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━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟱𝟬 」━━







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El último día en la mansión familiar llegó como un susurro pesado, cargado de emociones difíciles de separar o entender del todo. Había una sensación de urgencia tranquila mientras revisaba una y otra vez mis pertenencias, asegurándome de no olvidar nada importante. Cada artículo que colocaba en el equipaje parecía demandar una reflexión: los pendientes de perlas que mamá me había regalado en mi cumpleaños número dieciocho, las cartas de Elisabeth que guardé en un cajón para los días solitarios, incluso un libro gastado de poemas que había leído junto a Cristophe en nuestras tardes de infancia. Todo parecía contener fragmentos de mi vida que, al ser empacados, tomaban un significado aún más profundo.

El aroma del té de jazmín de mamá llenaba la estancia, transportándome inmediatamente a esas tardes en las que me sentaba con ella, escuchando historias de su juventud o buscando consuelo en su sabiduría. Era un aroma reconfortante, cálido y familiar, que parecía abrazar cada rincón de la habitación. Esa fragancia era más que un olor; era el recordatorio de un refugio que siempre había estado ahí para mí, un refugio que estaba por dejar atrás.

Frente a mí, los baúles estaban abiertos, organizados pero llenos de significado. No eran simplemente contenedores de ropa o joyas, eran cofres de recuerdos, portadores de mi historia y mis raíces. Guardé con cuidado un pañuelo bordado por mi abuela, una reliquia que siempre había traído paz a nuestras generaciones. Mientras cerraba uno de los baúles, sentí como si estuviera clausurando un capítulo de mi vida, cada chasquido de las cerraduras parecía resonar con un eco emocional.

El vestido blanco que usaría en mi boda, cuidadosamente envuelto en su funda de terciopelo, reposaba sobre una silla, esperando ser guardado en el último momento. Al verlo, mis pensamientos se dirigieron al futuro brillante que simbolizaba. Las sedas suaves y los bordados delicados no eran solo una prenda; representaban un nuevo comienzo, un compromiso, un paso hacia una vida distinta. Sin embargo, mientras mis manos rozaban la funda, no podía evitar sentir el peso de lo que significaba ese futuro, de los cambios que implicaba, de las responsabilidades que me esperaban.

Cada movimiento parecía ralentizarse, como si una parte de mí no estuviera lista para que este día terminara. Aunque sabía que la nueva vida en el palacio imperial me prometía aventuras y desafíos emocionantes, una parte de mi corazón permanecía aferrada a este hogar, a los momentos simples pero profundos que lo habían definido. Eran emociones complejas, cargadas de nostalgia y anticipación, un torbellino que intentaba comprender mientras cerraba los últimos baúles y me preparaba para el inevitable adiós.

— Hola. -Saludé a mamá cuando entró en mi habitación, sus ojos evaluando cada detalle con la mirada de alguien que no quería perderse ni un momento más-

— No quería interrumpir, querida, pero... ¿Ya empacaste el broche que te regaló tu abuela? -Preguntó con suavidad-

— Claro que sí, mamá. Es uno de los primeros objetos que guardé. -Respondí, sonriendo para tranquilizarla-

Ella asintió, aunque no pude evitar notar el leve temblor en sus manos al alisar una falda que colgaba de una silla. Sus dedos recorrían el tejido con una delicadeza que hablaba de cuidado y nostalgia. Cada pliegue que alisaba parecía ser un intento de ordenar no solo la tela, sino también las emociones que se agitaban en su interior. Su respiración era lenta, casi contenida, como si temiera que un suspiro más profundo pudiera hacer colapsar la frágil barrera que mantenía sus sentimientos en silencio. La falda, que tantas veces había visto en su guardarropa, ahora parecía un símbolo de su lucha por mostrarse fuerte mientras el peso de mi partida se reflejaba en sus pequeños gestos.

