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Capítulo 33. El Diario


Cora nunca fue una persona que supiera apreciar la naturaleza, esto porque se crio en un ambiente urbano, donde su día a día eran autos, edificios, casas, transporte público, y mucho ruido de las personas y los mismos vehículos. Por ello es que podía disfrutar como ninguna otra persona la belleza y serenidad de Mystic Falls, así como disfrutaba igualmente la compañía de sus habitantes. Podía parecer absurdo, pero era cierto cuando decían que una persona de ciudad y una de pueblo pequeño se diferenciaban por sus formas de ser. Especialmente Stefan.

¿Qué otra cosa podía pedir? Estaba viviendo un sueño al mudarse a un pueblo con la intención de comenzar de cero. Ahí muchos eran amantes de la lectura, las redes sociales no lo eran todo, había muchos lugares para tener reuniones sin tener la necesidad de hacer más de una hora de distancia, tenía amigos, y un novio que a veces dejaba ver su lado romántico de la época victoriana.

Como en ese momento. Cora y Stefan habían decidido alejarse de la rutina por un día y organizaron una escapada en el bosque, en dónde realizaron un día de campo junto a la cascada y ella dibujaba mientras que él estaba acostado a su lado y leía un poco. Cora inhaló profundamente por la nariz y se deleitó con el aire fresco y puro que Chicago carecía, dejándose embriagar por el aroma de hierba y tierra mojada, escuchando atentamente como corría el agua de la cascada.

Stefan dejó a un lado su libro y espió el cuaderno de dibujo que Cora tenía sobre su regazo, donde ella estaba plasmando cada detalle de la cascada, la cual estaba al otro lado del acantilado.

—Eres toda una artista.

La joven rubia inmediatamente llevó el cuaderno hacia su pecho y a pesar de que quería aparentar indignación por la impaciencia de Salvatore, no pudo reprimir una risita.

—¿De verdad? Pues esta artista quiere terminar su obra para enseñártela en su totalidad.

—Y además excéntrica.

La joven le dio un manotazo a modo de juego y se mordió el labio inferior, haciendo ademán de seguir dibujando. No obstante, cuando el lápiz de color blanco se posó en nuevamente en el papel para darle mayor profundidad a la cascada y que se apreciara su traslucidez por encima del color celeste que ella ya había añadido, su mano tembló levemente sobre la hoja cuando sintió como Stefan besaba su lóbulo.

—Stefan. —llamó ella con tono de advertencia, pero su cuerpo se estremeció, reaccionando así a las caricias de su novio.

—¿Si?

—Por favor, compórtate. —más que una petición, parecía ser una súplica, porque ella temía no ser capaz de mantener la compostura por mucho tiempo antes de caer rendida ante sus encantos. Y él contaba con ello.

—¿Acaso me puedes culpar? Siento que apenas te veo y puedo estar contigo de esta forma. Solos, sin nada ni nadie que nos interrumpa. Sin vampiros, brujas, escuela, o Damon.

—Me encanta como Damon simplemente no entra en ninguna categoría, porque es única su forma de sacarnos de nuestras casillas. —musitó ella con una risa que pronto se convirtió en un jadeo cuando Stefan trazó un camino de besos en su cuello.

—No pienses en Damon ahora. —susurró, su aliento acarició su piel, y ésta se erizó. Esto fue más que suficiente para que ella soltase el lápiz y se volviera hacia él para besarlo.

Sus brazos se envolvieron al rededor del cuello del vampiro, sujetándose de él mientras que él la tomaba de la cintura y pronto ella estaba a horcajadas sobre él, persiguiendo sus labios mientras que él se inclinaba hacia atrás, con la clara intención de fastidiarla ahora que tenía toda su atención. Pero Cora era perseverante, por lo que se inclinó hacia él, hasta que terminó por tumbarlo por completo en la hierba, cayendo ella igualmente con él.

Entre risas traviesas, los dos enamorados siguieron deleitándose con sus labios, y cuando las manos de Cora comenzaron a deslizarse por el pecho de Stefan y buscaba hacerse paso entre los botones de su camisa para sentir su piel, Stefan dejó escapar un gemido junto a su boca. Ella seguía siendo inexperta en los temas de la educación sexual, y si bien tenía sus dudas, sus instintos que residían bajo su abdomen y se extendían por su cuerpo le pedían, le rogaban, porque aquello avanzara. Quería más.

No obstante, cuando Stefan le quitó el cárdigan blanco que ella llevaba ese día para cubrirse del viento de otoño, sintieron como una brisa gélida los envolvía, y seguido de esto se escuchó el grito de una mujer.

Ambos inmediatamente se alejaron pero no se soltaron del todo, mirando en estado de alerta a su alrededor.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella, su respiración ya se estaba regularizando.

—Seguramente fue el viento. —dijo Stefan, más no se escuchaba convencido de ello. Y como si fuese en respuesta a lo que dijo, el grito se volvió a escuchar, y esta vez había terror en él, como si la mujer estuviera siendo atacada o perseguida por un animal salvaje, o peor, por un vampiro.

—Stefan, eso sin duda no puede ser solo el viento.

A pesar de que ninguno de los dos quería que el momento que tenían se viera interrumpido, ciertamente la pasión que se había apoderado de ellos se fue con el viento y ahora solo podían pensar aquel grito desgarrador que parecía haberse impregnado en cada rama y hoja del bosque, haciendo eco con la brisa. Más que preocuparle, Cora comenzaba a sentirse asustada, pero no por lo que estaba haciendo gritar a dicha mujer, sino por ella.

Era algo antinatural la forma en cómo el bosque reaccionó como respuesta ante aquel alarido de agonía y desesperación. La temperatura había descendido, las hojas volaban lejos de las copas de los árboles, pero se rehusaban igualmente en tocar la tierra.

Stefan, quien también tenía una mala corazonada al respecto, se puso de pie y alisó su ropa.

—Iré a ver que sucede. Espérame aquí.

—¿Qué?—ella se incorporó de un salto—. No, yo iré contigo.

Sin embargo, Stefan ya tenía preparado su alegato para esto.

