━━━━━━chapter two; like him.
I decided to anything that lives inside of you
I would never ever lie to you, yeah
You ain't never gotta lie to me
I'm everything that I strive to be
So do I look like him?
PASADO
La castaña estacionó el auto frente a su casa, pero en lugar de bajar, se quedó mirando el volante, perdida en sus pensamientos. Su mandíbula se tensó mientras pasaba revista a lo que debía hacer. No quería hacerlo, pero ya no podía seguir ignorando la realidad. Sacó su teléfono y marcó el número de la única persona en el universo a la que no quería ver, sabiendo que la llamada sería una batalla desde el inicio.
El tono de llamada sonó varias veces antes de que la voz de él, seca y lejana, contestara.
—¿Qué pasa, Gemma? Estoy ocupado.
Gemma respiró hondo, tratando de contener el enojo que se acumulaba en su pecho.
—Necesitamos hablar, Ryan. Es sobre Ammy.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, seguido de un suspiro impaciente.
—¿Otra vez? Ya te dije que todo está bien. Ella tiene lo que necesita. No sé por qué siempre haces esto un problema.
El tono indiferente de Ryan hizo que Gemma apretara los labios con fuerza antes de responder, manteniendo un control calculado sobre su voz.
—No, no está bien, Ryan. Acabo de salir de una reunión con la directora y la maestra de Ammy. Han notado que llora en clase porque te extraña, porque quiere que pases tiempo con ella.
Ryan bufó.
—Es una niña. Todos los niños pasan por fases. Se le va a pasar. Además, tiene a su hermano, ¿no? Eso debería ser suficiente.
Gemma sintió un golpe en el estómago al escuchar esas palabras, pero se negó a ceder.
—Ryan, no es suficiente. Ella necesita a su padre. No puedes seguir ignorando esto. Quiero que nos reunamos y hablemos sobre cómo vas a estar más presente en su vida. Tu prometiste que serias parte de ella, que nunca la dejarías de lado.
—Gemma, no tengo tiempo para esto. Tengo una familia que cuidar.
Esa frase encendió algo dentro de ella.
—¿Y Ammy no es tu familia? ¿Eso es lo que me estás diciendo? —Su voz, aunque baja, estaba cargada de furia contenida— Ryan, no estoy preguntándote, te estoy avisando. Nos vemos mañana en el café que está en la esquina de tu oficina. A las diez.
—Escucha una cosa, maldita ramera, no puedo—
—A las diez—interrumpió ella, su tono ahora firme y cortante—Si no apareces, voy a ir a tu casa, y te aseguro que no quieres que haga esto frente a tu esposa y tus hijos.
El silencio que siguió fue pesado, pero Gemma no retrocedió. Sabía que había tocado un nervio, y aunque odiaba usar esa carta, Ryan no le dejaba otra opción. Finalmente, él habló con un tono resignado.
—Está bien. Pero no esperes mucho de esa conversación.
—No espero nada de ti, Ryan. Solo quiero que cumplas con tu hija.
Sin esperar respuesta, ella colgó. Apoyó la frente contra el volante, dejando escapar un suspiro largo y tembloroso. Odiaba tener que pelear con él de esa manera, pero Ammy merecía más.
(...)
Gemma llegó al café quince minutos antes, escogiendo una mesa en un rincón discreto. El lugar estaba tranquilo, con el murmullo suave de conversaciones y el aroma a café recién hecho llenando el aire. Mientras esperaba, revisó su teléfono, pero apenas podía concentrarse.
A las diez en punto, su ex novio entró al café, con su usual porte despreocupado y una expresión de fastidio en el rostro. Vestía un traje caro, y sus ojos escanearon el lugar hasta encontrarla. Se acercó con pasos lentos y se dejó caer en la silla frente a ella.
—Aquí estoy. ¿Qué quieres?
Gemma lo miró fijamente por un momento antes de hablar, queriendo asegurarse de que él entendiera la seriedad del asunto.
—Nuestra hija está sufriendo, Ryan. Llora en la escuela porque siente que no le importas. Las maestras están preocupadas, y yo también.
Ryan resopló, echándose hacia atrás en la silla.
—Gemma, ya te lo dije. No tengo tiempo. Tengo trabajo, y además, con mi hijo pequeño y... otras responsabilidades, es difícil.
—¿"Otras responsabilidades"? —repitió ella, con una risa amarga—Ammy es tu responsabilidad. Es tu hija, y no puedes simplemente hacerla a un lado porque te resulta incómodo.
Ryan se inclinó hacia adelante, bajando la voz pero sin perder su tono irritado.