Papá llegó poco después. Su figura parecía más imponente bajo la luz de la tarde, esa luz que definía claramente los contornos de su porte erguido y sus hombros anchos. La sombra que proyectaba en la pared daba la impresión de una autoridad inquebrantable, pero al mirarlo a los ojos, su expresión lo traicionaba. Había en su rostro una mezcla de orgullo y vulnerabilidad, una dualidad que pocas veces se permitía mostrar. Sus labios estaban apretados, como si estuviera eligiendo cuidadosamente las palabras que diría, mientras sus ojos revelaban una lucha interna entre la necesidad de ser el pilar de la familia y el dolor evidente de tener que despedirse.

— Damaris, ¿Podemos hablar? -Preguntó mientras entraba, con una voz tan profunda como familiarh

— Claro, papá. -Dejé el vestido que estaba organizando y me acerqué-

— Eres fuerte, y tienes todo lo que necesitas para triunfar en esta nueva vida, pero nunca olvides que esta siempre será tu casa. -Él colocó ambas manos sobre mis hombros y me miró directamente-

Sus palabras quedaron grabadas en mi mente, resonando como un eco que se expandía en mi interior, llenando cada rincón de mi corazón con un peso difícil de describir. Mientras lo abrazaba, sentí la firmeza de sus brazos, ese abrazo que siempre había sido un pilar de fortaleza y protección en mi vida. Sin embargo, ahora, en ese contacto, percibí también un matiz de vulnerabilidad, como si, por un instante, el muro de la imperturbabilidad de mi padre se hubiera desmoronado ligeramente. La mezcla de orgullo y tristeza en su gesto era tan tangible como el aire que compartíamos, envolviéndonos en un silencio que hablaba más que cualquier palabra. Quise aferrarme a ese instante, al calor y a la seguridad que siempre había encontrado en él, mientras una parte de mí sabía que este momento marcaría un antes y un después.

Cristophe estaba en su lugar habitual, sentado en el alféizar de la ventana, con la mirada perdida en el jardín que parecía extenderse interminablemente. La luz del atardecer bañaba su silueta, proyectando sombras suaves en el suelo, como si incluso el sol quisiera ser gentil con él en ese momento. Su postura, con los hombros ligeramente encorvados y las manos entrelazadas sobre las rodillas, transmitía un aire de derrota que partía el alma. Sus ojos, generalmente vivos y llenos de curiosidad, estaban apagados, enfocados en un punto distante que probablemente no estaba en el jardín, sino en su propio mundo de pensamientos y sentimientos. Cada detalle de su expresión, desde el leve ceño fruncido hasta el movimiento ocasional de su pecho al inhalar profundamente, era un reflejo del peso que cargaba ante mi partida. Su melancolía llenaba el ambiente, una tristeza silenciosa que parecía envolver la habitación en una bruma de emociones contenidas.

— Cristophe, ¿Quieres venir a ayudarme a cerrar los baúles? -Le pregunté mientras me acercaba-

— No quiero que te vayas. -Su voz era apenas un murmullo, pero su sinceridad me llegó profundamente-

— Lo sé, y no es fácil para mí tampoco. Pero esto no significa que te estoy dejando atrás. Siempre estaré contigo, Cristophe, siempre.

El momento se rompió con la llegada de Jessy y Annie, quienes traían consigo sus propias maletas, listas para acompañarme al palacio.

— Todo listo, mi lady. -Anunció Jessy con una seguridad tranquilizadora-

— Estaremos contigo en cada paso, Damaris. -Añadió Annie con una sonrisa que me reconfortó-

Antes de que la tarde cayera, Elisabeth y Connor llegaron para despedirse. 

— ¡No puedo creer que estés a punto de ser una emperatriz! -Dijo Elisabeth, su voz llena de emoción, aunque sus ojos brillaban con un dejo de tristeza-

— No importa dónde esté, siempre seremos amigas. Prometo escribirte y venir a visitarte. -Le respondí mientras la abrazaba con fuerza-

— Cuídate, Damaris, y no dejes que las formalidades te hagan olvidar quién eres realmente. -Connor, con su carácter más reservado, me dedicó una sonrisa-

Cuando finalmente subí al carruaje, el crujido de la madera bajo mis pies resonó como un eco en la quietud de la noche. Sentí la textura del terciopelo del asiento, suave y extraño, como un preludio de lo desconocido que estaba por venir. Jessy y Annie ya estaban sentadas a mi lado, sus expresiones reflejaban una mezcla de seriedad y emoción contenida. Jessy mantenía su postura firme, como siempre, con las manos cruzadas sobre su regazo, mientras Annie, a pesar de sus esfuerzos por contener sus emociones, dejaba entrever una cálida sonrisa que buscaba reconfortarme.