—Cora, esto no está a discusión. Si algo sale mal necesito saber que estás aquí y así podré regresar por ti para sacarte de aquí. Si vamos juntos y alguien está en peligro no podré cuidar de ambas.

Si bien quiso discutirlo y lanzarle la carta de que ella era una bruja caótica y que por lo tanto podía cuidarse por sí misma, Cora no era inmune a las ramas o raíces que la harían tropezar. En cambio Stefan sabía como moverse, y si ella lo acompañaba solo lo haría ir más lento, tanto para ir a investigar así como fuera necesario que él regresara.

—Solo ten cuidado, por favor. —le pidió, ya que no tenía porque ser una bruja para saber que algo malo estaba sucediendo. La naturaleza no podía dar un cambio radical repentinamente solo porque una mujer gritase. Además, ese grito no parecía ser humano.

—No tardo, lo prometo.

Dicho esto, Stefan se alejó unos pasos de ella y se alejó a una velocidad sobrehumana de ahí. En cuanto él se hubo marchado, la temperatura descendió bruscamente, y con ello la brisa se convirtió en un vendaval, amenazando con dejar a los árboles desnudos sin sus hojas y ramas, las cuales se sacudían violentamente sobre la cabeza de Cora. El miedo empezó a subir por su garganta, y como reacción solo pudo tomar su cárdigan para ponérselo nuevamente, pero éste le fue arrebatado por el mismo ventarrón, lanzándolo hacia el acantilado.

—¡No!

Cora alzó sus manos y de ellas brotó una esfera de magia caótica que en lugar de golpear la prenda de vestir impactó contra una hoguera que apareció relativamente de la nada, y ésta se encendió en llamas. El frío se vio consumido por el calor abrazador del fuego que se esparció a una velocidad sobrenatural, extendiéndose por la tierra, los árboles, incluso los pájaros que intentaban huir de ahí. Era una visión terrorífica.

—No. —un jadeo salió de los labios resecos de Cora, viendo con ojos bien abiertos llenos de horror como el fuego no tenía control alguno, porque era un fuego que ella provocó con el caos. Su caos.

—¡Cora!

Escuchó los gritos de sus amigos a través de las llamas, las cuales pronto la encerraron en un círculo, donde solo estaba ella y la hoguera, la cual estaba siendo consumida por el fuego.

—¡Cora! —era Stefan, pero por alguna razón ella no pudo reaccionar y gritarle en respuesta. Estaba paralizada por el miedo hacia sí misma.

¿Qué había hecho?

—¡Cora!

La voz de un hombre se escuchó por encima del chisporroteo furioso del fuego. Era una voz desconocida a la cual no podía darle un rostro, pero que por una extraña razón le era familiar, y esto la hizo reaccionar. Sus pies, que se habían quedado plantados sobre el suelo como si fueran raíces de un árbol, retrocedieron un par de pasos, y sintió como chocaba contra algo.

O más bien alguien.

La sensación de frío volvió a recorrer su espalda, empapando su espalda y frente con un sudor frío en compañía de escalofríos. Su aliento se quedó atascado en su garganta, y a pesar de que no quería voltear y ver con quien había chocado, ya que ésta persona no había emitido sonido alguno, no tuvo más opción que avanzar dos pasos para así volverse lentamente.

Era una mujer de cabello pelirrojo, la misma mujer con la que llevaba teniendo pesadillas desde que llegó a Mystic Falls. En esta ocasión llevaba puesto un vestido de la época victoriana color escarlata, que daba el aspecto de ser de fiesta, pero en realidad no aparentaba lujo o elegancia, ya estaba rasgado en su falda, quitándole volumen. Estaba empapada de sangre desde su cabeza hasta la punta de sus zapatos, y sus ojos irradiaban un color escarlata que solo podían ser causa por la magia caótica.

«Esto es lo que sucede cuando cedes el control al caos.» Escuchó una voz delicada, casi susurrando, en su cabeza, pero sabía que era ella quien le estaba hablando.

Cora comenzó a temblar sin control, y después de recuperar el aliento solo fue capaz de gritar, causando así que el fuego consumiera cada hectárea del bosque. Tal como Clarisse Hale hizo alguna vez hace tiempo. Y ahora ella era la siguiente bruja caótica en continuar el ciclo de destrucción.

Lo primero que sintió al despertar fue la sensación de calor, y terminó por hacer a un lado el edredón con el que se cubría mientras se incorporaba para recuperar el aliento que ella sentía que le faltaba. Era como si aquel fuego que vio en su pesadilla estaba presente en la habitación, pero no era más que una simple sensación, a pesar de que ella estaba empapada en sudor.

—¿Cora?

La joven soltó un grito ahogado al escuchar una segunda voz a su lado, pero el pánico se disipó al percatarse de que solamente se trataba de Stefan. El verlo junto a ella la hizo sentir más calmada, y lentamente se entregó a los recuerdos reales, haciendo a un lado aquella terrible visión del bosque incendiándose por su culpa, y ella estando encerrada en un círculo de fuego.

Habían pasado dos días desde los acontecimientos del baile. Ella y Stefan pasaron todo el día anterior juntos planificando en casa de Cedric, uno de los pocos lugares al cual Damon seguía sin tener acceso, en cómo podían pretender ayudarle con la búsqueda de Katherine cuando en realidad querían evitar que abriera la tumba. Elena y Cedric se vieron envueltos en esto porque Cora insistió de que en caso de fallar Elena se llevaría un susto de muerte al ver a Katherine, y como Damon tenía como objetivo buscar el diario de Jonathan Gilbert no había muchas razones como para mantener a Elena en la ignorancia de lo que sucedía. Y Cedric siempre podía socorrer a Elena en caso de que las cosas salieran terriblemente mal.

Cora había hablado con Elena respecto al diario y le advirtió sobre Damon y que intentaría persuadirla. En caso de que no se viera capaz de detenerlo siempre podía llamar a Stefan o incluso podía rociar sobre el diario verbena en caso de encontrarlo antes. Elena decía que no estaba segura del todo donde podía estar, ya que Jenna era quien sabía mejor, pero prometió buscarlo y hacer lo que Cora le solicitó. Pronto la charla entre ellas se trasladó a temas más amenos, y Elena le contó sobre su nueva relación con Cedric. Cora, naturalmente, se mostró más que feliz por ellos y la morena le platicó cómo sucedió, con lujos de detalles.