—Mira, siempre supe que tú podías manejar esto. Siempre has sido una madre excelente. Ammy no necesita que yo esté encima de ella todo el tiempo.
Gemma lo miró, incrédula.
—¿Eso es lo que crees? ¿Que con estar yo es suficiente? ¿Sabes lo que me dijo la maestra? Que Ammy no entiende por qué su papá pasa más tiempo con su hermano y no con ella. Y lo peor es que intenta justificarte. Dice que quizás estás demasiado ocupado o que no quieres lastimar a tu otra familia. ¿Te imaginas cómo se siente que tu propia hija piense eso?
Por un momento, Ryan pareció incómodo, pero rápidamente recuperó su postura defensiva.
—No voy a sentirme culpable por algo que no puedo cambiar.
Gemma golpeó la mesa suavemente con la palma, lo suficiente para llamar su atención.
—No es cuestión de que "no puedas". Es que no quieres. Y si no lo haces por Amelia, al menos ten la decencia de ser honesto contigo mismo. Si decides seguir siendo un padre ausente, al menos ten el valor de admitirlo y deja de fingir que eres un hombre ocupado.
Ryan la miró con una mezcla de enojo y vergüenza, pero no dijo nada. Gemma tomó su bolso y se levantó.
—Haz lo que quieras, Ryan. Pero recuerda esto: Ammy te idolatra, a pesar de todo. Y si sigues defraudándola, el día que deje de hacerlo, será culpa tuya.
Sin esperar una respuesta, salió del café, dejando a Ryan solo con sus pensamientos. Afuera, Gemma respiró profundamente, tratando de calmar la tormenta en su pecho. Ammy merecía más, y aunque Ryan no estuviera dispuesto a dárselo, ella lo haría.
Siempre.
(...)
2 AÑOS ANTES DE LA RUPTURA
Ammy's POV
Nunca imaginé que podría sentirme tan vacía. Como si de repente todo el aire se hubiera escapado y me hubiera quedado atrapada en un cuarto herméticamente sellado. Eso fue lo primero que noté al despertar esa mañana. La quietud. El silencio.
Wade no estaba allí, y no había forma de que pudiera estarlo. La estúpida carta que había dejado aún estaba sobre la mesa de la cocina, doblada con cuidado, como si aún intentara ofrecerme algo que ya no tenía.
Esa maldita carta.
¿Cómo podía haberme dejado ir de esa manera? ¿Por qué no me dijo, cara a cara, lo que quería decir? Era tan cobarde. Lo odiaba por hacerlo, pero al mismo tiempo, no podía evitar amarlo. No podía evitar extrañarlo.
Y eso es lo que me convertía una completa idiota.
La carta no me decía nada nuevo, solo palabras vacías, que no significaban nada. Había dicho que me amaba, pero su forma de irse me dejó claro que nunca lo había hecho tanto como para quedarse. Ni siquiera para enfrentarme a mí, ni para darme una despedida real.
No entendía cómo una relación que había parecido tan real, tan llena de promesas, podía terminar de una manera tan humillante, tan vacía. Pero ahí estaba yo, en el centro de nuestra sala de estar, con las lágrimas corriendo por mi rostro sin poder detenerlas. Estaba sola. Solo yo y la carta. Y la carta no podía abrazarme, no podía hacerme sentir mejor. Me dejaba más sola que nunca.
La ira comenzó a burbujear dentro de mí. Lo odiaba. Lo odiaba con todo lo que tenía, pero al mismo tiempo, sentía que todo dentro de mí se rompía en pedazos. Me levanté del sillón, caminando con pasos apresurados por la sala. Me sentía tan perdida. Miré alrededor, como si algo en este lugar, alguna cosa, alguna parte de esta maldito apartamento pudiera darme alguna respuesta.
Nada.
Mi respiración se aceleró. Un dolor en mi pecho empezó a intensificarse, y lo único que pude hacer fue desahogarlo. Grité. No con fuerza, no con rabia. Simplemente, grité, como si mi voz pudiera sacar fuera de mí todo el dolor que me estaba ahogando. Pero no sirvió de nada. El vacío seguía allí.
Entonces, sin pensarlo, empecé a romper todo lo que tenía cerca. El jarrón que Wade me había regalado en nuestro primer aniversario, las tazas que usábamos para desayunar cada mañana, los marcos de fotos que habíamos colocado en la mesa.
Lo rompí todo.
Mi llanto se volvió más incontrolable con cada golpe. No quería nada que me recordara a él, nada que me permitiera mentalizarme sus ojos, su estupida sonrisa.
No quería nada de él en mi vida.
