━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐟𝐨𝐮𝐫: angels and demons
𝐒𝐈𝐍𝐍𝐄𝐑'𝐒 𝐏𝐑𝐀𝐘𝐄𝐑
🔪┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢
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𝐀𝐑𝐕𝐈𝐍 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐄𝐋𝐋 𝐄𝐑𝐀 𝐌𝐔𝐂𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐒𝐀𝐒. Era callado, pero no tímido. Era educado, tal y como le había enseñado su madre, incluso cuando realmente no le gustaba. Era amable, aunque no de la forma conocida por Coal Creek—antes de poder comprar su coche, solía guardar un asiento para Lenora en el bus de la escuela; ayudaba a su abuela a hacer la compra, asistía a misa a pesar de su rechazo a la fe, y trataba de guardarle su último cigarrillo a su tío Earskell, en caso de que algún día lo necesitara.
Era sencillo, atento con quienes le importaban, y tenía una latente necesidad de proteger a su familia.
Sí, definitivamente Arvin podía ser muchas cosas, pero no era tonto.
En aquella ocasión, sin embargo, mientras conducía hacia al vecindario más adinerado de Coal Creek, justo en la dirección contraria a su casa, se preguntó dónde había quedado el sentido común que su padre, antes de dispararse una bala a la cabeza, le había inculcado a los pies de la cruz donde le obligaba a rezar cuando era un niño.
No había que ser muy listo para saber que entrar a ese barrio con un apellido como el suyo—cargado de una historia nefasta y, sobre todo, de pobreza—no era una buena idea. Probablemente, creía Arvin, la primera persona que viera su viejo Chevy transitando por aquellas calles saltaría a culparlo por intento de robo.
No tenía una mala reputación en el resto del pueblo. Acostumbraban a verlo con lástima desde que había llegado a vivir con su abuela; lo consideraban, incluso, como un pobre chico traumatizado, que se metía en problemas únicamente por las cicatrices que le había dejado el suicidio de su padre. «Exagerado», reconocía el muchacho, pero sabía también que Coal Creek disfrutaba de crear melodramas.
Las familias más ricas, en cambio, lo habían tachado como una peste desde que se enfrentó por primera vez a Tommy Matson. Se ponían a la defensiva en cuanto alguien mínimamente diferente se les cruzaba por el camino y, a sus quince años, Arvin había descubierto las agallas para plantarle la cara a quienes molestaban a Lenora, independientemente de su posición social; no, no era raro que fuera rechazado. Su temperamento lo había calificado como un problema y le ponía una carga extra sobre los hombros, pero a él no le importaba, pues hacía lo que hacía para proteger a los suyos. El único método que tenía para actuar en respuesta al rechazo de los grupos adinerados era apartarse de sus caminos—así, al menos, su abuela no tendría que sufrir las consecuencias.
Pero, a pesar de todo eso, a pesar de saber que estaba metiendo el cuello en territorio de lobos, siguió conduciendo, dedicándole una mirada a la joven rubia que se hallaba sentada en el asiento trasero. Heather Andrews había establecido una cómoda conversación con Lenora, y el espejo retrovisor le daba la oportunidad a Arvin de observar cómo sus ojos se iluminaban conforme hablaba.
Negó con la cabeza, preguntándose una vez más por qué se había ofrecido a llevarla a casa cuando ella misma había dicho que su hermano podía recogerla. Intentó convencerse de que Lenora, siempre tan dulce y dispuesta a ayudar a los demás, lo había manipulado para hacerle el favor a la pequeña Andrews. No obstante, mientras se perdía en la forma en la que sus rizos destellaban, incluso en la noche, supo que él mismo se había metido en aquel desastre.
¿Por qué se había jurado protegerla? ¿En qué estaba pensando?
Sus nudillos se volvieron blancos alrededor del volante, pero su mente se hallaba demasiado ocupada como para percatarse de ello.
En silencio, aparcó el coche un par de cuadras antes de llegar a la casa de los Andrews, tal y como ella se lo había pedido.
—No creo que sea buena idea que me acompa–
—Te acompañaré —insistió. Al mismo tiempo, le dedicó una mirada firme a Heather, quien llevaba alrededor de dos minutos tratando de convencerlo de que se quedara en el auto mientras ella volvía a casa—. Tú misma dijiste que si tu padre ve eso no estará contento, —Señaló con la cabeza la muñeca de la chica, la cual había sido vendada por Lenora—, y yo estaré ahí si pasa algo.
—No pasará nada —murmuró, observándolo por debajo de sus pestañas—. Además, mi padre nunca está en casa a esta hora; no habrá problema si llego antes que él. Quizás se altere un poco cuando me vea, pero solo se preocupa por mí.
