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Capítulo 1

Narrador.

Los primeros rayos de luz empezaban a iluminar Kattegat. Era un amanecer frío, a pesar de que el sol prometía brillar con fuerza, una brisa helada sacudía todo el lugar.

La gente todavía dormía, menos algunas personas que madrugaban para trabajar. Pronto todo el mundo estaría despierto y moviéndose de un lado a otro. Los guardias no tardaron en cambiar turnos, había algunos que se quedaban a vigilar de noche y necesitaban descansar.

Pasaron los minutos y todo parecía ir como siempre, no había ninguna novedad más allá de las típicas. Sin embargo, eran ignorantes del cuerpo de la joven en mitad del gran salón. La chica permanecía inconsciente y su sangre había formado un charco de considerable tamaño, incluso su cabello estaba empapado.

Los esclavos habían comenzado a trabajar desde hace rato, su vida solo consistía en eso. Los hermanos Ragnarsson estaban despertando, al igual que su madre.

Una esclava se encontró con la chica, por la sorpresa tiró al suelo el bol de madera que tenía en sus manos, ocasionando un ruido que retumbó en la vacía sala. Se quedó paralizada unos segundos, pero rápidamente reaccionó y fue corriendo en busca de alguien para avisar.

La primera persona que encontró fue a la reina, al principio miró extrañada a la joven. Si hubiera alguien muerto en el gran salón, los guardias lo sabrían y habrían avisado. De todos modos, decidió seguir a la esclava para asegurarse, encontrando el cuerpo del que hablaba. Hizo llamar a sus hijos, los cuales todavía no habían aparecido.

―¿Qué pasa? ―preguntó Ubbe con curiosidad. Sus hermanos también estaban presentes.

Los cinco observaban a la joven con sorpresa al verla a los pies de su madre. Aslaug se agachó examinando más de cerca su cuerpo. La ropa estaba rasgada mostrando las incontables heridas que cubren su piel, aunque ninguna parecía demasiado profunda. Los hermanos se acercaron para ver mejor. Ivar era el que más cerca se encontraba, por lo que extendió la mano y retiró el pelo manchado mostrando el rostro de la chica.

―No me suena ―comentó Ivar, los demás asintieron dándole la razón.

Ubbe abrió las puertas y llamó a los guardias que vigilaban en el exterior. Una vez dentro, se sorprendieron al encontrar el cuerpo y se pusieron tensos.

―¿Cómo ha llegado aquí?

―No lo sabemos, no estábamos en el turno de noche ―excusó uno de ellos, mentalmente maldecía a sus compañeros por ser tan incompetentes.

―Traedlos ahora mismo.

Los dos guardias salieron inmediatamente en busca de los otros. Una pequeña conversación se formó entre los hermanos, preguntándose quién es y cómo había llegado hasta ahí.

―No hay rastros ―interrumpió Ivar ganándose la mirada de todos―, nada en el suelo y nada en las paredes. Ni siquiera en la puerta.

Examinaron el alrededor confirmando las palabras del tullido. Al fin y al cabo, siempre ha sido el más observador de todos.

―Puede que la hayan dejado entrar y la mataran aquí. ―Ubbe se cruzó de brazos.

En ese momento, las puertas se abrieron lo suficiente para que dos guardias entraran. Se detuvieron a cierta distancia con la cabeza agachada. Aslaug fue la primera en hablar.

―Estabais por la noche, ¿verdad?

Ambos asintieron con la cabeza.

―¿Qué significa todo esto?

Observaron el cuerpo de la joven, la sangre brillaba en el suelo. Tragaron saliva sin entender, aunque sabían que no se librarían tan fácilmente.

―No sabíamos que estaba aquí ―expresó uno de ellos―, nadie ha entrado ni salido del gran salón.

―Eso es imposible ―protestó Ubbe acercándose a ellos―. ¿Habéis sido vosotros?

―Juro por Odín y todos los dioses que no tenemos nada que ver. ―Hace una pausa―. Estábamos vigilando y no vimos a nadie.

Hvitsärk se colocó al lado de su hermano, haciendo frente a los guardias. Continuaron con el interrogatorio hasta que un quejido proveniente del suelo llamó su atención. A penas había sido audible, pero lo suficiente para que todos se quedaran en silencio. La chica que tembló ligeramente soltando otro quejido ahogado.

―Pensé que estaba muerta ―susurró asombrada arrodillándose a su lado.

Puso con delicadeza los dedos en su cuello, sintiendo su débil pulso. Se levantó sacudiendo la falda de su vestido y se dio la vuelta alejándose unos pasos. Llamó a varios esclavos y empezó a dar órdenes, después se vuelvió para mirar a sus hijos.

―Llevadla a una cama ―ordenó la reina antes de seguir a uno de los esclavos.

―¿Pretende ayudarla? ―Sigurd observó a la joven con repulsión.