Nada excepto la carta. La carta estaba allí, todavía intacta. Todo lo demás estaba destruido, pero la carta... no podía destruirla. No podía deshacerme de ella. Era lo único que me quedaba de él. La había leído una y otra vez, buscando respuestas, buscando algo, cualquier cosa, que me hiciera entender por qué lo había hecho. Pero no había nada. Solo palabras que se sentían tan vacías como todo lo que había pasado entre nosotros.
Desesperada, tomé la caja de fotos. Estaba llena de recuerdos, de momentos felices, de nosotros dos sonriendo, abrazándonos, besándonos. Recordé cómo esas fotos alguna vez fueron mi todo. Pero ahora, las miraba como si fueran ajenas, como si ya no significaran nada. Como si el amor que compartimos nunca hubiera existido.
Abrí la caja con manos temblorosas, y vi una foto en particular, una de las más antiguas. Estaba ahí, sonriendo, abrazándome como si no pudiera vivir sin mí. Él no sabía que, en ese momento, estaba construyendo una mentira. Y yo fui tan ciega que lo acepté, lo creí, lo adoré. Mi corazón se rompió por tan solo pensar en ello.
Me apresuré a tomar las tijeras, mis manos sudorosas y torpes mientras comenzaba a recortar las partes donde él aparecía. Cada corte era como un pequeño asesinato. Me estaba deshaciendo de todo lo que alguna vez significó algo para mí. Lo miraba en esas fotos y me sentía tan estúpida por haber creído en él, por haberle dado todo mi amor, mi confianza, mi vida.
Recorté cada foto de él, sin mirar su rostro. No quería ver esos ojos que tanto amé, esos ojos que ya no me amaban. Me sentí como si todo mi cuerpo estuviera ardiendo, pero no lo suficientemente fuerte como para apagar el dolor que sentía en el pecho.
Al final, con las fotos recortadas y esparcidas a mis pies, tomé las piezas que quedaban de él y las lancé al fuego. Lo vi arder. Cada pedazo de él, cada recuerdo, desaparecía ante mis ojos, y el fuego lo consumía todo. Era como si, al hacer esto, estuviera destruyendo la última parte de mí que aún quedaba vinculada a él. Como si el fuego pudiera purificarme, alejarme de su sombra.
Pero no lo hizo.
Mientras veía las fotos de Wade arder, mi cuerpo comenzó a temblar, como si ya no pudiera soportar la presión. Me sentía más rota que nunca. No había forma de escapar de esto. Él se había ido, y yo... yo ya no sabía quién era sin él.
Corrí hacia el balcón, buscando aire. Mi mente estaba en un caos, y sentí que el ataque de pánico comenzaba a desbordarme. El aire frío de la noche me golpeó la piel, pero no fue suficiente para calmarme. Mis manos se apretaban contra las barandillas del balcón, buscando algo a lo que aferrarme, algo que me diera fuerza para seguir adelante. Pero no lo había. Solo estaba yo, frente a la ciudad que seguía su curso, mientras mi vida se desmoronaba.
Me senté en el suelo, abrazándome a mis rodillas, sollozando sin consuelo, con los recuerdos de Wade ardiendo en mi mente. Todo lo que había sido nuestra relación... ahora solo era ceniza.
En medio de aquel caos abrumador, una idea inesperada surgió en mi mente, una posibilidad que hasta ese momento había considerado inalcanzable. Sin embargo, dada la magnitud de la situación, reconocí la necesidad imperiosa de llevarla a cabo, pese a las dudas que me asediaban sobre su viabilidad.
Nunca pensé que llegaría a este punto. Que sentiría la necesidad de llamarlo, de pedirle algo, aunque fuera un poco de consuelo. De alguna manera, lo había mantenido fuera de mi vida por tanto tiempo que no me imaginaba necesitando su apoyo.
Pero en ese momento, el dolor era tan profundo, la soledad tan aplastante, que no pude evitar pensar que quizás, tal vez, él sería el único que podría darme algo de lo que estaba buscando.
No importaba que nunca estuviera allí para mí antes. No importaba que me hubiera dejado, que me hubiera ignorado, que nunca se hubiera interesado por mí de verdad. Este dolor era tan fuerte que, aunque lo odiaba por tantas razones, sentí una desesperada necesidad de escucharlo. Quizás piense que solo es un llanto de niña, pero yo solo necesitaba escuchar su voz, aunque fuera para decirme que todo estaría bien.
Era una idea estúpida, lo sabía. Pero las emociones, cuando son demasiado fuertes, a veces nos hacen hacer cosas que no tienen sentido.