Heather no apartó los ojos, por lo que no tuvo más opción que creerle. No obstante, quizás por el chispazo de duda que manchó su expresión, Arvin sintió que estaba mintiendo.
Él sabía de primera mano lo que un padre era capaz de hacer. No confiaba en el suyo, ni siquiera enterrado en una tumba; naturalmente, tampoco confiaba en el padre de Heather, y mucho menos después de haber visto el miedo reflejado en sus facciones mientras estaban en el cementerio, cuando vio el estado de su muñeca sin pensar en la lesión, sino en lo que haría su padre al respecto.
Por ello, no le quedó más remedio que iniciar una pequeña competencia de miradas con Heather, esperando pacientemente a verla titubear. La chica no tardó demasiado en bajar la cabeza, con las mejillas ligeramente sonrojadas. Supo entonces que había ganado—una discreta sonrisa amenazó con asomarse por sus labios, pero fue capaz de retenerla con maestría.
Así que, haciendo caso omiso a Lenora, quien había puesto una mano sobre el hombro de Arvin para tratar de decirle que siguiera los deseos de Heather, no se dio por vencido.
—Te acompañaré. Me quedaré afuera hasta que entres.
Lenora bufó para ocultar una sonrisa divertida, convencida de que no tenía caso intentar cambiar los planes de su hermano. Por su parte, Heather soltó un suspiro a la par que Arvin salía del coche para abrirle la puerta.
El castaño las ignoró, sin embargo, pues sabía bien que él podía ser muchas cosas. Y, entre todas ellas, una de las pocas que se atrevía a admitir era que su alma siempre se había alimentado de la terquedad.
⊱ † ⊰
El camino hasta la casa de los Andrews fue silencioso. Heather había mantenido la mirada adherida al suelo la mayor parte del tiempo, y Arvin se hallaba demasiado tenso como para iniciar una conversación. Mientras el joven vigilaba sus alrededores, asegurándose de que ningún vecino intruso pudiera verlo, se percató de que la rubia, con sus cortas piernas, luchaba por seguirle el paso. Él bajó el ritmo en varias ocasiones, pero Heather parecía empeñarse en mantener una distancia prudente—tal vez demasiado prudente—entre ambos, siempre yendo un par de pasos más atrás.
A pesar de todo, Arvin se sentía sorprendentemente cómodo. El ambiente era tan familiar como aquel que se había instalado entre ellos en la iglesia, hacía un par de horas atrás. Sus sentidos estaban alertas, preparándolo para asegurarse de que todo saliera bien en cuanto Heather entrase a casa, pero escuchar su lenta respiración irrumpiendo el silencio había logrado calmarlo. Además, un exquisito aroma a rosas había hallado la manera de colarse en su nariz; lo tranquilizó casi al instante, como si fuera un bálsamo. Tenía la sospecha de que aquel perfume provenía de la chica, pues había estado presente desde que entró a su coche por primera vez. Era suave, pero definitivamente estaba ahí, y Arvin se halló a sí mismo deseando que ella se acercara un poco más, solo para comprobar si el efecto podía llegar a ser aún más sedante.
Incluso tomando en cuenta las circunstancias de aquel día, llevaba mucho tiempo sin sentirse tan relajado.
Una vez llegaron, sin embargo, la sensación desapareció por completo. Recordando la razón por la que había decidido acompañar a Heather, Arvin se fijó en la gran estructura que se alzaba frente a él. Las paredes blancas, el sendero rodeado de flores, las vallas recién pintadas y los marcos pulidos de las ventanas; todo gritaba perfección, y no pudo evitar contrastar el aspecto de aquella casa con el suyo propio, magullado y sucio en comparación. En cambio, la imagen parecía encajar con Heather—con sus bucles dorados, sus ojos claros y el pulcro estampado de su falda.
Pero ella observaba el lugar como si no fuese su hogar. Su semblante era serio, su mirada se había cargado de algo que Arvin identificó como melancolía, y él sintió que un calor insoportable le recorría la sangre. Para su buena—o mala—suerte, tenía la experiencia suficiente para identificar que se trataba de algo como rabia, impotencia.
En aquel momento, viéndola tan pequeña y delicada, dudó seriamente si debía dejarla entrar a la casa.
«¿Qué demonios estás pensando?», le reclamó la parte racional de su conciencia. «Ella no es tu problema».
Y se lo repitió unas cuantas veces más, justo antes de dignarse a hablar.
—¿Segura de que estarás bien? —se limitó a preguntar, tratando de mantener su voz lo más neutra posible. Si había escuchado el enfado en su tono, Heather decidió pasarlo por alto.
