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❏ | 𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐔𝐄

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𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐔𝐄

❝ No importa que es lo que veas o escuches, no salgas hasta que papá o mamá vayan por ti.❞
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Ciudad de Tokyo, Japón.
2012.

Minatozaki.

Un apellido extremadamente raro en Japón, se presume que sólo hay trescientas personas que lo poseen actualmente; otros teorizan que se trata del verdadero apellido de la familia imperial, pero sólo una cosa es segura: cualquier persona que tiene el placer — o la desgracia — de oírlo, sabe que debe mantener la boca cerrada, y bajar la cabeza.

Minatozaki Hitoshi, hijo de Hiro Hitoshi; el ex cabecilla de la familia — que ahora controla su hijo —, miembro y líder del clan principal que rige la Yakuza. Un hombre de apariencia encantadora, tranquilo y con el don de la palabra; se casó con Anika Nikolayevna, una bailarina de ballet perteneciente a la academia Bolshoi, en Rusia.

La fémina no sólo era una de las mejores bailarinas de su generación, sino que también estaba dentro del mismo mundo que su esposo, pues su padre era la cabeza de la organización Nikolayev. Si bien en un inicio, su relación fue desaprobada por ambos clanes, pudieron llegar a un consenso, permitiendo el matrimonio de la pareja. De aquella unión nació Yuna, su primogénita y única heredera al reinado del terror que su familia construyó para ella. Una niña que creció teniéndolo todo: belleza, dinero, estatus, lujo y mucho más de lo que un ser humano pueda desear, incluyendo el amor de sus padres y familia.

¿Qué más podía pedir? Se preguntó, antes de siquiera enfrentar la primera tragedia. Siendo hija de un clan tan conocido como lo es el Minatozaki, fue blanco fácil para sus enemigos; Yuna jamás se imaginó que el estudio de danza en donde practicaba ballet, se convertiría en el escenario de su peor pesadilla.

¿Cómo toda su vida pudo venirse abajo tan de repente? ¿Qué fue lo que pasó? Recuerda el accidente con claridad, el estudio estaba en un silencio casi sacral, interrumpido solamente por el suave ritmo de la música clásica; Four Little swans. Yuna estaba sola en la habitación, sólo ella y sus zapatillas de punta — un regalo de su madre — pues su progenitora le había dado el visto bueno, estaba lista para comenzar con ellas.

Tarareaba la suave melodía de Tschaikowsky mientras se encarga de quebrar sus zapatillas, moldeando el empeine a su gusto y haciéndolas más blandas. Había visto a su madre hacerlo tantas veces que aprendió por su cuenta y ahora, ella misma estaba cociendo los lazos con una alegría latente.

Yuna estaba ajena a la tragedia que se avecinaba.

De repente, la puerta principal se estrelló contra la pared con un golpe aterrador, pero la niña fue incapaz de escucharlo en su momento, pues la música amortiguó el ruido.

Un grupo de hombres armados irrumpió en la academia, armados hasta los dientes, ¿Su misión? Encargarse de la traidora de Nikolayevna y acabar con la bastarda de sangre mestiza que trajo al mundo, el caos se desató en un instante: gritos, disparos, y el constante sonido del yeso de las zapatillas contra el piso pulido.

La música se detuvo repentinamente, logrando que Yuna escuche el alboroto. Su corazón late contra su pecho con fuerza, como un tambor frenético. En los primeros segundos, el caos y los estruendos la desorientan; los gritos y disparos se mezclan de forma ensordecedora, provocando que su cabeza sea incapaz de asimilar qué es lo que pasa allí afuera, como si intentará resolver un puzle en medio de la tormenta.

— Busquen a la mocosa por todo el lugar. — ordenó uno de ellos, en su lengua materna. — No quiero cabos sueltos, desháganse de esa detestable sangre.

— La perra de su madre debe estar por aquí también. — masculló otro, sonriendo con burla. — Disfrutaré de atrapar a la rata de los Nikolayev, ha deshonrado nuestras costumbres.

Un terror paralizante se apoderó de ella, alejándose inmediatamente de la puerta, sus piernas se sintieron pesadas, como si estuvieran pegadas al piso. Reconoció que estaban hablando de ella, y de su madre; pues no era la primera vez que escuchaba que la llamaran de esa forma. “Mestiza” “Sangre impura” son sólo algunos de los insultos que recibió desde que era una niña, sólo por el hecho de ser el fruto de una relación entre un japonés y una rusa. Habían muchas organizaciones dentro de la Bratvá que rechazaban a los niños como ella, porque no eran completamente rusos, porque su sangre estaba mezclada.

Los consideraban indignos, como si no fueran más que basura.

No es la primera vez que intentan matarla, su primer encuentro con la muerte fue hace un par de años, cuando estaba en la casa de su abuela. Afortunadamente, el hijo de un amigo de sus padres — Caesar — estuvo allí para salvarle el pellejo, y desde ese entonces. Su familia comenzó a explicarle poco a poco, las razones por las que la querían muerta, no sólo a ella, sino a la organización completa.

