Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

Despierto sobresaltada y con la respiración agitada, el sudor resbalando por mi frente y haciendo que algunos mechones de pelo se encuentren pegados contra ella. La habitación tambalea ante mis ojos mareándome, por lo que los cierro e intento relajarme. Pero la sensación es peor, siento que estoy dando vueltas sin ningún sentido.

Llevo ambas manos para sujetar mi cabeza, deseando aliviar de algún modo el dolor junto al mareo. De mis labios entreabiertos escapan suaves quejidos que no puedo contener.

He tenido un sueño, mejor dicho, una pesadilla en la que veía un montón de figuras de distintos colores sin una forma concreta. Además, unos sonidos parecidos a voces sonaban alrededor, aunque no podía entender nada, ni siquiera estoy segura de que fueran voces en realidad. Lo peor de todo fue la sensación de tener algo dentro de mí, que bajaba por mi garganta a lo más profundo de mi cuerpo, ardiendo y desgarrando mi interior a su paso. Mi cuerpo aún sigue temblando por lo real que se sintió.

Después de mucho rato, comienzo a relajarme poco a poco repitiendo que todo era un sueño. Me tumbo de nuevo en la cama abrazando mis piernas, ni siquiera apoyo la cabeza en la almohada, simplemente permanezco como una bolita y con el rostro escondido.

No sé cuanto tiempo pasa cuando entran dejando un plato de comida, pues escucho sus pasos, pero no me preocupo en moverme. Llevo aquí metida exactamente tres días, en los cuales solamente he recibido la visita de Aslaug y del hombre que me vigila y trae mi comida. La primera vez que probé bocado fue ayer, pues el hambre empezaba a hacer estragos. Sigo sin saber las intenciones que tienen conmigo. Dijeron que tendría que trabajar, pero nadie ha venido a sacarme de aquí para ello.

Levanto la cabeza para observar el plato, está en el suelo a unos pasos de la puerta. Por lo que tengo que levantarme y eso hago, estiro mi cuerpo y aparto el pelo sucio de mi rostro.

Después de comer, vuelvo a mi rutina de observar la pared. Es lo único que he estado haciendo, no hay nada interesante en la casi vacía habitación. Este tiempo lo utilizo para investigar en mis recuerdos, los cuáles son cero, pero me concentro hasta que un horrible dolor de cabeza aparece. No paro de pensar en aquella voz que decía que no tuviera miedo, imagino que me lo decía a mí, aunque tampoco estoy segura. Es el único recuerdo que se podría decir que mantengo.

Pasan los minutos, pasan las horas... hasta que escucho algo arrastrándose. No necesito verle para saber quién es. Entra por la puerta y se detiene al verme, su rostro permanece inexpresivo y no tiene ninguna reacción cuando nuestras miradas se encuentran.

―Ven, quiero que me acompañes ―su voz suena tensa, casi como si estuviera aguantándose para no gritar. Es entonces cuando atisbo un brillo de ira en sus ojos.

No digo nada, simplemente me levanto del suelo y espero a que se de la vuelta para seguirle. Voy detrás suya en silencio mientras observo como se arrastra.

Salimos siendo la primera vez que veo el exterior, entrecierro los ojos por la luz que me golpea de repente. Examino alrededor viendo a la gente caminar de un lado a otro sin prestarnos atención. Cuando salgo de mi sorpresa, me doy cuenta de que Ivar no me ha esperado y se encuentra a cierta distancia. Acelero el paso para llegar a su lado antes de que se percate, no hay que ser un genio para darse cuenta de que no está de buen humor.

Nos alejamos de las estructuras y las personas, introduciéndonos entre árboles. Llegamos a un pequeño claro donde hay algunas armas colocadas, pero no parece que haya nadie cerca. Se sienta sobre un tronco que hay en el suelo y permanezco a unos pasos de distancia.

―El arco y las flechas ―ordena mirándome fijamente. Asiento y lo agarro para entregárselo.

Comienza a practicar su puntería disparando a un árbol en específico. Su expresión se vuelve más dura, con cada disparo su mandíbula se tensa aún más. Las flechas quedan clavadas al lado de las demás, no necesito preguntarlo para saber que ese es su propósito. De repente, tira el arco contra el suelo, doy un pequeño salto por el susto al verlo romperse.

―Otro ―extiende el brazo esperando que se lo entregue. Sin decir nada lo hago.

Repite lo mismo, pero con otro árbol y, de nuevo, lo tira al suelo con fuerza llegando a romperlo. Le observo confundida ante su comportamiento, ¿qué le pasa ahora?

―¿A qué esperas? Dame otro.

―¿También lo romperás? ―pregunto entregándoselo, su mirada sube hasta mis ojos y veo la rabia contenida en ellos. Rápidamente doy un paso atrás.

―Ponte ahí ―ordena ignorando mi pregunta. Señala un árbol con un movimiento de la cabeza e imagino lo que quiere hacer. No pienso ser su diana.

―No ―cruzo las manos frente a mi cuerpo e intento mostrarme relajada. Mi respuesta no parece tomarle por sorpresa.

―He dicho que te pongas ahí ―repite endureciendo el tono de su voz. Niego con la cabeza y permanezco inmóvil.

Frunce el ceño ante mi negativa, siento que en cualquier momento descargará su enfado contra mí. Decido distraerle, intentar cambiar de tema y averiguar el motivo por el que se encuentra así.

