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Prólogo

Volver a Hogwarts se sentía como regresar a un hogar que siempre estuvo esperando por ti. Desde el momento en que ves el tren rojo humeando en la estación, la emoción te llenaba el pecho. Subir al Expreso de Hogwarts, escuchar el sonido de las ruedas sobre las vías, y compartir risas con amigos te hacía sentir parte de algo.

Al cruzar el lago y ver el castillo iluminado en la distancia, es como si el tiempo se detuviera. Cada torre, cada ventana brilla. Al pisar los pasillos de piedra, se siente la historia y la magia vibrando en el aire. Las risas en las escaleras que se mueven, el murmullo en los cuadros que cuelgan de las paredes y los aromas de la cena que fluyen desde el Gran Comedor te llenaban de nostalgia y alegría.

Es un lugar donde los problemas parecen más pequeños, donde siempre hay algo maravilloso esperando a ser descubierto, y donde cada rincón guarda un recuerdo especial. Volver a Hogwarts no es solo regresar a un lugar, es volver a una parte de ti que nunca quisiste dejar atrás.

O al menos así lo veía la pequeña de Elaine doce años, claro que la versión de dieciséis años, ahora ya no pensaba lo mismo.

Como cada mañana, Elaine despertaba al sonido de los tacones de su madre resonando por los pasillos de la mansión. Todo tenía que ser perfecto. Las cortinas se abrían exactamente a las seis y media, la luz del sol inundaba su habitación, y el desayuno ya estaba servido en la mesa del comedor. 

La familia McGregor vivía de las apariencias. Cada gesto, cada palabra, cada mirada estaba calculada para mantener su imagen impecable ante el mundo. Aunque no eran tan rígidos como los Black, el control que ejercían sobre su hija no estaba muy lejos de alcanzarlos. Elaine debía vestir como su madre lo decidiera, hablar con el tono adecuado y nunca, bajo ninguna circunstancia, hacer algo que pudiera "avergonzar el apellido". 

A veces se sentía como una muñeca dentro de una vitrina: bonita, intocable, pero vacía. El amor de sus padres no se medía en abrazos o palabras cálidas, sino en el cumplimiento de sus expectativas. Tenía que ser la hija perfecta: inteligente, educada y obediente. 

Cuando se sentaba en la mesa con su familia, el ambiente era sofocante. Su padre hablaba de negocios, su madre corregía sus modales, y ella solo seguía el guion que le habían asignado desde pequeña. Todo parecía tan frío, tan vacío. Elaine deseaba gritar, reír a carcajadas, hacer algo que rompiera la rutina, pero sabía que no podía. 

Las reglas de los McGregor eran claras: todo debía girar en torno al prestigio. No importaba lo que Elaine sintiera, siempre y cuando el apellido se mantuviera limpio y brillante. Pero en su interior, algo comenzaba a latir, un deseo de ser algo más. 

Cada día se preguntaba cuánto tiempo podría aguantar antes de romperse, antes de dejar de ser la Elaine perfecta que todos esperaban y convertirse en la Elaine que realmente era.

Elaine está sentada frente a sus padres, Natalie y Edward McGregor. La mesa estaba impecablemente arreglada, con cubiertos de plata y platos de porcelana. La atmósfera era tensa, Elaine intentaba concentrarse en su plato, pero sabía que la tranquilidad no duraría mucho.

—¿Realmente vas a comer todo eso, Elaine? Parece que has estado descuidando tu figura últimamente. —dijo su madre, mirando su plato y luego a Elaine con desaprobación

—Es solo un poco de comida. —respondió, mordiéndose el labio, sin levantar la mirada.

—Un poco ahora, y mañana otro poco, y así hasta que no puedas cerrar el vestido. Hija, no digo esto para molestarte, pero deberías cuidarte más. Después de todo, una buena apariencia es todo en este mundo. — volvió a decir Natalie, arqueando una ceja, burlona.