―Tenemos que hacerlo ―sentenció Ubbe agachándose a su lado―. Ivar, la llevaremos a tu habitación.

―¿Qué? ―exclamó molesto el tullido.

Ubbe le ignoró y con cuidado levantó a la joven en brazos. Su ropa se había manchado por la sangre de ella, pero eso no era un problema. Ivar se arrastró hasta cortarle el paso cuando se dirigía hacía su habitación.

―Déjame pasar.

―No la vas a llevar, no quiero que manche mi cama.

Björn se interpuso por primera vez en el asunto, puso la mano en el hombro de Ubbe y dio un pequeño apretón.

―Hay una habitación libre para ella.

Ivar relajó la mueca de enfado al escuchar a su hermano. Ubbe le dio una última mirada antes de cambiar de rumbo, por el contrario, Björn ni siquiera miró en su dirección y simplemente caminó detrás de ellos. Hvitsärk permanecía de pie junto a Sigurd, ambos observaban al tullido.

―Hoy estás de mal humor ―comentó Hvitsärk ganándose una mala mirada.

―¿Cuándo no lo está? ―Sigurd se carcajeó, haciendo que Ivar apretara la mandíbula.

Sin mediar palabra, se arrastró hasta su habitación. En otro momento hubiera respondido, pero el dolor de aquella noche todavía persistía, aunque había disminuido considerablemente. A penas había sido capaz de dormir, solamente el escaso tiempo en el que caía rendido del cansancio y el dolor parecía desaparecer. Aun así, intentaba hacer memoria, pero no recordaba escuchar ningún ruido que indicara la presencia de alguien, aunque era difícil concentrarse cuando sus huesos no paran de romperse.

***

Habían limpiado toda la sangre que cubría el cuerpo y pelo de la joven, también intentaron curar las heridas y taparlas. Aunque ella no volvió a moverse, de nuevo parecía un cadáver. Su piel extremadamente blanca sorprendía a los de su alrededor, nunca habían visto un tono tan claro. Contrastaba con su pelo negro, incluso más que cualquier noche sin luna, al igual que con sus labios que, a pesar de su estado, no perdían ese color entre rojizo y rosado. Descansaba en la cama tumbada sobre su espalda, sus brazos pegados a sus costados y las piernas extendidas. Todo el que la veía pensaba que nunca despertaría, pero su débil pulso decía lo contrario.

La noche se estaba acercando, faltaban escasas horas para que oscureciera. El tema de conversación de los hermanos y su madre se había centrado en la extraña chica. Pasearon por Kettegat preguntando, intentaron hacerlo de forma disimulada, pero rápidamente los rumores llegaron a todos los habitantes. Aslaug permanecía cerca de ella, esperando el momento para poder hablar. Lo que más le extrañaba, es que no había tenido ninguna visión sobre ella. Ciertamente no siempre tenía visiones, ni podía controlarlo, pero sentía que esa joven era alguien importante. No sabía cómo explicarlo, ni siquiera ella misma lo entendía, pero su instinto le gritaba que tenía que averiguar lo que había sucedido. Los hermanos se mostraron interesados y curiosos, tampoco pasaron por alto la obvia belleza de la joven, la cual no habían visto ninguna parecida a pesar de las mujeres bellas que había por sus tierras. A excepción de Sigurd e Ivar, que les molestaba su presencia.

Aslaug permanecía sentada a un lado de la joven, Ivar sentado en una silla alejado de la cama y Sigurd apoyado en una pared.

―Seguramente sea una esclava ―comentó Sigurd mientras la examinó con desdén.

―No creo.

La conversación siguió entre madre e hijo, mientras Ivar observaba a la chica en silencio. Después de todo el día, era cierto que algo de curiosidad había despertado en él, pero estaba convencido de que ella no sería nadie especial. Nadie la conocía, por lo que seguramente fuera una esclava extraviada de otro lugar. Lo que sí que llamaba su atención era cómo había entrado al gran salón, aún más en ese estado. En su mente no conseguía encajar las piezas, la única solución era que los guardias mintieron y estuvieron involucrados.

―¿Tú que opinas?

Ivar sale de sus pensamientos encontrándose con la mirada de Aslaug y Sigurd. Frunció ligeramente el ceño confuso por unos segundos, aunque rápidamente se recuperó y contestó con simpleza.

―Una esclava pérdida.

―Si es una esclava, la quiero para mí ―sentenció Hvitsärk entrando a la habitación.

―No ―negó rotundamente la reina―. Primero tenemos que saber quién es.

―¿Cuánto tardará en despertar? ―preguntó Ivar con aburrimiento―. No puede quedarse aquí para siempre.

―No es tú habitación, te debería dar igual ―espetó Björn poniéndose al lado de Sigurd en la pared.

―¿Sabes algo? ―preguntó Aslaug antes de que Ivar respondiera.

―Nada. ―El recién llegado se encogió de hombros.

