
━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟰𝟵 」━━
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El sol vespertino se derramaba con delicadeza sobre la mansión Williams, tiñendo cada rincón de los salones con un cálido resplandor dorado mientras la tarde avanzaba. Fue en este escenario, pleno de serenidad, que Emiliano Duarte llegó a la residencia, portando en sus manos dos lienzos cuidadosamente protegidos, como si cargara tesoros de incalculable valor. Su vestimenta reflejaba una elegancia sencilla, discreta pero impecable, que hablaba de su carácter humilde y profesional. Y aunque Emiliano era conocido por su temple y su calma, esta ocasión tenía un significado distinto. No se trataba solo de un encargo más; los cuadros que traía simbolizaban algo mucho más profundo. El primero, el retrato familiar, era el reflejo de la esencia de una familia unida, pero el segundo, un obsequio especial, era su manera de rendir homenaje a las personas que habían despertado en él una inspiración inusual.
Al cruzar el umbral del vestíbulo principal, fue recibido por la presencia radiante de Damaris, quien parecía en perfecta sintonía con la calidez del entorno. Vestía un delicado vestido en tonos claros que acentuaba su elegancia innata. Su cabello recogido con cuidado dejaba escapar algunos mechones que enmarcaban su rostro con suavidad, y aunque los preparativos de su inminente boda debían ser exhaustivos, lucía tranquila y serena, como si ninguna preocupación lograra perturbarla. Esa misma gracia que siempre la caracterizaba envolvía cada uno de sus movimientos, infundiendo al momento un aire de bienvenida y calma.
Damaris lo saludó con una sonrisa cálida, su expresión iluminada por la misma luz que bañaba el salón. Sus palabras, ligeras pero llenas de cordialidad, invitaron a Emiliano a relajarse en medio de su nerviosismo, mientras ella, con esa naturalidad que parecía innata, irradiaba la confianza tranquila que hacía que cualquier visitante se sintiera como en casa. Y así, con una mezcla de respeto, orgullo y aprecio por el honor de haber trabajado para la familia Williams, Emiliano comenzó el momento que tanto había anticipado.
— Emiliano, qué alegría verte. -Dijo con una sonrisa, extendiéndole la mano en un gesto de bienvenida. Sus ojos brillaban con curiosidad al notar los lienzos que traía consigo- ¿Es hoy el gran día?
— Así es, señorita Williams. -Emiliano inclinó ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso, mientras ajustaba los lienzos en sus brazos- Estoy emocionado por mostrarle el resultado. Espero que cumpla con sus expectativas.
— Estoy segura de que lo hará. -Respondió ella con calidez- Vamos al salón. Allí tendremos suficiente espacio para verlo como se merece.
Damaris lo condujo con suavidad a través de los pasillos amplios y majestuosos de la mansión. Cada rincón parecía diseñado para transmitir calidez y sofisticación, desde los finos detalles en las molduras hasta los candelabros que pendían elegantemente del techo. El eco sutil de sus pasos resonaba en los corredores, mezclándose con el suave murmullo de una brisa que se filtraba a través de las ventanas abiertas, perfumada por los jardines exteriores.
Mientras avanzaban, Emiliano no pudo evitar notar la delicadeza con la que todo estaba dispuesto, desde los retratos familiares que adornaban las paredes hasta los arreglos florales que acentuaban el encanto del lugar. La luz dorada del atardecer se colaba a través de los ventanales, proyectando sombras alargadas que danzaban sobre los pisos de madera pulida, dando a la atmósfera un aire casi mágico.
Al llegar al amplio salón principal, el espacio se reveló luminoso y acogedor. Los grandes ventanales enmarcaban la vista del paisaje exterior, mientras la luz cálida llenaba cada rincón, reflejándose en los muebles de madera oscura y los detalles de bronce. Astrid y George, sentados cómodamente en un sofá tapizado con telas en tonos neutros, conversaban en voz baja. Sus gestos eran relajados, y la escena transmitía una serenidad palpable.
Cuando notaron la entrada de Damaris y Emiliano, ambos interrumpieron su charla y se pusieron de pie con elegancia. Había un brillo de curiosidad en sus miradas mientras sus rostros mostraban la cálida hospitalidad que siempre ofrecían a sus invitados. Emiliano sintió el peso leve pero significativo de su atención, y con un gesto respetuoso, asintió en señal de saludo mientras se preparaba para mostrar el fruto de su trabajo.
— ¡Emiliano! -Exclamó Astrid con una sonrisa amable- Qué bueno verte de nuevo. ¿Trajiste la obra maestra?
— Así es, señora Williams. -Él sonrió con modestia, colocando los lienzos cuidadosamente sobre una mesa cercana- Pero no es solo una. Además del retrato familiar, traje algo adicional como obsequio personal para la señorita Damaris. Consideré que este momento especial merecía algo más.
— ¿Un obsequio? -Damaris lo miró, sorprendida- Emiliano, no tenías que hacerlo...
