𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐭𝐫𝐞𝐬
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Sigue avanzando.
Eren Jaeger.
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Año 850
Días después del encuentro con el titán acorazado y el titán colosal.
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Oía el lago mientras que mi mano sujetaba la cadena envuelta en mi cuello. Aunque el cielo estuviera soleado, sentía una nube gris alrededor de mi, una tan espesa que me hacía lloviznar por dentro. Los días han pasado, pero es como si aún viviera en ese momento, justo en el momento en que volví a reencontrarme con el titán que destruyó mi vida hace cinco años. Apretaba fuertemente la cadena, sentado en el suelo sin impotencia, sin apretar mis dientes por la rabia que había en mi interior, solo estaba ahí, respirando. Veía las hojas caer en el agua, aquella que reflejaba el cielo y la esperanza de un nuevo día. No oía a nadie. Ni siquiera las aves, solo estaba mi silencio, uno que aclamaba al dolor que habitaba en mi corazón hasta traspasar cada parte de mis músculos para dejarme inmóvil. No quería pensar en nada de lo que había pasado, pero para mi era imposible eliminar la imagen donde aquel titán de espeluznante sonrisa aplastaba por completo el cuerpo de Hannes. Era un mal presagio, uno de que nunca podría ser tan fuerte como no lo fui hace cinco años.
Limpie mis ojos humedecidos. No quería llorar. No quería tener que vivir ese recuerdo otra vez, pero extrañaba a mi madre y el hecho de que ahora aquel hombre que nos cuidó durante cinco años no estaba, me dolía aún más, porque lo que quizás había allá afuera era grande y eso me aterraba, me aterraba tanto que solo anhelaba correr hasta mi casa para poder sostenerme de mi madre y sentir sus manos acariciar mi cabeza. Eso no volverá. Lo tenía tan claro, que me clavaba mi propia estaca hasta sangrar, ella no volvería, tampoco Hannes y aunque tenía la esperanza de que mi padre volvería hasta a mi, ya no lo veo llegar ni en los sueños más lejanos cuando duermo. Ahora, lo único que me restaba era proteger a las personas que confiaban en mi. Ya no se trataba de mi. Las yemas de mis dedos acariciaron las llaves. Mi estadía de horas luego de que Reiner me atrapase con Berthold me dejó tan avergonzado conmigo mismo que no podía levantarme de aquí sin sentir que era un fracaso. Mis amigos. Estaba devastado por su traición, tanto que lo único que deseaba era destruirlos, destruirlos y destruir todo lo que amaban. Pero, ¿eso me convertiría en un monstruo como ellos?
—Eren.—me sobresalte de mis pensamientos cuando oí la voz de Mikasa, de reojo me giré para ver cómo ella se acercaba hacia mi.
—¿Qué ha dicho el comandante Erwin?—le pregunté.—¿Nos quedaremos aquí hasta que las cosas en el distrito se calmen?—cuestione.
—Si. Quiere que Hange siga con los experimentos.—respondió, con su fría voz.
—Entiendo.—articule, girándome nuevamente para observar el lago frente a mi.
—Eren, ya terminaron tus experimentos, ¿por qué no descansas?—me preguntó Mikasa, con el reflejo del lago podía ver cómo me miraba.
—Estoy bien, Mikasa.—respondí, intenté de sonar cortante pero estaba tan desorientado por lo que había sucedido en estos días, que tan solo no sabía cómo sentirme.—No te preocupes por mi.—musité, visualizando de reojo cómo se sentó a mi lado.
—Nunca podría dejar de hacerlo.—indicó, para así ver la rojiza bufanda que envolvía su cuello.
—Ya no soy un niño. No tienes porque cuidarme.—esbocé, apenado.—Me haces sentir que no puedo ser capaz de cuidarlos a ustedes.—añadí.
—Eren, me has cuidado muchas veces. Esta es mi manera de devolverte el favor. Tú me diste un hogar, me diste tu compañía, eres mi familia.—expresó sin mirar, tan solo veía el lago como yo.
—Tú también eres mi familia Mikasa.—apoye en su comentario, colocando mi mentón en las rodillas.—Tú y Armin.—aclaré con gratitud.
—Eren, hay algo que quiero saber.—la miré, pero aún así Mikasa no me miraba, ella tan solo veía algún punto del lago.
—Dime Mikasa, lo que quieras.—acepte, esperando su mención, aunque parecía costarle.