Una breve conversación sobre posibles teorías comenzó, aunque ninguna parecía lo suficiente lógica y clara para ser la real. Un rato después, abandonaron la habitación, quedando solamente Ivar y su madre.

―¿Por qué? ―preguntó simplemente el tullido, no necesitaba decir nada más ya que su madre le entendía.

―Tengo la sensación de que es importante. ―Agarró un mechón negro de la joven y lo acarició.

―¿Tuviste una visión?

La reina negó. Ivar se cruzó de brazos y resopló, le resultaba una pérdida de tiempo tenerla aquí.

―El instinto me dice que está aquí por algo ―explicó mirando a su hijo. Soltó el mechón y se levantó de la cama―. Ahora vuelvo.

Salió de la habitación dejando a Ivar y la joven solos. Se mantuvo en su posición, meditando la idea de irse también. No tenía ningún sentido quedarse allí, pero tampoco tenía nada mejor que hacer. Durante mucho rato permaneció en la silla en total silencio, sus pensamientos estaban en otro lugar.

Un sonido llamó su atención. Centró la mirada en el cuerpo de la joven, pues el ruido venía de aquel lugar. Entonces, la chica levantó el brazo hasta llevar la mano a su frente, al hacerlo soltó un quejido de dolor. Ivar se enderezó en su sitio, aún así no se movió. Con ayuda de su otro brazo, se levantó llegando a estar sentada y se tapó la cara con ambas manos. Unos segundos después, separó las manos dejando al descubierto su rostro, encontrándose con la fija mirada del tullido. Se quedó sin respiración por la sorpresa, no esperaba encontrarse unos ojos azules observandola con atención. Ivar tuvo la misma reacción, pues nunca había visto unos ojos verdes que brillaran de ese modo, resaltaban como dos piedras hermosas.

Después de unos segundos en total silencio, el pánico inundó a la joven. No sabía dónde estaba ni quién era ese hombre. Intentó moverse haciendo que todo su cuerpo ardiera, soltó un gruñido y respiró hondo manteniéndose quieta hasta que disminuyó. Ivar aun la observaba desde su posición, se había dado cuenta del miedo que apareció en su mirada.

―¿Cómo te llamas? ―preguntó intentando ser amable, no quería asustarla más de momento.

La joven levantó la mirada encontrándose de nuevo con sus ojos. Abrió la boca para contestar, pero nada salió de sus labios. Su mente estaba en blanco, ni siquiera recordaba su nombre.

El vikingo insistió de forma más brusca. Todo el mundo sabía que no tenía mucha paciencia.

Entonces, un dolor de cabeza invadió a la joven, haciendo que cerrara los ojos con fuerza y soltara un débil quejido llevándose la mano a la frente. Cuando disminuyó, el recuerdo de una voz masculina llegó a su mente: No tengas miedo, Lena. No estaba segura de que ese fuera su nombre, ni siquiera reconocía de quién era aquella voz, pero decidió responder para no hacer enfadar al chico que la seguía observando.

―Lena.

―Lena ―repitió probando el nombre de la chica en sus labios―, ¿de dónde eres?

Ella se quedó en silencio, intentando recordar cualquier cosa para poder responder. Pero todas sus memorias estaban en blanco.

―No lo sé ―murmuró bajando la cabeza.

―Responde ―insistió con tono endurecido, cualquier rastro de amabilidad que quedaba había desaparecido.

―No lo recuerdo, tampoco sé que hago aquí ―se sinceró enfrentando sus penetrantes ojos de nuevo―. ¿Quién eres tú?

―Deja de mentir.

Ivar se bajó de la silla y se arrastró hasta el borde de la cama. Ella le observó extrañada, pues no entendía el motivo de que no usara sus piernas para caminar. Una vez a su lado, se subió con ayuda de sus fuertes brazos. Instintivamente, la joven se echó hacía el lado contrario provocando que el ardor volviera. Antes de poder reaccionar, el vikingo sacó un cuchillo que colocó en el blanco cuello de la chica.

―¿Qué? ―balbuceó paralizada.

―Odio las mentiras, así que si quieres morir sigue mintiendo.

Ivar no podía separar la mirada de esos ojos verdes, los cuales le observaban con temor. Aunque la amenazó, no pensaba hacerla daño todavía.

En ese momento entró Aslaug encontrándose con la escena. Se acercó rápidamente hasta su hijo y le agarró por los hombros para separarle.

―Para, Ivar ―ordenó con cariño, pues no sabía el humor que tendría su hijo.

Bajó el brazo sin protestar y desvió la mirada a su madre. Aslaug le dedicó una pequeña sonrisa aliviada antes de dirigirse a la chica.

―¿Qué tal te encuentras? ―preguntó la reina con voz suave y amable.

La joven observó a los dos, no confiaba en ninguno, pero la mujer que le hablaba parecía más amable que el vikingo.