―¿Por qué estás tan enfadado? ―pregunto directamente. Lo peor que puede pasar es que me dispare, que era lo que ya pretendía hacer.

―Cállate y haz lo que te digo.

―Podría ayudarte si me lo cuentas ―ofrezco con aparente amabilidad. Mantengo la postura fingiendo sumisión, incluso agacho la cabeza ligeramente.

―¿Tú? ―suelta una carcajada amarga. Asiento a pesar de la clara burla en su pregunta.

―Dijiste que tendría que ayudarte, eso quiero hacer.

―También dije que siguieras mis órdenes y me estás desobedeciendo.

Tras sus palabras, levanta el arco apuntándome y tensa la cuerda. Me quedo paralizada por un segundo, a pesar de que sabía que era muy probable que sucediera. Rápidamente busco cualquier distracción para que no me dispare, no sería capaz de salir corriendo antes de que la flecha se clave en mi cabeza.

―Espera ―suplico. Levanta una ceja instándome a hablar―. Hagamos una cosa, tú me cuentas lo que te pasa para ayudarte y yo te contaré algo de mí.

Es lo único que se me ocurre, pues soy consciente de que siente curiosidad igual que los demás.

―¿No era que no recordabas nada? ―cuestiona con cinismo junto a una pequeña sonrisa―. Acabas de admitir que mientes.

Mierda.

Niego con la cabeza rápidamente. Levanto las manos esperando que no suelte la cuerda.

―No lo recuerdo, pero puedo contarte lo poco que sé. Por ejemplo, hoy tuve una pesadilla ―balbuceo rápidamente, ni siquiera sé si me ha entendido.

Permanece amenazándome con el arco unos segundos más, en los cuales medito la opción de salir corriendo. Baja el arco y respiro aliviada, aunque no lo suelta.

―Primero me contarás tú, después decidiré si hacerlo yo ―sentencia. Da unas palmadas en el tronco a su lado.

Me siento manteniendo ligeramente la distancia. Aún tiene el arco en sus manos y no me genera confianza. Me observa esperando a que empiece a hablar. Me tomo un segundo para analizar sus ojos y su rostro, lo que más predomina es la curiosidad, aunque aún permanece serio.

Suspiro preparándome para empezar, no creo que tenga mayor importancia contarle una pesadilla. Así que le describo lo mejor que puedo lo que vi, sentí y escuché. Su mirada permanece sobre mi en todo el relato, pero yo observo la hierba del suelo.

―¿Tienes pesadillas todas las noches? ―pregunta cuando termino.

―Ha sido la primera desde que estoy aquí ―me encojo de hombros. Ha sido desagradable volver a recordar la sensación.

―Cuéntame mas ―pide, le miro de reojo encontrándome con su intensa mirada. Si soy sincera con él, quizás acabe creyendo que no recuerdo nada.

―Cuando desperté y preguntaste mi nombre, ni siquiera lo recordaba. Escuche una voz como si fuera un recuerdo que decía Lena, aunque no estoy segura de que ese sea.

―¿Decía algo más?

―Exactamente decía: No tengas miedo, Lena. No entiendo a que se refería, he intentado recordar algo estos días, pero siempre aparece un dolor horrible en mi cabeza ―confieso con toda la sinceridad que puedo transmitir.

―Cualquiera se creería tu actuación ―dice con sorna. Suelto el aire y mis hombros se hunden ligeramente. Giro el cuerpo para poder mirarle fijamente sin necesidad de girar la cabeza

―No te estoy mintiendo, lo juro por mi vida ―mantengo su mirada azulada, esperando que pueda ver la sinceridad de mis palabras―. No gano nada haciéndolo, hasta yo quiero saber quien se supone que soy.

No hace ningún comentario al respecto, pero su rostro se relaja ligeramente. Desvía la mirada hacía la punta de la flecha con la que juega entre sus dedos.

―¿Cómo acabaste en mi habitación al intentar escapar? ―pregunta de forma distraída, aunque no me pasa desapercibida la curiosidad detrás de sus palabras.

―Mis piernas estaban débiles, me caí varias veces cuando intenté levantarme al principio ―comienzo a relatar, en ese momento levanta la mirada para observarme atentamente―. Poco a poco conseguí caminar, pero estaba segura de que correr era imposible. Escuché tus gritos, aunque no sabía que eras tú. También escuché a tus hermanos acercarse y me asusté, lo único que pude hacer fue esconderme cerca de tu habitación. La curandera me encontró y me confundió con una esclava, me pidió que entrara y te cuidara hasta que ella volviera. Cuando entré pensaba quedarme en una esquina sin que me notaras.

―¿Y por qué no lo hiciste? ―interrumpe frunciendo el ceño.

―Al verte, tenía el impulso de ayudarte para que no sufrieras tanto ―respondo con sinceridad. Su ceño se frunce más y desvía la mirada molesto―. ¿Qué pasa?

―Me tuviste pena y lastima

―No creo que fuera eso ―susurro con cautela ante su cambio de humor. Relamo mis labios buscando las palabras adecuadas para no hacerlo enfadar más―. No sé lo que sentí, pero me generaba angustia y tenía la necesidad de ayudarte, aunque no sabía si era buena idea. ¿Te pasa muy seguido?

―¿Por qué te acercaste? ―ignora mi pregunta.