—Se me ha olvidado.—la observe con detenimiento, ella bajo la cabeza y suspiro.—Se siente mucho silencio sin Hannes. ¿No?—me preguntó, para así asentirle con lentitud.
—Hay que seguir avanzando Mikasa. Aunque nos duela, es lo único que Hannes hubiese querido que hiciéramos.—expresé, sentido.
—Hannes solo quería volver a esos días, incluso si pensaras que era una falsa paz.—comentó ella, dejándome aturdido ante su comentario.—Hannes solo quería eso.—afirmó, dolida.
—Recuperaremos el distrito Maria, te lo prometo Mikasa, volveremos a casa.—afirme, con toda la esperanza que había en mi corazón, afirme.
Note en sus ojos la tristeza, la tristeza que abordaba hasta sobresalir por su semblante. Me acerqué a ella, quedándome en silencio para confortar su ambiente probablemente decaído. Estando ahí, solo recordé su mirada llena de lágrimas y gratitud ante mi hace días atrás, cuando el sol caí y me dejaba sin aliento creyendo que Gianna había sufrido graves daños cuando Reiner le lanzó un titán hasta casi matarla, o cuando tan solo vi como Hannes moría porque no podía tener la voluntad de convertirme y aunque haya encontrado una manera de salvar la situación cuando una conexión escalofriante se sometió a mi y a los titanes hasta dominarlos, Mikasa me abrió la puerta de la esperanza con su agradecimiento. Cada una de sus palabras estaban enmarcadas, cada una de las expresiones que mostró me hizo saber que su corazón me añoraba y en parte, me dolía. Me quede a su lado como al principio, como quería hacerlo siempre. Aunque ella volvió a la cabaña del escuadrón de operaciones especiales, yo no volví. Me quede ahí en todo el día, intentando de buscar una manera de consolarme, hasta que él hambre pudo más que yo.
—¿Por qué ese idiota está comiendo afuera?—fue lo que se preguntó Jean, mientras que estaba sentado en el banco fuera de la casa, mirando las aves comer un trozo de pan que le lance.
—Eren quiere estar solo. Déjalo en paz.—pidió Mikasa, a quien oí seria.
—Lo-lo siento, ¡lo siento si eso te ofendió, Mikasa!—exclamó Jean en un tono nervioso que me hizo levantar una ceja, sin duda alguna se moría porque Mikasa le mirara, era tan patético.
—Oigan chicos, ¿qué va pasar ahora?—cuestiono Connie, para así girarme y ver de reojo por la ventana como todos estaban sentados en la mesa.—Reiner y Berthold nos han traicionado. No sabemos en quién debemos confiar, ¿es por que el comandante Erwin nos ha aislado?—pregunto.
—Creo que el comandante Erwin confía en el capitán Levi, por eso lo ha encargado a que nos guíe por ahora.—respondió Armin, sutilmente.
—Ellos eran nuestros amigos...
—Pero ya no lo son Sasha, debes olvidarlo.—indico Mikasa, interrumpiendo a una Sasha cabizbaja.—Cualquiera que decida darle la espalda a Eren, o a esta escuadrón, es nuestro enemigo.—añadía ella, comiendo seriamente.
—Esto es increíble. ¿No pueden callarse? Están comiendo. Eso es grotesco.—masculló el capitán Levi quien se asomó por el comedor.—Bajen la voz. No me dejan pensar.—pidió, cerrando la puerta del comedor que llevaba a la cocina donde seguramente debía estar junto a la teniente.
—¿Qué le pasa? No voy a poder lidiar con alguien así.—expresó Connie, temerario por la presencia del capitán Levi.
—Ese enano... —masculló Mikasa en medio de un susurro, por lo cual reí por lo bajo.
—Oye, ¿de que te ríes?—deje de mirar por la ventana para girar mi vista adelante, observando a Gianna mirarme.—No es de buena educación escuchar conversaciones ajenas, Eren.—dijo, sonriendo de lado, y maldita sea, que hermosa se veía.
—Tampoco es bueno dejarle pan a las aves. El capitán Levi se molestaría si te viera desperdiciar comida.—comente, ella camino para así sentarse a mi lado.—¿Como va tu brazo?—le pregunté.
—Nada mal. Intento no moverlo mucho, pero me es imposible.—respondió, mirando las aves que aún comían trozos de migajas.
—No mejorará si sigues haciendo movimientos bruscos.—opine levantando la mano para esconder el flequillo suelto detrás de su oreja.