―Bien ―respondió en voz baja.

―¿Cómo te llamas?

―Lena ―respondió el tullido por ella―. Dice que no recuerda nada.

La reina se quedó en silencio unos segundos. Después, le mostró una sonrisa a la joven.

―Seguro que necesitas descansar, puedes quedarte aquí y mañana hablamos.

La joven no respondió a la propuesta de la reina, no le generaba confianza quedarse cerca de ese vikingo. Aslaug tomó su silencio como una aceptación, tampoco pretendía dejar que se fuera en ese estado.

Ivar se bajó de la cama y se arrastró con intención de salir de la habitación.

―¿Ha despertado? ―preguntó Ubbe entrando rápidamente en la habitación, casi chocándose con el tullido. Se quedó quieto al encontrar a la joven.

―Sí, pero necesita descansar hasta mañana ―informó la reina. Detrás de Ubbe se acercaban los demás hermanos.

Una vez que todos entraron, Ivar aprovechó para salir y dirigirse a su habitación. Estaba seguro de que mañana la chica seguiría con la misma mentira. Odiaba las mentiras, pero algo en ella le incitaba a querer averiguar la verdad. Una vez que lo sepa la matará por mentir.

Los hermanos y la reina abandonaron la habitación tras intercambiar algunas palabras con la chica, quien se mostraba desconfiada y temerosa. En parte era normal, pues no conocía a nadie de los que estaban allí. Llegó la noche y no fue capaz de conciliar el sueño, miles de preguntas rondaban su mente, a parte del sentimiento de sentirse pérdida y confundida.

Lena.

No puedo quedarme aquí. Desconozco las intenciones que tienen conmigo, quizás quieren matarme. Son demasiados y podrían hacer conmigo lo que quisieran. No sé exactamente cuánto tiempo ha pasado, pero desde que me dejaron sola nadie ha vuelto a entrar. Puede que se hayan ido y sea mi oportunidad para escapar.

Me arrastro hasta quedar sentada al borde de la cama, aprieto los dientes aguantando el ardor insoportable que recorre mi cuerpo al moverme. Espero unos segundos hasta que disminuye lo suficiente para sentirme capaz de andar. Observo mis pies desnudos vacilante, espero no clavarme nada en la huida. Cojo aire llenándome de valentía y me impulso para levantarme, mis rodillas tiemblan y caigo de bruces contra el suelo. Me quedo sin respiración rezando para que nadie haya escuchado el golpe.

Después de unos instantes mirando fijamente la puerta, al ver que nadie viene vuelvo a moverme. Me siento sobre mi trasero y observo mis piernas, las muevo e intento levantarme sobre ellas. Con mi peso tiemblan y no son capaces de soportarlo, haciendo que caiga sentada. Gruño frustrada, no puedo escapar así.

Me arrastro hasta la pared sintiendo cada uno de mis músculos gritar, hago mi mejor esfuerzo para ignorar aquella molesta sensación. Poco a poco me levanto, siento mis piernas extremadamente débiles y caería si no es porque me estoy sujetando. Lentamente arrastro los pies con cuidado, siento como el suelo rasguña la planta, pero ahora mismo es el menor de mis problemas. Cuando llego a la puerta al menos mis piernas no tiemblan, aunque todavía no confío en que pueda soportar mi peso sin caerme.

Me asomo al exterior antes de salir, encontrando un pasillo vacío ligeramente iluminado por antorchas. No parece que haya nadie cerca, por lo que continuo con mi plan de huida. Si es que se le puede llamar plan, pues en verdad no tengo ni idea de dónde estoy ni cómo salir. Intentando hacer el menor ruido posible, recorro el pasillo a paso lento y apoyándome en la pared. Puedo levantar un poco los pies del suelo, pero no demasiado, si tuviera que correr sería imposible.

Llego hasta una sala mucho más amplia que donde me retenían. Mientras examino alrededor buscando alguna forma de salir, escucho una especie de grito mezclado con un gruñido que provoca que me sobresalte. Me pego a la pared esperando que alguien aparezca y me ataque, mi respiración se ha agitado por el susto. Pasan los segundos y nadie hace acto de presencia, así que decido moverme con cuidado de no hacer ruido.

Otro grito similar provoca que casi me tropiece del susto. Se ha escuchado más alto que el anterior. Una delgada chica aparece andando rápidamente, ni siquiera se da cuenta de mi presencia cuando desaparece. Observo el lugar por donde ha venido, intuyo que de ahí provienen los gritos, así que lo mejor será mantenerme alejada.

Sigo mi camino hasta que escucho unas voces masculinas. Me escondo pegándome a la pared lo máximo que puedo.

―Ivar siempre está igual ―se queja uno de ellos. Reconozco ese nombre, así llamó la mujer al chico que me amenazó con el cuchillo.

―Es lo que tiene ser un tullido ―responde otro―. Ya sabes que sus huesos se rompen, deberías estar acostumbrado.

