
◦❣◦𝗖𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼↠|01
•۰⸼ ۫ ☪ ۫ ⸼۰•
Las nubes grises se cernían en el firmamento, cargadas de gotas de lluvia que amenazaban con caer en cualquier momento, formando una fuerte tormenta. Como el dulce toque de una lira, caían del cielo las gruesas gotas, azotando la reciente tierra húmeda de la manada. El vendaval pasaba por los troncos huecos de los árboles, originando sonidos de silbido acompañados por el retumbar de los truenos, que hacían la noche aún más escalofriante.
El alfa de la manada Silver Moon se encontraba en el suelo, completamente herido y devastado. Lo sentía, sentía el ardor en su piel y la sensación de desgarro en su pecho por el cuerpo inerte que tenía en sus brazos. La escena era una digna recreación de su peor pesadilla; mientras más la estrechaba hacia su pecho, más consciente de la realidad era.
Su compañera había sido cruelmente asesinada en medio de una batalla entre manadas por la lucha de territorio, por la codicia de poder. La manada del alfa estaba bajo pleno ataque del enemigo. La tierra de Silver Moon era la joya de la corona entre todas las manadas: la fertilidad de sus cultivos, las riquezas de sus minas, su flora, fauna y su creciente población, dotada en su gran mayoría de desertores. Era un sitio mágico bendecido por la diosa de la creación y, justo ahora, estaba siendo mancillado con la sangre de los inocentes caídos en la heroica batalla por defender aquello que pudieron llamar hogar.
Era un hecho inrefutable: estaba muerta. El alfa, al ver su rostro pálido y no escuchar su corazón latir, se desmoronó en mil pedazos. Dejando un último beso en sus labios, tan fríos como témpanos de hielo, aquel beso sabía a despedida, sabía a dolor. Un dolor que se convirtió en ira cuando depositó su cuerpo sin vida en el suelo.
Sus ojos se activaron de un color verde jamás visto antes en él. El habitual dorado, que antes ocupaba ese lugar cuando su lobo estaba presente, había pasado a ser inexistente. El verde prevalecía en ellos como una fuerte amenaza de la vorágine que podía desatar.
SeokJin, su mentor y druida de la manada, maldijo en todas las lenguas existentes. Todo era un maldito caos de infortunios: la nueva y reciente Luna había muerto en pleno altercado y, por si los males fueran pocos, el Alfa de la manada había metamorfoseado a Delta, convirtiéndose en una máquina de matar completamente fuera de sí. Con una sutil señal, dio la orden de retirada, haciendo que todos los lobos de Silver Moon dieran un paso atrás. Se rumoreaba desde antaño que los Deltas eran bestias sin psiquis, movidos por sus bajos y primitivos instintos de aniquilar. Cualquier persona en el camino de Jungkook estaba sentenciada a una cruel muerte.
La tierra se sacudió como si de un sismo se tratase. Las raíces de los árboles salieron del suelo, los pájaros graznaban y las piedras levitaban en el aire, movidas por una extraña fuerza mágica.
Park HyunJin, el asqueroso puma líder de la manada invasora Black Night, tembló por primera vez en su vida. Aquello que caminaba destrozando todo a su paso, decapitando cabezas, extrayendo corazones, intestinos y órganos con tan solo sus manos, era un monstruo.
Lo sarcástico de la historia era que su principal objetivo sería él, un cobarde que se escondía detrás de las largas filas de mercenarios, a los cuales sobornó con unas cuantas monedas de oro.
Pagarían todos el más alto precio por apagar la vida de su amada. La miserable existencia de cada uno de ellos tendría su fin. ¿No querían las tierras de Silver Moon? ¡De acuerdo! Sus malditos restos serían carroña para los cuervos y, cuando sus putrefactas carnes dejaran de existir, sus huesos pavimentarían el sendero de su manada. Nada más que eso se merecían.
-¡Ataquen! -el grito de lucha de Park resonó en todo el bosque.
La primera fila de soldados en su forma animal trataba de irse encima a Jungkook, fallando estrepitosamente en el intento y llevándose un cuello roto de souvenir cada uno. La segunda fila, compuesta por brujos y hechiceros, lanzaba conjuros y sellos de contención. En la tercera y última fila, los arqueros lanzaban flechas envenenadas y llamaradas de fuego. Todo era en vano; su muerte era un preludio que no podían evitar, ni siquiera optando por una bochornosa retirada.
-Sus malditas flechas, su estúpido ataque, su mediocre intento por querer destruirnos, cobró el precio de mi luna. Mi mate, mi loba, mi mujer.
Caminó con lentitud hacia ellos. La lluvia era cada vez más intensa y los rayos aparecían cada vez más cerca de Jungkook, como si su cuerpo los atrajera. Las marcas de sello sobre su piel brillaban con un negro intenso, aquellas marcas que escondía desde su niñez y que alguna que otra vez habían sido motivo de burla y rechazo cuando intentaba acercarse a los demás niños.
Un aura oscura y pesada rodeaba su cuerpo. Estaba dejando salir aquella parte que él mismo temía de él. Sus ojos se tornaron completamente negros y vacíos, mitad lobo, mitad demonio, herencia de su jodido padre. HyunJin lo tomó como la clara señal de que se había equivocado de manada al atacar y ver frente a él que los rumores eran ciertos.
-¿Dónde está la maldita comadreja de su alfa?
Muchos se miraron entre sí; no encontraban a su líder en ninguna parte y eso solo los alarmó más. Los había abandonado, había huido como una rata cobarde, arrastrándose por el suelo como el vil gusano que era, dejando a un ejército completo, o lo que quedaba de él, a su suerte. Pagarían el precio por la pérdida de esa noche. No solo era una pérdida para el alfa, era de toda una manada.
