-✧•·· 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑··•✧- 𝓐𝓬𝓮𝓹𝓽𝓪𝓬𝓲ó𝓷
༺✧505 — Arctic Monkeys ✧༻
"But I crumble completely when you cry..."
—Adiós, Yachi. —dije mientras meneaba mi mano, saltando el pequeño escalón de la puerta del gimnasio.
—¡Esperad! Me cambio y os acompaño. —Shimizu nos llamó desde dentro, con su tono calmado pero decidido.
—No hace falta, Shimizu-senpai. —respondimos Yachi y yo al unísono, con un leve sobresalto.
—Además, tú eres la mayor, y nosotras debemos... —empezó a decir Yachi, con su usual preocupación.
—Que no pasa nada. —finalizó Shimizu antes de que pudiera terminar, corriendo hacia el vestuario para cambiarse.
Suspiré, dejando caer mi hombro, y me distraje un momento buscando algo en mi maletín. Saqué mi móvil, uno de esos modelos plegables súper lindos, con un diseño pastel y un acabado brillante que siempre llamaba la atención. Era compacto y práctico, con una pantalla interna que se desplegaba suavemente, mostrando un fondo con flores y colores cálidos. Miré la hora: 6:31 p.m.
Antes de que pudiera hacer algo más, una voz familiar resonó a mis espaldas:
—¡Oyee! ¿Vais a ser managers? —gritó Shoyo, acercándose con su energía contagiosa.
—Bueno... pues... —dije, alargando las palabras con una mezcla de duda y nerviosismo.
De repente, otras voces se unieron, cargadas de entusiasmo:
—¡Oye, chicas de primero! ¡Hey! —gritaron dos chicos a la vez, sus pasos firmes acercándose.
El primero, un chico de cabello oscuro con un mechón más claro que caía de forma rebelde sobre su frente, me llamó especialmente la atención. Había algo en su energía y esa sonrisa deslumbrante que lo hacía parecer... muy guapo. Aquel mechón, en particular, le daba un toque encantador que era difícil ignorar.
El segundo, por otro lado, parecía salido de una película de chicos malos: pelo rapado, una mirada decidida y una postura que destilaba seguridad. Madre mía, pensé, intentando mantener la compostura, estos chicos son demasiado guapos.
—¡Tenéis que entrar al club de vóley de Karasuno como sea! —exclamó el chico del mechón naranja, con un entusiasmo, haciendomé sonrojar pensando el motivo por cual era.
—Cuando estáis vosotras, Kiyoko habla un montón. —añadió el del pelo rapado, con un tono que pretendía sonar convincente.
Emití un leve sonido de rechazo. ¿De verdad esa era su razón? No podía ser más superficial. Suspiré internamente mientras intentaba pensar en cómo salir de la conversación sin ser grosera. Al final, aquello era demasiado para un día cualquiera.
De repente, mi móvil comenzó a sonar, vibrando ligeramente en mi mano. Miré la pantalla y vi el nombre de Ayumi parpadeando en ella.
—Disculpad, es una llamada —dije, dando un par de pasos hacia un lado para poder contestar sin interrupciones.
Deslicé el dedo a la tecla para aceptar la llamada mientras me llevaba el móvil al oído.
—¿Ayumi? ¿Pasa algo?
—¡Hanaa! ¡Hemos pasado! ¡Estamos en la segunda ronda! —gritó Ayumi con emoción, casi perforándome el oído. Aun así, no pude evitar sonreír.
—Eso es genial, Ayumi. Espero que sigas así y lleguéis a ser las primeras.
—¡Eso espero! Aunque, uff, el equipo de Furudate es increíble... Y hay chicos muy guapos —añadió, con un tono pícaro que me hizo reír.
—Ya veo que estás concentradísima en el juego —respondí bromeando.
—¡Oye! Algún día me gustaría que vinieras a ver uno de mis partidos.
Su voz, tan llena de ilusión, me dejó en silencio por unos momentos. Miré al suelo mientras su rostro y los recuerdos de nuestros momentos juntas llenaban mi mente.