―Me molestan sus gritos por la noche.

Escucho sus pasos acercarse hacía mi dirección. No puedo verlos, pero estoy segura de que me encontraran si me quedo aquí.

―Supongo que no irás a verle.

―¿Para qué? Eso no hará que se le pase el dolor.

Con nerviosismo analizo sus palabras, la única solución que encuentro es ir al pasillo del que provienen los gritos y esconderme ahí hasta que se vayan. La idea no me gusta, pero tampoco quiero que me encuentren. Es un lugar al que seguro que no irán, si me intento esconder en otro lado corro el riesgo de que me vean igualmente. Incluso al pensarlo, no me parece la mejor opción ni la más lógica, pero no tengo tiempo para idear algo mejor.

Camino de forma rápida y torpe hasta el pasillo, doblo la esquina y ando un poco más hasta quedar apoyada al lado de una puerta. Dentro escucho los quejidos del que debe ser Ivar. Espero pacientemente intentando relajar mi respiración. Desde aquí no puedo escuchar los pasos ni verlos, así que espero más tiempo por si acaso. Otro gruñido agonizante manda un escalofrío por mi columna, debe sentir mucho dolor para estar así. Nunca me hubiera imaginado que estos sonidos vinieran de él, cuando me amenazó parecía estar perfectamente, excepto por la condición de que se arrastraba.

―¿Quién eres? ―pregunta una mujer a mi lado. Doy un pequeño bote por el susto y me preparo para salir corriendo, aunque caiga en el intento―. ¿Una esclava nueva?

Al notar su postura relaja y su tono de voz para nada amenazante, me quedo quieta en el lugar observándola con los ojos más abiertos de lo normal. Al ver que espera una respuesta por mi parte asiento, aunque no recuerdo que me había preguntado por el susto.

―Pues ayúdame con esto ―ordena, extiende unos paños húmedos que tiene en su mano. Los agarro ante su mirada insistente―. Tengo que buscar una cosa, mientras cuídalo hasta que vuelva. Después, necesito que vayas a por más agua.

Sin esperar mi respuesta empieza a caminar. Me quedo quieta observando su espalda mientras se aleja, es una señora mayor con algunos mechones de pelo blancos por la edad. Debe ser alguna curandera o algo parecido, aunque no sé que pretende que haga ahí dentro. Repaso sus últimas palabras, quizás esa sea mi oportunidad para salir, fingir que la estoy ayudando y cuando vaya a por agua no volver nunca.

Me asomo dentro de la habitación con cautela. El chico está tumbado en la cama con el rostro contraído en una mueca de dolor y sufrimiento, desde aquí veo el resplandor del sudor en su frente y en la piel desnuda de su torso. Sus ojos permanecen cerrados con fuerza, así que todavía no me ha visto. Quizás pueda quedarme aquí hasta que venga la mujer sin que note mi presencia. Entro para no quedarme en el pasillo y que alguien más me encuentre, en silencio camino hasta quedar lo más alejada posible. Al pasar junto a un cubo de agua dejo los paños sobre el borde. No tengo intención de acercarme a él, solamente fingiré cuando venga la mujer.

Sus gruñidos y quejidos continúan, incluso mi corazón se contrae ligeramente ante la visión del dolor que siente. Tengo el impulso de acercarme e intentar aliviarlo, pero el recuerdo de su amenaza me mantiene inmóvil. Poco a poco el nerviosismo se hace presente en mi cuerpo. ¿Debería hacer algo? Si me acerco y abre los ojos me reconocerá, eso significaría el fin de mi huida. Aunque en este estado no es tan intimidante, más bien parece un animal herido, débil y agonizante.

Dubitativa hago el amago de acercarme, doy unos pasos en su dirección. Con cuidado de no caerme me agacho lo suficiente para agarrar el cubo hasta llevarlo al lado de su cama. Lo dejo en el suelo y mojo uno de los paños, lo aprieto para quitar el exceso de agua. Me levanto examinando su rostro, aún permanece con los ojos cerrados. Podría quedarme aquí para que al entrar la mujer crea que estaba haciendo mi trabajo, pero sus quejidos y gruñidos provocan un mal estar en mi interior que me incita a intentar ayudarle. Me repito una y otra vez que le ignore, que él me mataría sin sentir remordimiento, pero aun así caigo ante mis impulsos estúpidos.

Sin saber exactamente lo que hacer, el trapo húmedo lo coloco sobre su frente. Examino su cuerpo con la mirada buscando algo más en lo que pueda ayudar. Su mano rodea mi muñeca haciendo que vuelva mi mirada a su rostro, encontrándome con sus ojos azules observándome fijamente.

―¿Qué haces aquí? ―se esfuerza por preguntar, intenta cambiar la expresión de su rostro, pero el dolor es tal que no puede disimularlo.