—Tu madre tiene razón, Elaine. No es crítica, es un consejo. Una joven de tu edad debería preocuparse por mantenerse impecable. —su padre dijo, sin apartar la vista del periódico, pero asintiendo ligeramente.

—¿Por qué todo siempre se reduce a cómo me veo? ¿Acaso no hay algo más importante que eso? 

—Oh, Elaine, claro que hay más cosas importantes. —Natalie río con suavidad, como si Elaine hubiera dicho algo absurdo. —Pero no puedes negar que tu apariencia es tu carta de presentación. Si quieres ser alguien en este mundo, debes causar una buena impresión.

—¿Alguien? ¿O alguien que ustedes puedan mostrar como un trofeo? Porque eso parece ser lo único que les importa. 

—No me gusta tu actitud, jovencita. Estamos intentando ayudarte. —dijo su madre bajando el tenedor y mirándola fijamente. —¿O acaso prefieres que las personas murmuren a nuestras espaldas sobre cómo te has descuidado? 

—¡Que murmuren lo que quieran! Estoy cansada de vivir bajo sus estándares absurdos. —dijo Elaine, cruzando los brazos, levantando la voz ligeramente.

—No alces la voz en esta casa, Elaine. Es una falta de respeto. —Edward dijo, doblando el periódico con calma, pero con un tono severo.

—¿Respeto? ¿Respeto como el que ustedes me tienen, criticándome todo el tiempo, como si yo no fuera suficiente? 

—No seas dramática, Elaine. Sabes que solo queremos lo mejor para ti. —su madre niega con la cabeza y sonríe.

Instalando un silencio incómodo por un momento, pero Natalie lo rompe rápidamente, cambiando de tema como si nada.

—Hablando de cosas importantes, ¿sigues con esa niña? ¿Cómo era su nombre...? ¿Marlene?—su madre preguntó con fingida indiferencia.

Elaine apretó los labios antes de responder, intentando mantener la calma.

—Sí, sigo con Marlene. 

—Qué curioso. Pensé que ya te habrías cansado de esa tontería. —dijo su madre burlona. —Pero supongo que las fases adolescentes a veces duran más de lo esperado.

—No es una tontería. La amo. 

Su padre se rió, como si Elaine hubiera contado un chiste.

—Amor… Qué palabra tan grande para una niña de tu edad. Pero está bien, disfruta mientras dure. Es poco probable que algo así tenga futuro, de todos modos. Esa chiquilla no sabe lo que quiere, claramente le hace falta visión, fijarse en ti, teniendo a otros,

—Además, esa Marlene parece tan… común. No puedo imaginar qué le ves. Deberías buscar a alguien más adecuado, alguien que eleve tu posición, no que la arrastre hacia abajo. —su madre añadió.

—¡Basta! ¿Por qué no pueden simplemente aceptar que estoy feliz con ella? ¿Por qué siempre tienen que arruinarlo todo? 

—No te estamos arruinando nada, Elaine. Solo estamos siendo realistas. Es nuestro deber como tus padres asegurarnos de que tomes decisiones sensatas. —su madre volvió a decir.

—¿Sensatas según quién? ¿Según ustedes? Todo lo que hacen es criticarme, controlarme, y tratar de convertirme en algo que no soy. 

—Ya basta, Elaine. No vamos a permitir que este comportamiento tuyo continúe. —su padre golpeó la mesa, haciéndola sobresaltar. 

—Y mucho menos si sigues faltándonos al respeto de esta manera. Si insistes en esa relación, tendrás que asumir las consecuencias cuando todo salga mal. —dijo Natalie.

—¿Saben qué? Prefiero enfrentar esas consecuencias que seguir viviendo como una prisionera en esta casa. 

La tensión en la habitación era palpable.
Natalie tomó un sorbo de su vino, mientras Edward retomaba el periódico, tratando de ignorar todo.

—La adolescencia… qué etapa tan molesta. —dijo su madre, susurrando, con una sonrisa tensa.