―Me dejé llevar, simplemente quería ayudarte ―suspiro―. Creo que eres muy fuerte por ser capaz de soportar semejante dolor, no cualquiera podría ―añado buscando la forma de que se relaje. Vuelve a mirarme después de unos segundos.

―Y tú eres una idiota, si querías escapar no tendrías que haberte acercado ―levanta las cejas juzgándome. A pesar de su insulto, sonrío ligeramente con los labios juntos.

―Lo soy, es verdad ―admito tomándole por sorpresa. Se cruza de brazos dejando el arco entre nosotros.

―También eres rara ―murmura y me encojo de hombros sin darle importancia. Puedo sentirme más tranquila ahora, la postura de su cuerpo se ha relajado un poco.

―Al parecer sí, no todas aparecen supuestamente muertas sin explicación y al despertar no recuerdan nada ―bromeo confiada. Necesito que permanezca relajado conmigo, no quiero que me amenace todo el rato.

―Encontraré una explicación ―asegura levantando una de sus comisuras en una sonrisa ladeada.

―¿Quieres decir que me ayudarás? ―pregunto copiando su sonrisa.

―No, lo haré para mi propio beneficio ―responde y niego con la cabeza soltando una pequeña risa.

―Llámalo como quieras ―acepto apartando el pelo de mi hombro―. Ahora es tu turno, tienes que contarme.

Inmediatamente, el ambiente se vuelve tenso. Desvía la mirada y se baja del tronco, ignorándome por completo. Frunzo el ceño ante su comportamiento, pensé que llegaría a contarme lo que le pasaba al sincerarme.

―Volvamos ―dice sin detenerse ni girar a mirarme.

Le sigo en silencio, si no piensa hablar no insistiré. Me siento engañada y traicionada, sabía que podría haber la posibilidad de que al final no me contara nada, pero me había ilusionado pensando que iba por buen camino.

A pesar de que Ivar al arrastrarse no avanza tan rápido, he desacelerado mi ritmo lo suficiente para ir a unos metros de distancia. En todo el rato no se ha vuelto para comprobar que estoy siguiéndole, por lo que supongo que no le importa. Sería una buena oportunidad para darme la vuelta y salir corriendo, pero por alguna razón no me he atrevido. Siento que en cuanto eche a correr se dará la vuelta y me lanzará uno de sus cuchillos.

Nos adentramos entre la gente, le abren paso permitiendo que pase sin dificultad, pero yo no tengo la misma suerte. Me muevo esquivando a la gente e intentando no perderlo, no quiero comprobar si recuerdo el camino de vuelta, seguramente no lo haga. Me choco con un cuerpo delgado y rápidamente me disculpo, levanto la mirada encontrándome con unos ojos pintados de negro.

―¿Eres la chica? ―pregunta el hombre casi calvo, tiene cuatro pelos mal colocados.

―¿Quién?

―La chica que apareció en el gran salón, he escuchado rumores sobre ti ―sonríe de forma exagerada y doy un paso atrás de forma cautelosa.

―¿Tú quién eres?

―Floki ―responde y frunzo el ceño ante su nombre, me resulta familiar.

―¿Nos conocemos? ―pregunto examinándole de pies a cabeza. Su apariencia no me resulta para nada familiar, sin embargo, su nombre me ha dejado confundida.

―¿Es verdad que no recuerdas nada? ―cuestiona ignorándome, se acerca inclinándose hacía mí. Sonríe divertido cuando me separo de nuevo.

Miro alrededor buscando ayuda, este hombre me está poniendo nerviosa. La gente camina sin prestarnos atención.

―Dicen que reviviste de la muerte ―continúa hablando a la vez que se acerca con cada paso que doy hacía atrás.

Creo que es buen momento para salir corriendo. Adivina mi intención y agarra mi antebrazo con fuerza. Intento empujarle para que me suelte, pero rápidamente agarra mi brazo libre y aprieta con fuerza.

―¿Qué buscas aquí?

―No sé de que estás hablando ―protesto retorciéndome para que me suelte.

―Floki, suéltala ―ordena Ivar arrastrándose hasta nosotros. Al parecer sí que se dio cuenta de mi ausencia.

Me observa por unos segundos antes de soltarme, ni siquiera parpadea. Le rodeo hasta quedar al lado del recién llegado, en el fondo agradezco que haya aparecido. Se miran mutuamente en silencio, después, Floki se da la vuelta y camina entre la gente.

―Vamos, no te quedes atrás.

Asiento y me aseguro de no separarme de su lado. Algunas personas golpean mi hombro al pasar llegando a irritarme, pero hago mi mejor esfuerzo para ignorarlos.

Una vez que llegamos, me acompaña hasta mi habitación donde el hombre le saluda. Entro y me doy la vuelta esperando a que haga lo mismo, pero simplemente se retira sin despedirse.

***

Otro día y otra vez la misma pesadilla. Han pasado varias horas desde que me he despertado, aunque la sensación no ha desaparecido por completo, es como si mi cuerpo estuviera recuperándose. Se podría decir que ha sido más intensa y dolorosa que la anterior.

Permanezco acurrucada en una esquina, encogida con la cabeza apoyada en la pared y los ojos cerrados. Quiero beber agua para quitarme el malestar de mi garganta, aunque no creo que funcione.

El hombre que me vigila entra dejando el plato. Abro los párpados para mirar si trae algún vaso, pero sus manos están vacías.

―Espera ―pido moviéndome hacía delante―. ¿Puedo beber agua?

―Bebiste antes ―dice frunciendo el ceño.