Le consiguieron una institutriz, un maestro de artes marciales y le hicieron saber que debía de prepararse, porque en algún momento tendría que defenderse. Yuna sólo tenía nueve años cuando sucedió, y no quería meterse en el mismo mundo en el que sus padres se movían, es por eso que se aferró a Caesar, como uña y mugre; así que en todos esos atentados que hicieron para matarla, nunca le tocaron ni un sólo pelo.

¿Se siente inútil ahora mismo? Por supuesto que sí, porque ahora no hay nadie que pueda protegerla.

Escuchó sus pasos acercándose, y sus voces cada vez más cerca. La menor no lo pensó demasiado, se deslizó dentro del armario, arrastrando una pila de trajes hacia la entrada para ocultarse mejor; el espacio era estrecho y el aire estaba impregnado con el aroma del polvo y perfume. Yuna se acurrucó en un rincón, sus manos temblaban como jalea mientras intentaba calmar su respiración; el miedo se apoderó de ella cuando escuchó la puerta abrirse, y el silencio que quedó después de eso, sólo intensificó el eco de sus propios pensamientos.

— Alguien estuvo aquí. — espetó el rubio, tomando entre sus manos las cintas de las zapatillas de la menor. — ¿Por qué no hablas, querida? — preguntó el varón con burla, empujando el cuerpo de Anika contra el piso. — ¿Quieres seguir con esta masacre? Es muchísimo más fácil decirnos dónde se encuentra la bastarda de tu hija, de esa forma salvarás al resto de niñas.

Anika alzó la mirada, fijando sus fríos ojos verdes en los contrarios. Su rostro normalmente limpio, ahora tiene algunos golpes debido a la pelea que tuvo con el varón. Michelle es el hijo — y heredero — de los Volkov, una organización que en su momento fue aliada a la suya, hasta que ella decidió casarse con Hitoshi, rompiendo las costumbres y lazos entre ambos clanes. Los Volkov son una organización extremadamente nacionalista, han estado activos desde el tiempo de los zares hace ya muchos años, es una de las bandas criminales más antiguas de Rusia y ellos consideran que Anika cometió traición al casarse con un extranjero, y mezclar su sangre al traer al mundo a una niña como Yuna.

No puede negar que siente una pequeña opresión en el pecho al ver al que fue su amigo de infancia, especialmente en esa situación, va a matarla sin dudarlo. Ella lo conoce demasiado bien, la crianza que recibió no le permite tener misericordia, ni siquiera por una vieja amiga; mucho menos cuando lo “traicionó” a su parecer.

— No está aquí. — respondió, escupiendo sangre. — Ya les dije que no está aquí. — repitió, jadeando.

Michelle se puso de cuclillas, quitando el cabello rubio de la mujer con la punta de su pistola, antes de darle un golpe con el mango de ésta. Los ojos de la menor se llenaron de lágrimas al escuchar el golpe, seguido del chillido de su madre. Yuna sintió una desesperación abrumadora, frustrada de no poder hacer nada para detener la violencia; no puede salir, por más que quiera hacerlo. No puede decir que fue entrenada — o preparada — para enfrentarse al peligro, pero les prometió a sus padres que si en algún momento ocurría algo que pusiera en riesgo su vida, se ocultaría, permaneciendo en silencio sin importar qué sucediera.

«No importa que es lo que veas o escuches, no salgas hasta que papá o mamá vayan por ti.» Las palabras de su padre hacen eco en su cabeza, es un recordatorio. «No confíes en nadie, escóndete hasta que uno de nosotros te llame, cariño. Tienes que prometerlo.»

— No me mientas, bonita. — ordenó, sujetando su rostro con fuerza. — Sabemos muy bien que la mocosa está aquí.

— ¿Eso crees? — preguntó con burla, desafiándolo con la mirada. — La saqué de aquí apenas los oí entrar. — murmuró, sintiendo el sabor de la sangre en su boca.

— Maldita perra. — masculló, atinándole otro golpe. — Aún en esta situación, sigues siendo jodidamente orgullosa. — apretó los puños. — ¿Se debe a que eres una Nikolayevna? ¿Quizá es porque te sientes demasiado segura junto al bastardo de tu marido? —

A pesar del dolor por el golpe, levantó la cabeza, negándose a darle el gusto a Michelle. Sus ojos se encontraron, su mirada esmeralda está cargada de una mezcla de desafío y orgullo; la sangre que se desliza por su rostro no impide que lo asesine con la mirada, aún mantiene su postura firme, mostrando su terquedad y resistencia inquebrantable. Aquel resplandor en sus orbes hizo enfurecer aún más al hombre, esa mirada le decía que no iba a rendirse sin pelear, que no importa lo que hagan con ella, no va a entregar a su hija. La determinación en su faz es palpable, en ese momento no sólo está defendiendo a Yuna, sino que busca alargar su plática para darle tiempo a su esposo, quien está por llegar.