—Segura. —Giró a verlo finalmente. Le dedicó una pequeña sonrisa, pero el gesto no llegó a sus ojos—. Y... gracias.
—No tienes por qué agradecer.
—No, Arvin. No entiendes —musitó por lo bajo. Titubeó durante un par de segundos, mas finalmente se atrevió a dar un paso en dirección al muchacho—. Creo que ya te lo he dicho hoy, pero gracias. Por todo. No hay... —Abrió y cerró la boca un par de veces, como si estuviese luchando por sacar las palabras correctas; incluso bajo la tenue luz de la luna, Arvin notó que sus mejillas se teñían de rojo—... no hay muchas personas realmente buenas en Coal Creek.
Fue entonces cuando una alarma se disparó en su cabeza.
No se sentía bueno, no. No era bueno.
A diario, cientos de pensamientos cruzaban su cabeza—más de los que a veces creía poder soportar—, y la mayoría de ellos no eran puros. Lo entendió a sus doce años, cuando su abuela lo llevó a la iglesia para que se confesase por primera vez con un sacerdote de verdad. En su ingenuidad, le había dicho que, por las noches, lo único que hacía era tener pesadillas sobre su padre; le admitió que no podía dejar de pensar en lo mucho que le gustaría tenerlo en frente, poder golpearlo, golpearlo y golpearlo aún más por lo que había hecho. El hombre se despidió de él con una oración desesperada, casi asustado, rogándole a la Virgen que lo salvara.
En un principio, Arvin no entendió lo que quería decir. Pero, con dieciocho años, las cosas habían cambiado.
A veces quería golpear las paredes, descargar toda la furia que llevaba dentro. No creía en Dios, pero estaba seguro de que, si existía un infierno, eventualmente tendría una parcela asegurada, tal vez al lado de la de Tommy Matson. Algo lo hacía pensar y ver las cosas de manera diferente.
Claro que hacía cosas malas porque debía hacerlas; en ocasiones, aquel argumento era su única defensa. Sin embargo, una voz en su interior—la cual, curiosamente, sonaba igual que Lenora—se empeñaba en repetirle que esa no era una excusa válida. No era bueno, no; no era bueno. Se había acostumbrado a pensar que algún día terminaría siendo como su padre, incluso cuando se había jurado lo contrario. Y Heather... Heather parecía totalmente opuesta a él.
En el mundo había ángeles y demonios, y estaba seguro de que ella pertenecía al primer grupo, pero él no formaba parte de ninguno.
¿Acaso ella no intuía lo mal que estaba? ¿Ni siquiera cuando vio cómo se lanzaba sobre Tommy y sus amigos?
Tragó en seco, sintiendo que su garganta se cerraba. De pronto, Arvin solo deseaba irse de ahí.
Heather, por su parte, pareció darse cuenta de que algo estaba mal. Se veía avergonzada, y un destello de culpabilidad bailaba en su rostro—a Arvin no le importó; estaba demasiado distraído como para fijarse en ello.
—Um, lo si-siento. Yo... —balbuceó la chica, retrocediendo un par de pasos. Observó la puerta de su casa por un par de segundos, como si estuviera cuestionándose si realmente debía acercarse o no; a pesar de la duda, terminó haciéndolo—. Creo que debería entrar.
Asintió vagamente, incluso atreviéndose a poner una mano en la espalda de Heather para impulsarla a caminar hacia la entrada. Cuando finalmente llegó, la chica sacó las llaves, las introdujo en el cerrojo con más precaución de la necesaria y sujetó el pomo por un par de segundos; se quedó así, callada, paseando su mirada entre la puerta y el otro extremo de la calle. Aquello fue capaz de sacar a Arvin de su burbuja de pensamientos, quien se preguntó si Heather estaba realmente planteándose la posibilidad de escapar.
Si eso quería, no se lo impediría.
Pero después lo miró a él, obsequiándole una última sonrisa fingida. Cualquier rastro de aquel deseo de huir fue extinguido, y el chico se preguntó si lo había imaginado.
Tenía muchas cosas en mente—demasiadas preguntas, todas rondando en torno a Heather Andrews, su enorme casa y la resignación en su rostro. Necesitaba que ella entrara, que llegara a su a salvo y le diera algún tipo de señal de que todo estaba en orden para poder irse de una vez por todas. Dormir le haría bien; tal vez así podría sacársela de la cabeza.
—¿Cuál es tu habitación?
Los ojos de Heather se abrieron de par en par ante la pregunta: —En la planta de arriba, la de la ventana de la derecha... —respondió confundida.
—Asómate por la ventana en cuanto llegues, ¿de acuerdo? —le pidió Arvin. Su tono había sonado más como una orden que como una sugerencia, pero no tenía suficiente espacio en su mente como para reprimirse por ello—. Luego me iré.