Mientras las dos amigas charlaban, Stefan se había llevado a Cedric a la cocina para hablar en privado. Cora intentó averiguar que fue lo que su novio le pidió a su mejor amigo, pero Stefan se mostró evasivo, y Cora desistió por esa noche, especialmente cuando accedió en que él la llevase a su casa y así tener un momento de privacidad. Únicamente hablaron en la sala de estar acerca de libros, música e incluso bromearon referente a su mala suerte con los bailes escolares, hasta que Cora se quedó dormida en algún punto de la charla nocturna cuando Stefan la convenció de recostarse sobre su regazo.

Él debió llevarla a su cuarto, el cuál no le era desconocido teniendo en cuenta que hace unas semanas perdió su virginidad ahí mismo. Si bien recordar esto aún le causaba cierta vergüenza, la amargura era la sensación que predominaba en ella cuando recordaba aquella noche y lo que sucedió después. Lo que pudo ser un hermoso recuerdo se vio ensombrecido por la revelación de quién era en realidad Katherine. Cortesía de Damon Salvatore, por supuesto. Esa era la especialidad del pelinegro: amargar las bellas memorias.

Stefan en ese momento se acercó a ella y la abrazó por detrás, envolviendo su pequeño y sudoroso cuerpo con sus piernas para que ella pudiese así recostar su cabeza en su pecho.

—¿Una pesadilla?—le preguntó él, acariciando sus muñecas lentamente, como si le estuviera dando una clase de masaje.

—Clarisse—susurró más para sí misma, mientras sentía como su respiración se normalizaba—. Hace tiempo que no la veía.

—¿Ella te dijo algo?

—No. —tragó saliva y suspiró. No quería contarle pero no por falta de confianza, sino porque simplemente quería olvidarlo. No quería pensar más en eso. Siempre que soñaba con ella Cora sentía un miedo irracional, como si ella en realidad siguiera viva y la estaba observando en algún rincón de la habitación. Pero, claro, solo era su imaginación la que hablaba, en realidad Clarisse Hale era inofensiva porque estaba muerta.

Debía ser solo su miedo por cómo sus habilidades con su magia habían estado evolucionando a un ritmo considerablemente rápido, hasta el punto de que Cora creía que en realidad era la magia caótica quien la controlaba a ella. Por ende su pesadilla tenía una explicación lógica y únicamente era el miedo tomando el rostro de Clarisse y su historia en la hoguera.

—Lo siento—se disculpó entonces ella, volviéndose hacia Stefan sin soltarse del todo de su agarre—. No quería despertarte.

—Oye, no tienes porque disculparte por eso. Lo importante es que estás bien.

—Solo fue una pesadilla.

—Nada que tenga que ver con Clarisse es un "solo". Y lo sabes.

Cora quería discutirle esto, pero ciertamente no tenía alegatos para presentar, así que únicamente se inclinó hacia él y besó castamente sus labios, y acto seguido se apartó para hacer una mueca.

—Dios, lo siento. No me he lavado los dientes.

Stefan se echó a reír y tomó su rostro entre sus manos para volver a besarla, diciéndole de esta forma que no le importaba en absoluto. Sin embargo, pronto se escuchó una tercera voz en la habitación que hizo que el corazón de la joven Beckham volviera a latir desbocadamente, como si nuevamente se encontrase en aquel bosque.

—Buenos días igualmente, tortolitos.

La pareja se separó inmediatamente cuando reconocieron la voz y Cora soltó un grito de pánico cuando vio que se trataba de Damon, quien estaba sentado sobre el escritorio de Stefan, mirándolos con una sonrisa socarrona.

—¿Damon?

Stefan gruñó.

—¿Qué diablos haces aquí?

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?—exigió saber ella, cubriéndose torpemente con edredón a pesar de que estaba completamente vestida.

—El suficiente—Damon se bajó del escritorio con agilidad y elegancia envidiable y se aproximó hacia la cama, sentándose al borde de esta del lado de su hermano—. Oh, por favor, no seas ridícula. No estás desnuda.

—¡Estás irrumpiendo nuestra privacidad!—exclamó ella, sonrojándose, pues era verdad que se veía absurda tapándose cuando no tenía por qué hacerlo—. Perdóname si actúo así porque no esperaba despertar aquí y verte.

—¿Insinúas que mi presencia no te es grata?—preguntó él, llevándose su mano hacia el pecho de una forma sobreactuada que solo le causó irritación y nuevamente hizo a un lado el edredón.

—¿Qué quieres, Damon?—demandó saber, sin esconder su exasperación.

Damon hizo un ruido parecido a una risita burlesca.

—Cenicienta despertó de malas.

—Y te lanzaré con gusto mis zapatos si no respondes. —dijo ella con una falsa sonrisa encantadora cuando su voz y mirada expresaban irritabilidad.

Damon puso sus ojos en blanco y murmuró para acto seguido juntar sus palmas sonoramente y sonreír como lo hacía un ladrón de bancos antes de ejecutar el atraco.

—Ahora que nosotros establecimos un pacto de paz e incluso puedo decir que es lo más parecido en ser amigos, estoy dispuesto a contarles lo que he descubierto en estos últimos días sobre la tumba. Y pensé que lo mejor sería empezar con la primera fase del plan lo más pronto posible.

Cora se estremeció y miró de soslayo a Stefan, pero él se veía calmado y dispuesto a escuchar a su hermano. Cualquiera pensaría que Stefan tenía la misma motivación que Damon para abrir la tumba, lo cuál le causó temor a Cora, porque era bueno fingiendo. Pero supuso que debió perfeccionar esta cualidad si iba a vivir por siglos y siglos junto a su hermano, quien, aunque lo negase, lo conocía mejor que nadie.

—¿Y qué tienes en mente?