Los caballos relincharon suavemente, sus resoplidos formaban pequeñas nubes en el aire fresco que se disipaban rápidamente. Cada movimiento de los animales era pausado y casi reverencial, como si incluso ellos comprendieran que no se trataba de un viaje común, sino de un momento cargado de significado. Uno de ellos sacudió la cabeza, y el tintineo de los arneses sonó con un eco melancólico que parecía sincronizarse con el ritmo lento y solemne del instante.

Miré a través de la ventana del carruaje, apoyando ligeramente mi mano en el marco. Allí, reunidos en la entrada de la mansión, estaban todos los rostros que habían definido mi vida hasta ahora. Mi madre sostenía un pañuelo contra su pecho, como si con ello pudiera aferrarse a una parte de mí que estaba a punto de partir. Papá, con su figura siempre erguida, proyectaba fortaleza, pero su mandíbula tensa y los movimientos calculados de sus manos lo traicionaban, revelando las emociones que luchaba por controlar. Cristophe, en cambio, permanecía más atrás, con las manos metidas en los bolsillos y la cabeza ligeramente inclinada, su postura reflejaba una tristeza profunda que me desgarraba el alma.

La luz de las farolas que iluminaba la escena envolvía a todos en un resplandor tenue, creando sombras alargadas que se extendían por el jardín. Cada detalle de aquel cuadro parecía inmortalizarse en mi memoria, desde las miradas cálidas de Elisabeth y Connor hasta las lágrimas que Jessy y Annie habían logrado contener justo antes de entrar conmigo al carruaje. Era un recordatorio visual de los momentos que habíamos compartido, de los lazos que nos unían y que el tiempo y la distancia no podrían romper.

A medida que el carruaje comenzó a avanzar lentamente, sentí el balanceo suave que acompañaba el movimiento de las ruedas sobre el camino de grava. Cerré los ojos por un momento, llevándome una mano al corazón para preservar ese instante, ese amor que me despedía. Aunque el palacio imperial sería mi nuevo hogar, sabía con certeza que el amor y la lealtad de mi familia y amigos, y la compañía constante de Jessy y Annie, serían mi verdadero ancla. No era una despedida completa, porque, de alguna manera, siempre llevaría conmigo todo lo que ellos significaban.
























❨ Después de unas horas. ❩
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Después de varias horas de viaje, el carruaje redujo la velocidad, y sentí un cambio en el ambiente. Las ruedas ya no golpeaban el camino de grava, sino que avanzaban suavemente sobre las calles adoquinadas de la capital. Asomé un poco mi rostro por la ventana, incapaz de resistir la curiosidad por lo que me esperaba, y lo que vi me dejó sin palabras. 

Las calles estaban decoradas con una elegancia sorprendente, como si toda la ciudad estuviera celebrando mi llegada. Guirnaldas de flores frescas colgaban de las farolas, sus colores vivos iluminados por las tenues luces que comenzaban a encenderse mientras el sol se ocultaba. Banderas de tonos dorados y azul real ondeaban en lo alto de los edificios, y vi grupos de ciudadanos que se reunían a lo largo de las aceras, observando con sonrisas amables mientras pasaba el carruaje. Algunos agitaban pañuelos en señal de saludo, y la calidez de sus gestos me conmovió profundamente.

— ¡Mira, Damaris! Hasta los balcones tienen flores. -Comentó Annie emocionada, asomándose junto a mí-

— Es hermoso… No esperaba algo tan grandioso. -Respondí, tratando de absorber cada detalle mientras el corazón me latía con fuerza-

— La gente quiere honrarte, mi lady. -Jessy, siempre práctica, me observaba con una ligera sonrisa- No es solo por el matrimonio, es por quién eres y lo que representas. 