—Arvin...
—No me verán —le aseguró, ajustando su gorra para ocultar mejor su rostro—. Anda, vete ya, deberías descansar.
—Um, solo una cosa más... Recuerda ponerte hielo, reducirá la hinchazón. —Heather tocó su propio pómulo, justo en el lugar donde Arvin tenía un moretón. Dibujó una pequeña sonrisa, como si estuviera conforme con lo que había dicho. Esta vez, la curvatura de sus labios parecía sincera; Arvin no pudo evitar copiarla—. Buenas noches.
Y así, finalmente, su pequeña silueta se perdió dentro de la casa.
Tal y como había prometido, Arvin esperó afuera. Se movió hasta el lado derecho de la casa, ocultándose detrás de un conjunto de arbustos. Observó la ventana con atención, contando los minutos para que Heather finalmente asomara la cabeza y le permitiera largarse de una vez por todas. No obstante, el tiempo seguía pasando, no habían rastros de ella, y el pulso de Arvin se aceleraba cada vez más.
Fue entonces cuando se escuchó un impacto.
¿Golpes contra una pared? ¿Un jarrón rompiéndose? ¿Tal vez alguien tropezándose?
No había manera de identificar de qué se trataba, pero, en cuanto se escucharon los primeros gritos proviniendo de la casa, comprendió que no podía ser nada bueno.
Su corazón, cargado de adrenalina, comenzó a arremeter descontroladamente contra su pecho. Su mente daba vueltas, buscando diferentes alternativas para intentar entrar en la casa. Se planteó seriamente la posibilidad de colarse por la ventana de la planta inferior, pero ya había visto que estaba cerrada, y sabía bien que tampoco tendría posibilidad de ingresar por la puerta principal; el cerrojo se veía demasiado seguro como para intentar romperlo.
Los gritos eran cada vez más fuertes. No cabía duda de que se trataba de la voz de un hombre, acompañada de vez en cuando de la de una chica. ¿Era el señor Andrews quien bramaba? No, según Heather no debía estar en casa en ese momento, pero Arvin sospechaba lo contrario. En cuanto a la voz de la mujer... Pertenecía a ella, de eso no había dudas.
Actuando por instinto, casi se echó a correr cuando localizó una puerta lateral que conectaba con lo que aparentaba ser la cocina, pero justo en ese instante vio una mata de cabello rubio asomándose por la ventana derecha de la planta superior.
—¡Arvin, vete de aquí!
Distinguió la expresión desesperada de Heather luchando por asomarse entre sus propios rizos, los cuales parecían haberse convertido en una red enmarañada. El rostro de la chica estaba rojo, su respiración era acelerada, y su voz—un grito susurrado que, afortunadamente, Arvin había podido oír debido a que la segunda planta no estaba tan separada de la primera—sonaba agitada.
Arvin sintió que sus sienes palpitaban cuando encontró sus ojos. Incluso desde abajo, pudo ver que estaban abiertos de par en par, en un evidente estado de alerta. La chica miraba repetidamente hacia atrás para después girar hacia él, como si estuviera asegurándose de que nadie pudiera entrar a su habitación.
Algo estaba mal. Algo estaba definitivamente mal, y él tenía que solucionarlo.
—¿Por dónde puedo entrar? —logró preguntar Arvin luego de obligarse a controlar su respiración, igualando el tono que ella había utilizado para evitar que los escucharan.
Ella negó con efusividad: —Debes irte ya o–
—No me voy a ir.
—¡Estoy hablando en ser–
—¡No me voy a ir!
Las palabras eran cada vez más fuertes, más tensas, amenazando con delatarlos. Sin embargo, no tenían tiempo ni espacio para pensar en ser cautelosos.
Antes de que alguno de los dos pudiera volver a protestar, Heather palideció. Llevó su dedo índice hasta sus labios, mandando a callar al chico en un gesto desesperado. Se volteó, como si hubiese escuchado a alguien acercándose y, a pesar de la frustración que sentía, Arvin cerró la boca.
Pasaron unos segundos más—segundos que a Arvin se le antojaron eternos—antes de que Heather volviese a encararlo. La amenaza parecía haber sido una falsa alarma, pero ella no bajó la guardia.
—Te lo pediré solo una vez más —siseó Heather, luciendo más seria que antes; su cuerpo, en cambio, se sacudía visiblemente—. Tienes que irte antes de que–
—¿Antes de qué? —Ella no respondió, apartando la mirada y sujetando el marco de la ventana con más fuerza. Arvin apretó la mandíbula al ver su reacción— ¿Antes de qué, Heather?
—Antes de que él te vea.
Y lo miró.