Damon chasqueó la lengua y sus ojos azules emitieron un destello peligroso cuando escuchó el tono de interés de su hermano. Cora tenía la sensación de que Damon llevaba esperando años por este momento. Porque ese era su motivo por el cuál había regresado a Mystic Falls.

Pensar en esto hizo que Cora sintiera un nudo en su estómago, y por ende se acercó más hacia Stefan.

—Bueno, ya que nuestra pequeña bruja caótica se ha vuelto muy cercana a Elena, y ella es una Gilbert y necesitamos el diario de Jonathan Gilbert para encontrar el grimorio que guarda el hechizo de la tumba, se encargará de pedirle prestado el diario a su amiga—miró a Cora y esbozó una sonrisa—. Es una tarea fácil ¿no crees? Ya has tomado cosas prestadas de los Gilbert en el pasado, como la brújula, por ejemplo.

Cora tragó saliva, pero puso sus ojos en blanco y asintió con su cabeza. Ella aún recordaba aquella vez perfectamente, y también en cómo le dio una brújula falsa a su papá mientras que ella se quedó con la original y la había guardado en su librero. Pero no quiso pensar en ese asunto porque significaba enfrentarse a su padre, y no quería eso, así que fingió demencia y ya ni siquiera mencionaba a los Gilbert en presencia de su papá por miedo a que él recordase el asunto de la brújula.

—Si, creo poder manejar esto. —dijo ella y se dejó caer sobre las almohadas.

No podía mirar a Damon y su entusiasmo reflejado en sus ojos porque estaba cada vez más cercano a su objetivo en abrir la tumba y recuperar a Katherine. Todavía recordaba la tarde anterior, cuando ella y Stefan hablaron del tema antes de pedirle el favor a Cedric en usar su casa como refugio para planificar mejor su estrategia. Cora no pudo evitar su curiosidad y le preguntó a Stefan a qué se debía este interés de Damon por liberar a Katherine.

—Es que no logro entender por qué él querría liberar a la mujer que jugó con ustedes y que los hipnotizó. ¿Por qué esmerarse en hacer todo esto por alguien que los quería a ustedes dos como sus esclavos por el resto de la eternidad?

—Porque ella nunca hipnotizó a Damon—le había respondido Stefan—. Me lo confesó después de la muerte de Lexi. Al parecer eso le hizo pensar que como jamás lo hipnotizó ella en realidad lo amaba solo a él y yo era su capricho. No lo sé, Damon puede tener muchos defectos, pero cuando se enamora solo puede ver a esa mujer y lo demás le importa bien poco. Lo creo capaz de asesinar a toda la humanidad con tal de estar con quien él ame. Su amor es obsesivo, esa es la verdad.

No era por justificar a Damon, porque lo que él quería hacer era demencial, pero aún amaba a Katherine a pesar de todo, él creía en ella. Y por eso es que no podía mirarlo a los ojos sabiendo que ella y Stefan fingían ser sus aliados cuando lo apuñalarían por la espalda.

—¿Y qué te hace pensar que ese vampiro nos dijo la verdad?—le interrogó Stefan a su hermano, tomando la mano de Cora para entrelazar sus dedos y con su pulgar trazó círculos en el dorso de su pequeña y suave mano—. No sé si lo recuerdas, pero era un completo imbécil.

—Sonaba bastante sincero cuando Cora lo torturaba.

—Me refiero a que no sabemos si en el diario nos diga donde está el grimorio.

—No perdemos nada con intentarlo.

—Disculpen—Cora alzó su mano izquierda, la cual no estaba sujeta a la de Stefan, como si estuviera en clases—, pero ¿qué es un grimorio?

—Claro, tu especie no necesita de esos, por eso no sabes—resopló Damon—. Las brujas comunes lo usan para anotar sus hechizos. Es como un recetario para ellas.

—Las brujas caóticas, o sea tú, no lo necesitan porque no tienen porque hacer pociones o recitar palabras—completó Stefan—. Solo basta con pensar en ello.

—Y el grimorio que buscamos pertenece a la bruja que realizó el hechizo en la tumba.

—Pero ¿por qué Jonathan Gilbert sabría dónde está? Pensé que él odiaba todo eso del mundo sobrenatural.

Stefan se encogió de hombros y exhaló.

—Era un hombre complicado. —respondió.

—Él y otros tantos estaban locos como cabras.

—Habló el cuerdo del pueblo—Cora resopló—. Primero mírate al espejo antes de juzgar la cordura de los muertos.

—¿Siempre debes darme lecciones de moral?—preguntó con irritabilidad para acto seguido levantarse de la cama y avanzar hacia la puerta—. Consigue ese diario, y entonces avanzaremos a la fase dos del plan.

—Creí que tu plan había empezado desde que llegaste al pueblo. —masculló Cora, sabiendo perfectamente que él la escucharía.

—Ese era otro plan.

—¿Eres de las personas que en lugar de dormir planifica su vida por las noches mientras contemplas el techo? —inquirió con una amarga sonrisa que se acentuó cuando el pelinegro le dedicó una mirada de pocos amigos.

—No puedo entender aún como alguien que mide metro sesenta tiene un asqueroso carácter que haría estremecer al palacio de Buckingham—chasqueó la lengua—. Pero estoy dispuesto a tolerarlo, sobre todo ahora que somos un equipo—entonces esbozó una sonrisa pícara—. Somos como un trío. En otros términos eso sería más que interesante pero no estoy interesado en ello.

Cora y Stefan intercambiaron miradas de desagrado por siquiera pensar en ello. La imagen mental le traería pesadillas.

—¿No les encanta que por fin nos llevemos bien y podamos convivir en la misma habitación sin desearnos el mal?—entonces, cuando se detuvo en el marco de la puerta, los miró por encima de su hombro y su sonrisa se desvaneció al instante, dedicándoles una gélida mirada amenazadora que hizo estremecer a Cora y apretar con más fuerza la mano de Stefan—. No lo arruinen.

Dicho esto, Damon abandonó el dormitorio y Cora no dudó dos veces antes de alzar su mano izquierda y con su magia cerró la puerta. La pareja, sabiendo que no tendrían más intimidad con Damon al pendiente de que se pusieran en marcha lo antes posible para obtener el diario, intercambiaron miradas para después besarse castamente y así dar inicio al día.