―Me han dicho que te ayude y eso estoy haciendo ―respondo sonando segura, es la verdad, simplemente omito la parte de querer escapar.

―No me toques ―gruñe alejando mi mano que sujeta el trapo. Suelta un quejido volviendo a cerrar los ojos, aprieta los dientes con fuerza.

Recuerdo las palabras que escuché, sus huesos se rompen y por eso sufre. No tengo ni idea de cómo ayudar ante una situación así, pero ya no puedo volverme atrás. Tengo que hacerlo para que la mujer confíe en mí y salir de aquí.

Tomo valentía y me siento al borde de la cama, empiezo a limpiar con otro trapo el sudor de su cara. Abre los ojos de nuevo y me observa fijamente, incluso llega a intimidarme a pesar de la situación. Evito su mirada y me centro en mi trabajo, mis dedos tiemblan ligeramente debido a los nervios que me recorren. Sus gruñidos y quejidos se han silenciado, al menos de momento.

―Ya he vuelto ―informa entrando la mujer. Inmediatamente me separo y al levantarme me cruzo con la intensa mirada del chico, parece ligeramente sorprendido, aunque no le conozco lo suficiente como para distinguir correctamente sus expresiones.

―¿Voy a por el agua? ―pregunto a la curandera cuando pasa por mi lado.

Niega.

―Después, ahora necesito que sujetes esto.

Me entrega un bol de madera, en su interior hay una masa de color blanquecino. Se dirige a sus piernas y rasga la tela del pantalón en algunas partes. Hace una seña para que me acerque, ya que había dado varios pasos atrás dejándola espacio. Unta los dedos en la masa y la extiende sobre la piel descubierta.

―En un rato, entumecerá la zona ―explica concentrada en su labor. Él gruñe cada vez que le toca, como si el simple tacto le provocara el doble de dolor. Vuelve a tener los ojos cerrados y el rostro contraído con agonía.

El tiempo pasa hasta que termina, aunque todavía queda masa en el bol que sujeto en mis manos.

―Necesito que traigas agua fría.

Es mi momento. Asiento, dejo el bol y agarro el cubo. Me doy la vuelta para salir cuando la voz del chico me detiene.

―Ella no va a ningún lado ―gruñe con voz carrasposa. Un sudor frío invade mi cuerpo, no puede estropearme mi plan de escapar ahora.

―Necesito el agua ―insiste la mujer, me doy la vuelta para mirarlos. Ivar me observa con el ceño fruncido y la mandíbula tensa debido al dolor.

―Te quedas aquí ―ordena y la mujer abre la boca para protestar, antes de que pueda decir algo la interrumpe―. Ve tú, ella se queda aquí. No volveré a repetirlo.

Consigue sacar fuerzas para que su voz suene fuerte e imponente. Escucho a la mujer bufar, pero no vuelve a protestar. Me quita el cubo de las manos y sale de la habitación. Se acaba de llevar mi esperanza para salir de este lugar.

Ivar cierra los ojos y descansa la cabeza sobre el cabecero. Su pecho sube y baja debido al esfuerzo. Me quedo de pie esperando alguna palabra de su parte, aunque no dice nada más ni parece tener intención de hacerlo.

La rabia por haber estropeado mi plan empieza a llenar mi pecho. ¿Pretende mantenerme aquí para matarme en cuanto se recupere? No voy a permitir eso, en el estado que se encuentra no podrá detenerme.

Me doy la vuelta y salgo rápidamente en busca de la mujer, si llego hasta ella podré encontrar la salida. Mis piernas fallan varias veces debido al esfuerzo que estoy haciendo, ir despacio apoyada en la pared no es una opción. Escucho su grito llamándome, amenazando con que vuelva o me matará, pero no soy tan estúpida como para volver. Ya he sido tonta al acercarme a él, debí mantener la distancia y esconderme para que no me viera, pero el maldito impulso por ayudarle al verle así ha fastidiado todo.

Encuentro a la mujer abriendo unas grandes puertas y saliendo por ellas, me acerco rápidamente y consigo agarrarla antes de que se cierre. La oscuridad de la noche me da la bienvenida cuando pongo un pie fuera, estoy a nada de conseguirlo, solamente tengo que alejarme lo suficiente. Doy un paso cuando alguien me agarra del pelo y me tira de nuevo al interior, caigo contra el suelo y suelto un quejido al sentir todos mis músculos quejarse.

―¿A dónde crees que ibas? ―escupe quien me ha tirado. MI cuero cabelludo duele, incluso más que el golpe contra el suelo. Levanto la mirada encontrándome con uno de los chicos que vinieron antes a verme.

―Llevadla de nuevo a la habitación y aseguraros de que no salga ―dice otro de los chicos que no me había dado cuenta de su presencia. Me observa con los brazos cruzados, su expresión se mantiene seria.

