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━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟯𝟰 」━━







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Esta mañana, durante el desayuno en el living, me senté en mi lugar habitual, disfrutando del aroma del café recién hecho y del crujido del pan tostado. Mientras saboreaba una taza de té, no pude evitar escuchar la conversación de mis padres sobre Simone, aunque nuestros sentimientos mutuamente adversos siempre han sido un tema delicado en la familia.

— George, me preocupa que no hayamos escuchado mucho de Simone desde que se mudó con Asterophe. -Comentó mi madre, Astrid, con una ligera tensión en su voz-

— He escuchado rumores sobre la distancia en su matrimonio y su estado emocional. -Respondió mi padre, George, con preocupación- También sé que está embarazada de casi cuatro meses. Amelia me ha estado escribiendo cartas, y parece que Simone no está lidiando bien con su condición.

Noté el fruncir de ceño de mi madre al escuchar el nombre de Simone, lo cual no me sorprendió considerando que siempre ha tenido sus sospechas sobre su participación en la desaparición de Christophe. Me mantuve en silencio, concentrada en mi taza de té.

— Simone siempre ha sido propensa a dramatizar sus situaciones. -Intervine finalmente, mi tono frío- No podemos fiarnos únicamente de los rumores.

— Asterophe es un hombre honorable, pero me pregunto cómo se están adaptando a su nueva vida juntos. -Continuó mi padre, tratando de calmar la tensión en el aire-

— Me dijeron que Asterophe ha hecho todo lo posible para asegurarse de que ella esté cómoda. -Agregó mi madre, su voz teñida de escepticismo- Aunque no puedo dejar de pensar en lo que puede haber hecho.

Asentí ligeramente, manteniendo mis propios sentimientos a raya. Era difícil simpatizar con alguien que, para mí, representaba una amenaza constante. Sabía que mi padre solo quería lo mejor para todos, pero mi madre y yo compartíamos la misma desconfianza hacia Simone.

— Simone siempre ha sido capaz de adaptarse a cualquier situación. -Dije, ocultando mis verdaderos sentimientos- Estoy segura de que está manejando todo con su habitual gracia y determinación.

— Debemos estar atentos a cualquier noticia y asegurarnos de que Amelia nos mantenga informados. -Dijo mi padre- Aunque esté lejos, seguimos siendo una familia unida.

El resto del desayuno transcurrió en un ambiente tenso y silencioso. La preocupación por Simone seguía presente, pero también había una certeza de que, sin importar la distancia, los lazos familiares y nuestras desconfianzas siempre nos mantendrían alertas. Mientras terminaba mi desayuno, me sentí agradecida por la fortaleza de mi familia y decidida a mantenernos unidos frente a cualquier adversidad.

Decidí que era el momento de cambiar la conversación y centrarme en la información vital que el barón Barboun me había proporcionado. Con una mirada seria y decidida, tomé un sorbo de mi té antes de hablar.

— Padre, madre, hay algo más que necesito discutir con ustedes. -Dije, mi voz firme-

Mis padres me miraron con curiosidad, y pude ver cómo la preocupación volvía a sus rostros. Saqué un mapa cuidadosamente doblado que había traído conmigo y lo extendí sobre la mesa, señalando una pequeña ubicación que el barón Barboun había marcado.

— Gracias a la ayuda del barón Barboun, hemos podido localizar una posible ubicación donde Christophe podría estar retenido. -Expliqué, mi dedo señalando el punto en el mapa- Es en una región al norte del ducado. Necesitamos actuar rápidamente.

Mi padre, el duque George, se inclinó hacia adelante, observando el mapa con atención. La seriedad en su rostro reflejaba la importancia de la situación.

— ¿Qué propones, Damaris? -Preguntó, su voz llena de determinación-

— Necesito un par de caballeros de los que protegen los terrenos del ducado para ir a buscar a Christophe. -Respondí con confianza- También debemos arrestar a la posible culpable que lo tiene cautivo para poder interrogarla y obtener más información.

Mi madre, Astrid, asintió lentamente, comprendiendo la urgencia de mis palabras. Mi padre intercambió una mirada de aprobación conmigo y luego se volvió hacia mi madre.