Las explicaciones que le presentó a sus padres del por qué no fue a dormir en realidad fueron más cortas de lo que pensó, y es que Elena se había encargado de cubrirla cuando llamó a su casa por la noche y André le respondió el teléfono. Elena anteriormente le había marcado al celular, pero no había recibido respuesta, por ello tuvo que marcar al teléfono de su casa. Cuando André le dijo que no se encontraba ahí Elena no tardó en unir los hilos al recordar que Cora se había ido de la casa de Cedric junto a Stefan, y por ende pensó inmediatamente en una coartada para la rubia así como para justificar del por qué llamaba tarde.

—Si, por eso llamaba, señor Beckham. Cora y yo nos quedamos viendo una película en mi casa. Y se quedó dormida. Me dio pena despertarla así que quise pedirle su permiso para que se quede a dormir aquí.

Al comienzo André se mostró renuente, pero terminó por acceder, no sin antes pedirle de favor a Elena de que le pidiera a Cora que viniera a casa en cuanto estuviera despierta. Elena cumplió su palabra y le dejó un mensaje de voz así como uno de texto explicándole lo ocurrido con sus padres. Por ende, una vez que ella y Stefan abandonaron la casa Salvatore Cora le dijo que ella lo alcanzaba en la casa de Elena, ya que debía ir primero con sus padres.

Su madre todavía no llegaba de su turno, y su papá la estaba esperando antes de irse al trabajo. En general no hubo gritos ni reclamos, solo un saludo cálido y una petición de que la próxima vez les avisara dónde estaba, ya que era casi la media noche cuando Elena llamó y él estaba preocupado. Cora prometió que no volvería a pasar, y tras darle un fuerte abrazo y beso en la mejilla subió a su habitación donde se cambió de ropa y tomó su medicamento. Había tomado una ducha con Stefan, individualmente, por lo que no se entretuvo mucho antes de volver a salir de casa una vez que su papá se fue al trabajo. Le dejó igualmente una nota a su mamá en la cocina explicándole que estaría con Stefan y Elena y cualquier cosa tendría su celular encendido.

Una vez todo solucionado con sus papás emprendió camino a la casa de Elena, donde ella la recibió y se unió a la búsqueda del diario junto a Stefan, quien ya había revisado dos de cinco cajas.

—En verdad no sabes cuanto te agradezco por cubrirme anoche, Elena—le agradeció Cora una vez que se instaló en la sala de estar y tomó una de las cajas para comenzar a buscar el dichoso diario—. De no ser por ti ahora mismo estaría castigada en mi habitación, o incluso en una celda donde mi mamá me tendría vigilada.

Elena enarcó su ceja cuando escuchó esto y pensó que Cora debía estar solo bromeando, pero tras recordar el tono de voz insistente de André Beckham sospechó que hablaba en parte en serio, por lo que únicamente esbozó una sonrisa y se encogió de hombros.

—¿Para qué están las amigas? En realidad te llamé para decirte que dejaste tu sudadera con Cedric, de hecho la tengo en mi habitación.

—Oh, es verdad. —después de que la reunión se extendió por casi dos horas Cora tuvo calor y se quitó la sudadera, quedándose con su camiseta de estampado de los Beatles. Cuando salió de casa para irse con Stefan el clima estaba templado, por lo que al no tener frío no se percató de la ausencia de su prenda.

—Por cierto, Cedric se disculpa por no estar aquí. Dijo que si cuatro personas están revisando cajas sería un poco sospechoso para Jenna o Jeremy y quiso aprovechar en pasar tiempo de calidad con sus padres.

—Tiene sentido—Cora suspiró, a decir verdad ella sentía que solo iba a casa para comer y dormir, y apenas veía a sus padres. Pero no se sentía del todo culpable, ya que estaba convencida de que una vez Damon desistiera con abrir la tumba todo terminaría—. No sabía que tu padre conservara tantas cosas de la familia. —dijo entonces, cambiando el tema mientras sacaba de la caja unas fotografías que más que ser en blanco y negro estaban amarillentas y al toque amenazaban con desintegrarse.

—Si. Honestamente nunca supe porque, pero ahora veo que es porque al ser parte de las familias fundadoras y que además eran parte de un consejo anti vampiros, creo que guardar todo esto es como tener una bóveda de objetos útiles y que solo ellos sabían lo que eran en realidad—Elena sonrió con melancolía y extrajo de la caja que ella revisaba una fotografía enmarcada—. Stefan ¿quién es él?

El aludido dejó a un lado la caja que se le asignó revisar y tomó con cuidado la foto que Elena encontró. Una mueca apenas perceptible se formó en sus labios.

—Es Jonathan Gilbert.

—¿En serio?

Cora alzó sus cejas y miró mejor a aquel hombre. A simple vista ella podía decir que no era muy alto, ella sabía mejor que nadie como lucía una persona de baja estatura, pero tenía un rostro favorecedor, aunque tampoco daba la apariencia de robar suspiros a todas las damas de Mystic Falls. Su mirada se le veía calmada, pero no serena, sino bajo control. Como si en vida hubiera sido una persona racional, pero había emociones que él aborrecía en sí mismo y hacía lo posible para reprimirlas. Un maníaco del control.

Cora siempre tuvo esta habilidad de leer a las personas con solo verlas a primera vista, incluso si eran fotografías. Su mamá le dijo alguna vez que era una bruja por ello, y si bien en su momento Cora hizo muchas bromas al respecto, ahora empezaba a creer que podía ser debido a su magia. Aunque su papá igualmente le presentó una explicación más lógica, y era que ella, al ser una persona altamente sensible, podía comprender mejor que nadie a las personas con solo mirar a sus ojos, porque ella era consciente de que eran la ventana al alma.

—¿Por qué guardar una foto de él?—inquirió Elena—. Ni siquiera lo conoció.

