con firmeza. Todos sus sentidos estaban inundados de Fred. Del sabor de sus labios, del sonido de su respiración agitada, de la visión de su rostro tan cerca de ella, de la sensación de sus manos, del olor dulce de su aliento. Y Agatha deseaba estar inundada de él para siempre.

Fred supo en el momento que la besó que Agatha Krum sería su muerte y su resurrección. Sus labios eran carnosos y dulces. Nunca había besado a nadie así. Nunca lo habían besado así. Su mano libre se empuñó a la cintura de Agatha, sosteniéndola con fuerza y acercándola a él. Sintió como la mano de Agatha se enredó en su cabello largo, jalándolo hacia ella y evitando que se abriera algún abismo en medio de sus cuerpos. El ritmo se apresuró y cuando estuvieron a punto de asfixiarse se separaron por primera vez.

Jadearon al unísono, quejándose en silencio por lo inconveniente que era la necesidad de respirar. Se miraron el uno al otro con pasión mientras lograban recobrar el aliento, soltaron una risa compartida. Melodiosa, complementaria y natural. Cuando se soltaron sus manos se sintieron extrañas ante el vacío del otro.

― ¿Cómo eres tan buena en esto? ―Fred tenía la sonrisa más brillante y más abierta que Agatha había visto en su vida. Sus ojos también sonreían y la veían con un afecto recién descubierto―. Creo que deberíamos hacerlo otra vez para asegurarnos de que si sentimos lo mismo ―sugirió Fred.

Sin preguntar puso sus dos manos a cada lado del rostro de Agatha y la acercó de nuevo a él, presionando sus labios contra los de ella. La corriente eléctrica los recorrió al igual que la primera vez, como si fueran cables de alta tensión.

― ¿Y bien? ―preguntó Agatha con una sonrisa cuando Fred se alejó.

―Necesitaremos hacerlo de nuevo varias veces, pero creo que estamos en la misma página.

― ¿Cuál es el siguiente paso? ―Agatha acarició con delicadeza el rostro de Fred.

―Decirle a tu amiga que le diga al chico. Debe estar esperando tu consejo.

Agatha emitió una carcajada contagiosa y empujó el rostro de Fred con su mano.

―Y tú, dile a tu amigo, el que vive en Devon, que la chica nunca lo rechazaría.

―Se lo diré ―Fred sonrió de oreja a oreja.

Cuando dejó de llover, Fred y Agatha volvieron al castillo. Para observadores externos no había nada raro en ellos, ni en sus actitudes. Nadie tenía derecho a saber lo que sentían por el otro. Era de ellos. Suyo y de nadie más.

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