— Damaris tiene razón. Debemos actuar ahora y con firmeza. -Dijo el duque George, su tono decidido- Le proporcionaré los caballeros necesarios para esta misión.

— Solo prométenos que te cuidarás, querida. -Agregó mi madre, su voz llena de preocupación maternal- No queremos que te pongas en peligro innecesariamente.

Asentí, sintiendo una oleada de gratitud por el apoyo de mis padres.

— Prometo ser prudente y cuidar de todos nosotros. -Respondí, agradecida por su confianza-

Con la aprobación de mis padres, nos sumimos en la planificación detallada de la misión. Mientras delineábamos las estrategias y preparativos, sentí un renovado sentido de propósito. Sabía que el camino sería arduo, pero con la determinación y el apoyo de mis seres queridos, estaba preparada para enfrentar cualquier obstáculo y traer a mi hermano de vuelta a casa.
























❨ En otro lado. ❩
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En un pequeño condado cerca de las fronteras de Obelia, se erigía una diminuta cabaña al borde del denso bosque. La modesta vivienda, de madera envejecida y techos bajos, exhalaba una atmósfera oscura y opresiva. Dentro de sus paredes, vivía una mujer llamada Elara junto a un niño rubio de ojos verdes llamado Cedric. La cabaña, aunque sencilla, parecía resonar con los murmullos de los árboles y el crujir del suelo bajo los pasos constantes de los dos habitantes.

Elara, con sus ojos siempre atentos y una expresión endurecida por la codicia, mantenía un aura de tensión constante en el aire. Utilizaba al pobre Cedric para trabajar incansablemente, obligándolo a ganar dinero que ella misma se embolsaba con avidez. A pesar de los esfuerzos del niño, Cedric sufría una hambre permanente, sus mejillas pálidas y cuerpo delgado eran testigos mudos de su lucha diaria por una simple porción de comida. La supuesta tía lo mantenía en un estado de desnutrición severa, arrebatándole incluso los escasos ahorros que lograba conseguir.

Aquella mañana, el sol apenas lograba filtrarse a través de las ventanas cubiertas de polvo, cuando una discusión feroz estalló entre ellos. Cedric, con ojos resplandecientes de desesperación, había encontrado un pedazo de pan y, decidido a calmar su estómago vacío, intentaba comerlo. Pero Elara, con un rostro severo y manos firmes, sujetaba el pan con fuerza. Sus dedos huesudos temblaban mientras intentaba arrebatar el alimento de las manos del niño, rehusándose rotundamente a compartir lo que consideraba suyo. La escena, bañada en luz tenue y sombra, encapsulaba la lucha constante y silenciosa entre la inocencia desesperada de Cedric y la implacable avaricia de Elara.

— ¡Dámelo! -Exigió Cedric, sus ojos verdes brillando con desesperación- ¡Tengo hambre, Elara!

— ¡No! Este pan es mío y no lo compartiré contigo -Respondió Elara con frialdad, sosteniendo el pan con ambas manos- Aprende a ganártelo, Cedric.

El niño, enfurecido por la injusticia, lanzó un grito de desesperación mientras trataba de arrancar el pan de las manos de Elara. Su pequeño cuerpo temblaba con el esfuerzo, sus manos sudorosas aferrándose al trozo de alimento como si su vida dependiera de ello. Pero su fuerza no era suficiente, los dedos esqueléticos de Elara sujetaban el pan con una ferocidad implacable.

La escena se convirtió en un torbellino de movimiento: Cedric tirando del pan con todas sus fuerzas, su rostro retorcido en una mueca de pura determinación y desamparo. Elara, con los labios apretados y los ojos llameantes de avaricia, lo mantenía fuera de su alcance, moviéndolo con agilidad para evitar que el niño lo alcanzara. La lucha continuó, las sombras de sus cuerpos danzando en las paredes de la cabaña mientras la luz del sol, débil y distante, apenas iluminaba el conflicto desesperado.

— ¡No es justo! -Gritó Cedric, sus lágrimas comenzando a brotar- ¡Solo quiero un pedazo!

— La vida no es justa, Cedric. -Replicó Elara con dureza- Debes aprender a sobrevivir por ti mismo.