Unos hombres se acercan y me agarran sin ningún tipo de delicadeza, obligándome a levantarme y me arrastran de nuevo al lugar en el que estaba antes. Me empujan al interior, haciendo que tropiece y caiga al suelo de nuevo. Se quedan a cada lado de la puerta, ¿van a vigilarme durante toda la noche?

Ni siquiera hago el intento de levantarme. Tapo mi cara frustrada, pensé que lo había conseguido. Mi intento de huida seguramente tenga consecuencias, parecería realmente enfadado cuando me llamaba a gritos. Extiendo los brazos en el suelo y observo el techo hasta que cierro los ojos

Aprietan mi brazo con fuerza haciendo que despierte inmediatamente. Un hombre calvo con barba castaña me mira con molestia. Tira de mi brazo y hace que me levante del suelo. No sé cuándo me quedé dormida, pero he tenido que pasar mucho tiempo ahí porque mi espalda duele.

―Déjame ―protesto retorciendo el brazo. Hace más fuerza afianzando su agarre, suelto un pequeño quejido, seguramente me deje marcados los dedos.

Me dedica una mirada amenazante, sin embargo, sigo resistiéndome. Me van a matar, al menos no dejaré que lo hagan fácilmente. Quizás se cansen de mí antes de hacerlo y me suelten, aunque ahora que lo pienso suena estúpido.

Antes de quedarme dormida, estuve mentalizándome de todas las cosas que podrían hacerme, además de pensar algún plan desesperado para sobrevivir.

―Cállate ―ordena el hombre dando un tirón. Provoca que me choque con su cuerpo y con la otra mano agarra mi pelo tirando hacía atrás, se acerca a mi rostro―. Te cortaré la lengua como sigas.

Cierro la boca y le mantengo la mirada hasta que me suelta bruscamente. Rápidamente me separo lo máximo posible, he sentido verdadero asco al tenerlo tan cerca.

Llegamos hasta una mesa donde están casi todos sentados. La mujer amigable me sonríe al verme.

―Toma asiento y come algo ―ofrece con educación. El asqueroso hombre me obliga a sentarme y se va tras intercambiar unas cortas palabras.

Mi espalda se mantiene erguida y tensa, no me gusta tener todas sus miradas sobre mí.

―¿Intentaste escapar? ―pregunta, creo que Ubbe. Ayer me dijeron sus nombres, pero no me he quedado con quién es cada uno.

―Claro que sí ―responde el que me tiró del pelo. Aprieto los puños que mantengo apoyados en mis piernas.

―¿Por qué? Solo estábamos ayudándote ―dice con genuino pesar la mujer. Puede que sea la única buena entre todos ellos.

―No sé quiénes sois ―respondo, creo que no es tan complicado entenderme.

―Tampoco sabemos quién eres tú, pero te hemos ayudado ―repite.

―¿Queréis algo de mí a cambio de esa ayuda? ―inquiero en cuanto pasa esa idea por mi cabeza.

―No, solo queremos saber quién eres y por qué apareciste aquí.

―No lo sé, no recuerdo nada ―hago una pausa agachando la cabeza―. No puedo responderos porque no tengo ni idea.

―Creo que ocultas algo, intentaste escapar ―habla el chico que estaba ayer cuando me pillaron.

―Intente huir porque pensaba que me haríais algo ―explico mirándole fijamente, quizás así sepa que no miento.

―¿No hemos sido lo suficientemente amables contigo? ―frunce el ceño con disgusto.

Estoy a punto de responder cuando aparece Ivar arrastrándose, se acerca hasta la mesa y se sube a la silla. Entonces, sus ojos se encuentran con los míos.

―¿Estás mejor, hijo? ―pregunta su madre haciendo que desvíe la mirada hacía ella. Asiente sin decir nada.

―Menos mal que estaba yo para atraparla ―comenta el que tiró de mi pelo.

―Si no me hubiera dado cuenta de que se iba a escapar, nadie la hubiera parado ―informa Ivar mirando mal a su hermano.

―Podrías haberla detenido tú, pero eres un tullido que no puede hacer nada ―contraataca el otro, en ese instante el ambiente se vuelve tenso.

La mirada en sus ojos azules se vuelve más oscura y aprieta la mandíbula.

―Silencio los dos ―interviene Ubbe poniéndose de pie.

Vuelve a sentarse. Una chica rubia se acerca a la mesa, en silencio sirve un líquido a cada uno. Agacha la cabeza y da unos pasos atrás. Comienzan a beber y es cuando me fijo en la comida de todos, yo no tengo nada. Hablan entre ellos, haciendo como si no estuviera allí. Poco a poco me voy encogiendo en mi sitio, prefiero que me ignoren y así aprovecho para analizar la sala. Después de un rato, se quedan en silencio.

―Entonces, ¿no vas a contarnos? ―pregunta Ivar llamando mi atención, los demás observan expectantes.

―No recuerdo nada ―repito con cansancio. Sé que no me creen, pero es la verdad.