Con gran furia, se fue por cada uno de ellos con gran habilidad y rapidez sobrehumana. Uno a uno fueron cayendo muertos mientras eran asesinados de diferentes maneras. Los desangraba al ser mordidos por el cuello, arrancándoles gran parte de este. Otros caían sin su corazón en el pecho y su caja torácica completamente desgarrada. Los que intentaron huir habían caído al suelo con arañazos en el cuello por causa de las uñas del alfa. A lo lejos, Jungkook escuchó las pisadas rápidas y una respiración acelerada. Ahí fue cuando cayó en cuenta de que ese maldito puma escapaba y no lo dejaría escapar. Como depredador cazando su presa, desplegó sus alas negras de demonio y, con un impulso, emprendió el vuelo al cielo con una firme motivación.
Si pudiera, lo mataría y luego lo reviviría para volverlo a rematar. Haría de su vida un sufrimiento eterno, lo haría desear estar muerto, pero no se merecía contaminar un segundo más el mismo oxígeno que todos respiraban.
Entre las copas de los altos pinos, su cuerpo se encontraba volando, viendo cómo desde la cima aquel puma negro corría en cuatro patas, atemorizado. Creía que había escapado, qué pobre ingenuo.
Sus ojos cundieron en pánico cuando de repente el alfa estaba a unos metros suyos, frente a él, esperándolo. El lobo frenó rápido, derrapando en la tierra y llevándose algunos raspones al rodar sobre el suelo. Se levantó asustado, viendo al hombre frente a él. Aquel híbrido le decía con sus ojos sombríos que estaba a punto de morir y no podía librarse de aquella condena. Con solo mirarlo a los ojos, sus huesos comenzaron a crujir, fracturándose uno por uno, causando quejidos de dolor y obligando a su cuerpo a transformarse en humano de nuevo. Sus llantos eran gloriosos para sus oídos, pero aún no era suficiente. Se aproximó a él, siguiendo con la cruel tortura, dejándolo deforme pero consciente de todo.
-Esto es insignificante para lo que te espera... -soltó una vez junto a él, arrodillado, tomando su cuello con su mano derecha. Temblando de ira, acotó-: Quiero que mires a mis ojos, que sean lo último que veas al morir.
Y fue así como su mano izquierda se transformó en unas afiladas garras que se clavaron en su vientre para después escarbar hasta llegar a las vísceras. El olor de su sangre era un deleite para su olfato, sus gritos una melodía para sus oídos y su jodida cara de sufrimiento era la mejor atracción. Su alma abandonó su cuerpo cuando sus ojos se quedaron estáticos, viendo un punto fijo perdido entre la maleza del bosque. Sus alaridos habían mermado. Era una lástima. ¿Tan poco aguantó? Era una burla de alfa.
Con un corte limpio, su hueca cabeza rodó por el suelo, manchando las hojas caídas con su sucia sangre. A ella le siguieron sus extremidades y, por último, su podrido corazón. Ya estaba muerto.
Pero nada le devolvería a su Luna. Podía arrasar con toda la manada de Black Night y nada la haría regresar. Ese sería el gran peso con el que cargaría por el resto de sus días.
Se puso de pie, tomando la cabeza que había rodado hasta el tocón de un árbol. Agarrándola con firmeza de aquellos cabellos azabaches, partió rumbo a su manada, lo único que le quedaba.
La manada de Jungkook, al perder a su Luna y ver a su líder en ese estado, se hincaron mostrándole respeto a Jungkook y a su Luna fallecida, mientras que los lobos en transformación aullaban a la Madre Luna por la dura pérdida.
Jungkook los miró con orgullo. Todo lo que había hecho en su manada había rendido fruto; sus hombres y mujeres eran leales a él. Pero poco le duró aquel momento, en el que miró aquel cuerpo delicado y femenino en el suelo, cubierto por flores que las cachorras de su manada habían cortado al instante de sentirla fuera de su manada. Todo el dolor había vuelto y la tormenta cada vez más azotaba aquellos bosques, haciendo caer los árboles de vez en cuando. Su mentor llegó al cuerpo de la Luna llamada Dalny, mientras que Jungkook, furioso y entristecido, se acercaba a ella. Muchos de sus hombres comenzaron a apartarse antes de que pasara por su lado, porque se veía muy enfurecido e intimidante como jamás lo habían visto. Y era justificable por lo que había pasado. Su cuerpo era más alto y más musculoso, sus enormes alas se arrastraban entre la tierra húmeda, dejándolas cubiertas de lodo.
Jungkook no podía dejar de sentir culpa, de sentir que su venganza no había sido suficiente, que hubiera dejado vivo un poco más a ese puma para poder torturarlo más tiempo. Pero se precipitó y ahora se lamentaba tanto de su acto impulsivo.
Cuando llegó al lado de ella, nuevamente Jin se acercó a él.
-Le daremos un funeral honorable -soltó con lástima hacia él. Lo consideraba un hijo desde que lo tomó en brazos aquella noche en la que su madre se lo entregó con su último suspiro de vida.
-Me marcharé a las montañas, es tiempo de que cumpla mi deber. Ya nada me queda aquí, estás a cargo...
-¿Y si sucede algo?... Acabamos de tener un ataque y...
-Lo sentiré y volveré...
Sin decir más, la manada de Silver Moon vio cómo se marchaba su alfa herido y destrozado como un alma errante. Aquellas montañas nevadas se encargarían de congelar los fragmentos de aquel corazón roto.
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