—Con gusto iré, Ayumi. Siempre intentaré estar a tu lado —le respondí al fin, con la sinceridad de quien atesora cada pequeño instante compartido.
Después de un rato charlando con Ayumi, volví a donde estaban los demás.
—Nosotros nos vamos —dijo el chico con el pelo largo, que parecía llamarse Asahi. A su lado, el capitán.
—¡Adiós, Asahi! —dije, meneando mi mano con una sonrisa.
Asahi hizo lo mismo y, mientras caminaban, escuché al capitán decir algo en voz baja.
—Me encantaría que dijera mi nombre así... —murmuró, lo que me hizo mirar su espalda mientras se alejaba, una sonrisa tonta apareció en mi rostro .
Regresé con los demás, justo cuando vi a Hinata enseñando algo en su teléfono a esos dos.
—¿Qué miráis? —pregunté, acercándome.
—Han pasado la primera ronda. La segunda es este finde —dijo Hinata, señalando un correo de alguien llamado "Kenma".
—¡Sí que se lo curran los del Nekoma! —comentó el chico del mechón naranja, observando el teléfono de Hinata.
Sonreí, pero entonces me acerqué a ellos y pregunté sin pensarlo demasiado:
—Oye, ¿cómo os llamáis? No quiero seguir llamándoos "chico del mechón naranja" o "chico del pelo rapado", ¿sabéis?
Los dos chicos se miraron entre sí, como si no supieran muy bien qué hacer. el chico del pelo rapado, con una sonrisa demasiado exagerada, se adelantó y dijo, como si fuera una gran revelación:
—¡Yo soy Tanaka! —dijo, alzando el pulgar y mirando de reojo a Nishinoya, como buscando aprobación. Pero, lo curioso, fue la mirada que me lanzó... como si estuviera esperando algo más, algo especial.
El otro, por su parte, se puso a reír nerviosamente, pero de una forma extraña, como si estuviera intentando hacer el gracioso. Se rascó la cabeza y dijo:
—Y yo soy Nishinoya... —agachando un poco la cabeza, pero luego levantándola de golpe, como si se hubiera dado cuenta de que debía mirarme directamente.
Ambos se quedaron en silencio un segundo, mirándome fijamente. Entonces, Tanaka soltó una risa tonta, y Nishinoya se puso a mover las manos en el aire, como si estuviera tratando de aliviar la tensión.
—¿Qué tal? —preguntó Tanaka, mirando de reojo a Nishinoya, con una mirada que parecía decir "¿la estoy cagando mucho?". Nishinoya asintió, pero su sonrisa era tan... rara, que hasta me dio un poco de pena.
—Sí, mucho gusto, Hana —dijo Nishinoya, como si el simple hecho de decir mi nombre fuera lo más importante del mundo. Se rió, pero lo hizo de forma tan tonta que hizo que me sonrojara un poco.
Por un momento, me quedé mirando a los dos chicos, notando la extraña atmósfera. Ambos se comportaban como si estuvieran demasiado nerviosos, con una especie de aire de "chico malo" que resultaba... raro aunque esa expectativa que tenía de ellos se había desvanecido por completo. Tanaka no dejaba de mover las cejas de manera exagerada, mientras Nishinoya hacía gestos raros con las manos, como si estuviera intentando hacer malabares.
—Igualmente —respondí, aunque por dentro no podía dejar de pensar: "¿Qué les pasa a estos chicos?".
Un par de horas después, estaba sentada en la mesa del comedor, con los libros abiertos frente a mí. Mis apuntes estaban llenos de garabatos de última hora mientras trataba de concentrarme en resolver un ejercicio complicado. La casa estaba tranquila, con el suave tic-tac del reloj llenando el silencio, hasta que escuché la puerta principal abrirse.
—¡Estoy en casa! —anunció una voz femenina, cálida y familiar, resonando desde el pasillo.
