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-✧•·· 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐 ··•✧- 𝓒𝓸𝓷𝓮𝔁𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼.


༺✧ SunsetzCigarettes After Sex ✧༻
"Your lips, my lips, apocalypse..."

𝙀𝙇 𝘼𝙐𝙇𝘼 𝙀𝙎𝙏𝘼𝘽𝘼 𝙏𝙍𝘼𝙉𝙌𝙐𝙄𝙇𝘼 𝘾𝙐𝘼𝙉𝘿𝙊 𝙑𝙊𝙇𝙑Í 𝘿𝙀 𝙈𝙄 𝙋𝘼𝙎𝙀𝙊. Había salido un rato a despejarme, dejando atrás la presión de los números y las palabras que giraban en mi cabeza como un remolino. No era común que me tomara esos pequeños descansos, pero a veces eran necesarios.

Cuando abrí la puerta, la primera escena que me recibió fue la de Yachi, de pie frente a dos chicos. Uno alto, de cabello oscuro y expresión seria, y el otro pelirrojo, algo más bajo, que parecía irradiar una energía desbordante incluso sin moverse demasiado.

—Suzuki-chan podrá enseñaros mejor. Es la que mejor notas saca en el aula. —La voz de Yachi sonaba nerviosa, como si el peso de las palabras le costara más de lo que debería.

Me quité los auriculares y me acerqué con calma. Ellos se giraron hacia mí casi al instante, y me encontré con dos pares de ojos que parecían medir cada uno de mis movimientos.

—Hola. ¿Qué os trae por aquí? —pregunté con una sonrisa suave, modulando mi voz para sonar tranquila y acogedora.

El chico alto fue el primero en hablar, aunque su expresión rígida delataba que estaba fuera de su zona de confort.

—E-etto... Suzuki-chan, si no es mucha molestia, ¿podrías ayudarnos con inglés? —preguntó, mientras el pelirrojo le lanzaba una mirada de reojo, claramente sorprendido por la petición.

Parpadeé un par de veces, procesando su pregunta, y después asentí con una pequeña sonrisa.

—¡Claro! Será un placer ayudaros. —Llevé un mechón de cabello detrás de mi oreja mientras respondía, asegurándome de sonar tan natural como fuera posible.

El pelirrojo sonrió con entusiasmo, y aunque el chico alto no decía mucho, pude notar que soltaba un suspiro de alivio, como si mi respuesta hubiera quitado un peso de sus hombros.

Me senté en una de las sillas del aula, sacando un cuaderno y mi estuche para organizarme.

—¿Qué parte os cuesta más? —pregunté, mirando primero al chico alto y luego al pelirrojo.

—Creo que un poco de todo —respondió el pelirrojo, rascándose la nuca con una risa nerviosa.

—Bien, vamos por partes. —Sonreí mientras abría el cuaderno, sintiéndome extrañamente cómoda. A veces, enseñar a otros no era tan complicado como parecía.


Los dos chicos se acercaron con sillas en mano y se sentaron frente a mí, acomodándose rápidamente como si tuvieran prisa por empezar. Abrí mi cuaderno, dejando al descubierto mis apuntes, cuidadosamente decorados con colores y pequeñas notas al margen.

—Tus apuntes son muy lindos, Suzuki-chan —comentó el pelirrojo, inclinándose un poco hacia adelante para observarlos mejor, con los ojos brillando de entusiasmo.

—Llámame Hana. ¿Vosotros cómo os llamáis? —respondí con una sonrisa.

—Yo me llamo Shoyo Hinata, ¡un gusto! —dijo con una energía tan contagiosa que me hizo sonreír más amplio.

—Yo, Kageyama Tobio —añadió el pelinegro, en un tono más serio y directo.

No pude evitar pensar en lo distintos que eran. Hinata era un torbellino de entusiasmo, mientras que Kageyama parecía reservado y centrado. Sin embargo, había algo en la forma en que interactuaban que sugería una conexión única, una especie de equilibrio natural entre ellos.