— Es lo mínimo que podía hacer, señorita Williams. Su confianza en mi trabajo significa mucho para mí. -Respondió con sinceridad, mientras retiraba con cuidado el primer lienzo-
El salón entero se sumió en un silencio expectante cuando Emiliano, con movimientos cuidadosos y precisos, comenzó a retirar el fino paño que cubría el retrato. El leve roce de la tela al deslizarse revelaba lentamente la obra que había consumido horas de dedicación y talento. En cuanto el cuadro quedó expuesto, un aura de asombro envolvió a los presentes. Cada detalle hablaba por sí mismo: desde las delicadas sombras que daban profundidad a los rostros hasta los tonos cuidadosamente escogidos para reflejar la calidez del momento. Las pinceladas eran impecables, meticulosas, dando vida a cada figura del lienzo como si estuvieran a punto de moverse y hablar.
En el centro del cuadro, Astrid y George estaban retratados con una calma majestuosa. Había en sus expresiones una ternura discreta, una serenidad que parecía irradiar hacia todo el cuadro. Sus posiciones, cercanas pero sin esfuerzo, transmitían la fortaleza de su vínculo como el pilar de la familia. A su lado, Cristophe mantenía su característico aire serio. Su porte elegante y su mirada fija transmitían una madurez que desmentía su corta edad, logrando que su presencia dominara su lugar en el retrato. Su compostura, aunque sobria, no carecía de calidez, un matiz que Emiliano había logrado capturar con un detalle impresionante.
A un costado, Damaris irradiaba una luz propia, como si el cuadro se iluminara a partir de su figura. Su sonrisa ligera, discreta pero profundamente significativa, daba al retrato una armonía única. Había en ella un aire de seguridad y elegancia natural, una mezcla de fuerza y serenidad que parecía envolver a toda la composición. El vestido, los suaves reflejos en su cabello y la postura relajada pero cuidada hicieron que su imagen destacara con una vitalidad que resonaba en el corazón del espectador.
Cada elemento del retrato las líneas, las sombras, los colores y las expresiones contaba una historia. No era solo una pintura, sino una representación viva de la esencia de la familia Williams, de su unión y de las individualidades que la conformaban. El salón se mantuvo en completo silencio unos instantes, mientras los presentes absorbían la belleza y la profundidad del cuadro. Era evidente que Emiliano no solo había plasmado imágenes, sino que había capturado almas.
— Es... magnífico. -Murmuró Astrid, llevándose una mano al pecho mientras observaba el cuadro con emoción. George asintió, claramente conmovido-
— Capturaste a nuestra familia perfectamente, Emiliano. Es más de lo que esperaba. -Dijo George, su voz grave pero llena de gratitud-
— Es hermoso, Emiliano. -Damaris, mientras tanto, examinaba el cuadro con una sonrisa tranquila, pero sus ojos delataban cuánto significaba para ella- Realmente has logrado capturar no solo cómo nos vemos, sino quiénes somos como familia. Gracias.
— Me alegra que les guste. -El pintor inclinó la cabeza, complacido por la reacción- Pero hay algo más... -Dijo mientras se volvía hacia el segundo lienzo, aún envuelto- Este es mi obsequio personal. Quería honrar el vínculo especial que he observado entre usted y su hermano, señorita Williams. Espero que lo acepte como un pequeño tributo a esa conexión.
Damaris lo observó con atención, su mirada fija en los movimientos calculados de Emiliano mientras retiraba con cuidado la tela que cubría el segundo cuadro. El susurro del lienzo al deslizarse dejó una anticipación palpable en el aire, y en cuanto la pintura quedó completamente expuesta, un suave jadeo escapó de sus labios, su sorpresa y admiración reflejándose en sus ojos.
En el lienzo, Cristophe estaba retratado sentado con una postura impecable, su espalda recta y su semblante serio, mostrando la serenidad y la madurez que siempre lo caracterizaban pese a su corta edad. Su expresión, aunque reservada, transmitía un aire protector, casi vigilante, como si estuviera resguardando algo importante. A su lado, Damaris lo abrazaba ligeramente desde un costado, su rostro iluminado por una sonrisa genuina y alegre que contrastaba maravillosamente con la sobriedad de Cristophe. Sus ojos brillaban con calidez, y la forma en que inclinaba ligeramente la cabeza hacia su hermano mostraba un cariño fraternal profundo y sincero.
El cuadro parecía cobrar vida gracias al contraste entre las dos energías. Por un lado, la seriedad de Cristophe parecía anclar la escena, como una roca firme e inamovible; por otro, la calidez juguetona de Damaris irradiaba una ligereza que equilibraba perfectamente la composición. Emiliano había capturado algo más que simples figuras: había inmortalizado la dinámica especial entre los hermanos, creando una obra que no solo era visualmente hermosa, sino emocionalmente conmovedora. Cada pincelada parecía contar una historia, y el equilibrio entre las expresiones aportaba una profundidad que hacía que los observadores no pudieran apartar la mirada.
— Emiliano... -Susurró ella, claramente emocionada- Es... maravilloso. No sé qué decir.
— Yo sí. -Interrumpió Cristophe, que había entrado al salón en ese momento, atraído por la conversación. Observó el cuadro durante unos segundos antes de mirar al pintor con su habitual seriedad- Gracias, Emiliano. Creo que mi hermana se ve mejor de lo que merece, pero supongo que eso es parte de ser artista.