El carruaje continuó avanzando, y a medida que nos acercábamos al palacio imperial, la decoración se volvía aún más impresionante. Había estatuas adornadas con coronas de flores, y arcos de ramas verdes se alzaban como portales a una tierra de cuentos de hadas. Las fuentes en las plazas estaban iluminadas con faroles que reflejaban destellos dorados en el agua.

Finalmente, las altas puertas del palacio se alzaron ante nosotros, abiertas como una invitación solemne. Cruzamos bajo el arco principal y entramos al patio interior. Fue entonces cuando mi aliento se detuvo. El aire estaba impregnado de un aroma familiar, uno que inmediatamente reconocí. 

— No puede ser… -Murmuré, mientras mis ojos recorrían el patio-

Todas las áreas verdes estaban cubiertas con mis flores favoritas. Peonías blancas y lilas, junto con gardenias, adornaban los parterres en un diseño meticulosamente cuidado. Cada rincón parecía haber sido planeado con mi gusto en mente, como si el lugar mismo quisiera darme la bienvenida. 

— ¡Qué maravilla! Mi lady, todo esto es para usted. -Exclamó Annie, visiblemente emocionada-

— No puedo creerlo… -Mi voz apenas era un susurro, mientras trataba de contener las lágrimas que empezaban a llenar mis ojos-

El carruaje se detuvo suavemente, y antes de que pudiera procesar el momento, la puerta fue abierta con cuidado por el cochero. La luz que provenía de las antorchas en los muros del palacio iluminó una figura imponente que esperaba justo frente a mí.

— Bienvenida a casa, Damaris. -La voz del emperador Claude resonó en el aire, profunda y cargada de afecto-

Su silueta, recortada contra la tenue iluminación del patio, era majestuosa. Vestía con elegancia, pero su expresión irradiaba una calidez que contrastaba con su porte solemne. Detrás de él, Edmund y Thaddeus aguardaban, ambos con sonrisas leves pero cordiales que denotaban su respeto y aprecio. 

— Claude… -Logré decir, aún sorprendida por su presencia inmediata-

Él me ofreció su mano para ayudarme a bajar del carruaje. La tomé, sintiendo la firmeza de su agarre, y no pude evitar sonreír al ver cómo sus ojos reflejaban algo más profundo que formalidad.

Sin embargo, antes de que pudiera dar el primer paso, Claude hizo algo que no esperaba. Aún sosteniéndome suavemente, se inclinó con elegancia y se arrodilló frente a mí. El tiempo pareció detenerse mientras sacaba de su bolsillo un pequeño estuche de terciopelo azul. Sentí el aliento atraparse en mi garganta mientras lo abría con delicadeza, revelando un anillo exquisito con zafiros y diamantes, un diseño que parecía haber sido hecho pensando en mí. 

— Damaris… -Comenzó, su voz profunda ahora cargada de emociones- Hace meses, mandé a hacer este anillo con la esperanza de entregártelo cuando llegara el momento adecuado. Representa todo lo que siento por ti y el futuro que deseo construir juntos. 

Mis ojos, fijos en el suyo, comenzaron a llenarse de lágrimas mientras continuaba. 

— Sé que ya hemos hablado de nuestra unión, pero quería hacer esto como se debe. Damaris, ¿Me darías el honor de ser mi esposa y mi emperatriz? 

Por un instante, no pude hablar. La calidez en sus ojos y la sinceridad en su voz desbordaban cualquier expectativa que hubiera podido tener. Finalmente, recuperé el aliento y, con una sonrisa que no pude contener, respondí: 

— Claude… sí. Por supuesto que sí. 

Él deslizó el anillo en mi dedo con un cuidado reverente, y al levantarse, tomó ambas manos entre las suyas, sonriendo de una forma que pocas veces mostraba. 

— No imaginas cuánto significa esto para mí. -Susurró, antes de besar mi mano con un gesto lleno de ternura-

Los aplausos suaves de quienes nos rodeaban rompieron el momento. Edmund y Thaddeus intercambiaron miradas de aprobación, mientras Jessy y Annie luchaban por contener lágrimas de alegría.