—Genial, Shoyo y Tobio. Vamos a ver por dónde empezamos. —Pasé las páginas de mi cuaderno hasta llegar a mis apuntes de gramática.

—¿Qué parte os cuesta más? —pregunté, observándolos a ambos.

—Creo que... todo —respondió Hinata con una risita nerviosa, mientras Kageyama fruncía el ceño, claramente incómodo con la confesión.

—No todo —replicó Kageyama con firmeza. —Solo esas frases largas y raras.

—¿Frases largas y raras? —repetí, conteniendo una pequeña risa. —Vale, empecemos por estructuras básicas y cómo conectar ideas. Mirad aquí.

Señalé una de las páginas donde tenía ejemplos de oraciones simples y compuestas, explicándoles cómo funcionaban los conectores en inglés.

—Si tienes que decir algo como "Me gusta el vóley y también estudiar inglés", puedes usar "and" para conectar las ideas. Como "I like volleyball and studying English." Fácil, ¿no?

Hinata asintió rápidamente, mientras Kageyama miraba el cuaderno con el ceño fruncido, como si estuviera tratando de grabar cada palabra en su cabeza.

—Podríais hacer una lista de palabras clave para practicar. —Saqué un bolígrafo y les mostré cómo organizaba mis notas en columnas con colores.

—¡Eso es genial! —exclamó Hinata, copiando la idea en un papel.

—No está mal... —murmuró Kageyama, aunque sus manos ya estaban trabajando en un esquema similar.

—Otra cosa que podéis hacer es practicar con frases de cosas que os gustan o de vuestro día a día. Por ejemplo... ¿cómo diríais "Hoy entrené mucho"? —les pregunté, esperando su respuesta.

—Uh... "Today... train a lot"? —intentó Hinata, rascándose la nuca.

—Casi. Sería "Today, I trained a lot." No olvidéis el sujeto. —Corregí con una sonrisa alentadora.

Hinata repitió la frase en voz alta, con una energía tan alegre que me hizo reír un poco.

—¿Y si quiero decir "Mañana jugaré"? —preguntó Kageyama.

—"Tomorrow, I will play." Usamos "will" para futuro. —Le expliqué, apuntando en el cuaderno para que lo vieran más claro.

Ambos asintieron mientras seguían tomando notas, sus rostros concentrados y llenos de determinación. Verlos esforzarse me hacía sentir una extraña calidez. Tal vez ayudarles no era solo una tarea más, sino una forma de entenderlos mejor y, quizá, de encontrar algo que yo misma había olvidado.

—Bueno, chicos, creo que estáis listos para practicar un poco más. ¿Queréis que sigamos otro día?

—¡Sí, por favor! —respondió Hinata de inmediato, mientras Kageyama asentía con seriedad.

Era curioso cómo, a pesar de sus diferencias, trabajaban bien juntos, y por alguna razón, estar cerca de ellos me daba la sensación de que algo nuevo estaba por venir.

—¡Les veo en el gimnasio!— Dije mientras agitaba mi mano antes de que se fueran del aula.


Era tan bonita que hasta me costaba mirarla directamente. Ese lunar en la comisura de su labio tenía algo especial, algo que la hacía ver... no sé, ¿sexy? No soy muy bueno describiendo cosas así, pero es que no podía quitarle los ojos de encima. Y su sonrisa, ¡madre mía! Era como una puesta de sol eterna, cálida, brillante, de esas que hacen que te olvides de todo lo demás.

Cuando hablaba, su voz era algo fuera de este mundo. Suave, dulce, como un caramelo que se derrite lento y te deja con ganas de más. Me hacía sentir algo raro en el pecho, como si mi corazón quisiera correr una maratón solo para alcanzarla. Y lo peor es que ni siquiera estaba diciendo nada extraordinario, solo cosas sobre apuntes y cómo mejorar en inglés. Pero la forma en que lo decía...