El comentario de Cristophe arrancó una risa suave de Damaris, esa risa ligera y melodiosa que tenía el poder de aligerar cualquier ambiente. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y afecto mientras lanzaba una mirada cómplice a su hermano menor, quien permanecía tan serio como siempre, aunque el leve movimiento de las comisuras de sus labios insinuaba que estaba completamente consciente de su ingenioso humor. Emiliano, por su parte, había llegado a entender las sutiles dinámicas entre los hermanos durante el tiempo que pasó trabajando con la familia. Reconociendo el característico humor seco de Cristophe, esbozó una sonrisa discreta, un gesto que mezclaba admiración por el joven y una ligera diversión por la situación. La escena, aunque sencilla, destilaba una calidez que hacía imposible no sentirse envuelto en la conexión especial que compartían.
— Fue un honor pintar esto, joven Cristophe. Aunque debo decir que su expresión fue un desafío único.
— Eso suena correcto. -Respondió Cristophe, haciendo que todos en el salón rieran suavemente-
Damaris se acercó a Emiliano, colocando una mano en su brazo con un gesto de genuina gratitud.
— Gracias por este regalo. Significa mucho para mí, más de lo que puedes imaginar. Ambos cuadros serán tesoros para nuestra familia.
Emiliano inclinó ligeramente la cabeza, un gesto respetuoso, pero también cargado de humildad y gratitud. En su interior, una ola de satisfacción lo envolvía al ver las emociones genuinas que sus obras habían despertado en la familia Williams. Había captado sus miradas de asombro, las sonrisas nostálgicas y las palabras sinceras de agradecimiento, y cada reacción alimentaba en él una sensación de logro que iba más allá del simple cumplimiento de un encargo.
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❨ En otro lado. ❩
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En el palacio, los pasillos normalmente majestuosos y serenos parecían ahora un hervidero de actividad, y en el centro del caos estaba Edmund. Caminaba con un ritmo frenético, casi atropellado, mientras sostenía una pila de documentos bajo su brazo, lo suficientemente gruesa como para intimidar incluso al más organizado de los asistentes. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol, marcando el compás de su incansable esfuerzo por mantener todo bajo control. Su voz, cargada de frustración, reverberaba por las paredes mientras daba instrucciones rápidas y precisas a los asistentes que lo seguían, algunos con mirada perdida, otros intentando mantener su compostura ante la avalancha de órdenes.
Edmund, siempre meticuloso, repasaba mentalmente cada detalle mientras hablaba. Desde la interminable lista de invitados que necesitaba ajustes de última hora, hasta los acuerdos diplomáticos que debían ser aprobados y enviados antes de la boda, todo recaía directamente sobre sus hombros. Cada tarea parecía más urgente que la anterior, y la presión se reflejaba en su ceño fruncido y los suspiros breves que soltaba entre frase y frase.
Caminando a su lado, como una sombra constante, estaba Thaddeus. Siempre fiel a su papel, sostenía otra pila de papeles igualmente imponente, pero su expresión permanecía tranquila, casi imperturbable. Sus pasos eran firmes y deliberados, equilibrando la agitación de Edmund con una paciencia inquebrantable. Asentía en silencio ante cada desahogo y queja, absorbiendo el torrente de palabras con una calma que podría haber sido exasperante para cualquier otro, pero que en ese momento era exactamente lo que Edmund necesitaba para no perder del todo la cabeza. Entre ambos, formaban un dúo que mantenía al borde del caos organizado el preludio a la boda más esperada del imperio.
— ¿Dónde está Claude? -Preguntó Edmund, su tono entre exasperado y cansado- No puedo manejar esto solo. ¡Él debería estar aquí para aprobar estas decisiones!
— Se fue. -Respondió Thaddeus con calma, como si el caos no lo afectara en absoluto- Dijo que tenía algo más importante que hacer.
— ¿Más importante que gobernar un imperio? -Edmund dejó escapar un gruñido, cerrando los ojos con fuerza por un instante- ¡Claro, porque su única prioridad ahora es Damaris!
Y efectivamente, Claude había alcanzado el límite de su paciencia. Incapaz de seguir soportando la creciente distancia emocional que lo separaba de su amada prometida, tomó la decisión de teletransportarse directamente a la mansión de los Williams. Aquel acto impulsivo era un reflejo de su intensidad; ya no podía aguantar otro segundo sin verla. Cada momento lejos de Damaris, especialmente con la ansiedad propia de la inminente boda, se sentía como una eternidad. Para Claude, estar junto a ella se había convertido en algo esencial, casi como respirar.
Al materializarse en el patio trasero de la mansión, fue recibido por una escena idílica. La brisa ligera acariciaba su rostro, trayendo consigo el dulce perfume de las flores que llenaban el jardín. Aquel entorno, tranquilo y cálido, debería haberle dado consuelo. Sin embargo, su atención se desvió instantáneamente hacia una escena que no esperaba encontrar. En el centro del patio, bajo la sombra de un árbol, Damaris estaba conversando animadamente con un hombre al que Claude no conocía. Había en su rostro una sonrisa luminosa que siempre lograba detener el tiempo para él, pero ahora esa sonrisa era dirigida hacia alguien más. Lo peor llegó cuando escuchó la risa de Damaris, clara y natural, una risa que lo desarmaba cada vez. Sintió una punzada punzante que reconoció de inmediato: celos.