Dejé el lápiz sobre la mesa y, sin pensarlo, me levanté rápidamente. Corrí hacia la entrada, emocionada por recibirla, y me detuve justo frente a ella.
—Buenas noches, mamá —dije, juntando mis manos de manera algo formal, con los dedos entrelazados y los brazos hacia abajo.
Mi madre, aún quitándose el abrigo, me sonrió con ese gesto suyo que siempre parecía disipar cualquier preocupación.
—Buenas noches, cielito —respondió mientras dejaba sus cosas a un lado y me miraba con ternura.
—La cena ya está preparada. Está en la cocina —dije rápidamente, señalando con la cabeza hacia la dirección del olor delicioso que llenaba la casa.
—Gracias, cariño. Me vendrá genial algo calentito después del día que he tenido.
Volví a la mesa con mis cosas, retomando el lápiz mientras mi madre se acomodaba frente a mí con un tazón humeante de butajiru. El aroma cálido del guiso llenaba el ambiente, y el sonido del lápiz rozando el papel parecía ser el único ruido en la habitación, hasta que su voz rompió el silencio.
—¿Qué haces? —preguntó, limpiándose los labios con una servilleta blanca, mirándome con esa mezcla de curiosidad y ternura que siempre tenía.
—Deberes de matemáticas —respondí mientras hacía una mueca al mirar las fórmulas en mi cuaderno.
—Oh, las temidas matemáticas —comentó con una sonrisa, dejando la cuchara sobre el borde del tazón—. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela, aunque no prometo que me acuerde de mucho.
Solté una pequeña risa.
—Gracias, mamá, pero creo que lo tengo bajo control... por ahora.
Ella asintió, mirándome con orgullo antes de volver a su comida.
—Sabes, me alegra verte tan aplicada. Trabajar duro siempre da resultados, pero recuerda no sobrecargarte, ¿vale? —dijo con un tono suave, señalándome con la cuchara antes de tomar otro sorbo.
Asentí con una sonrisa, sintiendo ese calor familiar en el pecho. Tenerla cerca hacía que incluso las fórmulas más complicadas parecieran un poco menos intimidantes.
Volví a levantar la mirada del cuaderno, tomando aire antes de soltar lo que había estado rondando en mi mente desde que salí del gimnasio.
—Oye, mamá, me he apuntado al club de voleibol. —dije, tratando de mantener un tono casual mientras giraba el lápiz entre mis dedos.
Ella dejó la cuchara en el tazón con un suave clang y me miró, sus ojos claros llenos de una mezcla de sorpresa y algo más difícil de descifrar.
—¿De verdad? —preguntó, con una sonrisa que parecía contener recuerdos lejanos.
—Sí... pero esta vez como manager. —Añadí rápidamente, como si eso fuera a calmar cualquier inquietud que pudiera surgir.
Mamá se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa mientras me observaba con atención.
—El voleibol siempre fue importante para ti. —dijo en un tono suave—. Y para tu papá también.
Mi pecho se apretó un poco al escucharla mencionar a papá. Bajé la mirada al cuaderno, intentando mantener la compostura mientras la nostalgia me llenaba por completo.
—Sí, lo fue. —respondí en voz baja, jugando con el lápiz entre mis dedos—. Pero no creo que sea lo mismo volver como jugadora... no después de todo lo que pasó.
Ella suspiró suavemente, una sombra de tristeza cruzando su rostro.
—Hana, tu papá siempre decía que el deporte no solo era cuestión de ganar, sino de aprender quién eres y quién puedes llegar a ser. Y creo que tenía razón. Aunque las cosas hayan cambiado, eso sigue siendo cierto.
Sentí un nudo en la garganta al recordar cómo papá siempre estaba en primera fila, animándome, corrigiéndome, enseñándome a no rendirme, incluso cuando las cosas se ponían difíciles.
—¿Tú crees que él estaría de acuerdo con esto? —pregunté, mi voz más baja de lo que pretendía.
Mamá sonrió, esa sonrisa que siempre usaba cuando hablaba de él.