—Lo siento.—se disculpó, dejándome tan sorprendido, Gianna había cambiado tanto, de una manera tan genuina que me hacía mirarla cada ves que incluso no la encontraba entre los demás.—Ven, quiero mostrarte algo.—me pidió levantándose para así sostener mi mano delicadamente.
—Pero...
—No te preocupes, están muy ocupados comiendo para que se percaten que ya no estamos.—excuso cuando me hizo mirar atrás.
—¿Qué quieres mostrarme?—le pregunté curioso, por lo cual ella se giró, sonriéndome, nunca la había visto así, se veía tan... feliz.—Gianna, ¿desde cuando aprendiste a hablar tanto?—cuestione sonriente, siguiéndola.
—Desde que te conocí.—respondió adentrándose al bosque, para así seguirla.—Sígueme.—pedía, yendo con bastante rapidez, lo cual imite para lograr alcanzarla.
—¿Qué otras cosas más has cambiado desde que me conociste?—pregunte curioso, para oírle reír.
—Creo que todo.—expresó.—O quizás siempre fui así, solo que el mundo me hizo ocultar lo apasionada que estoy por esto... —me detuve en seco para así ver a través de los árboles que dejamos atrás una hermosa cascada, cayendo a un extenso lago donde alrededor yacían las flores llamativas adornando el lugar solitario.
—Gianna, es hermoso.—dije llegando a su lado, no había visto algo así, era una maravilla.—Armin amaría estar aquí.—indique para verla asentir, acercándola a mi ante poner mi brazo en su hombro.
—Te traje aquí porque creí que te haría olvidar todo por un momento.—musitó, para así inclinar mis labios besando su cabeza.
—Te lo agradezco.—dije en medio de la gratitud, para así ella alejarse de mi.—Te juro que cuando recupere el muro María, te mostrare las cosas más bonitas de ahí.—musité, viéndola girarse para mirarme y asentir.—¿Qué haces?—le pregunté, girándome rápidamente cuando Gianna desabotonó su camiseta manga larga negra.
—No me digas, ¿no sabes nadar?—me preguntó con sarcasmo, para así girarme de reojo y verla.
Gianna se quitó la camiseta, dejándola en el verdoso césped para así poder ver la casi marcación abdominal en su abdomen. Un sostén del mismo color de la camisa cubría sus pechos, aunque se veía desgastado, Gianna continuó desabrochando su pantalón para dejarme ver sus largas piernas. Mis mejillas se calentaron, me giré nuevamente pasmado cuando soltó su cabello y se dio la espalda. Era como si perteneciera aquí, como si fuera parte de esta hermosa maravilla que me trajo a ver. Me giré para ver cómo Gianna se sumergió al agua. Sonreí. La emoción sin duda me gano y fui quitándome la camiseta, dejándola aún lado de su ropa, desabroche el pantalón quedando en ropa íntima. Me sentía apenado y avergonzado, pero Gianna tan sólo humedecida por el agua me miró sonriendo sin pena. Me sumergí, de manera valiente, porque el agua estaba muy helada, pero desde ahí, todo se veía hermoso. Incluso Gianna parecía parte del encanto que se reflejaba, se que ya lo había pensado, pero no podía dejar de verla así. Nadamos hasta el fondo, queriendo llegar hasta la cascada.
Tuvimos cuidado con las rocas, escálamos para lanzarnos. Por un momento había olvidado todo. Cada pensamiento triste se había desvanecido con las gotas que se plasmaban en las rocas cuando nos lanzábamos al lago, buscando profundidad y diversión entre nosotros mismos. Solo pensé, ¿en que momento olvidamos que aún éramos jóvenes? Gianna me lanzó varios chapuzones, para así devolverle lo mismo. Pase tres años entrenando hasta desmayar, quería ser fuerte para poder proteger a mi Isla, para recuperar mi hogar, pero olvidé que también merecía esto, merecía disfrutar lo que había aquí. Los azulados ojos de Gianna se reflejaban con el cielo que estaba encima de nosotros, jamás la había visto así, tan viva. No podía dejar de verla, de ver sus hermosas facciones y su alargado cabello, ese humedecido, ese que siempre tenía en una coleta. Amaba el hecho de que fuera así, porque podía ver cada una de sus expresiones con claridad. La gratitud que sentí por este momento, por este día no podía ser olvidado, lo enmarcaría como uno de mis días favoritos, como uno de esos donde me refugiaría cuando todo estuviera mal.