―Necesito más ―suplico con voz débil. Quiero quitarme cualquier recordatorio de ese dolor.

Niega y sale de la habitación. Gateo hasta quedar al lado de la puerta, de modo que me escuche sin necesidad de gritar.

―Por favor, si no quieres dejarme sola iré contigo.

No recibo respuesta. Suspiro apoyando la frente contra la madera.

Vuelvo a intentarlo, pero cada una de las veces me ignora por completo. Golpeo la puerta con los puños, sintiendo rabia y frustración de que ni siquiera pueda beber agua. Apoyo la pared contra la madera y apoyo los brazos en mis piernas dobladas, agacho la cabeza escondiéndola.

Pasa el tiempo y no me muevo de esa posición. Intento mantener la mente en blanco para no revivir la pesadilla continuamente. También hago el esfuerzo de distraerme pensando en ese nombre que me resultaba familiar, busco entre mis vacíos recuerdos intentando destapar algo que me diga la respuesta, pero es imposible.

El malestar de mi cuerpo y garganta ha disminuido bastante, pero se ha juntado el terrible dolor de cabeza. La agonía por los huecos en blanco aprieta mi pecho, haciendo que respirar se vuelva una tarea difícil. Agarro mi pelo en puños llena de frustración.

―Tengo que hacer algo ―susurro pérdida en mis pensamientos. Mis ojos comienzan a humedecerse, aunque no siento ganas de llorar.

El tiempo sigue pasando, la poca luz que entraba a la estancia desaparece. Se ha hecho de noche y he perdido otro día, porque así es como lo siento, estoy desperdiciando los días que podría utilizar para intentar averiguar quien soy y lo que hay mal conmigo.

Los sonidos que escuchaba durante el día desaparecen, la oscuridad y el silencio me dan la bienvenida. Dejo mi mente en blanco, no quiero seguir torturándome. Es fácil no pensar en nada cuando no tienes recuerdos.

Después de bastante rato, cierro los ojos y dejo que mi cuerpo se relaje.

―Volveré a buscarte, no te preocupes.

Me incorporo sobresaltada y giro la cabeza buscando al propietario de esa voz. No hay nadie en la habitación. Debe ser otro recuerdo, pues es la misma voz del chico que decía mi supuesto nombre. Es una voz fuerte y varonil, llega a ser extremadamente imponente.

¿Ese hombre vendrá a buscarme?

Una pequeña esperanza se ilumina en mi pecho, pero rápidamente se apaga. Es muy probable que sea un recuerdo antiguo y que no tenga que ver con mi actual situación. De todos modos, a pesar de que soy consciente de que no servirá de nada, me aferro a esa voz y sus palabras repitiéndolas en mi mente todo el rato.

Un golpe hace que despierte desorientada. Llevo la mano hasta mi cabeza intentando aliviar el dolor.

―¿Qué haces? ―pregunta el hombre. Levanto la mirada y lo encuentro asomando la cabeza entre la puerta y la pared. Me arrastro lejos para dejarle entrar, mi cuerpo estaba obstaculizando que abriera la puerta del todo.

―¿Por qué me pegas? ―suelto un quejido.

―No sabía que estabas ahí dormida ―le resta importancia―. Ivar quiere que le acompañes.

Estoy tentada a preguntar por qué no ha venido a decírmelo el mismo, pero aprieto los labios evitando que las palabras salgan.

―¿Dónde está? ―pregunto en su lugar.

―En su habitación.

Me levanto con cansancio. Todos mis músculos están doloridos por la postura en la que me quedé dormida.

Salgo con el hombre siguiéndome de cerca, parece ser que no se fía de mí. Cuando estamos a unos pasos de distancia se detiene y espera a que entre, le dedico una última mirada de indiferencia antes de asomarme dentro. Se encuentra sentado en el borde de la cama, solo veo su espalda desde aquí y puedo notar que sus hombros están tensos.

―¿Hola? ―saludo con duda sin imaginar su posible reacción.

Gira ligeramente la cabeza para mirarme de reojo.

―Ven.

Hago lo que dice. Camino hasta quedar de pie a su lado, no despega su mirada de mí.

―¿Qué pasa? ―pregunto ante su silencio. Frunce el ceño ligeramente desviando la mirada, aunque rápidamente vuelve a mis ojos.

―Estoy aburrido ―responde y parpadeo confundida. ¿Qué quiere que haga al respecto?

―Pero...

―Hablemos ―me interrumpe. Se mueve hacía un lado ofreciéndome hueco para sentarme.

Una vez sentada, mantiene la mirada en la pared frente a nosotros. Espero en silencio a que me diga de que quiere hablar, pero parece perdido en sus pensamientos. Observo su perfil fijándome en cada detalle mientras permanece distraído. Es atractivo comparado con los demás hombres que he visto por aquí, es imposible negarlo. Vuelve la mirada encontrándose con mi vista fija en él, parpadeo desviando la mirada de inmediato. Siento mi rostro calentarse, me ha pillado y pensará cosas equivocadas.

¿Puedo ser más patética? Me temo que no.

Vuelvo a mirarle cuando no separa su ojos de mí. Mueve los labios como si fuera a decir algo, pero se arrepiente y vuelve a cerrarlos en una fina línea. Inclino la cabeza esperando a que hable, frunce los labios como si le costara hacerlo. El silencio inunda la habitación mientras se debate en su interior.