— Espero que el viaje no haya sido muy agotador. Quisimos asegurarnos de que tu llegada fuera especial. -Dijo mientras me ayudaba a poner los pies en el suelo-

— Fue… más de lo que jamás habría imaginado. Las flores, la ciudad, y… tú aquí, esperándome. Es perfecto. -Respondí, todavía maravillada-

— Mi lady, el emperador insistió en supervisar personalmente los arreglos. -Edmund se adelantó con una inclinación de cabeza- Nada fue dejado al azar. 

Claude se encogió ligeramente de hombros, quitándole importancia, pero pude notar el leve rubor en sus mejillas.

— Quería que supieras lo importante que eres, no solo para mí, sino para todos aquí. 

— Lo he sentido… cada detalle, cada gesto. Gracias. -Dije sinceramente, mientras mis ojos se encontraban con los suyos-

Thaddeus, con su habitual tono tranquilo, intervino.

— El banquete está preparado, pero sabemos que probablemente quieras descansar un poco primero. 

— Sí, claro… aunque creo que necesitaré un momento para asimilarlo todo. -Respondí, mirando una vez más el patio lleno de flores-

Claude me ofreció su brazo para llevarme hacia el interior del palacio, y a medida que caminábamos, no podía evitar sentir que estaba comenzando un nuevo capítulo, uno donde cada detalle estaba impregnado de promesas y posibilidades.

Al cruzar el umbral de las imponentes puertas del salón, Damaris quedó brevemente deslumbrada por la magnificencia del lugar. Candelabros de cristal descendían desde un techo alto decorado con intrincados frescos que narraban antiguos triunfos imperiales. Las paredes, cubiertas con tapices en tonos dorados y plateados, reflejaban la luz cálida que llenaba el salón. Las mesas dispuestas con precisión matemática estaban adornadas con centros de mesa florales que parecían replicar el patio exterior, cargados de peonías blancas y lilas, y copas de cristal que brillaban bajo la iluminación.

Sin embargo, lo que realmente captó la atención de Damaris fueron los numerosos invitados que llenaban el salón. Eran rostros conocidos, miembros de la alta sociedad, nobles y comerciantes influyentes con los que había trabajado meticulosamente para fortalecer su posición. Al verla entrar, muchas conversaciones se detuvieron y una oleada de murmullos recorrió el lugar. Algunos se pusieron de pie como muestra de respeto, mientras otros alzaron sus copas en su dirección.

— ¡Damaris! Querida, qué visión tan encantadora. -La voz cálida de Lady Margot resonó mientras se acercaba, una mujer elegante con quien Damaris había negociado discretamente un acuerdo comercial que había fortalecido su red de aliados-

— Lady Margot, es un placer verte aquí. Me alegra que hayas podido acompañarnos esta noche. -Damaris respondió con una sonrisa sincera, tomando brevemente su mano enguantada como muestra de cortesía-

Otro grupo se acercó poco después. Lord Armand, un noble de renombre con vastas tierras en el este, avanzó con un gesto de admiración.

— Lady Damaris, debo decir que la capital nunca ha estado tan viva como hoy. Tu llegada ha transformado este lugar. 

— Lord Armand, siempre tan amable. Espero que esta noche sea una oportunidad para fortalecer aún más nuestra colaboración. Respondió Damaris, recordando las largas negociaciones que habían llevado a un acuerdo favorable para ambas partes.

Del otro lado de la sala, la mirada calculadora de Lady Beatrice la observaba con detenimiento antes de acercarse. Su voz tenía un matiz de respeto, aunque siempre mantenía cierto aire de rivalidad amistosa.

— Damaris, mi más sincera enhorabuena. El ambiente esta noche refleja perfectamente tu habilidad para reunir a las personas adecuadas. 

— Lady Beatrice, me alegra verte. Sabes tan bien como yo que las alianzas son la clave del éxito. Y tenerte aquí esta noche lo confirma. -Respondió Damaris con una leve inclinación de cabeza, manteniendo la compostura-

Mientras Claude permanecía a su lado, observando con una mezcla de orgullo y satisfacción, el joven Lord Etienne se acercó con una copa de vino en la mano.

— Lady Damaris, siempre es un honor verte. Mi familia todavía comenta sobre lo productiva que fue nuestra última reunión. Por lo que veo, todos aquí comparten el mismo pensamiento. 