—Se le pasará. Siempre lo hace. —su padre dijo, sin levantar la vista del periódico.

Elaine se quedó sentada, con la respiración agitada, pero no sé atrevió a probar comida, todo el resto del desayuno.



[ • • • ]



La plataforma 9 ¾ estaba atestada de familias que se despedían, amigos que se reencontraban y maletas que rodaban de un lado a otro con torpeza. El caos era casi palpable: niños pequeños correteaban entre las piernas de los adultos, mientras algunos padres alzaban la voz tratando de mantener a sus hijos bajo control. Las lechuzas ululaban desde sus jaulas, inquietas por el ruido, y el vapor que escapaba de la locomotora envolvía la escena con un aire casi teatral. 
En medio de todo ese desorden, Elaine se sentía como si estuviera atrapada en una obra absurda donde todos parecían tener un propósito, menos ella. 

—Por favor, Elaine, no arrastres los pies —dijo su madre, con un tono que pretendía ser discreto, pero no lograba ocultar su habitual desaprobación. 

—Es como si no supieras cómo caminar en público —añadió su padre, ajustándose los guantes de cuero con un gesto que parecía más para mostrarse que por necesidad. 

Elaine rodó los ojos, arrastrando detrás de ella una maleta que se tambaleaba peligrosamente sobre sus ruedas. Había insistido en llevar su propio equipaje, más por evitar a su madre que por necesidad de independencia, aunque no lo admitiría. 
—Podrías al menos intentar no lucir tan… desaliñada —murmuró Natalie, mirando a Elaine de arriba abajo. Su tono era seco, pero sus ojos brillaban con crítica evidente. 

Elaine, que llevaba un suéter cómodo y jeans desgastados, apretó los labios para no responder. No tenía caso; cualquier intento de defenderse solo prolongaría el sermón. 

Mientras tanto, a su alrededor, los estudiantes intercambiaban abrazos y promesas de escribir cartas con sus padres. Algunos corrían con prisa hacia los vagones del tren, chocando contra cualquier obstáculo en su camino. Un baúl cayó con un estrépito cerca de ella, pero ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que su madre lanzara un suave jadeo de indignación. 

—Qué falta de modales tienen algunas familias —dijo Natalie, mirando de reojo a la familia que intentaba recoger el baúl con torpeza. 

—Es lo que pasa cuando se permite que cualquiera entre aquí —respondió Edward, negando con la cabeza mientras alisaba la solapa de su abrigo. 

Elaine cerró los ojos por un momento, deseando que el suelo la tragara.

Finalmente, llegaron frente al tren. Natalie inspeccionó el equipaje de Elaine como si estuviera buscando defectos, mientras Edward miraba alrededor con desinterés, probablemente evaluando qué familias eran lo suficientemente "dignas" para que los McGregor les dirigieran la palabra. 

—Espero que recuerdes lo que te dijimos antes de salir de casa —dijo Heather, ignorando el bullicio a su alrededor—. No hagas nada que pueda avergonzarnos. 

Elaine respiró hondo, sintiendo cómo el aire denso de la plataforma llenaba sus pulmones. 

—Sí, mamá —respondió, con un tono que apenas ocultaba su hastío. 

Philip revisó su reloj de bolsillo y luego se dirigió a Heather. 

—Creo que es hora de irnos. No tiene sentido quedarnos aquí más tiempo. 

—Tienes razón. Elaine estará bien… suponiendo que se esfuerce un poco. 

Elaine los miró, esperando al menos un gesto de despedida que no estuviera cargado de juicio. Pero sus padres simplemente dieron media vuelta, como si su presencia en ese lugar ya no tuviera relevancia. 

—Ah, casi lo olvido —dijo su madre, girándose por un breve momento—. No esperes que te mandemos a tu elfo doméstico esta vez. Es hora de que aprendas a ser más autosuficiente. 