Era angelical, empalagosa, pero no en el mal sentido. Más bien, en ese que te deja con una sonrisa tonta y ganas de quedarte escuchándola toda la tarde.

"Concéntrate, Shoyo. Estás aquí para aprender inglés, no para quedarte embobado como un niño pequeño." Me regañé a mí mismo mientras intentaba, sin mucho éxito, volver mi atención a las notas que había escrito. Pero cada vez que levantaba la vista, ahí estaba ella, con esa luz que parecía llevar consigo a todas partes.

¿Así es como se siente estar hipnotizado? Porque, si lo es, no quiero que me despierten.

Salimos del aula, y por primera vez en mucho tiempo, me mantuve callado. Casi podía sentir el peso de mis propios pensamientos dando vueltas en mi cabeza, algo raro, considerando lo mucho que suelo hablar. Kageyama caminaba a mi lado, y aunque siempre tiene esa expresión de estar enfadado con el mundo, noté cómo de vez en cuando me miraba de reojo.

—Oye, ¿te encuentras bien? —preguntó al fin, rompiendo el incómodo silencio. Sus palabras sonaban serias, pero había un atisbo de preocupación en su tono.

—Bueno... —dudé por un momento. No sabía si debía decirlo en voz alta. "Es solo un pensamiento tonto", me dije. Pero las palabras simplemente salieron sin más. —Esa chica... es verdaderamente linda.

Lo dije de golpe, como si al decirlo rápido no fuera tan vergonzoso. Pero, claro, ahora las imágenes mentales de Hana se formaban en mi cabeza con más claridad: su sonrisa, el lunar en su labio, la forma en que se apartaba el cabello con tanta naturalidad. Me pasé la mano por la nuca, tratando de disimular la incomodidad que sentía al exponerme así.

Kageyama guardó silencio unos segundos. Pensé que iba a soltar algún comentario cortante o incluso burlarse de mí, pero lo siguiente que dijo me sorprendió.

—Bueno... no te lo voy a negar. Ella es muy linda.

Me giré para mirarlo, un poco desconfiado. ¿Acaso él también...? Mis ojos se fijaron en sus mejillas, donde un leve rubor había comenzado a aparecer.

—¡Ja! Estás rojo, Kageyama —dije, señalándolo con una sonrisa traviesa.

—¡Cállate, idiota! —respondió, girando la cara hacia otro lado, pero el color en su rostro no hacía más que intensificarse.

Yachi y yo nos acercábamos a la puerta del gimnasio. Cada paso que daba se hacía más pequeño, como si el simple hecho de estar cerca de aquel lugar le hiciera dudar. Yo, sin darme cuenta, acabé adelantándome a ella. Me detuve y giré sobre mis talones para mirarla.

—Oye, Yachi —dije con suavidad, pero lo suficientemente firme como para captar su atención. Ella se sobresaltó ligeramente, sus ojos castaños brillaron con ese nerviosismo adorable que siempre lleva consigo.

—Tranquila, no te pasará nada. Y si... ves que algo ocurre o no te sientes bien, no dudes en decírmelo, ¿okey? —añadí, tomando sus manos entre las mías con cuidado. Mis dedos se cerraron sobre los suyos, dándole un pequeño apretón mientras la miraba directamente a los ojos.

El leve rubor que tiñó sus mejillas me sacó una sonrisa automática. Era tan transparente que resultaba imposible no querer protegerla.

—Gracias, Suzuki-chan —susurró, y yo asentí antes de soltarla.

Volvimos a avanzar, esta vez caminando a la par. Cada paso se sentía más ligero, como si mi pequeño gesto hubiera logrado calmarla al menos un poco.

Cuando llegamos a la puerta del gimnasio, un destello anaranjado se lanzó hacia nosotras como un torbellino.

—¡Hana! —gritó una voz conocida.

Era Hinata, que venía corriendo como si no hubiese un mañana, con una hoja en la mano. Sus ojos brillaban de emoción, y su sonrisa era tan radiante que contagiaba alegría con solo mirarlo.