—Por supuesto que sí. A tu padre no le importaba dónde estuvieras mientras siguieras luchando por algo que te importara. —Tomó un sorbo de su sopa y añadió—. Y creo que estaría orgulloso de que hayas encontrado una forma de mantener el voleibol en tu vida, aunque sea diferente.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuve con una pequeña sonrisa.
—Gracias, mamá.
—Siempre, cielito. —respondió, extendiendo su mano para acariciar la mía—. Solo promete que seguirás adelante y que te permitirás disfrutar de esta nueva etapa. Por ti, y por él.
Los de la escuela Oginishi llegarán a las cuatro y media —dijo Shimizu mientras se colocaba los zapatos para entrar a la pista.
—Bien, chicas, ¿me ayudáis a colocar unas sillas plegables frente a la pista? —dijo con una sonrisa, mirando a las dos que tenía tras ella.
Hana y Yachi asintieron al instante, dirigiéndose hacia el escenario para sacar las sillas que estaban almacenadas bajo un cajón. Desde la distancia, Nishinoya y Tanaka movían el pizarrón.
—Hoy Shimizu también está sonriendo —comentó Tanaka, mirando desde la distancia a Shimizu.
—Hoy el mundo está en paz —dijo Nishinoya, observando a Shimizu. Sin embargo, desvió la mirada hacia Hana, que estaba colocando las sillas con dedicación.
—¿No crees que Hana está deslumbrante con ese chándal? —comentó Nishinoya, con una sonrisa traviesa. Aunque el chándal ya lo había visto antes, parecía como si fuera un vestido de seda en ella, tan sencillo pero tan elegante. Tanaka la miró por un momento, sintiendo una extraña sensación en el pecho, y luego desvió la mirada como si intentara evitarla.
--No digas bobadas.--Dijo con un sonrojo poco visible a simple vista pero que reposaba en sus mejillas.
—Oye, Hana —dijo Yachi, llamando la atención de Hana, que intentaba sacar una silla que se había quedado atascada en el cajón. Hana levantó la mirada, pasando un mechón rebelde detrás de su oreja.
—¿Sí? —respondió Hana, dándole un pequeño tirón a la silla.
Yachi la observó en silencio por un momento, y finalmente se armó de valor para hacer una pregunta que había estado rondando en su cabeza.
—¿Por qué estás aquí, Hana? Digo... cuales son tus motivos para estar aquí—preguntó, sin saber muy bien cómo abordarlo.
Hana detuvo su tarea, se quedó quieta un momento, y sus ojos se posaron en Yachi, como si estuviera evaluando cómo responder. Durante unos segundos, el silencio se instaló entre ellas, hasta que Hana habló, suavemente.
—Antes jugaba... —dijo con una leve sonrisa triste. —Mi padre siempre me apoyaba, me corregía, me animaba. Cuando él estaba... me sentía capaz de lograr cualquier cosa. Pero después de lo que pasó... no pude volver a ver el voleibol de la misma forma. No pude seguir jugando sin sentir que algo... me faltaba.
Yachi la observó, pero no comprendió completamente lo que Hana sentía, ya que no sabía nada de ella, solo eran simpkes compañeras de clase. Sin embargo, vio algo más en su mirada: una mezcla de nostalgia y tristeza, como si aún hubiera algo dentro de ella que deseaba seguir adelante, pero no sabía cómo.
—¿Entonces, por qué decides quedarte aquí? —preguntó Yachi, curiosa y algo preocupada.
Hana sonrió levemente, mirando hacia el equipo que comenzaba a reunirse.
—Porque, aunque no pueda jugar, aún quiero estar cerca de esto. Es como si, de alguna manera, estar aquí me permitiera mantener viva una parte de lo que solía ser. Y, honestamente... —dijo Hana, con un brillo en los ojos—. Si lo que puedo hacer es ser de ayuda al equipo, entonces vale la pena. Aunque sea solo como manager.
Yachi, aunque sorprendida por las palabras de Hana, comenzó a entender un poco más de lo que ella estaba diciendo. Era como si Hana estuviera buscando una forma de seguir adelante, sin tener que enfrentar el dolor que le causaba el voleibol.