— Bien. — aceptó, cargando el arma. — ¿Últimas palabras? — cuestionó con una frialdad implacable.

La pequeña dentro del armario ahogó un grito al escuchar el arma, sintió que estaba en una pesadilla, sus manos se volvieron más inestables que antes y dejó caer su cuerpo lentamente contra la esquina de la pared, deslizándose hasta hacerse una bola.

— Te amo. — pronunció Anika, refiriéndose a su hija. — Crece saludable, mamá te ama mucho. — Volkov apretó los puños, maldiciendo en su lengua materna. No puede creer que incluso en esa situación, Nikolayevna sea incapaz de doblegarse.

— Maldita perra orgullosa. — murmuró.

El disparo resonó en el estudio, las paredes aledañas se llenaron de sangre y el ruido seco de algo cayendo al suelo la marcó de por vida. Su mundo se puso patas arriba, cada detalle pareció repetirse y ralentizarse; el sonido del cuerpo contra el suelo, el grito de su madre y el ruido del proyectil saliendo del arma.

Las lágrimas se deslizaron por su rostro poco a poco, pues está controlando su llanto; lo último que necesita es que la escuchen. La culpa la fue golpeando poco a poco, aunque parte de su cabeza aún permanece en shock, se siente responsable de no haber podido proteger a su madre o hacer algo para cambiar el desenlace.

Las palabras de aquel hombre se graban en su corazón, preguntándose a sí misma si de verdad es su culpa que todo haya finalizado de esa forma, ¿Mataron a su madre sólo por haberla dado a luz? ¿Sólo porque es una mestiza? ¿Por qué la odian tanto? ¿Qué fue lo hizo? Se muerde los labios, reteniendo los sollozos que quiere liberar. La incapacidad de actuar, de salvar a su madre, la asumió en una parálisis emocional; la desesperación se apodera de ella, convirtiéndose en la emoción dominante del momento. Intenta comprender la magnitud de la tragedia, pero sigue siendo una niña y no comprende las razones del mundo de los adultos, mucho menos de la Bratvá.

Finalmente, el shock hizo a un lado a la desesperación. El dolor y el miedo se mezclaron de forma confusa, dejándola aturdida; quiere creer que su cerebro le está jugando una mala pasada, que todo no es más que una horrible fantasía, una pesadilla. Sus emociones se revuelven una y otra vez, incapaz de procesar el dolor, no puede sentir nada.

Es como si fuera una hoja en blanco, una planta… como si estuviera muerta.

— Mierda. — exclamó Michelle, oyendo las advertencias que le dan por radio. — Vámonos, los perros Shiba están llegando.

Mientras los mafiosos se retiran, dejando más que simples destrozos y ruinas, Yuna se encoge dentro del armario. Se permite llorar una vez más, sus lágrimas caen libremente, mezclándose con el polvo y los fragmentos rotos de su vida. Aquel estudio, que fue su mundo y lugar seguro durante años; ahora no es más que un recordatorio constante de la tragedia que vivió dentro de esas cuatro paredes, en donde fue testigo como le arrebataron la vida a su madre. ¿Razones? Ella no quiere escucharlas, sólo quiere venganza.

Se va a encargar personalmente de destruir a todos aquellos que quisieron meterse con su familia, creyendo que saldrían impunes. El dolor por la pérdida se convierte rápidamente en rencor, jurando por su linaje que cazará uno a uno a cada persona que estuviera involucrada con el atentado al estudio. Aunque viviera toda una vida llena de odio, a pesar de que tenga que convertirse en su abuelo, aunque deba aceptar aquella carga que tiene en sus hombros desde el día en que nació con el apellido Minatozaki.

Va a apostar todo.

Las cartas fueron regadas sobre la mesa, la suerte está echada y el tiempo comenzó a correr.







































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ᴄ ᴜ ʀ ɪ ᴏ s ɪ ᴅ ᴀ ᴅ ᴇ s

◎ Caesar y Yuna se conocieron cuando ella tenía nueve y él doce, en donde es atacada por primera vez.

◎ Tengan en cuenta de que Yuna antes de eso, no sabía absolutamente nada sobre la vida que llevaban sus padres. No fue criada como Caesar, muy por el contrario.

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+90 ᴠᴏᴛᴏs ʏ 100 ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀɪᴏs ᴘᴀʀᴀ ᴇʟ sɪɢᴜɪᴇɴᴛᴇ ᴄᴀᴘ.

























































˙˚˓˒˙˛ʿʾ․·‧°⋆ও ──
¡ɴᴏ sᴇ ᴏʟᴠɪᴅᴇɴ ᴅᴇ ᴠᴏᴛᴀʀ ʏ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀ, ɴᴏs ᴠᴇᴍᴏs ᴇʟ ᴘʀóxɪᴍᴏ ᴠɪᴇʀɴᴇs!

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