Cora hizo una mueca. Desde que Elena supo que era adoptada evitaba referirse a sus padres adoptivos como tales. No los llamaba papá o mamá, y cuando los mencionaba lo hacía como "ellos", "él o ella". Pero Cora no quiso hablar de ello, pues aún era demasiado pronto y Elena todavía tenia mucho con lo que lidiar.

—Hay cosas que no sabemos de nuestras familias—musitó Cora—. En realidad yo misma desconozco tantas cosas sobre los Beckham o los Shade, y al parecer el pasado lo es todo para ellos, porque es su historia, y se sienten parte de la historia de Mystic Falls.

Sin embargo, antes de que Elena o Stefan tuvieran la oportunidad de decir algo al respecto, Jeremy irrumpió en la estancia dispuesto a sentarse y ver la televisión, pero al ver las cajas esparcidas y a los tres presentes se detuvo abruptamente junto al televisor y frunció su ceño.

—¿Qué pasa aquí?—entonces le dedicó una sonrisa socarrona a Elena—. ¿Es una búsqueda del tesoro, acaso?

—No—Elena titubeó y entonces exhaló ruidosamente para acto seguido encogerse de hombros—. Amanecí melancólica, y quise buscar en las cosas de él—se mordió el labio inferior—. De papá. —añadió en voz baja y ronca, como si fuera una palabra que le costase decir, pero Jeremy, al parecer, apenas se percató de ello.

—¿Y decidiste compartir tu melancolía?

—Los invité antes de amanecer así—respondió con irritabilidad para acto seguido suspirar y cruzar sus brazos—. En realidad me están ayudando a buscar el cuaderno que papá solía leer de vez en cuando. Quisiera saber por qué tenía ese interés. Ya sabes, soy lectora y por tanto curiosa sobre todos los textos.

—Ah, si. El diario de Jonathan Gilbert.

Al ver que Jeremy sabía de qué era aquel cuaderno los tres se pusieron el alerta y lo miraron con mayor interés.

—¿Lo has visto? No he podido encontrarlo.

—Si, se lo di al profesor Saltzam cuando lo usé para una tarea de su clase—respondió mientras se encogía de hombros—. Se interesó bastante por eso. Ya saben es historiador y todo eso, así que se lo presté.

Cora y tuvo que darse la media vuelta para cerrar sus ojos y soltar un gruñido apenas audible. La única tarea que ella tenía por hacer y que parecía sencilla solo acababa de complicarse y añadir más problemas no solo al plan con Damon, sino que sumaba a una persona más que podía descubrir referente al mundo sobrenatural.

Jamás conoció a Jonathan Gilbert, pero siempre que buscaba algo que le perteneció, su día, semana e incluso el mes se convertían en una pesadilla de la cual no podía escapar, porque estaba más que despierta, lamentablemente.

Stefan nunca pensó que al ser un vampiro fuera capaz de sentir migraña, pero en ese momento, mientras caminaba por una de las aceras de Mystic Falls, en verdad deseaba un paracetamol y una bolsa con hielos, alejándose de toda fuente de luz porque su cabeza estallaría en cualquier momento.

Después de descubrir dónde estaba el diario, Stefan salió a toda prisa de la casa, pidiéndole a las chicas que se quedaran ahí y lo esperasen, prometiéndoles que volvería pronto, y en caso de retrasarse él les avisaría. Finalmente pudo conocer al profesor de historia, al verdadero Alaric Saltzman y conocer sus propósitos, pero aparentemente, como supuso desde el ataque del vampiro en el baile escolar, otro vampiro estaba interesado en el diario, y llegó antes que él para robar el diario.

No podía rastrarlo solo, necesitaba la ayuda de Damon, pero tampoco quería informarle que el diario estaba en manos de algún desconocido, por lo cual no tuvo más opción que buscar una segunda fuente de información. Después de todo Jonathan Gilbert no fue el único en registrar todo lo relacionado a los vampiros en su diario. Hubo alguien más que estuvo igual de obsesionado o tal vez más que él. Y sabía donde encontrar su diario.

Mirando con cierto recelo la fachada de la parroquia, Stefan suspiró con exasperación y avanzó hacia las grandes puertas de madera que siempre estaban abiertas para los creyentes, y para los que necesitaban encontrar consuelo una vez que se sentían desamparados, o en el caso de Stefan, cuando no tenían a dónde más acudir cuando estaban desesperados por que su hermano mayor era un psicópata que buscaba acabar con todo el pueblo y sobre él estaba la carga de detenerlo.

Si su plan daba resultado, se iría lejos de América. Compraría una casa en escocia y viviría ahí, donde no tendría absolutamente nada que le recordase a Damon o a Katherine. Tal vez esperaría a graduarse, y entonces se llevaría consigo a Cora. Incluso le compraría una casa a Cedric y a Elena, apostaba a que ellos también tomarían la oportunidad de irse en cuanto pudieran.

Pero justo ahora no podía darse el lujo de fantasear referente a un posible y lejano futuro sin preocuparse por Damon. Primero necesitaba sacar alguna ventaja sobre él teniendo en cuenta de que estaban parejos, y conociendo a Damon él buscaría tomar también una ventaja. Damon jamás confiaba en nadie, ni siquiera en sí mismo. La confianza era su punto débil, y por eso Stefan sentía que por fin tenía una ventaja sobre él, porque sabía como pensaba, y por tanto debía actuar.

La parroquia estaba sola. La misa daría inicio en dos horas más, y el confesionario estaba vacío, o eso parecía.

—Stefan Salvatore—el tío de Cedric y Ava salió del confesionario sosteniendo un libro que no era necesariamente religioso, sino más bien tenía la portada de ser una novela clásica—. ¿A qué debo el milagro de tu visita?

Stefan no pudo esconder del todo su sonrisa al escuchar aquel comentario. Robert sabía que Stefan fue creyente alguna vez, y lo seguía siendo, pero después de vivir más de un siglo le era cada vez más difícil creer que podía existir un Dios que permitiera todas las maldades de Damon y las vidas que quitó. Pero eso no era impedimento para respetar el terreno sagrado y sus imágenes, así como lo que representaban.

—Siento interrumpirte, Robert.