Sus ojos celestes, normalmente serenos pero intensos, recorrieron rápidamente la figura del extraño. Sostenía un lienzo en sus manos mientras hablaba con Damaris, y aunque la interacción parecía profesional, la incomodidad se apoderó de Claude. Sus pensamientos se arremolinaron con preguntas que lo inquietaban: ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué captaba tan fácilmente la atención de Damaris?
Automáticamente, Claude enderezó su postura, adoptando una posición que irradiaba autoridad y firmeza. Su porte, ya de por sí imponente, se acentuó mientras su rostro adquiría la frialdad calculada que usaba en situaciones donde necesitaba tomar el control. Sin apartar la mirada de la escena, avanzó con pasos medidos hacia ellos. Cada zancada resonaba con frialdad, pero también con una determinación silenciosa que no podía ser ignorada. Era imposible no notar la tensión que traía consigo.
El primero en percatarse de la llegada de Claude fue Emiliano Duarte, quien, al girar la cabeza, se encontró con el emperador a pocos pasos de distancia. La expresión inicial de tranquilidad de Emiliano cambió casi de inmediato, dando paso a una mezcla de desconcierto y nerviosismo. Su instinto lo llevó a quedarse inmóvil por un momento, evaluando la presencia magnética y seria de Claude. Por su parte, Damaris tardó apenas unos segundos más en notar su llegada. Al girarse, sus ojos brillaron al reconocerlo, y su rostro se iluminó con una sonrisa cálida. Sin embargo, en cuestión de segundos, esa alegría inicial dio paso a una ligera preocupación al captar la rigidez en la postura de Claude y la intensidad de su mirada. Algo, evidentemente, no estaba bien.
— Claude. -Dijo ella, avanzando un par de pasos hacia él con una sonrisa ligera- No esperaba verte aquí tan pronto.
— Damaris. -Respondió él, su voz baja y cargada de seriedad mientras sus ojos verdes se posaban en Emiliano- ¿Quién es este hombre?
La firmeza en el tono de Claude era imposible de ignorar. Su voz, baja pero cargada de autoridad, marcaba un límite claro, y la intensidad en su mirada celeste enjoyada parecía atravesar cualquier intento de explicaciones casuales. Emiliano, sintiendo la presión invisible que emanaba de aquel hombre cuya presencia dominaba el espacio, reaccionó de inmediato. Con movimientos medidos y llenos de precaución, inclinó ligeramente la cabeza, un gesto que reflejaba tanto respeto como la necesidad de apaciguar cualquier tensión. Al mismo tiempo, sus manos sujetaban cuidadosamente el lienzo, como si temiera que cualquier descuido pudiera empeorar la situación. Había algo casi instintivo en la manera en que Emiliano modulaba su postura: deferente, pero sin perder la compostura profesional que lo caracterizaba. Cada pequeño gesto denotaba su intención de ser transparente y evitar malentendidos, reconociendo plenamente la autoridad de quien estaba frente a él.
— Su majestad, soy Emiliano Duarte. -Dijo con una voz tranquila, aunque el nerviosismo se filtraba en sus palabras- Tuve el honor de pintar el retrato familiar de la familia Williams. Hoy vine a entregarlo.
Claude dejó que su mirada celeste, afilada como un cuchillo, recorriera al hombre de pies a cabeza con una lentitud deliberada, evaluándolo en cada detalle. Desde la postura y el porte del extraño hasta la forma en que sujetaba el lienzo, ningún aspecto pasó desapercibido. Había en sus ojos una intensidad que no solo reflejaba autoridad, sino una búsqueda casi instintiva de algo, cualquier cosa, que pudiera justificar aquella proximidad con Damaris. Aunque su rostro permanecía tan estoico y frío como siempre, su interior era una tormenta de emociones. El ardor del celo, una sensación nueva para él, se arremolinaba en su pecho con una fuerza que le resultaba incómodamente incontrolable. Era una emoción que no había tenido que enfrentar antes, y aunque su dignidad lo mantenía firme, la lucha interna era innegable. Sus pensamientos eran rápidos, calculadores, cuestionando con insistencia qué derecho tenía este hombre para estar en aquel espacio, compartiendo con quien él consideraba su mundo entero. A pesar de todo, Claude mantuvo la máscara de serenidad que siempre lo caracterizaba, su orgullo rehusándose a dejar que su vulnerabilidad saliera a la superficie.
— Un pintor, ya veo. -Respondió, su tono monocorde, pero con un filo sutil que no pasó desapercibido. Luego, volvió la mirada a Damaris, como si esperara una explicación más detallada-
Damaris, siempre perceptiva, colocó una mano suave en el brazo de Claude, tratando de apaciguarlo.
— Emiliano nos ha entregado un trabajo excepcional. Además del retrato familiar, tuvo la amabilidad de obsequiarme otro cuadro como regalo de bodas. Eso es todo, Claude. No hay razón para preocuparse.
La sinceridad en sus palabras parecía tener un efecto calmante en él, aunque la punzada seguía ahí. Su mirada se suavizó apenas mientras la observaba, pero su atención volvió brevemente a Emiliano.