―Me acosté con una esclava ―dice de repente, le miro confundida y arrugo la nariz. ¿Por qué me cuenta eso?

―¿Me alegro?

Suspira y niega con la cabeza mirando de nuevo la pared. No logro entender el porqué me cuenta eso, además que no tiene nada de especial.

―¿No vas a decir nada más? ―inquiere aun sin mirarme. Su mandíbula se aprieta.

―Pero eso es bueno, ¿no? ―pregunto extrañada por su comportamiento―. ¿Qué se supone que tengo que decir?

―Di lo que estás pensando ―gruñe volviendo sus ojos azules a los míos. Inclino la cabeza ligeramente.

―No entiendo por que me lo cuentas y esperas algo de mi parte. Supongo que estáis con un montón de mujeres, ¿qué tiene de especial eso?

Su vista permanece en mis ojos buscando algo en ellos y frunce el ceño molesto.

―Deja de fingir.

―¿Fingir el qué? ―levanto el tono de voz cansada de su actitud―. No estoy fingiendo nada.

―Es imposible que seas tan idiota.

―El idiota eres tú ―respondo de forma impulsiva. Su mirada se endurece y me arrepiento por un segundo, aunque volvería a decírselo si sigue comportándose así.

Extiende el brazo para agarrar mi pelo en su puño, pero antes me levanto alejándome de su alcance. No esperaba que reaccionara tan rápido, puedo verlo ante la sorpresa que aparece en su expresión.

―¿Me has hecho venir solo para esto?

Respira hondo conteniendo el aire en sus pulmones y después lo suelta lentamente. Su semblante se relaja y pasa la palma de su mano por su rostro, por un instante parece avergonzado.

―No puedo creer que no lo entiendas.

―¿Entender qué? ―me cruzo de brazos. La paciencia se me está agotando, no he pasado unos días agradables para soportar esto.

―Soy un lisiado, Lena ―dice señalando sus piernas. Asiento consciente de ello.

―¿Y?

―No pude acostarme con la esclava ―responde lentamente y me analiza, como esperando alguna reacción negativa de mi parte.

―Acabas de decirme que sí ―entrecierro los ojos sin entender que pretende. Niega con la cabeza, sus pestañas casi tocan sus mejillas cuando baja la mirada.

―Lo intenté, pero no pude ―susurra y sus hombros se tensan. Un ambiente extraño inunda la estancia.

Nos quedamos en silencio y aprovecho para pensar, llegando a una posible conclusión.

―¿Por eso estabas enfadado el otro día? ―pregunto para asegurarme, asiente sin levantar la mirada.

―Hicimos un trato, no iba a contártelo, pero no fallo a mi palabra.

Asiento comprendiendo, aunque no me está mirando. Parece un pequeño niño asustado si lo observas detenidamente, seguramente esperaba que me riera de él. La verdad es que ni siquiera pensé en esa posibilidad.

―¿Qué ha pasado con esa chica?

Levanta la mirada inmediatamente, sus ojos azules están más oscuros.

―La mataré si dice algo, lo mismo haré contigo.

―No lo dudo ―comento al ver la determinación en su mirada―, ¿tus hermanos lo saben?

Niega. Entiendo que entre los hombres de aquí debe ser algo humillante, pero en caso de que sea así, no logro entender que me lo cuente a mí siendo una desconocida.

―No me mires así ―regaña―, no necesito tu pena.

―Estoy intentando adivinar por qué me lo cuentas.

―Ya te dije, hicimos un trato.

―Pero el otro día te fuiste sin decir nada.

Frunce el ceño agotándose su paciencia, lo sé por la mala mirada que me dedica. Bufa rindiéndose.

―Necesito que vigiles a la esclava y si dice algo me lo hagas saber.

Suspiro. Ahí era a donde quería llegar, es imposible que me lo cuente sin ningún motivo detrás.

―¿Cómo lo haré si estoy encerrada?

―Estarás siempre cerca de mí, ya que estás bajo mis órdenes.

―Tu plan es una mierda, ¿cómo la vigilo si estaré contigo?

―Te permitiré alejarte, pero te estarán observando para que no escapes.

Ruedo los ojos. Era demasiado bueno para ser verdad. Lo único bueno que puedo sacar es conocer los alrededores, quizás podría servirme para más adelante. Además, haría cualquier cosa para no seguir encerrada entre cuatro paredes.

―De acuerdo ―acepto. Eleva una de sus comisuras satisfecho.

―Acércate ―pide ofreciéndome su mano, desconfiada le entrego la mía. Tira con fuerza haciendo que casi caiga sobre él. Agarra mi mentón apretando con fuerza y obligándome a permanecer quieta a una corta distancia de su rostro―. Pórtate bien o te haré sufrir hasta que desees estar muerta.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral. Puedo ver en sus ojos que el aviso es más que real. Suelta su agarre y sonríe como si nada hubiera pasado. Es impresionante la forma en que cambia de repente. Antes llegué a pensar que parecía un niño indefenso, al igual que cuando estaba sufriendo, pero después aparece la parte intimidante y oscura. Algo dentro de mí me dice que no juegue con él y tenga cuidado, que me aleje lo máximo posible, pero si quiero salir de aquí debo hacer algo. Ganaré su confianza y cuando menos se lo espere, me iré.

***

Permanezco a su lado mientras comen y hablan entre ellos. Observo a la esclava de reojo, no pensé que fuera ella. Al parecer, según me ha contado Ivar, se acuesta con todos los hermanos.