—¡Lo que nos explicaste hoy por la mañana salió en un parcial! —exclamó, agitando la hoja frente a mí. —¡Y he contestado bien la mitad de las respuestas del examen!

Sus palabras salieron disparadas, rápidas y llenas de orgullo. No pude evitar sonreír de oreja a oreja, y por alguna razón, ambos acabamos dando un pequeño salto de entusiasmo, casi al unísono.

—¡Bravo! —exclamé, aplaudiendo mientras él sonreía aún más.

El eco de nuestra pequeña celebración resonó en la entrada del gimnasio, mientras Yachi nos observaba con una mezcla de diversión y desconcierto.


—Bueno, hoy solo vais a observar —dijo Shimizu con ese tono sereno que la caracterizaba.

Mis ojos vagaron hacia la cancha, donde el equipo comenzaba a practicar. Una sonrisa fugaz apareció en mis labios al ver la energía y dedicación de cada uno de ellos, pero rápidamente centré mi atención en Shimizu, que ya se estaba alejando.

—Tened cuidado con los cañonazos —advirtió antes de marcharse.

—¡Sí! —respondimos Yachi y yo al unísono, viendo cómo desaparecía al otro lado del gimnasio.

—¿Cañonazos? —preguntó Yachi, con el ceño ligeramente fruncido y una pizca de confusión en su voz.

—Los cañonazos son... —empecé a explicarle, pero antes de que pudiera terminar, noté cómo Yachi comenzaba a murmurar y a mirar a su alrededor con los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo algo aterrador.

—Oye, ¿todo bien? —intervino una voz masculina detrás de nosotras.

Me giré para encontrarme con un hombre rubio de cabello corto y desordenado. Su porte relajado y sus ojos penetrantes me atraparon por unos segundos. Era atractivo, aunque claramente más mayor, y eso me hizo sentir un ligero calor en las mejillas. Mis hormonas estaban empeñadas en alborotarse últimamente.

—Oh, nada, todo va bien —respondí rápidamente, intentando ocultar mi nerviosismo tras una sonrisa amable.

A mi lado, Yachi se quedó completamente rígida. Su expresión pasó de la confusión al horror en un abrir y cerrar de ojos, como si ya lo conociera y no tuviera los mejores recuerdos de él.

—Oye... que yo soy el entrenador, ¿sabes? —dijo el hombre, cruzándose de brazos y arqueando una ceja mientras miraba a Yachi.

Sus palabras fueron suficientes para que mi compañera se lanzara al suelo en un gesto de reverencia apresurada.

—¡Lo siento mucho! —gritó, inclinándose tan rápido que incluso yo me quedé pestañeando varias veces, tratando de asimilar lo que estaba pasando.

Miré de reojo a Yachi, aún en el suelo, y luego al entrenador, que tenía una mezcla de desconcierto y diversión en su rostro.


La pelota iba y venía de un lado a otro de la red, los ecos de los gritos y risas llenaban el gimnasio. Era imposible no admirar la intensidad con la que jugaban. Mis ojos seguían cada movimiento, pero pronto, algo en mi pecho se apretó.

Un sonido sordo, como el golpe de un balón en el parquet, resonó en mi cabeza. Cerré los ojos un momento, y todo cambió.

El sol iluminaba la cancha exterior donde mi equipo y yo entrenábamos. La brisa cálida traía consigo risas y voces de mis compañeras. Estábamos preparándonos para un partido importante, y como siempre, todos los ojos estaban puestos en mí.

—¡Suzuki, tienes que hacerlo perfecto! ¡Es tu especialidad! —gritó el entrenador, su tono era mezcla de exigencia y motivación.

Respiré hondo, intenté bloquear todo a mi alrededor. Mis manos estaban sudorosas, y mi corazón latía con fuerza, pero sabía lo que tenía que hacer. Me lancé al aire, conecté con el balón, y lo envié directo al otro lado. Un punto más.