Lo miró con una profundidad que Arvin todavía no había visto en ella y, a pesar de la distancia que los separaba, pudo observar el dolor que relampagueaba en sus iris. Había desesperación en la forma en la que sus cejas se curvaban, en cómo sus comisuras caían mientras su labio inferior temblaba. Hasta entonces, Arvin no se había dado cuenta de lo abrumada que lucía; su estado rozaba el límite entre la histeria y la fragilidad, pero la firmeza que emanaba mientras hablaba con aquella convicción le dijo que, muy probablemente, la chica ya había pasado por algo similar.
—Confía en mí —le suplicó Heather en un susurro—. Por favor, vete.
Ella se lo pidió, así que le hizo caso.
Se dio la vuelta. Apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas para resistir la tentación de girar hacia la casa. Conforme se alejaba, creía sentir el eco de los gritos cada vez más cerca de sus tímpanos, mezclándose con la desesperación que había escuchado en la voz de Heather.
Arvin sabía que se arrepentiría durante toda la noche por no seguir sus instintos. No obstante, se obligó a seguir adelante.
Tan solo se había separado unos cuantos metros cuando no pudo aguantar más. Se volteó finalmente, repasando la estructura de arriba a abajo. La luz en la habitación de Heather seguía encendida, pero la distancia le impedía ver si aún había rastros de la chica.
«¿Qué pasa en esa jodida familia?», se preguntó, sabiendo que en aquel instante no encontraría la respuesta.
Pero la tendría, claro que la tendría. Solo debía esperar—eso lo sabía mejor que nadie; aquella era, quizás, una de las pocas cosas útiles que le había enseñado su padre.
Así que, después de tomar una última bocanada de aire, siguió con su camino.
Sin embargo, lo que no esperaba era encontrarse cara a cara con una desconocida.
—¿Qué haces aquí?
«Mierda, mierda, mierda», repitió su mente al escuchar la voz de la extraña. Luchó por mantener una fachada de indiferencia, pero sabía que su expresión lo delataba.
Alguien lo había descubierto, y lo único que podía hacer era esperar que eso no supusiera consecuencias para Heather.
A simple vista, Arvin pudo notar que se trataba de una adolescente de piel negra, y decidió entonces que lo mejor sería seguir caminando sin ofrecer respuesta. Al contrario que la mayor parte del pueblo, Arvin no compartía las tendencias racistas, pero era lo suficientemente realista para reconocer que la joven que tenía en frente tampoco pertenecía en aquel vecindario. Quizás no sería un problema; lo más probable es que ninguna de las familias ricas querría comunicarse con ella por el tono de su piel, por lo que nadie le creería si decidía acusar a Arvin de haber estado merodeando cerca de la propiedad más cara de todo Coal Creek.
Deseó, en silencio, que su suposición fuera cierta.
—¡Hey! Te pregunté algo.
Escuchó pasos detrás de él, pero eso no lo detuvo: —Podría preguntarte lo mismo, pero no lo hago.
—Eres el nieto de la señora Russell.
Eso sí lo detuvo.
—¿Qué sabes de Heather? —preguntó la chica al ver que Arvin no respondería, posicionándose frente a él con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Deja de evadir mis preguntas, Russell.
—Responde tú y luego respondo yo.
Ella suspiró frustrada, fulminándolo sin una pizca de disimulación. Estaba claro que no se sentía intimidada por Arvin—de hecho, parecía querer provocar dicho efecto en él, aunque no lo estaba logrando—; no obstante, aparentaba demasiada seguridad, cosa que logró sorprenderlo.
Arvin sospechaba que no podría deshacerse de ella tan fácilmente.
—Tu tío suele ir al bar donde trabajo, —respondió la chica a regañadientes—, y tu abuela es una de las pocas personas que ha sido amable conmigo en este lugar. —Se encogió de hombros—. Listo, tu turno.
—Solo sé quién es Heather por su apellido —se limitó a mentir, escueto. Mencionar su nombre le recordó lo que estaba haciendo antes de que la extraña apareciera, así que, nuevamente, emprendió su camino. No obstante, el castaño sintió que la joven volvía a seguirlo, y tuvo que resistir las ganas de soltar un gruñido—. Todo el mundo conoce a los Andrews.
—Heather desaparece durante todo el día y mágicamente eres tú, de entre todas las personas de este maldito pueblo, quien decide pasarse por aquí.
Arvin tragó en seco.
¿Acaso ella sabía sobre su pasado? Estaba claro que tenía una conexión con Heather, pero, ¿qué sabía sobre él?
—No es tu problema.