—Eso... —dijo Yachi, pensativa—. Es algo muy admirable...
Hana la miró con sorpresa, como si no esperara esa respuesta de Yachi.
—¿De verdad? —preguntó Hana, sonriendo con calidez. —Ser manager es algo muy importante. Tú también podrías ser una gran ayuda para el equipo.
Yachi sonrió, sintiéndose motivada por las palabras de Hana. Era como si una chispa de confianza se hubiera encendido en ella.
—Oye, ¿queréis que os ayude? —preguntó Hinata con una sonrisa entusiasta.
—¡Ayúdame a mí, por favor! Esta silla se ha quedado atascada. —Dije mientras intentaba mover la silla. Hinata se acercó rápidamente y, al intentar ayudarme, nuestras manos se rozaron. Me sonrojé al instante, y pude ver cómo Hinata también se ruborizaba.
—P-perdón... —dijo él, un poco avergonzado.
Yo negué suavemente con la cabeza, restándole importancia al momento incómodo.
En ese instante, una voz fuerte me hizo sobresaltarme.
—¡Hinata, a entrenar, tarugo! —gritó Kageyama, con las cejas fruncidas y una expresión más tensa de lo normal.
Me giré rápidamente para mirarlo, preocupada por su tono.
—Kageyama, ¿te encuentras bien? —pregunté, acercándome a él.
Antes de que pudiera recibir una respuesta, los chicos del otro equipo ya habían llegado, lo que me hizo girar nuevamente.
—Yachi, vamos con Shimizu, a ver qué tenemos que hacer —dije con calma, para cambiar de tema y seguir con las tareas.
Todos nos pusimos en línea para recibir al equipo contrario. Eran altos, guapos y parecían sacados de un anuncio de deportes. Tengo que parar ya... tantos chicos me van a volver loca.
—¡Empezamos enseguida! Id poniéndoos los uniformes —gritó el capitán con su tono autoritario.
En un instante, los chicos comenzaron a quitarse las camisetas, dejando al descubierto sus torsos. Sentí cómo un calor abrasador subía hasta mis mejillas, haciéndolas arder. Esto es el cielo. Puedo ver a chicos medio encuerados y nadie puede llamarme pervertida, pensé, casi conteniendo una sonrisa.
—Pronto os acostumbraréis —dijo Shimizu, como si todo aquello fuera lo más normal del mundo.
Me giré hacia Yachi, que estaba a mi lado, y vi cómo se cubría los ojos con las manos, claramente avergonzada.
—Lo que te pierdes... —murmuré en voz baja, intentando no soltar una risa.
Mientras tanto, Asahi apareció con una cinta en el cabello, sosteniéndola en su lugar como si aún no estuviera convencido.
—¡Hala, Asahi, te queda genial esa diadema! —dije acercándome con entusiasmo.
—Sí, te queda bien la cinta —añadió Nishinoya con una gran sonrisa.
Asahi se rascó la nuca, ya ligeramente sonrojado, y nos miró de reojo.
—Si me lo decís vosotros... supongo que será verdad.
—Claro que sí, ¡te ves aún mejor que antes! —le dije, mirándolo con una sonrisa que logró que se ruborizara más, rascándose la mejilla con timidez.
—¡Otro chapas! —exclamó Daichi, dándole un leve golpe en la nuca, lo que provocó que Asahi soltara un gruñido.
—Es un cambio de look —dijo Tanaka acercándose, aún sin camiseta, mostrando su típica energía despreocupada.
—No es eso... —Asahi intentó explicar, rascándose de nuevo la nuca—. Es que Shimizu me dijo que si sigo haciéndome el moño tan apretado podría quedarme calvo de mayor.
No pude contenerme. Llevé las manos a mis labios, intentando contener la risa, mientras Nishinoya estallaba en carcajadas directamente frente a Asahi.