—Oh, nada de eso. Hoy es un día tranquilo por aquí y decidí escaparme para leer un poco—alzó su libro—. Savannah, mi sobrina, fue insistente al recomendarme Ana Karenina.

—¿Y qué tal?

—No he podido soltar este libro desde hace una hora. Es como ver una telenovela rusa en mi cabeza.

Stefan se rio y con esto sintió como liberaba parte de la tensión. Era agradable poder hablar con alguien que sabía lo que él era, pero aún así poder sostener conversaciones triviales como esa.

—En ese caso te recomiendo seguir con La mujer de blanco. Tiene drama y además es policíaca.

—Lo pensaré—entonces su sonrisa se desvaneció, pero no desapareció del todo, más bien transmitía cierto pesar por tener que devolverlo al mundo real, al mundo al que pertenecían ellos—. ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Stefan? A juzgar por tu mirada, nadie está herido, pero no estarías aquí a no ser por algo relacionado a tu hermano.

Stefan le dedicó una media sonrisa amarga.

—¿Es tu don de sacerdote leer a las personas?

—No, simplemente presté atención a nuestras charlas. Soy buen oyente incluso antes de entregar mi vida a la religión.

Stefan exhaló y le dedicó una mirada determinante, sabiendo que después de lo que él le solicitaría Robert intentaría hacerlo desistir.

—Necesito el diario de William Beckham.

Como esperó, los hombros de Robert así como su expresión facial se tensaron y cuando habló su voz se escuchaba calmada, pero había cierto pánico escondido en sus ojos azules que hizo que Stefan apartase la mirada.

—¿Entiendes que ese diario lo tengo guardado para Cora?—dijo, dejando sobre una de las bancas la novela rusa para así cruzar sus brazos y avanzar un par de pasos hacia Stefan—. Cuando te conté de él lo hice porque tenía la esperanza de que una vez llegado el día tú la encontrarías.

—Siempre supiste quien era ella. —susurró. No estaba sorprendido por ello, pero es verdad que a veces le costaba entender cómo es que Robert podía saber tantas cosas siendo un sacerdote. Aunque, claro, la familia Blossom también ocultaba sus secretos como las mujeres Benett.

—Lydia vino demasiadas veces, Stefan. Aprecio a Cora tanto como a mis sobrinos a pesar de que no la conozco—dijo—. Cedric me habla de ella, ahora mismo puedo ver el efecto que ella ha tenido en tu vida. Eres menos distante, y cada vez que menciono su nombre tus ojos se iluminan—un suspiro de pesar se escapó de sus labios—. Me costó trabajo entenderlo, no fue nada fácil, pero pude predecir el ciclo de las brujas caóticas tras estudiar a Clarisse Hale. Y teniendo en cuenta quienes son los Beckham, quise tener algo que un día le ayudará a entender un poco mejor a su familia.

—Lo entiendo, pero en verdad necesito ese diario. Se trata sobre la tumba, Robert—explicó—. Me temo que es mi única esperanza para tomar la delantera sobre Damon y detenerlo. Sabes que no estaría aquí pidiéndote esto si no existiera otra alternativa.

Si bien Robert se prestaba renuente en darle acceso al diario de William Beckham, al final terminó por asentir con su cabeza y guiarlo a una puerta que estaba junto al confesionario, la cual llevaba a un pasillo largo y estrecho que era custodiado por lámparas en las paredes que emanaban una luz cálida y tenue. Daba la sensación de que aquello antes era una especie de pasaje secreto, pero ahora solo llevaba a la oficina de Robert, donde había un escritorio de madera de roble con una silla igualmente de madera, y todas las paredes estaban revestidas de estanterías que guardaban libros de todo tipo, en su mayoría eran diarios así como grimorios de brujas.

—Todos estos diarios son solo copias—explicó Robert al ver un tanto perplejo como había varios diarios que eran de los Fell, Williams y Sulez—. Lo mismo con el diario de William Beckham. Logré copiarlo cuando André y Lydia se mudaron. Se descuidaron en los días de la mudanza y conseguí copiar un diario, el más importante a mi parecer.

—¿Y los grimorios?—cuestionó, sin esconder su recelo del por qué tenía en su posesión semejante conocimiento.

—Son originales—se encogió de hombros y le dedicó una mirada de irritabilidad—. Antes de Emily hubo más brujas, por eso es que Clarisse terminó en esa hoguera. Conseguí recuperar estos grimorios que si bien no se comparan con el de Emily tienen hechizos útiles. Pero por ahora—extrajo de la biblia que tenía sobre su escritorio una llave, y con esta abrió uno de los cajones de su escritorio—, solo hablaremos de William Beckham.

Stefan vio como le tendía el diario, pero antes de cedérselo por completo lo sostuvo con fuerza cuando Stefan hizo ademán de tomarlo.

—Pero necesito que me prometas que después de esto le dirás a Cora dónde encontrar respuestas que necesita. Un día, tristemente en uno cercano, tendrá muchas preguntas sobre su familia.

Stefan vio en sus ojos que en verdad le preocupaba Cora, y esto podía deberse a que Robert había estudiado a Clarisse mejor que nadie, y había cosas que Stefan jamás conocería porque el sacerdote le dijo una vez que alguna información solo le concernía a determinadas personas. Por ende, supo que si no le daba su palabra Robert encontraría la forma de sacarlo por las mismas puertas por las que había entrado.

Stefan sabía que no se debía subestimar a Robert Blossom. Porque quien lo hiciera era un completo imbécil.

Además, tenía razón. Ese diario le pertenecía a Cora, y él estaba leyéndolo antes que ella por razones egoístas.

—Te doy mi palabra.

Con esta promesa realizada, Robert soltó el diario y lo dejó en manos de Stefan, dedicándole una media sonrisa.

—Te dejaré a solas. Vendré en hora y media antes de la hora de la misa para que puedas salir con tranquilidad.

Robert abandonó la oficina y cerró la puerta detrás suyo, dándole así a Stefan la privacidad necesaria para leer el diario de William Beckham. Tenía que reconocer que nadie, ni siquiera Damon, sabría dónde buscarlo en ese momento. Lo cual era perfecto.