—Oh, no, no, claro que es mi problema. Especialmente si estás afuera de su casa, espiando como un acosador. —Aceleró el paso hasta quedar frente a él, obstruyendo su paso. Arvin estuvo a punto de amenazarla, de exigirle que se alejara de una vez por todas, pero ella siguió hablando—. Creo que tengo derecho a sospechar.
—Escucha–
—Brenda —lo interrumpió—. Soy Brenda.
—Brenda —Mientras repetía su nombre, Arvin resistió las ganas de poner los ojos en blanco. Sabía que debía ser educado, comportarse lo más calmado posible para evitar levantar sospechas; sin embargo, con la insistencia de aquella chica, la tarea le parecía difícil—. No voy a hacerle daño, —continuó, decidiendo que proceder con un poco de honestidad lo sacaría más rápido de aquella situación—. Solo estaba asegurándome de que estuviera bien.
—¿Por qué querrías eso? —Brenda enarcó una ceja perfilada—. Tú mismo lo has dicho, ni siquiera la conoces de verdad.
Por primera vez en mucho tiempo, Arvin consideró la opción de pedirle a Dios, aunque no existiera, que lo sacara de allí antes de tener que responder más preguntas. Tenía que actuar rápido, llegar a su coche lo más pronto posible y largarse de allí con Lenora; Brenda, en cambio, se había empeñado en convertirse en un obstáculo—debía deshacerse de ella.
—Eres su amiga, ¿cierto? —La chica no respondió, así que Arvin lo tomó como un "sí"—. Pues entonces deberías verla lo antes posible. Pero hoy no, y mucho menos aquí. —aclaró, recordando la desesperación en la mirada de Heather cuando le suplicó que se fuera—. Y cuando lo hagas, me dirás cómo se encuentra —añadió. Pensó que, tal vez, así podría sacar provecho de aquel encuentro.
Si Heather no quería decirle lo que estaba pasando, entonces su amiga sería una perfecta segunda opción.
—No tengo que decirte nada —Brenda dio un paso en su dirección, señalándolo con un dedo acusador—. Sé lo que hizo tu papi, Russell. Es imposible que estés completamente cuerdo.
Su estómago dio un vuelco. Su garganta se cerró.
Apretó la mandíbula, ignorando el incremento en sus pulsaciones. No era un secreto que odiaba pensar en su padre, pero, sobre todo, odiaba que alguien más lo recordara.
—Si en verdad quieres a Heather, nos iremos de aquí antes de que nos vean —gruñó Arvin, a un solo paso de perder la compostura. Supo que la había intimidado cuando retrocedió un par de pasos, pero, incluso así, Brenda no bajó la mirada—. Vecindarios como estos solo traen problemas.
—¿Para un huérfano pobre y una adolescente negra? Lo sé. Y tú también lo sabes. —Bufó, irradiando ironía y crudeza—. Me pregunto entonces qué sigues haciendo aquí, sobre todo si no conoces a Heather.
Y, tal vez por la frustración que corría por sus venas, Arvin respondió con total sinceridad.
—Algo pasa en esa familia. Y haré lo que tenga que hacer para resolverlo.
Por primera vez, Brenda parecía haberse quedado sin palabras. Lo miró con atención y su expresión abandonó el escepticismo, adoptando una mueca más pensativa, más curiosa.
—Por favor, —pidió Arvin, despojándose de la firmeza con la que había estado hablando durante todo el encuentro. El recuerdo de Heather pronunciando aquellas mismas palabras invadió su mente, y supo entonces que no podría aguantar mucho más tiempo allí—, vámonos. Ya. Si te ven aquí será peor para ella.
La chica no dijo nada, pero se alejó del camino con la cabeza gacha.
Arvin estuvo a punto de soltar un suspiro aliviado cuando finalmente la vio apartarse.
—Dios, —escuchó murmurar a la joven; una expresión preocupada apoderándose de su rostro—, esto es surrealista.
⊱ † ⊰
Heather Andrews quería vomitar.
Aquel no fue, ni de lejos, el peor encontronazo que había tenido con su padre. Fred le había sujetado la barbilla, le había apretado el mentón hasta verla chillar de dolor y había sonreído en respuesta; había golpeado una de las paredes de la sala de estar y había lanzado su cigarrillo al suelo. Pero, además, a diferencia de muchas ocasiones, la había dejado correr a su habitación.
No, no fue el peor encontronazo, porque Fred no había podido comerle la cabeza, con su lengua viperina y palabras afiladas. Había estado demasiado ocupada pensando en Arvin y en lo que ocurriría si su padre veía que alguien como él la había acompañado hasta casa como para reparar en sus palabras. Su mente había quedado en blanco, y los gritos de su padre ni siquiera la afectaron.