—¿Quieres volver?—me preguntó, negué rápidamente, viéndola reír.—¿Por qué no?—cuestiono.
—Estoy cansado. Los experimentos me han dejado sin fuerzas.—conté, notando como se entristeció.
—Puedes hablarlo Eren, no tienes porque...
—Soy su única esperanza para recuperar el muro María. No puedo detenerme.—interferí.
—Vale más tú vida Eren que cualquier otra cosa.—indico.—No eres un experimento. No permitas que abusen de ti, que olviden que eres un niño. Defenderé eso si es necesario.—añadió, haciéndome mirarla asombrado.
—Gracias.—le dije a Gianna, tocando el suelo rocoso aún en el lago, veía como me miró desconcertada.
—No tienes porque agradecerme Eren.—indicó, en medio del atardecer el cual veíamos caer.
—¿Por qué?—le pregunté.—Dime, ¿por qué cambiaste de parecer?—cuestione, mirándola.
—Porque decidí por ti, Eren.—respondió sin vacilar, como si ya no tuviera miedo de expresar cada uno de esos sentimientos que escondía.
—No, no fue eso.—interferí, denegando.—Te enamoraste de mi.—afirme, tan seguro y con miedo de que fuera lo contrario, noté su silencio.
—¿Y qué más da negarlo a esta altura?—me preguntó, haciéndome sentir mariposas en el estomago.—Como tu, soñaba y anhelaba con volver a encontrarte. Creo que sería muy tonto desperdiciar la oportunidad de que nos hayamos podido encontrar.—argumento, mientras me acerqué a ella, hasta rozar con sus piernas para así llevar mi mano a su cintura y acercarla a mi.
—Te lo dije.—musité, mirándola directamente a sus azulados ojos.—Te dije que te volverías loca por mi.—comente emocionado, como un niño pequeño.
—¿Y ahora qué?—me preguntó, para así colocar mis manos en sus mejillas humedecidas y sonreír.
—Ahora no te dejaré ir.—indique para plasmar mis labios suavemente en los suyos.
Me devolvió el beso, mientras que sus piernas se amarraron en mi cadera, reteniéndome con ella. Me volvía loco. El hecho de que esto sucediera, realmente me volvía loco, loco de amor y de gratitud por poder plasmar mis labios en cada parte de su piel. En algún momento, simplemente ya no teníamos nada y nuestras pieles rozaban debajo del agua mientras que mis suspiros chocaban con los suyos. Jamás había sentido tantas emociones en un día, pero fue la primera vez que sentí, que alguien me pertenecía. Su cuerpo y el mío se habían convertido uno, en medio de la pasión que se desbordó con la cascada, hice a Gianna mía de una manera suave y sutil por el desconocimiento. Aunque sus ojos parecían decirme que lo disfrutaba más que yo, porque sus manos acariciaron mi espalda haciéndome sentir tenso mientras que sus labios rozaban mi oreja para oírla envuelta en el placer que le causaba el roce y la embestida que me conjuntaba con ella. Sus manos apretaron mi cabello, y yo acaricié su cintura, hasta sus muslos para apretarlos con fuerza. Su alma y la mía trascendieron a convertirse en una, como cuando el sol y la luna rozaban, como cuando las gotas de agua caían en las hojas, éramos diferentes, pero éramos solo uno.
Supe que la quería. No porque me entregue en cuerpo y alma a ella, la quería porque no podía resistir estar un día lejos de ella. No podía dejar de buscarla en medio de las personas que conjuntaban con nosotros la mayor parte del tiempo, la quería porque verdaderamente despertó algo en mi que ni siquiera yo mismo conocía. No era por su belleza. No era por su mirada, ni siquiera por su cuerpo, era por cómo Gianna se representaba ante mis ojos. Fuerte, valiente e inteligente. Tenía las cualidades que me hacían verla y desear no ver a nadie más, porque desde este día, no hubo nadie más que me hiciera sentir que podía dejar de quererla. Era ella con quien quería seguir sintiendo esa calidez, con la cual mi piel quería rozar y rozar hasta que nuestros suspiros se mezclaran en medio del amor que nos hacía desencadenar miles de deseos. Entrelazado con su mano, Gianna y yo vimos el atardecer caer uno al lado del otro, sentados en el césped, exhaustos. Ella no se dio cuenta que la miraba, que realmente admiraba cada parte de ella, pero ese día me lo juré. No importaba qué demonio fuera ella o el infierno que Gianna me hiciera vivir hasta destruirme, la amaría siempre.
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