— Lord Etienne, fue un placer trabajar con tu familia. Estoy segura de que los frutos de esa colaboración serán largos y prósperos. -Damaris respondió, su voz cargada de la diplomacia que la caracterizaba-

Claude finalmente interrumpió suavemente el círculo de nobles, colocándose junto a ella.

— Creo que no es necesario decirlo, pero estoy impresionado, Damaris. Has reunido aquí a una parte esencial de lo que hará grande a este imperio. 

Damaris sonrió, consciente de que no solo era un cumplido personal, sino también una confirmación de todo su esfuerzo y estrategia.

— No podría haberlo hecho sin tu apoyo, Claude. Este momento es el resultado de lo que podemos lograr juntos. 

La música comenzó a llenar el ambiente mientras los invitados regresaban a sus mesas, pero el aura de admiración hacia Damaris permanecía palpable en el aire. Aquella velada era mucho más que un banquete; era la consolidación de un poder cuidadosamente trabajado, un escenario donde cada detalle reforzaba el inicio de una nueva etapa.
























❨ Al día siguiente. ❩
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El amanecer trajo consigo un aire de solemnidad y celebración. La capilla, con su arquitectura imponente y sus vitrales que capturaban la luz dorada del sol matutino, estaba decorada con lirios y rosas blancas, símbolo de pureza y unión. Los bancos de madera relucían bajo la iluminación natural, y el suave murmullo de los invitados llenaba el espacio con una energía vibrante.

Astrid, con un porte elegante, y George, siempre sereno, avanzaron juntos hacia sus asientos reservados, intercambiando saludos con algunos conocidos mientras Cristophe los seguía, ajustándose nerviosamente el cuello de su atuendo formal. A pesar de su juventud, había en sus ojos un orgullo inquebrantable por su hermana.

El barón Barboun, con su clásico bastón ornamentado, ofrecía comentarios elogiosos sobre las decoraciones a Edmund, quien asentía con aire reflexivo. Cerca de ellos, Elisabeth y Connor estaban inmersos en una conversación animada, sus risas discretas suavizando la atmósfera formal.

Entre los invitados, los criados coordinaban los últimos detalles, asegurándose de que todo estuviera en orden. Las notas iniciales del órgano comenzaron a resonar suavemente, anunciando que la ceremonia estaba a punto de comenzar. Todas las miradas se dirigieron hacia la entrada principal, expectantes por la llegada de la protagonista de aquel día tan esperado.
























❨ En otro lado. ❩
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La habitación estaba impregnada de un aire sereno, con las cortinas ligeramente abiertas para permitir que entrara la luz suave de la mañana. Jessy acomodaba los pliegues del vestido mientras Annie sostenía el velo con manos cuidadosas.

— ¿Cómo te sientes, Dámaris? -Preguntó Jessy, fijando un broche en el corsé-

— Emocionada... y un poco nerviosa. -Dámaris se giró hacia el espejo, admirando cómo el vestido resaltaba la delicadeza y la fuerza que la caracterizaban-

— Bueno, nerviosa o no, estás deslumbrante. -Dijo Annie, ajustando el velo con una sonrisa cálida-

— Gracias a ustedes, claro. -Dámaris suspiró con una ligera risa-

En ese momento, un leve toque en la puerta interrumpió la conversación. Annie se acercó rápidamente y entreabrió la puerta, escuchando un mensaje que le fue susurrado al oído. Cerró de nuevo y regresó a Dámaris.

— Era un mensajero de su majestad. -Informó Annie con un tono tranquilo- Dice que todo está listo en la capilla y que está ansioso por verte.

Dámaris sonrió, un destello de emoción iluminando sus ojos.

—Gracias, Annie. Por favor, dile que pronto estaré allí.

Annie asintió y salió de la habitación mientras Jessy continuaba ajustando los últimos detalles del vestido.