— Aprecio su dedicación, Emiliano. Espero que haya concluido su trabajo, porque mi prometida tiene asuntos más importantes que atender. -Dijo Claude, con la intención clara de finalizar la interacción-
— Por supuesto, su majestad. -Emiliano inclinó nuevamente la cabeza, tomando sus cosas con rapidez- Fue un honor servir a la familia Williams. Señorita Damaris, les deseo a usted y a su prometido toda la felicidad en su unión.
Con una inclinación final de respeto hacia Claude y un suave gesto de despedida hacia Damaris, Emiliano recogió con cuidado sus materiales. Cada uno de sus movimientos era medido, casi ansioso por abandonar el ambiente cargado de tensión que había surgido. Mientras caminaba hacia la salida, mantenía la compostura, aunque era evidente en la rigidez de sus hombros y la rapidez de sus pasos que se sentía aliviado de alejarse de la intensidad del emperador. La distancia creciente entre él y la pareja parecía disipar el peso que había sentido durante aquellos momentos.
Damaris observó cómo Emiliano se desvanecía más allá del umbral con una mirada tranquila, sus ojos siguiendo su figura hasta que desapareció de vista. Cuando finalmente se volvió hacia Claude, su rostro reflejaba una mezcla de ternura y ligera diversión. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que intentaba ser contenida, pero el destello en sus ojos delataba lo que realmente pensaba. Había algo profundamente encantador y, al mismo tiempo, divertido en el celo protector que Claude no se molestaba en disimular, y ella no podía evitar encontrarlo adorable, aunque no lo dijera directamente.
— Claude, ¿Estabas celoso? -Preguntó, su voz acariciando las palabras con suavidad-
— ¿Celoso? -Repitió él, enderezándose- No es celos, es… protección. No puedo evitar cuidar lo que es mío.
— Eres adorable cuando intentas justificarte. -Damaris sonrió, sin poder contener una pequeña risa- Pero sabes que no tienes nada que temer. Nadie más ocupa mi corazón, Claude. Es completamente tuyo.
Aquellas palabras, pronunciadas con la calma y sinceridad que solo Damaris podía transmitir, parecieron desmantelar cada capa de tensión que Claude había construido en su interior. Poco a poco, sus hombros, hasta entonces rígidos como si cargaran el peso del mundo, se relajaron en un gesto casi imperceptible pero profundamente revelador. La línea severa que había dominado su rostro se suavizó, y una leve curva se dibujó en sus labios, una sonrisa pequeña pero llena de significado.
Sin decir nada más, extendió sus brazos y la atrajo hacia él en un movimiento pausado pero firme, como si el simple acto de tenerla cerca pudiera devolverle la paz que tanto había ansiado. La envolvió en un abrazo que hablaba por sí solo, un gesto cargado de necesidad y devoción. La calidez de su presencia contra la de ella se convirtió en un refugio, una ancla que finalmente disipó las inquietudes que lo habían invadido momentos antes. Era como si, al estrecharla entre sus brazos, todo lo demás las dudas, los celos y las inseguridades se desvaneciera, dejando únicamente la certeza de que con Damaris, siempre estaba completo.
— No soporto la idea de que algo o alguien me aleje de ti. -Admitió en voz baja, apoyando la frente contra la suya-
— Y no lo harán. -Susurró ella, acariciando su mejilla con suavidad- Ahora, ¿Qué tal si aprovechamos este tiempo juntos antes de que regreses a tus deberes imperiales?
— Ellos sobrevivirán. -Claude rió suavemente, olvidando momentáneamente todo lo demás, perdido en el brillo de los ojos de su prometida, el único lugar donde encontraba paz-
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❨ En el patio trasero. ❩
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El patio trasero de la mansión Williams era un rincón sacado de un sueño, un verdadero refugio de serenidad. Las flores, en su máximo esplendor, exhibían vibrantes tonalidades que parecían haber capturado la esencia misma de la primavera. Su fragancia se esparcía suavemente por el aire, envolviendo el espacio en un perfume dulce y natural. La brisa, ligera y fresca, se deslizaba entre las ramas de los árboles, haciendo que las hojas susurraran con un ritmo apacible, casi como si cantaran una canción de fondo para la escena. Bajo la sombra de un majestuoso roble, la luz del sol se filtraba en pequeñas pinceladas doradas que acariciaban el suelo y creaban un ambiente cálido y acogedor, ideal para pasar una tarde juntos.
En el corazón de este paraíso, Claude y Damaris estaban sentados en una delicada mesa de hierro forjado, cuyo diseño elegante y sutil complementaba perfectamente el entorno natural. Sobre la mesa, una tetera de porcelana exquisitamente decorada humeaba, liberando un aroma que añadía una nota reconfortante al ambiente. Pequeños platos, cuidadosamente dispuestos, contenían galletas y frutas frescas, un acompañamiento sencillo pero ideal para la ocasión.
Damaris, siempre impecable en sus movimientos, tomaba la tetera con la gracia que la caracterizaba, vertiendo el té en las tazas con calma y precisión. Sus gestos transmitían una serenidad contagiosa, como si cada acción estuviera medida para aportar paz al momento. Mientras tanto, Claude la observaba en silencio, sus ojos celestes enjoyados reflejando una mezcla de admiración y calma. Por primera vez en días, la ansiedad que lo había acompañado parecía haberse disipado, reemplazada por la tranquilidad de estar junto a ella.
Cuando Damaris le ofreció una taza, lo hizo con una sonrisa ligera y esa calidez que siempre lograba derretir cualquier tensión. Claude aceptó el té, y al recibir la taza, sus dedos se rozaron brevemente, un gesto sencillo pero cargado de significado. Fue un instante que, aunque fugaz, encapsulaba perfectamente la conexión profunda que los unía, un recordatorio de que en ese oasis de tranquilidad, solo existían ellos dos y el amor que compartían.
— No puedo creer que hayas dejado todo en el palacio para venir aquí. -Dijo Damaris con una sonrisa divertida, llevándose la taza a los labios- Edmund debe estar al borde de un colapso.
— Edmund sobrevivirá. -Claude dejó escapar una risa suave, sus ojos celestes enjoyados brillando con una chispa de travesura- Además, ¿Qué es un poco de estrés comparado con la oportunidad de estar contigo? No podía esperar más.
— Eres incorregible, Claude. -Ella negó con la cabeza, aunque su sonrisa se ensanchó- Pero no puedo negar que me alegra que estés aquí.
Pasaron la tarde sumidos en una conversación animada, donde las formalidades y las preocupaciones quedaron olvidadas, reemplazadas por la calidez de momentos compartidos. Hablaron de los preparativos de la boda, que pronto uniría oficialmente sus vidas, riendo juntos ante los pequeños contratiempos y planificando con ilusión los detalles que harían de ese día algo memorable. Recordaron episodios del pasado, momentos que los habían marcado, entremezclados con sueños y esperanzas para el futuro que estaban construyendo.
Damaris, como siempre, desplegó su ingenio afilado y su particular sentido del humor, logrando arrancarle sonrisas genuinas a Claude, quien normalmente mantenía una fachada impenetrable. Pero en su presencia, era diferente. La seriedad característica del emperador se disipaba, y su risa, aunque discreta, brotaba espontánea, como si ella tuviera la llave para liberar esa parte de él que tan pocos conocían.
En un momento, Cristophe pasó brevemente por el patio, su figura impecablemente compuesta como era habitual. Desde una distancia prudente, observó a su hermana y a Claude compartiendo aquel momento de serenidad, y aunque no dijo nada, en su rostro apareció una ligera sonrisa, un gesto sutil que expresaba su afecto silencioso antes de decidir dejarlos disfrutar de su tiempo juntos.
Por su parte, Claude no podía apartar la mirada de Damaris. Cada pequeño gesto suyo parecía atrapar toda su atención: cómo sus labios se curvaban en una risa ligera, cómo sus ojos brillaban al recordar algo querido, o cómo se inclinaba ligeramente al hablar, con esa gracia innata que era única en ella. Cada palabra que pronunciaba le daba una certeza que no necesitaba más pruebas: Damaris era su refugio, su ancla en un mundo que a menudo parecía estar hecho de incertidumbre. En esos momentos, nada más importaba. Todo lo demás se desvanecía, convirtiéndose en un ruido de fondo lejano.
Sin embargo, el día inevitablemente comenzó a transformarse en tarde. El sol comenzó su lento descenso, pintando el cielo con tonos de naranja, rosado y dorado que se reflejaban en las hojas de los árboles y en los contornos del rostro de Damaris. Era un recordatorio suave pero ineludible de que el tiempo avanzaba. Claude sabía que el deber lo llamaba, que debía regresar al palacio, pero la idea de separarse de ella, aunque solo fueran unas horas, le resultaba insoportablemente amarga. Cada segundo con Damaris era un regalo que no estaba dispuesto a soltar fácilmente. Aun así, el momento de partir se aproximaba, y con ello, el peso de la distancia que tendría que soportar hasta que pudiera volver a estar junto a ella.
— Es hora, ¿Verdad? -Preguntó Damaris, su voz suave pero con un toque de melancolía-
— Sí, pero no quiero irme. -Claude asintió, dejando la taza sobre la mesa y levantándose-
— Volverás pronto. -Ella se acercó a él, colocando una mano en su pecho, justo sobre su corazón- Y cuando lo hagas, será para quedarte conmigo para siempre.
— No hay nada que desee más en este mundo que eso. -Él la miró con intensidad, sus ojos celestes enjoyados reflejando la luz del atardecer-
Sin mediar palabra, Claude la atrajo hacia él con un movimiento firme pero lleno de delicadeza, como si el simple acto de acercarla fuera una necesidad ineludible. Sus ojos celestes, intensos y enjoyados, se fijaron en los de Damaris por un instante que pareció eterno, cargado de emociones que no necesitaban ser dichas. Entonces, inclinándose hacia ella, sus labios se encontraron en un beso que trascendía lo físico. Fue un beso lleno de pasión contenida, de promesas silenciosas y de una devoción que parecía envolverlos por completo.
La urgencia en el gesto hablaba de la conexión profunda e inquebrantable que compartían, una unión que no podía ser rota por el tiempo ni la distancia. En ese instante, el mundo alrededor pareció detenerse. El susurro de la brisa, el canto lejano de los pájaros, incluso la luz del atardecer que los envolvía, todo quedó en segundo plano, como si el universo entero se hubiera detenido para honrar ese momento.
Cuando finalmente se separaron, Claude no rompió el contacto por completo. Su mano se deslizó con suavidad hasta la mejilla de Damaris, acariciándola con una ternura que contrastaba con la intensidad del beso. Sus dedos trazaron un camino delicado, como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro, mientras sus ojos permanecían fijos en los de ella, reflejando todo lo que no podía expresar con palabras. En ese gesto, había tanto amor como en el beso mismo, un recordatorio de que, para él, Damaris era su todo.
— Te amo, Damaris. Más de lo que las palabras pueden expresar.
— Y yo a ti, Claude. -Respondió ella, su voz apenas un susurro-
Con un último vistazo lleno de emociones contenidas, Claude se apartó apenas unos pasos de Damaris, aunque sus ojos celestes enjoyados permanecieron fijos en los de ella. Su expresión era una mezcla de seriedad y algo que podría describirse como melancolía; no quería irse, pero sabía que el deber lo llamaba. Lentamente, levantó una mano, sus movimientos firmes pero elegantes, reflejando el control absoluto que poseía sobre su magia. Alrededor de su mano, una sutil energía comenzó a manifestarse, como un resplandor ondulante que crecía en intensidad. La luz que emanaba era etérea, casi celestial, bañando su figura con un resplandor fugaz pero imponente.
En un instante, la magia alcanzó su clímax, y con un destello brillante que pareció iluminar incluso los rincones más oscuros del patio, Claude desapareció. El aire quedó en silencio por un momento, como si el espacio mismo estuviera procesando su partida. Donde él había estado, quedaba un suave eco de su presencia, como si el jardín aún sintiera su energía. La brisa pareció detenerse brevemente, y Damaris, de pie bajo la sombra del árbol, se quedó observando el lugar vacío, sus pensamientos centrados en él, con la certeza de que, aunque físicamente lejos, siempre estaría con ella.
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❨ En el palacio imperial. ❩
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En el palacio imperial, Edmund permanecía firme en el centro del salón principal, rodeado de documentos apilados en mesas y un murmullo constante de asistentes que iban y venían apresurados. Su postura era rígida, como si estuviera sosteniendo el peso de todas las responsabilidades acumuladas en el día, y su rostro reflejaba claramente la tensión. Su ceño fruncido y la ligera contracción de sus labios delataban un estado de ánimo que oscilaba entre el agotamiento y la exasperación. Los gestos rápidos de sus manos al señalar papeles o dar órdenes revelaban su intento de mantener el control, aunque claramente estaba llegando al límite de su paciencia.
Justo cuando el ruido de la actividad parecía alcanzar su punto máximo, un destello de luz llenó el salón, abrupto pero imponente. Todos los presentes se detuvieron por un breve instante, y cuando la figura de Claude se materializó en el centro de la sala, la energía del lugar cambió de inmediato. El emperador apareció con la calma y la compostura que lo caracterizaban, su porte impecable y su semblante tranquilo en marcado contraste con el caos que lo rodeaba.
Edmund, quien había estado al borde de una explosión de frustración, soltó un largo suspiro al verlo. Su alivio por la llegada de Claude era evidente, pero estaba mezclado con una frustración palpable. Sus hombros cayeron ligeramente mientras lo miraba, como si el simple acto de ver al emperador le permitiera liberar parte de la presión que había cargado durante todo el día. Aunque no dijo nada de inmediato, la intensidad en sus ojos y el gesto fatigado de su rostro hablaban por sí mismos. Era un alivio tener a Claude finalmente allí, pero también un recordatorio de cuánto tiempo había estado ausente, dejando a Edmund con la ardua tarea de lidiar con todo por su cuenta.
— ¡Por fin! -Exclamó Edmund, lanzándole una mirada severa- ¿Sabes todo lo que he tenido que manejar mientras tú estabas... desaparecido?
— Gracias por encargarte de todo, Edmund. -Claude, con una calma imperturbable, simplemente sonrió ligeramente- Sabes que siempre puedo contar contigo.
Edmund lo fulminó con la mirada, sus ojos cargados de reproche y agotamiento acumulado, como si intentara transmitir todo lo que sentía en ese instante sin necesidad de palabras. Su postura tensa y el leve temblor en sus manos, todavía sujetando una pila de documentos, dejaban claro que estaba al borde de la exasperación. Sin embargo, antes de que pudiera articular la reprimenda que evidentemente tenía en la punta de la lengua, Claude, con su característico aplomo, ya había girado sobre sus talones.
El emperador comenzó a caminar hacia sus aposentos con pasos tranquilos, como si el peso del caos que reinaba en el salón no fuera más que un murmullo distante. Su porte relajado y su expresión imperturbable contrastaban marcadamente con la energía frenética que emanaba de Edmund. Mientras avanzaba por el pasillo, la imagen de Damaris seguía ocupando su mente, la calidez de su presencia y el recuerdo del beso apasionado que habían compartido aún resonaban en él como un eco que no estaba dispuesto a abandonar.
Para Claude, todo lo demás, incluyendo la montaña de preocupaciones y responsabilidades que Edmund llevaba sobre sus hombros, podía esperar. Damaris era su prioridad, y la certeza de que pronto estarían juntos de manera permanente llenaba su pecho de tranquilidad y determinación. Atrás, en el salón, Edmund dejó escapar un suspiro profundo y pesado, inclinando ligeramente los hombros como si la agotadora jornada que había cargado comenzara a pasarle factura. Miró hacia la puerta por donde Claude había desaparecido, su frustración aún evidente, pero sin encontrar en sí mismo la energía para protestar más. A pesar de su descontento, sabía que el emperador tenía su mente en otro lugar, en alguien más importante, y aunque no lo admitiera, comprendía que, al menos por ese día, nada podría cambiar eso.
— Claude, no puedo con esto ni un segundo más. Toda esta responsabilidad... ¡es tu boda! -Protestó Edmund, gesticulando hacia la pila de papeles y listas interminables-
Claude mantuvo su característico porte sereno, esa calma casi inquebrantable que parecía envolverlo en un aura de autoridad natural. Sin decir una palabra, simplemente asintió con un gesto sutil, pero cargado de significado. Aunque el movimiento fue mínimo, emanaba una presencia imponente que hacía imposible ignorarlo. Sus ojos celestes, brillando como gemas preciosas, reflejaban emociones cuidadosamente contenidas: un leve destello de agradecimiento, como si reconociera el esfuerzo ajeno, pero también un desinterés calculado, propio de alguien que siempre estaba un paso por delante y sabía exactamente dónde dirigir su atención. Era como si, en ese instante, Claude lograra expresar todo lo necesario con tan solo una mirada, reafirmando su posición sin necesidad de palabras ni gestos exagerados. Su mera presencia hablaba por él.
— Te lo agradezco, Edmund. Realmente. Haces que todo esto sea mucho más llevadero. -Dijo con voz tranquila, pero sin comprometerse a asumir una sola de las tareas que estaban sobre los hombros de su asistente-
Edmund lo miró, exasperado y sin palabras por un momento, antes de finalmente sacudir la cabeza y rendirse.
— Por supuesto, majestad. Supongo que alguien tiene que hacerlo.
Con un suspiro resignado, Edmund dejó caer los documentos sobre una mesa cercana, claramente indicando que él mismo se encargaría de revisarlos más tarde.
— Yo me quedaré y terminaré esto. Pero, Claude, espero que después de la boda recuperes tus prioridades.
Claude, ahora ligeramente entretenido por el drama de Edmund, le dedicó una leve inclinación de cabeza antes de hablar.
— Mi prioridad está clara, Edmund, y por ahora, se llama Damaris. Buenas noches.
Sin añadir una palabra más, Claude giró sobre sus talones con la elegancia tranquila que lo caracterizaba. Su andar era seguro, cada paso deliberado y firme, reflejando la inquebrantable confianza de un hombre acostumbrado a manejar lo extraordinario con serenidad. Había enfrentado guerras, tomado decisiones que moldearon el destino de naciones, y soportado tensiones diplomáticas de enorme magnitud, todo sin perder la compostura. Comparado con esos desafíos, el caos organizado que dejaba atrás no era más que un susurro insignificante, una distracción pasajera que no merecía más de su atención.
Al llegar a sus aposentos, cerró la puerta detrás de él con un movimiento pausado, dejando que el suave chasquido del mecanismo marcara un punto final al tumulto del día. Sus hombros, normalmente erguidos por el peso de la responsabilidad, se relajaron ligeramente. Se quitó la chaqueta formal con movimientos fluidos, dejándola caer sobre un sillón cercano, y con ella, parecía despojarse también de las tensiones acumuladas. El aire en la habitación era fresco y silencioso, ofreciendo un respiro que contrastaba con el frenesí del palacio.
Claude dejó escapar un suspiro profundo, casi inaudible, mientras se dejaba caer sobre la cama con una elegancia que nunca abandonaba, incluso en los momentos más mundanos. Aunque físicamente no sentía agotamiento, el torbellino emocional de los días previos a la boda comenzaba a hacer mella en él. Los preparativos, las expectativas y, sobre todo, el ardor de estar lejos de Damaris lo habían mantenido en un constante estado de inquietud.
Por unos minutos, permitió que su mente divagara, regresando al patio trasero de la mansión Williams. Las imágenes eran vívidas: la cálida luz dorada del atardecer, la suave risa de Damaris resonando en el aire, y la promesa implícita en cada mirada que compartieron. Recordar esos momentos le trajo una sensación de calma incomparable. La calidez de su sonrisa y la ligereza de su compañía actuaban como un bálsamo que disipaba cualquier rastro de estrés que pudiera haberse infiltrado en su corazón.
Con el eco de esa risa aún vibrando en su mente, Claude cerró los ojos, dejando que el cansancio emocional se desvaneciera poco a poco. El caos del día podía esperar. Había algo reconfortante en saber que, al menos por esa noche, podía descansar con la certeza de que pronto, ella y él estarían juntos de manera inquebrantable. Sus pensamientos se calmaron, y el sueño lo reclamó con la tranquilidad de quien, por un breve momento, ha encontrado la paz.
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— - 🌷 - To be continue. . . ୭
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