—Tranquilo, hay calvos que ligan mucho, ¿no? —intervino un chico pecoso de cabello verde que se dirigia a Tanaka, lanzando el comentario con naturalidad.
—¡Que no estoy calvo! —protestó Tanaka, poniendo los ojos en blanco, claramente exasperado.
Esa frase fue mi perdición. Mi risa, contenida hasta entonces, explotó de golpe.
—¡Hana, deja de reírte! —gritó Tanaka, girándose hacia mí con las manos en la cintura.
—Se supone que debes protegerme —añadió, sacudiéndome del brazo como si eso fuera a calmarme, pero solo consiguió que me riera aún más fuerte.
Mientras me alejaba, entre risas y con las mejillas encendidas, supe que ese momento se quedaría grabado como uno de los más graciosos que había vivido desde que estaba allí.
—¡Nos reunimos! —gritó el entrenador, captando la atención de todos con su tono firme y decidido.
—Este es nuestro primer partido contra un rival desde el interescolar. ¿No habéis olvidado esa frustración, verdad? —preguntó mientras recorría el círculo con la mirada.
—¡No! —respondieron todos al unísono, con voces llenas de energía y determinación.
El entrenador sonrió, satisfecho con la intensidad de los jugadores.
—Bien. Que se os noten las ganas de ganar —añadió, antes de darles una señal para que se prepararan.
Me quedé un poco confundida, mirando a Yachi, que parecía igual de perdida que yo. No habíamos estado durante el interescolar, y aunque tratábamos de seguir el ambiente, era evidente que estábamos fuera de contexto.
Mientras los chicos hablaban entre ellos, saqué de los bolsillos de mi sudadera una pequeña libreta y un bolígrafo.
—¿Qué haces con eso? —preguntó Yachi, inclinándose un poco hacia mí.
—Es para apuntar en qué fallan o qué pueden mejorar —le respondí, mientras abría la libreta en una página en blanco.
—¿De verdad? —preguntó, mirándome con sorpresa.
—Sí —asentí con una sonrisa ligera—. No sé mucho sobre lo que pasó en el interescolar ni tengo experiencia como manager todavía, pero sé que cada detalle cuenta. Si puedo ayudarles a mejorar desde aquí, eso ya es algo.
Yachi me observó por un momento, sus ojos llenos de curiosidad y algo más... quizá admiración.
—Eso es increíble, Hana. Creo que eso podría ayudarles mucho —dijo, esbozando una pequeña sonrisa.
—Seguro que sí —le respondí, girando el bolígrafo entre mis dedos mientras miraba la pista—. Además, no estamos aquí solo para mirar. También podemos marcar la diferencia, aunque sea en las pequeñas cosas.
Yachi asintió despacio, como si mis palabras le hicieran pensar en su propio papel como manager. Era un pequeño gesto, pero sentí que tal vez había logrado motivarla un poco más.
El sonido del silbato llenó el gimnasio, marcando el inicio del partido. Yachi se sentó junto a Shimizu, encargándose del marcador con una mezcla de nerviosismo y concentración. Yo, mientras tanto, me acomodé en el banquillo, con la libreta y el bolígrafo listos, observando a todos los jugadores con curiosidad.
El primer punto llegó rápidamente. Kageyama, el colocador, pasó el balón con una precisión que me dejó sorprendida. Y Hinata, sin pensarlo, saltó con una energía que no había visto nunca. El remate fue tan fuerte y tan bien colocado que el balón cruzó la red sin que nadie pudiera hacer nada.
—¡Punto! —gritó Tanaka, con entusiasmo.
Anoté apresuradamente en mi libreta: Hinata, increíble salto, energía imparable. Aunque no los conocía bien, algo en su forma de jugar me decía que tenía mucha determinación.
El equipo contrario intentó defenderse, pero lo que más me llamó la atención fue la velocidad y la forma en que los chicos de Karasuno se comunicaban. Todos se movían con una sincronización impresionante, casi como si ya se conocieran de toda la vida.