— Parece que alguien está más nervioso que tú. -Bromeó Jessy, haciendo que Dámaris soltara una pequeña risa-

— Tal vez, pero eso lo hace encantador. -Respondió Dámaris con un brillo de ternura en su mirada-

Tras los últimos ajustes al vestido, Dámaris tomó un respiro profundo y se permitió un instante de calma frente al espejo. Su reflejo mostraba a una mujer radiante y serena, lista para enfrentar aquel momento tan especial. Jessy y Annie le dieron unas palabras de ánimo antes de abrir la puerta, dejando que Dámaris avanzara por el amplio pasillo del palacio, cuya arquitectura majestuosa parecía magnificar la importancia de la ocasión.

Al llegar a la salida principal del palacio, los rayos del sol iluminaban la escalinata, donde Claude ya esperaba de pie junto al carruaje. Vestía con elegancia, pero lo que verdaderamente destacaba era la expresión de asombro que cruzó su rostro al verla. Por un instante, su mirada se llenó de emoción, pero logró contener las lágrimas, transformándolas en una sonrisa cálida y genuina.

— Eres impresionante, Dámaris -Dijo con un tono bajo y suave, ofreciéndole su mano-

Dámaris sonrió con ternura, aceptando su mano mientras descendía los últimos escalones con elegancia. Claude la ayudó a subir al carruaje, sus movimientos llenos de cuidado y respeto. Una vez que ambos estuvieron acomodados, las puertas del carruaje se cerraron, y los caballos comenzaron a avanzar al sonido de las ruedas sobre los adoquines.

En otro carruaje, Jessy y Annie intercambiaban risas y comentarios emocionados, todavía maravilladas por la belleza de la novia y la majestuosidad de la ocasión.

Mientras tanto, en las calles de la capital, los ciudadanos se habían congregado a lo largo del recorrido. Exclamaciones de felicitación resonaban entre la multitud, y manos felices arrojaban pétalos de flores al paso del carruaje, cubriendo el camino con un tapiz de colores. Desde el interior del vehículo, Dámaris y Claude observaban en silencio, conmovidos por el entusiasmo genuino de su gente.

— Es hermoso... -Susurró Dámaris, sin apartar la mirada del espectáculo-

Claude asintió con una ligera sonrisa, su mano reposando sobre la de ella. Era un momento que no necesitaba palabras, porque todo estaba dicho en los gestos y las miradas.
























❨ En la capilla. ❩
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Al llegar a la capilla, el carruaje se detuvo con suavidad. Jessy y Annie bajaron primero del segundo carruaje y se apresuraron a asistir a Dámaris, cuidando la larga cola del vestido con esmero. Cada una sostuvo un extremo, asegurándose de que la tela se mantuviera impecable mientras Dámaris descendía. Claude le ofreció su mano una vez más, y juntos avanzaron hacia la entrada de la capilla.

El murmullo de los invitados cesó al verlos entrar. Las miradas se llenaron de asombro ante la elegancia de la pareja, irradiando un aura de unión y serenidad. Los pasos de Dámaris, acompañados por el suave susurro de su vestido, resonaban con un ritmo solemne mientras ella y Claude, de la mano, cruzaban el umbral de la capilla, dejando una impresión imborrable en todos los presentes.

Con pasos firmes, Dámaris y Claude avanzaron hacia el altar, mientras las notas solemnes del órgano resonaban en la capilla, llenando el aire de una emoción palpable. Los vitrales reflejaban los tonos cálidos del sol matutino, proyectando una sinfonía de colores sobre los invitados que los observaban con admiración y respeto. Jessy y Annie, con precisión y cuidado, se movían a cada paso, asegurándose de que la larga cola del vestido de Dámaris fluyera con elegancia.

Cristophe, desde su asiento, no podía ocultar su orgullo; sus ojos brillaban al ver a su hermana avanzar al lado de Claude. Astrid y George intercambiaron una mirada emocionada, ambos conscientes de que aquel momento representaba más que una ceremonia, era un símbolo de unión y esperanza.

Claude y Dámaris se detuvieron frente al altar, y el maestro de ceremonias comenzó a hablar con voz grave y ceremoniosa, dando inicio a los votos matrimoniales. Aunque las palabras del maestro llenaban el espacio, para Claude y Dámaris el mundo parecía reducirse a ese instante, a esa conexión invisible que se sentía en sus miradas.