Miré el teléfono en mis manos, las lágrimas caían sin cesar, pero mi decisión ya estaba tomada. El dedo tembloroso recorrió la pantalla mientras marcaba su número. Cuando el tono se detuvo y la llamada fue respondida, la ansiedad me aprisionó el pecho. No podía dar marcha atrás.
—¿Qué quieres?—respondió Ryan, con su voz fría y distante, como siempre. No había ni un atisbo de preocupación o amor en su tono. Era como si me estuviera haciendo un favor al atenderme.
Me tragué un sollozo, y no pude contenerme. La rabia y el dolor se mezclaron con mi tristeza, convirtiéndose en un nudo que apenas podía respirar.
—Papá... necesito hablar contigo... por favor.
Un resoplido se oyó del otro lado de la línea.
—¿Hablar? ¿De qué quieres hablar, Ammy?—cuestionó—¿Ahora te acuerdas de tu viejo padre después de todo este tiempo?"
Esas palabras me atravesaron como un puñal. Incluso en los instantes más vulnerables, en los que más necesitaba un gesto de comprensión o una palabra de aliento, se mostraba incapaz de brindarme amabilidad alguna.
—No... no es eso... Solo... solo quiero hablar—confesé finalmente—No sé qué hacer. Wade se fue, papá, y yo... no sé qué hacer conmigo misma— Las lágrimas caían sin parar, y mi garganta se apretaba con cada palabra que trataba de decir—Solo... necesito que alguien me diga que todo va a estar bien.
Hubo un silencio incómodo en la línea, y no supe si mi padre había colgado o si simplemente estaba esperando. Pero cuando habló nuevamente, sus palabras fueron como un golpe en mi pecho.
—¿De qué hablas, Amelia? ¿Wade? ¿Ese tipo?—ironizó—¿Qué esperabas? No venía a salvarte, ni a hacer tu vida más fácil. Solo buscaba lo suyo. ¿Y ahora vienes a mí porque tienes un problema con él? ¿Qué quieres que haga? ¿Que te consuele? Ni siquiera te he visto en meses. No soy tu maldito terapeuta, ni tu héroe.
Mi respiración se volvió aún más errática, y sentí que el mundo se desmoronaba bajo mis pies. Una de las pocas personas que pensé que podría entenderme estaba dejándome más rota de lo que ya estaba. Él nunca había sido una figura en mi vida, nunca me había dado ni un atisbo de amor o apoyo, pero en ese momento, había algo en mi corazón que necesitaba algo. Algo, aunque fuera un pedazo de consuelo. Pero él... él no era capaz de darme eso.
—No... papá, por favor... Yo solo necesito que alguien me diga que... que todo va a estar bien— repetí, mientras sollozaba entre los llantos. No podía detenerme. Las palabras me salían sin control, como si todo mi ser estuviera implorando por un poco de contención, por un pedazo de paz.
Ryan no respondió de inmediato, y pensé que quizás, por una fracción de segundo, podía haber sentido algo de compasión por mí. Pero no fue así.
—¿Sabes qué, maldita zorra? Déjame decirte algo. Siempre has sido un estorbo. Siempre. Me has molestado, me has retenido, y lo sabes. Si no hubieras estado ahí, tal vez yo tendría la vida que siempre quise. Pero no. Siempre has estado en mi camino. Y ahora que el tipo que te dio por perdida se ha ido, vienes a llorarme como una niña pequeña. Ya basta, ¿sí? No soy tu maldito pañuelo de lágrimas. Deja de llamarme, deja de molestarme.
Sus palabras eran como cuchillos en mi piel. Sentía que me desmoronaba por completo. Todo lo que había guardado dentro, todos los sentimientos de abandono, de rechazo, de desesperación... todo explotó en ese momento.
La llamada se cortó. No quise colgar, pero no podía soportarlo más. Solté el teléfono con furia, como si pudiera hacer desaparecer el dolor que sentía. Pero no se fue. El vacío siguió aquí. La soledad me envolvió aún más que antes.
Dejé caer mi celular a un lado inmediatamente, mi cuerpo temblaba mientras lloraba sin parar. No podía dejar de llorar. Mi madre ya no estaba, Wade se había ido, y mi padre... mi padre no era más que una sombra que me había dejado atrás, una sombra que me gritaba que era una molestia, que no me quería cerca.
Todo lo que quería era un poco de cariño, un abrazo, algo que me hiciera sentir que no estaba completamente sola en este mundo.
Pero no lo obtuve.
Todo lo que recibí fue desprecio.
Mi llanto no cesaba, no podía dejar de sentirme vacía. Las paredes de mi apartamento parecían cerrarse a mi alrededor, y yo solo deseaba desaparecer de una vez por todas.
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