No presto atención a la conversación. Ivar me hace una señal con la mano para que me acerque y obedezco.

―¿Podéis dejar de mirarla tanto? ―pregunta con burla impregnada en su voz―. Estáis babeando y me temo que no permitiré que la toquéis, es mi esclava.

Frunzo el ceño ligeramente ante sus palabras, no soy su esclava.

―No sé en que momento decidiste quedártela ―dice Hvitsärk cruzado de brazos.

―¿Acaso importa?

―Deberías hablarlo con nosotros, no nos parece bien que la hagas tu esclava personal.

―¿Quieres que sea la tuya? ―le reta con la mirada―. Pensé que ya teníais bastante con compartir a Margrethe.

No pienso ser esclava de ninguno.

―Tú también has estado con ella.

―No es para tanto ―bebe de su vaso con una expresión chulesca.

―¿Insinúas que prefieres a Lena? ―pregunta Ubbe.

―Es mejor ―dice bajando el vaso junto a una sonrisa. Le observo en silencio, espero que no esté dando a entender lo que pienso.

―Entonces, no tiene sentido que solo esté contigo ―interrumpe Sigurd.

―Lena ―levanta la mirada encontrándose con la mía, agarra mi mano y la acaricia con sus dedos―, ¿quieres estar con ellos o conmigo?

Levanto una ceja ante su pregunta. ¿En serio está siendo tan ridículo?

―¿Cómo va a querer estar con un lisiado? ―Sigurd suelta una carcajada.

―Contigo ―respondo siguiéndole la corriente. Es agradable ver la cara de molestia de su hermano.

―Ves ―Desvía la mirada a su hermano, este se levanta y le señala.

―Solo dice eso porque te tiene pena, todos te tenemos pena.

―Sigurd ―regaña Aslaug, pero no la hace caso y continúa.

―Nos compadecemos de ti, nadie te quiere y nadie estaría contigo de verdad.

Mi mano empieza a doler según aprieta su agarre, bajo la mirada para ver su ceño fruncido y su mandíbula tensa. No entiendo como puede ser tan cruel con su propio hermano. La presión desaparece cuando suelta mi mano y se levanta apoyándose en la mesa. Le observo confundida cuando intenta caminar, hago el amago de acercarme para ayudar, pero me detengo pensándolo mejor.

―¿Qué vas a hacer? ―Sigurd abre los brazos―. Venga hermanito, ven.

Me desagrada su torno de burla y su forma de ser con Ivar.

―Para ―susurra su madre cuando pasa agarrándose de su silla, pero la ignora por completo.

Entonces, Sigurd tira de su silla cuando Ivar se apoya, haciendo que caiga al suelo con un golpe seco. Camina yéndose sin mirar atrás, Ivar se arrastra intentando llegar a él, pero no lo consigue y suelta un grito frustrado. Su madre corre hasta su encuentro, mientras que los demás observan la escena de pie.

La rabia invade mi pecho, no conozco a Sigurd, pero nadie debería humillar y tratar así a su propio hermano. No creo que Ivar se lo merezca. Espero pacientemente a que se relaje, aunque entiendo perfectamente su ira.

Después de un rato, solo quedamos Aslaug, Ivar y yo. Su madre no deja de intercambiar la mirada entre nosotros, seguramente preguntándose si es cierto lo que ha insinuado su hijo.

―Lena, vámonos ―dice Ivar rompiendo el silencio. Asiento y camino a su lado mientras se arrastra.

Salimos de allí en completo silencio. Se nota que todavía sigue enfadado, así que no seré tan tonta como para hablar. De repente, se detiene sin previo aviso.

―Quiero estar solo, vete a vigilar a la esclava.

Siento el impulso de protestar, pero precisamente el trato era ese. Con un suspiro de resignación me alejo de su lado, aunque no tengo ni idea de donde puede estar la chica. Andaré haciendo que la busco, así aprovecho para conocer el lugar.

Me muevo de un lado a otro, examinando con detalle cada rincón. Intento memorizar cada lugar haciendo un mapa mental. Tengo que conocer el más mínimo detalle para idear un plan de huida perfecto, no dudo que será difícil, pero no quiere decir que sea imposible.

Llego hasta la playa y me detengo viendo el mar. La sensación de la brisa moviendo mi pelo es agradable, podría quedarme aquí todo el día. Me he alejado bastante, por lo que no hay nadie cerca. Doy unos pasos hasta que el agua cubre mis rodillas, mantengo la falda levantada para no mojarla. No creo que a la reina le guste que estropee el vestido que me dio, aunque es muy simple.

Paso el tiempo de pie, sin hacer nada, simplemente disfrutando de la vista y la tranquilidad que me produce.

Llega un momento que estoy tan hipnotizada, que es como si el mar me llamara para que me adentrara en él. Tengo el impulso de seguir caminando hasta que el agua me cubra por completo, y aun así, continuar hundiéndome para averiguar que hay en el fondo. Me dejo llevar. No puedo apartar la mirada del agua moviéndose, tampoco puedo pensar con claridad.

Alguien me agarra por la cintura y me pone sobre su hombro. Inmediatamente salgo del trance y grito mientras pataleo asustada.

―Cállate ―gruñe. Es la voz del hombre que vigila mi puerta ―. Si intentabas suicidarte, no puedes hacerlo.

―No quería eso.