―En ese caso, no tiene sentido que estés aquí ―sonríe como si la situación le divirtiera.

―Intenté escaparme y no me dejasteis, por eso estoy aquí ―inclino la cabeza ligeramente hacía un lado.

―Es muy aburrido eso ―rueda los ojos y mueve el vaso entre sus dedos.

―No puedo ofreceros nada.

―Puedes trabajar ―ofrece Ubbe cruzándose de brazos y apoyándose contra el respaldo de forma tranquila―, ¿verdad, Hvitsärk?

―No creo que sirva para algo ―murmura el que me tiró del pelo antes de beber.

―Seguro que algo encontramos ―Hvitsärk interviene respondiendo a su hermano―. Puede que algún día confíe en nosotros y nos cuente.

―No tenéis que ser tan buenos con ella ―se burla Ivar―. Se que estáis hipnotizados por su extraña belleza, pero no deja de ser una esclava que no vale nada.

―Nadie sabe si es una esclava ―contesta Ubbe.

A partir de ahí, ignoro cualquier tipo de conversación que tengan. Literalmente, me han traído aquí para nada, solamente hablan entre ellos y ni siquiera tengo comida.

Después de un rato, el mismo hombre me lleva a la fuerza a mi habitación. Tira un plato con lo que parece comida y se queda a un lado de la puerta. No pienso comer nada que me dé, puede que lo haya envenado. Resistiré hasta que no pueda aguantar más el hambre, de momento no siento ni una pizca.

El tiempo pasa demasiado lento. No tengo nada que hacer y lo único que me queda es pensar. Después de varias horas, alguien entra en la habitación y levanto la cabeza. Permanezco acurrucada en la esquina, abrazando mis piernas contra mi pecho. Ivar se acerca arrastrándose.

―¿Ahora me tienes miedo? ―pregunta con sorna al verme―. Ayer no lo parecía.

―¿Qué quieres?

Se detiene quedando a unos pasos de distancia, ambos estamos a la misma altura ya que estamos en el suelo sentados. Se acomoda en su sitio y mi vista inevitablemente se dirige a sus piernas por un segundo.

―Acércate ―ordena haciendo un pequeño movimiento con la cabeza. No me muevo de la esquina―. Quiero ver tus ojos de cerca.

Aparto la mirada en respuesta y giro la cara. Quizás me esté ganando que me maten, pero el tener tiempo para pensar y mentalizarme me da cierta valentía. Escucho como bufa y se arrastra hasta mí. Sus dedos agarran bruscamente mi mandíbula, obligándome a volver a mirarle. Unos treinta centímetros separan nuestros rostros, sus ojos se mantienen fijos observando los míos.

―No fue mi imaginación ―susurra soltándome, pero no se aleja. Su mirada ha cambiado a una curiosa y ligeramente sorprendida. Me muevo incómoda y rodeo con más fuerza mis piernas.

―¿Qué? ―pregunto. Se echa un poco hacía atrás, dejándome cierto espacio.

―Tus ojos alrededor de la pupila son dorados ―explica aun sin apartar la mirada―. Ayer creí verlo, pero quería asegurarme.

Me encojo de hombros con indiferencia. Frunce el ceño ante mi actitud.

―Nunca he visto unos ojos así, además que brillan como si tuvieran luz propia.

No será tan raro como dice. No sé cómo es mi aspecto físico, tampoco lo recuerdo, pero no creo que sea para tanto.

―Y tus ojos son azules ―digo siguiéndole la conversación.

―¿Qué tiene que ver eso?

―No lo sé, hablas de mis ojos pues yo hablo de los tuyos.

Su semblante se torna inexpresivo por un segundo, para después negar con una leve sonrisa. Siento que se está riendo de mí, pero no hago ningún comentario al respecto.

―¿Cuánto más vas a seguir fingiendo?

―No estoy fingiendo.

―Algún día averiguaré quién eres, ya sea por las buenas o por las malas ―dice y se que intenta que suene a una amenaza.

―A mi también me gustaría saberlo.

Se queda en silencio ante mis palabras, aprovecho para esconder la cara de forma que no pueda verme.

―Como castigo quiero que me ayudes y estés bajo mis órdenes ―rompe el silencio después de unos segundos.

―¿Tengo otra alternativa?

―No ―responde lo que ya me imaginaba.

―¿Por qué tengo que ayudarte?

―Soy un tullido.

Hago un sonido afirmativo. Da por finalizada la conversación y sale dejándome sola de nuevo. Supongo que cuando me necesite hará que vengan a por mí.

Ahora necesito mentalizarme de todas las cosas horribles que seguramente me obligue a hacer. Aunque también podría aprovechar para buscar otra manera de huir, si es que eso es posible. No es suficiente con los vacíos mentales que poseo, también tengo que soportar la incertidumbre de lo que pasará conmigo en este lugar.

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