— Prometo amarte, respetarte y estar a tu lado en cada paso de esta vida. -Dijo Claude con voz firme y cálida, mientras colocaba el anillo en el dedo de Dámaris. Sus palabras resonaron con una sinceridad que conmovió a todos los presentes-

Dámaris, con las manos ligeramente temblorosas, tomó el anillo y lo deslizó en el dedo de Claude.

— Y yo prometo ser tu apoyo, tu refugio y tu compañera fiel, en cada día que el destino nos conceda.

El maestro de ceremonias los declaró unidos en matrimonio, y un aplauso estalló en la capilla, acompañado por suspiros de emoción y sonrisas sinceras. Jessy y Annie, desde un lado, no pudieron contener unas discretas lágrimas de alegría, mientras Cristophe aplaudía con entusiasmo, olvidando por un momento su usual compostura.

A medida que la pareja salía de la capilla, los invitados los siguieron, esparciendo pétalos de flores a su paso. La ciudad, que había estado observando desde lejos, los recibió con la misma calidez y entusiasmo. Los ciudadanos se alinearon a lo largo del camino, aplaudiendo y vitoreando a los recién casados, deseándoles felicidad y prosperidad.

— Les echaré tanto de menos... pero sé que este viaje es importante para ustedes. -Dijo Jessy, con los ojos brillando de emoción, mientras abrazaba a Dámaris con fuerza- Prométanme que regresarán con historias que contar.

— Claro que sí, Jessy. Será como si nunca nos hubiésemos ido. -Respondió Dámaris con una sonrisa dulce y la calidez característica que tranquilizaba a quienes la rodeaban-

Annie, de pie junto a Jessy, tomó las manos de Dámaris y añadió con una leve sonrisa melancólica.

— Estaremos aquí cuidando todo. No se preocupen por nada, pero no tarden demasiado, ¿De acuerdo?

— Confío plenamente en ustedes dos. -Intervino Claude, dirigiéndoles una breve inclinación de cabeza como muestra de respeto, algo poco común pero sincero- Dámaris y yo sabemos que dejamos nuestras responsabilidades capaces.

Con ese último gesto, Jessy y Annie se retiraron, dejando espacio para que Dámaris y Claude se despidieran de sus familiares. Astrid fue la primera en acercarse, envolviendo a su hija en un abrazo lleno de amor.

— Mi niña, siempre he creído en tu fortaleza y en tu corazón. Sé que serás inmensamente feliz. -Susurró Astrid, conteniendo las lágrimas-

— Cuídense mutuamente. -Añadió George, mientras estrechaba a su hija con ternura antes de dirigirse a Claude- Confío en ti, Claude. Protege a mi hija como lo haré siempre en mi corazón.

Cristophe, visiblemente afectado pero manteniendo una fachada de compostura, miró a Dámaris con ojos que reflejaban tanto orgullo como preocupación.

— Hermana, recuerda que siempre estaré aquí para ti, sin importar lo lejos que estés. Sé feliz. -Dijo antes de abrazarla con fuerza-

Claude, con su característica serenidad, tomó un momento para inclinarse ligeramente hacia Cristophe, reconociendo su vínculo protector con Dámaris.

Finalmente, la pareja subió al carruaje imperial, decorado con los símbolos de Obelia, listo para llevarlos al lugar elegido para su luna de miel: Rosales de Lys, un paraíso escondido entre colinas doradas y bosques frondosos, conocido por sus jardines florales y aguas termales cristalinas. Este refugio, propiedad personal de Claude, era famoso por ser un lugar reservado para momentos íntimos y exclusivos.

Desde la ventanilla del carruaje, Dámaris observó cómo los rostros queridos de su familia y amigas se desdibujaban a medida que se alejaban. Claude, siempre atento, tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella.

— En Rosales de Lys, quiero que encontremos no solo descanso, sino también un inicio lleno de paz y amor para nosotros. -Dijo Claude con voz profunda y cálida, prometiendo mucho más de lo que las palabras podrían expresar-

Y así, el carruaje se dirigió hacia Rosales de Lys, cargando no solo los sueños de una pareja recién casada, sino también la promesa de un futuro lleno de felicidad compartida.






— - 🌷  - To be continue. . . ୭
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