―¿Sabes nadar? ―pregunta haciendo que me quede callada. Dejo de pelear y me concentro en intentar recordarlo, pero como todo lo demás no hay nada.

―No lo sé ―susurro abatida.

Me deja en el suelo ante mi sorpresa y se da la vuelta alejándose. Pensé que me llevaría ante Ivar para que me castigara o algo parecido. Una vez que desaparece de mi vista, retomo mi camino entre las cabañas.

No sé cuanto tiempo llevo andando de un lado a otro, pero empiezo a sentirme cansada. Algo tira de la falda de mi vestido, bajo la mirada encontrando a un niño pequeño.

―Hola.

Frunzo el ceño ante su saludo. ¿Por qué me está hablando?

―Hola ―respondo agachándome para quedar a su altura.

―¿Puedes ayudarme? ―esconde los brazos detrás de su espalda y arruga las cejas con preocupación.

―¿Qué pasa?

―Mi mama ha desaparecido en el bosque, ¿puedes venir conmigo a buscarla? ―su voz se rompe en su sollozo ahogado. Mi corazón se contrae ante las lágrimas que aparecen en sus ojos.

―Ven, se lo diremos a...

―Nadie quiere ayudarme, llevo todo el día pidiendo ayuda ―solloza mientras con su pequeño puño limpia sus ojos―. Por favor, tengo miedo.

―Vale, tranquilo ―susurro rodeándole con mis brazos, no soporto verle así―. Iré contigo y la encontraremos.

Llora en mi hombro mientras acaricio su espalda. Cuando se relaja lo suficiente, se separa y sus ojos marrones me observan con agradecimiento. Le muestro una pequeña sonrisa cogiendo su mano y poniéndome de pie.

―¿Dónde la viste por última vez? ―pregunto cuando empezamos a caminar.

―Allí ―extiende el brazo señalando hacía la derecha―, desde ayer por la noche no ha vuelto.

―¿Sabes ir?

Asiente y se adelanta unos pasos guiándome, pero no suelta mi mano. Llegamos hasta el límite donde empieza el bosque.

―Oscurecerá en unas horas ―observo el cielo, no creo que falte mucho―, démonos prisa.

Andamos en silencio atentos a cualquier movimiento. Cada vez nos introducimos más e intento memorizar el camino de vuelta, si nos perdemos no servirá de nada.

Llevamos por lo menos dos horas caminando sin encontrar nada. El pequeño niño me ha contado sobre su vida: un padre que murió, hijo único, su madre luchando por conseguir comida para ambos... Todas esas cosas hacían que mi corazón se encogiera en pena, por ese motivo no había abandonado la búsqueda todavía. Me había dejado en claro que fui la única en aceptar ayudarle, lo que me revuelve el estómago al pensar en la poca empatía de la gente.

―¡Mira! ―chilla tirando de mi mano. Corre hasta unos arbustos y se agacha sacando un trozo de tela― Mama ha estado aquí.

Frunzo el ceño examinando la tela, no sabría distinguir si es de un vestido.

―Vamos ―agarro su mano y seguimos caminando, al menos hemos encontrado una pista. Aunque algo dentro de mí se revuelve inquieto, como si algo malo estuviera por pasar.

Nos movemos entre los árboles y le ayudo cuando es necesario, aunque para ser un niño tan pequeño es bastante ágil. Ni siquiera veo ningún atisbo de miedo en él, solo la necesidad de encontrar a su madre lo antes posible. Espero poder encontrarla antes de que anochezca, ya que no puedo llevar al niño conmigo y no me gusta la idea de dejarle solo. Puede que en un momento de desesperación entre al bosque en su busca y no vuelva. Meneo la cabeza sacando esos pensamientos, debo concentrarme en lo importante.

Siento que nos estamos alejando demasiado, aun así, seguimos avanzando movidos por la esperanza.

El sonido de una rama rompiéndose me pone alerta, acerco al niño rápidamente contra mi pierna y con mi mano lo mantengo ahí. Muevo la vista entre los árboles y vegetación, atenta a cualquier indicio de peligro.

―¿Mama? ―pregunta el niño con voz temblorosa. Le mando callar y levanta la cabeza encontrándose con mi mirada, en sus ojos veo el miedo y la esperanza mezclados en un mismo sentimiento.

Otro ruido, esta vez mucho más. Me vuelvo en su dirección con el niño detrás de mis piernas, protegiéndole con mi cuerpo en caso de que fuera necesario. Entrecierro los ojos intentando captar cualquier movimiento, pero el sol ha empezado a caer y la luz es muy tenue. Tenemos que salir del bosque, la vegetación provoca que haya menos luminosidad de la que debería.

Mi corazón bombea con nerviosismo, pues estoy segura de que algo nos está vigilando. Rezo en mi interior porque sea el hombre que me vigila, que simplemente está haciendo su trabajo. Dudo que sea su madre, porque en caso de que fuera así, habría aparecido ante nosotros para abrazar a su hijo.

Un gruñido salvaje retumba en mis oídos. Giro la cabeza hacía la derecha encontrándome con unos ojos amenazadores y unos colmillos afilados. Me muevo cubriendo al niño llena de pánico, él se aferra a la falda de mi vestido al darse cuenta del lobo frente a nosotros. Más gruñidos suenan a nuestro alrededor y su manada hace aparición rodeándonos.

―Escúchame ―susurro, mi voz sale más tranquila de lo que esperaba. En cambio, siento mis manos temblar―, los distraeré y tú saldrás corriendo. ¿Entendido?