—¡Increíble, Suzuki! —gritaban.

Sonreí, pero la presión en mi pecho no desaparecía. Siempre era así. Siempre tenía que ser perfecta, no podía fallar.

De repente, lo vi. A lo lejos, mi padre, con esa sonrisa que siempre llevaba. Estaba apoyado en la grada de la cancha, observándome como hacía siempre. Me saludó con la mano, y yo, emocionada, le devolví el gesto con una sonrisa amplia.

𝘜𝘯 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘶é𝘴, 𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘥𝘦𝘵𝘶𝘷𝘰. 

𝘜𝘯 𝘨𝘳𝘪𝘵𝘰. 𝘜𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘭𝘰𝘮á𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦.

—¡Papá! —grité, soltando el balón sin pensarlo dos veces.

Corrí hacia él mientras las voces de mis compañeras se desvanecían. Mi padre estaba en el suelo, sus ojos cerrados, su rostro inexpresivo. Mis manos temblaban mientras lo sujetaba.

—Papá, ¡por favor! ¡Papá! —mi voz se quebraba mientras sentía que el mundo se desmoronaba a mi alrededor.

Los paramédicos llegaron rápido, pero fue inútil. Las palabras de ellos aún resuenan en mi cabeza: "Lo sentimos mucho."

Ese día no solo perdí a mi padre; perdí algo dentro de mí.


Abrí los ojos de golpe y, para mi sorpresa, la pelota venía directa hacia mí. Antes de pensarlo siquiera, mis reflejos actuaron. Me puse de pie y rematé el balón con fuerza, enviándolo directo hacia el otro lado de la cancha.

El sonido del golpe resonó en todo el gimnasio, y el balón cruzó limpio la red, cayendo justo en la línea.

Hubo un momento de silencio, solo roto por las exclamaciones sorprendidas de los jugadores.

—¡Wow, qué remate! —gritó uno.

—¡Eso fue increíble, Suzuki-chan! —añadió otro, mientras las miradas de todos se posaban en mí, algunas impresionadas, otras simplemente curiosas.

Una pequeña sonrisa se coló en mis labios, efímera y llena de nostalgia. Pero pronto se desvaneció al notar las miradas. Esa presión que había enterrado tan profundamente volvió con fuerza.

—Fue un golpe de suerte —dije con un hilo de voz, volviendo a sentarme.

Yachi me miró preocupada, pero no dijo nada. Yo solo quería que el momento terminara.


Mientras el balón seguía su curso por la cancha, Shimizu se acercó a nosotras con una expresión serena pero llena de determinación.

—El Karasuno ha pasado por mucho estos últimos años —comenzó, sus ojos observaban a los chicos mientras jugaban con tanta energía y pasión—. Hubo un tiempo en que este equipo éramos fuertes, imbatibles... pero las cosas cambiaron, y poco a poco fuimos cayendo. Ahora somos conocidos como ''Los campeones caídos''.

Me giré para mirarla, capturando cada palabra que decía. Había algo en su voz, una mezcla de orgullo y esperanza que era contagiosa.

—Pero ahora... —continuó, con una leve sonrisa—, ellos están trabajando más duro que nunca para recuperar lo que una vez fue nuestro. Para que el Karasuno vuelva a volar.

Sus palabras resonaron profundamente en mi pecho. No pude evitar alzar la mirada y fijarme en cada uno de los chicos. 

Sin darme cuenta, una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro mientras los observaba.

"Si esto es lo que significa el vóley..." pensé, sintiendo cómo algo se encendía en mi interior, un fuego que no había sentido en mucho tiempo.

Volví a mirar a Shimizu y luego al equipo. Mi mirada se llenó de determinación mientras un pensamiento cruzaba por mi mente: Haré lo posible para que el Karasuno vuelva a volar.

2803 𝓹𝓪𝓵𝓪𝓫𝓻𝓪𝓼

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