Finalmente, en un momento de desesperación, Cedric se desplomó en el suelo, su cuerpo temblando por el agotamiento y sus sollozos resonando en la cabaña. Lágrimas de impotencia surcaban sus mejillas, mientras su aliento se convertía en jadeos irregulares. Elara, todavía aferrada al pan con mano firme, lanzó una mirada de desprecio al niño. Sus ojos fríos y endurecidos reflejaban una falta total de compasión. Sin más, giró sobre sus talones y se alejó, dejando a Cedric sumido en su sufrimiento.

— Que Dios nos libre confesados. -Murmuró Cedric, su voz quebrada por el llanto, mientras veía cómo Elara se marchaba con el pan en la mano, dejando a Cedric con un vacío en el estómago y en el corazón-

Justo en ese momento, se escuchó un fuerte golpe en la puerta. Elara, molesta por la interrupción, se dirigió a abrirla. Al momento de hacerlo, se encontró frente a Damaris. El semblante de Damaris cambió al ver a su hermano tirado en el suelo, sollozando. En un instante de ira, apretó sus puños con tanta fuerza que se lastimó hasta sangrar. Su mirada asesina se dirigió hacia Elara, quien estaba visiblemente asustada.

Elara reconoció de inmediato a Damaris como pariente del niño. La mirada desafiante y los rasgos similares entre Damaris y Cedric eran inconfundibles. La presencia de Damaris, llena de determinación y furia, hizo que Elara retrocediera, temiendo las consecuencias de sus actos.

Damaris avanzó lentamente hacia su hermano, sus ojos nunca desviándose de Elara. La ira y el dolor se mezclaban en su expresión, mientras se inclinaba para ayudar a su hermano a levantarse. Elara, paralizada por el miedo, no pudo hacer más que observar, consciente de que su codicia y crueldad habían llegado a un punto de no retorno.

Desde ese momento, Damaris tomó el control de la situación con determinación. Sin perder tiempo, ordenó a sus guardias que retuvieran a Elara. La codicia y crueldad de la mujer no quedarían impunes.

— Guardias, retengan a esta mujer. -Ordenó Damaris, su voz firme y autoritario- Que no se mueva ni un centímetro. Llévenla a la prisión del ducado y tortúrenla hasta que confiese todo.

Mientras los guardias se encargaban de Elara, Damaris se dirigió a su hermano menor, Cristophe, a quien Elara llamaba Cedric. Con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de emoción, se arrodilló junto a él y lo abrazó con fuerza. Sus brazos envolvieron al niño con una intensidad que reflejaba su amor y alivio, sus lágrimas cayendo libremente sobre el cabello rubio de Cristophe. La conexión entre los dos, tan palpable, trajo un momento de ternura en medio del caos. Damaris, con la voz quebrada por la emoción, susurró palabras de consuelo y promesas de protección, mientras sentía el latido rápido del corazón de su hermano menor contra el suyo.

— Cristophe, mi pequeño... -Susurró Damaris, su voz quebrada por la emoción- Te he encontrado, gracias a Dios.

Cristophe, aún sollozando, se aferró a su hermana con desesperación. Al sentir el calor y la seguridad del abrazo de Damaris, sus sollozos se hicieron más intensos. El niño, quien había soportado tanto sufrimiento y privaciones, finalmente se permitió liberar todas sus emociones contenidas. Su pequeño cuerpo temblaba en los brazos de Damaris, cada sollozo parecía arrancar un pedazo de su tristeza acumulada. Las lágrimas corrían libremente por sus mejillas, mientras su pecho se agitaba con cada nuevo llanto. En ese abrazo, Cristophe encontró un refugio, un remanso de seguridad que le permitió dejar salir todo el dolor y miedo que había guardado dentro de sí.

— No entiendo... ¿Quién eres? -Preguntó Cristophe, su voz temblorosa y llena de miedo- ¿Por qué me llamas Cristophe? Mi tía Elara es la única familia que tengo.

El dolor en el rostro de Damaris fue evidente, pero sabía que debía mantenerse fuerte por su hermano. Acarició con ternura la cabeza de Cristophe, tratando de calmarlo.

— Soy tu hermana, Damaris. Tú eres mi hermano, Cristophe. -Dijo con suavidad- Hemos estado buscándote durante tanto tiempo. Elara no es tu verdadera tía, ella te ha mantenido aquí a base de mentiras y crueldad.

Cristophe, sumido en sollozos y confusión, se aferró con desesperación a Damaris. Su mente, aún nublada por el miedo y la desesperación que habían dominado su vida, luchaba por comprender las palabras de su hermana. Sin embargo, a medida que sentía la calidez y la seguridad que ella le transmitía, esos oscuros sentimientos comenzaban a desvanecerse lentamente. La angustia y el terror que habían sido su constante compañía empezaban a ceder ante la promesa de protección y amor que emanaba del abrazo de Damaris. Cristophe, aún llorando, encontró en los brazos de su hermana un refugio donde por fin podía empezar a sentir esperanza y alivio.

— Te llevaré a casa, Cristophe. Estás a salvo ahora. -Prometió Damaris, susurrando palabras de consuelo- Poco a poco te ayudaremos a recordar quién eres y lo mucho que significas para nosotros.

Con Cristophe protegido en sus brazos, Damaris se incorporó con firmeza y avanzó hacia el carruaje. Al subir con su hermano, su voz resonó con autoridad al ordenar a sus guardias que escoltaran a Elara a la prisión del ducado. La determinación en sus ojos dejaba claro que la justicia, finalmente, se haría presente.

— Llévenla a la prisión y asegúrense de que no escape. -Dijo Damaris, su mirada asesina dirigida a Elara- Tortúrenla hasta que confiese todo.

Elara, aterrorizada, fue arrastrada por los guardias, sus gritos de protesta sofocados por el temor. Mientras tanto, Damaris subía al carruaje, sosteniendo a Cristophe con firmeza y ternura. Durante todo el trayecto hacia la residencia, Cristophe se mantuvo en un silencio profundo, aferrándose desesperadamente a su hermana, la primera persona que le mostró amabilidad. Su cuerpo temblaba incontrolablemente y no pronunciaba palabra alguna. Damaris, consciente del trauma que su hermano menor había sufrido, se esforzaba por no incomodarlo más, buscando maneras de aliviar su miedo y brindarle consuelo en cada gesto y susurro.

— No te preocupes, Cristophe. Estás a salvo conmigo. -Le susurró Damaris mientras lo abrazaba con cariño- Nadie te hará daño. Estoy aquí para protegerte.

Cristophe asintió ligeramente, aferrándose aún más a Damaris. Sus palabras le brindaron un poco de consuelo, aunque su mente seguía llena de confusión y miedo.
























❨ En la residencia. ❩
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Al llegar a la residencia, Damaris descendió del carruaje con Cristophe en sus brazos. Astrid y George, sus padres, los recibieron con lágrimas en los ojos, asombrados y emocionados por la inesperada aparición de su hijo perdido. Sin embargo, Cristophe no dejó de aferrarse a Damaris, temeroso y reacio a ver a sus padres, temiendo que pudieran volver a lastimarlo. La conmoción y el miedo seguían presentes en su pequeño cuerpo, mientras Damaris lo mantenía cerca, intentando transmitirle seguridad y tranquilidad.

— ¡Cristophe! -Exclamó Astrid con lágrimas en los ojos- ¡Mi niño!

— No me dejes, Damaris. -Susurró Cristophe, temblando- Tengo miedo.

Damaris, viendo la angustia en los ojos de su hermano, miró a sus padres con una expresión seria.

— Padre, madre, por favor tengan paciencia con Cristophe. -Pidió Damaris- Ha pasado por mucho y está asustado. Necesita tiempo para adaptarse y sentirse seguro.

George asintió, comprendiendo la gravedad de la situación.

— Haremos todo lo posible para ayudarlo, Damaris. -Dijo George, su voz llena de determinación- Cristophe, estamos aquí para ti. No te preocupes, hijo.

Astrid, con lágrimas en los ojos, extendió una mano hacia Cristophe, pero se detuvo al ver su miedo.

— Te amamos, Cristophe. Todo estará bien. -Dijo Astrid suavemente, tratando de no asustarlo más-

Damaris, con Cristophe aún aferrado a ella, asintió agradecida por el apoyo de sus padres.

— Gracias por entender. Con amor y paciencia, recuperaremos a Cristophe. -Respondió Damaris con determinació-

Mientras la familia se adentraba en la residencia, una atmósfera cargada de esperanza y ansiedad los envolvió. Astrid y George intercambiaban miradas cargadas de preocupación, conscientes del desafío que tenían por delante. Sin embargo, también reflejaban una firme determinación, sabiendo que debían ser fuertes por el bien de su hijo.
























❨ En la residencia de Simone. ❩
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En la residencia de Simone, Clara, una nueva sirvienta que había aprendido a calmar a Simone de manera similar a la difunta Emma, recibió noticias preocupantes. Clara, reconocida por su confiabilidad y perspicacia, fue informada sobre la aparición de Cristophe y su regreso al ducado Williams. Consciente de que esta noticia desataría la furia de Simone, Clara decidió acercarse a su señora con cautela.

Al enterarse de la noticia, Simone perdió los estribos y comenzó a destrozar todo a su alcance en su habitación. Clara, familiarizada con las explosiones de ira de Simone, sabía exactamente cómo manejar la situación para calmarla.

— ¡No puede ser! -Gritó Simone, arrojando un jarrón contra la pared- ¿Cómo es posible que hayan encontrado a Cristophe?

— Mi señora, por favor, cálmese. -Dijo Clara con voz suave, acercándose a Simone con cautela- Esto no solucionará nada.

Simone respiraba con dificultad, sus ojos reflejaban una mezcla de furia y desesperación. Clara, captando el profundo dolor de su señora, intentó calmarla utilizando las técnicas que había aprendido de la difunta Emma.

— Simone, sé que esto es difícil para usted. -Continuó Clara, tomando con cuidado la mano de su señora- Pero romper todo no aliviará su dolor. Déjeme traerle sus pasteles favoritos para que pueda relajarse un poco.

Simone, aunque aún enfurecida, permitió que Clara la guiara hacia una silla y la ayudara a sentarse. Clara salió rápidamente de la habitación y regresó poco después con una bandeja de pasteles, dispuestos con esmero para calmar a su señora. La vista de los dulces y el gesto considerado de Clara parecían tener un efecto tranquilizador en Simone, quien poco a poco comenzó a recuperar la compostura.

— Aquí tiene, mi señora. -Dijo Clara, colocando la bandeja frente a Simone- Sé que estos pasteles siempre le han traído un poco de consuelo.

Simone, con los ojos llenos de lágrimas, permitió que su guardia bajara momentáneamente mientras observaba los pasteles. Sus manos temblorosas se extendieron hacia uno de ellos, tomándolo con delicadeza y llevándolo a sus labios. Al darle un pequeño mordisco, el sabor dulce le trajo recuerdos de tiempos más tranquilos. Poco a poco, su respiración comenzó a estabilizarse, encontrando un raro consuelo en el simple placer del dulce.

— Gracias, Clara. -Susurró Simone, con un nudo en la garganta- No sé qué haría sin ti.

— Siempre estaré aquí para usted, mi señora. -Respondió Clara con una sonrisa tranquilizadora- Todo saldrá bien, solo necesita tomarse un momento para respirar y pensar con claridad.

Simone asintió débilmente, consciente de que Clara tenía razón. A pesar de la tormenta de emociones que la envolvía, encontrar un momento de calma y apoyo le daba fuerzas para enfrentar las nuevas circunstancias. El odio que sentía hacia sus hermanos, hijos de Astrid, a quien culpaba por su infelicidad conyugal, seguía ardiendo en su corazón. Sin embargo, por el momento, logró hallar un poco de paz gracias a la ayuda de Clara.

Después de asegurarse de que el bebé estuviera estable y se moviera con mayor tranquilidad, Clara observó cómo Simone se quedaba dormida. Con un suspiro de alivio, Clara salió de la habitación y se encontró con Asterophe, quien había escuchado el escándalo causado por Simone.






— - 🌷  - To be continue. . . ୭
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Espero que se encuentren bien, espero sinceramente que sigan apoyando este libro con sus estrellitas y comenten que tal les pareció.

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Con cariño,
LadyBeluna019🌹

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