Stefan encendió la lámpara del escritorio y tomó asiento, abriendo una de las primeras páginas que estaba fechada en el año de 1864, el 20 de septiembre.

Querido diario, hoy acabo de enterrar a mi esposa. A mi amada Eloise.

El funeral fue privado, únicamente asistieron los Fell, Giuseppe Salvatore, y mi cuñado, Jonathan.

No quiero ser egoísta, pero a pesar de que Eloise era su hermana, el dolor de Jonathan no se puede comparar al mío. Siento como si mi alma hubiera sido enterrada bajo tierra junto al ataúd donde ella estaba. Y nunca más la volveré a ver. Me siento sin propósito, sin una motivación para continuar.

Estuve dos horas arrodillado frente al montículo de tierra que echaron sobre mi esposa, totalmente desnuda sin una lápida o flores que le hagan compañía. La lápida no será establecida hasta dentro de una semana, debido a su repentina muerte, ya que no hubo tiempo de pedirla.

Jonathan no dijo nada, pero pude ver como le causaba molestia que su hermana fuese enterrada lejos del pabellón que él designo para los Gilbert. Pero era mi esposa, incluso si fue un matrimonio que duró menos de un año, la amé desde que nos conocimos el día en el que la conocí saliendo de misa. Ella estaba buscando a su hermano, escondida debajo de su sombrero, claramente sintiéndose abrumada por la multitud que le impedía avanzar con total libertar.

Recuerdo como accidentalmente chocamos cuando me despedí de quien es ahora un viejo amigo, y en cuanto la vi supe que era ella la mujer de mi vida. Su tímida pero radiante sonrisa, aquellos grandes ojos azules que hacían contraste con su cabello castaño, y su melódica voz que era como escuchar a un ángel que me hablaba, y yo estaba en el cielo cada vez que ella reía. Su risa podía calentar el corazón de aquellos que lo tenían congelado, como yo. Pero Eloise era así. Ella no conocía imposibles y me devolvió la esperanza.

Y ahora esa esperanza se ha ido. Me siento como un completo extraño en mi propia casa después del funeral. Jonathan me obligó en abandonar el cementerio para regresar a casa, insistiendo en que debo descansar. Llevo parte de la madrugada vagando por la casa siendo torturado por los recuerdos con Eloise. Porque esta era nuestra casa, y ahora me siento como un fantasma que no pertenece aquí, pero tampoco quiero abandonar este techo. Me siento desdichado, completamente desamparado.

El ceño de Stefan se frunció cuando vio que en la siguiente página tenía la misma fecha pero la caligrafía era más descuidada e incluso se podía ver el nerviosismo y furia que Beckham llegó a sentir en ese momento congelado en dicha página.

No podía dormir, la tormenta eléctrica solo empeoraba mi desesperación, y la agonía se transformó en ira porque mi cama se sentía vacía, y la causa de ello era totalmente desconocida, porque esa fue la causa de muerte de mi esposa: desconocida. El forense no quiso darme detalles, se mostró renuente, ni siquiera Jonathan pudo obtener dicha información.

Es por eso que irrumpí en la morgue, y encontré lo que buscaba.

Eloise no tenía sangre, y el cuello estaba roto, lo que implica que su muerte no fue natural, sino que alguien la asesinó. Alguien me la arrebató, y juro por Dios, por mi alma, por Eloise, que no descansaré hasta ver a su asesino suplicando por piedad una vez que lo encuentre y le haga sentir mi dolor y me ruegue por la muerte.

Stefan dio vuelta a la página, y cada día que leía sobre la vida de William Beckham lo hizo sentir no solo agotado emocionalmente, sino que también temeroso porque su espíritu estuviera junto a él, y le hizo darse cuenta de que en realidad había mucho que él desconocía sobre aquellas personas a las que solía llamar sus vecinos. No obstante, Stefan no se dejó intimidar por su paranoia y continuó leyendo. 

LUCIE HERONDALE SPACE
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¡Lo logré! Pensé que no lograría publicar hoy pero si se pudo.

Adivinen quién se quedó sin internet por la tormenta. ¡Esta nena! A parte de que si me costó encontrar tiempo para escribir en estos días. Puedo estar de vacaciones pero aún tengo muchas otras que hacer, tristemente.

Anyway. Este capítulo fue más corto de lo que acostumbro. 7,900 palabras, eso es muy corto para mí, sobre todo con esta historia, pero tiene un por qué. Quería contar lo de William con flashbacks pero sentí que sería mejor dejarlo para el próximo capítulo porque francamente dudo que sea un flashback cortito.

Igualmente, si el nombre de Eloise les es familiar es porque André le vino con ese cuento a Cora para que robara el reloj. Claro que André no contó la verdadera historia pero Eloise si que existió. Murió prematuramente, claro, pero si existió.

Ahora, sobre Robert Blossom, él es un personaje que juega a favor de Stefan y las brujas (odia a Damon a pesar de que no lo conoce, pero Stefan le ha hablado sobre él así que ya tiene una idea de como es él) y el señor en verdad sabe demasiadas cosas. Puedo decir que aunque es un sacerdote él en verdad guarda demasiados secretos y conocimiento. Ya sabremos de él más adelante, pero primero hay que atar aunque sea un cabo suelto antes de soltar otros diez y traerles a ustedes más dudas jajajaja

No no es cierto. Bueno tal vez.

Aunque haya sido un poco corto espero que el capítulo les haya gustado, y dependiendo de qué tanto me emocione para contar los flashnacks de 1864 es cuando les trataré el próximo capítulo. Si todo sale bien habrá actualización entre el próximo viernes o el sábado por la noche a más tardar. Repito, todo depende de los flashbacks porque si se extienden a cuatro mil palabras será un capítulo único, pero si son menos de esas palabras entonces tendré que continuar con el tiempo presente y Cora también tendra una noche bastante ajetreada.

Ya saben, lo normal para ella. Vampiros, tumbas, riñas de los Salvatore, magia caótica; lo de siempre.

Nos leemos pronto. Cuídense de las tormentas y ciclones.








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