Y, con eso, desaparecieron entre la multitud. Elaine se quedó allí, sola, sintiendo rabia y tristeza. Miró el tren que se alzaba frente a ella, su única opción para escapar, aunque solo fuera temporalmente.

La plataforma seguía llena de movimiento y ruido, pero para Elaine, el tiempo pareció detenerse cuando una figura familiar apareció entre la multitud. 

—¡Elaine! —la voz de Marlene resonó clara por encima del bullicio. 

Elaine apenas tuvo tiempo de procesarlo antes de que Marlene corriera hacia ella con una sonrisa radiante, su cabello rubio ondeando detrás de ella. Elaine soltó su equipaje sin pensar, justo a tiempo para atrapar a Marlene, quien prácticamente se lanzó sobre ella, rodeándola con los brazos. 

—Te extrañé tanto —murmuró Marlene, plantando un beso en su mejilla, seguido de otro en su frente, y luego en la otra mejilla. Su entusiasmo era tan contagioso que, por un instante, Elaine olvidó todo lo que había pasado antes.

—¿De verdad? —preguntó Elaine con un tono que intentaba sonar casual, aunque sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa. 

—Claro que sí, tonta —respondió Marlene, apretándola más fuerte. Luego le susurró, como si fuera un secreto—: Cada día sin ti se siente como un año. 

Elaine miró a Marlene, su rostro lleno de luz y amor, y aunque no era el tipo de persona que expresaba abiertamente sus sentimientos, dejó que sus manos se deslizaran lentamente hasta la cintura de Marlene, devolviendo el abrazo con menos ímpetu pero igual con intensidad.

—Yo también te extrañé, amor —murmuró, lo suficientemente bajo para que solo ella lo escuchara. 

Antes de que Marlene pudiera responder, una voz conocida rompió el momento. 

—Vaya, Marlene, ¿ni siquiera un saludo para nosotros? —Lily se acercaba con una sonrisa sarcástica, seguida de cerca por Remus, quien cargaba un par de libros bajo el brazo. 

Marlene giró la cabeza rápidamente, aunque todavía mantenía sus brazos alrededor de Elaine. 

—¡Oh, por Merlín, lo siento! Hola, Lily, Remus —saludó alegremente, aunque no hizo ni el más mínimo esfuerzo por apartarse de Elaine. 

Elaine, por su parte, simplemente asintió en dirección a los recién llegados. Sabía que ni Lily ni Remus eran particularmente fans de ella, y la sensación era mutua. Sin embargo, por Marlene, estaba dispuesta a tolerarlos. 

—Elaine —dijo Lily, sin entusiasmo.

—Evans —respondió Elaine con la misma falta de entusiasmo, volviendo su atención a Marlene, como si los demás no existieran. 

Remus no dijo nada, pero la miró con una expresión que Elaine interpretó como una mezcla de cautela y desaprobación. No era un secreto que preferirían que Marlene estuviera con alguien más, alguien más afín a su círculo. 

—Bueno, bueno, no empecemos con caras largas —dijo Marlene, aparentemente ajena a la tensión—. ¿No es emocionante que todos estemos juntos otra vez? 

—Sí, emocionante —murmuró Elaine con un toque de sarcasmo, aunque su mirada hacia Marlene era cálida. 

Lily intercambió una mirada rápida con Remus antes de responder: 

—Espero que tengas un buen viaje, Elaine. Marlene, no tardes demasiado en el tren, ¿sí? 

Elaine vio cómo Lily tomaba a Remus del brazo y se alejaban hacia uno de los vagones, dejando a la pareja sola otra vez. 

—Siempre tan encantadores —dijo Elaine, levantando su maleta del suelo con una mano mientras aún sostenía a Marlene con la otra. 

Marlene rió, inclinándose para darle un beso rápido en los labios. 

—No importa lo que piensen ellos. Yo estoy aquí contigo, y eso es lo único que importa. 

Elaine bajó la mirada, ligeramente incómoda con tanto afecto público, pero no soltó la mano de Marlene mientras subían juntas al tren.

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