―Sí.

Suspiro, no puedo pensar en nada mejor. Miro de reojo a los lobos, exactamente son cuatro, aunque no puedo asegurar que haya más vigilando. La única forma que veo de distraerles es dejar que vengan a por mí, que me persigan y que seguramente se entretengan comiéndome. Soy consciente de la posibilidad de que alguno me ignore y persiga al pequeño niño, pero la otra opción es dejar que nos devoren a los dos juntos.

Antes de que pueda reaccionar, él primer lobo se lanza en mi dirección. Lo único que atino a hacer es empujar al niño. Sus garras se clavan en mis hombros haciendo que caiga al suelo, doy una patada consiguiendo separarle lo suficiente como para incorporarme. Veo un lobo observar al niño corriendo, sus intenciones son claras. Me lanzo contra él con las fuerzas que no sabía que tenía, pues todos mis músculos se están moviendo por instinto. Rodamos en la tierra y me arrastro separándome. Unos colmillos se clavan en mi gemelo y grito consumida por el dolor, muevo la pierna desesperadamente a pesar de que mi carne se rasga aun más. Consigo propinarle una patada en la cabeza, pero otros colmillos se clavan en mi brazo, cerca de mi hombro. Chillo de nuevo, consumida por el miedo y el dolor. Doy un puñetazo sobre su cabeza, con un quejido abre la mandíbula liberando mi brazo.

Me arrastro ante los ojos amenazantes de los animales que me observan, dos de ellos tienen mi sangre en sus dientes. No entiendo por qué han parado, aunque supongo que quieren ver como sufro e intento huir antes de comerme. Lo único que consigue que no me derrumbe es que los cuatro están conmigo, por lo que ninguno ha seguido al niño. Espero que consiga llegar sano, si no mi sacrificio habrá sido en vano. Quizás es mejor así, pues nadie llorará mi pérdida y no tengo nada que me una a este mundo. Ni siquiera sé quien soy, es como si fuera un fantasma en vida. Lo único que hubiera querido es poder recordar.

Es ese pensamiento lo que hace que agarre una rama cuando uno de los lobos se lanza hacía mi cuello. Cierro los ojos esperando sentir sus colmillos, pero solo escucho como aúlla adolorido y deja de moverse sobre mí. Abro los ojos encontrando mis manos sujetando firmemente la rama que ha atravesado el pecho del animal. Tiro su cuerpo a un lado arrastrándome con pánico hacía atrás, lo he matado. Sus compañeros se acercan olisqueando su cadáver. No espero a su reacción y me levanto torpemente para salir corriendo. No pasan ni dos segundos cuando escucho sus gruñidos detrás, pero no me detengo a mirar. Sigo corriendo, ignorando el dolor de mi pierna y brazo, pues la adrenalina está presente en todo mi cuerpo. Tropiezo varias veces, pero no me rindo, continúo corriendo sin saber si están cerca o lejos. Lo único que escucho es mi respiración agitada y sus gruñidos. Algunas ramas dan en mis mejillas y brazos, haciendo rasguños que no siento debido al miedo.

Vuelvo la vista atrás por un segundo, viendo a los tres lobos mostrando sus colmillos. Mi pie se engancha con algo y tropiezo cayendo al suelo. Ruedo por una pendiente golpeándome con las rocas, cubro mi cabeza con los brazos de forma instintiva. Al fin me detengo sintiéndome desorientada y mareada, levanto la mirada encontrando a los lobos en la cima. La altura que hay es bastante y la pendiente es más inclinada de lo que pensé. Los lobos tantean el bajar, pero no parecen muy seguros de hacerlo, es imposible mantener el equilibrio. No espero a ver que hacen, me levanto y salgo corriendo entre los árboles.

Poco a poco empiezo a sentir el dolor por todo mi cuerpo y caigo al suelo cuando mis piernas flaquean. Me doy la vuelta escupiendo la tierra que se ha metido en mi boca. Suelto un quejido agónico al moverme. Examino mi cuerpo encontrando el vestido totalmente rasgado y roto, al igual que lleno de sangre. Las heridas que cubren mi piel son demasiadas, ni siquiera quiero mirarlas para ver si son profundas. Dejo descansar la cabeza contra el suelo y miro el cielo oscuro entre las hojas. La noche ha llegado y estoy pérdida en un bosque casi muerta, con unos lobos que seguramente vuelvan para vengarse.

Pasa el tiempo y las pocas fuerzas que me quedaban desaparecen, ni siquiera puedo quejarme del dolor que me recorre. Mis párpados pesan, quizás por la pérdida de sangre. Sé que no debería cerrar los ojos, pero nada me insta a mantenerlos abiertos. Solamente quiero descansar.

¡No! ―ruge una voz masculina haciendo que abra los ojos sobresaltada.

Busco el propietario de esa voz sin moverme. La reconozco, es la misma que decía mi supuesto nombre. También dijo que vendría a buscarme, sería un buen momento para que hiciera su aparición. Pasan los segundos y no escucho nada más, ni nadie aparece en mi ayuda. Otro recuerdo de aquella voz de hombre que desconozco. Aunque solo haya sido un simple no, siento como si me hubiera regañado por dejarme vencer. Seguramente estoy delirando por la falta de sangre y el dolor, pero ese pensamiento hace que permanezca con los ojos abiertos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro