
𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐨𝐧𝐞
𝟏𝟐𝟒 𝐝.𝐂., 𝐾𝑖𝑛𝑔'𝑠 𝐿𝑎𝑛𝑑𝑖𝑛𝑔
𝐏𝐨𝐜𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐮𝐞́𝐬 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐞𝐬𝐚 𝐕𝐢𝐬𝐞𝐧𝐲𝐚 𝐜𝐞𝐥𝐞𝐛𝐫𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐮 𝐝𝐞́𝐜𝐢𝐦𝐨 𝐝𝐢́𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞, la Fortaleza Roja se llenó nuevamente del llanto de un recién nacido cuando la princesa Rhaenyra dio a luz a su tercer hijo varón. Su primogénita había pasado las horas del parto en la compañía de su más fiel amiga, Cerissa Tully, a instancias de la misma Rhaenyra. Según la heredera al trono de hierro, su hija aún no tenía edad suficiente para presenciar el nacimiento de de su hermano menor; aunque era bien sabido que la verdadera razón por la que no quería allí a su hija era su carácter agresivo con las parteras.
Cerissa, solo un par de lunas mayor que Visenya, había llegado a Desembarco del Rey por primera vez cuando ambas tenían tres años. El joven Elmo Tully, en representación de su abuelo, había sido convocado por la Mano del Rey debido a un conflicto en las Tierras de los Ríos y las dos niñas no habían tardado en congeniar. Cerissa se convirtió en la primera amiga de Visenya, teniendo en cuenta que la princesa solo había podido disfrutar de la compañía de sus tíos y sus hermanos, por lo que el rey Viserys no dudó en hacerle una invitación al nieto del señor de Aguasdulces: la casa Tully pondría orden en las Tierras de los Ríos, como lo había hecho desde los tiempos de Aegon el Conquistador, y él permitiría que su hija creciera junto a los príncipes en la corte como la dama de compañía de Visenya. Sólo un necio rechazaría una oferta así del rey; y mucho menos si se trataba de un asunto que incluía a Visenya.
Ese era un tema de conversación habitual entre los nobles de los Siete Reinos: el favoritismo del rey Viserys hacia Rhaenyra y la primera de sus hijos; algunos incluso se atrevían a afirmar que el rey prefería pasar su tiempo con su nieta Visenya que con los hijos que compartía con la reina Alicent, enseñándole su construcción de la vieja Valyria y el idioma de sus antepasados. Conforme fueron pasaron los años, el tiempo no hizo más que darle la razón a aquellos osados que juzgaron las preferencia de Viserys.
"La delicia del reino", como la había apodado el rey tras su madre, se fue ganando el corazón y el cariño de aquellos que la vieron crecer y conocieron de cerca a la futura heredera del Trono de Hierro. Su carisma y carácter eran tan magnéticos que incluso el niño más incomprendido y solitario de la corte se sintió atraído hacia Visenya. Su tío Aemond se sentía cómodo en la compañía de muy pocas personas, pero Visenya parecía comprenderle y quererle, sin importar —según el joven príncipe— que no tuviera un dragón. Ver a Visenya acompañada del medio hermano de su madre se convirtió en algo habitual para los residentes en la Fortaleza Roja e, incluso, se llegó a especular con un supuesto compromiso que pusiera fin a las disputas que habían enfrentado a Rhaenyra con la reina Alicent.
Visenya y Cerissa estaban en los aposentos de la princesa, a la espera de que la septa Amyra llegara para comenzar con sus lecciones, cuando unos toques en la puerta llamaron la atención de las niñas. La madera crujió cuando la puerta se abrió, dejando ver una figura esbelta que vestía con una capa dorada y una gran sonrisa que iluminó la habitación.
—¡Ser Harwin!
El Lord Comandante se agachó a la altura de la pequeña, tomando sus manos entre las suyas mientras le regalaba una tierna sonrisa a la niña. A sus espaldas, los hijos de Rhaenyra discutían por ver quién de los dos entraba primero a los aposentos de su hermana.
—Princesa, traigo buenas noticias. Vuestra madre a dado a luz a un niño sano.
Visenya sonrió ampliamente, recibiendo un cariñoso apretón en las manos por parte del Comandante de la Guardia de la Ciudad. La niña se giró y miró a Cerissa, asegurándose de que su amiga también había escuchado tan magníficas noticias.
—¿Ella está bien, Ser Harwin? ¿Sabéis cómo ha ido el parto?
—Su madre es la mujer más fuerte que conozco. No me cabe duda de que todo ha ido de maravilla —aseguró Harwin Strong antes de desplazar su mirada hacia las dos niñas—. Espero que a la septa no le importe que no asistáis a vuestras lecciones hoy.
Cerissa y Visenya se miraron con confusión ante las palabras del comandante, pero antes de que pudiera responder a las niñas, Jacaerys y Lucerys entraron entre empujones a la habitación.
—¡Senya! ¡Vamos a ir a Pozo Dragón a elegir un huevo para el bebé! —exclamó Luke, corriendo hacia su hermana para tirar de su brazo— ¡Vamos, date prisa!
Visenya aceptó la mano de su hermano pequeño antes de buscar la aceptación de Ser Harwin con la mirada. El Lord Comandante rió enternecido ante la escena e hizo un gesto con la mano para que los niños salieran de la habitación. Cerissa, con sus habituales mejillas sonrosadas, esperó a que los príncipes atravesaran el umbral de la puerta para dirigirse al Comandante.
—No sé si es buena idea que yo vaya también, Ser Harwin. Tal vez debería buscar a la septa Amyra...
—No debe temerle a los dragones, Lady Cerissa. Están muy bien adiestrados y los jóvenes príncipes saben cómo tratarlos.
—No es por los dragones...
Ser Harwin frunció el ceño y se inclinó hacia la niña, colocándole una mano en el hombro mientras la analizaba con sus ojos claros.
—¿Le importaría contarme por qué, entonces?
—La reina —murmuró la niña, como si tuviera miedo de que la escucharan—... La reina prefiere que sólo los príncipes entren en Pozo Dragón.
—¿La reina le dijo esas palabras ella misma? —cuando Cerissa guardó silencio, Strong bufó por lo bajo—. Bueno... Lo que su majestad no sabe, no le hará daño.
—Pero...
—Si la reina tiene algún problema al respecto, puede decírmelo ella misma —dijo Ser Harwin, tomando la mano de la niña con delicadeza—. Además, la princesa Visenya la considera parte de su familia. Estoy seguro de que le alegrará enormemente que hayáis participado en la elección del huevo de dragón de su nuevo hermano.
Justo como si hubiera escuchado su nombre, Visenya reapareció frente a ellos, aún sosteniendo la mano de Lucerys. La princesa sonrió cuando vio que su amiga los acompañaría a Pozo Dragón, pues Cerissa solo había estado en el grandioso edificio en un par de ocasiones. La pequeña no sabía que la reticencia de la niña Tully había sido provocada por la mujer de su abuelo —y tal vez, era mejor que así fuera—.
Los niños pasaron casi veinte minutos frente a una nidada en el interior de Pozo Dragón, prendados ante los majestuosos huevos que albergaban a las criaturas más maravillosas del mundo. Mientras los cuidadores valyrios les explicaban a Visenya a qué dragón pertenecían, la princesa traducía el significado a la lengua común para que sus hermanos y Cerissa comprendieran lo que estaban diciendo. Después de todo, las horas aprendiendo alto valyrio con su tío Aemond y su abuelo habían dado sus frutos.
De vuelta a la Fortaleza Roja, Lucerys había insistido en que Visenya le enseñara algunas palabras en alto valyrio que no estuvieran relacionadas con el cuidado de los dragones —esas sí las conocía, según el pequeño príncipe—. Ser Harwin reía cada vez que Luke se inventaba la palabra que su hermana mayor le había enseñado y ella, con la paciencia de una madre experimentada, volvía a repetir la pronunciación una y otra vez. El comandante de la Guardia de la Ciudad no podía estar más orgulloso de los niños que caminaban frente a él. Y es que, si bien Visenya no compartía sus cabellos castaños y sus ojos oscuros, la adoraba como si fuera hija suya.
Los niños trotaron a toda prisa en dirección a los aposentos de la Princesa Rhaenyra, esquivando a los criados y caballeros que iban cruzándose en su camino y riendo ante las caras de los Lores que detenían su paso para contemplar la escena. Los príncipes, sin embargo, cambiaron su expresión de emoción por una de confusión al ver que los aposentos de su madre estaban vacíos, sin señales de la heredera al trono de hierro o su recién nacido.
—¿Dónde está madre? ¿Y el bebé?
—La princesa Rhenyra debería estar de vuelta pronto, joven príncipe —le respondió una de las doncellas de su madre a Jace—. La reina solicitó que le llevaran al bebé a sus aposentos al escuchar la buena noticia.
—Pero debería estar en cama recobrando fuerzas —dijo Visenya con molestia—. Además, si la reina quería ver a mi hermano, ¿por qué no vino ella misma?
La doncella bajó la mirada, incapaz de darle una respuesta coherente a la princesa. Ella misma le había insistido a Rhaenyra que debía estar reposando, no atravesando la Fortaleza Roja en busca de la reina por un capricho. Pero las parteras habían sufrido la ira de la heredera durante horas y no se atrevieron a seguir contradiciendo a Rhaenyra.
Unos minutos después, un par de figuras de cabello plateado hicieron su entrada en la estancia, llamando la atención de los niños y de Ser Harwin. Visenya fue la primera en levantarse de la alfombra en la que se encontraba jugando con sus hermanos y Cerissa y corrió hacia su madre, abrazando a la princesa por la cintura.
—Hola, mi dulce niña —saludó Rhaenyra, acariciando el pelo de su hija. Visenya alzó la mirada, intentando averiguar si su madre se encontraba bien y, como si fuera capaz de leerle la mente, Rhaenyra rió con dulzura—. Estoy bien, cariño. No debes preocuparte por mí.
—¡Madre, mira!
—Hemos elegido un huevo para el bebé.
Mientras Rhaenyra hablaba con sus hijos y se sentaba con la ayuda del Comandante, Visenya avanzó hacia su padre. La pequeña princesa se puso de puntillas para ver a su hermano, pero la altura de Laenor se lo impedía. Alzando la mano, Visenya tiró de la manga de su padre, dándole a entender que le mostrara a su nuevo hermano. Laenor sonrió cuando vio los ojos violetas de la niña mirándole con emoción y no tardó en depositar un beso en la cabellera plateada de su hija.
—Hola, mi pequeño dragón. ¿Quieres conocer a Joffrey?
Visenya asintió y agarró el antebrazo de su padre cuando este se agachó a su altura, permitiéndole ver el rostro de su hermano. El bebé dormía plácidamente y Visenya emitió un sonido de sorpresa, sonriendo con amplitud al ver por primera vez el rostro de su hermano. A la pequeña princesa pareció no molestarle en absoluto que el bebé no tuviera la piel tan pálida como la suya, ni que su fino cabello fuera tan oscuro como la noche. Sin embargo, e incluso sin ver el color de sus ojos, habría que estar ciego para no darse cuenta de que Joffrey se parecía más a Ser Harwin que a la propia Visenya.
—Es un bebé precioso, padre.
Laenor rió y volvió a besar la cabeza de su hija, volviendo a erguir su espalda. El heredero del trono de Marcaderiva asintió, observando el rostro del recién nacido sin soltar la mano de Visenya.
—Sí... Qué gran caballero vas a ser, ¿eh?
—Ser Harwin desea conocer a Joffrey.
Laenor y su hija se giraron hacia Rhaenyra, cuyas instrucciones habían sido claras. Laenor no tardó en complacer a su esposa y depositó al bebé en los brazos del Lord Comandante. La escena era más bien idílica, aunque cualquiera que se atreviera a contemplarla desde fuera de los aposentos de la princesa se decantaría por una denominación más bien "escandalosa".
—Padre, ¿puedo coger a Joffrey?
—No, no —intervino Laenor cuando Luke alzó los brazos hacia el bebé—. Será mejor que volváis a Pozo Dragón... Antes de que manden una partida de búsqueda.
—Vamos...
—En cuanto a vosotras dos, jovencitas —habló de nuevo Velaryon, dirigiéndose a su hija y a Cerissa—. La septa Amyra se llevó un buen susto cuando fue a buscaros. No me cabe duda de que no le importará empezar con la lección de hoy un poco más tarde.
—Pero padre, ¿no puedo quedarme a ayudar a madre con el bebé? Cerissa también puede ayudar...
—Ni hablar —respondió Laenor con rapidez—. Si no vais seré objeto de su ira y ya sabes que no soy nada persuasivo. Ahora, vamos.
—Estaré aquí cuando vuelvas, Visenya —prometió Rhaenyra con una sonrisa—. Te lo prometo.
Y así fue. Cuando las lecciones de la septa finalizaron, ese día un poco más temprano de lo habitual debido al nacimiento del nuevo príncipe, Visenya corrió escaleras abajo en dirección a los aposentos de su madre. Rhaenyra acogió a su primogénita en su regazo y ambas pasaron horas mirando al recién nacido que dormía en la cuna junto al huevo de dragón.
El sol comenzaba a esconderse cuando Visenya decidió abandonar el regazo de su madre y buscar a la persona con la que compartía la mayor parte del tiempo en la Fortaleza Roja, especialmente cuando Cerissa se marchaba a Aguasdulces. Con dos guardias siguiendo siempre sus pasos —por petición expresa del rey—, la princesa se dirigió hacia la biblioteca, donde esperaba encontrar a su tío refugiado en uno de los antiguos tomos valyrios que sus antepasados lograron sacar de Valyria antes de la maldición.
—¡Aquí estás! —exclamó la niña, corriendo hacia el niño de cabello plateado— Habría venido antes, pero estaba ayudando a mi madre con Joffrey...
—No te molestes.
El murmuro de Aemond fue casi inaudible, pero Visenya estaba lo suficientemente cerca como para alcanzar a oírlo. La niña frunció el ceño y se sentó junto a su tío —o medio tío, como le gustaba recalcar a Rhaenyra—. La princesa se percató rápidamente de que Aemond tenía los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas.
—¿Qué...? Oh, Aemond. Skorion massitas?
¿Qué ha pasado?
—Ya te lo he dicho. No te molestes.
Aemond rechazó el tacto de su sobrina cuando esta intentó agarrarle la mano, un gesto que era tan habitual entre ellos que en ocasiones parecía que habían llegado juntos a este mundo. El dolor se hizo visible en los ojos de Visenya, que no comprendió por qué motivo su tío rehuiría un gesto de cariño de su parte. Aemond no tardó en notar la tristeza que había causado en la dulce niña y el rencor que le comía por dentro se desvaneció por completo. No podía descargar su rabia en Visenya por los actos de sus hermanos pequeños.
—Lo siento —murmuró el príncipe, dejándose caer sobre el respaldo de la silla—... Lo han hecho otra vez. Tus hermanos y Aegon.
Visenya frunció el ceño, recapacitando sobre las palabras de Aemond antes de que estas tuvieran sentido en su cabeza. La niña suspiró, negando con la cabeza antes de apoyar su cabeza sobre el hombro de su tío. Esta vez, el príncipe no renegó del contacto.
—Lo siento tanto, Aemond. ¿Hay algo que pueda hacer?
—¿Tienes un dragón de sobra?
Visenya rió por lo bajo, levantando la cabeza para mirar a su tío. El príncipe había recuperado su pequeña sonrisa, volviendo al estado natural que le caracterizaba siempre que estaba en la presencia de Visenya.
Ambos niños guardaron silencio, deleitándose en la compañía del otro durante unos minutos. Ya habían tenido esta conversación con anterioridad y, aunque Aemond hubiera culpado directamente a Luke y Jace de las bromas de las que era víctima, la princesa sabía que el artífice de todas y cada una de ellas era Aegon.
—Podemos compartir a Rhaegar —susurró la niña, acomodándose de nuevo sobre el hombro de Aemond—. No sería la primera vez que montamos juntos y es evidente que le gustas. Podría ser nuestro dragón.
El príncipe suspiró, reposando su mejilla sobre la cabeza de Visenya. «Ojalá fuera tan sencillo», pensó Aemond, aunque en ocasiones lo había imaginado. Él y Visenya, los dos sobre el lomo de Rhaegar —que iba camino de convertirse en un dragón de gran tamaño y fiereza—, atravesando el Mar Angosto dirección a las Ciudades Libres para nunca volver. Aemond tan solo era un niño de trece años, pero las confabulaciones para acercar a Aegon al Trono de Hierro se gestaban, en ocasiones, frente a él y sus hermanos. No era desconocido para él, por lo tanto, la molestia que había causado en ciertos miembros de su familia materna que la primogénita de Rhaenyra fuera la viva imagen de la sangre valyria.
Visenya tenía solo diez años, pero la Fortaleza Roja y la cercanía con el Trono de Hierro hacían que cualquier niño abandonara su infancia mucho antes de lo que debía. Ella también había escuchado —aunque no lo quería admitir— lo que se rumoreaba sobre su madre y sus hermanos pequeños. Y, como Aemond, había escuchado que ella era el único salvavidas de su madre para seguir siendo la legítima heredera de Viserys.
Había una única persona que parecía hacer oídos sordos de los rumores que retumbaban en las paredes de la Fortaleza Roja y que, casualmente, era el único que estaba encantado con la cercanía de Visenya y Aemond. El rey, partidario de fomentar un vínculo entre sus hijos y sus nietos, se deleitaba cada vez que veía a su nieta en compañía de Aemond, riendo y corriendo hacia Pozo Dragón cada vez que tenían la oportunidad. Viserys había mencionado en alguna ocasión lo beneficioso que sería para el Reino y la Casa Targaryen la unión entre ambos niños, pero ni Rhaenyra ni Alicent lo habían aprobado.
—Podríamos tener decenas de dragones si quisiéramos, Senya. Solo para nosotros.
—¿Para qué querríamos decenas de dragones?
Aemond sostuvo la mano de la princesa con firmeza, cerrando los ojos a la vez que tomaba una bocanada de aire; como si con ese acto fuera a provocar que, cuando los volviera a abrir, él y Visenya se hubieran transportado a Pentos, lejos de las aspiraciones y entramados de sus familias.
—Para darte Poniente y todo lo que hay más allá del Mar Angosto.
Esa fue la última conversación que Aemond y Visenya tuvieron a solas. La Fortaleza Roja se vio sacudida por la repentina marcha de Ser Harwin Strong y su padre, la Mano del Rey. La posterior muerte de ambos y de Laena Velaryon dando a luz en Pentos, tan solo un par de días después, puso a las casas Targaryen y Velaryon patas arriba.
Lo que pasó en Marcaderiva es conocido por todos los maestres que se encargaron de escribir la historia de la dinastía Targaryen en las décadas siguientes, pero ninguno alcanzó a saber los detalles de la brecha en la relación entre Visenya Velaryon y Aemond Targaryen. Los príncipes fueron vistos discutiendo la madrugada del funeral de Laena y, al parecer, se debía a que la princesa Visenya pretendía hacer entrar en razón a su tío sobre reclamar a Vhagar; pero eso es lo último que se sabe hasta la pérdida del ojo del hijo del rey Viserys a mano de Lucerys Velaryon, escena en la que Visenya estuvo presente. La princesa fue vista en shock en el salón del trono de Marcaderiva, agarrada fielmente a la mano de Lord Corlys, su abuelo, y mirando al suelo. Eso cambió radicalmente, sin embargo, cuando la cuestión del nacimiento de sus hermanos entró en el debate.
—Comprendo que esté asustada por Aemond, alteza —le había dicho a Alicent, quien se había dirigido a los pequeños de mala manera—. Pero eso no le da derecho a tratar así a mis hermanos.
—Ellos no son tus hermanos, Visenya. Son unos bastardos.
La sangre heló el fuego que corría por las venas de la pequeña princesa. Había escuchado esas palabras de la boca de muchas personas en Desembarco del Rey, pero jamás habían provenido de Aemond. El niño, con la cara ensangrentada y el ceño fruncido por el dolor, miraba a Visenya con rabia y desconsuelo al mismo tiempo, como si no pudiera concebir que la persona más importante de su vida no se hubiera puesto de su lado.
Gritos y respuestas inentendibles fueron intercambiadas entre los verdes y los partidarios de la princesa Rhaenyra en el salón del trono de Marcaderiva, bandos que se terminaron de gestar esa madrugada tras el ataque de la reina Alicent a la heredera del Trono de Hierro. A la mañana siguiente, los reyes y sus hijos partirían con su séquito hacia Desembarco del Rey y Visenya y Aemond no volverían a verse, ni a saber el uno del otro, durante muchos años. Visenya no le mandó ningún cuervo a su tío para preguntarle sobre su estado de salud ni por su ojo; y el príncipe no le escribiría a su sobrina, ni siquiera para preguntarle por la muerte de Ser Laenor, por la que la niña quedó destrozada.
La Visenya que conocían en Desembarco del Rey desaparecería para siempre, dando paso a una faceta reprimida por la niña durante años. La muerte de Laenor, la desaparición de Aemond de su vida y la aparición de Daemon en esta servirían para completar la transición de Visenya en el dragón que había nacido para ser.
La relación entre Visenya y Aemond fue la comidilla del Reino durante los años posteriores, pero muy pocos sabían que, el mismo día que el príncipe perdió su ojo, Rhaenyra y el rey Viserys habían pactado el compromiso entre ambos. Durante unas horas, los príncipes habían estado comprometidos, pero es desconocido por los maestres si ellos conocían este acuerdo.
Visenya Velaryon fue cuestionada por muchos y adorada por otros; por sus actos, decisiones y la gente de la que se rodeó. Ella gestó su propio futuro y miró por el bienestar de su familia, de sus casas y del Reino.
𝐄𝐬𝐭𝐚 𝐞𝐬 𝐬𝐮 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚.
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Disclaimer! Algunas fechas y sucesos serán alterados para que Visenya y su historia encajen mejor en lo sucedido tanto en la serie como en el libro. ¡Gracias!
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