Cuando finalmente vio la figura de Arvin perderse entre las sombras, sin embargo, llegaron las náuseas.
Supuso que era el estrés. Tenía que ser culpa de la tensión, de la ansiedad. Todavía no podía dejar de imaginarse escenarios en los que Arvin era descubierto, en los que los gritos de su padre eran mucho peor y en los que levantaba sus sucias manos para recurrir a algo más allá de la violencia verbal. No le quedaba más remedio que acostarse en su cama, cerrar los ojos e intentar controlar las arcadas.
No obstante, algo le decía que no era angustia, sino odio. Odio hacia su padre, hacia la casa que la mantenía atada a Coal Creek, e incluso hacia la capilla donde había muerto su hermano.
Quería estar sola, pero un repiqueteo en su puerta fue suficiente para hacerla levantar de la cama de un salto. La sangre abandonó su rostro mientras veía la entrada con atención, rogando que Fred no entrara a la estancia.
Para su sorpresa, fue Michael quien se asomó por la puerta.
—Dijiste que papá no estaría aquí hasta las nueve.
Aquello fue lo primero que salió de la garganta de Heather. Las palabras sonaron roncas, bajas, pues sentía que toda su tráquea estaba irritada por lo que había sucedido hacía unos minutos atrás.
Su hermano le dedicó una mirada arrepentida, aunque su expresión seguía siendo firme. Fred le había enseñado a su hijo a no mostrar sus emociones y, casi siempre, Michael hacía un excelente trabajo a la hora de cumplir sus órdenes. Sin embargo, en esa ocasión, Heather se atrevía a pensar que había bajado sus defensas.
—Acabo de llegar —respondió Michael, discretamente avergonzado—. Pensé que él no estaría aquí, me dijo que iba a negociar hasta tarde.
Heather no podía culparlo aunque quisiera. Sabía que su hermano estaba sometido a la misma presión que ella y que a veces podía cometer errores. No quería ver aquella expresión de cachorro compungido en un rostro que, normalmente, era de acero.
—Tranquilo, Mike. —Le dedicó una sonrisa, pero sus comisuras cayeron antes de tiempo. El recuerdo de Michael insultándola por su labial aquella mañana invadió su mente; sintió que su labio inferior temblaba, que sus ojos ardían por las lágrimas acumuladas, mas se negó a dejarlas salir—. No importa. Realmente no pasó nada.
—Claro que importa —contraatacó con el ceño fruncido—. Me dijo lo que sucedió. El señor Matson llamó para decir que habías negado una invitación de Tommy para cenar con ellos. Ambos sabemos que a padre no iba a gustarle eso. —Heather cerró los ojos, mordiéndose la lengua para no decir nada sobre lo que realmente había pasado con Tommy—. Estoy seguro de que eso es pura mierda, jamás te hubieras arriesgado a hacer algo así. —Los ojos de Michael cayeron sobre la muñeca vendada de Heather. Ella intentó esconderla, pero sabía que era demasiado tarde—. Y creo que esa venda me lo confirma.
—Tienes razón —murmuró, rogando que Michael no indagara en lo que me había pasado a su muñeca—. Digamos que Tommy no está muy contento conmigo...
Después de lo que había ocurrido, aquello era más que evidente.
Heather se enteró de que el señor Matson se había comunicado con su padre en cuanto puso el primer pie dentro de casa. Fred no había dejado de reclamarle por haberle hecho quedar mal frente a una familia tan importante como esa—y frente a un posible cliente para sus negocios—. Por su parte, Heather no había tardado en comprender, después de detenerse a analizar algunos de los gritos de su padre, que Tommy había hecho de las suyas para cobrar venganza por lo que había sucedido aquella tarde.
Se había imaginado que algo así pasaría, pero no pensó que sería tan pronto. Al menos había aprovechado el momento para ocultarle la venda de su muñeca a su padre, así que solo tuvo que aguantar un regaño.
Por otro lado, no sabía si aliviarse por el hecho de que Tommy hubiera decidido no confesar la verdad o si tener más ganas de arrancarle la lengua por decirle a su padre, de entre todas las cosas que podía inventarse, que ella se había comportado como una mal educada. No había peor insulto para el ego de Fred que el hecho de que alguien le recriminara que su hija había sido mala—lo veía como una mancha para el apellido, y él insistía en que las manchas siempre dejaban marcas.
Aun así, no podía evitar las dudas.
¿Tommy la había visto irse con los Russell o había desaparecido de la escena antes de que Heather subiera al auto de Arvin? ¿Diría en algún momento que la chica dorada del instituto había defendido a alguien que pertenecía a una clase social más baja?
Cualquier escenario le ponía los vellos de punta, pero decidió que lo mejor sería intentar no preocuparse antes de tiempo.
Perdida en sus pensamientos, Heather volvió a la realidad al encontrarse con Michael tomando asiento en el borde de su cama. Se quedaron callados por unos minutos; los ojos del chico fijados en el suelo y, los de Heather, en la ventana. Era una rutina que solían repetir después de la muerte de Todd: se acompañaban en silencio sin siquiera tener que mirarse, sabiendo que nadie más en aquel pueblo sería capaz de entender lo que habían vivido. No obstante, Michael llevaba mucho tiempo sin acercarse a ella, sin demostrar ni una pizca de sensibilidad, y el hecho de ver cómo su expresión volvía a ser lo que era hacía un par de años—un rostro más joven, más cálido, cargado de un cariño que nunca se había atrevido a demostrar explícitamente—presionó un botón en el corazón de Heather.
La primera lágrima se deslizó por su mejilla. La segunda no salió, pues se forzó a controlarla, pero fue demasiado tarde; Michael la había descubierto.
—No sabes cuánto detesto no poder protegerte. —Suspiró con cansancio, posando una mano sobre el hombro de la muchacha—. Sabes por qué lo hago, ¿no?
Ella asintió. Michael no tenía que decir nada más para que Heather supiera de lo que estaba hablando.
Había que tener demasiadas agallas para ir en contra de Fred Andrews. No obstante, una parte de ella anhelaba que, algún día, Michael la defendiera.
No quería decírselo, sin embargo. No se atrevía.
Así que se limitó a intentar convencerlo de que no había hecho nada mal; de que podía irse en paz, de que todo estaría bien.
—No es tu culpa —murmuró. Finalmente recolectó las fuerzas suficientes para sonreírle—. No es culpa de nadie.
Entonces, contra todo pronóstico, Michael la abrazó.
—Solo me has abrazado doce veces desde que tengo memoria, Mike —rio Heather en voz baja, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de su hermano.
Y era cierto. De pequeña había estado obsesionada con ganarse el cariño de Michael quien, a diferencia de Todd, apenas la soportaba. Había iniciado aquella cuenta desde que aprendió lo que eran los números, y una parte de ella se negaba a abandonar la costumbre.
—Pues calla y disfruta.
—Este es el abrazo número trece...
—Cállate —gruñó Michael una vez más, pero Heather sintió que estaba sonriendo contra la coronilla de su cabeza—. Y pon el pestillo esta noche, por si acaso padre quiere–
—Lo sé. Lo sé.
Y entonces Heather se dio cuenta de que las náuseas no habían desaparecido todavía.
La sensación se había triplicado, porque entendió que, cuando finalmente escapara de aquella casa, a la única persona que echaría de menos sería a Michael, y ya no podría contar más de sus abrazos.
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⊱ 𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞 ⊰
bienvenidos sean al capítulo más largo de esta historia. (;
tengo que admitir que escribir esto fue muy difícil.
tenía las ideas planeadas, pero cada vez que intentaba plasmarlas con palabras no me gustaba cómo quedaban. aunque no me siento conforme, tenía muchas ganas de actualizar y quería sacarme esta parte de encima para no seguir bloqueándome; de lo contrario, jamás terminaría acabando este capítulo, el cual veía necesario.
ahora hablando desde un punto de vista más positivo, ¡este es el primer capítulo que incluye el punto de vista de Arvin! claro que está narrado en tercera persona, pero esta vez nos enfocamos en los pensamientos del chico. Arvin Russell me parece un personaje sumamente interesante y sentí la necesidad de ponerme en su piel por un rato. no sé si lo he hecho correctamente, pero quería dar mi interpretación de su personaje.
además, poco a poco se establecen las conexiones entre los personajes. por ejemplo, tenemos a Arvin y Brenda (quien no será la fan número uno de Arvin, tengo que admitirlo jsjs) y también a los hermanos Andrews (o los que quedan, lmao).
de verdad deseo que hayan disfrutado. como siempre, espero pacientemente sus opiniones en los comentarios y que no les haya molestado la longitud de este capítulo.
por último, tengo una pregunta que no tiene nada que ver con la historia, pero me encantaría leer sus respuestas para otro proyecto que tengo planeado.
verán, quiero escribir mi primera historia original, y estoy teniendo problemas para decidir en qué persona voy a narrar el libro. por ello, quería preguntarles a ustedes, lectores: ¿qué persona prefieren? ¿primera o tercera? si han leído alguno de mis otros proyectos narrados en primera persona, ¿lo disfrutan más?
(esta historia seguirá siendo narrada en tercera persona independientemente de las respuestas, pero me encantaría que me ayudaran con esto. ¡!)
sin nada más que decir, me despido con un beso y un abrazo.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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