En un momento, Tsukishima dejó pasar un balón que parecía fácil de bloquear. Fruncí el ceño un poco, anotando algo rápidamente: Tsukishima, ¿falta de confianza o una táctica?
Poco a poco, el partido avanzaba. A pesar de algunos fallos, Karasuno dominaba. Hinata seguía saltando como si nada lo detuviera, y aunque me parecía un jugador pequeño en comparación, su energía era contagiosa. Kageyama le pasaba el balón con gran precisión, y de alguna manera, parecían entenderse sin hablar.
—¡Eso es! —gritó Nishinoya cuando hizo una defensa espectacular, sacando el balón de una manera que ni me había esperado.
Anoté en mi libreta: Nishinoya, reflejos rápidos. Gran defensa, pero necesita mejorar en las recepciones. Sin duda, la defensa del equipo rival parecía no poder con ellos.
Al final, en el último set, Karasuno cerró el partido con una jugada estratégica. El balón voló por encima de los bloqueadores del equipo contrario, gracias a un saque preciso de Asahi y un bloqueador muy efectivo de Tanaka.
—¡Ganamos! —gritaron todos, celebrando la victoria.
Sonreí mientras guardaba mi libreta. Había sido un buen partido, pero me di cuenta de que los chicos de Karasuno tenían algo especial. Había una química entre ellos, aunque no los conociera, algo que solo los equipos verdaderamente buenos tienen. A medida que observaba sus caras felices, comprendí que este equipo tenía potencial, y no podía esperar para ver cómo seguirían creciendo.
—¡Fue genial! Los remates de Hinata y los saques de Kageyama son impresionantes —dije mientras imitaba un remate en el aire, sintiéndome emocionada por lo que acababa de ver.
—¡Era como un "Fuaaa Plashh!" —exclamamos Hinata y yo al mismo tiempo, riendo por lo sincronizadas que estábamos.
Hinata sonrió, pareciendo sorprendido y contento con mi entusiasmo.
—Entonces, ¿serás manager? —preguntó, mirándome con atención.
Me quedé un momento pensativa. No lo había decidido aún, pero me sentía un poco más convencida después de ver cómo jugaban. Era un ambiente divertido, y aunque era nueva en todo esto, parecía que podía aportar algo.
—Sí... supongo que sí —respondí, con una ligera sonrisa. Quería hacerlo, aunque me ponía un poco nerviosa la idea de ser responsable de algo tan importante.
En ese momento, me di cuenta de que Yachi estaba cerca, y por alguna razón, su mirada me hizo pensar que podría ayudarla a superar su timidez, o al menos acercarla más al grupo. Aunque estaba claro que le costaba un poco más abrirse, tenía confianza en que, si se involucraba, las cosas mejorarían para ella.
—Oye chicos, no podré ayudarlos el sábado... Mi hermana tiene una función y tengo que ir —añadí, mirando a Yachi. Estaba algo avergonzada, pero no podía faltar a algo tan importante para ella.
Yachi me miró, y por un momento, vi la duda en su rostro. Pero lo cierto era que, de alguna manera, esto podía ser una oportunidad para ella. Si se ofrecía a ayudar, podría sentirse más integrada, y el club sería el lugar perfecto para que todos pudieran ser amigos.
—Pero Yachi les ayudará, ¿verdad? —dije con una sonrisa, mirando a mi amiga. De alguna forma, esto podría ayudarla, aunque ella misma no estuviera del todo segura.
Yachi me miró con una expresión mezcla de sorpresa y resignación, y aunque no dijo nada al principio, le vi asentir suavemente.
—Sí, claro... —respondió finalmente, con una leve sonrisa, algo tímida, pero parecía que lo había aceptado.
Me sentí un poco más tranquila al saber que Yachi iba a estar allí para apoyar al equipo.
Hinata, siempre entusiasta, agregó:
—¡Eso es genial! ¡Tenerte como manager será increíble!
Yo, por mi parte, sonreí al ver que los chicos aceptaban tan bien a Yachi, y que poco a poco ella también empezaba a integrarse.
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